En el año 1865, Antonio Aguayo Molina, un
hasta entonces anónimo sacerdote de origen motrileño adscrito a la diócesis de
Madrid, se da a conocer con un polémico folleto que titula “Carta a los presbíteros españoles”, tachado inmediatamente de heterodoxo por las jerarquías eclesiásticas
de la época. Sirva como ejemplo las palabras de condena de la circular emitida
por el Cardenal Arzobispo de Burgos:
“Después de invocar humildemente las luces
del Espíritu Santo, hemos venido a condenar,
y condenamos la carta dirigida a los presbíteros españoles por el
presbítero D. Antonio Aguayo, por contenerse en ella aserciones falsas,
temerarias, escandalosas, injuriosas a la Iglesia, con sabor de herejía y aun
heréticas; prohibimos su lectura a los fieles de esta nuestra diócesis; y
mandamos que todos los que tengan algún ejemplar de la misma lo entreguen a su
párroco, que seguidamente lo inutilizará”.
No vamos a
entrar en demasiados detalles sobre la historia de la carta y la biografía de este sacerdote motrileño del que ya se ocupó profusamente el historiador y escritor Manuel Rodríguez Martín (Juan Ortiz del Barco) en sus crónicas de principios del siglo XX. La que le dedica a “El Padre Aguayo” apareció
publicada en la revista quincenal “La Alhambra” en los números 231, 232 y 233 (octubre – noviembre
de 1907). Pinchando sobre el número se puede acceder a la lectura de las
sucesivas entregas.
Un trabajo
más reciente, complementario del anterior, es el publicado por el abogado y
escritor motrileño Francisco Pérez García en la revista Tiempo de Historia
(1976): “El padre Aguayo. Un clérigo postconciliar del siglo XIX”.
Como podrán apreciar, quienes se sientan atraídos
por la particular trayectoria de este sacerdote, se advierte en estos trabajos
cierto vacío sobre cuál fue su devenir final:
Se mostraba
especialmente interesado en obtener su partida de defunción, una fotografía y
en conocer detalles sobre un posible arrepentimiento. Su sorpresa tuvo que ser mayúscula
cuando en julio de 1908 recibió por correo un ejemplar de la revista El
Comercio Español de Montevideo, en la que figuraba el nombre de Antonio Aguayo Molina como
director-gerente. Casi a la par, el ex presbítero remitió otra carta al director de
Vida Nueva que vio la luz. Solicitaba “se
rectificaran las grandes inexactitudes” que contenían la crónica de Ortiz
del Barco, dando a entender, además, “que
no se ha arrepentido de lo que ha escrito contra la plaga monárquico clerical
que deshonra y aniquila a España”.
“De mis investigaciones sobre la vida
posterior de Aguayo solo he sabido, pero sin que nadie responda de la noticia,
que marchó a Buenos Aires, que allí estuvo dirigiendo un periódico republicano,
y que ha muerto” (Ortiz el Barco).
“Marchó a la Republica Argentina,
concretamente a Buenos Aires, donde dirigió un periódico republicano, ignorándose
los últimos años de su vida y la fecha de su muerte. Tampoco he podido hacerme
de un retrato, a pesar de las investigaciones practicadas” (Pérez García).
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Manuel Rodríguez Martín (Ortíz del Barco) |
Juan Ortiz del Barco llegó a mantener asidua correspondencia
con don Marcelino Menéndez Pelayo, que también había mandado al otro mundo al famoso padre Aguayo del que se ocupa en su Historia de los heterodoxos españoles. De una carta,
fechada en noviembre de 1911, se desprende que el cronista motrileño después de
aquel trabajo, reproducido también en el semanario local Vida Nueva, siguió
interesándose por su paisano Aguayo.
A través de un sacerdote amigo del otro lado del
charco llegaría a conseguir esa preciada fotografía que andaba buscando, aunque
lamentablemente no ha trascendido, ni hemos sido capaces de localizarla, de
momento. Posiblemente, en alguna de las numerosas revistas con las que estuvo
relacionado a lo largo de su longeva existencia o en otras publicaciones
dispersas por bibliotecas de la República Argentina y Uruguay pudiera aparecer
cualquier día.
Con
independencia de que la famosa “Carta a los presbíteros españoles” fuera fruto
de sus propias reflexiones o pudiera haber prestado su firma al servicio de
determinados intereses políticos, como apunta Menéndez Pelayo, lo cierto es que
este folleto terminaría marcándole de por vida.
Su claro posicionamiento en favor de la
unificación de los estados italianos, que tanto afectaba a los intereses del Romano
Pontífice, y sus críticas directas a ese “neocatolicismo”, en el que se
hallaban instaladas las jerarquías eclesiásticas, levantó ampollas. No hubo
diócesis episcopal que se quedara sin emitir una circular de condena.
Conforme el asunto de la carta fue adquiriendo
resonancia, pese a las numerosas manifestaciones de apoyo y simpatías recibidas
desde las filas democráticas y progresistas, incluidas la de sus propios paisanos,
la carrera sacerdotal de Antonio Aguayo se vería pronto afectada.
Al mes
escaso de su publicación tiene que comparecer ante el vicario eclesiástico de
la corte que le notifica una providencia del arzobispo de Toledo por la que se
le insta a salir de Madrid en el plazo de diez días.
En febrero
de 1866 el periódico La Discusión, que había prestado cobertura de apoyo a las "herejías" del padre Aguayo y cedido sus páginas para expresarse, se
hace cargo de la publicación de un segundo libro titulado “Historia de una carta”, que sirve para acrecentar la fama del cismático presbítero motrileño.
Fue precisamente el hallazgo de un ejemplar de
esta obra en una librería de viejo el que sirvió de estímulo y de fuente a Juan Ortiz del
Barco para embarcarse en su biografía.
Con las facilidades y comodidades actuales para
acceder a la documentación, en siguientes entradas intentaremos ocuparnos de
sus destierros de ida y vuelta, y especialmente de la pródiga labor que
desarrolló como periodista, publicista y escritor hasta el final de sus días. Antonio
Aguayo Molina, bautizado en la Colegiata de Motril el 18 de diciembre de 1836, dejaba de existir en la ciudad de Montevideo (Uruguay) en 1920.
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