Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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01 junio 2021

"Don Miguel el Ciego" (Miguel Aragüés Velasco): un maño y porcunense adoptivo singular".

La fotografía se corresponde con la escolanía de niños conformada en el seno del Colegio Nacional Francisco Franco de Porcuna (Jaén), que participó en el VI Concurso Nacional de Villancicos celebrado en Madrid en diciembre del año 1968, organizado por la Delegación Nacional de Juventudes con la colaboración de la Subdirección Nacional de Cultura y Espectáculos. Una primera fase clasificatoria en el Teatro del Parque Móvil y una gran final entre los días 18 y 20 en el Teatro Español.


Grupos Escolares (C.N. Francisco Franco)

No llegarán a la final. El primer premio fue para un coro mixto procedente de León. Eso sí, tuvieron la oportunidad de gozar de la experiencia de actuar en directo ante las cámaras de aquella emergente RTVE en sus estudios de Prado del Rey. Durante su estancia en la capital visitaron El Escorial y el Valle de los Caídos, donde, como procedía, se rezó un padre nuestro ante la tumba de José Antonio, fundador de la Falange.

A su regreso ofrecieron algunas actuaciones en la Iglesia Parroquial de Porcuna y en otras poblaciones limítrofes. Hasta fueron llevados a la capital del Santo Reino donde cantaron en presencia del señor Obispo de la Diócesis y otras autoridades provinciales. Entre sus integrantes se encontraban bastantes amigos de mi infancia. Su repertorio estaba condicionado por las especiales dotes para el canto de uno de sus componentes, Francisco Ramírez, que ha pasado a la historia de la música local con el sobrenombre de “Paquito El Solista”. Un porcentaje alto de la masa coral no utilizaba las cuerdas vocales, tocaban la pandereta, sonajas o carracas con una leve y casi sorda apertura de boca de postureo. El responsable de la su formación musical, dirección y acompañamiento al piano, un señor aragonés ciego que hacía poco se había hecho cargo de la delegación local de la ONCE en Porcuna, conocido popularmente como Don Miguel el Ciego.

Este señor, de quien conservo un grato recuerdo, se hizo muy amigo de mi padre. Era educado, de carácter afable y muy dado a la conversación. Asiduo de una especie de tertulia que se organizaba en la papelería del Cojo Botines, justo en frente de mi casa, a la que solía asistir mientras hurgaba en la famosa máquina de las bolicas de anís que existía en este emblemático establecimiento comercial. Otra de sus paradas habituales era la tienda de tejidos de Cayetano Ruiz con quién trabó una especial amistad. Hacían reuniones de amigos en su domicilio de la calle Cervantes para ver aquellos primeros partidos de futbol televisado. Entre los incondicionales El Mudo de Rojas y Don Miguel. Las oficinas de la Once estaban en un bajo de la calle Salas donde desarrollaba su trabajo asistido por Alfonso Cabeza en tareas administrativas, de reparto y cobro a los vendedores del cupón. Vivía en una fonda que existió en la calle Trafalgar, regentada por Carmen Millán “La Pregonera”. Las comidas las hacía en el restaurante de José María “El Vivi” donde se acopló como uno más de esa gran familia de propietarios, camareros y asiduos al restaurante-repostería de La Peña.


Debió de instalarse en Porcuna sobre 1967. Quizá tuviera in mente un traslado casi inmediato a Zaragoza para paliar las limitaciones de su ceguera al lado de su familia. Sólo conseguía alguna visión mirando por el rabillo del ojo, de ahí esa imagen que muchos recordamos viéndolo deambular con la cabeza girada. Entre los acuerdos adoptados por el Excmo. Ayuntamiento de la capital aragonesa en sesión de plenaria celebrada en septiembre de 1969 se le autoriza a ocupar una parcela de vía pública para la instalación de un quisco del modelo aprobado para la Once. Finalmente, ante la buena acogida que se le dispensó en Porcuna optó por permanecer entre nosotros desarrollando su actividad de delegado local hasta su muerte.

Don Miguel, tenía por costumbre tomar café y desayunar en el Bar de Malagón en la Carrera. Por cuestiones de salud prescindía del estuchado de azúcar, que en aquellos años se servía en terrones, que empleaba en su particular empeño de amaestrar a un gruñón perro pequinés que formaba parte de mi familia e inseparable de mi señor padre. Sostenía el ciego el premio a una distancia razonable para que el animal a dos patas pudiera olfatear el azúcar, pero sin llegar a alcanzarlo; lo mantenía el tiempo suficiente para que se fuera acostumbrando a la posición bípeda antes de soltarlo. Con el tiempo el número medio circense se hizo célebre y eran numerosos los curiosos que se daban cita para verlo.

Surgieron hasta imitadores de Don Miguel. Recuerdo un caso que casi llegó a tener consecuencias judiciales. Eran esas navidades en las que los niños con el bocado en la boca nos tirábamos a la calle buscando el solecico con el mantecado en el bolsillo (de esos surtidos que no solían faltar en casi ninguna casa para estas fechas). El perro no le hacía asco a este otro género dulce. Un niño inconsciente llegó a agotar su paciencia (no soltaba) y el animal sobre su dos patas saltó y mordió la mano del portador con retardo. Llegó denuncia hasta el jefe de la Policía Municipal, el famoso Ricardito, que era pariente del imprudente, que mi padre supo resolver con su especial dialéctica medio intimidatoria contra el de la gorra de plato, que además era vecino (existía cierta antipatía recíproca por antecedentes relacionados con sus respectivos menesteres).

Durante este último año de confinamiento domiciliario, primero obligatorio y después voluntario y preventivo, como alternativa de ocio muchos hemos hecho un uso abusivo de las redes sociales, desatándose por momentos una necesidad imperiosa de comunicación. Almacenaba recuerdos en mi memoria de que la ceguera de Don Miguel era fruto de heridas sufridas durante la guerra civil, sobre un drama familiar durante esos años convulsos y sobre su vida un tanto azarosa y aventurera. Compartí mis curiosidades en el instructivo muro de Facebook de “Amigos de la Historia de Porcuna". Inmediatamente afloraron recuerdos, anécdotas e informaciones sobre él. Una primera meta para poder indagar en su pasado era conocer sus apellidos, solicitud atendida por un amigo y antiguo vecino (Eduardo Cespedosa) que despejó contactando directamente con la Delegación de la Once en Jaén. A partir de ahí se trataba de rebuscar entre diferentes fuentes para trazar una pequeña semblanza biográfica sobre él. 

Miguel Aragüés Velasco (1913-1982) 

Nacido en Zaragoza el 5 de marzo de 1913 en el seno de una familia de clase media dedicada al comercio. El padre, Miguel Aragüés Bescós, natural de Aisa (Huesca), era un acreditado agente comercial, republicano convencido y admirador de Azaña; la madre, Lucía Josefa Velasco Sarasa, natural de Tafalla (Navarra), una ferviente católica practicante, que regentaba una mercería (“El Capricho de Aragón”) en el centro comercial de Zaragoza. Tuvieron cuatro hijos varones (Miguel, Francisco, José y Manuel) y una hembra (Elisa).



El apellido Aragüés parece mantener cierto vínculo con el mundo musical. Son varios los directores de bandas de música de pueblos de Aragón que llevan ese apellido. A la temprana edad de 13 años el niño Miguel, el primogénito, cursaba ya estudios de primero de piano en la Escuela Municipal de Música de Zaragoza que debió completar con éxito. Por las colecciones de prensa aragonesa alojadas en la red conocemos que a la altura del año 1930 lo mismo acompañaba a coros de capilla en actos de carácter religioso que formaba parte de orquestinas que amenizaban bailes en salones, fiestas de la capital y otras poblaciones de la provincia. 

Fiestas en la barriada rural de Monzalbarba

En 1932 junto al violinista Alfredo Virgos intervenía en conciertos musicales retrasmitidos en directo por la emisora de Radio Aragón. Esta variada y polivalente proyección musical le serviría para costearse los caprichos y gastos propios de un joven de su edad. Buscando estabilidad laboral prepara oposiciones a Auxiliar del Cuerpo General de la Administración de Hacienda Pública a las que concurre en la convocatoria del año 1934. No nos consta que llegara a alcanzar su meta. No volvemos a tener noticias suyas hasta iniciada la guerra civil que terminaría trastocando por completo la estabilidad de su familia.


El cabeza de familia tuvo que protegerse de aquellos que le señalaban como peligroso elemento desafecto. Fue visitado a domicilio por un grupo de falangistas con el propósito de darle un paseo. Gracias a un inspector de policía que vivía en el mismo portal pudo salvar la vida. A partir de ese día no volvió a salir de su casa y permaneció toda la guerra medio escondido en una alacena que cerraban cuando oían llegar a alguien. Para sus tres hijos mayores (Miguel, Francisco y José) aquel nuevo estado de cosas si arrastrará consecuencias bastante más negativas.

José (Pepe), nacido en 1916,  presunto militante o simpatizante del partido comunista, fue detenido junto a otros amigos y compañeros a los pocos días de triunfar el alzamiento. Conducido a la cárcel de Torrero, juzgado por un Consejo de Guerra en sumarísimo de urgencia es condenado a muerte. Su madre, de fuertes convicciones religiosas (un hermano llamado Demetrio, vistió el hábito de escolapio y actuó como sacerdote misionero en Argentina), valiéndose de amigos y conocidos pudo contactar con el cura de la cárcel, que le salvó la vida y consiguió su puesta en libertad. Le bajaron del camión que le conducía a las tapias del cementerio y el joven liberado tuvo que ser testigo de cómo en su lugar aupaban a uno de sus amigos. Una suculenta ración de aceite de ricino y para casa. A los pocos días se ordenaba su incorporación inmediata a primera línea del frente en las filas del ejército sublevado.

Sus hermanos mayores Francisco (n. en 1915 ) y Miguel (n. en 1913) desde un primer momento habían sido movilizados por el ejército rebelde. Adscritos al Regimiento de Artillería Ligera nº 9 casi de inmediato fueron destinados al frente. Miguel resultó gravemente herido en la Batalla de Teruel pasando la mayor parte de la guerra en el Hospital Militar de Zaragoza convaleciente, mientras que Francisco, herido y hecho prisionero por el ejército republicano, terminaría en el famoso Castillo de Montjuic de Barcelona. Cuando el 25 de enero de 1939 cae la ciudad en poder de los sublevados recupera la libertad, aunque no tardará en volver a presidio. Detenido a finales de 1940 se le recluye en la cárcel de Torrero de Zaragoza a la espera de un Consejo de Guerra. Se enfrenta a los típicos cargos de  “adhesión a la rebelión” (se le acusaba de haber confraternizado con sus carceleros republicanos y de colaborar con sus servicios de espionaje). El juicio se celebra el día de los Santos Inocentes del año 1940 siendo condenado a la pena de muerte. A doña Lucía Josefa le tocó de nuevo recorrer pasillos y despachos: “Llegó incluso a la antesala del despacho de Franco pidiendo clemencia para mi hermano, pero no le dejaron hablar con él”. El entrecomillado y el grueso de la información sobre los avatares de la familia proceden de testimonios orales aportados por Manuel (el menor de los hijos, así bautizado por su padre en honor de su admirado Manuel Azaña) insertos en un libro titulado “Las rojas y sus hijos, víctimas de la legislación franquista: El caso de la cárcel de Predicadores (1939-1945)”, del que es autora Rosa María Aragüés Estragués (hija de Manuel), profesora de Historia Contemporánea en la UNED.

La pena de muerte de Francisco sería finalmente conmutada por treinta años y un día de reclusión mayor. También el Tribunal de Responsabilidades Políticas se interesó por él mientras cumplía condena en diferentes establecimientos: cárcel de Torrero hasta 1943, batallones penitenciario de trabajo de Meridiana y Belchite. En abril de 1944 recupera la libertad fijando su residencia en Zaragoza al abrigo de la protección económica que le brinda su hermana Elisa y su cuñado.


Curiosamente el piano de la familia, con el que Miguel se inició en el mundo de la música, hallábase entre los pocos enseres en propiedad de la vivienda alquilada que los cobijaba. Para más detalles sobre el cúmulo de adversidades que tuvo que soportar esta familia les remito al libro referenciado en formato físico o ebook.
A principios de 1941 y en vista de cómo se estaba cebando la represión franquista con la familia, Miguel Aragüés Bescós, traslada su residencia a Barcelona donde su experiencia como comercial le serviría para encontrar un trabajo con el que sacar adelante a los suyos. Tanta contrariedad terminaría afectando a su salud y a la temprana edad de 65 años dejaba de existir a finales de abril del año 1943.

La Vanguardia de Barcelona 28 de abril de 1943

Con la pérdida del padre es cuando el joven músico Miguel Aragüés, tras permanecer un tiempo en Barcelona y al sentirse como perseguido, optó por el exilio voluntario, renunciando a los hipotéticos beneficios que le pudiera reportar la Medalla de Sufrimiento por la Patria (nos consta su solicitud) o por su condición de mutilado. Vivió de sus aptitudes para la música en París e integrado en diferentes formaciones. Hasta pudo realizar giras por el continente americano. A esta etapa pertenece la tarjeta de inmigración emitida por el consulado de Brasil en París, en la que podemos apreciar a un todavía apuesto, dinámico, moderno e independiente músico. 


A finales de la década de los años cincuenta, ante una progresiva pérdida de visión, sólo y desamparado, va a regresar junto a su familia a Zaragoza. Tuvo la suerte de ser reconocido como caballero mutilado, lo que le permitiría entrar a trabajar para la ONCE. Uno de sus primeros destinos, como ya hemos argumentado, fue el municipio jiennense de Porcuna, donde dejaría de existir sobre 1982 (no podemos certificar con exactitud). 

05 junio 2012

Mis Corpus en Villardompardo: historias de familia, vivencias y recuerdos.

Un altar olivarero (2004)
    Es de agradecer la buena acogida que entre los habitantes y naturales de El Villar (Villardompardo) ha tenido “Mi Portfolio Fotográfico Provisional del distrito de Martos” (más de 250 visitas directas en el mes de mayo), en el que se muestran y divulgan unas casi desconocidas fotografías de sus monumentos más emblemáticos (Castillo e Iglesia Parroquial), tomadas del Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén de don Enrique Romero de Torres (1913-1915). Las misivas de agradecimiento que me han llegado, incluida la de su Ilustre Ayuntamiento, tal vez hayan propiciado que se despierte la curiosidad entre sus vecinos sobre mis vínculos con este pueblo, que ya delata mi primer apellido, pero que he tenido que explicar a quienes se han dirigido a mi correo con tal propósito.
     Mi afición por el género memorialista, ya puesta de manifiesto en una entrada dedicada a la Fonda la Esperanza de Porcuna, regentada por mis abuelos maternos, unida al empujón anímico generado por los agradecimientos, han hecho que me plantease embarcarme en un proyecto similar para con mi familia paterna.
    Aprovecho la fecha, por la peculiar, tradicional y espectacular celebración del Día del Corpus en esta villa, para emplearme en ello.

      
     La fotografía que se muestra, en la que un servidor aparece piadosamente arrodillado delante del artístico altar que para tal festividad se confeccionaba a la puerta de mi abuela Encarnación, debe de ser del año 1966 o a lo sumo 1967. Quiero recordar que se corresponde con el mismo día en que por la tarde pude presenciar en la Plaza de Toros de Martos el debut en lides taurinas del valiente novillero Herrerito de Porcuna (véase Mi Tauromaquia). Mi prodigiosa memoria (que Dios o quien sea me la conserve) me permite incluso atribuirle la instantánea a un famoso fotógrafo ambulante de Porcuna “Aure”, conocido de mi progenitor, que por allí merodeaba aquel día. Mi padre es el que aparece con gafas de sol con mi hermano Felipe, hecho un guarín, entre sus piernas. Las niñas, mi hermana, que forzosamente tenía que llamarse Encarnación, y una amiga (la hija de la vecina Lucia).
 
Los abuelos
      Siempre he tenido la curiosidad de investigar sobre el origen de mi apellido Gay, muy extendido en otras regiones como Galicia, Castilla, Aragón y Cataluña, y que en la provincia de Jaén parece tener su foco de irradiación en el pueblo de Villardompardo. Hay un famoso catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, Juan Gay Armenteros, cuyas raíces creo que son también villarengas. Sería cuestión de echar una temporadilla en El Villar curioseando en su archivo parroquial y municipal y, si la documentación lo permite, intentar llegar hasta los primeros Gay que se asentaran por tierras jiennenses, y desentrañar el porqué de la elección de esta pequeña villa (ardua tarea, pero no imposible).

     De momento sólo llego hasta mi abuelo, que debió nacer en el las décadas finales del siglo XIX. Se llamó Manuel Gay López (Manolito Gay). De profesión labrador, que en la segunda década del siglo XX contrajo nupcias con Encarnación Calvache Serrano (mi abuela), de cuyo matrimonio vendrían al mundo seis hijos varones: Antonio, Bartolomé, José, Francisco, Manuel y Alberto Gay Calvache.
Los infantes - Manuel y Alberto (primeros años 30)
     Asimilado a la categoría de mediano propietario, complementaba sus actividad agrícola con el arrendamiento y la administración de las fincas de un propietario absentista, don José Contreras y Escobedo, Caballero de la Orden de Calatrava y IV Vizconde de Begijar , dueño de bastas extensiones de fincas rusticas diseminadas por diferentes municipios jiennenses. Aunque, por disponer de una bien acondicionada residencia y de un molino aceitero en el Cortijo de Uribe, frecuentaba con relativa frecuencia la villa para inspeccionar sobre el terreno sus intereses particulares.

El baúl del niño Federico
Noviembre de 1909

     Mi padre me contaba que el patio, de un por entonces semiderruido y abandonado Castillo, era utilizado por mi abuelo para guardar sus aperos y pertrechos agrícolas.

     El fracaso de la sublevación militar del 18 de julio de 1936, que trajo consigo un largo y cruento conflicto civil, afectaría tanto al arrendador como al arrendatario. El primero encontraría la muerte en Madrid, al poco del alzamiento, asesinado en circunstancias que no he sido capaz de desentrañar. Mi abuelo, cuyos posicionamientos ideológicos desconozco (imagino que los que fueran con arreglo a sus intereses), por aquello de su condición de empleador, fue detenido por orden del Alcalde, permaneciendo en el arresto municipal entre el 25 de julio de 1936 y el 6 de febrero de 1937, en que un Tribunal Popular lo pone en libertad. Un hermano de mi abuela llamado Jacinto Calvache Serrano sufrió la misma suerte, aunque con un periodo de confinamiento ligeramente inferior. Son varios los apellidados Gay, posiblemente parientes, quienes también aparecen como detenidos dentro de una relación inserta en la Causa General de la que he tomado los datos (Ramón Béjar Gay, Pascual Gay Béjar, José Gay Calahorro, Manuel Gay Águila, Diego Gay González  y Juan Gay Moya).
    Pese a su larga estancia en prisión, no creo que mi abuelo fuera un elemento demasiado significado de la derecha, ya que su casa se libró de los típicos asaltos y saqueos, y su nombre no figura entre quienes, según la Causa General “fueron sometidos a crueles torturas o simulacros de fusilamiento” por parte de las denominadas “hordas marxistas”.
     Casualmente entre los elementos dirigentes marxistas aparecen también individuos apellidados Gay y Calvache. Es el caso de Fernando Gay Cámara (exiliado en Francia), a quien se la atribuye participación en las profanaciones y quemas de imágenes de culto, o Juan Gay Medina y José Calvache Águila, señalados “por oponerse al triunfo del Glorioso Movimiento Nacional en esta villa”, que permaneció bajo control republicano hasta el final de la guerra. Otro villarengo derrotado, llamado Manuel Águila Gay, eludió la represión franquista al embarcarse en el famoso vapor Sinaia rumbo a México.


     Seria demasiada casualidad, pero recuerdo perfectamente como mi padre, en un determinado momento de nuestras vidas, marcado por la estrechez económica, refería una hipotética herencia salvadora de un pariente cercano que había cruzado el charco y del que no se tenían noticias (el mito del indiano rico).
     A Manolito Gay (abuelo) no llegué a conocerlo pues falleció antes de que un servidor viniese al mundo. Sobre él sólo me han llegado noticias o anécdotas indirectas. Parece ser que era del puño cerrado. Mi padre, que colaboraba con él en las faenas agrícolas, se las veía y deseaba para obtener una mínima recompensa económica. Tenía que acudir a subterfugios con los que obtener un dinerillo para el gasto corriente de un mozo. Con nocturnidad y alevosía, y la interesada colaboración de amigos y compinches, se perdía de vez en cuando algún saco de trigo de los almacenados en las cámaras de su vivienda.

     Con respecto a mi abuela Encarnación, mis recuerdos se circunscriben a mis primeros diez años de vida, pues falleció en 1970, poco antes de que lo hiciera mi madre, que se llamaba igual que ella y por la que profesaba especial devoción. Fue ella precisamente quien me llevo en sus brazos hasta la pila bautismal cuando me acristianaron.
Mi madre y mi vecina Amelia de Porcuna, expléndidas (a la izquierda)
Vivencias y recuerdos
     
    Mi padre, cuando contrae matrimonio, traslada su residencia hasta Porcuna. Estuvo un tiempo al frente de la Fonda heredada de mis abuelos maternos, finalmente cerrada por inviable. Probó después con un pequeño almacén de maderas y materiales de construcción en la Riverilla que tampoco funcionó. Las representaciones comerciales terminarían finalmente convirtiéndose en el sustento de su familia.
 




     Para tal fin se agenció una furgoneta Citroën dos caballos, que además de para efectuar el reparto del género comercial (cerveza "El Gavilan", gaseosa "La Pitusa", vinos de las bodegas "Pérez Barquero" y la multinacional Coca-Cola, que por aquellos tiempos era un producto de lujo) le brindaba la posibilidad de no perder el contacto con su madre y hermanos residentes en El Villar. Unos asientos portátiles, que se anclaban en la parte trasera, nos permitían visitar a la abuela con frecuencia.


    A la derecha: "Casa de la abuela". Puerta y tres ventanas en planta baja, con sus correspondientes balcones en la primera planta (dormitorios), y una hermosa cámara-almacen aireada por cuatro ventanucos en la planta superior. 
     Las fiestas de guardar eran de obligada comparecencia en esta hermosa casa, situada justo a mitad de la principal arteria de la localidad, la popularmente conocida como calle larga (entonces Calvo Sotelo y ahora Av. de Andalucía). Mi abuela ya mayor, con el imprescindible concurso de Carmen (también Gay), especie de servidora-ahijada, solía hacer gala de sus artes culinarias. Las albóndigas en caldo y los filetes de cerdo al limón eran sus platos estrella en esas comilonas festivas donde solía darse cita el resto de la familia. Este ultimo plato, sencillo y exquisito, lo adoptó mi padre para su cocina, y todavía hoy, de vez en cuando, aparece en la mía.
     Inolvidables esos altares del Corpus, por la parafernalia que se organizaba en torno a su elaboración. El exorno floral procedía casi íntegramente del patio de la casa, por el que se diseminaban una cantidad ingente de macetas de todas clases, resguardadas del sol por unos frondosos limoneros y regadas periódicamente con el agua que se extraía de un pozo con brocal de forja situado al fondo del mismo. El tiro de garrucha, con la sempiterna supervisión de Carmen, era uno de mis entrenamientos favoritos. Con las cubas se llenaban unas hermosas tinas de cerámica depositadas contra una pared, de las que posteriormente se tomaba el agua para las regaderas.



    Grabado en mi memoria está la víspera de ese día, momento en que mi primo Rafael, el menor de mi tío Bartolo, aparejaba una burra mansa que dormía en el establo para dirigirse hasta el arroyo Salado de Arjona en busca de las típicas juncias con las que se alfombraba la calle. Berrinches y llorisqueo, pues ni yo, y menos aún mi hermano Felipe, teníamos la edad oportuna como para introducirnos en ciénagas pantanosas. Finalmente nos conformábamos con ayudarle en la descarga, seguida de un paseo guiado en burra antes de que ésta volviera a sus dependencias.

    Nada más amanecer, acudía en masa el vecindario implicado y se ponía en marcha el proceso de confección del típico altar y adorno de calle. No solía faltar el dulce y el licor. Mi abuela, de arraigadas costumbres religiosas, carácter dulce y bondadoso, se arrogaba el mando a la hora de distribuir y disponer el ornato (casi todo salía de su casa). Mi madre, también muy dada a lo artístico, se convertía en su fiel consejera. Se estaba retocando hasta casi el momento mismo del paso de la custodia, en que tocaba echar las rodillas en tierra y persignarse. A renglón seguido llegaba la esperada hora de las botellas de gaseosa para los menores y espumosas, vinos y aperitivos para el resto de la congregación. La jornada festiva se remataba con un suculento almuerzo familiar, elaborado por Carmen que había echado su mañana de Corpus metida entre fogones.

     Dejando ya de lado este jueves festivo (ahora en domingo), y para no ponerme demasiado pesado, es menester ir cerrando. Pero ya puestos. tengo forzosamente que echar mano de otros recuerdos relacionados con El Villar, donde también solíamos pasar temporadas de vacaciones. Se mantiene fresco en mi memoria el olor a pan tierno y dulces de los hornos que regentaban mis tíos Bartolo, Pepe y Manolo, o el acompañamiento mañanero de escolta, que mi hermano y yo, le hacíamos a mi primo Antoñuelo, que siendo aun un chavalillo, ya colaboraba con la economía familiar repartiendo churros por las calles. Éstos se conservaban calientes gracias a una cajonera de ascuas depositada sobre el carrillo de reparto. Después de aquello ya podíamos disponer de él para el resto de la jornada lúdica.

San Francisco (patrón)
     Otros recuerdos guardan relación con las fiestas patronales. Sería por mi carácter tímido y apocado, o vaya a saber porqué, que de chico le tenía verdadero pánico a los gigantes y cabezudos, especialmente a estos últimos que se mostraban más escurridizos y saltarines. No me atrevía a verlos pasar desde la puerta de la calle y me subía al balcón del cuarto de mi abuela. Mi madre, que se hallaba empeñada en que tenía que superar estas fobias, incitaba a mis primos, que solían salir con la cabeza gorda, para que al pasar por la casa hicieran una breve incursión de reconocimiento, a la que yo respondía como una centella encerrándome en las cámaras. El descojone para mis padres, Carmen y la abuela, y el mal rato para un servidor. Hoy, por suerte, ya no me asusto de casi nada, gracias, en parte, a los cabezudos de El Villar.


     También a la feria pertenecen los recuerdos sobre partidos de futbol de máxima rivalidad contra Escañuela. Creo que los visitantes se desplazaban andando, y los encuentros tenían lugar en un improvisado terreno de juego en una tierra calma con varias vueltas de rulo. Por porterías unos postes de madera unidos por unas sogas. Entre los locales siempre se alineaba alguno de mis primos entre los que destacaba Manolito Gay) que con el tiempo ingresaría en la Policía Armada.

Villardompardo F.C. (1965)

     La providencial presencia de una vecina en casa de mi abuela sacando agua del pozo, evito un episodio, que pudo revestir caracteres de tragedia. Mi hermano el guarín, se dedicaba a jugar a los barquitos en una de esas tinas, ya referidas, cuyo nivel de agua estaba por debajo del acostumbrado. Encaramado en lo alto de una silla, hincó la cabeza tanto en busca de la navegabilidad que cayó sobre la misma, quedando con los pies para arriba. A las manos salvadoras de Lucía le debe la vida, aunque tragó bastante agua y nos llevamos un buen susto, especialmente la abuela responsable de nuestra guarda y custodia. 

Era del Cortijo de Uribe (1950)

     Excursiones infantiles dirigidas por Carmen hasta el Cortijo-casería de Uribe, con recolección de hinojos para el puchero por el camino, era otro de los atractivos de aquellos periodos vacacionales. Recuerdo perfectamente las dependencias nobles del mismo, recargadas de cuadros, alfombras, mobiliario antiguo y una armadura que llamaba poderosamente la atención de los infantes. He intentado localizar la fecha exacta del fallecimiento de la vizcondesa viuda, Doña María del Carmen Uribe y Peláez, con resultado totalmente infructuoso.

Obtenida a posteriori (veánse agradecimientos comentario 2)

  Me consta, que después de aquellos tristes sucesos de la guerra, pasaba largas temporadas en sus dominios de Villardompardo. De hecho mantuvo la amistad con mi abuela, y cuando se dejaba caer por el pueblo para escuchar misa, se detenía su coche a la puerta de ésta para que le acompañara. Su influencia sirvió para que cuando mi padre fue reclamado para prestar servicios militares a la patria le adjudicaran un destino cómodo como ordenanza en el Ministerio del Ejército, con sede en Madrid.


    Al fallecer mi abuela en 1970, pese a la proximidad, me desvinculo considerablemente de El Villar. La casa de los abuelos pasó con el tiempo a manos de mi tío Antonio. Fue el único de los hermanos a quien se le pudo costear estudios (bachillerato), suficientes para opositar y ganar una plaza de Secretario de Tercera. Después de permanecer una buena temporada en Pampaneira, un precioso y aislado pueblo de la Alpujarra granadina, en 1972 pasaría a ocupar la vacante provisional de la Secretaría del Ayuntamiento de Villardompardo, con carácter definitivo desde 1974 y que desempeñaría hasta su muerte acaecida poco después.




     Cuando he tenido que visitar El Villar, mayormente por sepelios de tíos y un primo prematuramente desaparecido (otro Manolito Gay), no he dejado nunca de girar visita a esa magnífica casa, que tan buenos y asustadizos recuerdos me evocan. En vida de la viuda Carmina, todavía podía adentrarme fugazmente en ella. Al carcer éstos de descendencia el dominio sobre la misma se desvincula definitivamente del apellido Gay.
     La última vez que estuve allí, hará como dos años, fue en una fugaz parada solitaria de incognito. Quería interesarme por la salud de un pedazo de mujer llamada Carmen Gay, quien asistió a mi abuela, y que a raíz del prematuro fallecimiento de mi madre, pasó generosamente como un año en Porcuna cuidando de mi y de mis hermanos, hasta que mi padre fue capaz de encajar aquel mazazo. A efectos de afectividad es para nosotros como una tía. De hecho mi abuela, supo agradecerle sus desvelos, incluyéndola entre sus herederos como una más. Estuve tentado de pasearme por la calle larga, pero termine desistiendo. De hecho desconozco quien la habita hoy y si se han efectuado reformas. Prefiero quedarme con esa imagen que he capturado en la red, de la que me he servido para trazar esta pequeña semblanza nostálgica ilustrada.


28 febrero 2012

LA MAPRIORA


    Este apodo se lo encasquetó, con mucho acierto, su señor padre, asimilándola a las potestades de las que disfrutaba la madre priora de un convento de monjas.
    Desde muy jovencita le gustaba ya organizar y dirigir. Con el tiempo, sería ella quien llevara las riendas del pequeño taller de costura que, junto a su madre, hermana y alguna que otra operaria de temporada, montaron en su propia casa. Era ella quien se encargaba de repartir el trabajo y asignar las tareas domésticas, motivo por el que discutía frecuentemente con su madre. Al ser la mayor, se creía con derecho de disponer sobre todo lo relativo  a sus hermanos, convencida siempre de llevar la razón y de que sus decisiones eran las más convenientes para todos. A su propia hermana, cuando se puso novia  y casadera, le buscó trabajó en el prestigioso taller de Doña María, que al poco la nombró primera oficiala y persona de confianza. Este hecho, valiéndose de sus relaciones con la notable clientela femenina para la que cosía,  supo aprovecharlo para conseguir también un buen empleo a su novio, en la naciente fábrica de papel de la celulosa.
   Cuando le llegó la hora de trabajar al más pequeño de la casa, se negó en rotundo a que siguiera el oficio que su padre desempeñaba: “El niño no será albañil, será mecánico”. Su testarudez se tradujo pronto en su ingreso como aprendiz en un taller de cerrajería, convirtiéndose con el tiempo en un buen profesional de este ramo industrial.
    Su padre, hombre liberal y condescendiente, confiaba plenamente en el atino de su “mapriora”, y la dejaba hacer y deshacer a su antojo. Las pocas veces en que se le contrariaba entonaba una famosa frase, que en su boca se haría célebre: “En mí no manda nadie”.



    Para muestra un botón. Allá por los años cincuenta, cuando sólo tendría 18 o 20 años, a pesar del tan temido “qué dirán” pueblerino, salvando la contrariedad de su propia madre, con el traje de marinero que le había regalado su novio, al terminar el servicio militar, se confeccionó un conjunto de pantalón blanco y camisa que imitaba a aquellos que lucían las famosas actrices de la época. Adornada con un pañuelo al cuello, unas gafas de sol y su melenita al viento, completó su hazaña paseándose descalza por la playa con el pantalón remangado, lo mismo que hacían aquellas primeras turistas extranjeras que aterrizaban por la costa granadina.
    Esa foto en la que aparece con pose de modelo, es la demostración palpable de que era capaz de conseguir aquello que se proponía.

Motril: Vista parcial del puerto (años 60)

    Fueron pasando los años manteniendo ese carácter poderoso: “nunca nadie mando en ella”.
    Llegada la vejez, en su vida se ha cruzado sin avisar el “Señor Alzheimer” que poco a poco le ha ido arrebatando su potestad. En un principio se revelaba y le costaba trabajo aceptar directrices ajenas. A medida que su enfermedad se fue acentuando ha perdido capacidad para decidir, opinar e incluso pensar, quedando anulada prácticamente su voluntad.
    Si este indeseable Señor le hubiera puesto sobre aviso de tal situación, se habría reído en su propia cara, no sin antes contestarle con su característico: “en mi no hay quién mande”.

     Rosa Campoy (cuidadora e hija de "la mapriora")


08 diciembre 2010

Fonda "La Esperanza" (1924-1957).



C/ Ramón y Cajal (Porcuna).
Dibujo de Manuel Bueno Carpio sacado de una fotografía de 1942

Fernando Delgado (1930-2009)

   Las entradas dedicadas a la familia del actor Fernando (Martínez) Delgado nacido en mayo, como las flores, del año 1930 en la habitación nº 2 de la Fonda la Esperanza, calle Ramón y Cajál nº 13 de Porcuna (Jaén),  han conformado un exagerado preámbulo utilizado como simple pretexto para ocuparme de la historia de mi familia, que, aunque no subieron nunca a un escenario, han pasado a la memoria colectiva de Porcuna por su arte y gracejo.
   La verdad sea dicha, he disfrutado bastante adentrándome en los entresijos de aquel mundo del teatro para mí desconocido. La curiosidad se suele saldar con aprendizaje. Creo que ha merecido la pena.
   Si para la elaboración de las trayectorias profesionales de este linaje de cómicos españoles he podido disponer de las informaciones teatrales recogidas en los diarios y revistas de la época, para la mía dispongo casi exclusivamente de un álbum de fotografías, de testimonios orales y de las noticias grabadas en mi memoria que me trasmitieron mis padres, a pesar de su prematura desaparición. También en  las hemerotecas digitales y en publicaciones locales he encontrado alguna información, que iré derramando en estas páginas que les dedico.

   El alma mater de este negocio fue mi abuela Ana Espinosa Párraga. Me cuentan que era una mujer dinámica y emprendedora, que con el concurso de su esposo Felipe Heredia Santiago a) Birón y carpintero de profesión, hacia mediados de la década de los 20 se embarcan en esta empresa ante la carencia de alojamientos de hospedaje medianamente dignos. 

 Ana Espinosa Párraga

 Felipe Heredia Santiago "Birón"

   Fue mi abuelo reputado maestro en su oficio fue el encargado de fabricar el mobiliario necesario (camas, mesitas de noche, armarios, palanganeros, perchas, sillas, mesas, cuadros...). Para decorar el comedor enmarcó unas litografías alusivas al descubrimiento de América.
   Hace algunos años, con motivo de cierta restauración casera, descubrimos en el interior de uno de los cuadros una pequeña nota escrita con lápiz de carpintero sobre papel de estraza que decía: “Estos marcos fueron fabricados por el maestro Felipe Heredia y su aprendiz ? el año 1924”.


 

   Reintegrada a su lugar original y  olvidado el cuadro que la alojaba, por pereza manual, hemos desistido de su búsqueda que hubiera quedado bien para ilustrar la entrada y certificar el arranque del negocio hostelero.
   Las riendas del establecimiento, por carácter, las llevara mi abuela. Era una persona afable y cariñosa, que trataba a sus huéspedes como si fueran miembros de su familia. Sus habilidades como costurera las utilizó para proveerse de lo preciso para poner en marcha el hostal.
   La plantilla de personal estaba compuesta por una cocinera, una mujer encargada del servicio de habitaciones y de un botones, que además de hacerse cargo del equipaje de los huéspedes, ayudaba en el comedor.
   Tuvieron tres hijos Manuel, Felipe y Encarnación (mi progenitora).
  
  
   Ésta, heredó de su abuelo materno el apodo Mazantini. Con motivo de un viaje que realizó a la Feria de Málaga tuvo la oportunidad de ver torear al mítico e ilustrado torero. En reuniones de amigos, tabernas y barberías, ante sus reiteradas referencias y alusiones a la grandeza y arte de aquel torero terminaría siendo bautizado con tal remoquete, que al heredarlo mi madre se transformó en Mazantina (“Encarnita la Mazantina”).

    

   Sus hermanos varones, Manuel y Felipe, nacidos en 1912 y 1919 respectivamente, por aquello, del acostumbrado trato con los artistas que se albergaban en la fonda, desarrollaron por contagio cierta faceta cómica:

 Manuel Heredia Espinosa (1912-1992)

    Felipe en alguna que otra ocasión participaría en funciones teatrales de aficionados presentado como el célebre excéntrico "Jaimito Birón":



   Manuel, a la temprana edad de doce años ingresó en el Seminario Conciliar de Baeza, pasando con posterioridad al de Jaén donde obtiene el título de Bachiller Eclesiástico. Abandona la vocación sacerdotal y regresa a Porcuna donde colabora con el negocio familiar, mientras prepara oposiciones al Cuerpo de Investigación y Vigilancia de la República, al que consigue acceder en 1935 siendo su primer destino Córdoba. Por fuentes orales conocemos que durante ese periodo militó y mitineó en el seno de la agrupación local de la Juventud Socialista.
   Su posterior carrera profesional es sobradamente conocida en Porcuna, jubilándose como Comisario Jefe del Cuerpo Superior de Policía en Córdoba. Gran aficionado a las antigüedades, a la historia y costumbres de su pueblo, publicó numerosos artículos en la revista de feria, trabajos más extensos en el Boletín de la Real Academia de Córdoba y en el Instituto de Estudios Jiennenses, y recopiló cuanta información pudo para su Historia de Porcuna, publicada después de su muerte.

Felipe Heredia Espinosa (1919-1941)

   Felipe, compaginaba el aprendizaje del oficio de su padre con la siempre imprescindible ayuda en el hostal. Adquiere cierta celebridad a nivel local por sus ocurrencias. 

  En cierta ocasión, se hospedaba en la fonda un artista de circo que portaba en el hombro un mono de compañía. Trabó amistad con el simio, ganándose pronto la confianza de su dueño,  que delegó en él para su cuidado y custodia, mientras en unión de otros artistas peregrinaba por las tabernas del pueblo (desconozco si en aquella época los animales tenían vedado el acceso a los establecimientos públicos). En un ambiente de compenetración y camaradería compartió con el monito copitas de aguardiente dulce, de su misma marca, alcanzando éste un estado de excitación incontrolable. Visitó a una velocidad endiablada, todas y cada una de las habitaciones y dependencias de la fonda, provocando la lógica alarma entre los alojados que descansaban en sus habitaciones. Ni el propio dueño del animal, a su regreso, pudo controlarlo, perdiéndose por los tejados. Al día siguiente, tras pelar la mona, regreso mansamente junto a su amo.
   De mozuelo, tenia por costumbre reunir en una casa almacén que tenia su padre en “La Riverilla” una autentica rehala de perros abandonados, que cuidaba y alimentaba con un propósito jocoso y jaranero. Llegada la temporada de las bodas, aquellos cortejos nupciales de a pie compuestos por novios, familiares y vecinos invitados al convite, convenientemente pertrechados con sus mejores galas, solían pasar por la calle Ramón y Cajal en dirección o de vuelta de la Iglesia Parroquial. Era el momento elegido para arengar a los perros, que con su correspondiente lata atada en el rabo sembraban el desconcierto entre los transeúntes. La broma llego a alcanzar tal fama, que los días de boda los vecinos se apostaban en las esquinas de la calle esperando el momento de la cencerrada perruna.

Carrera de Jesús. Años 30.

   Con la guerra civil se interrumpirá la explotación del negocio familiar. Mi abuela y mi madre, una niña de 8 años que acababa de hacer la primera comunión, ante el peligro de los bombardeos con que era hostigada Porcuna durante el periodo de dominación republicana, y el miedo al moro mercenario, tan propagado entre la población, se refugiaron en Jaén donde pasaron el resto de la guerra. Mi abuelo, optó por permanecer en la casa custodiando sus propiedades y enseres.

   Mis tíos, sin embargo, se implicaron con el bando nacional. El mayor, Manuel, al triunfar el golpe en la capital cordobesa se pondrá al servicio del nuevo régimen. Su hermano Felipe, un mozuelo de espíritu alegre y jovial, que pasaba unos días en Córdoba cuando se inició la guerra, se enroló como voluntario en las milicias de Falange y la pasó peregrinando por diferentes frentes de batalla.
   Mi abuelo, que no era político, a pesar de tener dos hijos en el otro bando, fue respetado por las milicias republicanas. Sin embargo, tras la toma de Porcuna tuvo que poner su casa a disposición de los ocupantes. Todos y cada uno de los relojes despertadores, ubicados sobre sus respectivas mesitas de noche, de las 10 habitaciones con las que contaba el hostal desaparecieron entre chilabas y macutos de la fuerza ocupante.


   Con el fin de la guerra, se reencuentra la familia y se vuelve a poner en marcha el alojamiento. Serán necesarias nuevas inversiones para paliar el pillaje cometido por requetés y beréberes: sabanas, mantas, colchas, toallas, mantelerías y otros enseres. La abuela, volverá a encargarse de su reposición. Su  proveedor oficial de telas y gran amigo, el popular comerciante de tejidos Jesús Gonzalez a) Pistolica, instalado con un establecimiento del ramo en la calle Torrubia.
   Su afán renovador no quedó ahí, y para que el establecimiento ganara en relumbrón y empaque, vistió a las mujeres del servicio con unos grandes mandilones blancos. Con una tela de paño azul marino confeccionó un primoroso traje con botones dorados y gorra de plato con las iniciales H.E. grabadas en oro en el frontal de la misma, para el mozo encargado del cometido de recoger a los viajeros. Si ya de por si, el traje era suficiente reclamo para hacerse de las maletas de artistas y viajantes, cuando estos bajaban en la Carrera, donde tenia su parada el autobús de línea, este pregonaba estribillos publicitarios del tipo: “La Esperanza, fonda la Esperanza, donde por poco dinero se llena la panza”.
   Con mucho esfuerzo el negocio volvería a ser rentable. A cuenta de las arcas municipales se alojaron  en la fonda varios oficiales de los designados para formar parte del Tribunal  Militar encargado de enjuiciar mediante sumarísimos de urgencia a los porcunenses derrotados.



   El maestro carpintero aquejado de una cruel y larga dolencia dejaba de existir en el mes de marzo de 1940:

Azul de Córdoba (12 de marzo de 1940)


   Ocho meses más le duró la vida al menor de los varones del carpintero fallecido. Felipe, hallándose reunido en el cuartel de falange ubicado en el nº 14 de la calle Castillo muere como consecuencia de los daños causados por un disparo de arma de fuego el 3 de noviembre de 1941. Despedido con honores, su entierro fue todo un acontecimiento en aquella Porcuna de posguerra. Recuerdo perfectamente esa pistola y el traje de falangista guardado en un viejo arcón en la habitación más recóndita del ya desaparecido hostal, a la que mi hermano y yo subíamos a los amigos para mostrarles el arma, a pesar de tenerlo terminantemente prohibido por nuestra madre. La versión de los hechos que circuló entre la familia, fue la de una traicionera bala ubicada en la recamara que se escapó mientras limpiaba el arma. Después, han llegado hasta mis oídos diferentes versiones: suicidio, ajuste de cuentas…  Aunque todo apunta a una imprudencia temeraria.
   
   Ana Espinosa supo sobreponerse y continuó con el negocio.




   De esta segunda etapa, si disponemos de testimonios de primera generación aportados por mi vecina Amelia que vivió de primera mano cuanto allí acontecía.
   Había dos clases de huéspedes: los estables y los transeúntes.
   Entre los primeros a destacar al joven fotógrafo Cesar Cruz,  recién instalado en Porcuna y que estuvo alojándose en la fonda hasta contraer matrimonio. Muchas de las fotografías de mi álbum familiar salieron de su objetivo. Trabó una gran amistad con mi familia que se perpetuó con el tiempo. Una muestra de su arte, un retrato a contraluz de mi madre aún soltera:

 Encarnación Heredia Espinosa (1928-1970) "La Mazantina"

   También fueron huéspedes, el médico y posterior alcalde durante los últimos años del franquismo, don Juan Zofío López-Mezquita, don Pedro el del Silo, y dos químicos empleados de la Cibasa.


   Entre los transeúntes predominaban los viajantes de comercio que llegaban con grandes maletas muestrario, los cobradores de la contribución y los artistas. Tras la crisis de subsistencias del 45, la lana llego a alcanzar un precio elevadísimo. No faltó quien, alojándose con maletas llenas de jirones de ropa vieja, aprovechándose de la nocturnidad, sustituía éstos por la lana de los mullidos colchones.
  Entre la amplia nómina de profesionales de la farándula que se alojaron en ella podemos citar a la Niña de la Puebla, Juanito Valderrama, el Príncipe Gitano, Florita Bautista (con el tiempo Conchita), las Hermanas Guerrero y un sin fin de compañías de revista y variedades.
   Para los cabezas de cartel se reservaba la habitación nº 2 que disponía de un amplio armario, era más grande, más fresca y mejor ventilada.
   Estas actuaciones coincidían normalmente con la temporada de verano. Como mi abuela Ana, a su pesar, no podía asistir a las representaciones, por la noche en un amplio patio enlosado de piedra, refrescado con agua del pozo, invitaba a los artistas a un refrigerio, organizándose veladas improvisadas a las que solo tenían acceso un reducido elenco del vecindario y que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada.




   Lógicamente aquellas tiples despertaban la curiosidad de todo el pueblo. Como en aquellos tiempos no se estilaba aun el secador de pelo, estas mujeres para tal menester cruzaban al patio de la vecina casa de Juana Heredia “Pinorra”, donde daba el sol durante todo el día. El trafico de curiosos en la calle Ramón y Cajal aumentaba considerablemente, para captar la fugaz instantánea del cruce de calle de estas despampanantes mujeres.
   Se tenía por costumbre celebrar fraternalmente la Nochevieja,  reuniéndose propietarios, trabajadores, huéspedes y la vecina Juana (viuda de guerra) con su numerosa prole, que era como de la familia. En cierta ocasión uno de los huéspedes hipnotizó a Amelia Millán Heredia ante el asombro de los presentes.

El relevo generacional

Mis padres y la última plantilla de trabajadores del Hostal
Jacinta (cocinera), Salvador (botones) y Manuela (limpieza)

   Tras contraer matrimonio, mis padres intentaron en vano darle continuidad al negocio. Las instalaciones con el tiempo habían quedado un tanto obsoletas y  requerían de urgentes reformas. La competencia ya venia ejerciendo como tal desde hace algunos años (Hostal Videla). La progresiva proliferación de vehículos automóviles repercutirá negativamente sobre su futuro.



   Sus principales clientes, agentes comerciales y artistas, se apuntaron a la nueva moda, lo que terminaría por hacer inviable el negocio. Se estuvo utilizando un tiempo para la celebración de bodas y banquetes, hasta su cierre definitivo a finales de la década de los 50.

   La habitación nº 2, en la que naciera Fernando Delgado, todavía durante algún tiempo sería solicitada, y cedida generosamente, a parejas de recién casados de origen humilde para su noche de bodas, antes de partir para la emigración donde fijaban sus domicilios definitivos.
   A la postre, terminaría convirtiéndose en una espaciosa casa de familia en la que me crié junto a mis padres y hermanos, y una chacha teresiana sorda (Sacramento Espinosa Párraga) que pasaba temporadas con nosotros. La habitación nº 1 se convirtió en el despacho comercial y administrativo de mi padre, la nº 2 mas fresca y mejor ventilada la idónea para sobrellevar las calurosas noches del verano, la nº 3 reservada para las visitas que con el tiempo transformaría en  mi dominio particular, la nº 4 ropero y cuarto de la plancha; las 5 y 6 ,en una especie de entreplanta, se utilizaron como trasteros; el resto de las habitaciones, en la segunda planta, desde la 7 a la 10 quedaron diáfanas y sólo se usaban para tender la ropa los días de humedad, menos está última donde su ubicaba “el arca prohibida” que contenía la ropa, los correajes y la pistola del desaparecido falangista.
  Hace un año, descubrí en la página de L.M Sánchez Tostado sobre la “Guerra Civil en Jaén” el nombre de Felipe Heredia Espinosa relacionado como víctima del franquismo. Llegué a elucubrar que pudiera haber sido asesinado por valerosos afines a sus ideas. Con la partida de su defunción en la mano, me percaté de que todo obedecía al error apriorístico cometido por algún investigador, que al asomarse a los datos suministrados por el registro civil relacionó la fecha con la causa de la muerte y se la endonó a los vencedores.


   Hasta hace poco ha permanecido inscrito su nombre en el monumento que se erigió en memoria de las víctimas de la represión franquista en el cementerio municipal de Porcuna. Puestos sobre aviso los promotores del mismo, lo cubrieron con una disimulada plaquita de mármol blanco. Aunque sigue infiltrado en otro de carácter comarcal que existe en Martos.
¡Paradojas de la Historia!