La fotografía se corresponde con la escolanía de niños
conformada en el seno del Colegio Nacional Francisco Franco de Porcuna
(Jaén), que participó en el VI Concurso Nacional de Villancicos
celebrado en Madrid en diciembre del año 1968, organizado por la
Delegación Nacional de Juventudes con la colaboración de la Subdirección
Nacional de Cultura y Espectáculos. Una primera fase clasificatoria en el Teatro
del Parque Móvil y una gran final entre los días 18 y 20 en el Teatro
Español.
Grupos Escolares (C.N. Francisco Franco)
No llegarán a la final. El primer premio fue para un coro mixto procedente de León. Eso sí, tuvieron la oportunidad
de gozar de la experiencia de actuar en directo ante las cámaras de aquella
emergente RTVE en sus estudios de Prado del Rey. Durante su estancia en la
capital visitaron El Escorial y el Valle de los Caídos, donde,
como procedía, se rezó un padre nuestro ante la tumba de José Antonio, fundador
de la Falange.

A su regreso ofrecieron algunas actuaciones en la Iglesia Parroquial de
Porcuna y en otras poblaciones limítrofes. Hasta fueron llevados a la capital
del Santo Reino donde cantaron en presencia del señor Obispo de la Diócesis y otras autoridades provinciales. Entre sus integrantes se encontraban bastantes amigos
de mi infancia. Su repertorio estaba condicionado por las especiales dotes para
el canto de uno de sus componentes, Francisco Ramírez, que ha pasado a la
historia de la música local con el sobrenombre de “Paquito El Solista”.
Un porcentaje alto de la masa coral no utilizaba las cuerdas vocales, tocaban
la pandereta, sonajas o carracas con una leve y casi sorda apertura de boca de
postureo. El responsable de la su formación musical, dirección y acompañamiento
al piano, un señor aragonés ciego que hacía poco se había hecho cargo de la
delegación local de la ONCE en Porcuna, conocido popularmente como Don
Miguel el Ciego.
Este señor, de quien conservo un grato recuerdo, se hizo muy amigo de mi
padre. Era educado, de carácter afable y muy dado a la conversación. Asiduo de
una especie de tertulia que se organizaba en la papelería del Cojo
Botines, justo en frente de mi casa, a la que solía asistir mientras
hurgaba en la famosa máquina de las bolicas de anís que existía en este
emblemático establecimiento comercial. Otra de sus paradas habituales era la
tienda de tejidos de Cayetano Ruiz con quién trabó una
especial amistad. Hacían reuniones de amigos en su domicilio de la calle
Cervantes para ver aquellos primeros partidos de futbol televisado. Entre los
incondicionales El Mudo de Rojas y Don Miguel. Las oficinas de la
Once estaban en un bajo de la calle Salas donde desarrollaba su trabajo
asistido por Alfonso Cabeza en tareas administrativas,
de reparto y cobro a los vendedores del cupón. Vivía en una fonda que existió
en la calle Trafalgar, regentada por Carmen Millán “La Pregonera”.
Las comidas las hacía en el restaurante de José María “El
Vivi” donde se acopló como uno más de esa gran familia de propietarios,
camareros y asiduos al restaurante-repostería de La Peña.

Debió de instalarse en Porcuna sobre 1967. Quizá
tuviera in mente un traslado casi inmediato a Zaragoza para paliar las
limitaciones de su ceguera al lado de su familia. Sólo conseguía alguna visión mirando por el
rabillo del ojo, de ahí esa imagen que muchos recordamos viéndolo deambular con
la cabeza girada. Entre los acuerdos adoptados por el Excmo. Ayuntamiento de la
capital aragonesa en sesión de plenaria celebrada en septiembre de 1969 se le
autoriza a ocupar una parcela de vía pública para la instalación de un quisco
del modelo aprobado para la Once. Finalmente, ante la buena acogida que se le
dispensó en Porcuna optó por permanecer entre nosotros desarrollando su
actividad de delegado local hasta su muerte.
Don Miguel, tenía por costumbre tomar café y desayunar
en el Bar de Malagón en la Carrera. Por cuestiones de salud
prescindía del estuchado de azúcar, que en aquellos años se servía en terrones, que empleaba en su particular empeño de amaestrar a un gruñón perro pequinés que
formaba parte de mi familia e inseparable de mi señor padre. Sostenía el ciego
el premio a una distancia razonable para que el animal a dos patas pudiera
olfatear el azúcar, pero sin llegar a alcanzarlo; lo mantenía el tiempo
suficiente para que se fuera acostumbrando a la posición bípeda antes de
soltarlo. Con el tiempo el número medio circense se hizo célebre y eran
numerosos los curiosos que se daban cita para verlo.

Surgieron hasta imitadores de Don Miguel. Recuerdo un
caso que casi llegó a tener consecuencias judiciales. Eran esas navidades en
las que los niños con el bocado en la boca nos tirábamos a la calle buscando el
solecico con el mantecado en el bolsillo (de esos surtidos que no solían
faltar en casi ninguna casa para estas fechas). El perro no le hacía asco a
este otro género dulce. Un niño inconsciente llegó a agotar su paciencia (no
soltaba) y el animal sobre su dos patas saltó y mordió la mano del portador con
retardo. Llegó denuncia hasta el jefe de la Policía Municipal, el famoso Ricardito,
que era pariente del imprudente, que mi padre supo resolver con su especial dialéctica
medio intimidatoria contra el de la gorra de plato, que además era vecino
(existía cierta antipatía recíproca por antecedentes relacionados con sus
respectivos menesteres).
Durante este último año de confinamiento domiciliario,
primero obligatorio y después voluntario y preventivo, como alternativa de ocio
muchos hemos hecho un uso abusivo de las redes sociales, desatándose por
momentos una necesidad imperiosa de comunicación. Almacenaba recuerdos en mi memoria
de que la ceguera de Don Miguel era fruto de heridas sufridas durante la guerra
civil, sobre un drama familiar durante esos años convulsos y sobre su vida un
tanto azarosa y aventurera. Compartí mis curiosidades en el instructivo muro de
Facebook de “Amigos de la Historia de Porcuna". Inmediatamente
afloraron recuerdos, anécdotas e informaciones sobre él. Una primera meta para
poder indagar en su pasado era conocer sus apellidos, solicitud atendida por un
amigo y antiguo vecino (Eduardo Cespedosa) que despejó contactando
directamente con la Delegación de la Once en Jaén. A partir de ahí se trataba de
rebuscar entre diferentes fuentes para trazar una pequeña semblanza biográfica
sobre él.
Miguel Aragüés Velasco (1913-1982)
Nacido en Zaragoza el 5 de marzo de 1913 en el seno de
una familia de clase media dedicada al comercio. El padre, Miguel Aragüés
Bescós, natural de Aisa (Huesca), era un acreditado agente comercial,
republicano convencido y admirador de Azaña; la madre, Lucía Josefa Velasco
Sarasa, natural de Tafalla (Navarra), una ferviente católica practicante, que regentaba
una mercería (“El Capricho de Aragón”) en el centro comercial de Zaragoza. Tuvieron
cuatro hijos varones (Miguel, Francisco, José y Manuel) y una hembra (Elisa).


El apellido Aragüés parece mantener cierto vínculo con
el mundo musical. Son varios los directores de bandas de música de pueblos de
Aragón que llevan ese apellido. A la temprana edad de 13 años el niño Miguel, el primogénito, cursaba ya estudios de primero de piano en la Escuela Municipal de
Música de Zaragoza que debió completar con éxito. Por las colecciones de prensa
aragonesa alojadas en la red conocemos que a la altura del año 1930 lo mismo
acompañaba a coros de capilla en actos de carácter religioso que formaba parte
de orquestinas que amenizaban bailes en salones, fiestas de la capital y otras poblaciones
de la provincia.
Fiestas en la barriada rural de Monzalbarba
En 1932 junto al violinista Alfredo Virgos intervenía en
conciertos musicales retrasmitidos en directo por la emisora de Radio Aragón. Esta
variada y polivalente proyección musical le serviría para costearse los
caprichos y gastos propios de un joven de su edad. Buscando estabilidad laboral
prepara oposiciones a Auxiliar del Cuerpo General de la Administración de
Hacienda Pública a las que concurre en la convocatoria del año 1934. No nos
consta que llegara a alcanzar su meta. No volvemos a tener noticias suyas hasta
iniciada la guerra civil que terminaría trastocando por completo la estabilidad
de su familia.


El cabeza de familia tuvo que protegerse de aquellos
que le señalaban como peligroso elemento desafecto. Fue visitado a domicilio
por un grupo de falangistas con el propósito de darle un paseo. Gracias a un inspector
de policía que vivía en el mismo portal pudo salvar la vida. A partir de ese
día no volvió a salir de su casa y permaneció toda la guerra medio escondido en
una alacena que cerraban cuando oían llegar a alguien. Para sus tres hijos mayores (Miguel, Francisco y José)
aquel nuevo estado de cosas si arrastrará consecuencias bastante más negativas.
José (Pepe), nacido en
1916, presunto militante o simpatizante
del partido comunista, fue detenido junto a otros amigos y compañeros a los
pocos días de triunfar el alzamiento. Conducido a la cárcel de Torrero, juzgado
por un Consejo de Guerra en sumarísimo de urgencia es condenado a muerte. Su
madre, de fuertes convicciones religiosas (un hermano llamado Demetrio, vistió
el hábito de escolapio y actuó como sacerdote misionero en Argentina),
valiéndose de amigos y conocidos pudo contactar con el cura de la cárcel, que
le salvó la vida y consiguió su puesta en libertad. Le bajaron del camión que
le conducía a las tapias del cementerio y el joven liberado tuvo que ser
testigo de cómo en su lugar aupaban a uno de sus amigos. Una suculenta ración
de aceite de ricino y para casa. A los pocos días se ordenaba su incorporación
inmediata a primera línea del frente en las filas del ejército sublevado.

Sus hermanos mayores Francisco (n. en 1915 ) y Miguel
(n. en 1913) desde un primer momento habían sido movilizados por el ejército rebelde.
Adscritos al Regimiento de Artillería Ligera nº 9 casi de inmediato fueron destinados
al frente. Miguel resultó gravemente herido en la Batalla de Teruel
pasando la mayor parte de la guerra en el Hospital Militar de Zaragoza
convaleciente, mientras que Francisco, herido y hecho prisionero por el
ejército republicano, terminaría en el famoso Castillo de Montjuic de
Barcelona. Cuando el 25 de enero de 1939 cae la ciudad en poder de los
sublevados recupera la libertad, aunque no tardará en volver a presidio.
Detenido a finales de 1940 se le recluye en la cárcel de Torrero de Zaragoza a
la espera de un Consejo de Guerra. Se enfrenta a los típicos cargos de “adhesión a la rebelión” (se le acusaba de
haber confraternizado con sus carceleros republicanos y de colaborar con sus
servicios de espionaje). El juicio se celebra el día de los Santos
Inocentes del año 1940 siendo condenado a la pena de muerte. A doña Lucía
Josefa le tocó de nuevo recorrer pasillos y despachos: “Llegó incluso a la
antesala del despacho de Franco pidiendo clemencia para mi hermano, pero no le
dejaron hablar con él”. El entrecomillado y el grueso de la información
sobre los avatares de la familia proceden de testimonios orales aportados por
Manuel (el menor de los hijos, así bautizado por su padre en honor de su
admirado Manuel Azaña) insertos en un libro titulado “Las rojas y sus hijos, víctimas de la legislación franquista: El caso de la cárcel de Predicadores (1939-1945)”, del que es autora Rosa María Aragüés Estragués (hija de Manuel),
profesora de Historia Contemporánea en la UNED.
La pena de muerte de Francisco sería finalmente
conmutada por treinta años y un día de reclusión mayor. También el Tribunal de
Responsabilidades Políticas se interesó por él mientras cumplía condena en
diferentes establecimientos: cárcel de Torrero hasta 1943,
batallones penitenciario de trabajo de Meridiana y Belchite. En abril de 1944 recupera la libertad fijando su residencia en Zaragoza al abrigo de la
protección económica que le brinda su hermana Elisa y su cuñado.
Curiosamente el piano de la familia, con el que Miguel
se inició en el mundo de la música, hallábase entre los pocos enseres en
propiedad de la vivienda alquilada que los cobijaba. Para más detalles sobre el
cúmulo de adversidades que tuvo que soportar esta familia les remito al libro
referenciado en formato físico o ebook. A principios de 1941 y en vista de cómo se estaba cebando la represión
franquista con la familia, Miguel Aragüés Bescós, traslada su residencia a
Barcelona donde su experiencia como comercial le serviría para encontrar un
trabajo con el que sacar adelante a los suyos. Tanta contrariedad terminaría
afectando a su salud y a la temprana edad de 65 años dejaba de existir a
finales de abril del año 1943.
La Vanguardia de Barcelona 28 de abril de 1943 Con la pérdida del
padre es cuando el joven músico Miguel Aragüés, tras permanecer un tiempo en
Barcelona y al sentirse como perseguido, optó por el exilio voluntario, renunciando
a los hipotéticos beneficios que le pudiera reportar la Medalla de Sufrimiento
por la Patria (nos consta su solicitud) o por su condición de mutilado. Vivió de
sus aptitudes para la música en París e integrado en diferentes formaciones. Hasta pudo realizar giras por el continente americano. A esta etapa
pertenece la tarjeta de inmigración emitida por el consulado de Brasil en París,
en la que podemos apreciar a un todavía apuesto, dinámico, moderno e independiente músico.

A finales de la década de los años cincuenta, ante una
progresiva pérdida de visión, sólo y desamparado, va a regresar junto a su
familia a Zaragoza. Tuvo la suerte de ser reconocido como caballero mutilado,
lo que le permitiría entrar a trabajar para la ONCE. Uno de sus primeros destinos, como ya hemos argumentado, fue el municipio jiennense de Porcuna, donde dejaría de existir sobre 1982 (no podemos certificar con exactitud).