Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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01 junio 2021

"Don Miguel el Ciego" (Miguel Aragüés Velasco): un maño y porcunense adoptivo singular".

La fotografía se corresponde con la escolanía de niños conformada en el seno del Colegio Nacional Francisco Franco de Porcuna (Jaén), que participó en el VI Concurso Nacional de Villancicos celebrado en Madrid en diciembre del año 1968, organizado por la Delegación Nacional de Juventudes con la colaboración de la Subdirección Nacional de Cultura y Espectáculos. Una primera fase clasificatoria en el Teatro del Parque Móvil y una gran final entre los días 18 y 20 en el Teatro Español.


Grupos Escolares (C.N. Francisco Franco)

No llegarán a la final. El primer premio fue para un coro mixto procedente de León. Eso sí, tuvieron la oportunidad de gozar de la experiencia de actuar en directo ante las cámaras de aquella emergente RTVE en sus estudios de Prado del Rey. Durante su estancia en la capital visitaron El Escorial y el Valle de los Caídos, donde, como procedía, se rezó un padre nuestro ante la tumba de José Antonio, fundador de la Falange.

A su regreso ofrecieron algunas actuaciones en la Iglesia Parroquial de Porcuna y en otras poblaciones limítrofes. Hasta fueron llevados a la capital del Santo Reino donde cantaron en presencia del señor Obispo de la Diócesis y otras autoridades provinciales. Entre sus integrantes se encontraban bastantes amigos de mi infancia. Su repertorio estaba condicionado por las especiales dotes para el canto de uno de sus componentes, Francisco Ramírez, que ha pasado a la historia de la música local con el sobrenombre de “Paquito El Solista”. Un porcentaje alto de la masa coral no utilizaba las cuerdas vocales, tocaban la pandereta, sonajas o carracas con una leve y casi sorda apertura de boca de postureo. El responsable de la su formación musical, dirección y acompañamiento al piano, un señor aragonés ciego que hacía poco se había hecho cargo de la delegación local de la ONCE en Porcuna, conocido popularmente como Don Miguel el Ciego.

Este señor, de quien conservo un grato recuerdo, se hizo muy amigo de mi padre. Era educado, de carácter afable y muy dado a la conversación. Asiduo de una especie de tertulia que se organizaba en la papelería del Cojo Botines, justo en frente de mi casa, a la que solía asistir mientras hurgaba en la famosa máquina de las bolicas de anís que existía en este emblemático establecimiento comercial. Otra de sus paradas habituales era la tienda de tejidos de Cayetano Ruiz con quién trabó una especial amistad. Hacían reuniones de amigos en su domicilio de la calle Cervantes para ver aquellos primeros partidos de futbol televisado. Entre los incondicionales El Mudo de Rojas y Don Miguel. Las oficinas de la Once estaban en un bajo de la calle Salas donde desarrollaba su trabajo asistido por Alfonso Cabeza en tareas administrativas, de reparto y cobro a los vendedores del cupón. Vivía en una fonda que existió en la calle Trafalgar, regentada por Carmen Millán “La Pregonera”. Las comidas las hacía en el restaurante de José María “El Vivi” donde se acopló como uno más de esa gran familia de propietarios, camareros y asiduos al restaurante-repostería de La Peña.


Debió de instalarse en Porcuna sobre 1967. Quizá tuviera in mente un traslado casi inmediato a Zaragoza para paliar las limitaciones de su ceguera al lado de su familia. Sólo conseguía alguna visión mirando por el rabillo del ojo, de ahí esa imagen que muchos recordamos viéndolo deambular con la cabeza girada. Entre los acuerdos adoptados por el Excmo. Ayuntamiento de la capital aragonesa en sesión de plenaria celebrada en septiembre de 1969 se le autoriza a ocupar una parcela de vía pública para la instalación de un quisco del modelo aprobado para la Once. Finalmente, ante la buena acogida que se le dispensó en Porcuna optó por permanecer entre nosotros desarrollando su actividad de delegado local hasta su muerte.

Don Miguel, tenía por costumbre tomar café y desayunar en el Bar de Malagón en la Carrera. Por cuestiones de salud prescindía del estuchado de azúcar, que en aquellos años se servía en terrones, que empleaba en su particular empeño de amaestrar a un gruñón perro pequinés que formaba parte de mi familia e inseparable de mi señor padre. Sostenía el ciego el premio a una distancia razonable para que el animal a dos patas pudiera olfatear el azúcar, pero sin llegar a alcanzarlo; lo mantenía el tiempo suficiente para que se fuera acostumbrando a la posición bípeda antes de soltarlo. Con el tiempo el número medio circense se hizo célebre y eran numerosos los curiosos que se daban cita para verlo.

Surgieron hasta imitadores de Don Miguel. Recuerdo un caso que casi llegó a tener consecuencias judiciales. Eran esas navidades en las que los niños con el bocado en la boca nos tirábamos a la calle buscando el solecico con el mantecado en el bolsillo (de esos surtidos que no solían faltar en casi ninguna casa para estas fechas). El perro no le hacía asco a este otro género dulce. Un niño inconsciente llegó a agotar su paciencia (no soltaba) y el animal sobre su dos patas saltó y mordió la mano del portador con retardo. Llegó denuncia hasta el jefe de la Policía Municipal, el famoso Ricardito, que era pariente del imprudente, que mi padre supo resolver con su especial dialéctica medio intimidatoria contra el de la gorra de plato, que además era vecino (existía cierta antipatía recíproca por antecedentes relacionados con sus respectivos menesteres).

Durante este último año de confinamiento domiciliario, primero obligatorio y después voluntario y preventivo, como alternativa de ocio muchos hemos hecho un uso abusivo de las redes sociales, desatándose por momentos una necesidad imperiosa de comunicación. Almacenaba recuerdos en mi memoria de que la ceguera de Don Miguel era fruto de heridas sufridas durante la guerra civil, sobre un drama familiar durante esos años convulsos y sobre su vida un tanto azarosa y aventurera. Compartí mis curiosidades en el instructivo muro de Facebook de “Amigos de la Historia de Porcuna". Inmediatamente afloraron recuerdos, anécdotas e informaciones sobre él. Una primera meta para poder indagar en su pasado era conocer sus apellidos, solicitud atendida por un amigo y antiguo vecino (Eduardo Cespedosa) que despejó contactando directamente con la Delegación de la Once en Jaén. A partir de ahí se trataba de rebuscar entre diferentes fuentes para trazar una pequeña semblanza biográfica sobre él. 

Miguel Aragüés Velasco (1913-1982) 

Nacido en Zaragoza el 5 de marzo de 1913 en el seno de una familia de clase media dedicada al comercio. El padre, Miguel Aragüés Bescós, natural de Aisa (Huesca), era un acreditado agente comercial, republicano convencido y admirador de Azaña; la madre, Lucía Josefa Velasco Sarasa, natural de Tafalla (Navarra), una ferviente católica practicante, que regentaba una mercería (“El Capricho de Aragón”) en el centro comercial de Zaragoza. Tuvieron cuatro hijos varones (Miguel, Francisco, José y Manuel) y una hembra (Elisa).



El apellido Aragüés parece mantener cierto vínculo con el mundo musical. Son varios los directores de bandas de música de pueblos de Aragón que llevan ese apellido. A la temprana edad de 13 años el niño Miguel, el primogénito, cursaba ya estudios de primero de piano en la Escuela Municipal de Música de Zaragoza que debió completar con éxito. Por las colecciones de prensa aragonesa alojadas en la red conocemos que a la altura del año 1930 lo mismo acompañaba a coros de capilla en actos de carácter religioso que formaba parte de orquestinas que amenizaban bailes en salones, fiestas de la capital y otras poblaciones de la provincia. 

Fiestas en la barriada rural de Monzalbarba

En 1932 junto al violinista Alfredo Virgos intervenía en conciertos musicales retrasmitidos en directo por la emisora de Radio Aragón. Esta variada y polivalente proyección musical le serviría para costearse los caprichos y gastos propios de un joven de su edad. Buscando estabilidad laboral prepara oposiciones a Auxiliar del Cuerpo General de la Administración de Hacienda Pública a las que concurre en la convocatoria del año 1934. No nos consta que llegara a alcanzar su meta. No volvemos a tener noticias suyas hasta iniciada la guerra civil que terminaría trastocando por completo la estabilidad de su familia.


El cabeza de familia tuvo que protegerse de aquellos que le señalaban como peligroso elemento desafecto. Fue visitado a domicilio por un grupo de falangistas con el propósito de darle un paseo. Gracias a un inspector de policía que vivía en el mismo portal pudo salvar la vida. A partir de ese día no volvió a salir de su casa y permaneció toda la guerra medio escondido en una alacena que cerraban cuando oían llegar a alguien. Para sus tres hijos mayores (Miguel, Francisco y José) aquel nuevo estado de cosas si arrastrará consecuencias bastante más negativas.

José (Pepe), nacido en 1916,  presunto militante o simpatizante del partido comunista, fue detenido junto a otros amigos y compañeros a los pocos días de triunfar el alzamiento. Conducido a la cárcel de Torrero, juzgado por un Consejo de Guerra en sumarísimo de urgencia es condenado a muerte. Su madre, de fuertes convicciones religiosas (un hermano llamado Demetrio, vistió el hábito de escolapio y actuó como sacerdote misionero en Argentina), valiéndose de amigos y conocidos pudo contactar con el cura de la cárcel, que le salvó la vida y consiguió su puesta en libertad. Le bajaron del camión que le conducía a las tapias del cementerio y el joven liberado tuvo que ser testigo de cómo en su lugar aupaban a uno de sus amigos. Una suculenta ración de aceite de ricino y para casa. A los pocos días se ordenaba su incorporación inmediata a primera línea del frente en las filas del ejército sublevado.

Sus hermanos mayores Francisco (n. en 1915 ) y Miguel (n. en 1913) desde un primer momento habían sido movilizados por el ejército rebelde. Adscritos al Regimiento de Artillería Ligera nº 9 casi de inmediato fueron destinados al frente. Miguel resultó gravemente herido en la Batalla de Teruel pasando la mayor parte de la guerra en el Hospital Militar de Zaragoza convaleciente, mientras que Francisco, herido y hecho prisionero por el ejército republicano, terminaría en el famoso Castillo de Montjuic de Barcelona. Cuando el 25 de enero de 1939 cae la ciudad en poder de los sublevados recupera la libertad, aunque no tardará en volver a presidio. Detenido a finales de 1940 se le recluye en la cárcel de Torrero de Zaragoza a la espera de un Consejo de Guerra. Se enfrenta a los típicos cargos de  “adhesión a la rebelión” (se le acusaba de haber confraternizado con sus carceleros republicanos y de colaborar con sus servicios de espionaje). El juicio se celebra el día de los Santos Inocentes del año 1940 siendo condenado a la pena de muerte. A doña Lucía Josefa le tocó de nuevo recorrer pasillos y despachos: “Llegó incluso a la antesala del despacho de Franco pidiendo clemencia para mi hermano, pero no le dejaron hablar con él”. El entrecomillado y el grueso de la información sobre los avatares de la familia proceden de testimonios orales aportados por Manuel (el menor de los hijos, así bautizado por su padre en honor de su admirado Manuel Azaña) insertos en un libro titulado “Las rojas y sus hijos, víctimas de la legislación franquista: El caso de la cárcel de Predicadores (1939-1945)”, del que es autora Rosa María Aragüés Estragués (hija de Manuel), profesora de Historia Contemporánea en la UNED.

La pena de muerte de Francisco sería finalmente conmutada por treinta años y un día de reclusión mayor. También el Tribunal de Responsabilidades Políticas se interesó por él mientras cumplía condena en diferentes establecimientos: cárcel de Torrero hasta 1943, batallones penitenciario de trabajo de Meridiana y Belchite. En abril de 1944 recupera la libertad fijando su residencia en Zaragoza al abrigo de la protección económica que le brinda su hermana Elisa y su cuñado.


Curiosamente el piano de la familia, con el que Miguel se inició en el mundo de la música, hallábase entre los pocos enseres en propiedad de la vivienda alquilada que los cobijaba. Para más detalles sobre el cúmulo de adversidades que tuvo que soportar esta familia les remito al libro referenciado en formato físico o ebook.
A principios de 1941 y en vista de cómo se estaba cebando la represión franquista con la familia, Miguel Aragüés Bescós, traslada su residencia a Barcelona donde su experiencia como comercial le serviría para encontrar un trabajo con el que sacar adelante a los suyos. Tanta contrariedad terminaría afectando a su salud y a la temprana edad de 65 años dejaba de existir a finales de abril del año 1943.

La Vanguardia de Barcelona 28 de abril de 1943

Con la pérdida del padre es cuando el joven músico Miguel Aragüés, tras permanecer un tiempo en Barcelona y al sentirse como perseguido, optó por el exilio voluntario, renunciando a los hipotéticos beneficios que le pudiera reportar la Medalla de Sufrimiento por la Patria (nos consta su solicitud) o por su condición de mutilado. Vivió de sus aptitudes para la música en París e integrado en diferentes formaciones. Hasta pudo realizar giras por el continente americano. A esta etapa pertenece la tarjeta de inmigración emitida por el consulado de Brasil en París, en la que podemos apreciar a un todavía apuesto, dinámico, moderno e independiente músico. 


A finales de la década de los años cincuenta, ante una progresiva pérdida de visión, sólo y desamparado, va a regresar junto a su familia a Zaragoza. Tuvo la suerte de ser reconocido como caballero mutilado, lo que le permitiría entrar a trabajar para la ONCE. Uno de sus primeros destinos, como ya hemos argumentado, fue el municipio jiennense de Porcuna, donde dejaría de existir sobre 1982 (no podemos certificar con exactitud). 

10 junio 2014

GENERAL MIGUEL NUÑEZ DE PRADO Y SUSBIELAS (Montilla 1882-Pamplona 1936).


    Como consecuencia de cierta propensión personal a citar y relacionar los nombres y apellidos de los diferentes protagonistas y secundarios que se cruzan en nuestro camino se establece una fluida comunicación con personas de diferentes ámbitos que, por cualquier motivo, muestran curiosidad o interés por alguno de ellos. Normalmente procuramos atender estas peticiones de ayuda.
    Un comentario de un amigo y compañero, inserto en una entrada antigua, sobre el apellido Núñez de Prado, originario de Montilla (Córdoba), que no tiene nada que ver con la prestigiosa almazara de aceite de oliva virgen extra de Baena (Córdoba), ha provocado una reciente y doble demanda en torno al general de división del arma de caballería don Miguel Núñez de Prado y Susbielas, natural de Montilla. Durante la indagatoria hemos conocido a un militar africanista de brillante hoja de servicios y trayectoria, cuya figura, creemos, ha quedado algo relegada al olvido entre los cordobeses, sus paisanos, como consecuencia de las circunstancias finales de su vida. Es precisamente su trágico final quien lo ha situado como objeto de nuestro especial interés, como podrán comprobar más adelante.
     Había nacido en Montilla en el año 1882. Era hijo del militar de carrera Miguel Núñez de Prado y Rodríguez y de Concepción Susbielas y Sanz, ambos pertenecientes y emparentados con las principales familias de la localidad (Cuesta, Rioboo, Salas, Portero…).
    Tras concluir brillantemente su  periodo de formación militar en la academia de caballería de Valladolid obtiene destino en el regimiento de lanceros de Sagunto de Córdoba, a cuyo mando estuvo su padre a partir de 1907. Con posterioridad pasa al prestigioso regimiento de húsares de Pavía en Madrid y poco después al escuadrón de la Escolta Real como primer teniente. Por necesidades de la guerra que se había desencadenado en Marruecos, en febrero de 1910, se le destina de plantilla al grupo de escuadrones de Melilla. En esta primera fase de la contienda africana  también participa su padre, el coronel Miguel Núñez de Prado y Rodríguez, al mando del regimiento de cazadores de Taxdirt. Fue precisamente él quien se puso en contacto con el Ayuntamiento de Porcuna (Jaén) para que se premiara y reconociera oficialmente la actitud heroica del cabo de su regimiento, el porcunense Cristino Molina (Laureados y mutilados).
    En 1913, Miguel Núñez de Prado y Susbielas, ya con el grado de capitán, tras una corta convalecencia por enfermedad en la península y participar en un curso práctico de aviación celebrado en Gudalajara, regresa nuevamente al frente encuadrado en las fuerzas Regulares Indígenas de Melilla a las que permanecerá ligado por espacio de diez años.
   Su pericia y bravura en combate le sirven para ser condecorado con la Cruz de María Cristina (1914) y conseguir el ascenso a Comandante (1915).    

   Promovido pronto a Teniente Coronel por méritos de guerra adquiridos en primera línea durante aquella prolongada campaña. Con tal grado y al mando del segundo grupo de fuerzas Regulares Indígenas participa en el desastre de Annual (1921) escapando milagrosamente de la muerte (herido).

Al frente de su grupo de regulares


    Reorganizado éste tras aquel descalabro se convierte en figura preeminente de la nueva fase de la guerra.
    En 1922 abandona por unos meses las operaciones y viaja a la península para jurar el cargo de gentilhombre de S.M. para el que había sido propuesto. Tuvo tiempo de visitar a su familia en Montilla antes de regresar nuevamente a su puesto de mando.



    En el mes de mayo de 1923, coincidiendo con la fiestas en honor del santo patrón de Montilla, San Francisco Solano, es homenajeado en su pueblo natal. Acababa de poner fin a su participación en las duras campañas de Marruecos  y regresaba repleto de condecoraciones y propuesto para el inmediato ascenso a Coronel. Por acuerdo unánime de la corporación municipal sería nombrado Hijo Predilecto de la ciudad  y obsequiado con un bastón de mando, costeado por suscripción popular entre sus vecinos, para cuando alcanzara el grado de General. Se le tributa el recibimiento de un héroe:






    Montilla, como madre cariñosa, siéntese orgullosa de la actuación gloriosa de este hijo que ahora reverdece los lauros del histórico y  célebre montillano,  Gonzalo Fernández de Córdoba “El Gran Capitán” (palabras finales del señor alcalde en protocolario discurso en su honor).

    En la fotografía además del homenajeado (nº 1) y el ya referido alcalde señalado con el nº 3, aparece el General Sanjurjo (nº 2), nombrado comandante general de Melilla con posterioridad al desastre de Annual y a cuyas órdenes había operado. Con el nº 4, portando un sombrero blanco entre sus manos, se nos muestra su orgulloso padre, el General Miguel Núñez de Prado y Rodríguez, que por estas fechas se hallaba ya en situación de retirado después de haber estado al frente de los Gobiernos Militares de Jerez y Valencia.
   En un banquete celebrado en la caseta de feria del elitista Círculo Montillano, el homenajeado y su ilustre huésped, el General Sanjurjo, pudieron degustar una selecta carta de los reputados vinos del terreno: “Sobresaliendo las marcas Buenavista de Ruiz Jiménez, Solera y Carta Fina de Cobos, Solano de García Toro y Néctar de Alvear”. 

    Ya con el grado de Coronel es destinado al primer regimiento de Aviación en Madrid, cuyo mando se le confiere. En 1925 se hace con el fajín de General y por fin puede hacer uso de aquel bastón que años atrás le regalaran en su pueblo intuyendo el progreso en su meteórica carrera.
     En 1926, como General de Brigada, es nombrado Gobernador Militar de los territorios españoles del Golfo de Guinea, en cuyo destino permanece hasta proclamada la II Republica.


    Durante los primeros años de la República, mandó la división VI de Burgos y la II de Sevilla, hasta que en 1934 pasa a la Inspección General del Ejército con sede en Madrid. Se hace acreedor de la confianza de las autoridades republicanas. El gobierno de Portella Valladares le nombra Director General de Aeronáutica en enero de 1936. El nuevo gobierno republicano salido de las elecciones de febrero, ganadas por el Frente Popular, le mantuvo en su puesto.
   Durante los agitados meses en los que tuvo la máxima responsabilidad en la materia se implicó de lleno en mantener a la aviación militar española dentro de la obediencia a la República.
    Al estallar la sublevación en Marruecos el 17 de julio, se puso a trabajar para abortarla, en abierto contraste con la parálisis del poder civil. Se ofreció para volar a Tetuán y tratar de evitarla. Suspendió el viaje y decidió volar al día siguiente a Zaragoza, ciudad que aún no se había sublevado formalmente. Su propósito era persuadir al general Cabanellas al mando de la V División Orgánica para que no se uniera a los sublevados.
   En la tarde del 18 de julio aterrizaba en el aeródromo Palomar de Zaragoza el aeroplano en el que viajaba Núñez de Prado. En un automóvil de la Comisaría de Vigilancia, se trasladó directamente al Gobierno Civil, acompañado de dos ayudantes y un secretario. Una vez allí conferenció extensamente con el señor Vera y después marchó a la División para entrevistarse con el general Cabanellas. Éste y sus jefes no sólo se negaron a escuchar sus requerimientos sino que le prohibieron que abandonara el edificio, en cuyas dependencias quedó detenido hasta que días más tarde fue trasladado a Pamplona y puesto a disposición del general Emilio Mola, que terminaría ordenando su fusilamiento.
    
    Aquí es donde entra en liza una primera solicitud de ayuda procedente de la Asociación de familiares fusilados de Navarra (AFFNA), que conocedores de su origen cordobés, nos escriben con la esperanza de poder localizar a sus descendientes. Creen tener localizado el lugar exacto que alberga sus restos mortales. Los ha conducido el testimonio de Ricardo Sola, nacido en 1923, que fue testigo directo, en solitario y oculto, del fusilamiento de dos personas en el cruce a Murugarren de la carretera Bearin a Abarzuza (Navarra):

    “Se metieron en la pieza, aquí, de estas flores, ocho metros para arriba, en este orillo y… a ver, quitaros los zapatos, las botas. Se quitaron las botas… ¡daros media vuelta! Pun, pun, al agujero… se cayó y todo. Aquí mismo, yo estaba aquí. Ahí había una pared”. 



    Ricardo Sola, en un ejercicio de memoria realizado sobre el terreno, recordaba  aquel fusilamiento que presenció cuando tenía sólo 13 años de edad. Identificaba claramente el lugar. Se refería continuamente a los dos fusilados como “los italianos” sin dar razones del porqué. Vestían ropa militar y gorras. Las botas que calzaban eran rojas, eran de buena calidad y los ejecutores, se las quedaron. Verdugos y fusilados llegaron en un coche. Los matones también vestían uniformes militares.
    Cotejando estas informaciones con otras referencias, están plenamente convencidos de que los ejecutados en aquel lugar el 10 de agosto de 1936 fueron el general Miguel Núñez de Prado y su ayudante, el comandante de caballería Francisco León López.
   AFFNA ha conseguido los apoyos y recursos necesarios para iniciar en cualquier momento los trabajos de exhumación. De ahí la importancia de entablar contacto con descendientes o familiares, que se mostrasen  dispuestos a someterse a la pruebas de ADN que permitieran la identificación definitiva.
    Hemos realizado algunas pesquisas de hemeroteca que nos podrían servir de ayuda para alcanzar tal objetivo:
    
    Miguel Núñez de Prado y Susbielas, como bizarro teniente del regimiento de húsares de Pavía, contraía matrimonio en 1908 con Aurora Bermejo y Fraile de Tejada, hija de Eugenio Bermejo, un cosechero de vinos de Valdepeñas (Ciudad Real) fallecido en 1904, y de Inocencia Fraile de Tejada.

Madrid 1926 (una de las dos situadas en el centro)


   De esta unión vinieron al mundo al menos cuatro hijos: Fernando, Concepción, Purificación y Aurora Núñez de Prado Bermejo. Todos fallecidos al día de hoy, pero con descendencia. Fernando, muy posiblemente sea el niño que aparece retratado en primera fila en la fotografía del homenaje de Montilla.



Abc - 1933

   Miguel Núñez de Prado fue uno de los primeros españoles que pudo acogerse a la ley de divorcio emanada de las primeras Cortes de la República. Su proceso no estuvo exento de dificultades. Una primera sentencia del Juzgado de primera instancia fue recurrida por su esposa y el asunto llegaría hasta el Tribunal Supremo. Las brillantes argumentaciones presentadas por su defensa, en manos de su primo Ramón Muñoz y Núñez de Prado, permitieron la disolución definitiva del vínculo matrimonial en diciembre de 1932.
   Al poco vuelve a contraer matrimonio con María Luisa Baux y López de la Cámara. De esta segunda unión no conocemos descendencia. Tras la dolorosa perdida de su compañero sentimental debió de optar por el exilio. Conocemos que en octubre de 1950, con 60 años de edad, se hallaba en  Napoles (Italia), desde donde se embarcaba en solitario en el Conte Biancamano con destino a USA- Washington D.C.



    La segunda petición de ayuda que hemos recibido y atendido procede precisamente de los descendientes de otro de sus primos, llamado Jesús Muñoz y Núñez de Prado, un jurista a quien el general dispensó especial protección, consideración  y miramiento. Fue su secretario particular durante los años que permaneció de Gobernador en los territorios de la Guinea Española. Era Juez de 1ª Instancia e Instrucción en Chinchón (Madrid) cuando estalla la guerra. Terminada ésta, tuvo que hacer frente a la típica acusación de los vencedores de “colaborar con el gobierno republicano” y de “haber mantenido una actitud pasiva ante los desmanes cometidos por la horda roja”. Se salvó de la pena máxima gracias a la oportuna intervención de su suegro, lo que no le impidió permanecer inhabilitado para el ejercicio de su profesión durante un tiempo. Su hermano Ramón, el abogado, fue fusilado, mientras que un tercer miembro de esta numerosa familia  logró exiliarse a Méjico. 
    Sus familiares recuerdan como sobre los años 50-60, ya rehabilitado Jesús y con destino en la Audiencia de Pamplona, alguien se puso en contacto con él para indicarle el lugar de la fosa que albergaba los restos mortales de su primo, ayuda que desestimó ante el temor de que pudiera verse comprometida su situación y la de su familia.
    Viene a coincidir con el testimonio recabado por AFFNA entre la familia del comandante Francisco León, la segunda persona cuyos restos mortales supuestamente contiene la fosa localizada: "En efecto era mi bisabuelo y puedo deciros que hace años un hombre llamó a nuestra casa afirmando ser del bando franquista y que conocía donde estaba enterrado nuestro bisabuelo, recuerdo que decía que su conciencia no le permitía ocultar más está atrocidad…”

    Por lo pronto hemos cruzado los correos de los interesados, aunque no debemos descartar la posibilidad de alcanzar la línea directa genética, y  que sean ellos quienes intervengan en el supuesto de que comulgaran con esos principios de justicia y reparación que se persiguen desde la Asociación de familiares de fusilados de Navarra (AFFNA).
    Una última vía nos la proporciona la posible descendencia de Jesusa, la única hermana de Miguel. No estamos seguros si permaneció soltera o si contrajo finalmente matrimonio con un señor apellidado Aguayo. En la crónica del funeral celebrado en Montilla por el eterno descanso de don Juan P. Susbielas Sanz en el mes de julio de 1934, se menciona entre los dolientes a sus sobrinos don Miguel Núñez de Prado, don Rafael Aguayo Susbielas y doña Jesusa Núñez de Prado de Aguayo.
    En pro de una causa que consideramos legítima y justa, invitamos a quienes se muestren dispuestos a colaborar en la búsqueda a que dejen sus comentarios o bien se pongan directamente en contacto con AFFNA-NAFSE 36 de Navarra. 

22 octubre 2013

LA SUERTE DE DON TANCREDO



    Tancredo López fue un valenciano, novillero fracasado, albañil parado y desesperado, que a principios del siglo XX se hizo célebre con la “suerte del pedestal” o “suerte de don Tancredo”, que consistía en esperar al toro, a pie firme sobre una plataforma de madera, embadurnado de blanco. El secreto de su correcta ejecución se hallaba en la quietud, en la absoluta inmovilidad, para que el toro creyéndole marmóreo no le embistiera. Se presentaba ante los públicos como “hipnotizador de toros” y “rey del valor”. 
     Se dice que cobraba mil pesetas por función. Su suerte le cambió cuando “Capita”, un torito negro, corto de cuerna, pero muy bien armado, de la ganadería de Don Anastasio Martín, le infirió una cornada grave en la parte alta posterior del muslo derecho, ingresando en manos de cuatro monosabios en la enfermería de la plaza (13 de junio de 1901).
     Tras aquella aparatosa cogida el Ministro de Gobernación prohibió el espectáculo y tuvieron que pasar algunos años para que dicha suerte volviera a ser autorizada en nuestro país.
     En agosto de 1903 el gremio de dependientes de comercio de la capital de España, solicitó permiso  al Gobernador Civil para que en su tradicional función benéfica se le permitiera trabajar a Don Tancredo, alegando que de no ser así se moriría de hambre. Hasta le dieron la vuelta a la famosa coplilla:

Don Tancredo. Don Tancredo
don Tancredo es un barbían,
pero se muere de hambre 
si no se sube al pedestal.


     Llegaría  hasta presentar recurso contencioso administrativo contra aquella orden que le impedía seguir ejerciendo su nueva profesión. Poco a poco se fue apagando su fama hasta morir olvidado de todos en un hospital de Valencia en 1923.

      La población cordobesa de Castro del Río también tuvo su particular "Don Tancredo" al que la suerte en la vida le fue algo esquiva. Su nombre, Francisco Bravo Expósito, alias “Sultán”, que ejerció como enterrador de la villa hasta casi el final de sus días.
     Su debut fue durante un ciclo de mojigangas celebrado en la plaza de armas del castillo habilitada al efecto durante el verano del año 1903, justo en el momento en que la polémica a nivel nacional sobre la prohibición que recaía sobre el verdadero Don Tancredo estaba en su pleno apogeo:

   “Quinto de la tarde, negro, añojo y embistiendo regular. Este es el de muerte, y al que se le hace la suerte de Don Tancredo. Francisco Bravo “El Enterrador”, encalado de pies a cabeza, pasea la plaza hasta llegar a la presidencia. Lleva un morrión que parece la mitra de un Obispo. Una vez colocado el pedestal, se parapeta en lo alto. La mayor parte de los espectadores entonan aquello de:

                       Don Tancredo, Don Tancredo
                       en su vida tuvo miedo,  
                       Don Tancredo es un barbian,
                       hay que ver a Don Tancredo
                       subido en su pedestal.

    Y estando en el concierto filarmónico, asoma el gachó de los pitones. Lo indica, se va hacia él, lo husma, y al olerle los perfumados pies, ¡zas!...un trompazo al cajón, y el Bravo de Don Tancredo cae sobre la testa del novillo. Cordobés hace un quite soberbio, y el enterrador parecía un copo de nieve que lo arrastra el huracán hacia el burladero. Pero no por eso dejo de llevarse la mitra que se le había caído, y muchas palmas bien prodigadas a su valor suicida”.

     (Extraído de una crónica taurina remitida al diario El Defensor de Córdoba por el ínclito corresponsal en la plaza José María Jiménez Carrillo, a quien le seguimos debiendo una entrada personalizada por todo cuanto nos ha trasmitido).


     El apellido Expósito ya delata el origen humilde de nuestro nuevo protagonista. En aquellos albores del siglo XX el oficio de sepulturero no creemos fuera demasiado querido ni que estuviera suficientemente bien pagado, de manera que Francisco, de economía, debía de hallarse cercano a los llamados pobres de solemnidad, cuya particular situación mejoraba ocasionalmente cuando fallecía algún vecino. De ahí, quizá, que se prestara a participar en aquella charlotada para obtener unas pesetillas complementarias para gastarlas en la Feria Real.
     Sobre el osado Francisco Bravo, que había venido al mundo en 1876, conocemos que en 1909 fue detenido por la Guardia Civil del puesto de Castro del Río por cuestionar con un convecino, con el resultado de heridas en la cabeza para ambos contendientes.
     En 1912 es nuevamente detenido por hallarse reclamado por el Juzgado de Castro del Río. En 1914 es trasladado desde las Higuerillas de Castro del Río hasta la cárcel de Córdoba.
    Todo indica que pasó un par de años en prisión por un presunto delito de falsificación.
    Cuando su causa fue finalmente llevada a la Audiencia Provincial (octubre de 1915) el fiscal retiró la acusación y se estimó conveniente su sobreseimiento.
     No conocemos los pormenores de esa presunta falsificación de la que se le acusaba. No nos lo imaginamos implicado en una emisión de billetes falsos. Se hallaba bastante generalizado por estos años el abuso o pillería relacionado con la venta de participaciones fraudulentas de lotería o de rifas. Sea como fuere, lo cierto es que tuvo que pagar con la cárcel por un delito que no llegó a demostrarse que cometiera.
    Como comprobaran un historial delictivo que no llega a la exagerada aseveración de “sujeto de pésimos antecedentes”, que se le aplicará con el tiempo.


     Las siguientes noticias sobre Francisco se corresponden ya con las postrimerías del año 1937, cuando tiene que verse nuevamente en el trance de personarse ante un Tribunal, en esta ocasión ante el Consejo de Guerra Permanente de la Provincia de Córdoba, en la causa instruida contra él por el delito de “auxilio a la rebelión y asesinato”.
     Debió de encontrarse entre aquel pequeño sector de la población de Castro del Río, que cuando se inicia aquel éxodo masivo por la carretera de Bujalance al caer el pueblo en manos del ejército rebelde (24 de septiembre de 1936), optara por permanecer. Por su edad y quizá por no haber participado directamente en actividad política o sindical creyó salvaguardada su integridad física (no consta en su expediente filiación alguna). Craso error, pues al poco era detenido y trasladado a la prisión habilitada en el Alcázar Viejo de Córdoba.
     El asesinato que se le imputaba era el perpetrado contra el labrador y ex diputado agrario antimarxista Don Antonio Navajas Moreno, quien fuera presidente de la Federación Provincial de Labradores de Córdoba y dirigente de  la Asociación Nacional de Olivareros, conocido popularmente en su pueblo natal como “Barbitas de Alambre”.


(La fotografía pertenece a la Asamblea de la Asociación Nacional de Olivareros celebrada en Córdoba en el mes de julio de 1933. El de mayor estatura que aparece a la derecha es Navajas Moreno. A su lado el agrarista de Bujalance, Antonio Zurita Vera. Ambos, figuras de peso en el seno de la patronal agrícola cordobesa desde aquellos convulsos años del Trienio Bolchevique).

    Don Antonio Navajas, tres de sus hijos varones (Augusto, Mateo y José) y  un hijo político, se hallaban entre quienes desde el día 19 de julio de 1936 se encerraron en el Cuartel de la Guardia Civil de Castro del Río resistiendo el asedio a que fueron sometidos por parte de las milicias locales. A las 14 horas del día del 23 se desarrolló un oscuro episodio, entre la rendición y la huida premeditada, que terminaría costándole la vida a Don Antonio y al  menor de sus hijos, José que tenía apenas 16 años. Sus hermanos Augusto y Mateo lograron huir entre la confusión.
     A raíz de la posterior muerte de Augusto, enrolado en las filas del ejército nacionalista como escolta del coronel Sáenz de Buruaga, trasciende un telegrama remitido por los hermanos Augusto y Mateo Navajas Rodríguez-Carretero a su hermano Antonio desde Montilla, inmediatamente después de aquellos luctuosos sucesos:

     “Salvados milagrosamente, llegamos aquí esta mañana con algunos guardias civiles, papá asesinado plaza pública por las turbas criminales anteayer, hay que vengar su muerte. Mateo herido leve. ¡Arriba España! – Augusto y Mateo”.

     El destinatario del telegrama era Antonio Navajas Rodríguez-Carretero, teniente de la Guardia de Asalto, que el 18 de julio de 1936 se encontraba en el Gobierno Civil de Córdoba,  a las órdenes del capitán Tarazona. Ambos se posicionaron en favor de la defensa de la legalidad republicana. Terminada la toma fue detenido y encarcelado junto a su jefe. La trágica historia de su familia le permitiría salvar la vida.
     Hasta ahora nuestras noticias sobre la muerte de Don Antonio coincidían con lo reflejado en el telegrama. En los días inmediatos a aquellos hechos la prensa cordobesa publicó una corta reseña en la que se nos da otra versión diferente:

     “Noticias llegadas de Castro del Río indican que ha sido asesinado en este pueblo don Antonio Navajas Moreno. Parece que al atravesar unas huertas para refugiarse en sitio donde no fuera alcanzado por los criminales, alguien le vio y cometió la villanía de delatarle. Los perseguidores le hicieron una descarga causándole la muerte”.


     Nuestra sorpresa ha sido mayúscula al toparnos con otra tercera versión aportada por alguien que asistió al Consejo de Guerra celebrado en la plaza de Córdoba el día 17 de diciembre de 1937, en el que se vio y falló la causa instruida contra Francisco Bravo Exposito:

    “Determinadas circunstancias nos han permitido ahora conocer algunos detalles de la trágica muerte del señor Navajas.
    Este fue llevado a las tapias del cementerio y allí sus asesinos lo agredieron asestándole varios hachazos.
    Todos los asesinatos eran presenciados por el sepulturero, llamado Francisco, que sin duda alguna, sentía en ello especial delectación.
    Don Antonio Navajas no quedó muerto y al darse cuenta de la presencia de Francisco le gritó: ¡Francisco auxíliame!
    Pero el criminal sepulturero en vez de auxiliarle se acercó a él provisto de un hacha y le descargó el golpe que acabó con la vida del herido.
    Este monstruo marxista ha sido detenido y sin duda alguna no pasara mucho tiempo sin que la Justicia le exijan estricta cuenta de su conducta”.

     Da la impresión como si aquellas palabras recogidas en el telegrama de Augusto (hay que vengar la muerte de papá) hubieran sido satisfechas.
     El 12 de marzo de 1938, en un patíbulo instalado al efecto en el patio de la cárcel, Francisco Bravo Expósito, el osado e intrépido "Don Tancredo de Castro del Río", era ejecutado a garrote vil por el famoso verdugo de la Audiencia de Sevilla, Cándido Cartón.
     Resulta extraño que en aquellas circunstancias pudieran encontrarse testigos para inculparle. Las pruebas contra él no creemos que fueran más allá de las denuncias forzadas de terceras personas, bien por miedo o por las típicas rencillas personales, o incluso, que salieran de la propia autoinculpación del reo tras ser sometido a torturas. Conjeturas todas difíciles de desentrañar ni tan siquiera con el expediente de la causa 192/37 en la mano, que debe de conservarse entre los entre los fondos del Archivo Militar del Tribunal Territorial 2º de Sevilla.



    Sus restos mortales fueron a parar a la fosa común del Cementerio de la Salud de Córdoba. Su nombre aparece hoy inscrito sobre paredes de mármol en el monumento que con el nombre de “Los muros de la memoria” se inauguró en marzo de 2011.