Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

15 enero 2011

Miguel Gallo: "Huida y exilio tras la sublevación de Jaca".


Columna republicana rebelde en su marcha hacia Cillas
(Dibujo de la época)


   El último capitulo, de la serie de los dedicados al capitán de Infantería Miguel Gallo Martínez, lo terminábamos con el control por parte de las fuerzas gubernamentales comandadas por el general Ángel Dolla de la sublevación republicana de Jaca tras el encuentro en las proximidades de la Ermita de Cillas. Varias ráfagas de ametralladora y unos cuantos cañonazos de la artillería fueron suficientes para sembrar el desconcierto  entre los rebeldes que se replegaron en desbandada.
   Dejemos que sea el propio Miguel Gallo quien nos de su versión de lo allí acontecido:

   “En la esperanza de Galán brilla el último destello. Parte primero un emisario, que no vuelve. Van después los capitanes García Hernández y Salinas para parlamentar. Ambos son detenidos igualmente. Los oficiales queremos disparar. Galán se opone, duda; por lo visto aún no ha perdido por completo la esperanza.
   De improviso un fuego inmenso de ametralladoras y cañón nos sorprende agrupados. Nuestras fuerzas comienzan a responder, pero Galán les ordena a gritos que no tiren. ¿Aún confía? En unos segundos nos hacen sesenta bajas. Cesa el fuego; intentamos retirarnos, pero se reanuda el fuego de cañón que nos sigue. La gente retrocede, se impone organizarse a retaguardia. Galán comprende por fin que todo está fracasado. Se encamina hacia un coche y monta en él. Le grito que espere, pero me hace una señal negativa con la mano y parte. A Galán ya sólo le guía la idea del sacrificio. Va a entregarse a las autoridades creyendo que al inmolarse el salvará a los demás. Puede ponerse a salvo, pero no quiere. Secundado por varios sargentos intento organizar la retirada, pero todo es inútil. Se inicia la desbandada. Instantes después la claridad brumosa de aquel amanecer alumbraba varios muertos y descubría a algunos hombres fugitivos”.

(De una entrevista publicada por el Liberal de Bilbao el 13 de Febrero de 1931)

 Soldados y oficiales de la columna Galán conducidos a Huesca prisioneros

   Antonio Gascón Ricao, en el libro que le dedica a Antonio Beltrán Casaña “El Esquinazau”, uno de los integrantes del triunvirato civil del Comité Revolucionario de Jaca,  acusa al capitán Gallo de haber abandonado a la tropa a su suerte y de un comportamiento cobarde por buscar el exilio (ciertos prejuicios, como el catolicismo practicante de Gallo, posteriores desavenencias y  el desigual comportamiento de Gallo y Beltrán durante la ofensiva nacionalista al frente de Aragón en 1938, parecen condicionar este juicio).
   No voy a entrar en disquisiciones sobre el valor y el honor que se le supone a un militar. Lo que si tengo claro es, que si el capitán Gallo hubiera secundado la actitud heroica de Fermín Galán, por su condición de auxiliar inmediato de éste, los mártires de la republica hubieran sido tres. Tal vez, adentrándonos en el terreno de la historia ficción, bien  pudiera haber ocupado éste el puesto del también católico García Hernández.
   Por su participación en el arresto de los jefes militares de la guarnición de Jaca y en el despliegue de hombres que se hizo en los alrededores del cuartel de la Guardia Civil, que se saldó con la muerte del jefe de línea, en aquel urgente y ejemplar Consejo de Guerra Sumarísimo difícilmente se hubiera librado de la pena de muerte.
   De los oficiales implicados mas directamente en el alzamiento, a excepción del teniente Mendoza y del alférez Manzanares que se entregaron junto a Galán, la mayoría intentarían evitar la captura.
   El capitán Sediles y los tenientes Marín y López Mejias, se internaron en el monte. Allí, en un pajar, pasaron la primera noche. Al día siguiente se dirigieron hasta Anzánigo, alojándose en una casa de campo durante cinco días, de la que solo salían sigilosamente para intentar recabar noticias de los acontecimientos. Denunciados por un paisano fueron capturados por la guardia civil.
   Los capitanes Ignacio Anitua y José María Piaya contaron con la colaboración de familiares del primero que los mantuvieron ocultos en una finca. Con la ayuda de un anarcosindicalista de Ayerbe consiguieron llegar hasta Barcelona, donde provistos de documentación falsa, atraviesan la frontera el 25 de Diciembre.
   Los capitanes Miguel Gallo Martínez y Salvador Arboledas Soriano, junto a Lorenzo Arellano Villarejo, un joven estudiante madrileño de la FUE, de los que se personaron en Jaca para sumarse al levantamiento, corrieron parecida suerte. Aunque su huida fue pródiga en las ocurrencias propias de una novela.

HUIDA

   Con una marcha errante y sin rumbo consiguen adentrarse en el bosque. Su primera preocupación, despojarse del uniforme que les delataba:

   “Al acercarnos a un pueblecito, el estudiante entro a buscarnos ropa de paisano. Tardaba, pasaron dos horas y empezamos a sentirnos inquietos. ¿Se habría perdido? ¿Lo habrían cogido? Por fin apareció con unos trajecillos de verano muy remendados”.
   “Había oscurecido ya, y en medio de las tinieblas íbamos a campo traviesa, tropezando con los pedruscos, hundiéndonos en charcos y barrizales, tiritando de frió bajo aquellos tristes trapos que nos habíamos puesto…De vez en cuando veíamos una luz y nos dirigíamos hacia ella, pero cuando estábamos cerca empezábamos a desconfiar. ¿Y si caíamos en manos de alguien que nos denunciara?...Entonces nos desviábamos y seguíamos vagando por aquellos campos”.

   Extenuados y rendidos por aquella huida errática, la primera noche la pasaron al raso:

“Nos tumbamos en el suelo, nos echamos encima, a modo de cobertores un abrigo de cuero que yo llevaba, una trinchera del estudiante y unos puñados de matojos. Abrazados los tres, para darnos un poco de calor, nos quedamos dormidos. Estaba nevando.
Cuando nos despertamos había dejado de nevar y nos iluminaba la luna. Nos levantamos trabajosamente con el cuerpo dolorido y echamos a andar de nuevo”.

   Pasan desconfiados entre granjas, cabañas de pastores y ventas a las que no se atreven a llamar:

   “¡Estábamos desfallecidos! Yo en dos días, el viernes y el sábado, no había comido más que un bocadillo que tomé en Ayerbe, cuando marchábamos sobre Huesca.
   ¡Y ya era domingo! Mis compañeros estaban, sobre poco mas o menos, en el mismo estado”.

   El lunes día 15 se topan en el carrascal de Aniés con un leñador ante el que deciden sincerarse:

   “Mire usted, somos sublevados de Jaca y andamos huyendo. Uno de nosotros es paisano y los otros capitanes, si nos cogen nos fusilaran… ¿No haría usted la caridad de salvarnos? A usted no le pasará nada por ocultarnos en su casa. En caso de que nos descubran usted dice que no sabia quienes éramos…Le pagaríamos bien…Tenemos dinero y amigos poderosos…Se le dará lo que pida…
El campesino dudaba, pero por fin se decidió. Bueno voy a casa a avisar a la mujer para que prepare las cosas. Ustedes se quedan por aquí hasta que vaya oscureciendo y entonces se acercan al pueblo…Es por ahí, ese camino, a la izquierda…Yo estaré esperándoles a la entrada”.

 Población oscense de Aníes

   Les vuelve a asaltar la duda y el temor de que aquel hombre les traicionara y se presentase junto a la guardia civil. Pero no fue así, les  proporcionó  refugio y alimentos en su casa tal como habían convenido:

   ¡Con que ansia nos acercamos a aquella lumbre y nos arrojamos sobre los humildes manjares que nos habían preparado!...lo que cenamos lo recuerdo muy bien, lo recordaré mientras viva…De primer plato, judías; de segundo, patatas fritas y pedazos de sebo de borrego; vino serrano, ese vinillo espeso y agrio, y una taza de te silvestre…
 ¡Que bueno estaba todo! Y que fuertes, resueltos y animosos nos sentimos después de la comida, fumando unos cigarrillos junto al hogar. Se nos olvido que nos perseguían y estábamos en peligro de muerte. Parecía como si ya estuviésemos salvados…

Lorenzo Arellano

   Pasan varios días escondidos en casa del leñador durmiendo en el pajar, incomunicados, sin poder recabar información alguna de lo acaecido, pues hasta aquella recóndita aldea de pastores y leñadores del Pirineo no llegaba periódico alguno ni había aparatos de radio.
   Una vez repuestos, conciertan con su casero la manera de salir de allí. Este les provee de unos trajes de mecánico, botas y boina…A la madrugada, guiados por él, y tras unas cuantas horas de camino fueron a  parar a una estación de ferrocarril. Tomaron billetes de tercera y montaron en el tren con destino a Zaragoza:

    “El vagón iba lleno se gente que hablaba a voces “de lo de Jaca”. Escuchábamos ansiosamente sin atrevernos a mirarnos los unos a los otros por miedo a que nuestras miradas nos delataran”.

   Llegaron a Zaragoza a media mañana. Entraron en un bar, donde permanecieron en su estancia más recóndita hasta la hora de comer. Comieron en el reservado del un restaurante y prolongaron todo lo que pudieron la sobremesa. Sus pretensiones pasaban por coger un tren por la noche para Madrid:

   “Cuando ya no fue posible seguir en el reservado, nos aventuramos a andar un poco por algunas calles extraviadas. Afortunadamente el 23 de diciembre es de los días mas cortos del año, enseguida anocheció y pudimos movernos con menos riesgo. Hasta nos acercamos al centro de la ciudad”.



   Parte de la noche la pasaron cenando en el restaurante de la estación esperando la hora de tomar el tren. Deciden hacer el viaje por separado para no levantar sospechas. Afortunadamente éste transcurrió sin incidentes y el día 24 llegaban a la estación del Mediodía. El hecho de ser víspera de Navidad y haber numeroso trasiego de viajeros que salían y llegaban para pasar las fiestas con sus familias, contribuyó a que su presencia en la corte no fuese advertida por la policía.
   Una vez en Madrid contactó con las personas que podían ayudarle. Le buscaron alojamiento y le proporcionaron vestuario y medios:

   “No crea usted que hacia una vida muy escondida. Me parece que cometí algunas imprudencias. Durante el día salía poco, pero en cambio cuando oscurecía me echaba a la calle y paseaba por todo Madrid. Algún día que otro entraba con mis amigos a céntricos cafés como el de la Granja de Henar o el Miami. Una noche hasta fuimos al teatro”.

EXILIO

   Sus amigos le facilitaron documentación falsa y buscaron la manera más segura para que cruzara la frontera francesa (15 de Enero). En Hendaya residiría durante algún tiempo, trabando amistad con un grupo de expatriados españoles. La policía francesa, que los vigilaba mucho, los obligó a trasladarse a trescientos kilómetros más al interior. Se instalaría finalmente en París donde fue muy bien acogido por el grupo de exiliados españoles, en especial por Indalecio Prieto.

   Lo compañeros de huida de Miguel Gallo corrieron desigual suerte. Mientras que Arboledas permaneció oculto en Madrid hasta la proclamación de la Republica, el joven estudiante Arellano seria sorprendido y detenido por la policía, y conducido a la cárcel de Jaca, en donde ya se instruía sumario a los paisanos acusados de participar en la rebelión.
   Casi a la par que se instalaba en Paris, en el “Diario Oficial del Ministerio del Ejercito” se publicaba una R.O. por la que causaban baja en el ejercito teniente coronel de infantería don José Puig García y los comandantes Ramón Franco Bahamonde e Ignacio Hidalgo de Cisneros (levantamiento de Cuatrovientos) y los capitanes Miguel Gallo Martínez, Salvador Arboledas Soriano, José Piaya Rebollido (de los sublevados en Jaca), con arreglo al párrafo tercero del artículo 285 del código de justicia militar, sin perjuicio de la causa que se les sigue.

 Heraldo de Madrid (25 de febrero de 1931)


   El 13  de marzo de 1931 se iniciaron las deliberaciones del Consejo de Guerra en el Cuartel de la Victoria de Jaca. Son 63 los encausados. Los capitanes Gallo, Arboledas, Piaya y Anitua, en paradero desconocido, son declarados en rebeldía. El fiscal solicita pena de muerte para los oficiales: capitán Sediles, teniente Mendoza, alférezes Manzanares y González, y el sargento Burgos.
   En los días previos, cundió cierta alarma en la ciudad de Jaca ante un infundado rumor de fuga de los encausados. Cierta prensa informó de un fantástico complot abortado organizado desde Paris:

   “Habían dispuesto cruzar la frontera varios elementos de los expatriados a raíz de los sucesos de diciembre, con la misión de sorprender a la guardia de la cárcel y apelando a la violencia, si fuese preciso, liberar a los detenidos. Luego se incautarían de las causas y harían con ellas una hoguera”.

   Ese alarmismo, parece ser, que vino motivado por un  anónimo enviado al Capitán General de Zaragoza. Por cautela fueron presos algunos vecinos significados por sus ideas izquierdistas, puestos en libertad a los cuatro días, por no encontrarse cargos contra ellos.
   Se trataba simplemente, de un intento a la desesperada de los partidarios de la Corona, de predisponer a la opinión pública en contra de los encausados, en un momento en que, con elecciones convocadas en el horizonte, la movilización republicana y las progresiva simpatía hacia los hombres que habían intentado traer la República iba en aumento.

 El Consejo de Guerra celebrado en Jaca

   Entre el numeroso grupo de expatriados españoles en París por los sucesos de Diciembre se encontraban políticos republicanos (Marcelino Domingo, Indalecio Prieto…), militares de los que participaron en el levantamiento de Cuatrovientos (Queipo de Llano, Ramón FrancoHidalgo de Cisneros, Joaquín Collar, el mecánico Pablo Rada, José Martínez de Aragón) y de los sublevados en Jaca, los militares Miguel Gallo, José Piaya y los civiles Graco Marsá, Ramón Acín, Fernando Cárdenas... 
   La prensa afín se interesará por su situación y actividades. El periodista de la redacción del semanario gráfico “Ahora” Vicente Sánchez Ocaña desplazado hasta París, elabora para su revista una serie de entrevistas (a Prieto, a Marcelino Domingo, al general Queipo de Llano, a Ramón Franco, a Graco Marsá, al capitán Gallo, a Ramón Acín…). La realizada al capitán Gallo es la que nos ha servido para conocer la manera en que éste consiguió escapar de España.
   Estos, lejos de aventurarse en complot rocambolescos de liberación como el antes mencionado, siguen con interés a través de la prensa el proceso y se solidarizan desde la distancia con los encausados.
   El 28 de marzo de 1931 los refugiados políticos españoles en el café restaurant Napolitain del Barrio Latino ofrecieron un banquete homenaje al periodista Carlos Esplá, un viejo exiliado  benefactor y protector de la colonia republicana española en Paris. A los postres y a propuesta de Indalecio Prieto, se envió un telegrama de apoyo al capitán Salvador Sediles que se hallaba preso en el Cuartel de los Estudios de Jaca, ya condenado a pena de muerte en el Consejo de Guerra celebrado en el Cuartel de la Victoria (entre el 13 y el 17 de marzo):

   Heraldo de Madrid  (30 de marzo de 1931)

Homenaje a Carlos Esplá en el Café Napolitain de París
 (Miguel Gallo el cuarto por la izquierda)


   Los emigrados y desterrados españoles en París estuvieron siempre estrechamente vigilados. Agentes, gentilmente puestos por Monsieur Chiape, prefecto de la policía, en connivencia con el embajador español Sr. Quiñones de León, actuaban al servicio de su majestad Alfonso XII siguiéndoles de día y de noche. Algún que otro confidente enviado desde España consiguió en vano infiltrarse entre ellos.



   La mayoría residían en el modesto Hotel Malherbe. Tenían su cuartel general en la Casa de Cataluña en el Boulevard Saint-Michel y como santuarios de actividad republicana los cafés Napolitain, La Rotonde y La Coupole. Se sentían especialmente atraídos por este último, ubicado en Montparnasse, por su variopinta clientela, entre la que, menos franceses, había de todo: estudiantes indochinos, confidentes fascistas, rusos de Stalin, rusos de Trotsky, poetas americanos, judíos de profesión confusa, espiritistas, muchachitas afectuosas, condes polacos…


   Desde Paris se seguirían con expectación las elecciones municipales convocadas para el 12 de Abril.

Miguel Gallo (gabardina blanca y sombrero)

Otra instantanea fotográfica del mismo día

   Las noticias que les van llegando desde España son esperanzadoras, aunque la evidencia de la victoria les hacía desconfiar. Conforme se va acercando la fecha, en sus paseos y animadas tertulias de café no se habla de otra cosa.
   En la noche de la jornada electoral  en el Hotel Malherbe se habían concertado conferencias telefónicas con las principales ciudades de España. Además se había publicado en la prensa republicana una nota pidiendo a los correligionarios de todo el país que enviaran informaciones del modo que pudieran. Todas las noticias que le llegan son favorables. Confluyen telegramas enviados desde los más recónditos lugares del país informando sobre la victoria de la coalición republicana:




   Tras un eufórico compás de espera durante la jornada del 13, por fin a las cuatro de la tarde del día 14 les llega telefónicamente la confirmación la proclamación de la República. Un unánime ¡Vámonos a España! y ¡Viva la República! es coreado entre lagrimas y abrazos por los allí congregados.
   Indalecio Prieto y Marcelino Domingo designados para integrar el primer gobierno provisional de la naciente República parten esa misma noche para Madrid. El resto se dirigen precipitadamente a sus respectivos alojamientos para preparar su equipaje.

1. Indalecio Prieto.
2. Marcelino Domingo.
3. Miguel Gallo Martínez.

   A las nueve de la noche del día 15 un tren rapido procedente de Paris entraba en  la Estacion del Norte. En el andén y alrededores esperaban unas 2000 personas con banderas, estandartes, gorros frigios, brazaletes rojos y otros distintivos republicanos. Al llegar el convoy el público asaltó los coches y se subió encima de sus techumbres, se canto la Marsellesa y se lanzaron calurosas aclamaciones.

 Ramón Franco, un sonriente Miguel Gallo y Ramón Acín
 a su llegada a la Estación del Norte.

   Por fin, abriéndose paso entre la multitud enardecida, fueron distribuidos en varios coches.


   La comitiva avanzando lentamente por el Paseo de San Vicente se dirigió hasta la Puerta del Sol, con un público que los aclamaba desde las aceras. Desde el balcón del Ministerio de la Guerra fueron Ramón Franco y el mecánico Pablo Rada (los intrépidos aviadores del Plus Ultra) los encargados de trasmitir el agradecimiento de los recién llegados al pueblo de Madrid por el recibimiento tributado.


   Miguel Gallo a renglón seguido tomaría un tren con destino a Andalucía. Se apearía en la estación de Villa del Río, donde su padre y numerosos familiares y amigos de Porcuna acudieron a recibirlo.

   Adornado de la aureola de “Héroe de la República” a Miguel Gallo le esperaban nuevos honores y reconocimientos. Pero de ello nos ocuparemos ya en el siguiente capitulo de su vida



1 comentario:

  1. Salvador Arboledas era primo de mni padre y tengo un gran recuerdo de él. Sabía lo de Jaca pero por mi edad no tuve ocasión de que me lo rtefiriera. Muchas gracias por el texto.

    UIn saludo
    Francisco Marín

    ResponderEliminar