Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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24 diciembre 2020

¡¡A TOMÁ PORCUNA!!


Días pasados durante un corto parón en mi polivalente tarea de atendedor de necesidades ajenas, consigo unos minutos para sentarme ante el  ordenador con la saludable intención de satisfacer una repentina curiosidad suscitada sobre Porcuna, mi pueblo. La barrita mágica de Google me lleva hasta la página de Manolo Jalón (deporcuna.com). Al pinchar sobre el enlace me escupe lo siguiente: “Página no permitida. El acceso ha sido denegado por la siguiente razón: usted está viendo este mensaje de error porque la página a la que intenta acceder contiene material que se considera inapropiado”. Son los típicos cortafuegos de red colocados para evitar que el alumnado acceda a contenidos indecorosos e inapropiados, porculeros en este caso.

La situación me ha traído a la memoria algunos amagos por parte de autoridades y personalidades locales de sustituir el nombre de Porcuna por el de la antigua Obulco, con vistas a evitar ese lastre histórico de burla en torno al puerco, la suciedad y el culo.

El recorte de la cabecera, publicado por un gacetillero sensacionalista de la prensa granadina (julio de 1911), da por hecha la aprobación del cambio por parte del consistorio de la ciudad de Porcuna, a la que ha poco se le había concedido dicha distinción por obra y gracia de S.M. Alfonso XIII mientras descansaba junto a la familia real a orillas del Cantábrico. Al parecer la propuesta del concejal Juan Mora Montilla, con la que se pretendía "evitar equívocos y calificativos poco favorables para los vecinos de Porcuna, a que siempre dio lugar este nombre" no llegó a prosperar. Habría que consultar las actas para analizar los pros y los contras de aquella propuesta.


En el año 1914 el dinámico y emprendedor grupo de jóvenes porcunenses que se aglutina en torno a la Revista Obulco vuelven a sacar el tema a la palestra. Las primeras argumentaciones salen de la pluma del cronista oficial don Eugenio Molina, que por desgracia desconocemos ya que el número 2 de esta publicación local no se conserva o no se ha publicitado.


En el nº 3 (Octubre de 1914) seria Benito José Toribio, un dependiente de comercio con aficiones literarias, el encargado de escribir en la sección Pro-Pueblo abogando por el cambio: 

"Otro toque más"

Y mil si son necesarios. Debemos de emprender una verdadera cruzada en pro de Obulco y que Porcuna desaparezca en los abismos donde no resurja mas. Nosotros debemos ser Obulconenses, como fueron nuestros antepasados y los que nos legaron el pueblo con todas sus gloriosas tradiciones y su historial tan límpido y lleno de grandezas.

Mientras Obulco llamose la ciudad, su poder fue inmenso. Pruébanlo los múltiples documentos que existen y que conservan los historiadores como reliquia de un gran pasado. Nuestro Obulco, que privilegiadamente tuvo la facultad de acuñar moneda, fue también sede episcopal, baluarte de los caballeros de Calatrava y tantas cosas más, no merece que se olvide y Obulco debe llamarse.


Nosotros debemos de tocar este punto todos los días hasta ver conseguido nuestro propósito de que Obulco sea llamada y en la primera casa de cada entrada del pueblo haya una lápida que en gruesos caracteres diga:



Insta al alcalde de turno, su tocayo Benito de Torres Quero, a que "la moción que duerme el sueño de los justos en los archivos municipales, salga cual nuevo Lázaro, y usted le diga al mismo tiempo que le indique el camino para su aprobación: Levántate y anda! ¡¡Viva OBULCO!!
Este grito será mil veces repetido el día en que vaya usted al frente de la Corporación Municipal y al ruido de cohetes y al compás de la Música, descubra usted la lápida en la que se inscriba OBULCO.

A pesar de esa invocación final, revestida de una tentadora parafernalia cohetera y musical, ni aquella Corporación ni las que les sucedieron en el tiempo volvieron a reconsiderar aquella propuesta, que poco a poco fue cayendo en el saco del olvido.
La burla asociada al nombre de Porcuna se ha perpetuado. Un ejemplo curioso y humorístico, ese ¡A tomá Porcuna! con el que encabezamos la entrada, que procede de una tira cómica del célebre Oselito creado por Andrés Martínez de León, publicada en plena guerra civil. 


Se acababa de poner fin al Asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza (Andújar). Aquello supone un subidón de moral y cierta euforia desatada entre los integrantes del ejercito republicano de la que se hace eco Oselito:

    ~~¡A tomá Porcuna! ¡A tomá Porcuna!~~ oigo que gritan unos milicianos manoteando en la carretera. 
    Paramos, la cosa es grave. Tos tienen herramientas y ...
 ~~ ¡Camaradas! ¡Compañeros!~~ les grito también interviniendo ¿Que palabras son esas entre hermanos? ¿Quien e er que ha dicho a...?
 ~~ ¡Tos nosotros! me contestan. ¡Si seño a tomá Porcuna! ¡Y Córdoba! ¡Y Sevilla!
~~ ¡Ah! ¡Porcuna! ¿por que hay un pueblo que se llama Porcuna? ¡Creí...!


    Y mas corrí que una mona por mi plancha, me sambullí en er coche , colorao como un tomate-
    Y es que er frente andalú, un tiempo en letargo forzoso, vibra ahora de punta a punta con esa alegría nerviosa propia de la tierra. Hoy, er sordao que menos, no se conforma ya hasta ve al enemigo reculando por entre la salina de Cai. Yo le he prometido a tos acompañarlos hasta Sanluca na ma. "En llegando a la tierra famosa de la mansanilla - así lo he dicho - podéis contar con uno meno". Ca uno quiere vivi su vida ¿estamo o no estamo?.
    ¡ A toma Porcuna! ¡A toma Porcuna! 
    ¡Si, si; pero yo no bajo!

Alejándonos ya de esos calificativos poco favorables que pretendía evitar el concejal Juan Mora Montilla, el nombre de Obulco, incorporado al callejero local desde 1877, a lo largo del siglo XX será esgrimido con orgullo por empresas, particulares y colectivos. Existió una Sociedad Anónima "Obulco", dedicada a la fabricación de aceites de orujo y sulfuro. La primera agrupación deportiva existente en la localidad fue el Obulco.F.C.(1923). El culto médico y periodista Juan Fernán Pérez, gustaba firmar algunos de sus trabajos científicos como "Benito de Obulco" o "Juan de Obulco". Ya en tiempos mas recientes una céntrica cafetería fue bautizada con su nombre, así como nuestro Museo Arqueológico. En la cancela de acceso al patio de cristales de la Casa Consistorial también se nos muestra su nombre en un trabajo de forja y en su parte trasera en la solería. Hasta grupos escultóricos y monumentales murales artísticos en las principales entradas de la población, que de alguna manera vienen a cubrir aquella demanda que Benito José Toribio llevó hasta las páginas de la Revista Obulco en 1914. 


En los últimos tiempos, con el apoyo y especial empeño del Ayuntamiento, un grupo de profesionales andan embarcados en rehabilitar y poner en valor nuestro rico patrimonio. Los resultados son patentes (Carnicerías Reales, Real Pósito, Anfiteatro romano ...) A mi juicio, los obulconenses nos merecemos ver la definitiva puesta en valor de la ciudad ibero-romana de Obulco. Han pasado muchos años y el asunto sigue estancado judicialmente. Estoy seguro que Benito José Toribio (q.e.g.e) también se daría por satisfecho.



03 junio 2014

ADOLF SCHULTEN POR LOS LLANOS DE VANDA (abril de 1921)



    En la primavera del año 1921 el ilustre arqueólogo y profesor de la Universidad de Erlangen (Alemania), Adolf Schulten, acompañado por el general Lammerer, director del Instituto Topográfico de Múnich, visitan la provincia de Córdoba para estudiar sobre el terreno los lugares donde, supuestamente, se desarrolló la famosa Batalla de Munda, entre Julio Cesar y los hijos de Pompeyo (Bellum Hispaniense).    
    Permanecerán alojados unos días en la villa de Espejo (la antigua Ucubi), desde la que realizaron varias excursiones a los Llanos de Vanda, ubicados entre las poblaciones de Montilla, Castro del Río y Espejo (“Campus Mundensis”).
    No vamos a entrar en consideraciones sobre la veracidad de esa adscripción geográfica. Pese a la falta de unanimidad entre los especialistas, son muchos quienes apuestan por este escenario. Tampoco repararemos en demasiadas consideraciones científicas. Nos centraremos, mayormente, en los detalles geográficos, paisajísticos  y anecdóticos relacionados con la visita realizada al corazón de la campiña de cordobesa por tan ilustres huéspedes. Nos serviremos de las crónicas publicadas en la prensa provincial, remitidas desde Espejo, y de “La Batalla de Munda”, trabajo publicado “a posteriori” por el propio Adolf Shulten , traducido al castellano por el profesor Bosch Gimpera y publicado en el Boletín de la Real Academia de Córdoba en 1924. 
   Utilizaremos el cómodo sistema del copia, corta, pega, pinta, recorta y colorea, para fusionar ambas fuentes, organizar y estructurar su contenido.


    "Instalados en Espejo y hechos los preparativos para los trabajos del día siguiente visitamos al Alcalde don José Castro Torronteras, para quien el Gobernador nos había dado una recomendación, siendo recibidos con extraordinaria amabilidad, y habiéndonos ayudado con todos los medios que estaban a su alcance para que la expedición fuera del mayor provecho y se hiciera con toda comodidad. Durante nuestra conversación con don José Castro en el Casino de Espejo, noté en la cadena del reloj de un labrador monedas romanas, que me dijeron que procedían de un tesoro de unas 700 que se había encontrado en las inmediaciones y que fue vendido sin que se sepa el paradero ni se pudiese anotar el hallazgo. Solo quedaron 60 en Espejo, que amablemente fueron traídas para que pudiese estudiarlas" (1).

 Primera excursión (15 de abril)

    "A la mañana siguiente emprendimos la marcha, en la que nos acompañaron, además del Alcalde, el maestro de Espejo. Alegremente rodaban las ruedas del coche a través de los caminos que cruzaban el verde paisaje. Allí todo está cultivado hasta las últimas cimas. Cuando hace años visité por primera vez la región, era otoño y las alturas parecían peladas y yermas como las de los alrededores de Numancia, de modo que me prometía encontrar restos de los campamentos romanos. Experimenté un rudo desengaño. Aquí la reja llega a todas partes; y no es la reja de tradición romana, como en Castilla, que solo desflora la superficie, sino la máquina moderna, que penetra profundamente arrollándolo todo, como pudimos observar muy pronto en ruinas visibles en distintos lugares próximos al camino, de las que no quedaban en pié más que pequeños trozos de muro acá y allá, que habían resistido a la destrucción y entre los cuales aparecían tiestos, tejas y otros indicios de lugares de habitación romanos. Aquí se les llama «Villar». Probablemente entonces el país fue habitado más densamente que ahora, en que sólo se encuentran de trecho en trecho los cortijos. Después de una hora de viaje el coche se detuvo junto al rio Guadajoz, que saludamos como el «Flumen Salsum», el rio Salado del Bellum Hispaniense, que jugó un papel muy importante en las operaciones. En este lugar se encuentran muchos cursos de agua salada al propio tiempo que pequeñas salinas. El valle del Guadajoz, todo verde, brillaba esplendorosamente y los ruiseñores entonaban un hermoso canto de primavera.
     Seguirnos a pie, atravesando el rio, y ya al otro lado subimos a una loma, el «Cerro del Agua», en donde se hallaba el principal campamento de César durante el sitio de Ategua, hoy el cortijo de Teba. Después del desayuno comenzamos la visita de Ategua, acerca de cuya identidad con el cerro de Teba no puede dudarse, pues el nombre de Ategua perdura allí en distintos lugares (Cortijo de Teba, Castillejo de Teba etc.).

Castillejo de Teba
    "La palabra Castillejo denota restos de población antigua y en realidad todavía se ven las terrazas en que se hallaban las casas, un puente sobre uno de los afluentes del Guadajoz, canteras, columnas, fragmentos de cerámica, etc. También se han encontrado aquí a veces antigüedades de la época del sitio: balas de plomo para honda. Algunas con el nombre de Gneo Pompeyo se han encontrado en abundancia en Osuna, la antigua Urso. Desgraciadamente no pudimos ver ninguna de las encontradas en Ategua, pues no fueron guardadas" (1).


Segunda excursión (16 de abril)

   “Al día siguiente nos encontramos en el camino de Ategua, esta vez a pie. Nuestro primer objetivo fue el cerro de Ventosilla, a 3 kilómetros de Ategua y que, viéndose desde él Ategua y Ucubi, corresponde a las indicaciones acerca del campamento de Pompeyo. Una espaciosa meseta ofrecía lugar suficiente para un gran campamento: tampoco aquí puede observarse rastro ninguno, ni construcciones ni fragmentos de cerámica. Nos dirigimos luego hacia el O. al cerro de Harinilla, que, distante 6 kilómetros de Ventosilla y situado enfrente del Cerro del Agua corresponde al campamento de César: "Castra Posthumiana". Leemos que Pompeyo hizo una intentona nocturna contra los “Castra Posthumiana”, pero fue rechazado. Podía, cubierto por las colinas situadas entre ambos campamentos, aproximarse sin ser apercibido: el camino puede reconstruirse sobre el terreno. Forzar el sitio no lo intentó Gneo, lo que es típico de su carácter irresoluto, abandonando el campamento de Ventosilla después del fracaso del ataque al de César. Atravesamos luego por segunda vez el Guadajoz, ahora a caballo, pues el agua tenía un metro de profundidad. De la antigua Ategua no vimos entonces gran cosa. Pudimos observar, sin embargo, canteras antiguas, de que debió salir la piedra para la construcción de la ciudad. Cuando ya casi habíamos terminado se desencadenó un temporal de agua, que nos caló completamente y que puso los caminos intransitables. Para el camino de Ategua a Ucubi, que se suele hacer en hora y media, necesitamos cuatro. Por cada paso adelante que dábamos resbalábamos medio hacia atrás y a menudo quedábamos detenidos o nos veíamos obligados a pararnos para limpiar el barro de nuestras botas que nos impedía andar. Fue una marcha espantosa. A lo lejos aparecía Espejo; pero hasta que pudimos alcanzarlo debimos subir tres colinas y descender dos hondas depresiones del terreno, todo ello sumamente penoso. Labradores que encontramos con sus caballos nos los ofrecieren, pero renunciamos a ellos. Todo por fin tiene su término y también esta marcha; pero nuestros vestidos estaban impregnados por completo de agua y lodo” (1).

    De esta segunda jornada disponemos de una descriptiva y poética narración complementaria sobre la ruta seguida y actividades desarrolladas, tomada de la crónica firmada por el culto maestro nacional Manuel Muñoz Pérez, corresponsal en Espejo del diario la Voz de Córdoba, invitado a participar de la misma:

   “Formamos la caravana los señores Schulten, Lammarer, Castro Torronteras, don José Arroyo y el que suscribe.
    La mañana es esplendida, el sol caldea nuestra sangre, la primavera, en cariñosa ofrenda, nos brinda sus más bellos colores, amapolas rojas que contrastan con el verde estallante de trigales y habares, que con sus flores blancas como la nieve aromatizan los campos con la exquisitez de sus olores.
   Por la carretera que conduce a Córdoba, emprendemos la marcha; desde el coche divisamos en toda su amplitud lo llanos de Banda, donde un día se decidió la suerte del mundo; en las salina de Duernas nos desviamos de la carretera y después de pasar por la “Silla del Caballo”, aparece a nuestra vista, allá en la lejanía, la Loma de Teba, donde se halla actualmente el cortijo de Teba la Vieja, muy próximo a las ruinas de la ciudad de Ategua.
    Descendemos del carruaje y emprendemos la marcha hacia el cerro de la Ventosilla, que se halla situado a la derecha del camino; desde él, y en magnífico panorama, contemplamos a nuestros pies el Guadajoz, llamado antiguamente Salsum; a nuestra derecha el cerro de las Pedrazas; el de las Harinillas a la izquierda, y a nuestro frente, al otro lado del rio, las ruinas de Ategua y el cerro del Agua.
    Desde la Ventosilla nos dirigimos a Teba la Vieja, vadeando el río Guadajoz. Al otro lado del río, en el cortijo de Gamarrillas nos esperaban los ricos hacendados de esta villa don Rodolfo Vega, don Vicente Casado, don Manuel Ruíz, don Carlos Vega, don Francisco y don Agustín Palacios, los señores don Juan Villatoro, don Eduardo Rodríguez y los guardias rurales de este municipio.
    En el cortijo de Teba fuimos recibidos por la distinguida señora doña Josefa Castro de Casado, que nos atendió con verdadera amabilidad con  un almuerzo suculento.
   Más tarde dirigimos nuestros pasos hacía las ruinas de Ategua.



   Esta ciudad, que antiguamente estaba asentada en una ladera y rodeada, según costumbre de los romanos, de fortísimos muros, ofrece hoy a sus visitantes un aspecto tan triste, evocan sus murallas tan profundos recuerdos que al visitarla nos sentimos transportados a otra edad.
   Ante el solemne silencio de aquellos vestigios, desfilan ante nuestra imaginación las luchas sostenidas por los partidarios de Cesar y los de Pompeyo; cada piedra de aquellas ha sido un testigo mudo de innumerables sucesos; ante ellas y en lucha fratricida, las pasiones desbordadas que dieron lugar a tan sangrientos acontecimientos. Hoy, en abandonadas ruinas, sólo el sentido cantar de algún pastorcillo o el repiquetear alegre de las esquilas del rebaño, vienen a turbar el silencio solemne de aquellos testigos de piedra.
    El señor Schulten, dando prueba de su ingenuidad, y encantado con la música campestre, al oír las notas de una flauta de caña, que un pastorcillo tocaba, solicitó y obtuvo del muchacho aquel sencillo instrumento como recuerdo de la vida apacible de los campesinos” (2).


Tercera excursión (17 de abril)

    “Así cada día se hacia una excursión distinta, dedicándose el último al campo de batalla. Hasta allí nos acompañaron el Alcalde, el Secretario del Ayuntamiento, el Maestro y dos individuos del puesto de la Guardia Civil de Espejo. El día espléndido, piar de alondras, canto de ruiseñores, sol de oro, cielo azul, paisaje verde, aire embalsamado por el perfume de las flores.
    Fuimos en coche a un cortijo situado en el borde de la llanura de Vanda («campus Mundensis»). Allí se quedaron una parte de los expedicionarios y el coche, acompañándonos el Alcalde hasta el final. Queríamos investigar los restos antiguos del borde de !a llanura. El General Lammerer llegó hasta Montilla para estudiar las posiciones de César antes del combate. Yo seguí por la ribera del río Carchena, mencionado por el Bellum Hispaniense cuando describe la marcha de César hacia la batalla. César vadeó entonces el río yendo al encuentro del enemigo situado en el borde de las alturas de Montilla. En todos los cortijos se encuentran restos antiguos. Cerca de uno de ellos aparecieron dos leones de piedra ibéricos, monumentos preciosos del arte indígena, ahora en el Museo de Córdoba; en otro cortijo se ven bóvedas romanas de mampostería. Así pasamos la mañana, volviendo al cortijo para el almuerzo, regresando a la caída del sol unos en el coche, otros a caballo” (1).




    El maestro corresponsal nos vuelve a proporcionar nuevas y detalladas informaciones:

    “Los llanos están situados entre Montilla, Castro y Espejo; tienen aproximadamente siete kilómetros de longitud por cinco de anchura, los atraviesa el arroyo de Carchena, que es de poco cauce, pero de ribera actualmente bastante poblada de huertas y caseríos.
    Establecemos nuestro cuartel general en el cortijo de “Las Cuevas”, y allí se nos unen el comandante de este puesto de la guardia civil don Rafael Calvo de Mora-Blanco y el guardia primero don Tomás Juárez.
   El general Lammeret se marcha a hacer el croquis de los llanos, y los demás, con el doctor Schulten, recorremos el campo de batalla.
   Después volvimos al cortijo de las Cuevas, donde ya nos esperaba el general; el arrendatario del cortijo, don Leocricio Márquez, nos tenía arreglados varios pollos que reforzaron nuestras ya gastadas energías; abundó el Montilla (Vinachum Mundensis), y el que suscribe tuvo el honor de obtener un cliché de nuestros distinguidos visitantes” (3).

   El resumen que nos hace sobre las explicaciones dadas por el sabio arqueólogo alemán a sus compañeros de expedición, sobre las operaciones bélicas que supuestamente tuvieron lugar en aquel campo de batalla, con independencia de la mayor o menor dosis de fantasía e imprecisiones de la teoría de Schulten sumadas a las propias deformaciones del voluntarioso corresponsal de prensa, se hace merecedor de ser transcrito tal cual:

    “Después de unas cuantas escaramuzas habidas en el valle del Guadajoz, entre las tropas de Julio Cesar y las de Pompeyo, y como éste al considerar los daños sufridos por su ejército, perdiese la esperanza de poder socorrer a sus partidarios los sitiados de Ategua, acordó retirarse de aquellos lugares, abandonando la ciudad al poder de Julio Cesar.
    Marchó Pompeyo hacia Ucubi (hoy Espejo) y Castra Posthumiana (actualmente Castro del Río); desde allí pasó a la Sierra de Montilla, estableciendo su campamento en una  elevada colina, desde la que se dominaban los extensos llanos de Vanda.
    Cesar se dirigió hacia el mismo lugar, y se situó, probablemente, en el actual cerro del Tomillar, y con marcada desventaja para la lucha; atacó a su enemigo, empezando la batalla con gran porfía; el regimiento décimo de Cesar, que ocupaba el ala derecha y que tantas victorias le había proporcionado en luchas anteriores, por figurar en él los mejores guerreros de Roma, cedió ante el empuje de las huestes de Pompeyo.
   El campo estaba cubierto de cadáveres, y la victoria, durante horas, no se decidió por ninguna de las partes; entonces Julio Cesar, apeándose del caballo y tomando arrebatadamente el escudo de un infante, comenzó a pelear entre los primeros de su ejército; este rasgo de valor enardeció a sus soldados, mejorando la lucha desde entonces a favor de Julio Cesar.
    Gran parte de aquella victoria corresponde a Bogud, rey africano que luchaba al lado de Cesar, y que en lo más recio de la pelea se apoderó del campamento de Pompeyo, aprovechándose de la poca guardia.
    Esta batalla tuvo lugar el 21 de marzo del año 45, antes de Jesucristo, y en aquella fecha contaba Julio Cesar 55 años” (3).


Paseo por el pueblo de Espejo y despedida (18 de abril)

   “El último día sirvió para un paseo por la ciudad, que conserva multitud de restos antiguos. Abajo hay un pequeño anfiteatro, hasta ahora desconocido, arriba bóvedas, etc. Luego subimos al castillo y a su torre, desde donde se ve todo el teatro de los acontecimientos de la primavera del 45 a. de J. C.: al norte Ategua, al oeste Ulia, al sur Munda, todas en alturas lo mismo que Ucubis. El propio autor del Bellum Hispaniense nota la situación elevada de las ciudades ibéricas. El administrador del castillo nos mostró balas romanas de plomo, pero no proceden de la localidad.
   Al día siguiente nuestros amigos de Espejo nos tributaron una despedida cordial, tomando rumbo hacia Montilla” (1).

Montilla y Castro del Río (19 de abril)

   “Montilla está en una ancha plataforma. No conserva ningún resto antiguo; pero no cabe duda acerca de su identidad con Munda, puesto que la llanura de Vanda, más abajo de Montilla, se corresponde perfectamente con el “campus Mundensis”, y que la descripción del campo de batalla se adapta con exactitud a Montilla. El mismo nombre de Montilla parece proceder de «Munda», con asimilación por etimología popular a «monte». En casa del Sr. Conde de la Cortina, el feliz propietario de las mejores viñas de la comarca, vimos cuatro placas de bronce con inscripción romana, que tanto por la forma de las letras como por su contenido resultan una falsificación: una de ellas nombra a Ategua y a Gneo Pompeyo, la otra a Ulia, la tercera a L. Junio Paciaecus (el Vibio Paciaecus del Bellum Hispaniense). Tales falsificaciones debidas al patriotismo local han sido frecuentes en España, menos en tiempos recientes que en los siglos XVI y XVII, en los principios del estudio de las antigüedades patrias: así existen burdas falsificaciones de los alrededores de Numancia que señalan los distintos campamentos de Escipión. Este género de falsificaciones ha florecido sobre todo en Italia.
     Los demás lugares nombrados en el Bellum Hispaniense no es posible identificarlos, acaso con la excepción de Soricaria, que parece corresponder al actual pueblo de Castro del Rio. Gracias a los amables cuidados del señor Alcalde de Montilla pudimos ir a Castro de Río en coche, acompañándonos nuevamente el Maestro. En Castro no encontramos ningún resto antiguo; en cambio en el camino de regreso nos enseñaron una media docena de villares, aldeas y granjas romanas, por los que se comprende que la periferia de la llanura de Munda estuvo entonces densamente poblada. En uno de los emplazamientos de ruinas se ve todavía un resto del muro de la población. Un zagal nos llevó una plaquita de tierra cocida con una inscripción romana y recibió por ella un real; cuando ya estábamos algo lejos corrió tras de nosotros con una segunda inscripción: el real había producido su efecto. También pasaba nuestro camino por el lugar del hallazgo del tesoro de monedas a que antes hemos hecho referencia. Lo visitamos y el mismo que lo encontró nos dio detalles de su aparición: al cavar junto a un olivo dio con un cacharro antiguo, que rompió, saliendo de él las 700 monedas. El lugar se halla junto a un camino antiguo” (1).

    No llegan a pernoctar en Montilla. Esa misma noche imparten una conferencia en el salón de actos del Instituto General y Técnico de Córdoba. Tras unos días en la capital, visitando sus monumentos, parten dirección a Bailén (Jaén), donde pretenden realizar un trabajo de similares características sobre la famosa batalla en la que fueron derrotadas las tropas napoleónicas.
  

    Aquella campaña de investigación en Espejo despertó especial interés en uno de sus pobladores. Se trata del aficionado y coleccionista de antigüedades don Emilio Pérez Alcázar, que cuando aún no habían trascurrido tres meses, ya se mostraba impaciente por conocer el resultado de los trabajos de aquellos extranjeros. Así consta en una carta remitida a la prensa (“Recuerdos arqueológicos") en la que rebate algunas de las aseveraciones de Schulten y su acompañante en una conversación de Casino:

  “Nuestros visitantes dijeron que el sitio conocido con el nombre de Albujera era un circo romano. Yo, ante la presencia de los que en aquella reunión estábamos, me pareció poco cortes rebatirles su opinión acerca de este punto; sin embargo, con discreción, les indique que n creía que fuese lo que ellos opinan, sino un depósito de agua como realmente se ha comprobado”.

    Tras detenerse en algunos hallazgos arqueológicos, elucubrar en torno a una serie de vestigios que relaciona con un templo en el que se pudiera rendir culto a la diosa Iris, pruebas todas, que atestiguan la grandeza y esplendor alcanzado por la antigua Ucubi, termina lanzando una invitación a quienes puedan mostrarse interesados en participar en trabajos de excavación bajo su dirección:

    “Yo puedo demostrarles que cuantos gastos sufraguemos en todas estas excavaciones, han de ser recompensados con los materiales que se extraigan, aparte de que si no descubrimos riquezas metálicas, por lo menos tendremos la satisfacción de haber descubierto riquezas históricas”.

    Desconocemos si llegó a ser secundado en su iniciativa y a obtener los pertinentes permisos para realizar esas excavaciones que rondaban por su cabeza. Lo que sí parece cierto es que este señor se hizo con el tiempo de una importante colección de antigüedades procedentes de los muchos yacimientos del término de Espejo y aledaños, principalmente de Ategua. Estuvo considerado como un culto investigador de las antiguallas de aquellos lugares. En 1923 donó una cabeza romana de mármol, de tamaño natural, al Museo Arqueológico Provincial. 


     En 1933, fue él quien puso en conocimiento del director del Museo una serie de hallazgos fortuitos, al parecer de importancia, que se estaban produciendo en el Monte Horquera de Nueva Carteya, lo que permitió una posterior excavación sistemática.
    Algunas de las antigüedades que aparecen intercaladas entre el texto y que llevan la firma del fotógrafo castreño José Córdoba, son de Ategua y pertenecen a la colección particular de don Emilio Pérez Alcázar. Las fotografías fueron tomadas en el año 1952, hallándose ya en manos de sus herederos. Aparecen insertas, al igual que las de las ruinas de Ategua, en un artículo publicado por el culto profesor veterinario de Castro del Río, don José Navajas Fuentes, en el Boletín de la R. A. de Córdoba.

(1)  “La Batalla de Munda” según Adolf Schulten. Boletín de la Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Nobles Artes de Córdoba. Año III. Número 8 (abril a junio de 1924). Páginas 185-194. Puede consultarse el trabajo completo en el repositorio documental de dicha institución cordobesa.
(2)   La Voz de Córdoba de 20 de abril de 1921.
(3)   La Voz de Córdoba de 23 de abril de 1921.

23 marzo 2014

CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO



    Los orígenes de la caza de la perdiz deben de remontarse a los tiempos de la prehistoria. Los Iberos ya las cazaban con reclamos, utilizando para atraparlas una especie de lazo denominado “zalagarda”. Su técnica consistía en atraer a las perdices al lugar donde se instalaban los lazos con un reclamo amarrado a una estaca.

    Los pueblos que colonizaron Iberia, fenicios, cartagineses, griegos y romanos, también la practicaron. Existe constancia de mosaicos romanos con perdices enjauladas, aunque, tal vez, la representación iconográfica más remota en nuestro suelo sea la del “Cazador de perdices” perteneciente al conjunto escultórico del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén) de los siglos VI-V antes de Jc, que aparece en la cabecera


     Sin ser aficionado a ningún tipo de caza, a lo largo de mi vida he sido testigo de la incontrolada pasión que despierta esta afición entre algunas personas.
     Recuerdo con cariño las machaconas alusiones al perdigón de un peculiar personaje con el que compartí trabajo en un molino aceitero de Porcuna durante bastantes temporadas. Homónimo de un famoso cantaor de portentosa voz timbrada, la mayor ilusión de este buen hombre, la mayoría de las veces frustrada por necesidades de la empresa (transportista de orujo), era la de poder librar un día para entregarse al cuco en cuerpo y alma.
    Ya en otro ámbito laboral, conocí a un profesor interino que se vanagloriaba de haber dejado a la novia porque le ponía demasiadas cortapisas durante la temporada del celo de la perdiz. Este mismo hombre llegó a enamorarse del canto de un pájaro que vivía plácidamente encerrado en un soleado voladero confeccionado en los patios del instituto viejo de Porcuna. Después de los pertinentes tiras y aflojas con el dueño del plumífero, terminaría adquiriéndolo por una cantidad superior al sueldo medio mensual de un trabajador. Quiero recordar, que en lote iba incluida una vieja y decorativa escopeta de cartuchos. Automáticamente, durante el tiempo que permaneció a nuestro lado, quedó bautizado como “El Cuquillero”.
     En mis habituales paseos por las hemerotecas digitales me he topado con un curioso e ingenioso trabajo, firmado por un anónimo inspector veterinario del pequeño municipio granadino de Polopos, dado a la prensa a principios de la segunda década del siglo XX.
     El artículo tiene su gracia y desparpajo, y hasta resulta útil para hacernos una idea del arraigo e impacto que podía llegar a causar esta extendida afición en el medio rural andaluz. Curiosísima la exhaustiva relación de cantos y sonidos, de extraño nombre para los profanos, que concatena.

LA CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO


     La segunda quincena de enero pone en vigor el antiguo adagio de “Por San Antón caza el perdigón”, y en cada año es el toque de atención y llamada; y, con puntualidad militar, los jauleros forman grupo aparte dejando mancas las partidas de tresillo, billar, dominó, etc., sin tener, para los que hasta allí fueron compañeros y contertulios, una atenta excusa o un razonable pretexto. Truenan los desairados, exponen justas y persuasivas demandas, hasta que convencidos de que son estériles sus fundados argumentos para atraerles a la inutilizada reunión, y ofendidos por su proceder, les llaman maulas, embusteros, maletas y hasta traicioneros y asesinos. Todo inútil: para mí que no oyen lo que les dicen.




    Encelados, casi como los reclamos que ridículamente portean a la espalda, mañana y tarde, sólo atienden como refiere el afortunado que cobró alguna pieza, las peripecias del día; siendo y sirviendo a la charla de una y otra velada.
    El canto por alto o reclamo de cañón; el cuchicheo o dar al pie; la embuchada de recibo o canto e dormitorio; el piñoneo o besos; el grifeo de recibo o desafío; el titeo o invitación a comer; el enfado o regaño de silencio; el claqueo o acción fecundante; el maullido o suspiro; el pioleo, chirrido o levantar el campo; el ajeo, berreo o voceo; el guteo o placer de comer y tomar tierra; el indicar o sentir el campo, y por último, lo desesperante de aguilar y carraguear, rinrear o serrar con los saltos y mudanzas del tío Roque el bailaor. Refieren también, con toda minuciosidad, la parte concerniente de acercarse al campo, y se habla de las vueltas, de ahuecarse, escudos, adornos y las mil y mas filigranas que , tanto la perdiz del campo como la del tanganillo ponen en ejecución, bien que se troven cariñosamente o bien retándose a desafío o riña.
     Y este, como todo deporte, despierta el amor propio de manera notabilísima, dando lugar a polémicas, que degeneran algunas (pocas veces) en altercados, disputas y hasta que no pueda disimilarse la pícara envidia o perjudicial soberbia, en los consentidos y poco afortunados.
    Por fortuna, marzo se encarga de poner punto final a estas controversias, porque termina el celo; los adminículos de caza se abandonan en el último rincón de la casa; los pobres pájaros siguen prisioneros en su reducida celda, y al cuidado, en unos, de sirvientes o criadas; en otros, de cazadores de más modesta posición, que se imponen esta obligación a cambio de que les cedan después algún reclamo, y por último, se entregan a la barbería o a cualquier compadre.
     De una u otra forma, la higiene y alimentación son muy defectuosas para los desgraciados prisioneros, y así vemos que al llegar el mes de octubre, aquellos animalitos tienen la pluma sucia o rizada, y ojos y pico, enseñan el blanco pardo, señal inequívoca de su raquitismo y desmedro, siendo esta la causa de que al siguiente no respondan a la confianza y esperanzas que en ellos teníamos puestas.



     El autor, que aparentemente se nos muestra como detractor de este tipo de caza, remata con una serie de recomendaciones “producto de la atenta observación y larga práctica en el ejercicio veterinario”, que lo delatan como un experimentado y entusiasta puestero-criador:

    1ª  Los pollos para educarlos, se deben adquirir cogidos en el campo desde la primera quincena de agosto a la segunda de septiembre. Antes y después de esta época son, por lo general, defectuosos. Los domesticados desde que nacen en casa, salen muchos buenos, nunca superiores, y la mayoría son cantores en casa, propios para oficios de canario o jilguero, pero no para el campo. Durante el primero y segundo celo, únicamente se cazarán  desde el 30 de enero a 20 de febrero; después e esta época sacan resabios. Se tendrán separados de los reclamos maestros y con una hembra o pájara vieja.

    2ª  Los pájaros maestros no se cazarán en los bandos hasta que pasen de los siete celos, empleando los de poca música y buen recibo. El que tenga recibo defectuoso, se le darán sueltas en la noche y tierra húmeda, y si esto no sirve, se pondrá aparte con una hembra. Del mismo modo al que carece de salida y es flojo, se le pone separado con la pájara, pero no se le da tierra ni sueltas.

    3ª  Durante la muda, se les dará tierra cada tres días, con una mezcla de 20 partes de arena que no sea del mar, 75 de tierra y el resto de ceniza de vegetales, renovándola cada veinte días; se les dará agua de doce a dos, durante la canícula, y verde en todo tiempo, adicionándole un poco de alpiste o cañamones, prefiriendo el primero. No se entregarán al cuidado de nadie, a excepción de que sean muy peritos.

    Si cumplís estos requisitos, observareis sus ventajas, tendréis una economía de algunos cienos de pesetas, que los buenos aficionados gastáis todos los años, para ser engañados la mayoría de las veces, y sobre todo, no soportéis los desesperantes solos, gazpachos y esbozos de capote, que tanto os habrán  irritado y hecho sufrir a los que sois buenos aficionados. 
                            
                                                                                                                      A.J. R.

          Polopos Marzo de 1911.

     Sirva esta entrada ilustrativa como introducción para una nueva en la que nos detendremos en otro documento, de fecha cercana, que tiene por protagonista las tierras y habitantes del corazón de la campiña cordobesa, donde nos consta se halla bastante extendida la pasión por el pájaro perdiz.

          Nueva entrada: Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).

15 octubre 2013

UN PAYASO ESPAÑOL EN LA CORTE DEL SULTÁN ABDUL HAMID II DE TURQUÍA



    Antes de abandonar los territorios del antiguo Imperio Romano de Oriente, tal como prometí en la entrada dedicada al eminente y aventurero músico jiennense Fernando Aranda (Pachá), que pasó 23 años de su vida en Constantinopla bajo la protección del sultán Abdul Hamid II (1876-1909), nos ocuparemos de ese otro “artista menor” de nacionalidad española que gozó también de los favores y simpatías del máximo dignatario turco durante ese mismo periodo. Se trata de un clown, especie de payaso privado de la corte imperial, cuyas peripecias, identidad y naturaleza vamos a intentar desentrañar.
     Una primera fuente le atribuye origen catalán sin desvelarnos su nombre. Su historia aunque pudiera parecer novelesca, según el informante es rigurosamente exacta y verídica:

     Hace algunos años llegó a Constantinopla una compañía de circo para actuar en uno de los teatros de la ciudad. Fue tan grande el éxito alcanzado, que llegado a oídos del Sultán, dispuso dieran una función en palacio para su regocijo y el de sus mujeres. En la compañía había un clown español (catalán), que presentaba entre otros animalillos un cerdito amaestrado, y fue tal la gracia que el bicho y su dueño causaron en el ánimo del Emperador, que mandó se le contratara para quedarse de bufón en la corte. Se le hicieron mil proposiciones ventajosas, que él rechazó siempre con firmeza, y ante su negativa se acrecentaron mas los deseos del Sultán por retenerlo. Últimamente apeló a una estratagema de Cancillería, que le dio el resultado apetecido.
     Habiendo terminado la compañía de circo su contrata, recogió los pasaportes de todos los artistas, debidamente autorizados para embarcarse; pero en el momento de pasar a bordo, instantes antes de elevar anclas el vapor que los había de conducir, observó la policía turca que en uno de los pasaportes faltaba una firma indispensable. Era el pasaporte del catalán, a quien no dejaron pasar a bordo hasta tanto llenara aquel requisito necesario. El barco se dio a la mar con la compañía acrobática, mientras que el desesperado español quedaba solo en tierra llenando de improperios a aquellos policías imbéciles.
    El final de esta historia lo habréis adivinado. Mientras llegaba otro barco fue atendido y obsequiado en la Corte del Sultán, y tan grata le hicieron la estancia en ella, que pasan barcos y barcos sin que el catalán se acuerde de que Barcelona está en España.
    ¡Y no va más de turismo!    

    Se tratan de las impresiones del capitán Luis Azpeita de Moros que en el año 1905 viajó hasta Turquía al frente de una comisión que buscaba caballos sementales para la remonta. Recogidas en un libro publicado en 1915: “En busca del caballo árabe: comisión a Oriente”.


    En base a la naturaleza catalana que se le atribuye a este personaje bufo hemos realizado unas primeras pesquisas con vistas a intentar identificarlo.
    Entre las páginas de la prensa periódica dedicadas al mundo del espectáculo hallamos a lo largo de todo el año 1892  una Compañía ecuestre, gimnástica, acrobática y cómica dirigida por un catalán que se presenta ante los públicos como “Don Cirilo Llop”, conformada expresamente para la apertura de un nuevo circo construido en el Paralelo de la ciudad de Barcelona (Circo Español Modelo).


    Entro los integrantes de aquella numerosa troupe artística se encontraban sus propios hijos (Hermanos LLop) que actuaban como clown. Durante una gira de verano desarrollada ese mismo año por el archipiélago balear el excéntrico "Sr. Llop" incorpora a su repertorio un exitoso número con un cerdo amaestrado en el tiempo record de veinte días.

Las  Baleares (agosto de 1892)


    Conocemos por la prensa que en 1893 la Compañía inicia una gira itinerante por diferentes países europeos perdiéndosele definitivamente el rastro.

    Ligeramente anterior en el tiempo (1888) en otra compañía de gira por tierras aragonesas aparece un tal Mr. Fiori con su cerdo amaestrado.



(Conjeturas artísticas más adelante)

   En otro relato, aportado por los miembros de otra comisión militar que visitó Turquía a finales de 1904, se reproduce la misma historia anterior, aunque con ligeras variantes. Incluye también una obligada referencia al músico Aranda Pachá:

    Ha regresado de Constantinopla la Comisión Militar del Arma de Caballería que fue allí con el objeto de adquirir caballos árabes, y de la relación de su viaje que publica La Correspondencia Militar copiamos los siguientes párrafos:
    En Constantinopla tuvieron el gusto de ver a los españoles que viven en la Corte del Sultán. Vieron todos los días al famoso Aranda Pachá, del que han hablado los periódicos alguna vez. Este español, que de profesor de piano en París ha ascendido a general de división en Constantinopla, vive feliz en la ciudad del Bósforo. Tiene una hija encantadora que toca muy bien el violín, tan bien, que un día que tocó delante del sultán y su familia, una princesa se quitó de uno de sus dedos una sortija y la puso en otro de la hija de Aranda; la sortija está valorada en 17.000 francos.
     Otro español, que es capitán y goza de gran influencia en la Corte, es un jerezano, de la propia calle de Bizcocheros, llamado Juan Torres. El buen Juan Torres fue a Constantinopla de clown con una compañía ecuestre; llevaba dos o tres animales amaestrados y le hizo tanta gracia al Sultán, que le propuso quedarse en la Corte con un buen sueldo; el no quiso y entonces fue emborrachado y le hicieron perder el vapor; desde entonces allí está cobrando libras turcas a base de ingenio.
   Para ganarse el favor del Sultán amaestró en quince días un pavo. Se descosió el pantalón, y por el descosido se introdujo un pañuelo; enseñó al pavo a picar el pañuelo y tirar de él. Cuando vio el sultán la operación, creyó que el pañuelo no lo era, sino el faldón de la camisa de Juan Torres, y le hizo tanta gracia que le nombró capitán de su ejército.


(Publicado en El Guadalete de 31 de diciembre de 1904)

    Estas diferencias o ligeros juegos de despiste habría que atribuírselos al ingenio del propio clown español, que por prejuicios u otras razones no debía de sentirse demasiado interesado en que trascendiera su verdadera identidad entre sus compatriotas.
     Son varios los artículos publicados en la prensa española de principios de siglo en los que se hace referencia a las extravagancias del sultán y a su relación con los artistas, abordados casi siempre desde una perspectiva occidental bastante desconsiderada:

    Los artistas de nota que actúan en la capital de Turquía no suelen salir de Constantinopla sin exhibirse en el escenario de Yildiz. Por cada una de estas veladas paga el sultán de 4 a 5.000 francos; pero la suma nunca llega íntegra a manos del artista. La capacidad artística del sucesor de Mourad V corre pareja con su entidad moral: a un clown que trabaja con un cerdo amaestrado le adjudicó un lugar preeminente entre la troupe imperial, dándole 1.000 francos mensuales, casa comida, uniformes… y la condecoración de Medjidie.




    En las memorias del hijo del sultán (Avec mon père le sultan Abdulhamid: de son palais à la prison) también aparecen confusas referencias al domador-clown. Este le atribuye nacionalidad francesa:

    “Además de los artistas italianos (familia Stravolo) había en la corte dos franceses, llamados Bertrand y Jean. Bertrand era imitador y  prestidigitador. Cada año pedía a mi padre permiso para ir a Francia y regresaba con números nuevos. Fue él quien introdujo el cine en palacio.
      En cuanto a Jean, era domador de animales, domesticaba caballos, asnos y perros. Formaba pareja con Bertrand a la hora de escenificar sus números cómicos”.

    El príncipe parece confundir el francés con el catalán, de manera que el tal Jean debe ser el clown referido por el capitán Luis Azpeita. Traducido Jean al castellano debe corresponderse con Juan (Torres). Estaríamos posiblemente ante un clown catalán de origen jerezano. La arraigada afición por la cría y doma del caballo en esta localidad gaditana podría explicar sus orígenes dentro de un circo ecuestre.
     Conjeturas todas que nos llevan a pensar que esa familia catalana de “Don Cirilo LLop”, relacionada con el circo en 1892 pudiera ser realmente Torres, apellido común con poco tirón de cartel que sería sustituido por el de Llop (Lobo) a la hora de presentarse ante el público catalán y balear.


     Dejamos de momento el circo aparcado para hacer un pequeño paréntesis taurino que nos conducirá hasta nuevas noticias relacionadas con los avatares de nuestro protagonista tras el derrocamiento de su mecenas (1909).
     En 1910 unos audaces empresarios catalanes pretenden introducir y rentabilizar el espectáculo de los toros en el imperio turco. El gobierno, controlado por los Jóvenes Turcos, andaba preocupado por dar al pueblo entretenimientos que distrajeran sus instintos guerreros y levantiscos. Llegaron a convencerles con el argumento de que las corridas de toros en Turquía podrían ejercer la misma función terapéutica social que tuvieron las capeas en España hasta su contravenida prohibición.
     Tras obtener los permisos oportunos abordan la construcción de un coso taurino, una coqueta plaza de madera con capacidad para 10.000 espectadores.
     Los empresarios contrataron a varios toreros de segunda fila o venidos a menos, de aquellos a los que les costaba ya bastante trabajo hacerse un hueco en los carteles de las plazas españolas, que se embarcaron con sus respectivas cuadrillas rumbo hacia aquella mágica ciudad enclavada a orillas del Bósforo.
     Los espadas que se aventuraron en aquella incierta y a la vez tentadora empresa fueron el madrileño José Frutos “Frutitos”, el barcelonés de etnia gitana Antonio Vargas “Negret” y José Fernández “Chico de la Camila”.



     Se programó un primer ciclo de prueba con cuatro funciones al objeto de tantear el terreno de cara a futuros espectáculos de mayor fuste. Se obligaban a las cuadrillas a pasear vestidos con el traje de luces por las principales calles del viejo Estambul para actuar como reclamo.
     Una intensa propaganda en contra del espectáculo se extendió por toda la ciudad. La hostilidad afloró ya en el primero de los festejos, optando los matadores por no ejecutar la suerte suprema para no excitar más los ánimos del público, ya de por si calientes.


    La empresa perdió varios miles de duros, quebró, se quedaron sin cobrar toreros y cuadrillas, que se deshicieron, tirando cada cual por donde pudo y hacia donde pudo.

    Tendremos que esperar para volver a tener noticias del artista de circo Juan Torres. Será por boca del sobresaliente de la cuadrilla del Negret, que después de aquel fallido experimento taurino del año 1910 en Constantinopla no pudo regresar a España. Parece ser que fueron también los amores quienes le retuvieron.

    En 1918, todavía inmersa Europa en la Gran Guerra, el incansable viajero, traductor, periodista y escritor jerezano Enrique Domínguez Rodiño visita Constantinopla. Durante su deambular ciudadano tiene un encuentro con un español que llamó su atención:

    En un rincón del restaurante, sentado en una mesa en compañía de una mujer joven aún, pero algo ajada ya, he descubierto a un español a quien el día anterior había visto ya en nuestra legación diplomática. Al verme, ha venido inmediatamente a saludarme. Me he sentado junto a ellos. Me ha contado su historia. Era catalán, de Barcelona, y había sido torero, peón del Negret. Cuando el  Negret vino contratado a Constantinopla,  lo acompañaba él. Tras aquel fiasco quedó abandonado y desamparado. El se quedó contratado en un circo, donde en compañía de un payaso italiano que tenía un burro amaestrado y al que se le enseño rápidamente a hacer de toro, representaba una pantomima, vestido él con su traje de luces y de payaso el italiano.
    Tenía que dejarse coger frecuentemente por el borrico, porque al público le gustaba mucho ver como el animal lo mordía y lo coceaba. ¡El que una vez que el Negret había sido cogido en la Plaza Vieja de la Barceloneta por un toro de cinco hierbas, desecho de Miura, había despachado al bicho de un volapié hasta las uñas! ¡El, teniendo que torear a un burro amaestrado, mal intencionado y ladino, que lo molía a coces todas las noches para que se rieran cuatro turcos y judíos que no tenían la más remota idea de lo que era el sublime arte de Cuchares!
    Había llorado muchas veces de vergüenza y de ira; y hasta había llegado a tomarle una animadversión tal a jumento, que de no haberse llevado el Negret todos los estoques, le hubiera dado un infame golletazo el día menos pensado  delante del público. Un día se murió el italiano, y él, en vista de que no se oponía nadie a ello, se adueño del amaestrado pollino. Con el marchó contratado a Brusa, en el Asia Menor, y en aquel circo conoció a un viejo español llamado Juan Torres, malagueño, que había sido durante treinta años payaso privado de el sultán Abdul-Hamid, hasta que este fue destronado por los Jóvenes Turcos.
    El malagueño le enseño a amaestrar pulgas y gansos; llegó a tener quinientas pulgas y ocho gansos amaestrados. Se junto con una de las artistas del circo, que tenía dos monas y un mico que hacían maravillas – la mujer que estaba sentada junto a él- y unas veces en Turquía y otra en Egipto, siguieron viviendo de sus habilidades y de los bichos durante varios años. La guerra les cogió en Belgrado, y de allí pasaron a Usbuk, estuvieron luego en Veles y demás ciudades importantes de Macedonia. Cuando los búlgaros llegaron, se hallaban en Usbuk, reducidos a la más negra miseria. Los monos se habían muerto hacía mucho tiempo y no había habido ni dinero ni ocasión para reponerlos. Una docena de nuevos gansos que había amaestrado en Belgrado antes de la guerra, apretados por el hambre, y aunque con gran dolor de sus corazones, se los fueron comiendo uno a uno hasta que dieron fin de ellos. Las pulgas, como se llevaron mucho tiempo inactivas dentro de su caja de cristal, y como no tenían qué ni donde chupar, se quedaron secas. Y al pobre pollino al que había llegado a querer entrañablemente, se les quedó muerto entre Kumanovo y Egri-Palanka, camino de Sofía. El pobre animal se murió de hambre y de frio. Con el dinero que le habían dado en la legación española el día anterior, se iban a Bucarest, donde esperaban que no les fuera muy difícil encontrar contrata.
    Al terminar, con un gesto de desesperación ha dicho el catalán ex sobresaliente de Negret:
    No cal que li digui, pero li asseguro qu’ens ha ben fastidiat aquesta malchita guerra…


    Los testimonios están entresacados de un artículo periodístico firmado por Enrique Domínguez Rodiño, corresponsal de guerra para La Vanguardia, publicado en Hojas Selectas con el título de “El sobresaliente del Negret”.

    Aquí ponemos un punto y final a las indagaciones sobre la vida del ya veterano clown cortesano Juan Torres, a quien ahora se le otorga indirectamente naturaleza malagueña. Presuponemos un final de sus días muy similar al de su aventajado discípulo en el adiestramiento de toda clase de bichos vivientes, enrolado entre la troupe de una de aquellas compañías de circo itinerante. Sus restos mortales deben reposar en cualquier lugar incógnito a caballo entre la vieja Europa y Asia.
   Que Dios, Ala, Buda o cualquier otra deidad protectora, de esas a las que se encomiendan los humanos dependiendo de su cultura y situación geográfica, lo tenga en su gloria. Tienen que estar entretenidos.