El
Imparcial en su edición del día 16 de abril del año 1911 recoge en primera
plana las noticias remitidas, vía telegráfica, por su corresponsal en Motril (Granada)
sobre un, a primera vista, espeluznante y salvaje crimen perpetrado en la tarde
noche del Viernes Santo en la pequeña villa de Guájar Faragüit (apenas 1200
almas). La víctima, el señor cura párroco de este aislado enclave geográfico
situado a 15 km. de la cabeza de partido:
“Esta
mañana comenzó a correr el rumor de haberse cometido un horrible asesinato en
Guájar Faragüit, pueblo de este partido judicial. El Juzgado no ha vuelto
todavía; pero a falta de la versión oficial, puedo transmitir referencias
particulares autorizadas.
El pueblo de Guájar Faragüit es un rincón
africano trasplantado a nuestra Península. Como su mismo nombre, de puro abolengo
árabe, indica, se halla asentado entre ásperas fragosidades, cerca del río de
la Sangre, en lo más fragoso de la tierra de los Jarales. La ferocidad de sus
pobladores y el formidable reducto de riscos con que la Naturaleza le defiende,
le hacen poco menos que inaccesible. Las autoridades no disimulan su temor cada
vez que tienen necesidad de arriesgarse
en aquel abrupto asilo de bárbaros.
Descritos, escenario y actores, a nadie
sorprenderá, la tragedia que voy a relatar. Desde hace tiempo, el vecindario de
Guájar venía alimentando un odio sordo contra su párroco, un apacible y honrado
sacerdote, don Eugenio García Montoro. El desventurado señor vivía como en
misiones, esforzándose abnegadamente por evangelizar a sus feroces feligreses.
No ignoraba que le acechaban graves riesgos y así lo había manifestado varias veces; pero vivía resignado
a cumplir a todo trance su amargo deber.
Recientemente observó que la hostilidad
crecía. Por dondequiera, despertaba su paso murmullos amenazadores. Las torvas
miradas que a cada paso se clavaban en él, empezaban a atemorizarle.
Anoche, con motivo de la solemnidad del
Viernes Santo, debía predicar. El templo estaba lleno. Subió al púlpito y
pronunció las primeras palabras lleno de temor, porque había presentido algo
extraordinario.
No era infundada su alarma. De pronto,
como si todos los que llenaban la iglesia estuviesen de acuerdo, prorrumpieron
en aullidos terribles y se arremolinaron bajo la sagrada cátedra.
El pobre sacerdote huyó, loco de pavor,
por la puerta de la sacristía, ganó la calle e intentó a todo correr refugiarse
en su casa; pero antes de que llegase a la puerta, la muchedumbre que le seguía
rugiendo le alcanzó y le derribó.
Lo que ocurrió entonces es indescriptible.
Los vándalos se cebaron en el cuerpo del infeliz padre García. Todos le
hirieron, con palos, puñales, pistolas. Los que no tenían armas le golpearon
con piedras. No quedó uno que no saciase en el indefenso cura su bárbaro furor.
Cuando le vieron muerto, despedazado, horrorosamente mutilado, se fueron tranquilamente
a sus cubiles.
El pueblo en masa es culpable; pero se dice
que dos hermanos apellidados Correa fueron los iniciadores del horrendo crimen”.
Tendremos que esperar al martes 18 de abril para
conocer el relato pormenorizado de lo ocurrido aquel Viernes Santo de 1911. De
la detallada miscelánea que bajo el título de “El cura de Guajar” se
publicó en el diario El Defensor de Granada se desprende que al infortunado
sacerdote, “aunque honrado y bueno, le
perdía su carácter, algo irascible, impetuoso e imposible de aguantar”.
El
suceso tiene su origen en unas recriminaciones mañaneras por parte del señor
cura a varios individuos que se hallaban jugando a la puerta de la iglesia
parroquial de San Lorenzo Mártir. Aunque no se menciona, suponemos que andarían
entretenidos con el famoso libro de las cuarenta hojas, algo, según la moral
imperante, poco acorde para día tan señalado en el calendario litúrgico. El
párroco no iba a salir demasiado bien parado de la reprimenda, ya que recibió a
cambio algún que otro maltrato de palabra.
Durante los
Santos Oficios, los jóvenes recriminados y otros vecinos testigos de la escena
tuvieron frases de censura para el cura por sus intemperancias y amenazas. A la
salida del templo se volvieron a cruzar palabras ofensivas, viniéndose a las
manos, sufriendo el cura algunas contusiones a consecuencia de los golpes que le
propinaron los interfectos.
Conocedores el señor Alcalde y Juez municipal de los incidentes
se personaron en el domicilio del cura, tanto para interesarse por su estado de
salud, como para tomarle declaración en el sumario abierto por la agresión de
la que había sido objeto. Lo encontraron excitado y nervioso, manifestándoles
su deseo de marcharse al día siguiente a Motril para ser atendido por un médico
y buscar a una persona perita que le ayudara a formular la pertinente denuncia
en el juzgado de instrucción.
Tras
despedirse, hallándose ya en la calle los visitantes, sintieron un disparo de
arma de fuego que procedía de la habitación del cura. Alarmados, volvieron
sobre sus pasos seguidos de algunos vecinos, encontrándose al cura cadáver. A
sus pies se hallaba la pistola marca Browing que don Eugenio García Montoro,
acostumbraba a llevar bajo los mantos.
“Por la posición del cuerpo y la de la
pistola, parece indudable que el suceso ocurrió hallándose de pie el cura, que
al desnudarse se le cayó el arma, chocando contra el suelo y saltando el
proyectil que le entró por el tobillo y en dirección de abajo hacia arriba, le
perforó la pierna, el vientre y el corazón.
La diligencia de la autopsia ha comprobado
la rara trayectoria que hizo el proyectil verticalmente, atravesando el cuerpo
del infortunado sacerdote”.
Esa visión de salvajismo
y barbarie, que nos transfiere el cronista motrileño, en relación a los
pobladores de estos apartados y abandonados lugares, debía de hallarse bastante
extendida, más por miedo y desconocimiento que por argumentaciones objetivas.
Al asimilárseles al estado de las famosas cabilas rifeñas, justo en un momento
en que la guerra de Marruecos se hallaba en pleno apogeo, parece como si premeditadamente
se intentara retrotraer la historia a los tiempos de la rebelión de los
moriscos granadinos contra los cristianos del año 1569, uno de cuyos últimos
episodios fue precisamente el Asalto de los Guajares.
Un par de años atrás de la referida muerte
accidental del cura de Guájar, la prensa nacional reproduce similar
argumentación, ahora relacionada con los
típicos abusos del caciquismo que solía campar a sus anchas, especialmente en
estas pequeñas e “incultas” por incomunicadas poblaciones, a las que sólo se podía
acceder a través de tortuosos caminos de herradura.
Gadeón 12 de diciembre de 1909
Sirva como desagravio hacia estas pequeñas y pintorescas poblaciones a las que me unen en la actualidad lazos de amistad y hábitos de
consumo (un buen mosto del terreno) otra semblanza, bastante más realista y
amable, trazada años después (1928) por el periodista y escritor Bernardino Sánchez Domínguez (Bersandín) en las páginas del diario madrileño La Voz:
En estos
contornos serranos de la vega de Motril y en lugares de apelativo tan evocador
como Guájar Alto, Guájar Faragüit y Guájar Fondón, sus habitantes son dueños de
la choza en que viven y son propietarios en su mayoría de la heredad y de las chumberas que la acotan, en la que
suelen tener la sombra y el fruto de una higuera, por lo menos, o de algunos almendros.
En tal heredad - corral incultivable, por lo general- son pocos los que pueden
recoger, para todo el año, dos o tres fanegas de trigo o de cebada, cuya cosecha,
si no les es usurpada o distraída por algún vecino o pariente, va a parar a
manos del fisco para pago de los consabidos impuestos del Estado, y sobre todo
las cargas municipales, cuando no logra para cumplir estas primordiales atenciones
ciudadanas este propietario o cosechero y ciudadano del monte y de la sierra un
préstamo usurario o reunir previsoramente, restando algo del jornal de dos o de
tres o de cuatro pesetas diarias - si es que ha disfrutado durante el año de un
jornal - la cantidad suficiente. Es un detalle a subsanar por los que apetecemos
el éxito de la "reintegración al campo".
Como eso de "disfrutar" durante el
año jornales, aun tan ínfimos como los dichos, es por aquí verdaderamente literatura,
¿De qué vivirá esta gente? ¿Cómo querrán que sea? El monte es pródigo, en verdad,
y la gente frugalísima; tan frugal que se conforma con vivir sobre la tierra, con
las rebañaduras de la tierra. No hay familia que no tenga su borriquillo; no
hay mujer ni zagal que no ande "tras ajilando" por barrancos y
cañadas hasta reunir, por lo menos, una carga de leña para llevarla en el
borrico a vender, por una cincuenta o dos pesetas, a Motril, Nerja, Almuñécar, etc.,
empleando para ganar eso dos, cuatro o seis días en ir y volver. Si traen
íntegro a la familia el importe de esa venta ¿De qué han comido el vendedor y
el semoviente?
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario