Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

21 enero 2012

"Es menester que se nos mantenga, señor" (Alimentación mangurrina)


     La publicación reciente en el blog de un amigo castreño de un artículo dedicado a enaltecer la excelencia de la tradicional producción de granadas de las huertas del valle del Guadajoz, además de, para recordarme esa peculiar manera de extraer su jugo (bota)  y de ilustrarme sobre sus diferentes variedades, me ha traído a la memoria una anécdota o chascarrillo perteneciente a la tradición oral de mi pueblo (Porcuna), en el que las granadas adquieren especial protagonismo.
     Un labrador de Porcuna, hallábase especialmente preocupado por la cantidad de pan, a su juicio desproporcionada, que consumían los acomodaos, gañanes y demás personal que residía y trabajaba a su servicio en el cortijo, y de cuya alimentación era responsable según usos y costumbres de la época.
     En  la feria y mercado agrícola-ganadero de San Miguel, en el vecino pueblo de Cañete de las Torres, creyó encontrar la solución a su inquietud. Pactó con un hortelano de Castro del Río la compra venta de una partida de este sabroso fruto, que desgranado, tan bien acompaña a las migas de pan (cuyo consumo se generaliza a partir de esta fecha una vez superado el largo estío) y que por tratarse de un producto de temporada, era siempre bien acogido entre los comensales cortijeros. Su racanería le llevo a cerrar una operación mixta, dos terceras partes de género de ínfima calidad (agria, fuerte y más bien seca) y una de la denominada azucarí (dulce y jugosa). 



     Para que le salieran aún más baratas, hasta se comprometió a retirarlas en origen. De ahí que, de mañana temprano, encima de un carretón tirado por una yegua vieja, por el camino de Castro, tomaba rumbo en busca de esa salvadora y deseada mercancía, cuyo advenimiento había sido anunciado, a bombo y platillo, entre los cortijeros. El hortelano castreño, agradecido por la generosa y cuantiosa compra de este porcunero, que le permitía deshacerse de una producción cuyo destino más probable hubieran sido porquerizas, tuvo el gesto galante de invitarle a almorzar (aceite y vinagre según crónica imaginaria).
      Ese mismo día, a la caída de la tarde, envasada en grandes esportones, la mercancía llegaría a manos y boca de sus destinatarios.
      A los pocos días, tocaba hacer las oportunas comprobaciones en cuanto a consumo de hogaza, y personado en el cortijo, se dirigió a uno de los operarios más guasones y reivindicativos, preguntándole:

-        ¿Qué Manuel?  ¿Cómo están esas granás?
-        Algunas amargan y están un poquillo fuertes, pero usted no se preocupe, que más pan se le mete.
      Refranero: “El dinero del mezquino anda dos veces el camino”.

     Dejando de lado el género chascarrillero, del que me he servido para introducirnos en materia, nos ocuparnos de “la hatería”, un tipo de retribución en especie muy común entre los trabajadores agrícolas de nuestra geografía, hasta hace relativamente poco tiempo, y que desaparece a la par que se generaliza el uso del motor en el campo y los vehículos automóviles, cuando deja de ser precisa la permanencia de los jornaleros durante largas temporadas en los cortijos para efectuar las correspondientes labores de temporada, así como la del personal destinado al cuidado del ganado de sangre.
      Hasta entonces, en las bases de trabajo, pactadas o impuestas, se establecía la diferencia remunerativa entre el “jornal a seco” (retribución exclusiva en metálico) y el jornal “con hatería o mantenio” a cuyo importe ordinario se le restaba una cantidad estipulada o impuesta, que el patrono se reservaba para suministrar de su cuenta los alimentos necesarios para sus asalariados durante las viajadas agrícolas. El primer tipo, era norma común para las tierras del ruedo, cuya proximidad al casco urbano permitía al jornalero pernoctar y cenar en su propio domicilio y aportar se su propio peculio el hato para el almuerzo, mientras que en las tierras acortijadas se impone tradicionalmente el segundo modelo. La costumbre suele ir acompañada de la tradicional queja del jornalero sobre la calidad y cantidad del condumio aportado por el patrón o señorito.
    Hasta principios de siglo XX, en que los obreros agrícolas se empiezan a organizar en torno a sociedades de resistencia, la hatería quedaba a merced de la bonhomía del encargado de suministrarla.  Durante aquellos  primeros envites huelguísticos, que tuvieron lugar en el año de 1903 en la provincia de Córdoba, recogidos por Juan Díaz del Moral en su famosa monografía, las demandas obreras se centran mayormente en la supresión del destajo, aumentos salariales y reducción de jornada. No me consta que el tema de la alimentación estuviese recogido en las bases como punto esencial de desencuentro, aunque intuyo que debió también estar presente.
     Únicamente, en el marco de Jerez de la Frontera, cuyas sociedades obreras ya estaban revestidas de un importante historial reivindicativo y de lucha desde atrás, en la huelga de siega de ese mismo año de 1903, que coincide cronológicamente con la protagonizada en Castro del Río por la sociedad obrera Luz del Porvenir, en las bases alternativas presentadas se rechaza abiertamente la manutención del obrero por cuenta del patrono, apostando por el jornal a seco, aunque exigiendo que se pusiera a disposición de las cuadrillas de segadores un costero o aguador, para acarrear desde el cortijo al tajo el agua, los alimentos y los utensilios necesarios para prepararlos.
    El propio notario e historiador de Bujalance, en su Historia de la Agitaciones Campesinas Andaluzas, se hace eco de ciertas modificaciones experimentadas en la campiña de Córdoba en el tema alimentario después de aquellas primeras demostraciones de fuerza protagonizadas por los jornaleros agrícolas asociados:

     “De ésta época data la costumbre de Castro, Fernán Núñez y otros pueblos de dar a los campesinos un frito por la mañana. Entonces también aumentó la ración de tocino, mejoró la calidad del pan y del aceite y se redujo la tarea de los ereros de tres carretadas a dos y media, y más tarde a dos”.

     Aunque la patronal, desde la prensa conservadora, justo inmediatamente después de aquella oleada de huelgas generalizadas, se desmarcaba de esa presunta racanería que les atribuían los órganos de prensa antidinásticos. El Diario de Córdoba reproduce un artículo de Manuel Carretero, redactor de El Globo, en el que en base a las entrevistas realizadas a patronos cordobeses, saca sus propias impresiones sobre aquella preocupante cuestión social:


Diario de Córdoba 30 de julio de 1903
       La obra de Díaz del Moral, testigo de excepción de aquellas conflictivas tesituras socio laborales (1903 y trienio 1918-1920), no parece ratificar esas aseveraciones patronales. Menciona la costumbre, muy extendida entre los labradores de la campiña cordobesa, de proporcionar a los cortijeros el peor aceite y el mejor vinagre, con vistas a evitar consumos excesivos e inapropiados para sus intereses.
      Otro analista social, Pascual Carrión, en un artículo publicado en El Sol en mayo de 1919, ya en pleno trienio bolchevista, nos informa sobre como aquellas mejoras de principios de siglo en materia alimenticia habían desaparecido:

     “La comida del gañan está constituida básicamente por el gazpacho (pan con agua, aceite, ajos y vinagre) y un guiso de garbanzos por la noche”.
     
     Una versión invernal del gazpacho o gazpachuelo, que se elabora con los mismos ingredientes, es una especie de sopa de pan y ajo conocida en algunas comarcas como maimones.



    Una vez proclamada la II Republica, tras una larga travesía de desamparo para el jornalero durante la Dictadura de Primo de Rivera, junto al proyecto de Reforma Agraria nace una nueva legislación laboral que contempla la creación de los denominados Jurados Mixtos de Trabajo Rural, como encargados de velar por su cumplimiento. El jornal a seco seguirá conviviendo con la hatería, pero se convierte en opcional:


     El obstruccionismo de la patronal agraria a esta nueva legislación, que consideraron lesiva desde un principio, seguirá generando problemas en lo referente a la calidad de los alimentos proporcionados al jornalero mantenido. La prensa socialista provincial recoge la denuncia formulada por la Sociedad de Trabajadores de la Tierra de Espejo (UGT) sobre ciertos abusos por parte de algún patrono especialmente reacio a aceptar la normativa:

El Sur , 29 de noviembre de 1932
      Los vaivenes políticos del periodo republicano, además de paralizar y casi hacer inviable la proyectada y deseada Reforma Agraria, provocaron en muchas ocasiones que  la ley se convirtiera en papel mojado. Las frecuentes crisis de trabajo, con la consecuente pauperización del proletariado agrícola, fueron debilitando las conciencias proletarias, y se volvió a implorar al patrón el mantenimiento.
      Un testimonio oral, obtenido de la misma persona de la que me serví para elaborar la entrada sobre los carnavales en Castro del Río durante la Segunda Republica, pone en boca de uno de los lideres más veteranos y carismáticos del anarcosindicalismo castreño, José Dios Criado, las siguientes palabras, pronunciadas durante un mitin celebrado durante una de las numerosas huelgas del periodo:

     “Todavía hay quien le dice al burgués: ¡Es menester que nos mantenga, señor! ¡Pero para que queremos que se nos mantenga! Para que nos echen en la olla el tocino hediondo y los garbanzos que se cuelan por la criba”.

      Este elemental argumento, era más que suficiente para sacar de su apatía y envalentonar a los más amilanados a la hora de secundar los conflictos.


1 comentario:

  1. Mangurrino/a es un adjetivo que no aparece recogido en el diccionario de la Real Academia de Lengua, pertenece al léxico andaluz y está muy extendido su uso por diferentes comarcas y poblaciones, con significaciones diferentes según los lugares. Desechadas las acepciones negativas y despectivas (persona sucia, desaliñada y poco aseada), me quedo con aquellas que lo asimilan a trabajador manual o tacaño. Ambas me sirven para darle sentido al encabezamiento utilizado, y además creo que son las que mejor se corresponden con el significado que se le da en mi tierra (Porcuna).

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