Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

01 febrero 2011

Crimen y/o Castigo: El caso de los "Hermanos Nereos" de Porcuna(1913-1915).





   La edición impresa de las IV Jornadas “Niceto Alcalá Zamora y su época” celebradas en Priego de Córdoba durante los primeros días de Abril de 1998, alberga un interesante trabajo de Antonio Recuerda Burgos (cronista oficial de Porcuna) bajo el título “La tradición oral del crimen de los Nereo”.
   Ha sido recientemente, a raíz de incluirlo en su blog de nueva creación, cuando he tenido la oportunidad de leerlo. Su autor, anuncia volver a ocuparse del tema recurriendo a fuentes hemerográficas y judiciales. Como el que suscribe, lleva tiempo haciendo acopio de informaciones sobre este hecho de la crónica negra de la historia de Porcuna, sin afán usurpador, he optado por abordarlo desde mi particular punto de vista, aprovechando la oportunidad que nos ofrece este medio para suscitar un debate al respecto.

   Justo y Antonio Ramírez Muñoz, apodados “Los Nereos”, de 22 y 20 años de edad respectivamente, naturales de Almedinilla (Córdoba) y residentes en Porcuna (Jaén), eran dos jornaleros de origen humilde que, para allegar fondos a la modesta economía de su hogar, desarrollaban además funciones de guardería rural en la finca conocida como “Los Borregos”, propiedad de una pariente que había delegado en ellos para tal cometido. Provistos de sus oportunas licencias de armas, alguna que otra vez utilizaban sus escopetas para cazar en tiempo de veda en las fincas colindantes. Este parece ser que fue el motivo por el que se ganaron la animadversión del propietario del cortijo de San Pantaleón.

Cortijo de San Pantaleón (Porcuna)

   Un día indeterminado (luego explico la indeterminación) de finales de Julio del año 1913, los hermanos coinciden durante un relevo en la guardería. A pesar de estar la veda echada, sienten la tentación de emplear su tiempo en, la que por lo visto era su principal afición, la caza. Utilizan sus escopetas para proveerse de alguna que otra pieza con la que alegrar la cazuela de los suyos. Era común en ese tiempo, que la necesidad derivara en indiferencia hacia la exhortación de la ley que lo prohíbe. ¿Qué podía pasarles si los cogen? Unos días de arresto. Probablemente esquivarían ese paso, puesto que les acompañaría la agilidad y la astucia de quienes se han criado en el campo.
   La casualidad quiso, que una pareja de la guardia civil estuviera aquel día en el cortijo de San Pantaleón participando de un condumio junto a señores de posición elevada. Al parecer fueron avistados los cazadores desde el cortijo por los comensales.
   La tradición oral recogida por Antonio Recuerda  refiere que: “Bajo los efectos de la bebida y la comida los participantes en la fiesta, incitaron y excitaron a los miembros de la guardia civil, que para quedar bien entre los anfitriones se disfrazaron con ropas de segadores y sombreros de paja y se dirigieron hacia donde estaban los Nereos llevando de la rienda varios animales como si fueran a trabarlos en los rastrojos”.
   Un fatal y tenebroso encuentro entre los cazadores y los civiles, se saldaría con la muerte de los segundos.

   En los días siguientes la prensa informa del suceso. Periódicos de tan dispar línea editorial como El País (republicano), el Socialista, El Liberal, La Época, La Correspondencia de España, El Imparcial  o el integrista Pueblo Católico de Jaén parecen nutrirse, en un principio, exclusivamente de la nota de prensa facilitada por gobernación.

Un sargento y un guardia muertos

   Dice el Pueblo Católico de Jaén:

   “En el sitio Cañada de la Teja, a dos kilómetros del límite de esta provincia con la de Córdoba, han sido muertos ayer el comandante de puesto de la guardia civil de Porcuna, sargento José Martínez Montilla y el guardia Francisco Vivancos Canovas, por dos hermanos apodados Los Nereos cazadores de oficio y naturales de Almedinilla de Priego (Córdoba), quienes huyeron una vez cometido el crimen, sin que hasta las ocho de la mañana de hoy hayan sido habidos.
   Con motivo de los disparos de los agresores, hechos con escopetas, los tacos prendieron el rastrojo donde cayeron muerto el guardia y herido el sargento, propagándose a los cuerpos de ambos y produciéndoles quemaduras en sus miembros, vestuario, equipos y armamentos. El fusil del guardia tenía manchas de sangre, deduciéndose de las heridas que presentaba el sargento en la cabeza haber sido producidas a golpes por el referido fusil.
   Descansen en paz el sargento y el guardia que han fallecido en cumplimiento de su deber”.

Primitiva lápida del nicho donde fue enterrado el Sargento Martinez
(Fotografía obtenida por gentileza de Todoslosnombres Porcuna)


El Socialista (30 de Julio de 1913)


   El Heraldo de Madrid (30 de Julio de 1913) será el primero en abordar el suceso con informaciones más detalladas recabadas directamente desde Porcuna, en las que de alguna manera se siembra la duda:

   “El hecho debió ocurrir hacia las tres de la tarde y se ignora como fueron agredidos los guardias, pues el lugar es solitario y no hubo testigos presénciales. Se cree que estos recibieron los disparos a quemarropa, produciendo la muerte del guardia Vivancos e hiriendo mortalmente al sargento Martínez, cuyas ropas, así como el cabello y el rostro, aparecen quemados, por haberse incendiado el rastrojo en que cayeron.
   A esta circunstancia se debió el pronto descubrimiento del criminal hecho, pues, al notar el incendio, acudieron a extinguirlo las personas que había en la cortijada, las cuales quedaron aterradas al contemplar el terrible espectáculo que ofrecían los cuerpos de los guardias en medio de las llamas, de entre las cuales los extrajeron, teniendo que rociarles con agua para apagar sus ropas incendiadas.
   El guardia Vivancos aparecía muerto, con el rostro ennegrecido y desfigurado, presentando una gran herida en el pecho, producida por una descarga de perdigones; el sargento Martínez tenía otra en la parte superior del brazo derecho, con grandes quemaduras en la cabeza y el rostro; pero como éste daba aún señales de vida, fue trasladado al cortijo mas inmediato, donde se le prestaron los primeros auxilios. Su estado era tan grave que apenas pudo articular palabra ni declarar quienes habían sido los autores de la agresión.
   Con grandes cuidados fue trasladado anoche a la población, ingresando en el hospital, en donde fue de nuevo reconocido por los médicos, que le apreciaron otra herida en la cabeza, producida por la culata de uno de los fusiles, que se encontró roto en el lugar del suceso. Falleció a las once.
   En dicho sitio, y cerca de sus victimas, dejaron los agresores dos morrales de caza con algunas piezas, dos licencias de escopeta y dos cedulas personales, extendidas a favor de Justo y Antonio Ramírez Muñoz, vecinos de esta, que ya habían sido perseguidos por la guardia civil como cazadores furtivos y sujetos de no muy buenos antecedentes.
   Después de cometer su criminal hazaña desaparecieron los autores, y a pesar de las activas pesquisas de la guardia civil para su captura, no han dado resultado hasta la fecha, ignorándose su paradero.
   Ahora bien. ¿Cómo se verificó la agresión?, se nos ocurre preguntar ¿Cómo fueron sorprendidos los dos guardias en campo abierto por dos cazadores a quienes iban persiguiendo, y cuyos antecedentes conocían, sin tomar antes las mas elementales precauciones, puesto que los fusiles de ambos se encontraron descargados, sin que apareciera señal de lucha entre la fuerza y sus agresores?
   Y que la agresión debió de verificarse a cortísima distancia lo prueban las heridas recibidas por los guardias a quemarropa. Lo cual hace suponer que estos no tuvieron tiempo para hacer uso de las armas y repelerla.
   Como ignoramos aun el resultado de las diligencias que desde ayer vienen practicando la guardia civil y el Juzgado, nos abstenemos de formular mas juicios, esperando que la eficaz gestión de las autoridades y la captura de los delincuentes han de dar satisfactoria explicación de un suceso tan raro y lamentable”.

   No aparece en la prensa referencia alguna a celebraciones festivas, ni  al disfraz que utilizaron los guardias en “acto de servicio”. En este último aspecto, que no trascendería a la opinión pública hasta fecha postrera, fundamentaría su defensa el diputado liberal por el distrito de la Carolina y ya famoso jurisconsulto, don Niceto Alcalá Zamora.
   En los días siguientes se informa sobre su inminente captura por tenerlos la guardia civil localizados en Sierra Morena en las proximidades de Andujar. No serían finalmente capturados, sino que se entregarían por iniciativa propia al Juez Municipal y al Alcalde el día 4 de Agosto, por miedo a posibles represalias de la guardia civil y en un lugar previamente convenido en las proximidades de Porcuna (por testimonios orales en el cerro de Abejucar).     
   Trasladados al juzgado de Martos, la jurisdicción civil se inhibe en favor de la militar, siendo ingresados en la Prisión Provincial de Jaén en espera de ser juzgados por el fuero de guerra.
   Transcurrió año y medio aproximadamente desde el día de autos hasta la terminación de la instrucción del sumario. Con el visto bueno y  aprobación del Capitán General de la Región Militar, se celebró por fin en la plaza de Jaén el Consejo de Guerra ordinario. El fiscal pide para ellos dos penas de muerte. Con fecha de 25 de noviembre de 1914 se da a conocer el fallo que los condena a la pena solicitada. Con posterioridad sería elevada la causa al Consejo Supremo de Guerra, que ratificaría las penas impuestas por unanimidad.



   Antes de entrar en la campaña pro indulto en favor de estos “Reos de Porcuna”, una vez que se hace pública la sentencia definitiva, a finales de mayo de 1915, sin juzgar (puesto que no soy juez, ni me gustaría serlo) y con un mero propósito de clarificar los hechos, aporto dos versiones contrapuestas publicadas en la prensa de la época. Juzguen ustedes.

   La primera pertenece a uno de los propios encausados (Antonio Ramírez), tomada de la entrevista que en la cárcel le hizo el abogado y periodista José Fernández Cancela publicada por el Imparcial, durante aquella campaña “en la que trabajaron con tanto ardor conocidísimos hombres públicos y reputadísimos abogados”.

  La segunda, de un extracto de la sentencia publicada en el Boletín de Justicia Militar del mes de febrero de 1915.


En los extremos: Justo y Antonio Ramírez Muñoz.




Por la vida de dos hombres
(Fernández Cancela)

   ¿Cómo ocurrieron los sucesos que han merecido tan enorme pena?

   Yo no conozco la sentencia en la que se relatan los hechos que no cabría discutir, pues lo declararon probados los jueces que entendieron en el proceso; pero sin pretender que el relato de los condenados refleje puntualmente lo ocurrido, aun suponiendo que hay en él algunas inexactitudes, he de contar lo que ellos me dijeron, ya que sus palabras deben merecer el respeto de las que pronuncian los hombres que se hallan en el dintel de la muerte.
   Justo y yo-decía el más joven de los hermanos-trabajábamos como jornaleros, y de este modo sosteníamos la casa de nuestros padres, que son ya muy viejos.
   En los meses de junio a septiembre, Justo iba todos los años a desempeñar el cargo de guarda de noche en una finca llamada Los Borregos, que es propiedad de un pariente nuestro, y esta situada cerca del pueblo de Porcuna, donde nosotros vivíamos.
   En julio de 1913 se hallaba, según costumbre, ocupando este cargo, y como el 25 era la fiesta de Santiago, y allí se huelgan tres días, Santiago, Santa Ana y la Niña, el 26 a las cinco de la mañana fui yo a “Los borregos” para sustituirle aquellas dos fiestas y que el bajase a pasarlas con nuestros padres y con una hermana nuestra que había ido a Madrid para reponerse de una enfermedad, que poco después ocasiono su muerte.
   Justo me llevó entonces a enseñarme los linderos del terreno, pues no tenía vallado, y era preciso evitar que no entrase el ganado de los cortijos próximos. Como hacía muchísimo calor, nos fuimos a beber agua hacia el pozo de la Teja, que está en el cortijo de San Pantaleón, y en este camino saltó una liebre. Mi hermano se echó la escopeta a la cara, y la mató metiéndola en el zurrón, diciendo: “Ya tenemos un regalo que llevar a la hermana…”.


   De repente vimos llegar por el camino real a un hombre a caballo a todo galope, el cual apuntándonos con una escopeta, nos amenazaba con matarnos si seguíamos adelante. Creímos que sería una broma o que acaso estuviera borracho; pero permanecimos parados, y pocos momentos después vimos llegar a otro por el extremo opuesto, que nos amenazaba lo mismo que el anterior.
   Estos hombres llevaban un gran sombrero de paja, unas blusas blancas largas y unos pantalones color caqui.
   Pocos instantes después estaban a nuestro lado, obligándonos a marchar entre ellos un buen trecho. No pudiendo explicarnos su actitud, les dijimos: ¿Qué quieren ustedes de nosotros? Somos pobres y nada podemos darles…
   Ellos entonces comenzaron a coletazos con nosotros. Yo vi a mi hermano caer al suelo con el rostro ensangrentado, y repentinamente oí un disparo. Creí que lo habían hecho ellos sobre Justo y disparé contra uno. Casi al mismo tiempo cayeron ambos al suelo. Me acerqué a mi hermano para ayudarle a levantarse y nos fuimos corriendo a campo traviesa.
   Poco después, pasado el impulso de los primeros momentos, mientras nos hallábamos en un arroyo, pensamos con terror en lo que había pasado.
   Durante seis días con seis noches recorrimos los campos sin atrevernos a buscar un asilo en casa de nuestros padres, por miedo a comprometer su seguridad.
   Entonces supimos que aquellos dos desconocidos eran guardias civiles disfrazados de paisanos.
   Un cabrero que se compadeció de nosotros nos dio un pedazo de pan y unas patatas, única cosa que comimos en todo aquel tiempo, y al fin, hambrientos, con los pies descalzos y heridos por los guijarros de la sierra, decidimos llegar hasta donde nuestros padres estaban para entregarnos a la autoridad.
   Mi pobre madre sufrió un desmayo al vernos llegar en aquella forma.
  Y mientras esto decía, el recuerdo querido llenaba de lágrimas los ojos de los dos hermanos.
  Un rayo de sol de julio, cegador y ardiente, atravesando un alto ventanal, caía sobre sus cabezas.    
  Los gritos confusos y alegres de unos chiquillos que correteaban en la calle llegaban hasta nosotros como charloteo de pájaros libres”.


Del Boletín de Justicia Militar

Sentencia del Consejo de Guerra
por el asesinato de una pareja de la Guardia Civil
I


   Sala de Justicia, 22 de febrero de 1915.
   Resultando que el día 28 de Julio de 1913 se presentó en el cortijo de San Pantaleón, termino de Porcuna (Jaén), una pareja de la Guardia Civil, formada por el sargento J.M.M y guardia F.V.C., prestando servicio propio de su instituto, enterándose de que por aquellas cercanías, no obstante ser época de veda, cazaban los hermanos J. y A. R.M., apodados Los Nereos, y contra los cuales habían recibido repetidas denuncias, por lo que decidieron salir en su persecución:
   Resultando que con objeto de hacer mas practicable la captura, o para poder a aproximarse a los cazadores, pidieron a las personas que había en la finca unas blusas blancas y unos sombreros de paja, que le fueron facilitados; montando después en una yegua, y colocándose las blusas sobre las guerreras, poniéndose los sombreros de paja, guardando los del uniforme en las alforjas, se pusieron en marcha en dirección al punto en que se suponía debían estar los Nereos, en tanto que estos habían parado en un sombrajo para beber agua, divisando y reconociendo a la pareja de la Guardia Civil, no solo porque conocían de antemano a quienes la formaban, sino porque el niño M. les avisó de que la pareja daba vueltas por aquellos contornos, emprendiendo entonces la huida los citados.
   Resultando que a los pocos momentos llegaron los guardias al antedicho sombrajo, en cuyo punto se apeo de la yegua el guardia V., continuando montado el sargento M, quien se quitó el sombreo de paja y la blusa, y en tal disposición siguieron la pista de los cazadores en movimientos combinados, perdiéndose de la vista de los testigos perseguidores y perseguidos.



   Resultando que trascurrido un corto espacio de tiempo, los paisanos que había en el cortijo y eras próximas notaron que de un rastrojo que había oculto por un accidente del terreno salía humo y acudieron presurosos para extinguir el fuego, ante el temor de que este se propagase a algunas mieses, que en las inmediaciones había sin segar, encontrándose en medio del rastrojo el cadáver del guardia V, cuyas ropas estaban ardiendo, y a algunos metros de distancia, también tendido en la tierra, el del sargento M, que presentaba graves heridas y quemaduras, hallándose por el suelo algunos cartuchos, y a algunos metros separados, y en distintos puntos, los fusiles de ambos, hallándose el del sargento con el cerrojo abierto y la caja partida, con manchas de sangre en la culata y el cerrojo, teniendo tostada la parte superior del cajón, la garganta y las abrazaderas, y en distinto lugar el fusil del guardia, con la culata quemada, el cerrojo abierto y varios cartuchos sueltos y desparramados, hallándose igualmente los morrales de los hermanos Nereos con una liebre, una perdiz, un mochuelo y un chaleco de A.
   Resultando que auxiliado el sargento por quienes acudieron al lugar del suceso, solo pudo pronunciar algunos monosílabos, y al ser interrogado por uno de los testigos si le habían herido los Nereos, contesto afirmativamente pero sin poder prestar declaración, falleciendo nueve horas después de ocurrido el hecho de autos.
   Resultando de las autopsias practicadas, que el sargento padeció además de algunas quemaduras graves, una herida de arma de fuego en el hombro, otra contusa en la cabeza y otra contundente en la cabeza también, con hundimiento del cráneo, siendo esta última en unión de las quemaduras sufridas, la causa de su muerte, manifestándose por los peritos la creencia de que la fractura del hueso fue producida por fuerte golpe, dado con un cuerpo duro y manejado con gran fuerza, y en cuanto al guardia consta así mismo que sufrió, aparte de varias quemaduras, dos heridas de arma de fuego en el hombro y costado derechos, siendo la última mortal de necesidad, hallándose de igual modo demostrado que las heridas causadas por arma de fuego lo fueron con munición y a muy corta distancia…”.

Croquis de reconstrucción realizado sobre el lugar de los hechos

Sentencia del Consejo de Guerra
por el asesinato de una pareja de la Guardia Civil
II

   Resultando que emprendida la persecución de los hermanos J. y A.R. desde el día 28 de julio sin resultado, se presentaron al Juez Municipal de Porcuna el día 4 de agosto siguiente, confesando ser autores de la muerte del sargento M. y del guardia V., si bien dijeron no haber conocido a los guardias al agredirlos y que obraron impulsados por el maltrato de obra de que aquellos desconocidos les hicieron objeto, contra los que descargaron sus escopetas de caza, A. sobre V., y J. supone que el arma se le disparó involuntariamente al recibir un golpe del sargento, al que hirió dicho disparo.
   Resultando que reconocidos los hermanos R. por el forense el 7  de agosto del año de autos, se observó en A. una contusión en vías de desaparecer, como de unos cuatro centímetros, en forma elíptica, sobre el tercio medio y cara posterior del antebrazo izquierdo;  una costra, consecuencia de una herida de cinco milímetros en el nivel de la barba, y otra costra lineal de dos centímetros en el hombro derecho.
   Resultando que los desperfectos en el fusil del sargento fueron tasados en 10 pesetas, 20 céntimos, los de sus ropas en 49 pesetas y una peseta 90 céntimos los de correaje, y los causados al guardia V. lo fueron en 9 pesetas 70 céntimos los del fusil, 46 pesetas en las ropas y a 2 pesetas 95 céntimos en el correaje, haciendo constar los peritos que los desperfectos del fusil del sargento hacen presumir que se ha empleado descargando con él un golpe sobre un objeto duro, pero no por caída de altura.
   Resultando que procesados los paisanos J. y A. R.M, dictado auto de inhibición por la jurisdicción ordinaria por entender que el delito perseguido era de insulto a la fuerza pública, practicadas las diligencias necesarias por la de Guerra para el esclarecimiento de los hechos y elevados los autos al plenario contra ambos encartados, el Consejo de Guerra ordinario de plaza que en la de Jaén vio y falló la causa el 25 de noviembre de 1914, pronunció sentencia declarando que los hechos perseguidos son constitutivos de dos delitos de insulto a la fuerza pública, causando la muerte al sargento y al guardia, definidos en el artículo 253, párrafo segundo del Código de Justicia militar; que del primero de dichos delitos es responsable, en concepto de autor, el paisano J.R.M., y del otro delito el procesado A.R.M., sin apreciar circunstancia alguna modificativa de la responsabilidad, y condenó a ambos procesados a la pena de muerte, con las accesorias legales para caso de indulto, y en concepto de responsabilidad al pago de los desperfectos producidos en los uniformes, armas y correajes, y a indemnizar a cada una de las familias de los interfectos en la cantidad de 3000 pesetas con cuyo fallo se mostró en principio conforme la autoridad judicial de la segunda región, de acuerdo con el dictamen de su auditor, si bien estimando que los hechos constituían un solo delito de maltrato a fuerza armada, en el que se produjo la muerte, delito definido y penado en el nº 2 del artículo 253 del Código de Justicia militar, disponiendo que con arreglo a lo preceptuado en el nº 8, artículo 28 del citado Código se elevaran los autos a este Consejo Supremo par la resolución que en justicia fuera procedente.



   Visto, siendo ponente el señor consejero teniente general D. Luís de Santiago y Manuncan.
   De conformidad, en cuanto a lo principal, con el dictamen del señor fiscal.
   Considerando que aparece fuera de toda duda que la pareja de la Guardia Civil, compuesta del sargento J.M.M. y del guardia F.V.C., en el día y ocasión de autos, se hallaba prestando servicio propio y peculiar del instituto, tanto al ejercer la debida vigilancia en la comarca confiada a los mismos, como al emprender la persecución de los hermanos J. y A.R., que anteriormente, y con repetición les habían sido denunciados por ocasionar daños en las propiedades, y además en el día de autos se hallaban cometiendo una infracción de la ley de Caza, dedicándose a ésta en tiempo de veda, vistiendo los guardias el uniforme de su instituto y usando las armas reglamentarias.
   Considerando que si bien los guardias no debieron vestir ni momentáneamente prenda alguna que no fuera de uniforme, como las blusas blancas y los sombreros de paja, ni aun para aproximarse sin ser vistos al punto en que se hallaban los cazadores, es evidente la responsabilidad de los procesados, pues se halla probado en autos que momentos antes del hecho motivo del proceso fueron avisados por el niño M. de la presencia de la pareja; y además reconocieron a esta, pues con anterioridad reconocían a quienes la formaban, y en cuanto la reconocieron se dieron a la fuga, contando además, que con anterioridad al momento en que se efectuó el encuentro de la pareja y los cazadores, el sargento M. se había despojado de las prendas que no eran del uniforme, presentándose ante sus agresores con su uniforme y armamento, con lo cual no podían abrigar los delincuentes duda racional del carácter de fuerza armada que ostentaban sus perseguidores.






    En ausencia de Don Niceto Alcalá Zamora, quién se encargara en su día de la defensa de estos reos de Porcuna, con mi autodidacta deformación jurídica, intentaré en próximas entregas llevar su defensa, partiendo de la base de que, trascurridos casi cien años desde aquellos hechos, ya es imposible exculparlos y eximirlos de sus condenas, pero si al menos, ante la duda, se puede y se debe intentar librarlos de las connotaciones negativas que encierran palabras como criminal o asesino.
    Predispónganse, lean, infórmense,  voy a necesitar testigos para un nuevo juicio. Animo a aquellas personas con la formación jurídica de la que yo carezco, para que participen haciendo comentarios, ya sean de carácter condenatorio o exculpatorio, que nos ayuden a clarificar el caso.

    Ya de entrada, se aprecia una clara contradicción en cuanto al día de autos. Para los reos el hecho ocurrió el día de Santa Ana (26 de Julio), mientras que en el primer “resultando” de la sentencia lo sitúa en el día 28, que coincide con su publicidad para prensa, que recoge la noticia al día siguiente.

Desparecida imagen de Santa Ana y la Niña




    En ausencia de testigos directos, no nos queda más remedio que recurrir a la suspicacia:
   ¿Pudieran las autoridades haber pospuesto deliberadamente la comunicación de los telegramas oficiales?  
   ¿Pudiera obedecer esa posible demora, a un intento de desligar el hecho del ágape o refrigerio que se celebraba aquel día en la cortijada de San Pantaleón, al que se había sumado la pareja de servicio?

    Independientemente de que mis demandas de participación, sean atendidas o no, seguiré ocupándome del caso con otras fuentes y testimonios que emergen a raíz de hacerse pública su condena.  




 
    Con la reclamación casi unánime de la opinión,  la calidad de los elementos que intervinieron a favor de estos desgraciados reos de Porcuna y la evidencia de los atenuantes de su delito, que una vez hechos públicos, no fueron refutados por nadie, se consiguió in extremis el indulto para Justo Ramírez, tras autoinculparse Antonio.


Manifestación pro indulto de los Nereos (Jaén)
      Por fin, la mañana del 30 de septiembre de 1915, tras nuevos intentos a la desesperada por conseguir su indulto, Antonio Ramírez Muñoz era ajusticiado en el patíbulo “a garrote vil”.
      La clase obrera de la capital jiennense dio muestras de su elevación moral, pues entre su población no pudieron encontrar trabajador dispuesto a levantar el patíbulo, faena que tuvo que ser realizada por militares.

3 comentarios:

  1. es sin duda uno de los hechos más extraños de la historia de Porcuna... es curioso que tanto los Nereos como Niceto Alcalá-Zamora fueran oriundos de la misma zona, quizás aquellos le llevase a encargarse de su defensa.

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  2. Lee el trabajo de Antonio Recuerda, recoge las tesis que barajó la fantasía e imaginación popular al respecto. A pesar de la coincidencia en el paisanaje, creo que se hizo cargo de su defensa mayormente por relaciones políticas con el por entonces Alcalde de Porcuna, el farmaceútico Emilio Sebastián Gonzalez perteneciente a su misma corriente dentro del partido liberal (la democrática).

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  3. muy interesante también esa posibilidad... me llama la atención las altas influencias de los políticos de Porcuna de aquella época. Se ve que a pesar del fraude del turnismo los políticos eran más accesibles... hace poco ponía también Recuerda una carta de un alcalde de Porcuna con el marqués de Acapulco y cómo hacían llegar los intereses de Porcuna al ministro y al Rey... está claro que los Nereos aquella campaña fue efectiva...

    Por cierto, el periódico "El Pueblo Católico de Jaén" está colgado en alguna parte en internet o has encontrado esta información por otro lado?

    gracias!

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