Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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26 marzo 2014

Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).



    El ojeo de perdiz es una modalidad de caza de origen relativamente reciente en nuestro pais. Nace a finales del siglo XIX, circunscrita, en un principio, al exclusivista y selecto ámbito del gran propietario de fincas rústicas. El interés que despertó en el rey Alfonso XIII, gran aficionado a todo tipo de cazas, contribuyó grandemente en su definitivo arraigo, al sumarse a la moda la vieja nobleza y las familias más importantes de la época.
    El espaldarazo definitivo se lo dio el dictador Francisco Franco. Durante el franquismo proliferan los cotos de caza por toda la geografía patria y las cacerías de perdigones al ojeo se convierten en bulliciosas competiciones por la obtención del mayor número posible de trofeos.
    Desde un primer momento chocaron los intereses de los cazadores de ojeo con los incondicionales seguidores del tradicional y popular reclamo. Surgieron pronto quejas de entre los primeros de que con el reclamo, por hallarse tan extendido y generalizado, se esquilmaban las poblaciones de pájaros.

    Durante las últimas décadas del XIX se dictaron  las primeras leyes restrictivas contra él. En el año 1902, coincidiendo con el fin de la Regencia de Mª Cristina y la llegada del monarca escopetero a la Jefatura del Estado, se promulga una nueva ley de caza que lesionaba seriamente los intereses de los amantes del tradicional arte de la caza de la perdiz con reclamo.

S.M. de perdices en Láchar (Granada) 
    Fueron numerosas las voces que inútilmente se alzaron en favor de la derogación de los artículos 18 y 19, finalmente aprobados, y en defensa de la “legítima estirpe y la práctica hidalga de la calumniada caza con reclamo”. A destacar, la tenaz campaña desplegada por el médico-cirujano linarense y entusiasta puestero, don Manuel Corral y Mairá, responsable de una columna periódica de “Charlas cinegéticas” en el diario La Correspondencia de España. 

(Leer artículo completo)

    Aprovechando el revuelo suscitado se publicaron dos libros con título casi idéntico: “La caza de la perdiz con reclamo” y “De la caza de la perdiz con reclamo”. El primero obra de un distinguido jefe militar de un cuerpo especial, ocultado tras un seudónimo algebraico (A + B). El autor del segundo, un cordobés, natural de Espejo, llamado Diego Pequeño y Muñoz Repiso (1839-1909).



    “Se ha propuesto el autor al dar a la estampa el libro con el que encabezamos estos renglones tratar en todos sus interesantes detalles tan sugestiva cacería a fin de que termine, de una vez y para siempre, la fatídica leyenda de la que se la rodea con menosprecio de la verdad, por ciertas gentes  atentas sólo a sus personales egoísmos.
     A esta ignorancia se ha debido, sin duda, el que en nuestro confiado Parlamento, hayan pasado los artículos 18 y 19 de la flamante ley de caza, y en verdad que el Sr. Pequeño triunfa en toda la línea pulverizándolos materialmente.
    Describe en 22 capítulos, de amena lectura, las costumbres de las perdices, su área geográfica de dispersión; la ley de la herencia, elección de pollos y maneras de conocerlos; higiene de los reclamos y cuidados que demandan; jaulas y jaulones para el desplume, precauciones para su conducción al cazadero; modo mejor de cazarlos; elección del sitio para los pollos, naturaleza y confección de estos, enfermedades, accidentes y en suma absolutamente todo cuanto de algún modo se relaciona con esta hermosa y placida cacería hasta en su más nimios detalles.
    Parece imposible que de un sport, al parecer tan sencillo, puedan escribirse más de 368 páginas sin decaer el interés y menos la doctrina. Los principiantes hallarán en este libro del Sr. Pequeño un guía seguro para imponerse en la caza con reclamo y los veteranos algo nuevo y bueno que aprender. ¡Como que en él ha trasladado el autor cuanto practico durante cincuenta años ininterrumpidos! ¡Como que es el fruto de la observación y la experiencia de un talento nada vulgar iluminado por vastísima y sólida instrucción!
    Esta obra es, sin disputa, la mejor y la más completa que se ha publicado sobre la caza de la perdiz, y puede figurar honrosamente en la copiosa biblioteca venatoria y cinegética del arte moderno, sin que en la clásica de cetrería haya ninguna otra con ella comparable”.

 (Entresacado de las numerosas y elogiosas críticas que le dispensó la prensa).

    El libro, prologado por el ex ministro de Hacienda don Juan Navarro Reverter e ilustrado con fotograbados, no salió de la imprenta hasta el año 1903.


    Don Diego Pequeño fue un ingeniero agrónomo que orientó su carrera profesional hacia el mundo de la docencia y la investigación. A la temprana edad de 30 años ganaba por oposición la cátedra de la asignatura de Industria rural de la Escuela General de Agricultura, con el tiempo, Instituto Agrícola de Alfonso XII, del que fue director durante buena parte de las décadas finales del XIX, exceptuando cortos periodos en los que se sintió atraído por la política. Con Antonio Cánovas del Castillo, al frente del consejo de ministros, fue designado para hacerse cargo sucesivamente de los gobiernos civiles de las provincias de Soria (1890-1891) y Albacete (1892).


Su naturaleza espejeña



   Era hijo de un médico, natural de Écija (Sevilla), llamado don José Pequeño Carmona, destinado a la villa de Espejo (Córdoba) en torno a los años 1836-1837, donde contrae matrimonio con una joven, a la que presuponemos natural de Montilla (hija de Diego Muñoz Repiso).
    Durante algo más de una década fue medico titular de la villa. Hombre de ideas progresistas, en 1840 sería expulsado temporalmente de la villa, acusado de haber participado en una expedición organizada a la vecina aldea de Santa Cruz para destrozar una vieja lápida realista.
  A mediados de siglo se traslada a la capital cordobesa, aunque mantuvo los vínculos con sus antiguos vecinos y amigos. Cuando en 1860 el pueblo de Espejo resulta invadido por el cólera, del que se creía libre por “su privilegiada situación topográfica, aires puros que respira y sencillez de sus costumbres”, pudo contar con su pericia profesional y abnegación personal:

    “Este entendido profesor y generoso amigo abandona a sus muchos hijos, su señora, su clientela médica y todas sus afecciones y se persona en el pueblo sin nuevo aviso, sin ajuste, sin otro deseo que ayudar a sus compañeros, aliviar las desgracias y salvar de las garras de la muerte esta porción de humanidad con quien le ligan antiguas y sinceras afecciones. Y allí, como facultativo experimentado, de acuerdo con los titulares informado de algunos medicamentos que han dado resultado en Córdoba, organizado el método y plan curativo conveniente, se lanza al peligro y visita ya acompañado ya solo a todos los enfermos, negándose a recibir honorario alguno”.
     La ciencia médica se topó con “el serio escollo de la pobreza y de una alimentación insana que afectaba a gran parte del vecindario, de un pueblo donde no se ha despalmado un área, porque apena las hay que no sean de señorío”.


     (Léase crónica completa remitida por el corresponsal en Espejo del Diario de Córdoba de 19 de diciembre de 1860).


    El padre de Diego debió de fallecer a temprana edad, dejando viuda y una numerosa descendencia. Pudo cursar estudios de ingeniería en Madrid, en parte, gracias a la ayuda que le prestó la Diputación Provincial de Córdoba que en 1860 lo incluye entre sus pensionados.
     
    Retomando la figura de don Diego Pequeño y Muñoz Repiso, diremos, que llegaría a adoctrinar a 35 promociones de Ingenieros Agrónomos desde su cátedra del Instituto Agrícola Alfonso XII. Entre sus trabajos ocupan un lugar preferente los relacionados con la industria oleícola y la vinicultura:

     Nociones acerca de la elaboración del aceite de olivas. Consta de 357 páginas en cuarto mayor y 21 grabados. 1ª edición de 1879. En este libro se ocupa del método de fabricación ideado por Juan Bautista Centurión, natural de Castro del Río (Córdoba).
    Cartilla vinícola. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por el Ministerio de Fomento: con medalla de oro por la Sociedad Española Vitícola y Enológica; con diploma de honor en las Exposiciones Vitícolas y Agrícolas de Cariñena y Valladolid. Consta de 162 páginas, 8 láminas y 27 grabados. 1ª edición de 1888.
    Manual práctico acerca de la elaboración de los aceites de olivas. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por la Asociación de Agricultores de España. Consta de 165 páginas en cuarto mayor y 27 grabados. 1ª ed. de 1898.
    Guía práctica del maestro bodeguero, publicada, bajo el seudónimo de Dr. Piccolo (1899).

    Como podrán comprobar, algunas de estas obras son de dominio público y se puede acceder a ellas a través de la Biblioteca Digital Hispánica de la BNE. Lamentablemente el libro de la caza de la perdiz con reclamo no se encuentra entre ellas. Existen varias ediciones recientes en papel. Sólo hemos podido alcanzar algunos de sus capítulos publicados, con anterioridad a su primera edición, en la revista El Progreso Agrícola y Pecuario, de la que fue habitual colaborador. 
   
El experimento zootécnico

Causas naturales que pueden influir en la bondad de los reclamos

Influencia de los progenitores

   “La ley zootécnica de la herencia, por lo que atañe á los pájaros de jaula, no está suficientemente demostrada, faltando datos que la corroboren; y es que no se han realizado, a la hora presente, los experimentos necesarios para establecerla. Sólo conocemos uno, que dio resultados negativos, á saber:
    En el Colegio de Educandas de Espejo (Córdoba) existe un extenso huerto cercado, y en él hace muchos años que dos entendidos jauleros acordaron soltar, para que procrearan, el perdigón más superior á la sazón allí existente  y la pájara mejor de la localidad.
    Tenía el macho cinco celos y era un hermoso animal, bien conformado, robusto, noble, valiente y que puesto en el tanganillo, echaba mano de todos aquellos recursos y filigranas que seducen á los cazadores de buena cepa; voz extensa, bien timbrada y emitida con facilidad suma: cuchicheo claro, cadencioso, de sugestiva modulación, que intercalaba siempre con sonoros besos y golpes de cañón; gran energía y tenacidad en el buscar; delicadeza extrema en el recibir, valiéndose para ello unas veces de la cantada hueca, oirás del titeo, sin olvidar ninguno de los variados recursos de los reclamos sobresalientes.
     La hembra, en su género, no le iba en zaga, ocupando dignamente el puesto á que se la destinó: de cuatro años de edad, pronta y gallarda en la salida, canto por alto extenso, que menudeaba en cuantos tollos se la hacían, cualquiera que fuese la hora en que se la cazaba, valiéndose para recibir de los embuchados y del cuchicheo y ahuecándose al divisar los machos; reunía, en suma, cuantos medios son menester para fascinar y enloquecer á los seductores.
    Tales eran, expuestas á grandes rasgos, las excepcionales condiciones que adornaban al futuro matrimonio, y excusado parece decir que las esperanzas de los buenos cazadores del pueblo estaban justificadísimas.



    Desde el día en que se soltó la feliz pareja, no se habló de otra cosa entre los devotos de San Eustaquio. Todos á porfía se disputaban ya la posesión de algún individuo de la futura prole, no faltando por ello sus disgustillos entre personas que siempre fueron excelentes amigos.
   Cuidóse el matrimonio con singular esmero y sin que nada le faltara en aquel frondoso y solitario huerto: esparcimiento, vegetación exuberante, maleza donde ocultarse, tranquilidad absoluta y alimentación suculenta y variada.
     La hembra hizo la postura bajo una gran mata de alcachofa, sacando catorce polluelos, tantos como el número de huevos. Durante el tiempo de la incubación, el macho cantó de continuo cerca del nido, pero no se le vio nunca enhuerar; más tarde compartió con la pájara los cuidados de la prole, á la que prodigó todo linaje de atenciones y caricias. Huevos duros machacados de gallina, hormigas enteras y algunos saltamontes fue la primera alimentación de la pollada, que se desarrolló admirablemente, sin otro menoscabo que la muerte de un perdigoncillo.
      Cuando comenzaron á vestir el ropaje propio de los pájaros adultos, cuando, según frase venatoria, estaban casi igualones, se enjaularon, sin que en este nuevo régimen de vida se desgraciara ninguno.
     Repartiéronse entre los amigos aficionados como pan bendito; se les cuidó con todo esmero, amansándoles cuanto fue posible, pues muchos de ellos, contra lo que era dado esperar, resultaron broncos.
     Como era natural, sus poseedores anhelaban la llegada del mes de Enero para ver confirmadas sus ilusiones, por más que los inteligentes comenzaban á abrigar algunas dudas en vista de las pruebas pocos halagüeñas que iban dando, toda vez que no parecían mostrar ni la valentía, ni la sangre, ni mucho menos la nobleza de sus progenitores.
     Resultado final: que de los seis machos y siete hembras, sólo una de éstas fue regular, los demás nulos, 6 poco menos, y eso que se les conservó hasta el tercer celo, con la esperanza siempre de que acaso despertaran de la especie de letargo en que yacían, reivindicando su noble abolengo.
    Aquí pues, y esta vez al menos, faltó lo que los zootécnicos denominan herencia individual de la sangre de los progenitores en sus descendientes. Claro es que para derogar esta ley zootécnica, por lo que hace a los reclamos de perdiz, no basta, ni mucho menos, con el resultado de un solo experimento, y opinamos que deben repetirse, pues es dudoso que aquellos procedimientos que en todas las especies zoológicas dan buenos resultados, fallen tratándose de las perdices enjauladas. En caso favorable podrían fundarse centros dedicados a la cría de pollitos para reclamos, proporcionando solaz y entretenimiento, a la par que ganancias seguras.
    Por lo demás, cabe sospechar si la domesticidad en que fueron engendrados y criados pudo contribuir a amenguar  aquellas energías naturales que bajo un régimen de libertad e independencia absoluta, habría, acaso, prevalecido. Nosotros nos inclinamos a admitir esta explicación a falta de otra mejor”.

    El siguiente capítulo, titulado "Influencia del medio ambiente" puede leerse pinchando aquí.


(Entrada relacionada: CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO)

05 julio 2011

Curiosidades bibliográficas: armas, escudos, blasones; carteros, santicos, santones y benditas vacaciones.












   Entiendo más bien poco, por no decir nada, de heráldica, escudos, genealogía, pendones o blasones. Son disciplinas más bien áridas y de dudosa utilidad, por las que nunca he mostrado demasiado interés. Navegando y buscando materiales e informaciones sobre las poblaciones objeto de este espacio, he localizado en la Biblioteca Digital de la Comunidad de Madrid un curioso libro, lujosamente editado y encuadernado, que alberga entre sus paginas una atractiva colección de láminas finas donde se recogen todos y cada uno de los escudos de las principales villas y ciudades de España en 1860, con sus respectivas descripciones. 



   No voy a entrar en cuestiones críticas sobre lo acertado de las descripciones o sobre si la iconografía de esos escudos es la correcta, original o apropiada. Sinceramente me importa un pimiento (dejemos a los pepinos tranquilos, a ver si recuperan los pobres).



     ¿Sus posibles utilidades?

   En otro tiempo, por su impacto gráfico y visual,  hubieran sido de gran provecho para opositores a cartería, a la hora de ayudar a identificar todas y cada uno de las villas y ciudades de nuestro país agrupadas por provincias. Fotocopias de las mismas, en plan estampas recortables amontonadas sobre una mesa, hubieran garantizado el éxito de cualquier aspirante a los servicios postales de la nación. En los tiempos presentes, en los que ya apenas si se escribe a mano, la utilización de códigos y los progresivos avances informáticos, han relegado ese otrora imprescindible saber memorístico y enciclopédico del cartero a un injusto ostracismo. De hecho, hace ya varios años que ni se convocan oposiciones,  ya que los servicios postales están a punto de caer en manos de la empresa privada.



   Se me ocurre un segundo uso didáctico, lúdico y vacacional, para quienes tengan hijos menores, como manera de  paliar su aburrimiento, abuso de PlayStation u otras maquinejas del diablo, durante el largo estío (papá estoy aburrio) y de camino, ganar tiempo para leer el periódico u otras actividades lúdico festivas de pareja.
   Mediante el famoso método informático del recorta, copia, pega, pinta y colorea, deberían obtener estampaciones (“santicos”)  de los pueblos del entorno geográfico partiendo de las laminas incluidas en el libro y enlace referenciado. Necesitaríamos al menos 50 de ellas por jugador antes de pasar a la fase puramente lúdica y callejera (dejémoslo en patio de vecinos, la calle hace ya bastante que dejo de ser un espacio para el juego).




    El resultado, con la colaboración paterna (aporte de tinta y papel para la impresora) unos bonitos cromos con los que jugar a los “santicos”. Que no se alarme el elemento laico y de poca iglesia, no se trata de procesiones infantiles, ni tiene connotación religiosa alguna.  El juego de los santos o santicos, cuyos últimos años de vida conocimos quienes vivimos la infancia en los años sesenta y parte de los setenta del pasado siglo, consistía en hacer acopio, buscar, ganar y arrebatar al amigo, compañero o vecino la mayor cantidad posible de ellos (que no cupieran en los bolsillos de los pantalones, a ser posible).



   El santico, que muere o desaparece definitivamente con el progreso y la proliferación del mechero de gas, se obtenía de la tapa (anverso) de las cajas de cerillas. Las empresas encargadas de su fabricación solían comercializarlas por series temáticas (aviones, aves, animales, plantas, coches, edificios…) En la tapa de atrás solía venir una pequeña descripción alusiva al dibujo o ilustración. Hoy algunas de estas cajitas son objeto de culto por parte de coleccionistas.



   Se mercadeaba y se cambiaban, aunque era el juego el que despertaba mayor interés. Conozco y recuerdo al menos tres modalidades, extensibles  a las famosas colecciones de cromos de futbolista:

a)     LA PARED. Se marcaba ésta con una raya a una altura de metro y medio aproximadamente. Desde la marca, los jugadores iban dejando caer sus santicos o cromos hasta que alguno de ellos caía sobrepuesto parcialmente a otro u otros, llevándote los dos o tres o cuatro que mochabas o tapabas, y así sucesivamente.

b)     PALMEAR Y VOLTEAR. Consistía en conseguir con la palma de la mano ahuecada, mediante un golpe seco, darle la vuelta al montón o montocico que el contrario arriesgaba. Para esta modalidad se solía utilizar santicos de ínfima calidad y aquellos más deteriorados por el uso abusivo.

c)     RATA: ALZA Y TAPA. Método arriesgado, pues se podía perder una buena cantidad de  golpe y porrazo. El retante introducía una cantidad indeterminada de santicos entre las palmas de sus manos, a la par que pronunciaba la palabra “rata”. Si el retado aceptaba, respondía con “alza y tapa”, lo que obligaba al primero a abrir fugazmente sus manos, lo que debía de servir al segundo para calcular la cantidad de santicos albergados en ellas. Si acertabas te los llevabas todos, si no debías de pagar lo previamente estipulado por jugar (3 o 4).


   Todo este acopio de tonterías y gilipolleces, son consecuencia directa del mono psicológico al tabaco (que permanece) y cierta propensión nostálgica y enfermiza que se me ha despertado después de cumplir los cincuenta. Si de camino, mis recuerdos, ilustraciones y recomendaciones le sirven a alguien para algo… pues buen provecho.
   Sean felices y tengan buenas vacaciones. Las mías están al caer…