Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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26 marzo 2014

Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).



    El ojeo de perdiz es una modalidad de caza de origen relativamente reciente en nuestro pais. Nace a finales del siglo XIX, circunscrita, en un principio, al exclusivista y selecto ámbito del gran propietario de fincas rústicas. El interés que despertó en el rey Alfonso XIII, gran aficionado a todo tipo de cazas, contribuyó grandemente en su definitivo arraigo, al sumarse a la moda la vieja nobleza y las familias más importantes de la época.
    El espaldarazo definitivo se lo dio el dictador Francisco Franco. Durante el franquismo proliferan los cotos de caza por toda la geografía patria y las cacerías de perdigones al ojeo se convierten en bulliciosas competiciones por la obtención del mayor número posible de trofeos.
    Desde un primer momento chocaron los intereses de los cazadores de ojeo con los incondicionales seguidores del tradicional y popular reclamo. Surgieron pronto quejas de entre los primeros de que con el reclamo, por hallarse tan extendido y generalizado, se esquilmaban las poblaciones de pájaros.

    Durante las últimas décadas del XIX se dictaron  las primeras leyes restrictivas contra él. En el año 1902, coincidiendo con el fin de la Regencia de Mª Cristina y la llegada del monarca escopetero a la Jefatura del Estado, se promulga una nueva ley de caza que lesionaba seriamente los intereses de los amantes del tradicional arte de la caza de la perdiz con reclamo.

S.M. de perdices en Láchar (Granada) 
    Fueron numerosas las voces que inútilmente se alzaron en favor de la derogación de los artículos 18 y 19, finalmente aprobados, y en defensa de la “legítima estirpe y la práctica hidalga de la calumniada caza con reclamo”. A destacar, la tenaz campaña desplegada por el médico-cirujano linarense y entusiasta puestero, don Manuel Corral y Mairá, responsable de una columna periódica de “Charlas cinegéticas” en el diario La Correspondencia de España. 

(Leer artículo completo)

    Aprovechando el revuelo suscitado se publicaron dos libros con título casi idéntico: “La caza de la perdiz con reclamo” y “De la caza de la perdiz con reclamo”. El primero obra de un distinguido jefe militar de un cuerpo especial, ocultado tras un seudónimo algebraico (A + B). El autor del segundo, un cordobés, natural de Espejo, llamado Diego Pequeño y Muñoz Repiso (1839-1909).



    “Se ha propuesto el autor al dar a la estampa el libro con el que encabezamos estos renglones tratar en todos sus interesantes detalles tan sugestiva cacería a fin de que termine, de una vez y para siempre, la fatídica leyenda de la que se la rodea con menosprecio de la verdad, por ciertas gentes  atentas sólo a sus personales egoísmos.
     A esta ignorancia se ha debido, sin duda, el que en nuestro confiado Parlamento, hayan pasado los artículos 18 y 19 de la flamante ley de caza, y en verdad que el Sr. Pequeño triunfa en toda la línea pulverizándolos materialmente.
    Describe en 22 capítulos, de amena lectura, las costumbres de las perdices, su área geográfica de dispersión; la ley de la herencia, elección de pollos y maneras de conocerlos; higiene de los reclamos y cuidados que demandan; jaulas y jaulones para el desplume, precauciones para su conducción al cazadero; modo mejor de cazarlos; elección del sitio para los pollos, naturaleza y confección de estos, enfermedades, accidentes y en suma absolutamente todo cuanto de algún modo se relaciona con esta hermosa y placida cacería hasta en su más nimios detalles.
    Parece imposible que de un sport, al parecer tan sencillo, puedan escribirse más de 368 páginas sin decaer el interés y menos la doctrina. Los principiantes hallarán en este libro del Sr. Pequeño un guía seguro para imponerse en la caza con reclamo y los veteranos algo nuevo y bueno que aprender. ¡Como que en él ha trasladado el autor cuanto practico durante cincuenta años ininterrumpidos! ¡Como que es el fruto de la observación y la experiencia de un talento nada vulgar iluminado por vastísima y sólida instrucción!
    Esta obra es, sin disputa, la mejor y la más completa que se ha publicado sobre la caza de la perdiz, y puede figurar honrosamente en la copiosa biblioteca venatoria y cinegética del arte moderno, sin que en la clásica de cetrería haya ninguna otra con ella comparable”.

 (Entresacado de las numerosas y elogiosas críticas que le dispensó la prensa).

    El libro, prologado por el ex ministro de Hacienda don Juan Navarro Reverter e ilustrado con fotograbados, no salió de la imprenta hasta el año 1903.


    Don Diego Pequeño fue un ingeniero agrónomo que orientó su carrera profesional hacia el mundo de la docencia y la investigación. A la temprana edad de 30 años ganaba por oposición la cátedra de la asignatura de Industria rural de la Escuela General de Agricultura, con el tiempo, Instituto Agrícola de Alfonso XII, del que fue director durante buena parte de las décadas finales del XIX, exceptuando cortos periodos en los que se sintió atraído por la política. Con Antonio Cánovas del Castillo, al frente del consejo de ministros, fue designado para hacerse cargo sucesivamente de los gobiernos civiles de las provincias de Soria (1890-1891) y Albacete (1892).


Su naturaleza espejeña



   Era hijo de un médico, natural de Écija (Sevilla), llamado don José Pequeño Carmona, destinado a la villa de Espejo (Córdoba) en torno a los años 1836-1837, donde contrae matrimonio con una joven, a la que presuponemos natural de Montilla (hija de Diego Muñoz Repiso).
    Durante algo más de una década fue medico titular de la villa. Hombre de ideas progresistas, en 1840 sería expulsado temporalmente de la villa, acusado de haber participado en una expedición organizada a la vecina aldea de Santa Cruz para destrozar una vieja lápida realista.
  A mediados de siglo se traslada a la capital cordobesa, aunque mantuvo los vínculos con sus antiguos vecinos y amigos. Cuando en 1860 el pueblo de Espejo resulta invadido por el cólera, del que se creía libre por “su privilegiada situación topográfica, aires puros que respira y sencillez de sus costumbres”, pudo contar con su pericia profesional y abnegación personal:

    “Este entendido profesor y generoso amigo abandona a sus muchos hijos, su señora, su clientela médica y todas sus afecciones y se persona en el pueblo sin nuevo aviso, sin ajuste, sin otro deseo que ayudar a sus compañeros, aliviar las desgracias y salvar de las garras de la muerte esta porción de humanidad con quien le ligan antiguas y sinceras afecciones. Y allí, como facultativo experimentado, de acuerdo con los titulares informado de algunos medicamentos que han dado resultado en Córdoba, organizado el método y plan curativo conveniente, se lanza al peligro y visita ya acompañado ya solo a todos los enfermos, negándose a recibir honorario alguno”.
     La ciencia médica se topó con “el serio escollo de la pobreza y de una alimentación insana que afectaba a gran parte del vecindario, de un pueblo donde no se ha despalmado un área, porque apena las hay que no sean de señorío”.


     (Léase crónica completa remitida por el corresponsal en Espejo del Diario de Córdoba de 19 de diciembre de 1860).


    El padre de Diego debió de fallecer a temprana edad, dejando viuda y una numerosa descendencia. Pudo cursar estudios de ingeniería en Madrid, en parte, gracias a la ayuda que le prestó la Diputación Provincial de Córdoba que en 1860 lo incluye entre sus pensionados.
     
    Retomando la figura de don Diego Pequeño y Muñoz Repiso, diremos, que llegaría a adoctrinar a 35 promociones de Ingenieros Agrónomos desde su cátedra del Instituto Agrícola Alfonso XII. Entre sus trabajos ocupan un lugar preferente los relacionados con la industria oleícola y la vinicultura:

     Nociones acerca de la elaboración del aceite de olivas. Consta de 357 páginas en cuarto mayor y 21 grabados. 1ª edición de 1879. En este libro se ocupa del método de fabricación ideado por Juan Bautista Centurión, natural de Castro del Río (Córdoba).
    Cartilla vinícola. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por el Ministerio de Fomento: con medalla de oro por la Sociedad Española Vitícola y Enológica; con diploma de honor en las Exposiciones Vitícolas y Agrícolas de Cariñena y Valladolid. Consta de 162 páginas, 8 láminas y 27 grabados. 1ª edición de 1888.
    Manual práctico acerca de la elaboración de los aceites de olivas. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por la Asociación de Agricultores de España. Consta de 165 páginas en cuarto mayor y 27 grabados. 1ª ed. de 1898.
    Guía práctica del maestro bodeguero, publicada, bajo el seudónimo de Dr. Piccolo (1899).

    Como podrán comprobar, algunas de estas obras son de dominio público y se puede acceder a ellas a través de la Biblioteca Digital Hispánica de la BNE. Lamentablemente el libro de la caza de la perdiz con reclamo no se encuentra entre ellas. Existen varias ediciones recientes en papel. Sólo hemos podido alcanzar algunos de sus capítulos publicados, con anterioridad a su primera edición, en la revista El Progreso Agrícola y Pecuario, de la que fue habitual colaborador. 
   
El experimento zootécnico

Causas naturales que pueden influir en la bondad de los reclamos

Influencia de los progenitores

   “La ley zootécnica de la herencia, por lo que atañe á los pájaros de jaula, no está suficientemente demostrada, faltando datos que la corroboren; y es que no se han realizado, a la hora presente, los experimentos necesarios para establecerla. Sólo conocemos uno, que dio resultados negativos, á saber:
    En el Colegio de Educandas de Espejo (Córdoba) existe un extenso huerto cercado, y en él hace muchos años que dos entendidos jauleros acordaron soltar, para que procrearan, el perdigón más superior á la sazón allí existente  y la pájara mejor de la localidad.
    Tenía el macho cinco celos y era un hermoso animal, bien conformado, robusto, noble, valiente y que puesto en el tanganillo, echaba mano de todos aquellos recursos y filigranas que seducen á los cazadores de buena cepa; voz extensa, bien timbrada y emitida con facilidad suma: cuchicheo claro, cadencioso, de sugestiva modulación, que intercalaba siempre con sonoros besos y golpes de cañón; gran energía y tenacidad en el buscar; delicadeza extrema en el recibir, valiéndose para ello unas veces de la cantada hueca, oirás del titeo, sin olvidar ninguno de los variados recursos de los reclamos sobresalientes.
     La hembra, en su género, no le iba en zaga, ocupando dignamente el puesto á que se la destinó: de cuatro años de edad, pronta y gallarda en la salida, canto por alto extenso, que menudeaba en cuantos tollos se la hacían, cualquiera que fuese la hora en que se la cazaba, valiéndose para recibir de los embuchados y del cuchicheo y ahuecándose al divisar los machos; reunía, en suma, cuantos medios son menester para fascinar y enloquecer á los seductores.
    Tales eran, expuestas á grandes rasgos, las excepcionales condiciones que adornaban al futuro matrimonio, y excusado parece decir que las esperanzas de los buenos cazadores del pueblo estaban justificadísimas.



    Desde el día en que se soltó la feliz pareja, no se habló de otra cosa entre los devotos de San Eustaquio. Todos á porfía se disputaban ya la posesión de algún individuo de la futura prole, no faltando por ello sus disgustillos entre personas que siempre fueron excelentes amigos.
   Cuidóse el matrimonio con singular esmero y sin que nada le faltara en aquel frondoso y solitario huerto: esparcimiento, vegetación exuberante, maleza donde ocultarse, tranquilidad absoluta y alimentación suculenta y variada.
     La hembra hizo la postura bajo una gran mata de alcachofa, sacando catorce polluelos, tantos como el número de huevos. Durante el tiempo de la incubación, el macho cantó de continuo cerca del nido, pero no se le vio nunca enhuerar; más tarde compartió con la pájara los cuidados de la prole, á la que prodigó todo linaje de atenciones y caricias. Huevos duros machacados de gallina, hormigas enteras y algunos saltamontes fue la primera alimentación de la pollada, que se desarrolló admirablemente, sin otro menoscabo que la muerte de un perdigoncillo.
      Cuando comenzaron á vestir el ropaje propio de los pájaros adultos, cuando, según frase venatoria, estaban casi igualones, se enjaularon, sin que en este nuevo régimen de vida se desgraciara ninguno.
     Repartiéronse entre los amigos aficionados como pan bendito; se les cuidó con todo esmero, amansándoles cuanto fue posible, pues muchos de ellos, contra lo que era dado esperar, resultaron broncos.
     Como era natural, sus poseedores anhelaban la llegada del mes de Enero para ver confirmadas sus ilusiones, por más que los inteligentes comenzaban á abrigar algunas dudas en vista de las pruebas pocos halagüeñas que iban dando, toda vez que no parecían mostrar ni la valentía, ni la sangre, ni mucho menos la nobleza de sus progenitores.
     Resultado final: que de los seis machos y siete hembras, sólo una de éstas fue regular, los demás nulos, 6 poco menos, y eso que se les conservó hasta el tercer celo, con la esperanza siempre de que acaso despertaran de la especie de letargo en que yacían, reivindicando su noble abolengo.
    Aquí pues, y esta vez al menos, faltó lo que los zootécnicos denominan herencia individual de la sangre de los progenitores en sus descendientes. Claro es que para derogar esta ley zootécnica, por lo que hace a los reclamos de perdiz, no basta, ni mucho menos, con el resultado de un solo experimento, y opinamos que deben repetirse, pues es dudoso que aquellos procedimientos que en todas las especies zoológicas dan buenos resultados, fallen tratándose de las perdices enjauladas. En caso favorable podrían fundarse centros dedicados a la cría de pollitos para reclamos, proporcionando solaz y entretenimiento, a la par que ganancias seguras.
    Por lo demás, cabe sospechar si la domesticidad en que fueron engendrados y criados pudo contribuir a amenguar  aquellas energías naturales que bajo un régimen de libertad e independencia absoluta, habría, acaso, prevalecido. Nosotros nos inclinamos a admitir esta explicación a falta de otra mejor”.

    El siguiente capítulo, titulado "Influencia del medio ambiente" puede leerse pinchando aquí.


(Entrada relacionada: CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO)

23 marzo 2014

CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO



    Los orígenes de la caza de la perdiz deben de remontarse a los tiempos de la prehistoria. Los Iberos ya las cazaban con reclamos, utilizando para atraparlas una especie de lazo denominado “zalagarda”. Su técnica consistía en atraer a las perdices al lugar donde se instalaban los lazos con un reclamo amarrado a una estaca.

    Los pueblos que colonizaron Iberia, fenicios, cartagineses, griegos y romanos, también la practicaron. Existe constancia de mosaicos romanos con perdices enjauladas, aunque, tal vez, la representación iconográfica más remota en nuestro suelo sea la del “Cazador de perdices” perteneciente al conjunto escultórico del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén) de los siglos VI-V antes de Jc, que aparece en la cabecera


     Sin ser aficionado a ningún tipo de caza, a lo largo de mi vida he sido testigo de la incontrolada pasión que despierta esta afición entre algunas personas.
     Recuerdo con cariño las machaconas alusiones al perdigón de un peculiar personaje con el que compartí trabajo en un molino aceitero de Porcuna durante bastantes temporadas. Homónimo de un famoso cantaor de portentosa voz timbrada, la mayor ilusión de este buen hombre, la mayoría de las veces frustrada por necesidades de la empresa (transportista de orujo), era la de poder librar un día para entregarse al cuco en cuerpo y alma.
    Ya en otro ámbito laboral, conocí a un profesor interino que se vanagloriaba de haber dejado a la novia porque le ponía demasiadas cortapisas durante la temporada del celo de la perdiz. Este mismo hombre llegó a enamorarse del canto de un pájaro que vivía plácidamente encerrado en un soleado voladero confeccionado en los patios del instituto viejo de Porcuna. Después de los pertinentes tiras y aflojas con el dueño del plumífero, terminaría adquiriéndolo por una cantidad superior al sueldo medio mensual de un trabajador. Quiero recordar, que en lote iba incluida una vieja y decorativa escopeta de cartuchos. Automáticamente, durante el tiempo que permaneció a nuestro lado, quedó bautizado como “El Cuquillero”.
     En mis habituales paseos por las hemerotecas digitales me he topado con un curioso e ingenioso trabajo, firmado por un anónimo inspector veterinario del pequeño municipio granadino de Polopos, dado a la prensa a principios de la segunda década del siglo XX.
     El artículo tiene su gracia y desparpajo, y hasta resulta útil para hacernos una idea del arraigo e impacto que podía llegar a causar esta extendida afición en el medio rural andaluz. Curiosísima la exhaustiva relación de cantos y sonidos, de extraño nombre para los profanos, que concatena.

LA CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO


     La segunda quincena de enero pone en vigor el antiguo adagio de “Por San Antón caza el perdigón”, y en cada año es el toque de atención y llamada; y, con puntualidad militar, los jauleros forman grupo aparte dejando mancas las partidas de tresillo, billar, dominó, etc., sin tener, para los que hasta allí fueron compañeros y contertulios, una atenta excusa o un razonable pretexto. Truenan los desairados, exponen justas y persuasivas demandas, hasta que convencidos de que son estériles sus fundados argumentos para atraerles a la inutilizada reunión, y ofendidos por su proceder, les llaman maulas, embusteros, maletas y hasta traicioneros y asesinos. Todo inútil: para mí que no oyen lo que les dicen.




    Encelados, casi como los reclamos que ridículamente portean a la espalda, mañana y tarde, sólo atienden como refiere el afortunado que cobró alguna pieza, las peripecias del día; siendo y sirviendo a la charla de una y otra velada.
    El canto por alto o reclamo de cañón; el cuchicheo o dar al pie; la embuchada de recibo o canto e dormitorio; el piñoneo o besos; el grifeo de recibo o desafío; el titeo o invitación a comer; el enfado o regaño de silencio; el claqueo o acción fecundante; el maullido o suspiro; el pioleo, chirrido o levantar el campo; el ajeo, berreo o voceo; el guteo o placer de comer y tomar tierra; el indicar o sentir el campo, y por último, lo desesperante de aguilar y carraguear, rinrear o serrar con los saltos y mudanzas del tío Roque el bailaor. Refieren también, con toda minuciosidad, la parte concerniente de acercarse al campo, y se habla de las vueltas, de ahuecarse, escudos, adornos y las mil y mas filigranas que , tanto la perdiz del campo como la del tanganillo ponen en ejecución, bien que se troven cariñosamente o bien retándose a desafío o riña.
     Y este, como todo deporte, despierta el amor propio de manera notabilísima, dando lugar a polémicas, que degeneran algunas (pocas veces) en altercados, disputas y hasta que no pueda disimilarse la pícara envidia o perjudicial soberbia, en los consentidos y poco afortunados.
    Por fortuna, marzo se encarga de poner punto final a estas controversias, porque termina el celo; los adminículos de caza se abandonan en el último rincón de la casa; los pobres pájaros siguen prisioneros en su reducida celda, y al cuidado, en unos, de sirvientes o criadas; en otros, de cazadores de más modesta posición, que se imponen esta obligación a cambio de que les cedan después algún reclamo, y por último, se entregan a la barbería o a cualquier compadre.
     De una u otra forma, la higiene y alimentación son muy defectuosas para los desgraciados prisioneros, y así vemos que al llegar el mes de octubre, aquellos animalitos tienen la pluma sucia o rizada, y ojos y pico, enseñan el blanco pardo, señal inequívoca de su raquitismo y desmedro, siendo esta la causa de que al siguiente no respondan a la confianza y esperanzas que en ellos teníamos puestas.



     El autor, que aparentemente se nos muestra como detractor de este tipo de caza, remata con una serie de recomendaciones “producto de la atenta observación y larga práctica en el ejercicio veterinario”, que lo delatan como un experimentado y entusiasta puestero-criador:

    1ª  Los pollos para educarlos, se deben adquirir cogidos en el campo desde la primera quincena de agosto a la segunda de septiembre. Antes y después de esta época son, por lo general, defectuosos. Los domesticados desde que nacen en casa, salen muchos buenos, nunca superiores, y la mayoría son cantores en casa, propios para oficios de canario o jilguero, pero no para el campo. Durante el primero y segundo celo, únicamente se cazarán  desde el 30 de enero a 20 de febrero; después e esta época sacan resabios. Se tendrán separados de los reclamos maestros y con una hembra o pájara vieja.

    2ª  Los pájaros maestros no se cazarán en los bandos hasta que pasen de los siete celos, empleando los de poca música y buen recibo. El que tenga recibo defectuoso, se le darán sueltas en la noche y tierra húmeda, y si esto no sirve, se pondrá aparte con una hembra. Del mismo modo al que carece de salida y es flojo, se le pone separado con la pájara, pero no se le da tierra ni sueltas.

    3ª  Durante la muda, se les dará tierra cada tres días, con una mezcla de 20 partes de arena que no sea del mar, 75 de tierra y el resto de ceniza de vegetales, renovándola cada veinte días; se les dará agua de doce a dos, durante la canícula, y verde en todo tiempo, adicionándole un poco de alpiste o cañamones, prefiriendo el primero. No se entregarán al cuidado de nadie, a excepción de que sean muy peritos.

    Si cumplís estos requisitos, observareis sus ventajas, tendréis una economía de algunos cienos de pesetas, que los buenos aficionados gastáis todos los años, para ser engañados la mayoría de las veces, y sobre todo, no soportéis los desesperantes solos, gazpachos y esbozos de capote, que tanto os habrán  irritado y hecho sufrir a los que sois buenos aficionados. 
                            
                                                                                                                      A.J. R.

          Polopos Marzo de 1911.

     Sirva esta entrada ilustrativa como introducción para una nueva en la que nos detendremos en otro documento, de fecha cercana, que tiene por protagonista las tierras y habitantes del corazón de la campiña cordobesa, donde nos consta se halla bastante extendida la pasión por el pájaro perdiz.

          Nueva entrada: Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).

24 julio 2010

DE LIEBRES (LO QUE FALTABA)



Julio Romero de Torres
Diana 1924

Modelos:
La actriz Conchita Triana y el galgo Pacheco


No me falló la intuición, la crónica completa de la cacería de liebres a la que nos hemos estado refiriendo en entradas anteriores está recogida en el siguiente libro:

Camperas : cinegéticas, una montería, la caza menor, de liebres : taurinas, destete y herradero, las tientas, encajonamiento, enchiquerado / Luis Ruiz de Castañeda y Aguiar ; dibujos de Juan Barasona. Córdoba : Tipografía Artística San Álvaro, 1927 Descripción: 255 p., [24] p. de lám. ; dib. bl. y n. ; 18 cm


Me limito a insertar las entregas que faltaban. Si alguien estuviera muy interesado en el formato libro, con mayor calidad tipográfica, que me lo haga saber y se lo remitiría por correo electrónico. La Biblioteca Publica Municipal también dispone de dichas copias.

ENTREGA III






ENTREGA VI






Y para terminar con el tema en una próxima entrada hablaremos de mi paisano el galgo Pacheco, natural de Porcuna (Jaén), de su particular historia, y de los vínculos del pintor cordobés con dicha ciudad, especialmente con los aficionados a la caza de liebres con galgo aglutinados en torno al famoso coto El Lebrel, que aparecen en estas crónicas.

08 julio 2010

CAZA DE LIEBRES CON GALGOS III




Quienes hayan tenido, bien por afición o curiosidad, la paciencia de leerse el reportaje entero, habrán podido comprobar que está incompleto, pues faltan dos entregas (la III y VI) correspondientes a los números 120 y 123 del Semanario Córdoba Deportiva, cuyos originales no se conservan en la Biblioteca Pública Provincial de Córdoba (BVPH). Aunque creo poder completarlo por otras vías. Estoy en ello.

Como colofón referirme a dos aficionados presentes en dicha cacería que con el andar de los tiempos alcanzarían el campeonato de España. El cordobés Ricardo López Suárez-Varela y el castreño Francisco Millán Bello.


XI Campeonato de España en campo (1948/49)
Copa del Generalisimo


Celebrado en Madrid en la dehesa de los Carabancheles, con buen tiempo, corriéndose entre los días 16 y 23 de enero de 1949.

Campeón: BARTOLA

Hembra, negra y peluzona. Nació el 01-04-1946. Hija de "Airón" y "Gazpacho. Propietario don Ricardo López Suárez-Varela, representando al Club "San José, de Sevilla. Corrió 11 carreras: ganó 8, perdió 1 y 2 nulas. Mató dos liebres. El tiempo total de sus carreras fue de 17 min. y 8 seg.

Esta famosa perra era de Santa Cruz, inmortalizada en azulejo en el restaurante de carretera del mismo nombre. Se llamaba Estrella pero le cambiaron el nombre. Su propietario original era un panadero del pueblo, conocido como el Niño Antonio, tenia el defecto de que se comía las liebres. Era a su vez hija de una perra del pueblo llamada Figura. Bartola, según dicen, era muy poquita cosa, y estaba siempre en el pajar echada. Para sacarla la tenían que dar con una vara, pero una vez que salía se transformaba.
D. Ricardo López era de los mejores aficionados de la provincia, tenia veintitantos cortijos ubicados mayormente en el termino municipal de Ecija. Este señor por su afición, tenia la costumbre de dejar a los labradores, parcelistas, caseros, ganaderos...etc, ejemplares de galgos para que se los cuidaran y adiestraran, a cambio prestaba los aperos de labranza y lo que hiciera falta, según dicen los viejos. Los que le gustaban se los cogía para los campeonatos.
En este mismo campeonato un galgo llamado Castreño, cayo eliminado precisamente por Bartola en los cruces de octavos de final.
 


XV Campeonato de España en campo (1952/53)

Copa del Generalisimo


Celebrado en Madrid.





Campeón : PRIMERA II.
Hembra, blanca. Nació el 25-06-1951. Hija de "Castreño" ("Piloto II" - "Volanta") y "Barbechera". Propietario, D. Francisco Millán Bello, representando al Club "Castreño" (Córdoba). Corrió 15 carreras: ganó 8, empató 2, perdió 1 y 4 nulas. Mató 6 liebres. El tiempo total de sus carreras fue de 18 min. y 52 seg.

  

 


Ahora permitidme, ya que no tengo cortijos, que haga ostentación de perro. Se llama Benito, por aquello de que el famoso dicho popular de “hay mas Benitos que en Porcuna” se ha desvirtuado por completo con el paso del tiempo, ante la invasión de Jairos, Jonathans, Cristhians, Sergios, Rubenes, Kevin y otros nombrajos por el estilo. Simplemente pretendo preservar la especie.

 

 


 Temporada otoño-invierno

Campa a sus anchas, fines de semana y periodos vacacionales, en los hermosos patios del IES Francisco Giner de los Ríos de Motril, donde ejerce a la perfección sus funciones de perro guardián. Listo, olfativo, finísimo de oído, te pone sobre aviso de cualquier incidencia. No levanta liebres, porque haberlas no hailas, pero si palomas, su instinto de perro cazador hace que las persiga a una velocidad endiablada. Además, espanta a ciertos repugnantes roedores de rabo largo del próximo cercano arroyo cañaveral. Alguna que otra osada, de dicha especie, no ha salido bien parada de sus incursiones. Como premio recibe de sus amos bocadillos enteros desechados por las nuevas generaciones de la sociedad del bienestar. Su pasión son las pelotas.


Temporada primavera-verano

Raza: cruzado; su cuello es largo y musculoso, pecho profundo y bien desarrollado, la línea superior es ligeramente curvada, la cola es larga y también curvada, pelaje blanco canela espeso y fuerte. Al ser adoptado, tengo el desconocimiento mas absoluto de su genealogía.


A la sombra del galán

06 julio 2010

CAZA DE LIEBRES CON GALGOS II

No soy aficionado a ningún tipo de caza, tampoco furibundo detractor. Mi interés por ella es estrictamente histórico y sociológico. 
Como preámbulo, a la segunda parte de la crónica reportaje sobre la cacería de liebres en el coto de Matacán (Praena), celebrada a finales de 1925, y queriendo entroncar esta modalidad de caza con su ancestral origen, la acompaño de un altorrelieve prerromano perteneciente al conjunto escultórico del Cerrillo Blanco (Porcuna).


cazador de liebre con perro

En el siglo V a.C. en el Oppidum de Ipolka (Porcuna) se construyó un soberbio monumento escultórico, que constituye el mayor conjunto de escultura ibéricas existentes. En él los escultores, con gran influencia griega, representaron luchas de guerreros entre sí y con animales mitológicos, grupos de animales en lucha, escenas de caza, sacerdotes y sacerdotisas, figuras de animales, etc., con una gran maestría y perfección comparables a algunas obras maestras griegas.
Poco tiempo después de haberse llevado a cabo fue intencionalmente destruido y sus restos enterrados, lo que posibilitó que fueran encontrados y recuperados. Ahora se exhiben en el Museo Provincial de Jaén.

Leer más:

http://www.deporcuna.com/iberos.htm

http://www.museodeobulco.com/cerrillo.php

http://www.celtiberia.net/articulo.asp?id=1549

http://verracus.blogspot.com/2005/10/ipolkaobulco-la-necroacutepolis-de.html


Dos descripciones, una estrictamente iconográfica (Blanco Frejeiro) y una segunda convergente, que va mas allá, adentrándose en aspectos sociológicos (Olmos).

Edición digital a partir de Boletín de la Real Academia de la Historia 185-1 (1988), pp. 1-27. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Mide solo 80 cm de alto, pero ofrece un magnífico grupo de un cazador de liebres en compañía de su perro. El hombre viste la acostumbrada túnica de mangas hasta el codo, con el cuello picudo y el faldellín de entrepierna cosido, y también el cinturón ancho que aprieta mucho la cintura. No lleva calzado ni polainas, lo que hace barruntar que corriese las liebres a caballo, como sería natural. La boca muy abierta del perro indica que estaba cansadísimo y sediento. Una liebre yerta de gran tamaño lleva el cazador en su mano derecha.
El perro, de gran alzada, parece un artículo importado, un animal de precio, y por tanto esmeradamente cuidado. Los huesos de canidos encontrados en yacimientos de la región señalan la presencia exclusiva de dos tipos de perros: uno pequeño, de turba, el Canis familiaris palustris, y otro un poco mayor, que podía alcanzar una altura máxima de 45-50 cm, y tenía una dentadura parecida a la del foxterrier.
Por desgracia, pues la pieza era digna de mejor suerte, este perro de Porcuna ha perdido la cabeza a excepción de la mandíbula inferior, de modo que no sabemos si tenia el surco longitudinal de la frente, característico del perro lacónico, tal como lo describe Jenofonte (Cineg. III, 1), el mejor cazador que se conocía en Grecia, ni como eran su semblante y sus orejas. Su talla era evidentemente grande, su mandíbula ancha y poderosa, su pelaje corto y sus manos y pies los de un buen corredor y saltador, como un moloso. Tal fuese por tanto tan apto para la caza mayor como la menor, a falta de galgos como lebreles ideales.




Las tres escenas quedan definidas por su carácter esencialmente mostrativo, de presentación. Está claro que su intención es manifestar la virtud, mostrarse tras la hazaña. El cazador con la liebre, vestido con túnica corta y cinturón, avanza a grandes pasos con el trofeo en su mano, una liebre cuyo tamaño excesivo resalta el merito del cazador. La inclinación del cuerpo del joven intensifica la acción, ya cumplida.
También el tamaño del mastín enfatiza la iniciación del joven. Regresan presurosos de la caza. El apresuramiento de la vuelta refleja, prolonga el movimiento de la ida, la vitalidad de la acción. Hay una complicidad entre el animal y el hombre. Pies y patas se entrecruzan; el cazador acaricia la cabeza del perro y ambos se vuelven al espectador, al que seguramente mirarían de frente, el mastín con las fauces abiertas y la lengua asomando, indicándonos el jadeo de la carrera. Está permitido a los animales reflejar el esfuerzo, no a los aristócratas, cuyo rostro hemos de suponer sereno, como veremos en el grupo de guerreros. El territorio de la caza pertenece a los aristócratas del grupo familiar. Los jóvenes se inician en ella mediante la carrera y la habilidad. La liebre cazada es la prueba de esa rapidez, el símbolo y espejo de la riqueza. El joven se apresura a mostrarla.

 (se continuará)