Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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19 abril 2014

INTOLERANCIAS: LA SEMANA SANTA DE CASTRO DEL RÍO DE 1920.




    El 1º de abril de 1920 retornaba a la Alcaldía de Castro del Río el farmacéutico don Andrés Criado Rodríguez en sustitución de don Antonio Pérez López Toribio, pertenecientes ambos a la mayoría liberal fernandista. Su primer contacto de calle con la vara de mando lo tuvo durante la celebración de la Semana Santa de aquel año.

   Unos incidentes, ocurridos en la procesión del Santo Entierro de la noche del viernes, le obligaron a permanecer durante buena parte del día siguiente encerrado en el despacho de la Alcaldía redactando un telegrama urgente dirigido a la primera autoridad provincial. Por fin, a las 4 h. 50 m. de la tarde era depositado en la estafeta telegráfica el siguiente despacho:

  “Sobre las nueve de la noche de ayer al pasar la procesión del Santo Entierro por la Plaza de San Rafael, se aproximó un sujeto a la escolta de los romanos que acompañaban el Santo Sepulcro y profiriendo insultos a uno de dichos romanos se suscitó una cuestión que llevó el pánico a la inmensa multitud de hombres, mujeres y niños que se desbordaron en huida, produciéndose alarmante confusión, dando ocasión al consiguiente atropello. Hice grandes esfuerzos por calmar el movimiento, logrando la reacción después de quedar las imágenes abandonadas en el suelo y rotos gran número de los faroles que alumbraban a los santos, con desperfectos en algunos de ellos.
    Hasta ahora no tengo conocimiento de que ocurrieran desgracias personales pero si muchos heridos leves y contusos, y hasta la Casa Ayuntamiento han llevado muchos mantones, chales y mantillas, y hasta un alfiler de oro de caballero que quedó en el suelo en el lugar del suceso.
   La policía practica gestiones en busca del sujeto que dio motivo al grave incidente, que según rumores, se trata de un caracterizado sindicalista que persiguiendo deslucir la manifestación religiosa propia del día se propuso disolverla por semejantes medios, lo que pudo motivar un día de luto para el vecindario.
    Tan pronto como logre su detención como la de aquellos otros que pudieran estar confabulados los pondré a disposición del juzgado.
   Ahora mismo se me presenta un oficio del Centro sindicalista comunicándome que a las tres de la tarde del día de mañana se celebrará una reunión pública en el teatro Cervantes para tratar cuestiones de asociación y reorganización. Como pudiera ser que semejante reunión tuviera alguna conexión con el incidente brutal ocurrido anoche, se lo comunico a V.S. absteniéndome de autorizarlo hasta tanto conozca su criterio para obrar con arreglo a las instrucciones que espero de  V.S. con la urgencia que reclaman las circunstancias, pues temo que en dicho acto se exalten los ánimos y puedan excitar a las masas a cualquier otro escándalo que produzca alteración del orden público, puesto que los elementos del Centro Obrero, por sus ideas sindicalistas, sólo pretenden en toda ocasión atentar contra la normalidad y tranquilidad de la población. Le ruego encarecidamente  me diga que he de hacer respecto al mitin o reunión pública que solicitan para el día de mañana”.

   El mitin solicitado por el Centro Instructivo de Obreros sería finalmente denegado.

   El Defensor de Córdoba,  responsable en parte de lo sucedido como argumentaremos más adelante, tardó casi una semana en hacerse eco de la noticia, que nos presenta con alguna ligera variación en relación al comunicado oficial:

    “La procesión del Santo Entierro lucía perfectamente hasta llegar a la Iglesia Mayor en la que ocurrió una salvajada, que así puede llamarse, en la que pudieron ocurrir muchas desgracias. Un individuo del Centro Obrero, que dice ser sindicalista, venía desde la salida de la procesión insultando a uno de los soldados romanos. Cansado éste de sufrir injurias e insultos, amenazó con una lanza al insultante, y lo hubiera pasado mal si no llega a ser por la intervención de otros romanos y de  la policía que estuvieron a punto de evitar el lance y poner preso al autor de tan criminal atentado, sin poderse evitar los atropellos y sustos de las mujeres, niños y niñas, que algunos resultaron con heridas y contusiones. Reina gran indignación entre las personas cultas y sensatas, que protestan contra hecho tan vandálico y solicitan caiga el rigor sobre del atentado”.


     La noticia se prestaba a su rápida propagación a través de la prensa por los más dispares rincones de la geografía española.
     En unas primeras comunicaciones mantenidas entre el nuevo Alcalde y el Juez de Instrucción del Partido, unos informes suministrados por el jefe de la Policía Municipal (Andrés Villatoro) apuntan  hacia dos caracterizados sindicalistas como responsables de los hechos. Sus nombres, Rafael Villegas García y Rafael Márquez Porcel, quedando este último detenido en la cárcel del partido a disposición del Juzgado.
    En una comunicación posterior se adjunta un nuevo informe al respecto:

   “El jefe de los municipales ha obtenido una confidencia reservada de M. R., que tiene su domicilio en la calle Alcaidesa, que asegura haber oído que en el Centro Obrero  habían sido designados por sorteo doce individuos para que por cualquier medio atentaran contra las procesiones de Semana Santa”.

    También aparecen relacionados los nombres de los heridos y contusos por si estiman a bien personarse como acusación: Manuela Ramírez Arjona (Trastorres), Dolores Bravo Moreno y Juana de la Rosa Córdoba (Casas Altas), Francisco Torronteras Millán (Plaza de la Iglesia), una hija de Rafael Ruz Rosa que habita en la Huerta de las Ventanas y Blas Lucena Bracero, sus hijos Manuel y Dolores, con domicilio junto a la Fabrica de Carbonell.
    El asunto terminaría con el procesamiento de los vecinos Rafael Márquez Porcel, Rafael Nuflo Cid (a) Cebolla y Bernardino Villegas García, “sujetos que no gozan de buen concepto público y que como afiliados al Centro Obrero Sindicalista se han significado en los movimientos organizados por dicho centro contra la normalidad del orden social de la población”.


    Hasta octubre de 1923 no llega a resolverse el juicio en la Audiencia Provincial, resultando finalmente condenado Márquez, a la pena de seis meses y un día de prisión correccional, y absueltos sus compañeros.
    Esta manifiesta intolerancia contra la religiosidad popular, sin precedente hasta la fecha, tiene su explicación o razón de ser. Que conste que no pretendemos justificarla, simplemente explicarla y situarla en su contexto histórico.  
   Durante el Trienio Bolchevista (1918-1920) la clase patronal agrícola cordobesa se ve desbordada por la pujanza y fortaleza reivindicativa de las organizaciones obreras, especialmente tenaces en aquellas poblaciones en las que había arraigado el anarcosindicalismo desde principios de siglo, caso de Castro del Río o Espejo.
    La intensa conflictividad social rompe la tradicional armonía, se genera desconfianza, intolerancia y actitudes de  intransigencia de la que también participaban los “castreños de orden”.
    Cuando a principios de 1920 el conflicto parece remitir y empieza a cundir la desorganización y el desánimo entre las filas sindicalistas, recala en la provincia de Córdoba una misión propagandista de acción social católica agraria encabezada por el padre jesuita Sinisio Nevares. El promotor de la gira era el montillano don Francisco Alvear (VI Conde de la Cortina), primero en apostar por el movimiento social cristiano en la provincia. Su propósito estaba claro, se buscaba la creación y arraigo por toda la geografía provincial de Sindicatos Católicos en los que pudieran convivir armónicamente patronos y obreros, y así poder contrarrestar, atenuar la acción  o liquidar aquellos otros anclados en la tradicional lucha de clases.
    Después de Montilla, donde ya existía organización desde 1917, las siguientes escalas de aquel periplo misionero iniciado a principios de marzo de 1920 fueron  las villas de Espejo y Castro del Río.



   El padre Nevares se hacía acompañar de un obrero llamado Juan de Dios Manuel, que decía ostentar la representación del Secretariado de los Sindicatos Católicos Ferroviario y Minero. Es precisamente J.de D.M. quien realiza la cobertura informativa de aquella gira a través de las páginas amigas del diario El Defensor de Córdoba. En todos los pueblos cuentan con la obligada colaboración del párroco o arcipreste, así como la de los más destacados miembros de la patronal agrícola.
     Remite una primera crónica partidaria desde Castro del Río en la que se hace eco de cierto alboroto con motivo del accidentado mitin de presentación celebrado en el teatro Cervantes. El arcipreste del partido don Antonio Márquez, el obrero Juan de Dios Manuel y el Padre Nevares, hicieron uso de la palabra en ese mismo orden. Conforme explicaban su armónico plan de organización social y trataban el problema de la propiedad de la tierra fueron interrumpidos en reiteradas ocasiones por los sindicalistas, que finalmente llegaron a  irrumpir en el escenario en petición del uso de la palabra, que según el cronista “les fue concedida por la autoridad accediendo al ruego de los propios propagandistas católicos”. Un reto de controversia lanzado por Dionisio Quintero Garrido, maestro de la Escuela Racionalista del Centro Instructivo de Obreros y destacado dirigente, parece ser que fue recogido por el párroco del Carmen don José Luís Aparicio, que propone que ésta sea sostenida bien de palabra o por escrito en torno al tema “Como la regeneración de los trabajadores ha de venir por los sindicatos católicos”, permitiéndose a los sindicalistas sostener el punto de vista contrario. La controversia no llego a celebrarse. Según J. M. de D. “se acobardaron los elementos levantiscos, que desalojaron el salón comentando las incidencias del acto”.
    Juan Manuel de Dios fustigó a los elementos patronales “por la pasividad y abandono con las que han mirado a sus obreros en asuntos de tanta monta como son las reivindicaciones justas y el perfeccionamiento moral, que han contribuido no poco al fomento y arraigo del anarquismo en este pueblo hasta el extremo de poder considerarse como la cuna del anarquismo en esta región”.
    No faltaron sus alusiones a la labor educativa desplegada por el centro obrero desde su escuela laica basada en los principios de la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia: “Estos son los frutos recogidos por la enseñanza que en las escuelas racionalistas que desde el año 1905 vienen funcionando y son los resultados de los congresos anarquistas, en los que se adoptaron los acuerdos del incendio y la destrucción de las cosechas”.
    El padre Nevares, en párrafos vigorosos, llegó a decir que “la Iglesia había sido la única institución que ha procurado siempre librar de la esclavitud a los pueblos, y cómo los católicos son los únicos que se ven libres de la tiranía de las cadenas y de la opresión”
    Tras explicar que son los Sindicatos Católicos, hace un detenido estudio sobre las ventajas de las Cajas Rurales de préstamos, encomia las virtudes de la provisión, el ahorro y los socorros mutuos en caso de enfermedad, terminando “pidiendo perdón al auditorio y abrazando junto a su corazón en señal de perdón también, a todos aquellos que fanatizados, no guardaron las formas de hidalguía que caracterizan al pueblo andaluz”.


    Como aquel mitin, a consecuencia de las continuas interrupciones, no pudo desarrollarse por cauces de normalidad se organizó otro para el día siguiente en el mismo escenario (5 de marzo). Los propagandistas estuvieron arropados por la primera autoridad local y por varios notables de la localidad comprometidos con la puesta en marcha el Sindicato Católico afecto a la Confederación Nacional Católico-Agraria (CNCA).
   El R.P. Nevares pudo explicar con más detenimiento “la beneficiosa influencia de estos sindicatos y los favores que a los pueblos facilitan”.
   De aquella reunión saldría una primera Junta Directiva. La presidencia recayó en el labrador y almazarero don Rafael Criado L. Toribio, la vicepresidencia en el agrarista y ex alcalde conservador don Antonio Navajas Moreno, mientras que del ingrato cargo de tesorero-contador se responsabilizaba el ex seminarista y abogado don Manuel Castro Merino a) Cabeza Cazón. El joven párroco de El Carmen, don José Luis Aparicio, sería el encargado de orientar su marcha dentro de los principios de la asociación social cristiana propagados por el Padre Nevares.

Don Antonio Navajas Moreno (de ala ancha)


    Sobre la tribuna, el labrador don Antonio Navajas Moreno, con el fin de allegar al mayor número posible de adeptos a la causa, sorprende con un espontaneo ofrecimiento. Se muestra predispuesto a ceder a los aproximadamente 300 colonos a los que tiene subarrendadas parcelas, la explotación directa de las mismas al mismo precio que él las lleva. Otro señor, cuyo nombre no trasciende, ofrece 150 fanegas de tierra para distribuirlas entre los socios, mientras que un comerciante,  Pablo Yepez Lort, promete trato de favor a los obreros-socios a la hora de abastecerse de los artículos suministrados en su establecimiento de paquetería.
     Como resultado de tal cúmulo de actos de generosidad y altruismo, salieron de inmediato un buen número de obreros castreños dispuestos a engrosar sus filas.
     Todavía antes de abandonar los misioneros la “manumitida” villa de Castro del Río celebraron una última reunión en el Círculo de Labradores al objeto de hacer un llamamiento en pro de allegar fondos con los que constituir la necesaria Caja Rural. En menos de una hora se reúne la suma de 119.900 pesetas, de las que 11.500 son donativos y el resto imposiciones de ahorro.
      La maniobra del “gato palo”, como era conocida despectiva e irónicamente esta argucia de captación entre el proletariado rebelde, había operado el efecto deseado.
      Las reiteradas y grandilocuentes alusiones de Juan de Dios Manuel al arrollador triunfo de sus postulados, tal como se desprende de las sucesivas crónicas remitidas al Defensor de Córdoba, debieron de excitar los ánimos de los anarcosindicalistas locales. Seleccionamos algunos párrafos de su reiterativo e interesado discurso:

    “La mecha ardorosa ha prendido e inflamado los corazones de ese amor mutuo de unas clases para con otras y Castro del Río, grande por su historia, rico por su suelo y noble por sus habitantes volverá a ser lo que fue un día, mansión patriarcal donde se vivirá única y exclusivamente del bien y para hacer el bien”.

   “El milagro esta hecho, el pueblo de Castro del Río, avivado en su celo amoroso hacia el solar querido y hacia la religión se sus mayores, se sacudió el aletargamiento que hacía 20 años se hallaba sumido y formó a la vanguardia de esa gran cruzada emprendida por la sindicación cristiana para la restauración de los pueblos”.

    “Pueblo de Castro del Río, has salido a la palestra, has pisado la arena para luchar por Cristo y forzosamente has de vencer en Cristo”.


     Una vez realizado este necesario inciso sobre aquella misión del Padre Nevares, que nos puede servir para entender y nunca para justificar aquellos incidentes en la procesión del Viernes Santo, retomamos el asunto.
     Tal como ya relatábamos le tuvo que resultar imposible a la autoridad judicial demostrar que se trataba de un planificado y premeditado atentado orquestado desde el Centro Obrero, aunque la sospecha parece más que fundamentada. Así aparece también expresado en la tradición oral, que refiere que, además del incidente con la escolta romana, desde los tejados de su sede social de la C/ Colegio 15 se lanzaron algunas piedras coincidiendo con esos momentos de desconcierto y desbandada general.
     Sea como fuere, organizado o improvisado, creemos que no debió de ser casual la elección de la cofradía contra la que se debía de atentar, la más señorial y brillante de cuantas participaban en sus desfiles procesionales de Semana Santa. Nos referimos a  la muy antigua y venerable hermandad del Santo Sepulcro y Soledad de Nuestra Señora, que había ganado considerablemente en esplendor con la llegada al cargo de Hermano Mayor de don Francisco Algaba Luque en el año 1918. A ella pertenecía la práctica totalidad de la burguesía agraria de Castro del Río y tenía su sede en la Iglesia Parroquial de El Carmen, de la que era precisamente párroco don José Luis Aparicio, alma mater del recién creado sindicato católico.



    Otra consideración a tener en cuenta es en lo referente a la composición social de las tradicionales escoltas de romanos. Históricamente se nutrían de personas de extracción social humilde seleccionados entre el personal de confianza de los labradores y propietarios relacionados con las cofradías. Su voluntariosa presencia, suponemos, sería recompensada justamente con invitaciones a participar las típicas celebraciones profanas cuaresmales y con los pertinentes refrigerios en los gastronómicos descansos de las procesiones de Castro del Río. Los primeros militantes obreros del sindicalismo católico debieron de salir de entre estas personas, que desde la otra orilla eran tachados con apelativos despectivos como los de  “paniaguados” o ·estómagos agradecidos”.
     La posterior evolución del sindicato católico y el análisis sobre la puesta en marcha de las prometidas y caritativas mejoras sociales para el proletariado agrícola de Castro del Río, la dejamos aparcada para otro momento.

FUENTES UTILIZADAS

   Prensa periódica provincial: Diario de Córdoba, El Defensor de Córdoba y Montilla Agraria.
   Prensa obrera: alguna referencia aislada procedente de Tierra y Libertad.
   Archivo Histórico Municipal de Castro del Río: Copiadores de correspondencia del Alcalde con el Gobernador Civil y con las autoridades Judiciales.
   Juan Díaz del Moral: Historia de las Agitaciones campesinas andaluzas. Alianza Universidad. 1984.

    PD: Durante esta entrada nos hemos estado refiriendo constantemente a comportamientos, actitudes y  mentalidades de los castreños de hace casi un siglo, por lo que cualquier parecido o comparación con la realidad actual está totalmente fuera de lugar. Afortunadamente la sociedad ha podido desprenderse poco a poco de ese servilismo casi feudal de otrora.
     Con respecto a las tradicionales celebraciones de Semana Santa, cada día más populares y participativas, en un obligado ejercicio de tolerancia hemos de aprender a respetar las diferentes maneras que los andaluces tenemos de celebrarlas. Un servidor en concreto, para nada religioso, por vivencias personales profesa especial admiración por ese cúmulo de singularidades que la Semana Santa de Castro del Río ha sabido preservar y conservar sin apenas modificaciones.

31 marzo 2014

Coplas de la Aurora de Castro del Río (años 30).



     José Algíbez Nuín, un profesor de la Banda Municipal de Música de Córdoba y agregado como docente a la plantilla de su Conservatorio desde finales de los años veinte, concurre en 1945 al concurso para la formación del “Cancionero popular español”, convocado por el Instituto Superior de Musicología (CSIC).
     El trabajo que presenta, y que resulta finalmente premiado con un accésit de 300 pesetas, llevaba por título “Cancionero musical de provincia de Córdoba (1886-1936)”, y es fruto del trabajo de campo desplegado por este musicólogo cordobés con anterioridad a la guerra civil.
     El original, que se conserva entre los fondos del Instituto Milá i Fontanals de Barcelona, consta de una carpeta que contiene hojas sueltas mecanografiadas y papel pautado de varios tamaños con las melodías manuscritas. También incluye correspondencia de José Algíbez con Higinio Anglès, Francisco Blanco Nájera, Blas Infante, Eduardo Torner, Conrado del Campo y Joaquín Turina.
    El autor recopila diferentes formas de música popular (canciones infantiles, de corro, cantos y bailes, villancicos, pasacalles o las tradicionales coplas de la aurora) recogidas de entre diversas poblaciones de la geografía provincial, para lo que pudo contar con la inestimable y desinteresada colaboración de amigos y músicos locales.
    Se aprecia cierto vacío con respecto a otras manifestaciones musicales, que según carta dirigida al Director del Instituto Español de Musicología, promete corregir en un futuro inmediato:

    “Tan pronto como termine el concurso y si Vd. me autoriza, le escribiré para proponerles la realización de ciertos trabajos folklóricos anónimos que se interpretan en varios pueblos de esta provincia en las operaciones de la recogida de la aceituna y por Semana Santa, muy interesantes y dignas de recogerse, pues aunque resulte ingrata y desagradecida la labor a la que me lleva mi afición, estoy encariñado con ella y dispuesto a trabajar para poder ofrecer al erudito y al compositor, un camino en el que se puedan desarrollar, y sobre todo aclarar, tantas lagunas como existen en la música popular andaluza”.

    Tiene especial interés en lo referente a los Cantos de la Aurora o Campanilleros, ya que se recogen letras y músicas de los municipios cordobeses en los que pervivía aquella tradición introducida por frailes misioneros a finales del siglo XVII, caso de Cabra, Carcabuey, Priego, Lucena y Castro del Río, que permite a los estudiosos en la materia seguir su evolución y hacer las oportunas comparaciones.

Miradas del Guadajoz - 2010

    La partitura musical de la cabecera se corresponde con las anónimas notas musicales, transcritas por el autor, pertenecientes a de la Aurora de Castro del RíoEl investigador escribe en dos folios sueltos mecanografiados la siguiente introducción:


"Canto de la Aurora" (Castro del Río)

      
He aquí otro documento folklórico del cual no es posible aportar datos ni noticias algunas, debido a que no existen referencias ni escritos que nos digan quien era el autor, ni si este era natural de Castro del Rio, o si dicha canción fue traída exprofeso para conmemorar a la Virgen de la Aurora, en la procesión que anualmente se celebra en la madrugada del día 8 de diciembre. A continuación transcribimos la referencia que hemos recogido en dicho pueblo, por distintos y autorizados conductos.
     Los ejecutantes salen de madrugada y recorren el pueblo hasta llegar a la ermita de la Madre de Dios, donde se celebra la misa, la cual se termina antes de salir el sol. Los hermanos sin hacer caso de la hora ni del tiempo, se levantan para asistir a la misa como prueba la siguiente copla:

Los Hermanos de la Bella Aurora
por calles y plazas
salen a reunir
No le temen ni al frio ni al agua
ni a la mala noche
ni a lo por venir.

     Siguiendo el testimonio de las referencias, antiguamente la parte musical se cantaba acompañada de violines, guitarras, bandurrias, campanitas o triángulos, y desde tiempo inmemorial viene ejecutándose con violines, flautas, clarinete, trombón, bajo de metal y campanitas.
     La transcripción está hecha como se ejecuta hoy en día, probando que sucesivos gustos han introducido modificaciones, viniendo a demostrar nuestra aseveración del cambio que sufren los testimonios populares al transcurrir el tiempo.
     La composición tiene diversas letras, pero nosotros copiamos la que generalmente se viene cantando desde antaño:

Es María mejor que la luna
y que las estrellas
y mejor que el Sol
y mejor que los ángeles todos
en una palabra,
la Madre de Dios.
Hermoso farol, hermoso farol.
Que tus luces iluminan el cielo
y bajan al suelo
a dar resplandor.
Un devoto para ir al Rosario
por una ventana
se quiso arrojar
y la Virgen María le dijo:
detente devoto
por la puerta sal.
Esto es de admirar, esto es de admirar
de la cama salen presurosos
y al Santo Rosario
se van a rezar.

     Esta misma canción se canta en los pueblos de Baena y Lucena (Córdoba). Por la referencia que tenemos en el primero de los citados pueblos se canta en forma parecida a la de Castro del Rio. Respecto a Lucena, el texto musical es parecido al de Castro del Rio, si bien hay que señalar la de voces a solo, tomando la forma de orfeón, lo que le da más interés.

29 marzo 2014

MAGISTER IGNOTUS DE CASTRO DEL RÍO



     Durante los años finales de la tercera década del siglo XX aparecen publicados en la prensa cordobesa, así como en otras publicaciones de carácter nacional, numerosos artículos relacionados con la educación y la pedagogía, firmados por un misterioso “Magister Ignostus” desde Castro del Río (Córdoba).
    Movidos por la curiosidad, dimos los pasos oportunos a fin de intentar desvelar la identidad de quién, tanto por su seudónimo como por la temática de sus trabajos, debía de tratarse de un vocacional y entusiasta profesional de la educación.
    Despejada la incógnita, pudimos comprobar que detrás del mismo se encontraba un joven maestro de escuela, de nacionalidad venezolana, llamado Rafael Olivares Figueroa (1893-1972).

    En el curso académico 1927/28 es destinado a Castro del Río para hacerse cargo de la cuarta escuela elemental de niños. Llegó desde el pueblo toledano de Corral de Almaguer, su primer destino desde que ganara las oposiciones en el año 1924. Permanece entre la nómina de maestros de Castro del Río hasta 1932, en que se traslada al municipio sevillano Fuentes de Andalucía.

Anuario 1932

    En 1934, por concurso oposición, accede a una plaza en la escuela graduada de niños aneja a la Escuela Normal de Maestros de Córdoba.
    Se trata de un verdadero apasionado de la pedagogía. Durante el tiempo que permaneció en Castro del Río, aparte de volcarse en cuerpo y alma en su misión educativa, y de prodigarse con la pluma, obtuvo algunos permisos y licencias que le permitieron ampliar su formación con cursos impartidos en la capital de España: escuela de Puericultura de Madrid (1929), curso de “Rítmica aplicada a la educación” (1929),  curso en la escuela de sordomudos (1930).
    En mayo de 1929, enmarcada dentro de los actos organizados por la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba con motivo de la Exposición Iberoamericana, por su origen y vasta formación, pronuncia una conferencia bajo el título de “La raza y la cultura precolombina”.
    Pronto se decanta por otros temas, la poesía, que ya venía cultivando desde joven, el estudio del folklore y el de las costumbres populares. Por esta época son innumerables los artículos y reportajes periodísticos publicados con la firma de Rafael N. Olivares.
     En 1933, en la colección Cuadernos de Cultura, publicó un opúsculo sobre la psicología infantil que tituló El estudio del niño y sus aplicaciones, dedicado al ilustre pedagogo Antonio Gil Muñiz.


    En 1934, fruto de sus constantes inquietudes, sale al mercado otro libro: “Poesía infantil recitable” M. Aguilar editor, Madrid, “antología dirigida a padres y maestros, y, en general, a los educadores que han de llevar estas poesías a los niños”. Comparte el mérito con el inspector de educación, escritor y crítico literario José Luis Sánchez Trincado. Una rigurosa selección de poesía “para que los niños la digan como si fuera suya” (Salvador Rueda, Manuel y Antonio Machado, Rubén Darío, Fernando Villalón, Miguel de Unamuno, Gabriela Mistral, Altolaguirre, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti…)
     Su amor por la poesía y la educación se funden nuevamente en otra de sus obras: “La invención poética en el niño”. Córdoba. Tipografía artística.1935. Un folleto de 24 páginas, en el que se recoge la comunicación leída en sesión ordinaria de la Real Academia de Córdoba, de la que llegó a ser miembro correspondiente. Juicio crítico acerca de la poetisa chilena de 9 años Alicia Venturino Lardé, con motivo de una visita que ésta hizo a Córdoba en compañía de sus padres.

    Este auténtico profesional de la enseñanza se prodigará como conferenciante por toda la geografía andaluza, como animador de la vida cultural de la capital cordobesa, como promotor y organizador de concursos provinciales de recitación poética infantil y desde las emisiones radiofónicas infantiles de la cadena E.A.J. 24. que dirigía personalmente.


     A finales de 1935, el joven poeta cordobés José María Alvariño publica su libro de poemas titulado “Canciones Morenas”, prologado por”el culto maestro y académico” R. Olivares Figueroa.
     En la primavera de 1936 un grupo de poetas y literatos cordobeses se aglutinan en torno a la revista literaria Ardor. Su nombre aparece entre los editores al lado de su compañero de la escuela Aneja de la Normal y amigo, Juan Bernier Luque. El grupo de Ardor se reunía para leer sus poemas en torno a una copa de vino y unos discos de música (iban a oírla a casa del profesor don Carlos López de Rozas y la gente le llamaba a aquello "la academia de la Gramola").
    El golpe de estado del 18 de julio de 1936 impide la continuidad del proyecto editorial y frustra las inquietudes del grupo poético. Ante los horrores, inestabilidad e incertidumbre que genera cualquier conflicto, nuestro protagonista optaría por regresar a su patria.

    En su país seguiría enseñando y cultivando la poesía: “Sueños de arena” (1937)  o “Teoría de la niebla” (1938), aunque hacía donde orientó su labor fue, mayormente, en la recopilación de cuentos, poemas, coplas, adivinanzas, bailes, diversiones y fiestas tradicionales de Venezuela, que divulgó a través de libros y revistas. Sus publicaciones son numerosas.


     Desde 1975, un liceo o instituto de la ciudad venezolana de Santa Teresa de Tuy  lleva el nombre de este poeta, folklorista y docente caraqueño, formado en España, y tan ligado durante una etapa de su vida al municipio de Castro del Río y a la provincia de Córdoba.
    De su producción periodística nos hemos sentido especialmente atraídos por un reportaje, que bajo el título de “Cortijos cordobeses”, apareció publicado por primera vez en la revista gráfica malagueña la Unión Ilustrada (1930), residiendo aún en la villa de Castro del Río, por lo que el cortijo donde se desarrolla la acción, bien pudiera tratarse de alguno de los numerosos que jalonaban su vasto y feraz termino municipal. Lleva acompañamiento fotográfico, que, aunque de escasa calidad, incluiremos por considerarlo valioso desde el punto de vista antropológico.

“Cortijos cordobeses”




LA HORA DEL GAZPACHO

-           ¡Alabado sea Dios!
-           Sea por siempre, responden en la lejanía.
     Pronto se nos acerca un gañan.
-            ¿Son ustedes los periodistas?
-           Justamente.
-           Voy a avisar al “aperaor”. Está en el “aforí”. Nada tarda.
     Dos minutos más tarde el aperador está con nosotros.
-         Pa servirles, señores.-Llegan a buena hora. ¿Quieren un poco de gazpacho?
     En efecto: agrupados en torno a una larga mesa, los gañanes consumen el que hay contenido en unas “macetillas” de tierra; otros aplacan su ardiente sed con agua fresca de los cántaros.




    El gazpacho, la comida típica de los cortijos, compuesta por ajo macerado, sal vinagre y un poco de aceite, nos trae a la memoria la sopa negra de Esparta, aunque su color sea blanco lechoso.
    Una vez servido el gazpacho, los cortijeros pican y proyectan sobre él sendos panes, en densa granizada; pero nadie está autorizado a comerlo antes de las palabras rituales: ¡Caigan sobre los calderos. . ! ¡caigan! que deben pronunciarse en voz recia.
    Las listas de los manjares de los cortijos es bien corta y nunca hay más de un plato por sesión. Al amanecer las migas o el tomate con sal y aceite; a media mañana el gazpacho; comerse la puchera de tocino y garbanzos por la tarde y al anochecer otro gazpacho. Recientemente se ha agregado a la relación un nuevo plato de patatas fritas, no sin sus pintorescas discusiones, juergas y otros excesos; la carne la ven “en vivo”, según la ingeniosa expresión de un estimado amigo.

PANZAS Y TEMPOREROS

    El “aperaor” es el jefe del cortijo. Siguen en importancia el “casero”, que asume las funciones de encargado de la cocina, el “guarda”, el “pastor”, el “porquero”, el “vaquero” o “pensaor”, el “sota” y el “yegüero”. Como ejercen cargos de plantilla se les denomina los “panzas”. Otros destinos hay que sólo se conceden por temporadas, como el “erero” o celador de los trabajos de era.
    El personal movible forma la “gañanía”, que oscila entre 25 o 100 hombres, según las necesidades,  y efectúa las tareas diarias del cortijo, con arreglo a las instrucciones del aperador.
    Se alistan por “viajadas” de 10, 15 o 20 días. Durante las faenas de la recolección ganan cuatro pesetas y aún más; pero en las estaciones restantes, el jornal desciende a su tercio. Con las lluvias, se detienen las operaciones agrícolas y es frecuente que sean despedidos hasta que el tiempo cambie.
    En la época de la recolección de la aceituna, los gañanes se trasladan a los caseríos, en donde suelen ser mejor remunerados.
    La ausencia accidental del aperador suele solemnizarse en el cortijo con alguna pintoresca comilona. Como existen enormes piaras de pollos, patos, pavos y otras aves, un par de estas son condenadas a pena capital y consumidas por la congregación con gran regocijo; se suspenden momentáneamente todas las labores y la gañanía se entrega a la holganza y a la diversión, no siendo extraño que sean sorprendidos en su actitud por el aperador o los mismos amos, que al fin concluyen por sumarse al movimiento general.



VIDAS HERÓICAS

   Bajo el cálido azote del sol andaluz o ya hundido en el barro de la “besana” durante el invierno, los gañanes ven deslizarse su monótona existencia con la serenidad del estoico.
   Desconocedores de las comodidades ciudadanas, no las envidian. Nutridos de aires puros y de luz, les basta un sobrio refrigerio para reponerse de la fatiga física. Defiéndeles, como una cúpula, el ancho sombrero de palmas, guarnecido de tela; sobre el torso acerado, la recia blusa amarillenta deja caer sus pliegues anchurosos.
   Como los monjes, se levantan aún muy antes del día para comenzar los trabajos. Resuenan en la noche el pisar de las bestias de tiro y el rechinar de los arados, mientras el resplandor de la “cangarria” proyecta sus haces espaciadas y la “canga” dibuja surcos sobre la tierra.
   Al sol poniente buscan la “zahúrda”, el común dormitorio alfombrado con la clásica “torna” o disputan el tibio establo a yeguas y bueyes.
   Como no hay ociosidad en ellos, suelen carecer de vicios; sus distracciones, mezcla de ingenuidad y rudeza, se reducen a algún sencillo juego de naipes o ejercicios de fuerza bruta; también leen el libro o periódico que cae en sus manos, pues no todos son analfabetos.

TRADICIONES PERDIDAS

   Hasta hace varios lustros, los cortijos eran depositarios de una suma de costumbres típicas que se han ido perdiendo poco a poco. Nada tan pintoresco y divertido como el folklore especial, monástico y silvestre, incongruente y jovial, que apenas si queda en el recuerdo.
   Se despertaban los gañanes al “echarles el cristo “, que no era sino un pregón litúrgico y estimulante.
   “Levantaos, feligreses y poned los huesos de punta”, o bien:

“Despertad y levantaos,
hermanos en el Señor
que la alondra mañanera
ha cantado en el terrón”.

   Prácticas piadosas  urgían de mística paz todas las acciones y trabajos; un refranero copiosísimo brindaba la fórmula requerida para cada situación particular; todo estaba acordado, resuelto, establecido, sin que restase margen al espontaneo pensamiento. Así la vida rodaba, invariable, como un tornillo sin fin.

EL GANADO



    El “aperaor” no bien nos ha informado de todas estas cosas que, por mi cuenta, ahora te digo, lector ansioso, nos ha hecho visitar, una por una, las diferentes partes de la casa: el “tinao”, o departamento de los bueyes, el “aforí”, donde se depositan los granos, la “pajareta” o dormitorio de zagales, el “ahijaero” de los cerdos, etc, etc. ; nos han mostrado las máquinas de labranza, las labores, en plena actividad, la llegada de las carretas, atestadas de rubias mieses, los rebaños de cabras y ovejas, los asnos entrando en la “yegüeriza”…
    La prosperidad del cortijo depende del ganado en primer lugar, nos dice señalando una gran piara de toros y becerros que llegan en el instante. El labrador que prescinde de este recurso, muy pronto viene a la ruina, ya que los animales, a más de su trabajo rinden el beneficio de sus crías, la leche y el queso, la lana, los huevos, etc, etc., según la especie y compensan la penuria de los malos años.


RECUERDOS DE BANDOLERISMO


   A la hora del cigarro nos ponemos a descansar bajo la sombra de una antigua casa cortijera. Uno de los presentes evoca el recuerdo de aquellos “generosos bandidos” que hicieron de la campiña y la sierra su campo de operaciones.
   Se habla de “Pacheco”, “El Jaco de Carteya”, “Pernales”, “El Vivillo”…
   En los cortijos se les amparaba y proveía de dinero y víveres, ya por simpatía, ya por miedo, dándose el caso de que se les ofreciera más de lo que pedían.
   Cuando “El Vivillo” llegó a “El Blanquillo”, el propietario, lejos de denunciarle, le llevó vino, jamón y otros comestibles. Le ofreció su cortijo como refugio; más al ofrecerle unos billetes “El Vivillo” se negó a aceptarlos diciendo que le bastaba con lo que ya había hecho por él, asegurándole que el robo y los incendios no devastarían sus posesiones.
   La conversación se anima y todos quieren relatar algún caso histórico; pero ya comienza a anochecer y nos dirigimos al coche que ha de llevarnos de nuevo a Córdoba.
    Pasados unos segundos, nos internamos por la asfaltada y moderna pista. Comienza a levantarse un grato airecillo. En el cielo, profundamente azul, acaban de cuajarse algunas estrellas…

24 octubre 2013

GACHAS DE TODOS LOS SANTOS



     De un tiempo a esta parte se ha generalizado a lo largo y ancho del suelo patrio, una serie de “payás y tonterías” que no son propias de nuestra rica tradición cultural, y que irrumpen cada vez con más fuerza durante los días de la tradicional festividad  de Todos los Santos y de los Difuntos. 
     En los establecimientos educativos, por aquello del bilingüismo, se realiza un especial despliegue de medios humanos y materiales durante los días previos, que se traduce en carteles murales, infinidad de recortables de calabazas, brujas, asquerosos murciélagos, telas de araña y hasta un esqueleto del laboratorio de naturales, que me lo han plantado este año en el hall y al que no pierdo de vista en todo el santo día
     Ayer mismo intercambiaba impresiones al respecto con un campechano profesor de origen alpujarreño, enemigo acérrimo, como yo, de estos modismos.
     Salió a relucir la rica oferta gastronómica asociada a esta fiesta, especialmente en el apartado de dulces y postres, así como sus variantes en función de los terrenos.
     En los pueblecitos de la Alpujarra son las gachas dulces quienes ocupan el primer lugar, a las que se suman las primeras castañas y nueces de la temporada.
     En muchas poblaciones de las campiñas de Jaén y Córdoba las gachas dulces se siguen preparando coincidiendo con esos días de recuerdo para con los ausentes. Quiero recordar con especial regocijo aquellos días en los que una gran mujer, ya desaparecida, con la que compartía techo en la calle Pósito de Castro del Río, se afanaba desde primera hora de la mañana en la elaboración de tan rico manjar.


      Igualmente nostálgicos e ilusionantes mis recuerdos sobre aquellos solidarios intercambios vecinales de platos y raciones con los que podías llegar a alcanzar un gran pegote, si no eras capaz de racionalizar el uso de la cuchara.
     Desde que dejé de residir en esa villa, allá por el año 1997, no he vuelto a tener en la boca esa masa tan dulce con sabor a matalahúva y canela, que un servidor prefería sola con tostones, con muchos, muchos tostones. Las demás adiciones, como pudieran ser nueces o almendras, las apartaba para que después las lamieran los gatos.
     Hace un par de años miré en internet la receta, compré los ingredientes y me embarqué en su elaboración, con un impresentable mazacote como resultado. Ni para los gatos.
     Rastreando entre diferentes fuentes en busca del arraigo de tal postre en la provincia de Córdoba, nos hemos topado con una narración de corte costumbrista firmada por el historiador y periodista Alfredo Cazabán Laguna, un ubetense asiduo colaborador de la prensa periódica cordobesa durante las primeras décadas del siglo XX. Su título “La noche de ánimas”, que muy posiblemente esté incluido en alguna de sus muchas publicaciones impresas. 



    Las gachas y su tradicional proceso de elaboración son su eje central y auténticas protagonistas de la narración. Aunque la acción transcurre en un cortijo de su pueblo natal, Úbeda, su contexto encaja perfectamente con la etnografía y geografía cultural de olivar de secano, a la que pertenecen esas otras dos poblaciones vecinas objeto de este espacio. Su vocabulario, en el que abunda el diminutivo “ico-a”, el “pa”, el “ao” en vez de “ado”en las terminaciones del participio, o palabras como poyo o poyete, tan usuales entre los porcuneros, denota a las claras el origen jiennense de su autor.
     Sirva pues como recordatorio a las nuevas generaciones de hallowines y a la vez para recuperar vocabulario en desuso.

LA NOCHE DE LAS ÁNIMAS

    Había llovido mucho por la tarde y se había retirado el agua con el aire cierzo. Cuando se abría y cerraba la puerta de la casa entraba un frío que helaba las espaldas de aquellas buenas gentes, sentadas en forma de semicírculo, alrededor del fuego de la lumbre. En el poyo, donde tenían los muleros las cabeceras, fregoteaban las mujeres los lebrillos y las cazuelas; y los hombres arrimados a los pies de las llamas secaban el barro de los barbechos que cubría, casi del todo, los peales y las albarcas.
     Recosía el aperador con tomiza y aguja de almaraz, un cabezón que se había roto y el chota del manigero, iba y venía, descalzo a la cuadra, porque había puesto a secar sus calcetas de trabilla. Oscilaba la luz del candil de hierro colado de la chimenea, del gancho de palo, y su luz reverberaba en los cazos y peroles de cobre, que estaban en la pared de la cocina.
    Y dijo un mulero, oye María allá a un quesiqués:

Un galán enamorao
muy amigo de mujeres;
siempre está el probe mojao
y arrimao a las paredes.

     Pos.. el estropajo, dijo otro  mulero.
     Oye María, ¿a que no aciertas éste?  Un viejecico sentao en la sillica chupando la tripica…
     Dejadme de chascarrillos que no estoy pa bromas, que estoy haciendo las gachas pa cenar y pa que me dejéis solica con mi pena.
     Y María que era blanca como la nieve, y rubia como el maíz, bajó los ojos, miro a la sartén, y en las ascuas de la lumbre chirriaron, al caer de sus ojos, dos lágrimas.



     Salía de la sartén una columna de humo, de un humo con tufo que hacía toser porque daba en el gallillo. Apagó el humo de pronto la caída de un ciento de cuscurrones de pan bazo que empezaron a freírse; y al freírse, morenos como eran, se pusieron primero rubios, y luego amarillos, y luego dorados, y luego como la canela, y luego del color del hábito del Carmen, porque ya estaban fritos. Se remangó María el refajo, se puso en cuclillas, cogió con la mano derecha el cucharón de hierro, empezó a dejar caer, con la otra, puñados de harina, y meneando siempre a un lado para que no se cortara la mezcla, y soplando a menudo la lumbre, con los ojos entornados y doblando la cabeza fue haciendo aquellas gachas sustanciosas sobre las que, luego que estuvieron frías, cayó un jarro de miel de caldera, espesa, transparente, limpia como chorros de cristal que aun no se ha endurecido.
     Tan buenas estaban las gachas como los cuscurrones, cuando después de hacer María la cruz en la sartén, se hundieron en ellas las cucharas de boje que llevaban a la boca de aquella gente el clásico manjar de aquel día señalado.
     ¿No comes María?
     No tengo gana. Voy a asar las castañas pa que me dejéis presto.
   Poco después estallaban sobre las ascuas los vestidos barnizados en que se envolvían las castañas, impregnando la atmósfera del característico olor de la cáscara quemada y del perfume caliente de la carne de sus blancos senos.
     Roncaban los muleros tendidos en los poyos de la cocina. Se oía el patear de las caballerías en la cuadra. En el cuarto estaba Antonio el aperador echado sobre la cama. María de rodillas rezaba a la Virgen de Guadalupe, pintada en una estampa de papel.


    Por los lejanos montecillos, cuajados de olivares vino, como una ráfaga de viento, el triste doblar de las campañas de la torre de San Salvador.
    Se levantaron a la par Antonio y María.
     ¡Qué frió y solico estará mi nene en el Campo Santo! – dijo ella.
   Y se abrazaron llorando.
   Y en aquel instante, entró el chota del manijero  en el cuarto a sacar un costal de pan.
    Al otro día, contó en el hato el chota del manijero, que la noche de los Santos, después de cenar, a Antonio y María se les habían “corrido las gachas”.


    Asociado a tan rico postre existió la tradición de que con las sobrantes, ya endurecidas, se tapaban las cerraduras. Se decía que para que los muertos no pudieran meter la llave y llevarse a las niñas hermosas. Con el tiempo degeneraría en un entretenimiento golfo:

    “Algunos mozos de buen humor embromaban a sus amigos y conocidos tapándoles, con gachas, la cerradura de la puerta de sus casas a las altas horas de la noche y eran dignas de verse las escenas que se desarrollaban al volver muchas familias a sus hogares y no poder penetrar en ellos como consecuencia de la gracia mohosa de cualquier mal intencionado”.

      De un artículo de Ricardo de Montis (Recuerdos de otros días: los Santos y los Difuntos) publicado en el diario de Córdoba en el año 1924.
     Aquella costumbre, por el abuso, debió de de ser atajada de raíz por la vía gubernativa algunos años atrás:

Ya en el día de los Santos
no se asan las castañas
ni se cuecen tampoco
muchas ollas de batatas
ni se tapan las cerraduras
de las novias con las gachas.

(El Aviso de Puente Genil 1931)



   A la golfería halowinera actual les ha dado por el huevo. Hace ya algunos años, con nocturnidad y alevosía, arrojaron como media docena de ellos sobre las ventanas de mi domicilio que dan a la calle, cuando me encontraba plácidamente en el sofá viendo una película. A pesar de su cobarde huida precipitada y de que iban disfrazados y encapuchados, pude reconocer, por los andares, a uno de esos preadolescentes con los que convivo a diario. Sometido a un perspicaz interrogatorio durante el recreo, cantó la gallina, reconociéndose autor de los hechos imputados. Me atribuí prerrogativas de juez y consensuamos un castigo sin necesidad de elevar el asunto a instancias superiores.  Le coloqué, con su asentimiento, el remoquete de “huevero halowinero” que portó con orgullo hasta hace poco, cuando tras graduarse en sus estudios nos despedimos con un abrazo.