Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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01 junio 2021

"Don Miguel el Ciego" (Miguel Aragüés Velasco): un maño y porcunense adoptivo singular".

La fotografía se corresponde con la escolanía de niños conformada en el seno del Colegio Nacional Francisco Franco de Porcuna (Jaén), que participó en el VI Concurso Nacional de Villancicos celebrado en Madrid en diciembre del año 1968, organizado por la Delegación Nacional de Juventudes con la colaboración de la Subdirección Nacional de Cultura y Espectáculos. Una primera fase clasificatoria en el Teatro del Parque Móvil y una gran final entre los días 18 y 20 en el Teatro Español.


Grupos Escolares (C.N. Francisco Franco)

No llegarán a la final. El primer premio fue para un coro mixto procedente de León. Eso sí, tuvieron la oportunidad de gozar de la experiencia de actuar en directo ante las cámaras de aquella emergente RTVE en sus estudios de Prado del Rey. Durante su estancia en la capital visitaron El Escorial y el Valle de los Caídos, donde, como procedía, se rezó un padre nuestro ante la tumba de José Antonio, fundador de la Falange.

A su regreso ofrecieron algunas actuaciones en la Iglesia Parroquial de Porcuna y en otras poblaciones limítrofes. Hasta fueron llevados a la capital del Santo Reino donde cantaron en presencia del señor Obispo de la Diócesis y otras autoridades provinciales. Entre sus integrantes se encontraban bastantes amigos de mi infancia. Su repertorio estaba condicionado por las especiales dotes para el canto de uno de sus componentes, Francisco Ramírez, que ha pasado a la historia de la música local con el sobrenombre de “Paquito El Solista”. Un porcentaje alto de la masa coral no utilizaba las cuerdas vocales, tocaban la pandereta, sonajas o carracas con una leve y casi sorda apertura de boca de postureo. El responsable de la su formación musical, dirección y acompañamiento al piano, un señor aragonés ciego que hacía poco se había hecho cargo de la delegación local de la ONCE en Porcuna, conocido popularmente como Don Miguel el Ciego.

Este señor, de quien conservo un grato recuerdo, se hizo muy amigo de mi padre. Era educado, de carácter afable y muy dado a la conversación. Asiduo de una especie de tertulia que se organizaba en la papelería del Cojo Botines, justo en frente de mi casa, a la que solía asistir mientras hurgaba en la famosa máquina de las bolicas de anís que existía en este emblemático establecimiento comercial. Otra de sus paradas habituales era la tienda de tejidos de Cayetano Ruiz con quién trabó una especial amistad. Hacían reuniones de amigos en su domicilio de la calle Cervantes para ver aquellos primeros partidos de futbol televisado. Entre los incondicionales El Mudo de Rojas y Don Miguel. Las oficinas de la Once estaban en un bajo de la calle Salas donde desarrollaba su trabajo asistido por Alfonso Cabeza en tareas administrativas, de reparto y cobro a los vendedores del cupón. Vivía en una fonda que existió en la calle Trafalgar, regentada por Carmen Millán “La Pregonera”. Las comidas las hacía en el restaurante de José María “El Vivi” donde se acopló como uno más de esa gran familia de propietarios, camareros y asiduos al restaurante-repostería de La Peña.


Debió de instalarse en Porcuna sobre 1967. Quizá tuviera in mente un traslado casi inmediato a Zaragoza para paliar las limitaciones de su ceguera al lado de su familia. Sólo conseguía alguna visión mirando por el rabillo del ojo, de ahí esa imagen que muchos recordamos viéndolo deambular con la cabeza girada. Entre los acuerdos adoptados por el Excmo. Ayuntamiento de la capital aragonesa en sesión de plenaria celebrada en septiembre de 1969 se le autoriza a ocupar una parcela de vía pública para la instalación de un quisco del modelo aprobado para la Once. Finalmente, ante la buena acogida que se le dispensó en Porcuna optó por permanecer entre nosotros desarrollando su actividad de delegado local hasta su muerte.

Don Miguel, tenía por costumbre tomar café y desayunar en el Bar de Malagón en la Carrera. Por cuestiones de salud prescindía del estuchado de azúcar, que en aquellos años se servía en terrones, que empleaba en su particular empeño de amaestrar a un gruñón perro pequinés que formaba parte de mi familia e inseparable de mi señor padre. Sostenía el ciego el premio a una distancia razonable para que el animal a dos patas pudiera olfatear el azúcar, pero sin llegar a alcanzarlo; lo mantenía el tiempo suficiente para que se fuera acostumbrando a la posición bípeda antes de soltarlo. Con el tiempo el número medio circense se hizo célebre y eran numerosos los curiosos que se daban cita para verlo.

Surgieron hasta imitadores de Don Miguel. Recuerdo un caso que casi llegó a tener consecuencias judiciales. Eran esas navidades en las que los niños con el bocado en la boca nos tirábamos a la calle buscando el solecico con el mantecado en el bolsillo (de esos surtidos que no solían faltar en casi ninguna casa para estas fechas). El perro no le hacía asco a este otro género dulce. Un niño inconsciente llegó a agotar su paciencia (no soltaba) y el animal sobre su dos patas saltó y mordió la mano del portador con retardo. Llegó denuncia hasta el jefe de la Policía Municipal, el famoso Ricardito, que era pariente del imprudente, que mi padre supo resolver con su especial dialéctica medio intimidatoria contra el de la gorra de plato, que además era vecino (existía cierta antipatía recíproca por antecedentes relacionados con sus respectivos menesteres).

Durante este último año de confinamiento domiciliario, primero obligatorio y después voluntario y preventivo, como alternativa de ocio muchos hemos hecho un uso abusivo de las redes sociales, desatándose por momentos una necesidad imperiosa de comunicación. Almacenaba recuerdos en mi memoria de que la ceguera de Don Miguel era fruto de heridas sufridas durante la guerra civil, sobre un drama familiar durante esos años convulsos y sobre su vida un tanto azarosa y aventurera. Compartí mis curiosidades en el instructivo muro de Facebook de “Amigos de la Historia de Porcuna". Inmediatamente afloraron recuerdos, anécdotas e informaciones sobre él. Una primera meta para poder indagar en su pasado era conocer sus apellidos, solicitud atendida por un amigo y antiguo vecino (Eduardo Cespedosa) que despejó contactando directamente con la Delegación de la Once en Jaén. A partir de ahí se trataba de rebuscar entre diferentes fuentes para trazar una pequeña semblanza biográfica sobre él. 

Miguel Aragüés Velasco (1913-1982) 

Nacido en Zaragoza el 5 de marzo de 1913 en el seno de una familia de clase media dedicada al comercio. El padre, Miguel Aragüés Bescós, natural de Aisa (Huesca), era un acreditado agente comercial, republicano convencido y admirador de Azaña; la madre, Lucía Josefa Velasco Sarasa, natural de Tafalla (Navarra), una ferviente católica practicante, que regentaba una mercería (“El Capricho de Aragón”) en el centro comercial de Zaragoza. Tuvieron cuatro hijos varones (Miguel, Francisco, José y Manuel) y una hembra (Elisa).



El apellido Aragüés parece mantener cierto vínculo con el mundo musical. Son varios los directores de bandas de música de pueblos de Aragón que llevan ese apellido. A la temprana edad de 13 años el niño Miguel, el primogénito, cursaba ya estudios de primero de piano en la Escuela Municipal de Música de Zaragoza que debió completar con éxito. Por las colecciones de prensa aragonesa alojadas en la red conocemos que a la altura del año 1930 lo mismo acompañaba a coros de capilla en actos de carácter religioso que formaba parte de orquestinas que amenizaban bailes en salones, fiestas de la capital y otras poblaciones de la provincia. 

Fiestas en la barriada rural de Monzalbarba

En 1932 junto al violinista Alfredo Virgos intervenía en conciertos musicales retrasmitidos en directo por la emisora de Radio Aragón. Esta variada y polivalente proyección musical le serviría para costearse los caprichos y gastos propios de un joven de su edad. Buscando estabilidad laboral prepara oposiciones a Auxiliar del Cuerpo General de la Administración de Hacienda Pública a las que concurre en la convocatoria del año 1934. No nos consta que llegara a alcanzar su meta. No volvemos a tener noticias suyas hasta iniciada la guerra civil que terminaría trastocando por completo la estabilidad de su familia.


El cabeza de familia tuvo que protegerse de aquellos que le señalaban como peligroso elemento desafecto. Fue visitado a domicilio por un grupo de falangistas con el propósito de darle un paseo. Gracias a un inspector de policía que vivía en el mismo portal pudo salvar la vida. A partir de ese día no volvió a salir de su casa y permaneció toda la guerra medio escondido en una alacena que cerraban cuando oían llegar a alguien. Para sus tres hijos mayores (Miguel, Francisco y José) aquel nuevo estado de cosas si arrastrará consecuencias bastante más negativas.

José (Pepe), nacido en 1916,  presunto militante o simpatizante del partido comunista, fue detenido junto a otros amigos y compañeros a los pocos días de triunfar el alzamiento. Conducido a la cárcel de Torrero, juzgado por un Consejo de Guerra en sumarísimo de urgencia es condenado a muerte. Su madre, de fuertes convicciones religiosas (un hermano llamado Demetrio, vistió el hábito de escolapio y actuó como sacerdote misionero en Argentina), valiéndose de amigos y conocidos pudo contactar con el cura de la cárcel, que le salvó la vida y consiguió su puesta en libertad. Le bajaron del camión que le conducía a las tapias del cementerio y el joven liberado tuvo que ser testigo de cómo en su lugar aupaban a uno de sus amigos. Una suculenta ración de aceite de ricino y para casa. A los pocos días se ordenaba su incorporación inmediata a primera línea del frente en las filas del ejército sublevado.

Sus hermanos mayores Francisco (n. en 1915 ) y Miguel (n. en 1913) desde un primer momento habían sido movilizados por el ejército rebelde. Adscritos al Regimiento de Artillería Ligera nº 9 casi de inmediato fueron destinados al frente. Miguel resultó gravemente herido en la Batalla de Teruel pasando la mayor parte de la guerra en el Hospital Militar de Zaragoza convaleciente, mientras que Francisco, herido y hecho prisionero por el ejército republicano, terminaría en el famoso Castillo de Montjuic de Barcelona. Cuando el 25 de enero de 1939 cae la ciudad en poder de los sublevados recupera la libertad, aunque no tardará en volver a presidio. Detenido a finales de 1940 se le recluye en la cárcel de Torrero de Zaragoza a la espera de un Consejo de Guerra. Se enfrenta a los típicos cargos de  “adhesión a la rebelión” (se le acusaba de haber confraternizado con sus carceleros republicanos y de colaborar con sus servicios de espionaje). El juicio se celebra el día de los Santos Inocentes del año 1940 siendo condenado a la pena de muerte. A doña Lucía Josefa le tocó de nuevo recorrer pasillos y despachos: “Llegó incluso a la antesala del despacho de Franco pidiendo clemencia para mi hermano, pero no le dejaron hablar con él”. El entrecomillado y el grueso de la información sobre los avatares de la familia proceden de testimonios orales aportados por Manuel (el menor de los hijos, así bautizado por su padre en honor de su admirado Manuel Azaña) insertos en un libro titulado “Las rojas y sus hijos, víctimas de la legislación franquista: El caso de la cárcel de Predicadores (1939-1945)”, del que es autora Rosa María Aragüés Estragués (hija de Manuel), profesora de Historia Contemporánea en la UNED.

La pena de muerte de Francisco sería finalmente conmutada por treinta años y un día de reclusión mayor. También el Tribunal de Responsabilidades Políticas se interesó por él mientras cumplía condena en diferentes establecimientos: cárcel de Torrero hasta 1943, batallones penitenciario de trabajo de Meridiana y Belchite. En abril de 1944 recupera la libertad fijando su residencia en Zaragoza al abrigo de la protección económica que le brinda su hermana Elisa y su cuñado.


Curiosamente el piano de la familia, con el que Miguel se inició en el mundo de la música, hallábase entre los pocos enseres en propiedad de la vivienda alquilada que los cobijaba. Para más detalles sobre el cúmulo de adversidades que tuvo que soportar esta familia les remito al libro referenciado en formato físico o ebook.
A principios de 1941 y en vista de cómo se estaba cebando la represión franquista con la familia, Miguel Aragüés Bescós, traslada su residencia a Barcelona donde su experiencia como comercial le serviría para encontrar un trabajo con el que sacar adelante a los suyos. Tanta contrariedad terminaría afectando a su salud y a la temprana edad de 65 años dejaba de existir a finales de abril del año 1943.

La Vanguardia de Barcelona 28 de abril de 1943

Con la pérdida del padre es cuando el joven músico Miguel Aragüés, tras permanecer un tiempo en Barcelona y al sentirse como perseguido, optó por el exilio voluntario, renunciando a los hipotéticos beneficios que le pudiera reportar la Medalla de Sufrimiento por la Patria (nos consta su solicitud) o por su condición de mutilado. Vivió de sus aptitudes para la música en París e integrado en diferentes formaciones. Hasta pudo realizar giras por el continente americano. A esta etapa pertenece la tarjeta de inmigración emitida por el consulado de Brasil en París, en la que podemos apreciar a un todavía apuesto, dinámico, moderno e independiente músico. 


A finales de la década de los años cincuenta, ante una progresiva pérdida de visión, sólo y desamparado, va a regresar junto a su familia a Zaragoza. Tuvo la suerte de ser reconocido como caballero mutilado, lo que le permitiría entrar a trabajar para la ONCE. Uno de sus primeros destinos, como ya hemos argumentado, fue el municipio jiennense de Porcuna, donde dejaría de existir sobre 1982 (no podemos certificar con exactitud). 

05 junio 2012

Mis Corpus en Villardompardo: historias de familia, vivencias y recuerdos.

Un altar olivarero (2004)
    Es de agradecer la buena acogida que entre los habitantes y naturales de El Villar (Villardompardo) ha tenido “Mi Portfolio Fotográfico Provisional del distrito de Martos” (más de 250 visitas directas en el mes de mayo), en el que se muestran y divulgan unas casi desconocidas fotografías de sus monumentos más emblemáticos (Castillo e Iglesia Parroquial), tomadas del Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén de don Enrique Romero de Torres (1913-1915). Las misivas de agradecimiento que me han llegado, incluida la de su Ilustre Ayuntamiento, tal vez hayan propiciado que se despierte la curiosidad entre sus vecinos sobre mis vínculos con este pueblo, que ya delata mi primer apellido, pero que he tenido que explicar a quienes se han dirigido a mi correo con tal propósito.
     Mi afición por el género memorialista, ya puesta de manifiesto en una entrada dedicada a la Fonda la Esperanza de Porcuna, regentada por mis abuelos maternos, unida al empujón anímico generado por los agradecimientos, han hecho que me plantease embarcarme en un proyecto similar para con mi familia paterna.
    Aprovecho la fecha, por la peculiar, tradicional y espectacular celebración del Día del Corpus en esta villa, para emplearme en ello.

      
     La fotografía que se muestra, en la que un servidor aparece piadosamente arrodillado delante del artístico altar que para tal festividad se confeccionaba a la puerta de mi abuela Encarnación, debe de ser del año 1966 o a lo sumo 1967. Quiero recordar que se corresponde con el mismo día en que por la tarde pude presenciar en la Plaza de Toros de Martos el debut en lides taurinas del valiente novillero Herrerito de Porcuna (véase Mi Tauromaquia). Mi prodigiosa memoria (que Dios o quien sea me la conserve) me permite incluso atribuirle la instantánea a un famoso fotógrafo ambulante de Porcuna “Aure”, conocido de mi progenitor, que por allí merodeaba aquel día. Mi padre es el que aparece con gafas de sol con mi hermano Felipe, hecho un guarín, entre sus piernas. Las niñas, mi hermana, que forzosamente tenía que llamarse Encarnación, y una amiga (la hija de la vecina Lucia).
 
Los abuelos
      Siempre he tenido la curiosidad de investigar sobre el origen de mi apellido Gay, muy extendido en otras regiones como Galicia, Castilla, Aragón y Cataluña, y que en la provincia de Jaén parece tener su foco de irradiación en el pueblo de Villardompardo. Hay un famoso catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, Juan Gay Armenteros, cuyas raíces creo que son también villarengas. Sería cuestión de echar una temporadilla en El Villar curioseando en su archivo parroquial y municipal y, si la documentación lo permite, intentar llegar hasta los primeros Gay que se asentaran por tierras jiennenses, y desentrañar el porqué de la elección de esta pequeña villa (ardua tarea, pero no imposible).

     De momento sólo llego hasta mi abuelo, que debió nacer en el las décadas finales del siglo XIX. Se llamó Manuel Gay López (Manolito Gay). De profesión labrador, que en la segunda década del siglo XX contrajo nupcias con Encarnación Calvache Serrano (mi abuela), de cuyo matrimonio vendrían al mundo seis hijos varones: Antonio, Bartolomé, José, Francisco, Manuel y Alberto Gay Calvache.
Los infantes - Manuel y Alberto (primeros años 30)
     Asimilado a la categoría de mediano propietario, complementaba sus actividad agrícola con el arrendamiento y la administración de las fincas de un propietario absentista, don José Contreras y Escobedo, Caballero de la Orden de Calatrava y IV Vizconde de Begijar , dueño de bastas extensiones de fincas rusticas diseminadas por diferentes municipios jiennenses. Aunque, por disponer de una bien acondicionada residencia y de un molino aceitero en el Cortijo de Uribe, frecuentaba con relativa frecuencia la villa para inspeccionar sobre el terreno sus intereses particulares.

El baúl del niño Federico
Noviembre de 1909

     Mi padre me contaba que el patio, de un por entonces semiderruido y abandonado Castillo, era utilizado por mi abuelo para guardar sus aperos y pertrechos agrícolas.

     El fracaso de la sublevación militar del 18 de julio de 1936, que trajo consigo un largo y cruento conflicto civil, afectaría tanto al arrendador como al arrendatario. El primero encontraría la muerte en Madrid, al poco del alzamiento, asesinado en circunstancias que no he sido capaz de desentrañar. Mi abuelo, cuyos posicionamientos ideológicos desconozco (imagino que los que fueran con arreglo a sus intereses), por aquello de su condición de empleador, fue detenido por orden del Alcalde, permaneciendo en el arresto municipal entre el 25 de julio de 1936 y el 6 de febrero de 1937, en que un Tribunal Popular lo pone en libertad. Un hermano de mi abuela llamado Jacinto Calvache Serrano sufrió la misma suerte, aunque con un periodo de confinamiento ligeramente inferior. Son varios los apellidados Gay, posiblemente parientes, quienes también aparecen como detenidos dentro de una relación inserta en la Causa General de la que he tomado los datos (Ramón Béjar Gay, Pascual Gay Béjar, José Gay Calahorro, Manuel Gay Águila, Diego Gay González  y Juan Gay Moya).
    Pese a su larga estancia en prisión, no creo que mi abuelo fuera un elemento demasiado significado de la derecha, ya que su casa se libró de los típicos asaltos y saqueos, y su nombre no figura entre quienes, según la Causa General “fueron sometidos a crueles torturas o simulacros de fusilamiento” por parte de las denominadas “hordas marxistas”.
     Casualmente entre los elementos dirigentes marxistas aparecen también individuos apellidados Gay y Calvache. Es el caso de Fernando Gay Cámara (exiliado en Francia), a quien se la atribuye participación en las profanaciones y quemas de imágenes de culto, o Juan Gay Medina y José Calvache Águila, señalados “por oponerse al triunfo del Glorioso Movimiento Nacional en esta villa”, que permaneció bajo control republicano hasta el final de la guerra. Otro villarengo derrotado, llamado Manuel Águila Gay, eludió la represión franquista al embarcarse en el famoso vapor Sinaia rumbo a México.


     Seria demasiada casualidad, pero recuerdo perfectamente como mi padre, en un determinado momento de nuestras vidas, marcado por la estrechez económica, refería una hipotética herencia salvadora de un pariente cercano que había cruzado el charco y del que no se tenían noticias (el mito del indiano rico).
     A Manolito Gay (abuelo) no llegué a conocerlo pues falleció antes de que un servidor viniese al mundo. Sobre él sólo me han llegado noticias o anécdotas indirectas. Parece ser que era del puño cerrado. Mi padre, que colaboraba con él en las faenas agrícolas, se las veía y deseaba para obtener una mínima recompensa económica. Tenía que acudir a subterfugios con los que obtener un dinerillo para el gasto corriente de un mozo. Con nocturnidad y alevosía, y la interesada colaboración de amigos y compinches, se perdía de vez en cuando algún saco de trigo de los almacenados en las cámaras de su vivienda.

     Con respecto a mi abuela Encarnación, mis recuerdos se circunscriben a mis primeros diez años de vida, pues falleció en 1970, poco antes de que lo hiciera mi madre, que se llamaba igual que ella y por la que profesaba especial devoción. Fue ella precisamente quien me llevo en sus brazos hasta la pila bautismal cuando me acristianaron.
Mi madre y mi vecina Amelia de Porcuna, expléndidas (a la izquierda)
Vivencias y recuerdos
     
    Mi padre, cuando contrae matrimonio, traslada su residencia hasta Porcuna. Estuvo un tiempo al frente de la Fonda heredada de mis abuelos maternos, finalmente cerrada por inviable. Probó después con un pequeño almacén de maderas y materiales de construcción en la Riverilla que tampoco funcionó. Las representaciones comerciales terminarían finalmente convirtiéndose en el sustento de su familia.
 




     Para tal fin se agenció una furgoneta Citroën dos caballos, que además de para efectuar el reparto del género comercial (cerveza "El Gavilan", gaseosa "La Pitusa", vinos de las bodegas "Pérez Barquero" y la multinacional Coca-Cola, que por aquellos tiempos era un producto de lujo) le brindaba la posibilidad de no perder el contacto con su madre y hermanos residentes en El Villar. Unos asientos portátiles, que se anclaban en la parte trasera, nos permitían visitar a la abuela con frecuencia.


    A la derecha: "Casa de la abuela". Puerta y tres ventanas en planta baja, con sus correspondientes balcones en la primera planta (dormitorios), y una hermosa cámara-almacen aireada por cuatro ventanucos en la planta superior. 
     Las fiestas de guardar eran de obligada comparecencia en esta hermosa casa, situada justo a mitad de la principal arteria de la localidad, la popularmente conocida como calle larga (entonces Calvo Sotelo y ahora Av. de Andalucía). Mi abuela ya mayor, con el imprescindible concurso de Carmen (también Gay), especie de servidora-ahijada, solía hacer gala de sus artes culinarias. Las albóndigas en caldo y los filetes de cerdo al limón eran sus platos estrella en esas comilonas festivas donde solía darse cita el resto de la familia. Este ultimo plato, sencillo y exquisito, lo adoptó mi padre para su cocina, y todavía hoy, de vez en cuando, aparece en la mía.
     Inolvidables esos altares del Corpus, por la parafernalia que se organizaba en torno a su elaboración. El exorno floral procedía casi íntegramente del patio de la casa, por el que se diseminaban una cantidad ingente de macetas de todas clases, resguardadas del sol por unos frondosos limoneros y regadas periódicamente con el agua que se extraía de un pozo con brocal de forja situado al fondo del mismo. El tiro de garrucha, con la sempiterna supervisión de Carmen, era uno de mis entrenamientos favoritos. Con las cubas se llenaban unas hermosas tinas de cerámica depositadas contra una pared, de las que posteriormente se tomaba el agua para las regaderas.



    Grabado en mi memoria está la víspera de ese día, momento en que mi primo Rafael, el menor de mi tío Bartolo, aparejaba una burra mansa que dormía en el establo para dirigirse hasta el arroyo Salado de Arjona en busca de las típicas juncias con las que se alfombraba la calle. Berrinches y llorisqueo, pues ni yo, y menos aún mi hermano Felipe, teníamos la edad oportuna como para introducirnos en ciénagas pantanosas. Finalmente nos conformábamos con ayudarle en la descarga, seguida de un paseo guiado en burra antes de que ésta volviera a sus dependencias.

    Nada más amanecer, acudía en masa el vecindario implicado y se ponía en marcha el proceso de confección del típico altar y adorno de calle. No solía faltar el dulce y el licor. Mi abuela, de arraigadas costumbres religiosas, carácter dulce y bondadoso, se arrogaba el mando a la hora de distribuir y disponer el ornato (casi todo salía de su casa). Mi madre, también muy dada a lo artístico, se convertía en su fiel consejera. Se estaba retocando hasta casi el momento mismo del paso de la custodia, en que tocaba echar las rodillas en tierra y persignarse. A renglón seguido llegaba la esperada hora de las botellas de gaseosa para los menores y espumosas, vinos y aperitivos para el resto de la congregación. La jornada festiva se remataba con un suculento almuerzo familiar, elaborado por Carmen que había echado su mañana de Corpus metida entre fogones.

     Dejando ya de lado este jueves festivo (ahora en domingo), y para no ponerme demasiado pesado, es menester ir cerrando. Pero ya puestos. tengo forzosamente que echar mano de otros recuerdos relacionados con El Villar, donde también solíamos pasar temporadas de vacaciones. Se mantiene fresco en mi memoria el olor a pan tierno y dulces de los hornos que regentaban mis tíos Bartolo, Pepe y Manolo, o el acompañamiento mañanero de escolta, que mi hermano y yo, le hacíamos a mi primo Antoñuelo, que siendo aun un chavalillo, ya colaboraba con la economía familiar repartiendo churros por las calles. Éstos se conservaban calientes gracias a una cajonera de ascuas depositada sobre el carrillo de reparto. Después de aquello ya podíamos disponer de él para el resto de la jornada lúdica.

San Francisco (patrón)
     Otros recuerdos guardan relación con las fiestas patronales. Sería por mi carácter tímido y apocado, o vaya a saber porqué, que de chico le tenía verdadero pánico a los gigantes y cabezudos, especialmente a estos últimos que se mostraban más escurridizos y saltarines. No me atrevía a verlos pasar desde la puerta de la calle y me subía al balcón del cuarto de mi abuela. Mi madre, que se hallaba empeñada en que tenía que superar estas fobias, incitaba a mis primos, que solían salir con la cabeza gorda, para que al pasar por la casa hicieran una breve incursión de reconocimiento, a la que yo respondía como una centella encerrándome en las cámaras. El descojone para mis padres, Carmen y la abuela, y el mal rato para un servidor. Hoy, por suerte, ya no me asusto de casi nada, gracias, en parte, a los cabezudos de El Villar.


     También a la feria pertenecen los recuerdos sobre partidos de futbol de máxima rivalidad contra Escañuela. Creo que los visitantes se desplazaban andando, y los encuentros tenían lugar en un improvisado terreno de juego en una tierra calma con varias vueltas de rulo. Por porterías unos postes de madera unidos por unas sogas. Entre los locales siempre se alineaba alguno de mis primos entre los que destacaba Manolito Gay) que con el tiempo ingresaría en la Policía Armada.

Villardompardo F.C. (1965)

     La providencial presencia de una vecina en casa de mi abuela sacando agua del pozo, evito un episodio, que pudo revestir caracteres de tragedia. Mi hermano el guarín, se dedicaba a jugar a los barquitos en una de esas tinas, ya referidas, cuyo nivel de agua estaba por debajo del acostumbrado. Encaramado en lo alto de una silla, hincó la cabeza tanto en busca de la navegabilidad que cayó sobre la misma, quedando con los pies para arriba. A las manos salvadoras de Lucía le debe la vida, aunque tragó bastante agua y nos llevamos un buen susto, especialmente la abuela responsable de nuestra guarda y custodia. 

Era del Cortijo de Uribe (1950)

     Excursiones infantiles dirigidas por Carmen hasta el Cortijo-casería de Uribe, con recolección de hinojos para el puchero por el camino, era otro de los atractivos de aquellos periodos vacacionales. Recuerdo perfectamente las dependencias nobles del mismo, recargadas de cuadros, alfombras, mobiliario antiguo y una armadura que llamaba poderosamente la atención de los infantes. He intentado localizar la fecha exacta del fallecimiento de la vizcondesa viuda, Doña María del Carmen Uribe y Peláez, con resultado totalmente infructuoso.

Obtenida a posteriori (veánse agradecimientos comentario 2)

  Me consta, que después de aquellos tristes sucesos de la guerra, pasaba largas temporadas en sus dominios de Villardompardo. De hecho mantuvo la amistad con mi abuela, y cuando se dejaba caer por el pueblo para escuchar misa, se detenía su coche a la puerta de ésta para que le acompañara. Su influencia sirvió para que cuando mi padre fue reclamado para prestar servicios militares a la patria le adjudicaran un destino cómodo como ordenanza en el Ministerio del Ejército, con sede en Madrid.


    Al fallecer mi abuela en 1970, pese a la proximidad, me desvinculo considerablemente de El Villar. La casa de los abuelos pasó con el tiempo a manos de mi tío Antonio. Fue el único de los hermanos a quien se le pudo costear estudios (bachillerato), suficientes para opositar y ganar una plaza de Secretario de Tercera. Después de permanecer una buena temporada en Pampaneira, un precioso y aislado pueblo de la Alpujarra granadina, en 1972 pasaría a ocupar la vacante provisional de la Secretaría del Ayuntamiento de Villardompardo, con carácter definitivo desde 1974 y que desempeñaría hasta su muerte acaecida poco después.




     Cuando he tenido que visitar El Villar, mayormente por sepelios de tíos y un primo prematuramente desaparecido (otro Manolito Gay), no he dejado nunca de girar visita a esa magnífica casa, que tan buenos y asustadizos recuerdos me evocan. En vida de la viuda Carmina, todavía podía adentrarme fugazmente en ella. Al carcer éstos de descendencia el dominio sobre la misma se desvincula definitivamente del apellido Gay.
     La última vez que estuve allí, hará como dos años, fue en una fugaz parada solitaria de incognito. Quería interesarme por la salud de un pedazo de mujer llamada Carmen Gay, quien asistió a mi abuela, y que a raíz del prematuro fallecimiento de mi madre, pasó generosamente como un año en Porcuna cuidando de mi y de mis hermanos, hasta que mi padre fue capaz de encajar aquel mazazo. A efectos de afectividad es para nosotros como una tía. De hecho mi abuela, supo agradecerle sus desvelos, incluyéndola entre sus herederos como una más. Estuve tentado de pasearme por la calle larga, pero termine desistiendo. De hecho desconozco quien la habita hoy y si se han efectuado reformas. Prefiero quedarme con esa imagen que he capturado en la red, de la que me he servido para trazar esta pequeña semblanza nostálgica ilustrada.


02 mayo 2012

Mi libro abierto (In vino veritas). 2º aniversario De Castro ero y ...

Bailar ya sepo
         El Diccionario de la Real Academia define al libro como “el conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Lo que un servidor expone o presenta por aquí periódicamente no se ajusta exactamente a tal definición, ya que no puede ser homologado a “material semejante” en lo que respecta al continente, aunque por su contenido, si pudiera acercarse en algo al fin último del libro: “enseñar a los seres humanos a través de la lectura”. Mi idea al poner en marcha el chiringuito, hace ahora dos años, dista mucho de una finalidad docente (carezco de maestría y además se me ve el plumero, no soy para nada científico ni objetivo), aunque en algunos casos creo que consigo acercarme bastante a ella. Digamos que más que enseñar, lo que vengo haciendo es mostrar o presentar. Prefiero justificarme con la necesidad, que surge en un determinado momento de mi vida, de estructurar, trasmitir y divulgar una serie de informaciones históricas, que por mi curiosidad innata, había ido acumulando y almacenando  a lo largo de mí ya dilatada existencia.

Mi primer disco duro
      Mi toma de contacto con la investigación histórica se remonta al año 1984, en que, sin querer queriendo, termino vinculándome con la villa cordobesa de Castro del Río.
      Después de jurar bandera y poner a prueba mi ardor guerrero durante el servicio militar obligatorio, y quitarme de en medio una asignatura de la carrera que se me había quedado colgada, tocaba buscarse las habichuelas.
      Las expectativas, durante aquellos años, no eran nada propicias para opositar a cuerpos docentes pues apenas se convocaban plazas relacionadas con mi especialidad. Razones puramente existenciales me hicieron pasar por todo tipo de actividades laborales eventuales, con largos periodos de desempleo y de la inevitable comedura de coco ante el devenir incierto.
      Había que enderezar la nave, aunque costaba mantener un rumbo fijo. Durante un tiempo estuve preparándome oposiciones para bibliotecas públicas, mundillo por el que sentía especialmente atraído. En paralelo, colaboraba altruista y desinteresadamente en los trabajos de ordenación y clasificación del Archivo Histórico Municipal de Castro del Río.
      Esos primeros contactos con los papeles viejos terminarían marcándome de por vida. Aunque, la mayor parte de la responsabilidad de mi inclinación por la investigación le corresponde a un libro del notario e historiador de Bujalance, don Juan Díaz del Moral, (discípulo de Francisco Giner de los Ríos) que me había pasado desapercibido durante mi etapa de estudiante universitario. No estaba su temática incluida en el programa oficial de la asignatura de Historia Contemporánea de España, ni los profesores que la impartían nos advirtieron jamás de su existencia.
      Por aquellos años, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, en acuerdo suscrito con Editoriales Andaluzas Unidas, lanzó al mercado una Biblioteca de Cultura Andaluza, a la que me suscribo “en comandita”, y a cuyas interesantes publicaciones empiezo a dedicar más tiempo que aquellas oposiciones en las que andaba medio embarcado, que al final resultaron ser un timo de esos de “trinca billete y vete”, pues las plazas convocadas estaban ya previamente adjudicadas, de cuya circunstancia fuimos advertidos los ilusos concurrentes cinco minutos antes del inicio de la prueba selectiva. Acciones poco éticas, que pusieron en práctica algunas administraciones de nuevo cuño durante esos primeros momentos de la recién estrenada España de las Autonomías.
    

    
     El volumen nº 23 de aquella colección de bolsillo, puesta a la venta al módico precio de 250 pesetas, que me encargaba personalmente de retirar de la Librería de Don Félix (calle Tercia), estaba dedicado a “Las Agitaciones Campesinas del periodo bolchevista (1918-1920)” de don Juan Díaz del Moral, parte de su magna obra “Historia de las agitaciones campesinas andaluzas”, en la que las luchas históricas del proletariado agrícola de la provincia de Córdoba tienen especial protagonismo. Fue mi primer contacto con la historia local y con la historia del movimiento obrero de la Campiña de Córdoba, en la que tenía instalada provisionalmente la tienda de campaña.
     Aquella lectura ejerció especial magnetismo sobre mi persona, y casi inmediatamente me hice con un ejemplar de la obra completa reeditada por Alianza Editorial coincidiendo con el homenaje que se le tributara a su autor, años antes, en su pueblo natal.

Don Juan Díaz del Moral
    
     A sabiendas de que el Archivo Histórico Municipal albergaba documentación del periodo historiado, pude conocer, de primera mano, aquellos episodios conflictivos, vistos desde la óptica de las autoridades de la época. Muchas horas rebuscando entre aquellas cajas para alcanzar intuitivamente todo aquello relacionado con aquellos movimientos y sus protagonistas.
     Una segunda vía, para poder seguir documentándome, me la ofrecía la Hemeroteca Municipal de Córdoba, en la que podía acceder a las colecciones de prensa histórica provincial. Visto desde la perspectiva actual, un auténtico trabajo de chinos. Las búsquedas se hacían a base de manubrio en unos viejos lectores de microfilm, que además costaba pillar desocupados y que se escacharraban con relativa frecuencia. Y nada de reprografía, pantallazo, lápiz, libreta, horas y paciencia.


Procesador de textos de bolsillo
      De aquellas primeras incursiones  salieron algunos artículos de temas colaterales publicados en el  “Libro de Feria” y un estudio más exhaustivo sobre las sociedades obreras de inspiración anarquista de principios de siglo, trasladado como comunicación a unas jornadas celebradas bajo el epígrafe de “Castro del Río y el anarquismo andaluz”, que por mis escasas tablas delante del público, terminé exponiendo de una manera nerviosa y algo precipitada. Un mal trago que había que pasar, pero que me permitió aprender y departir con los principales espadas de la historia social andaluza: los profesores Jacques Maurice, Antonio Miguel Bernal, Gómez Oliver, José Luis Gutiérrez Molina, o los cordobeses Antonio Barragán y José Luis Casas que fueron quienes llevaron el peso organizativo de aquella reunión. Un joven de nacionalidad japonesa, que correteaba por aquel entonces Andalucía en busca de materiales con los que conformar su tesis doctoral, se personó en aquel evento. Desde primera hora se interesó por mis investigaciones. Consciente de que éstas difícilmente verían la luz a través de la imprenta y por empatía, puse cuanto tenía elaborado a su completa disposición. Trabamos amistad y visitó Castro del Río en diferentes ocasiones. El amigo oriental agradecido, supo corresponderme con una colección de folletos de Salvador Cordón (maestro del centro obrero de Castro del Río, propagandista y escritor del ideal ácrata), diseminados por diferentes archivos y bibliotecas, de difícil acceso, y que atesoraba en su maleta errante.
     Con esos folletos y otros que fui localizando y adquiriendo a golpe de teléfono y de chequera, complementados con nuevos sondeos de archivo y hemeroteca (todavía el internet era algo extraño y desconocido) pude confeccionar una extensa aproximación biobibliográfica sobre Salvador Cordón Avellán, que vio la luz en el primer número  de una cuidada y elaborada revista (El Paseo Cultural) de la ciudad de Cabra, de la que era natural este anarquista cordobés. 


Salvador  Cordón  Avellán.  Militante  y escritor  libertario.  
El Paseo Cultural, nº 1 (septiembre 1997).  
Ayuntamiento de  Cabra  (Córdoba). Págs. 35-59.

      Gracias al cada vez más favorable acceso a la documentación y a la correspondencia mantenida con su hija Amapola, residente en la República Argentina (ya fallecida), he podido seguir haciendo acopio de materiales e informaciones, como para afrontar una reedición corregida y ampliada. En ello estamos. Mi idea pasa por un trabajo similar al que hizo José Luis Gutiérrez Molina con la vida y obra de José Sánchez Rosa (La tiza, la tinta y la palabra). La manera de divulgarlo será estudiada y considerada en su momento (me atrae el formato book).
      Este tipo de publicaciones suelen pasar inadvertidas fuera del ámbito estrictamente localista. Aunque me consta que es conocida y ha sido utilizada por diferentes autores interesados por estos temas, que no cito para no parecer presuntuoso. De alguna manera es responsable de que la Enciclopedia General de Andalucía (EGA) le dedique unos de sus artículos a Salvador Cordón.
      La mención que tiene para mi un peso emotivo es la realizada por aquel japonés errante, Masaya Watanabe, hoy profesor de Historia de Europa en la Universidad Waseda de Tokio, traductor y promotor por aquellas tierras de publicaciones relacionadas con la historia del anarquismo español y andaluz. Tras retomar contacto, gracias al blog, durante sus pasadas vacaciones, en una gira mixta (vino, amistad y trabajo) por diferentes lugares, tuvo la amabilidad de personarse en mi domicilio. Entre su escaso equipaje, una botella de vino de Montilla Moriles (venía de Córdoba) y un libro: la traducción al japonés de “El Anarquismo en Chiclana” de José Luis Gutiérrez Molina, que incluye un pequeño estudio introductorio de su autoría en el que aparece mi nombre y mi trabajo sobre Cordón, citado entre ilegibles caracteres de esa lengua asiática:


 
     Un largo periodo de inestabilidad anímica, una vida un tanto desordenada y la frustración generada por “el querer y no poder”, me fueron progresivamente apartando de otros proyectos que quedaron semiaparcados.
     Ya en el siglo XXI, a la par que recuperaba la estabilidad perdida, y ante el progresivo desarrollo de recursos documentales vía cibernética, es cuando retomo la investigación histórica como alternativa de ocio, especialmente cuando consigo desligarme definitivamente de actividades laborales complementarias que me traían por la calle de la amargura (cobrador domiciliario de recibos de una compañía de seguros especializada en decesos: “los muertos”). Es justo en ese momento cuando se intensifica mi labor, convirtiéndose el disco duro de mi antiguo ordenador de sobremesa en una cada día más voluminoso almacén de prensa digitalizada, libros, fotografías, recursos, direcciones, contactos, correspondencia… y algún que otro virus malicioso.
      El miedo al virus puñetero, y el sinsentido de almacenar sin divulgar, es lo que me empuja a introducirme en el aprendizaje de la tecnología blogguer. Las vías alternativas de publicación, ni las contemplé desde un principio, habida cuenta de mi timidez a la hora de llamar a puertas de políticos e instituciones y mi absoluta negativa a someterme a filtros y peloteos al uso.
      De Castro ero nace como un espacio dedicado en principio a la historia de la localidad cordobesa de Castro del Río, con sus movimientos sociales, con los que me hallaba familiarizado, como primera meta divulgativa. Un segundo paso consistió en incorporar entradas relacionadas con mi localidad de origen (Porcuna) y por aquello de que también se termina siendo de donde se pace además de donde se nace, las relacionadas con la historia de la ciudad de Motril (mi actual campamento) con la que ya empiezo a estar familiarizado. De ahí la razón de ser de esta trilogía territorial, que algunos no llegan a explicarse.

      Con independencia del acierto tenido a la hora de estrujar la historia de estas localidades, de haber divulgado aspectos poco conocidos y sacado a la luz materiales inéditos, y a pesar de esas cuñas irónicas que se me escapan de vez en cuando (pido perdón), me doy por satisfecho con ese constante y enriquecedor fluir de correspondencia de ida y vuelta con personas que se interesan por cuestiones diversas de las que por aquí asoman. Todas han sido atendidas, en la medida de mis posibilidades, tanto las de compañeros de travesía de diferentes ámbitos, como las de particulares interesados sólo en conocer algún detalle más sobre la vida de sus ancestros. Mucha amistad retomada, por aquello de exponerse en público, normalmente acompañada de mensajes de ánimo, y alguna que otra vez de documentos y fotografías.
     Hay un caso del que me siento especialmente orgulloso. No me ha dado aun por la bibliofilia, pero casualmente durante mí etapa de residente en Castro del Río, cayó en mis manos una edición de 1927 de la Aritmética del Obrero de José Sánchez Rosa, a la que le tengo su huequito reservado en un lugar principal de mi domicilio. De alguna manera es un testigo del pasado libertario de esta localidad cordobesa. Por su título inocente y por desconocimiento real sobre la trayectoria de quien lo escribiera y editara pudo librarse del fuego purificador del franquismo.   



     Utilicé su portada y su prólogo en una de mis entradas. Un día me topé con un comentario anónimo interesándose por ese ejemplar. No le di mayor importancia, pensé que pudiera tratarse de un coleccionista y me predispuse al verlas venir. Cuál sería mi sorpresa cuando al abrir el correo me encuentro con un jubilado onubense, de esos especialmente inquietos, que aprovechan su pase a la reserva para introducirse en el mundillo del internet, contándome su pasada relación con este libro, al que profesaba especial cariño, pues gracias a él, consiguió aprender las cuatro reglas. No quería el original, necesitaba poner nuevamente delante de sus ojos aquellas tablas y sus problemas. Casi a renglón seguido, puse a su disposición una copia digitalizada.
     A vuelta de correo esta respuesta: “Estoy más feliz que un niño con un caballito poni en el Roció”. Mantengo cordial y asidua comunicación con este nuevo amigo. En uno de sus últimos correos me contaba:
       Hola Alberto, habrás pensado que como ya me mandaste la aritmética paso de ti. No es así,  no olvidaré nunca ese favor. Ahí te mando una foto de ella para que la veas encuadernada. Se puede hacer mejor, pero sería un trabajo de chinos. Por lo que me dijeron en la imprenta, sé que tengo una deuda contigo, pero te la pagaré, un saludo afectuoso Amador.


       Ya está cobrada, con creces, con la amistad y el trato humano que me ha dispensado este jubilado tan predispuesto, que para "más inri" hasta tiene un nombre bonito, flamenco y esperanzador. Gracias a ti Amador.
       Como en el encabezamiento aparece unas palabras en la lengua de Séneca, que traducidas al castellano vienen a decir que “los borrachos son los únicos que dicen la verdad”, brindemos y bebamos, por Amador, su salud, la mía, la de ustedes y la de ese amigo japonés aficionado a los caldos de pagos montillanos y a las albóndigas con tomate, y gran difusor de ese latinajo, que terminaría adoptando como su particular grito pacífico de guerra, y como no, por la memoria de don Juan Díaz del Moral y su Historia de las Agitaciones Campesinas Andaluzas.


“Mientras haya vino hay Esperanza”
 

     Una intrigante historia sobre Watanabe y una botella de Sake, con una importante carga de aportes de ficción, introducidos cariñosamente por un sevillano errante, que como yo, tuvo la oportunidad de cultivar la amistad de este nipón durante su estancia en nuestra tierra, se puede leer pinchando sobre el enlace. Su narrativa, además de ingeniosa y divertida, es brillante.
     Gracias amigo, y que en futuros viajes al solar hispano, por cuya historia te sientes tan atraído, volvamos a tener la oportunidad de compartir unas copitas de vino y charlar amigablemente sobre esas historias que tanto nos apasionan.