Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

03 agosto 2011

TENORIOS DE POLVORILLA



    A las seis de la tarde del 9 de agosto de 1886, se personó el Juzgado Municipal de Porcuna en la casa número 31 de la calle Derecha. En la cocina se veía un hogar con unas trébedes y lumbre, y sobre ellas una sartén con un guiso de arroz.
    Entre el hogar y la escalera estaba el cadáver de una mujer, boca abajo; presentaba en el lado izquierdo de la espalda, la almilla y ropas chamuscadas por el fogonazo de un disparo por arma de fuego. El cadáver presentaba además otra herida en el pecho, con las ropas fogueadas.
     Esta mujer se llamo, en vida, Encarnación Rodríguez  Arquellada  y el presunto asesino, autor de los disparos, fue localizado acto seguido en el corralón de la Torre Nueva, que sirve de cárcel, boca abajo con dos heridas en el pecho, y al lado una pistola descargada, con la que había intentado quitarse la vida. Su nombre, Benito Gómez Delgado, que se confesó autor de la muerte de Encarnación, sin poder reparar en muchos más detalles pues se le fueron cerrando los ojos y perdido casi el uso de la palabra debido la gravedad de sus heridas.
    Pese a que este Benito de Porcuna, llegara a manifestar con posterioridad, que se apuntó al corazón con el propósito de matarse, le debió de fallar el atino, pues pudo recuperarse y enfrentarse a unas diligencias previas, a la instrucción realizada por el Juzgado de Martos y a un juicio oral celebrado años después en la Audiencia de Jaén. La cobertura que le diera la prensa al proceso nos permite conocer algunos detalles más del caso.

UNA PRIMERA VERSIÓN DE LOS HECHOS

    Aunque no se hace referencia directa, la pareja, según esta primera versión, debía de llevar vida marital o al menos mantener una relación afectiva sentimental o como queramos llamarla. Pudiera ser que estuvieran pasando por una crisis, pues fue un acaloramiento de puertas adentro, por una aparente nimiedad, el que motivara tan sangriento hecho.



     Benito llegó a casa de Encarnación a las una del día, hallándose ésta concluyendo de coser un pañuelo de los llamados de sandia para Antonia Abolafia, una vecina. Allí permanecería Benito sentado a hilo de puertas entre la cocina y el corral, con la puerta de la calle entornada, mientras ella remataba sus labores.  
     Encarnación como a las cinco de la tarde, se hallaba sentada frente a él en una silla baja, con la espalda a la puerta del corral, guisando arroz y asadura que iban a comer cuando se promovió la cuestión entre ambos. El deseo de Benito por llevar el pañuelo a la vecina (con el casi seguro propósito de trincar el importe de las labores) propició una fuerte discusión entre ambos. Encarnación quiso despachar a Benito de su casa, haciéndole  saber que ya no quería mas amistad con él. La cuestión se fue enredando cada vez más y cogiendo ella dos cucharadas del guiso que tenía en la sartén se las tiró a la cara, y a la par que levantaba el brazo izquierdo, “sin duda para coger algún objeto de la chimenea” saco el Benito la pistola y le disparó cayendo muerta al suelo.

Pañuelo de sandia
    Que después de aquello Benito se salió a la calle y fue a su casa, y no queriendo matarse allí por estar su padre, se fue al corralón de la Torre Nueva, donde se disparo los dos tiros.


UNA SEGUNDA Y POSTRERA VERSIÓN

    Al año y medio el procesado modificó su declaración, refiriendo que en casa de la interfecta, coincidió con un joven de buena familia de Porcuna, que también disfrutaba de los favores de Encarnación, y que recrudeciendo el antagonismo que se tenían, saco uno un revolver y el otro una pistola. Cuando se apuntaban se interpuso Encarnación, que recibió los proyectiles de dos disparos en un mismo momento, pues dispararon ambos a la par, que el señorito se fue por el corral a los ejidos y el procesado se salió por la puerta.



     Aunque no trasciende nombre, ni sabemos si llego a testificar el susodicho señorito, y hasta qué punto es fiable y creíble esta retractación, le serviría al menos a Benito Gómez, para que el fiscal, que en su conclusiones provisionales había calificado el hecho de asesinato con petición de pena de muerte, en el mismo acto del juicio las modificara, apreciando que el delito sólo podía calificarse de homicidio con agravantes, solicitando veinte años de reclusión temporal.
    Su abogado defensor se las prometía más felices aun, pues aspiraba en que la pena quedara tan solo en siete años de prisión, en base a las circunstancias atenuantes que concurrían. No tenemos noticia alguna sobre sentencia o penas impuestas.
     Pudiera hasta ser verídica esta segunda versión, pues no termina de cuadrarme lo de Benito, pistola en mano, esperando la arremetida de su contrariada amada con el cucharón de arroz. Puede que Benito fuera convencido finalmente para comerse el marrón él solito, no saliendo demasiado mal parado del asunto, después incluso de haber atentado contra su propia vida. Hasta es posible, que alguien interesadamente le costeara los servicios de “un gran profesional de la abogacía” autor de aquella argucia, con la que no sólo se atentaba de lleno contra la honorabilidad de la interfecta asesinada, que ya en la primera versión quedaba en entredicho (amancebamiento), ahora las referencias a sus disipadas costumbres parecen acentuarse (con dos hombres a la vez), siempre bajo los presupuestos de la moral imperante de la época, de la que participaba también la judicatura, lo que ayudaría considerablemente a atenuar el delito cometido por su cliente.



    Solo se me ocurre una manera de poner fin a esta intromisión jurídica, echando mano de una frase histórica:
    "Donde hay poca justicia es un peligro tener razón" (Francisco de Quevedo)

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