Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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03 junio 2014

ADOLF SCHULTEN POR LOS LLANOS DE VANDA (abril de 1921)



    En la primavera del año 1921 el ilustre arqueólogo y profesor de la Universidad de Erlangen (Alemania), Adolf Schulten, acompañado por el general Lammerer, director del Instituto Topográfico de Múnich, visitan la provincia de Córdoba para estudiar sobre el terreno los lugares donde, supuestamente, se desarrolló la famosa Batalla de Munda, entre Julio Cesar y los hijos de Pompeyo (Bellum Hispaniense).    
    Permanecerán alojados unos días en la villa de Espejo (la antigua Ucubi), desde la que realizaron varias excursiones a los Llanos de Vanda, ubicados entre las poblaciones de Montilla, Castro del Río y Espejo (“Campus Mundensis”).
    No vamos a entrar en consideraciones sobre la veracidad de esa adscripción geográfica. Pese a la falta de unanimidad entre los especialistas, son muchos quienes apuestan por este escenario. Tampoco repararemos en demasiadas consideraciones científicas. Nos centraremos, mayormente, en los detalles geográficos, paisajísticos  y anecdóticos relacionados con la visita realizada al corazón de la campiña de cordobesa por tan ilustres huéspedes. Nos serviremos de las crónicas publicadas en la prensa provincial, remitidas desde Espejo, y de “La Batalla de Munda”, trabajo publicado “a posteriori” por el propio Adolf Shulten , traducido al castellano por el profesor Bosch Gimpera y publicado en el Boletín de la Real Academia de Córdoba en 1924. 
   Utilizaremos el cómodo sistema del copia, corta, pega, pinta, recorta y colorea, para fusionar ambas fuentes, organizar y estructurar su contenido.


    "Instalados en Espejo y hechos los preparativos para los trabajos del día siguiente visitamos al Alcalde don José Castro Torronteras, para quien el Gobernador nos había dado una recomendación, siendo recibidos con extraordinaria amabilidad, y habiéndonos ayudado con todos los medios que estaban a su alcance para que la expedición fuera del mayor provecho y se hiciera con toda comodidad. Durante nuestra conversación con don José Castro en el Casino de Espejo, noté en la cadena del reloj de un labrador monedas romanas, que me dijeron que procedían de un tesoro de unas 700 que se había encontrado en las inmediaciones y que fue vendido sin que se sepa el paradero ni se pudiese anotar el hallazgo. Solo quedaron 60 en Espejo, que amablemente fueron traídas para que pudiese estudiarlas" (1).

 Primera excursión (15 de abril)

    "A la mañana siguiente emprendimos la marcha, en la que nos acompañaron, además del Alcalde, el maestro de Espejo. Alegremente rodaban las ruedas del coche a través de los caminos que cruzaban el verde paisaje. Allí todo está cultivado hasta las últimas cimas. Cuando hace años visité por primera vez la región, era otoño y las alturas parecían peladas y yermas como las de los alrededores de Numancia, de modo que me prometía encontrar restos de los campamentos romanos. Experimenté un rudo desengaño. Aquí la reja llega a todas partes; y no es la reja de tradición romana, como en Castilla, que solo desflora la superficie, sino la máquina moderna, que penetra profundamente arrollándolo todo, como pudimos observar muy pronto en ruinas visibles en distintos lugares próximos al camino, de las que no quedaban en pié más que pequeños trozos de muro acá y allá, que habían resistido a la destrucción y entre los cuales aparecían tiestos, tejas y otros indicios de lugares de habitación romanos. Aquí se les llama «Villar». Probablemente entonces el país fue habitado más densamente que ahora, en que sólo se encuentran de trecho en trecho los cortijos. Después de una hora de viaje el coche se detuvo junto al rio Guadajoz, que saludamos como el «Flumen Salsum», el rio Salado del Bellum Hispaniense, que jugó un papel muy importante en las operaciones. En este lugar se encuentran muchos cursos de agua salada al propio tiempo que pequeñas salinas. El valle del Guadajoz, todo verde, brillaba esplendorosamente y los ruiseñores entonaban un hermoso canto de primavera.
     Seguirnos a pie, atravesando el rio, y ya al otro lado subimos a una loma, el «Cerro del Agua», en donde se hallaba el principal campamento de César durante el sitio de Ategua, hoy el cortijo de Teba. Después del desayuno comenzamos la visita de Ategua, acerca de cuya identidad con el cerro de Teba no puede dudarse, pues el nombre de Ategua perdura allí en distintos lugares (Cortijo de Teba, Castillejo de Teba etc.).

Castillejo de Teba
    "La palabra Castillejo denota restos de población antigua y en realidad todavía se ven las terrazas en que se hallaban las casas, un puente sobre uno de los afluentes del Guadajoz, canteras, columnas, fragmentos de cerámica, etc. También se han encontrado aquí a veces antigüedades de la época del sitio: balas de plomo para honda. Algunas con el nombre de Gneo Pompeyo se han encontrado en abundancia en Osuna, la antigua Urso. Desgraciadamente no pudimos ver ninguna de las encontradas en Ategua, pues no fueron guardadas" (1).


Segunda excursión (16 de abril)

   “Al día siguiente nos encontramos en el camino de Ategua, esta vez a pie. Nuestro primer objetivo fue el cerro de Ventosilla, a 3 kilómetros de Ategua y que, viéndose desde él Ategua y Ucubi, corresponde a las indicaciones acerca del campamento de Pompeyo. Una espaciosa meseta ofrecía lugar suficiente para un gran campamento: tampoco aquí puede observarse rastro ninguno, ni construcciones ni fragmentos de cerámica. Nos dirigimos luego hacia el O. al cerro de Harinilla, que, distante 6 kilómetros de Ventosilla y situado enfrente del Cerro del Agua corresponde al campamento de César: "Castra Posthumiana". Leemos que Pompeyo hizo una intentona nocturna contra los “Castra Posthumiana”, pero fue rechazado. Podía, cubierto por las colinas situadas entre ambos campamentos, aproximarse sin ser apercibido: el camino puede reconstruirse sobre el terreno. Forzar el sitio no lo intentó Gneo, lo que es típico de su carácter irresoluto, abandonando el campamento de Ventosilla después del fracaso del ataque al de César. Atravesamos luego por segunda vez el Guadajoz, ahora a caballo, pues el agua tenía un metro de profundidad. De la antigua Ategua no vimos entonces gran cosa. Pudimos observar, sin embargo, canteras antiguas, de que debió salir la piedra para la construcción de la ciudad. Cuando ya casi habíamos terminado se desencadenó un temporal de agua, que nos caló completamente y que puso los caminos intransitables. Para el camino de Ategua a Ucubi, que se suele hacer en hora y media, necesitamos cuatro. Por cada paso adelante que dábamos resbalábamos medio hacia atrás y a menudo quedábamos detenidos o nos veíamos obligados a pararnos para limpiar el barro de nuestras botas que nos impedía andar. Fue una marcha espantosa. A lo lejos aparecía Espejo; pero hasta que pudimos alcanzarlo debimos subir tres colinas y descender dos hondas depresiones del terreno, todo ello sumamente penoso. Labradores que encontramos con sus caballos nos los ofrecieren, pero renunciamos a ellos. Todo por fin tiene su término y también esta marcha; pero nuestros vestidos estaban impregnados por completo de agua y lodo” (1).

    De esta segunda jornada disponemos de una descriptiva y poética narración complementaria sobre la ruta seguida y actividades desarrolladas, tomada de la crónica firmada por el culto maestro nacional Manuel Muñoz Pérez, corresponsal en Espejo del diario la Voz de Córdoba, invitado a participar de la misma:

   “Formamos la caravana los señores Schulten, Lammarer, Castro Torronteras, don José Arroyo y el que suscribe.
    La mañana es esplendida, el sol caldea nuestra sangre, la primavera, en cariñosa ofrenda, nos brinda sus más bellos colores, amapolas rojas que contrastan con el verde estallante de trigales y habares, que con sus flores blancas como la nieve aromatizan los campos con la exquisitez de sus olores.
   Por la carretera que conduce a Córdoba, emprendemos la marcha; desde el coche divisamos en toda su amplitud lo llanos de Banda, donde un día se decidió la suerte del mundo; en las salina de Duernas nos desviamos de la carretera y después de pasar por la “Silla del Caballo”, aparece a nuestra vista, allá en la lejanía, la Loma de Teba, donde se halla actualmente el cortijo de Teba la Vieja, muy próximo a las ruinas de la ciudad de Ategua.
    Descendemos del carruaje y emprendemos la marcha hacia el cerro de la Ventosilla, que se halla situado a la derecha del camino; desde él, y en magnífico panorama, contemplamos a nuestros pies el Guadajoz, llamado antiguamente Salsum; a nuestra derecha el cerro de las Pedrazas; el de las Harinillas a la izquierda, y a nuestro frente, al otro lado del rio, las ruinas de Ategua y el cerro del Agua.
    Desde la Ventosilla nos dirigimos a Teba la Vieja, vadeando el río Guadajoz. Al otro lado del río, en el cortijo de Gamarrillas nos esperaban los ricos hacendados de esta villa don Rodolfo Vega, don Vicente Casado, don Manuel Ruíz, don Carlos Vega, don Francisco y don Agustín Palacios, los señores don Juan Villatoro, don Eduardo Rodríguez y los guardias rurales de este municipio.
    En el cortijo de Teba fuimos recibidos por la distinguida señora doña Josefa Castro de Casado, que nos atendió con verdadera amabilidad con  un almuerzo suculento.
   Más tarde dirigimos nuestros pasos hacía las ruinas de Ategua.



   Esta ciudad, que antiguamente estaba asentada en una ladera y rodeada, según costumbre de los romanos, de fortísimos muros, ofrece hoy a sus visitantes un aspecto tan triste, evocan sus murallas tan profundos recuerdos que al visitarla nos sentimos transportados a otra edad.
   Ante el solemne silencio de aquellos vestigios, desfilan ante nuestra imaginación las luchas sostenidas por los partidarios de Cesar y los de Pompeyo; cada piedra de aquellas ha sido un testigo mudo de innumerables sucesos; ante ellas y en lucha fratricida, las pasiones desbordadas que dieron lugar a tan sangrientos acontecimientos. Hoy, en abandonadas ruinas, sólo el sentido cantar de algún pastorcillo o el repiquetear alegre de las esquilas del rebaño, vienen a turbar el silencio solemne de aquellos testigos de piedra.
    El señor Schulten, dando prueba de su ingenuidad, y encantado con la música campestre, al oír las notas de una flauta de caña, que un pastorcillo tocaba, solicitó y obtuvo del muchacho aquel sencillo instrumento como recuerdo de la vida apacible de los campesinos” (2).


Tercera excursión (17 de abril)

    “Así cada día se hacia una excursión distinta, dedicándose el último al campo de batalla. Hasta allí nos acompañaron el Alcalde, el Secretario del Ayuntamiento, el Maestro y dos individuos del puesto de la Guardia Civil de Espejo. El día espléndido, piar de alondras, canto de ruiseñores, sol de oro, cielo azul, paisaje verde, aire embalsamado por el perfume de las flores.
    Fuimos en coche a un cortijo situado en el borde de la llanura de Vanda («campus Mundensis»). Allí se quedaron una parte de los expedicionarios y el coche, acompañándonos el Alcalde hasta el final. Queríamos investigar los restos antiguos del borde de !a llanura. El General Lammerer llegó hasta Montilla para estudiar las posiciones de César antes del combate. Yo seguí por la ribera del río Carchena, mencionado por el Bellum Hispaniense cuando describe la marcha de César hacia la batalla. César vadeó entonces el río yendo al encuentro del enemigo situado en el borde de las alturas de Montilla. En todos los cortijos se encuentran restos antiguos. Cerca de uno de ellos aparecieron dos leones de piedra ibéricos, monumentos preciosos del arte indígena, ahora en el Museo de Córdoba; en otro cortijo se ven bóvedas romanas de mampostería. Así pasamos la mañana, volviendo al cortijo para el almuerzo, regresando a la caída del sol unos en el coche, otros a caballo” (1).




    El maestro corresponsal nos vuelve a proporcionar nuevas y detalladas informaciones:

    “Los llanos están situados entre Montilla, Castro y Espejo; tienen aproximadamente siete kilómetros de longitud por cinco de anchura, los atraviesa el arroyo de Carchena, que es de poco cauce, pero de ribera actualmente bastante poblada de huertas y caseríos.
    Establecemos nuestro cuartel general en el cortijo de “Las Cuevas”, y allí se nos unen el comandante de este puesto de la guardia civil don Rafael Calvo de Mora-Blanco y el guardia primero don Tomás Juárez.
   El general Lammeret se marcha a hacer el croquis de los llanos, y los demás, con el doctor Schulten, recorremos el campo de batalla.
   Después volvimos al cortijo de las Cuevas, donde ya nos esperaba el general; el arrendatario del cortijo, don Leocricio Márquez, nos tenía arreglados varios pollos que reforzaron nuestras ya gastadas energías; abundó el Montilla (Vinachum Mundensis), y el que suscribe tuvo el honor de obtener un cliché de nuestros distinguidos visitantes” (3).

   El resumen que nos hace sobre las explicaciones dadas por el sabio arqueólogo alemán a sus compañeros de expedición, sobre las operaciones bélicas que supuestamente tuvieron lugar en aquel campo de batalla, con independencia de la mayor o menor dosis de fantasía e imprecisiones de la teoría de Schulten sumadas a las propias deformaciones del voluntarioso corresponsal de prensa, se hace merecedor de ser transcrito tal cual:

    “Después de unas cuantas escaramuzas habidas en el valle del Guadajoz, entre las tropas de Julio Cesar y las de Pompeyo, y como éste al considerar los daños sufridos por su ejército, perdiese la esperanza de poder socorrer a sus partidarios los sitiados de Ategua, acordó retirarse de aquellos lugares, abandonando la ciudad al poder de Julio Cesar.
    Marchó Pompeyo hacia Ucubi (hoy Espejo) y Castra Posthumiana (actualmente Castro del Río); desde allí pasó a la Sierra de Montilla, estableciendo su campamento en una  elevada colina, desde la que se dominaban los extensos llanos de Vanda.
    Cesar se dirigió hacia el mismo lugar, y se situó, probablemente, en el actual cerro del Tomillar, y con marcada desventaja para la lucha; atacó a su enemigo, empezando la batalla con gran porfía; el regimiento décimo de Cesar, que ocupaba el ala derecha y que tantas victorias le había proporcionado en luchas anteriores, por figurar en él los mejores guerreros de Roma, cedió ante el empuje de las huestes de Pompeyo.
   El campo estaba cubierto de cadáveres, y la victoria, durante horas, no se decidió por ninguna de las partes; entonces Julio Cesar, apeándose del caballo y tomando arrebatadamente el escudo de un infante, comenzó a pelear entre los primeros de su ejército; este rasgo de valor enardeció a sus soldados, mejorando la lucha desde entonces a favor de Julio Cesar.
    Gran parte de aquella victoria corresponde a Bogud, rey africano que luchaba al lado de Cesar, y que en lo más recio de la pelea se apoderó del campamento de Pompeyo, aprovechándose de la poca guardia.
    Esta batalla tuvo lugar el 21 de marzo del año 45, antes de Jesucristo, y en aquella fecha contaba Julio Cesar 55 años” (3).


Paseo por el pueblo de Espejo y despedida (18 de abril)

   “El último día sirvió para un paseo por la ciudad, que conserva multitud de restos antiguos. Abajo hay un pequeño anfiteatro, hasta ahora desconocido, arriba bóvedas, etc. Luego subimos al castillo y a su torre, desde donde se ve todo el teatro de los acontecimientos de la primavera del 45 a. de J. C.: al norte Ategua, al oeste Ulia, al sur Munda, todas en alturas lo mismo que Ucubis. El propio autor del Bellum Hispaniense nota la situación elevada de las ciudades ibéricas. El administrador del castillo nos mostró balas romanas de plomo, pero no proceden de la localidad.
   Al día siguiente nuestros amigos de Espejo nos tributaron una despedida cordial, tomando rumbo hacia Montilla” (1).

Montilla y Castro del Río (19 de abril)

   “Montilla está en una ancha plataforma. No conserva ningún resto antiguo; pero no cabe duda acerca de su identidad con Munda, puesto que la llanura de Vanda, más abajo de Montilla, se corresponde perfectamente con el “campus Mundensis”, y que la descripción del campo de batalla se adapta con exactitud a Montilla. El mismo nombre de Montilla parece proceder de «Munda», con asimilación por etimología popular a «monte». En casa del Sr. Conde de la Cortina, el feliz propietario de las mejores viñas de la comarca, vimos cuatro placas de bronce con inscripción romana, que tanto por la forma de las letras como por su contenido resultan una falsificación: una de ellas nombra a Ategua y a Gneo Pompeyo, la otra a Ulia, la tercera a L. Junio Paciaecus (el Vibio Paciaecus del Bellum Hispaniense). Tales falsificaciones debidas al patriotismo local han sido frecuentes en España, menos en tiempos recientes que en los siglos XVI y XVII, en los principios del estudio de las antigüedades patrias: así existen burdas falsificaciones de los alrededores de Numancia que señalan los distintos campamentos de Escipión. Este género de falsificaciones ha florecido sobre todo en Italia.
     Los demás lugares nombrados en el Bellum Hispaniense no es posible identificarlos, acaso con la excepción de Soricaria, que parece corresponder al actual pueblo de Castro del Rio. Gracias a los amables cuidados del señor Alcalde de Montilla pudimos ir a Castro de Río en coche, acompañándonos nuevamente el Maestro. En Castro no encontramos ningún resto antiguo; en cambio en el camino de regreso nos enseñaron una media docena de villares, aldeas y granjas romanas, por los que se comprende que la periferia de la llanura de Munda estuvo entonces densamente poblada. En uno de los emplazamientos de ruinas se ve todavía un resto del muro de la población. Un zagal nos llevó una plaquita de tierra cocida con una inscripción romana y recibió por ella un real; cuando ya estábamos algo lejos corrió tras de nosotros con una segunda inscripción: el real había producido su efecto. También pasaba nuestro camino por el lugar del hallazgo del tesoro de monedas a que antes hemos hecho referencia. Lo visitamos y el mismo que lo encontró nos dio detalles de su aparición: al cavar junto a un olivo dio con un cacharro antiguo, que rompió, saliendo de él las 700 monedas. El lugar se halla junto a un camino antiguo” (1).

    No llegan a pernoctar en Montilla. Esa misma noche imparten una conferencia en el salón de actos del Instituto General y Técnico de Córdoba. Tras unos días en la capital, visitando sus monumentos, parten dirección a Bailén (Jaén), donde pretenden realizar un trabajo de similares características sobre la famosa batalla en la que fueron derrotadas las tropas napoleónicas.
  

    Aquella campaña de investigación en Espejo despertó especial interés en uno de sus pobladores. Se trata del aficionado y coleccionista de antigüedades don Emilio Pérez Alcázar, que cuando aún no habían trascurrido tres meses, ya se mostraba impaciente por conocer el resultado de los trabajos de aquellos extranjeros. Así consta en una carta remitida a la prensa (“Recuerdos arqueológicos") en la que rebate algunas de las aseveraciones de Schulten y su acompañante en una conversación de Casino:

  “Nuestros visitantes dijeron que el sitio conocido con el nombre de Albujera era un circo romano. Yo, ante la presencia de los que en aquella reunión estábamos, me pareció poco cortes rebatirles su opinión acerca de este punto; sin embargo, con discreción, les indique que n creía que fuese lo que ellos opinan, sino un depósito de agua como realmente se ha comprobado”.

    Tras detenerse en algunos hallazgos arqueológicos, elucubrar en torno a una serie de vestigios que relaciona con un templo en el que se pudiera rendir culto a la diosa Iris, pruebas todas, que atestiguan la grandeza y esplendor alcanzado por la antigua Ucubi, termina lanzando una invitación a quienes puedan mostrarse interesados en participar en trabajos de excavación bajo su dirección:

    “Yo puedo demostrarles que cuantos gastos sufraguemos en todas estas excavaciones, han de ser recompensados con los materiales que se extraigan, aparte de que si no descubrimos riquezas metálicas, por lo menos tendremos la satisfacción de haber descubierto riquezas históricas”.

    Desconocemos si llegó a ser secundado en su iniciativa y a obtener los pertinentes permisos para realizar esas excavaciones que rondaban por su cabeza. Lo que sí parece cierto es que este señor se hizo con el tiempo de una importante colección de antigüedades procedentes de los muchos yacimientos del término de Espejo y aledaños, principalmente de Ategua. Estuvo considerado como un culto investigador de las antiguallas de aquellos lugares. En 1923 donó una cabeza romana de mármol, de tamaño natural, al Museo Arqueológico Provincial. 


     En 1933, fue él quien puso en conocimiento del director del Museo una serie de hallazgos fortuitos, al parecer de importancia, que se estaban produciendo en el Monte Horquera de Nueva Carteya, lo que permitió una posterior excavación sistemática.
    Algunas de las antigüedades que aparecen intercaladas entre el texto y que llevan la firma del fotógrafo castreño José Córdoba, son de Ategua y pertenecen a la colección particular de don Emilio Pérez Alcázar. Las fotografías fueron tomadas en el año 1952, hallándose ya en manos de sus herederos. Aparecen insertas, al igual que las de las ruinas de Ategua, en un artículo publicado por el culto profesor veterinario de Castro del Río, don José Navajas Fuentes, en el Boletín de la R. A. de Córdoba.

(1)  “La Batalla de Munda” según Adolf Schulten. Boletín de la Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Nobles Artes de Córdoba. Año III. Número 8 (abril a junio de 1924). Páginas 185-194. Puede consultarse el trabajo completo en el repositorio documental de dicha institución cordobesa.
(2)   La Voz de Córdoba de 20 de abril de 1921.
(3)   La Voz de Córdoba de 23 de abril de 1921.

08 julio 2012

Curiosidades arqueológicas de Bartolomé José Gallardo en Castro del Río.


     La profusa correspondencia de ida y vuelta mantenida por Bartolomé José Gallardo con estudiosos y eruditos de las diferentes ramas del saber, desplegada durante ese periodo de cuatro años en que fuera condenado al destierro en la insigne y leal villa absolutista de Castro del Río (1827-1831), nos ha permitido reconstruir y desarrollar episodios relacionados con el maltrato del que fue objeto por parte de los voluntarios realistas y su terrible Comandante Calderón, conocer su estado de ánimo a través de su producción poética, además de aportarnos otras noticias relacionadas con la amistad favorecedora que le dispensaron algunos castreños y comarcanos que, sabedores de su valía intelectual, no mostraron reparo alguno a la hora de prestarle la ayuda necesaria para sobrellevar aquel penoso periodo de confinamiento y aislamiento forzado.
    
     Tenía algún conocimiento sobre su afición por los temas arqueológicos y las antigüedades. En 1834, ya establecido en la Corte (una vez fallecido el monarca absolutista), fue visitado en varias ocasiones por Francisco de Borja Pavón, un joven cordobés estudiante de farmacia con inquietudes literarias, que iba recomendado por el común amigo Luis María Ramírez de las Casas Deza. De una visita girada a su casa de la calle de Preciados (1º de febrero de 1834) extraemos lo siguiente:
     “Me mostró una arquita llena huesos de los encontrados en las tumbas sepulcrales de la familia de los Pompeyos y un vidrio de la vasija que contenía la luz inextinguible. De esta invención o hallazgo ha hablado Gallardo en un artículo remitido al Vapor de Barcelona” (1)


      Imagino que aquellas muestras arqueológicas le llegarían a través del joven erudito Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, primero en ocuparse de una manera “científica” del hallazgo. La familia Fernández-Guerra tenía a Gallardo en especial consideración. El abogado José Fernández Guerra (padre) y el egabrense con despacho en Granada José de la Peña Aguayo (defensor de Mariana Pineda) fueron quienes le defendieron en aquella causa por la que daría con sus huesos en las Higuerillas de Castro del Río:
     “Por un efecto de la claridad y descaro con que una vez se expresó hallándose en las casas del Ayuntamiento de Castro, diciendo que las leyes no se extendían a las opiniones sino a los actos exteriores únicamente, y que el siempre pensaría como mejor le pareciera, sus enemigos, aprovechándose de esta confesión que creyeron o afectaron que era criminal, le formaron causa en 1829, y lo tuvieron preso en la cárcel algunos meses, de la cual salió después de haber sufrido los disgustos y malos ratos que se dejan entender, y tenido que hacer gastos, tanto más gravosos, cuanto Gallardo no disfrutaba de facultades muy amplias” (2).

    Movido por la curiosidad me predispuse a la caza y captura del artículo publicado en "El Vapor" de Barcelona, que finalmente pude encontrar alojado dentro de la hemeroteca digital de Cataluña. Después de tenerlo localizado me percaté de que ya se hallaba incluido en un monográfico dedicado al Mausoleo de los Pompeyos publicado en el nº 1 de la Revista Salsum, aunque procedente de otra publicación y de una fecha ligeramente anterior. Según consta en dicho trabajo el artículo vio la luz en el Boletín de Comercio del 10 de septiembre de 1833, dando primicias de la noticia sólo 22 días después del hallazgo. En enlace del monográfico de Salsum se puede leer el extracto del original remitido por Gallardo, encontrado en el Archivo Familiar Fernández Guerra que conserva Emilio Miranda Valdés, aunque firmado todavía con pseudónimo (B.D. Gtábaro). Resulta extraño que cuando este mismo artículo se reimprime siete días después en el  "El Vapor" de Barcelona (nº 78 de 17 de septiembre de 1833), el B.D. aparece ya acompañado de su auténtico apellido.
     He detectado un pequeño error en este monográfico de Salsum. Dice: “Gallardo, por su cercanía a Baena, estuvo enterado desde el primer día del proceso del descubrimiento”. Éste no pudo ser testigo presencial de aquel fortuito hallazgo, ya que por esas fechas (agosto de 1833) ya llevaba un par de años alejado de la ribera del Guadajoz. Las noticias de las que se vale Gallardo para publicar su artículo le llegan por correo a través de un amigo y conocido desde Baena (V.N. y P.). Esa carta fue publicada justo en el número inmediatamente anterior al que su artículo viera la luz en el Vapor de Barcelona (nº 77 de 14 de septiembre de 1833). En esta misíva queda certificada su también afición y curiosidad  por los temas arqueológicos, desarrollada con frecuentes excursiones entre vestigios y riscos de la rica campiña de Córdoba, durante los cuatro años en que permaneció confinado en Castro del Río a merced de sus huestes absolutistas. Aunque aparece algún término peyorativo para los castreños como destinatarios, que supongo dirigido a esos mismos que el propio Gallardo bautizara como “garamantas fieros”, se hace merecedor de ser transcrito tal cual:




     Nuestro apreciable amigo, el erudito D.B.J. Gallardo nos ha remitido la siguiente carta que le ha dirigido un amigo suyo de Baena, explicándole el descubrimiento del sepulcro de los Pompeyos; no dudamos de que su contenido será agradable a nuestros lectores.

    
     SEÑOR DON B.J. GALLARDO


     Mi amigo y dueño: V. que ha hecho apreciar más la tierra que pisamos: en este que llamaba V. “país clásico de la libertad”, por la heroica, si malograda, resistencia que en las guerras Pompeyanas hizo contra la tiranía de Cesar por sacudir el yugo romano, acabamos de descubrir un testimonio justificativo de este dictado con que V. le favorece. ¡Tanto como usted la ha corrido y sendereado en los cuatro años que pasó en estas tierras, siempre campeando, siempre echando compases por el terreno, midiéndole a palmos, contemplando las ruinas de la antigua Osca (hoy Iscar), y todos los lugares famosos de esta campiña, de que no se halla el más leve rastro en Cesar, Hircio, etc ! Y después de

“Tantas idas
y venidas,
tantas vueltas
y revueltas”


     ¡Lo mejor se ha dejado V. por ver! Este sí que es tesoro, y no los que los gansos de Castro, que le tenían a V. por zahorí, decían que andaba usted buscando, al verle atrochar por esos despoblados, revolviendo en los villares escombros y piedras mohosas.


     Si amigo; si está V. aquí ahora, enloquece de gozo: hemos descubierto nada menos que el sepulcro de los POMPEYOS.- Ya V. se acuerda, en el despoblado de Castro Viejo, del cortijo que llaman de las Vírgenes, donde se encontró aquella estatua sin cabeza, que hoy existe en el lugar llamado del Rey, que fue de nuestro buen amigo don Diego Carro.

 
      Pues en él, a la vista de la torre de Padrones, un zagalón vaquero, este 16 de agosto, como notase días antes en un paraje cierto sonido de oquedad, soñándose, lo que aquí es tan común imaginación, que se encerraba en el algún tesoro moruno, empezó a hurgar y socavar con el cayado. Cuando más ahondaba, más sonaba hueco,; por fin, encontrado en piedras recias con una resistencia que no pudo vencer con tan endeble palanca, acudió al cortijo en busca de otro más amañado instrumento, y (¡Dios y en hora buena!) con el auxilio de otro zagal, su compañero, cavaron hasta que abrieron un resquicio, por donde a la vista de una opaca lámpara que dentro lucía, traslumbraron una cámara, y en ella unos (dicen ellos) como “cofrecitos de piedra”.
     Encandilados ya con esta vista, y figurándoselos no menos que llenos de oro, se abrieron una entrada capaz a aquel subterráneo, por la cual se colaron a él; pero quedáronse luego a oscuras, porque la escasa luz que antes alumbraba, luego se apagó: más por la que entraba por el boquerón que abrieron, pudieron ver la pieza (y yo la he visto también). Es de cuatro varas de largo, unas dos y media de ancho, y sobre tres de alto.
     La luz que divisaron, salía de una de las que llaman lámparas inextinguibles o perennes; la cual era (digo que “era”, porque la rompieron al sacarla de una como caja de plomo que la chapaba) de cristal con varias figuras de colores, y con el suelo redondo al modo de una caldera. Tenía una cubierta plana, igualmente de plomo, con un reborde de más de dos dedos de canto; y en medio una agujero redondo, por donde la luz tuviese respiradero. El tamaño de este vaso, media vara de hondo, por cuarta y media de boca o diámetro.
     En su fondo conservaba todavía como un cuartillo del licor con que ardía la lámpara cuando la descubrieron, al cabo de la friolera de sus dos mil años que estaría ardiendo sola, sin necesidad de que la atizara sacristán, ni beata lamparera.
     Encontráronse también otros varios vasos y utensilios; de todo lo cual queremos mandar a V. fiel inventario y puntual dibujo. Pero el tesoro más inestimable que se encontró, fueron las cenizas venerables con algunos huesos, restos todos de la ilustre familia POMPEYA, en doce urnas de piedra-franca, con sus tapas de lo mismo, y sendas inscripciones, cuyo tenor es el siguiente:


     La figura de estas urnas es cuadrilonga; su longitud tercia y media, con una cuarta de latitud, y otra de altura.


     A la novedad de tan peregrino hallazgo se han agolpado aquí gentes de estas inmediaciones, que ni a jubileo de toties-quoties.
     Esos poquitos renglones darán ahora no poco que borrajear a los sabios de esa Corte. V. mande en todos sentidos cuanto se escriba, y cuanto guste a su invariable amigo y S.S.- V.N. y P.- Baena 22 de agosto de de 1833.

      Para Rodríguez Moñino, el autor de la carta parece ser un tal V[icente] N[oriega] y P[osada], aunque se desconoce en que se fundamenta para tal asociación. El apellido Noriega por estos lares parece estar ligado a un individuo de origen gallego llamado Francisco Noriega de Bada, abogado de los Reales Concejos, que durante los años finales del siglo XVIII recaló en la villa de Porcuna con el empleo de Contador y Juez Subdelegado de las Reales Rentas de la Mesa Maestral de la Orden de Calatrava. Uno de sus hijos llamado Vicente Noriega de Bada y Mestas, oficial mayor en dicha subdelegación, se casará en Porcuna 1817 con Juana de Dios de la Coba y Gascón, donde terminaría echando raíces. Creo que se trata del mismo individuo que después supo y pudo aprovecharse de las subastas a las que se vieron sometidas las posesiones de la extinta Mesa Maestral durante el proceso desamortizador puesto en marcha por los liberales.

B.O.P. de Caceres (diciembre 1837)
     Bien pudiera tratarse también del autor de esa carta remitida desde Baena, cuya amistad con Gallardo, además de por la afición mutua por la arqueología, estaría relacionada con la comunión de ideas liberales, que parece profesar por resultar beneficiado por el Decreto de Desamortización de Mendizábal.

            (1) Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Año X. Abril - Mayo de 1906. Números 4 y 5. Ángel M. de Barcia / D. Francisco de Borja Pavón: traducciones de poetas latinos. Contiene numerosas anotaciones de Francisco de Borja sobre sus visitas en Madrid a Bartolomé José Gallardo.
      (2) Durante los meses de mayo y junio de 1853, al año siguiente de su muerte, el erudito cordobés Luís María Ramírez de las Casas Deza, se convirtió en su primer biógrafo, al publicar por entregas, en el Semanario Pintoresco Español varios artículos sobre la trayectoria vital del polifacético Bartolomé José Gallardo.

21 febrero 2012

Otras antiguedades romanas de Porcuna en el Catálogo Monumental de la provincia de Jaén



    Estrujando un poco más esta fuente historiográfica podemos confeccionar una nueva entrada, complementaria de las anteriores, sobre otras antigüedades romanas procedentes de la antigua Obulco (Porcuna), fotografiadas y referenciadas en texto por Enrique Romero de Torres, su autor.
    Se trata de dos lápidas funerarias, un busto de niño y varios capiteles de diferentes ordenes.


     La primera de las lápidas, ya fue incluida por Emil Hübner entre las 30 procedentes de Obulco en sus Inscriptiones Hispaniae Latinae ( Corpus Inscriptionum Latinorum II), obra concluida y publicada en 1892 (nº 5519). Aureliano Fernández Guerra en “Nuevas inscripciones de Córdoba y Porcuna” (Boletín de la Real Academia de la Historia tomo XI pag.169, 1887) también se ocupa de ella.

(Fotografía nº 523)

     Sobre piedra arenisca, fue hallada en junio de 1883. Se conservaba en la colección arqueológica del propio don Enrique Romero de Torres.

     También se incluye fotografía y noticias de una segunda lápida de piedra de mármol. Los avatares de esa pieza están recogidos en el propio texto del catálogo, también reproducidos en un artículo que bajo el título de "Nueva inscripción romana" (Porcuna), fue publicado en el nº 21 (septiembre del año 1914) de la revista cultural giennense Don Lope de Sosa:

      "Entre los papeles antiguos que existen en el archivo de la Real Academia de San Fernando, en una carpeta correspondiente a la provincia de Jaén hay entre otras noticias curiosas, una comunicación fechada el año de 1846 en la que se participa a dicha Academia que habiéndose hecho excavaciones en el pueblo de Porcuna, por iniciativa del señor don Cristino Aguilera, habían dado por resultado el hallazgo de varios objetos arqueológicos como son: un sarcófago, dos lacrimatorios, uno de barro y el otro de cristal, dos candiles, ocho vasos de barro, tres de ellos de forma etrusca, tres urnas sepulcrales y media lápida de mármol".

    El hallazgo, que en un principio fue fortuito, tuvo lugar con motivo de las obras emprendidas por el Ayuntamiento, presidido por don Cristino Aguilera, para la construcción del nuevo paseo. Aunque según noticia recogida por la prensa histórica, parece ser que estuvo acompañado de una posterior excavación arqueológica.

La Esperanza 2 de agosto de 1845.

     "Creyendo este fragmento inédito porque no lo incluye Hübner en las inscripciones correspondientes a Obulco Municipium Pontificense, hube de escribirle al ilustre director de la Real Academia de la Historia don Fidel Fita, el cual en galante misiva me contestó así:

    “Mi querido amigo y compañero. El mármol original de la inscripción de Porcuna que usted me indica en su muy grata de anteayer está en el Museo Arqueológico de Granada. Al que pasó comprado por el Gobierno en 1885 con otros procedentes de la riquísima colección de don Manuel de Góngora y Martínez. En esta colección no se indicaba el sitio de donde Góngora la sacó, por eso la reseño Hubner (nº 5513) entre los de Granada y fue lástima que no conociese la carta que usted cita”.




(Fotografía nº 524)


     “Guiado por tan oportuna contestación a mi paso por la bella capital de Granada me proporcioné la adjunta fotografía del precioso fragmento lapidario, el cual mide de alto 61 centímetros y de ancho 41. Sus letras son hermosísimas e indudablemente del primer siglo. El suplemento que falta para completar los renglones me induce a creer que las dimensiones del fragmento perdido no diferían de las del presente”.

     Cuestiona la traducción hecha por Hübner en su día y conjetura una nueva (véase ficha catálogo Museo Arqueológico de Granada ubicada en el portal CERES). 


     Las siguientes piezas fueron encontradas casualmente (habría que contemplar también la posibilidad de una improvisada excavación pseudocientífica) en los primeros años del siglo XX, en el mismo lugar donde con posterioridad se ha localizado y ubicado el sector residencial noble de la antigua Obulco:




     “También se han descubierto en el haza denominada Peñuela lindando con la población a unos 100 metros a poniente, dos magníficos capiteles corintios que miden 65 centímetros de alto por 63 de ancho y un busto de un niño en mármol de 0’27 centímetros por 0’20. Los dueños de estos terrenos son los herederos de Don Ramón Barrionuevo” (fotografías 527- 528).

     El profesor Beltrán Fortes en un trabajo bajo el título de “Esculturas romanas desaparecidas de la provincia de Jaén, según el Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de E. Romero de Torres” (HABIS 33, 2002, 459-486) da por desaparecido ese retrato infantil, informándonos sobre su posible datación y características iconográficas (véase enlace). 


     Este otro capitel de orden jónico, de excelente factura, se hallaba en el patio de la Iglesia de San Benito. Al igual que los de orden corintio, anteriormente expuestos, desconocemos su paradero.


17 febrero 2012

Esculturas romanas de la antigua Obulco

Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén (1913-1915)

     Estas dos estatuas femeninas vestidas son de época romana (siglos I-II d.C), y tal como aparece en el pie de foto, proceden de la antigua Obulco (Porcuna). Su hallazgo se remonta a los tiempos del reinado del emperador Carlos V (1516-1556) y detrás de ellas hay una larga historia que contar en la que nos vamos a detener tirando de diferentes fuentes historiográficas.
     
     Las primeras noticias nos las proporciona el epigrafista y viajero arqueológico cordobés Juan Fernández Franco (1520-1601) coetáneo del hallazgo. En su cuaderno de “Antigüedades de la Bética remitido al doctor Siruela por Don Nicolás Antonio y dedicado al Marqués de Comares, se dice hablando de Porcuna:

      “Hay allí hoy día  en la fortaleza una torre muy principal hecha por los romanos. Pues en esta villa se descubrió en una casa un gran edificio, y basas y estatuas, y el señor Marqués de Priego fue allí por verle, y compro la casa para que fuese suyo lo que de allí se sacase, y halláronse tres estatuas excelentes de alabastro, muy poderosas, en una bóveda como capilla, la una de Plubio Cornelio Felix y otra de su mujer y otra de su hijo Plubio Cornelio Valeriano, y entre ellos se hallaron muy excelentes basas, y una piedra de las de la tierra de la Campiña, muy fuerte y muy bien labrada, con su epitafio que se halló junto a las estatuas. Todo lo cual el marqués mando traer a su castillo de la villa de Cañete, y allí están las estatuas y las piedras”.

Dibujo de Cecilio Pizarro (1850)

      La Historia de Porcuna de Manuel Heredia Espinosa, en el capítulo dedicado al lapidario romano de la antigua Obulco, incluye nuevas noticias sobre este hallazgo, al parecer, tomadas de una de las múltiples copias manuscritas sobre la original de Fernández Franco a la que tuvo acceso su autor en la Biblioteca Pública de Córdoba:

     “El Ilustrísimo Señor don Pedro Fernández de Córdoba, primer Marqués de Priego, bisabuelo del marqués, mío Señor, fue con el doctor don Jerónimo de Morales, su médico, y padre del cronista Ambrosio de Morales, y del doctor don Agustín de Oliva, a la villa de Porcuna, por su persona, a ver unas grandes antigüedades de estatuas y letreros que se habían descubierto en casa del vecino Jorge Vélez, cerca de la Iglesia de San Benito”

      “Las estatuas son de muy gran perfección y muchos talladores y canteros las vienen a ver. Quisieron en Porcuna impedir que las trajesen a Cañete, por la disposición de la LEY NEMINI CODICE DE EDIFICIIS PRIVATI, “por la que no se pueden sacar cosas de los municipios, que parece es honra y autoridad de ellos; pero todavía se trujeron”. Estas estatuas están a los lados de la puerta principal de dicho Castillo”.

      Martín Ximena Jurado en sus “Antigüedades del Reino de Jaén”, manuscrito que se conserva en la Real Academia de la Historia, fechado en 1636, proporciona también información detallada sobre este hallazgo:

     “El Marqués Don Pedro de Aguilar supo que en una casa de Porcuna avían descubierto unas estatuas y sus letreros con ellos; compro la casa y llevándose en unos carros a su villa de Cañete las estatuas y basas y letreros; púsolas dentro de su castillo a la puerta de su aposento; las estatuas eran quatro de padre y madre y un hijo y una hija. La del padre e hija estaban enteras. Las otras a pedazos son muy grandes y muy lindas”.

      Incluye Ximena un dibujo con la inscripción que figuraba en la lápida funeraria hallada en el mismo lugar:


     En 1850, el erudito cordobés Luís María Ramírez y las Casas-Deza publica un artículo en El Semanario Pintoresco Español (le acompaña esa bonita ilustración de Cecilio Pizarro mostrada anteriormente), donde se ocupa de la historia del Castillo de Cañete de las Torres, reparando forzosamente en esas estatuas:



     Incluye también una nueva transcripción de lápida encontrada junto a ellas, aunque no las relaciona:



      Francisco Piferrer en su "Trofeo heroico: armas,escudos y blasones de las provincias y principales ciudades y villas de España" (publicado en 1860), también menciona la existencia en Cañete de las Torres de “dos estatuas de dos varas de alto que representan a las diosas Venus y Ceres”, que deben de ser las mismas a las que nos venimos refiriendo desde un principio, asociadas ligeramente a esas deidades femeninas romanas.

     
     Es el Inventario Monumental y Artístico de la Provincia de Córdoba de Rafael Ramírez de Arellano, cuyos trabajos realizan durante los años 1902-1904, en el artículo dedicado a la localidad de Cañete de las Torres, incluye una reseña más descriptiva sobre esta estatuaria: 
     “En uno de los patios del castillo hay dos estatuas vestidas con túnicas y peplos. Una tiene el peplo recogido debajo del brazo y la otra lo tiene por encima del hombro, como hoy se esboza la gente la capa. A ambas le faltan las manos y a una todo el rostro, que, a juzgar por el corte, parece debía ser de pieza distinta y haberse desprendido. Son esculturas de la misma época y aun de la misma mano, bastante buenas. Están bien conservadas, excepto las cabezas y hoy se ven embadurnadas de cal. Estas no atestiguan nada sobre la antigüedad de Cañete, porque el primer Marqués de Priego las compró en Porcuna y las trasladó a su castillo según asegura Franco, su contemporáneo. Las estatuas son de P. Cornelio y su mujer, según la inscripción número 2141 de Hubner”.



     No aparece mención alguna a esas otras estatuas (una masculina), basas y letreros (lápida funeraria con inscripción) mencionadas en las fuentes antiguas.

     Una década más tarde, cuando Enrique Romero de Torres se persona en Cañete para fotografiarlas e incluirlas en su Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén, de todo aquel material trasladado por el Marqués de Priego hasta aquella fortaleza en el siglo XVI “no queda más que dos estatuas, las cuales por mis gestiones han sido cedidas al Museo de Bellas Artes de Córdoba”.


Año 1925

      Cuando fueron llevadas a Córdoba, a la escultura que aparece coronada con una cabeza le fue retirada, tal vez por deterioro o por una valoración clara de no corresponderse con su original.
      El pintor Julio Romero de Torres durante sus estancias cordobesas gustaba de la calma y frondosidad del patio de su casa ("delicia para el corazón, reposo para sus ojos"). Esa serenidad clásica transmitida por estas damas obulquenses, entre las que depositaba su caballete, le debió servir en mas de una ocasión como fuente de inspiración.



     El arqueólogo e historiador del arte, Antonio García y Bellido, en su libro “Esculturas romanas de España y Portugal” (CSIC- 1949) les dedica unas páginas y las incluye como ilustraciones. Se ve que debió conocerlas a través del fondo fotográfico del Catalogo de E. Romero de Torres, de manera que durante el proceso de gestación de la obra mantuvo correspondencia con su autor, que le proporcionó información y nuevas fotografías de las mismas:





 (figura izquierda)

    Mármol blanco de 1’50 m. hallada en Porcuna (lugar de la antigua Obulco), en la provincia de Jaén, junto a la que presenta el número siguiente. Según me comunica don Enrique Romero de Torres, parece ser que el marqués de Priego, las trasladó a mediados del siglo XVII, con otra estatua, romana también, de varón, al castillo de Cañete de las Torres, convertido luego en casa de labor, donde se encontraban cuando su propietario, el duque de Híjar, se las regaló “hace muchos años” (carta de 18 de febrero de 1948). Córdoba. Museo de Bellas Artes. Colección arqueológica particular “Romero de Torres”. Propiedad de doña Ángeles Romero de Torres.

    “Muestra paños de pliegues finos y técnica simple, pero suaves de efectos. Tipo corriente y trabajo local, aunque bueno, del siglo I. La cabeza, brazos y manos fueron piezas aparte”.


     Antonio García y Bellido:“Esculturas romanas de España y Portugal” (CSIC- 1949). Páginas 201-202 y lámina 169.






    Creo que hoy deben seguir expuestas y hermanadas en el patio del antiguo Hospital de la Caridad ( que fuera vivienda de los Romero de Torres), desde el que se accede indistintamente al Museo de Bellas Artes y al nuevo creado en 1931, en el mismo sitio, para perpetuar la memoria del hijo ilustre de la ciudad de Córdoba, el pintor Julio Romero de Torres.