Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

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08 julio 2012

Curiosidades arqueológicas de Bartolomé José Gallardo en Castro del Río.


     La profusa correspondencia de ida y vuelta mantenida por Bartolomé José Gallardo con estudiosos y eruditos de las diferentes ramas del saber, desplegada durante ese periodo de cuatro años en que fuera condenado al destierro en la insigne y leal villa absolutista de Castro del Río (1827-1831), nos ha permitido reconstruir y desarrollar episodios relacionados con el maltrato del que fue objeto por parte de los voluntarios realistas y su terrible Comandante Calderón, conocer su estado de ánimo a través de su producción poética, además de aportarnos otras noticias relacionadas con la amistad favorecedora que le dispensaron algunos castreños y comarcanos que, sabedores de su valía intelectual, no mostraron reparo alguno a la hora de prestarle la ayuda necesaria para sobrellevar aquel penoso periodo de confinamiento y aislamiento forzado.
    
     Tenía algún conocimiento sobre su afición por los temas arqueológicos y las antigüedades. En 1834, ya establecido en la Corte (una vez fallecido el monarca absolutista), fue visitado en varias ocasiones por Francisco de Borja Pavón, un joven cordobés estudiante de farmacia con inquietudes literarias, que iba recomendado por el común amigo Luis María Ramírez de las Casas Deza. De una visita girada a su casa de la calle de Preciados (1º de febrero de 1834) extraemos lo siguiente:
     “Me mostró una arquita llena huesos de los encontrados en las tumbas sepulcrales de la familia de los Pompeyos y un vidrio de la vasija que contenía la luz inextinguible. De esta invención o hallazgo ha hablado Gallardo en un artículo remitido al Vapor de Barcelona” (1)


      Imagino que aquellas muestras arqueológicas le llegarían a través del joven erudito Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, primero en ocuparse de una manera “científica” del hallazgo. La familia Fernández-Guerra tenía a Gallardo en especial consideración. El abogado José Fernández Guerra (padre) y el egabrense con despacho en Granada José de la Peña Aguayo (defensor de Mariana Pineda) fueron quienes le defendieron en aquella causa por la que daría con sus huesos en las Higuerillas de Castro del Río:
     “Por un efecto de la claridad y descaro con que una vez se expresó hallándose en las casas del Ayuntamiento de Castro, diciendo que las leyes no se extendían a las opiniones sino a los actos exteriores únicamente, y que el siempre pensaría como mejor le pareciera, sus enemigos, aprovechándose de esta confesión que creyeron o afectaron que era criminal, le formaron causa en 1829, y lo tuvieron preso en la cárcel algunos meses, de la cual salió después de haber sufrido los disgustos y malos ratos que se dejan entender, y tenido que hacer gastos, tanto más gravosos, cuanto Gallardo no disfrutaba de facultades muy amplias” (2).

    Movido por la curiosidad me predispuse a la caza y captura del artículo publicado en "El Vapor" de Barcelona, que finalmente pude encontrar alojado dentro de la hemeroteca digital de Cataluña. Después de tenerlo localizado me percaté de que ya se hallaba incluido en un monográfico dedicado al Mausoleo de los Pompeyos publicado en el nº 1 de la Revista Salsum, aunque procedente de otra publicación y de una fecha ligeramente anterior. Según consta en dicho trabajo el artículo vio la luz en el Boletín de Comercio del 10 de septiembre de 1833, dando primicias de la noticia sólo 22 días después del hallazgo. En enlace del monográfico de Salsum se puede leer el extracto del original remitido por Gallardo, encontrado en el Archivo Familiar Fernández Guerra que conserva Emilio Miranda Valdés, aunque firmado todavía con pseudónimo (B.D. Gtábaro). Resulta extraño que cuando este mismo artículo se reimprime siete días después en el  "El Vapor" de Barcelona (nº 78 de 17 de septiembre de 1833), el B.D. aparece ya acompañado de su auténtico apellido.
     He detectado un pequeño error en este monográfico de Salsum. Dice: “Gallardo, por su cercanía a Baena, estuvo enterado desde el primer día del proceso del descubrimiento”. Éste no pudo ser testigo presencial de aquel fortuito hallazgo, ya que por esas fechas (agosto de 1833) ya llevaba un par de años alejado de la ribera del Guadajoz. Las noticias de las que se vale Gallardo para publicar su artículo le llegan por correo a través de un amigo y conocido desde Baena (V.N. y P.). Esa carta fue publicada justo en el número inmediatamente anterior al que su artículo viera la luz en el Vapor de Barcelona (nº 77 de 14 de septiembre de 1833). En esta misíva queda certificada su también afición y curiosidad  por los temas arqueológicos, desarrollada con frecuentes excursiones entre vestigios y riscos de la rica campiña de Córdoba, durante los cuatro años en que permaneció confinado en Castro del Río a merced de sus huestes absolutistas. Aunque aparece algún término peyorativo para los castreños como destinatarios, que supongo dirigido a esos mismos que el propio Gallardo bautizara como “garamantas fieros”, se hace merecedor de ser transcrito tal cual:




     Nuestro apreciable amigo, el erudito D.B.J. Gallardo nos ha remitido la siguiente carta que le ha dirigido un amigo suyo de Baena, explicándole el descubrimiento del sepulcro de los Pompeyos; no dudamos de que su contenido será agradable a nuestros lectores.

    
     SEÑOR DON B.J. GALLARDO


     Mi amigo y dueño: V. que ha hecho apreciar más la tierra que pisamos: en este que llamaba V. “país clásico de la libertad”, por la heroica, si malograda, resistencia que en las guerras Pompeyanas hizo contra la tiranía de Cesar por sacudir el yugo romano, acabamos de descubrir un testimonio justificativo de este dictado con que V. le favorece. ¡Tanto como usted la ha corrido y sendereado en los cuatro años que pasó en estas tierras, siempre campeando, siempre echando compases por el terreno, midiéndole a palmos, contemplando las ruinas de la antigua Osca (hoy Iscar), y todos los lugares famosos de esta campiña, de que no se halla el más leve rastro en Cesar, Hircio, etc ! Y después de

“Tantas idas
y venidas,
tantas vueltas
y revueltas”


     ¡Lo mejor se ha dejado V. por ver! Este sí que es tesoro, y no los que los gansos de Castro, que le tenían a V. por zahorí, decían que andaba usted buscando, al verle atrochar por esos despoblados, revolviendo en los villares escombros y piedras mohosas.


     Si amigo; si está V. aquí ahora, enloquece de gozo: hemos descubierto nada menos que el sepulcro de los POMPEYOS.- Ya V. se acuerda, en el despoblado de Castro Viejo, del cortijo que llaman de las Vírgenes, donde se encontró aquella estatua sin cabeza, que hoy existe en el lugar llamado del Rey, que fue de nuestro buen amigo don Diego Carro.

 
      Pues en él, a la vista de la torre de Padrones, un zagalón vaquero, este 16 de agosto, como notase días antes en un paraje cierto sonido de oquedad, soñándose, lo que aquí es tan común imaginación, que se encerraba en el algún tesoro moruno, empezó a hurgar y socavar con el cayado. Cuando más ahondaba, más sonaba hueco,; por fin, encontrado en piedras recias con una resistencia que no pudo vencer con tan endeble palanca, acudió al cortijo en busca de otro más amañado instrumento, y (¡Dios y en hora buena!) con el auxilio de otro zagal, su compañero, cavaron hasta que abrieron un resquicio, por donde a la vista de una opaca lámpara que dentro lucía, traslumbraron una cámara, y en ella unos (dicen ellos) como “cofrecitos de piedra”.
     Encandilados ya con esta vista, y figurándoselos no menos que llenos de oro, se abrieron una entrada capaz a aquel subterráneo, por la cual se colaron a él; pero quedáronse luego a oscuras, porque la escasa luz que antes alumbraba, luego se apagó: más por la que entraba por el boquerón que abrieron, pudieron ver la pieza (y yo la he visto también). Es de cuatro varas de largo, unas dos y media de ancho, y sobre tres de alto.
     La luz que divisaron, salía de una de las que llaman lámparas inextinguibles o perennes; la cual era (digo que “era”, porque la rompieron al sacarla de una como caja de plomo que la chapaba) de cristal con varias figuras de colores, y con el suelo redondo al modo de una caldera. Tenía una cubierta plana, igualmente de plomo, con un reborde de más de dos dedos de canto; y en medio una agujero redondo, por donde la luz tuviese respiradero. El tamaño de este vaso, media vara de hondo, por cuarta y media de boca o diámetro.
     En su fondo conservaba todavía como un cuartillo del licor con que ardía la lámpara cuando la descubrieron, al cabo de la friolera de sus dos mil años que estaría ardiendo sola, sin necesidad de que la atizara sacristán, ni beata lamparera.
     Encontráronse también otros varios vasos y utensilios; de todo lo cual queremos mandar a V. fiel inventario y puntual dibujo. Pero el tesoro más inestimable que se encontró, fueron las cenizas venerables con algunos huesos, restos todos de la ilustre familia POMPEYA, en doce urnas de piedra-franca, con sus tapas de lo mismo, y sendas inscripciones, cuyo tenor es el siguiente:


     La figura de estas urnas es cuadrilonga; su longitud tercia y media, con una cuarta de latitud, y otra de altura.


     A la novedad de tan peregrino hallazgo se han agolpado aquí gentes de estas inmediaciones, que ni a jubileo de toties-quoties.
     Esos poquitos renglones darán ahora no poco que borrajear a los sabios de esa Corte. V. mande en todos sentidos cuanto se escriba, y cuanto guste a su invariable amigo y S.S.- V.N. y P.- Baena 22 de agosto de de 1833.

      Para Rodríguez Moñino, el autor de la carta parece ser un tal V[icente] N[oriega] y P[osada], aunque se desconoce en que se fundamenta para tal asociación. El apellido Noriega por estos lares parece estar ligado a un individuo de origen gallego llamado Francisco Noriega de Bada, abogado de los Reales Concejos, que durante los años finales del siglo XVIII recaló en la villa de Porcuna con el empleo de Contador y Juez Subdelegado de las Reales Rentas de la Mesa Maestral de la Orden de Calatrava. Uno de sus hijos llamado Vicente Noriega de Bada y Mestas, oficial mayor en dicha subdelegación, se casará en Porcuna 1817 con Juana de Dios de la Coba y Gascón, donde terminaría echando raíces. Creo que se trata del mismo individuo que después supo y pudo aprovecharse de las subastas a las que se vieron sometidas las posesiones de la extinta Mesa Maestral durante el proceso desamortizador puesto en marcha por los liberales.

B.O.P. de Caceres (diciembre 1837)
     Bien pudiera tratarse también del autor de esa carta remitida desde Baena, cuya amistad con Gallardo, además de por la afición mutua por la arqueología, estaría relacionada con la comunión de ideas liberales, que parece profesar por resultar beneficiado por el Decreto de Desamortización de Mendizábal.

            (1) Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Año X. Abril - Mayo de 1906. Números 4 y 5. Ángel M. de Barcia / D. Francisco de Borja Pavón: traducciones de poetas latinos. Contiene numerosas anotaciones de Francisco de Borja sobre sus visitas en Madrid a Bartolomé José Gallardo.
      (2) Durante los meses de mayo y junio de 1853, al año siguiente de su muerte, el erudito cordobés Luís María Ramírez de las Casas Deza, se convirtió en su primer biógrafo, al publicar por entregas, en el Semanario Pintoresco Español varios artículos sobre la trayectoria vital del polifacético Bartolomé José Gallardo.

12 mayo 2012

Un caso de Mudez Extraordinaria (por Bartolomé José Gallardo)


     Los aproximadamente cuatro años (1827-1831) que Bartolomé José Gallardo pasó desterrado en la villa cordobesa de Castro del Río no terminaron de afectar del todo a su habitual intensidad investigadora y literaria. Su debilidad por la letra impresa pudo satisfacerla, a medias, con los fondos de la librería del Convento del Carmen con cuyos moradores trabó amistad hasta el punto de ser considerado casi un miembro más de aquella comunidad de frailes de la que era vecino.
     Para superar el aislamiento, poder acceder a otros libros de los que eran de su curiosidad y dar salida a sus escritos, se sirvió de la profusa correspondencia mantenida con amigos de las letras diseminados por diferentes lugares de la geografía nacional. Para evitar que sus cartas y pedidos fueran interceptados por los absolutistas, que lo tenían sometido a un estrecho marcaje, contó con la colaboración de algunos castreños que supieron favorecerle en la medida de sus posibilidades.
    Sobre el especial trato que le dispensaron las fuerzas realistas comandadas por Lorenzo A. Calderón y Espada ya nos hemos detenido en anteriores ocasiones, aunque su correspondencia no deja de depararnos sorpresas sobre su particular ironía al respecto: 

    “Fui tataradesterrado a esta insigne villa de Castro del Río. Desde aqí al zielo; a donde cuando de aqí salga, me podré ir vestido y calzado, seguro de no tener que purgar…
    Suponiendo a V. ya instruido por pública voz i fama de los que en aquel punto crudo me asaltaron allí, i de lo que aqí he pasado (e ancor si muove); i por no desmentir a renglón seguido con mi dicho mi hecho, no se los cuento aqi todos ze por be.
    Así en vez de andar-me en oziosos jemidicos y lloramicos será mejor hablar de nuestras dulces Camenas”.

                   Castro del Río: 28 de septiembre de 1828

Cartas inéditas de don Bartolomé José Gallardo a don Manuel Torriglia (1824-1833) 


    Una de las personas que le prestaron ayuda fue don José García Criado, administrador de la estafeta de correos de Castro del Río (Plaza Real nº 2) encargado de recibir y dar salida a sus fajas de correo ordinario. También constan cartas recibidas a nombre de Pedro Ruiz Bujalanze (posiblemente su casero).
     Para envíos y recepciones más voluminosas (paquetes) contó con la colaboración de una serie de comerciantes locales, que comulgaban con las ideas liberales, que pusieron a su disposición su red de cosarios y arrieros para traer y llevar.

El arriero (Semanario Pintoresco Español)
 
    Es el caso del banquero y comerciante Antonio del Río García, a quien Gallardo  supo corresponder sus favores mediando en una estafa perpetrada por un joven liberal malagueño desterrado en Castro del Río durante unos meses:

    Habían mandado acá desterrado a un niño de Málaga llamado don Miguel Morales. Este tal don Miguel, que haze bueno al diablo qe su santo tiene a los pies, en unos tres meses que ha errado en este valle de lágrimas, ha desplegado una tan picaña travesura, que mal año para Lazarillo, Guzmán, Jil- Blas i todos los más pintados héroes de la picaresca, incluso el famoso Cordobés P. de Urdemalas.
     De sus travesuras se podía sacar historia, y de sus trapezeos i embelecos un libro tamaño como el Flos-sanctorum. En ese poco tiempo se ha dado maña para emparentar aquí con casi todo el lugar, y siempre con rasgos a la heroica. De hazañas suyas se podrían contar a porrillo. Pero no quiero contar a V. sino una que a mi me tañe a toca teja.
    Uno de los incautos a quienes ha prometido oros y moros es un don Antonio del Río, del comercio de esta plaza, el cual sin más qe algún conocimiento de oídas de un hermano de tal, le ha adelantado en vezes sobre unos mil reales. Hubo de apuntar el don Miguel a pagarle la buena obra con una letra de tres mil contra dicho hermano, para Río se reintegrase de los mrs. qe le tenía adelantados, i retuviese el resto para írsele suministrando. En efecto se jira la letra que es protestada.

 
    Viéndose así  chasqeado Río trata de demandarle en Justizia. Atravieso-me yo y consigo parar-le el golpe: me aboco al punto con el Morales, me da su palabra de honor de pagar sin dar lugar al escándalo qe amenazaba, i por fin al día adiado qedamos en qe ayer mañana de su mano a la mía me entregaría los dichos reales, yo le entregaría su rezibo, y pelitos a la mar. Más para servir a V. la noche de antes las afufó como el Barón de Illescas.
     La Pol. le busca, y no será mucho qe le encuentre porque a él no es difícil encontrar-le las guaridas: pero (¡la Magdalena le guie!) yo lo qe qisiera es qe Rio encontrase sus tantos de pico, aunqe el don Miguel de feliz recordación no le encuentre en días de Dios la Po. ni la Pu… (¡tenga-me Dios de su mano!).
     Ayúdenos V. algo a esto.

    Despues de este curioso y necesario prolegómeno sobre su correspondencia epistolar entraremos en materia. Nos centraremos en unos artículos escritos por Gallardo en Castro del Río, que por las vías ya mencionadas, llegaron hasta las redacciones de varios periódicos donde fueron publicados.
    “Mudez extraordinaria”, remitido desde Castro del Río, fue publicado por entregas en el Diario Mercantil de Cádiz. La primera parte (sin firma) vio la luz en el nº 4.532 (29 de diciembre de 1828). También sin firma consiguió infiltrarla en la Gaceta de Madrid (nº 4 de 8 de enero de 1829) dirigida por un hombre de confianza del monarca Fernando VII, el periodista y juez conservador natural de Espejo (Córdoba), don Pedro de la Hoz (sobrino del superintendente de policía). Advertido éste, del nombre de su autor y procedencia, la segunda parte no sería publicada. Si finalmente en el Diario Mercantil de Cádiz, aunque casi un año después que la primera, acompañado de una discreta firma con sus iniciales (B.J.G) al final.


    En estos artículos, que carecen de la componenda irónica o crítica habitual en su pluma, informa sobre un caso de mudez extraordinaria de la que resulto afectada una vecina de Castro del Río y del que fue testigo presencial.


MUDEZ EXTRAORDINARIA
Artículo 1º

     Un fenómeno de filosofía médica muy singular ofrece actualmente la villa de Castro del Río a la contemplación de los más curiosos fisiólogos y terapeutas. Ana Rincón, joven de 20 años, uno y medio de matrimonio, del cual no ha llegado a colmar fruto, malogrados en ciernes dos; su temperamento sanguino; genio pronto y festivo. En la madrugada del 11 de Diciembre corriente, al romper a hablar a su esposo, se sintió trabada la lengua, libre y expedito el uso de los demás órganos.
     Muda así, llamaron al facultativo, el cual recetó luego una sangría; repitióse a las 4 de la tarde; y a poco después recobró la paciente el habla; pero le duró poco.
     Nueva mudez hasta cosa de la media noche que se le destrabó la lengua por otro breve rato.
     El viernes 12 a las 3 de la tarde volvió a recobrar la palabra, que tuvo expedita hasta que volvió a perderla hacía la misma hora que la recobró la noche anterior.
     Enmudece luego, y al cabo de dos horas recobra la voz, de cuyo beneficio ha disfrutado todo el sábado, en cuya tarde le ha hablado el que esto escribe.
     A las 5 de la mañana de hoy 14 ha vuelto a enmudecer, y continúa muda ahora que son las seis de la tarde.
     La paciente asegura no haber tenido ningún motivo de disgusto, ni placer extraordinario.

     (La parte final, donde hace gala de su habitual erudición bibliográfica, nos la saltamos, de momento, para no perder el hilo narrativo).

Artículo 2º

“Como de esas dicen nones,
que luego paran en pares”

    En este conceptuoso equívoco de uno de nuestros más agudos ingenios cómicos se cifra la explicación de la oyente-muda de Castro el Río, que anunciamos a fines del año próximo pasado. Nunca me prometí yo encontrar la causa en otra parte, que en lo más recóndito de los misterios del que es misterio de misterios en la ciencia de la salud y de la vida: la concepción. Con esa idea tiré desde luego varias indirectas, de que la paciente siempre se me hizo desentendida; y aunque a lo último la interrogué más a las derechas, ella siempre me dijo que no: mas
“Como ésas dijeron nones…”

    El tiempo, gran descubridor de verdades, nos ha declarado ya del sí y del no de este caso, la muda ya no lo está; esta si (¡Dios loado!) en lo que honestamente llamamos meses mayores.
    En las ocasiones varias que yo hablé a los menores, ya muda, ya parlante (que a fe que tiene muy lindo pico) procuré informarme hasta de las circunstancias más menudas de su mudez; y entre ellas se me hicieron más de notar las siguientes.
    Muda, tenía enverada la lengua, pero libre y expedito el sentido para la distinción de los sabores. Esta circunstancia no envuelve, a mí entender, gran misterio: los finos Anatomistas distinguen entre nervios de la lengua, unos destinados al sentido, y otros al mero movimiento. Este último misterio parece desempeña el nervio que llaman hipo-gloso; y el del gusto, según doctrina corriente en buena Fisiología, el nervio maxilar bajero.
   Es también de notar que la paciente, aunque podía menear la lengua, de entre los inextricables movimientos que encierra el mecanismo primoroso de este órgano, estaba embargada de algunos: pues pudiendo sacar y aguzar la lengua, nunca pudo levantarla. De aquí sin duda la mudez, por impedimento de algunas del cadejo del de fibras del músculo estilo-gloso y de un nervio correspondiente. (Sobre ello discurran los Fisiólogos: yo no paso de mero aficionado).


    El caso curioso de la muda de Castro del Río, muy bien escrito y argumentado, es un mero pretexto utilizado por Gallardo para entrar en materia de su especialidad: el libro raro y curioso.
    Tanto en la primera parte del artículo, y profusamente en la segunda, se ocupa de la historia del arte de enseñar a hablar a los sordomudos, según él invención genuinamente española, encontrando en la  tradición literaria ejemplos cercanos:

    “Es cosa digna de atención el amago de mudez que hay en este pueblo y algunos de su circunferencia. En Montilla hubo en su tiempo un mudo ilustre, no sólo por su cuna, sino por ser uno de los primeros que aprendió a hablar por arte”.


     Cita la obra de Ramírez Carrión, maestro de Alonso Fernández de Córdoba “El Mudo” (V Marqués de Priego), aquel que cuando era chiquito fue traído expresamente desde Montilla hasta Castro del Río por la marquesa madre para que una beata carmelita moza obrara el milagro de curarle.
    Prosigue con un repaso por otros escritores que también se ocuparon del tema como Juan Pablo Bonet, autor de “Letras y Arte para enseñar a hablar a los mudos”, editado en Madrid en 1620, cuya portada mostramos en la cabecera, Fray Pedro Ponce de León o el Dr. Luzuriaga.
     Otros artículos de Bartolomé José Gallardo, relacionados con Castro del Río y su afición por la Arqueología y antigüedades, nos esperan en futuras entradas.


07 noviembre 2011

Desterrado de tránsito: Bartolomé José Gallardo en la villa de Lopera.


Castillo de Lopera
    No es mi intención ponerme demasiado pesado con la figura de Bartolomé José Gallardo, pero antes de que se ausente provisionalmente de mi cabeza (siempre se puede retomar cuando emerjan nuevas fuentes), quisiera aprovechar la reciente incursión centrada en su destierro cordobés, para divulgar episodios relacionados con un corto, aunque no exento de intrigas, periodo de residencia en tierras jiennenses, en concreto en la vecina villa de Lopera.
     A finales de 1830, Bartolomé José Gallardo harto ya de su residencia forzada en Castro del Río (Córdoba), debió de mover alguna influencia para que se le concediera el traslado que tenia solicitado hasta la localidad toledana de Talavera de la Reina.



     Al pasar por la villa de Lopera, so pretexto de daños causados por una accidental caída de la caballería que lo transportaba, solicitó permanecer en la misma. Fueron varios los meses que permaneció en situación de convaleciente.
     Rafael M. Ramírez de las Casas-Deza (su buen amigo cordobés y primer biógrafo) cree que se trataba de una treta urdida por el propio Gallardo, que apostó por permanecer a toda costa en aquella villa jiennense por el tiempo posible,  a la espera de que prosperará una inmediata conspiración liberal que se estaba fraguando en Andalucía (1).
     Efectivamente, por esas fechas hubo cierto movimiento insurreccional entre las filas  liberales. A finales de enero de 1831 se produce un frustrado intento de desembarco del General Torrijos en las costas de Algeciras (operaba e intrigaba desde Gibraltar donde había encontrado refugio).

José María de Torrijos y Uriarte (1791-1831)


     A principios de marzo se produce una nueva intentona de sublevar Cádiz y San Fernando, en la que vuelve a estar implicado Torrijos. El movimiento seria atajado enérgicamente por el gobernador y subdelegado de policía en Cádiz, Brigadier don Antonio del Hierro y Oliver, que a los pocos días resultaría asesinado. Como respuesta, una feroz represión y cerca de cuatrocientos insurgentes hechos prisioneros, quienes “gracias al sentimiento de humanidad y clemencia de S.M. el Rey no fueron todos fusilados sino diezmados” (2).

Fusilamiento de Torrijos

     Cuando todo esto acontecía en Cádiz, Gallardo ya se hallaba de regreso en Castro del Río, hasta donde fue devuelto por las autoridades loperanas. Gallardo cuando aquella caída, “para dar mayor apariencia de verdad a su indisposición,  mando llamar a un médico muy dado a las letras, por cuyo motivo le había conocido en Sevilla y que se hallaba establecido en Bujalance”. Ni aun a éste le desvelaría el asunto del complot antimonárquico. Después de aquel primer reconocimiento a la carta, debió despertar las sospechas e incredulidad  de las autoridades realistas loperanas que lo restiruyeron a Castro del Río, entre cuyos “garamantas fieros” permanecería aún por espacio de un año aproximadamente (3).

      En diciembre de 1831, cuando ya le quedaba poco para abandonar definitivamente la villa del Guadajoz, en una carta dirigida a don Joaquín Rubio, aflora más que resignación, cierto cansancio:

     «Amigo querido: el de siempre, lo de siempre y como siempre. Yo no me mudo, me mudan, sí, de cuando en cuando, para que sepa mas de toda mala ventura. Del año pasado acá, poco hay que de contar sea; porque año más o menos de desdichas  ¿qué es todo ello comparado con la eternidad?» (4)

     Esa corta estancia de Gallardo entre loperanos, unida a su pasión bibliográfica, quizá sean las responsables de unas anotaciones relacionadas con la localidad, que quedaron reflejadas en sus célebres papeletas, que terminarían conformando el grueso de los tomos de su más reconocida obra, su “Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos”.

    Es en su tomo IV donde se menciona un opúsculo titulado “Satisfacciones Médicas físicas. Donde se declara que un mixto perfecto puede haber coexistencia de cualidades contrarias excedentes, no en cuanto es uno simpliciter, sino en cuanto a compuesto de diferentes sustancias” del que es autor el médico de la villa de Lopera, Licenciado Don J.B. Saura y Arriola, fechado en el año 1674. Incluye los parabienes del Muy Ilustre Sr. Don Pedro de Toledo y Osorio, Deán y canónigo de la Santa iglesia de León, y Comendador de Lopera.
    Consta de 32 páginas en 4º, más 11 de principios, en las que se recogen los juicios críticos de otros eminentes doctores:

    

      Ya de camino, he rastreado los IV tomos del Ensayo bibliográfico de Gallardo en busca de obras de autores naturales de Porcuna. Sólo se consigna al Licenciado Pedro Palomino, poeta de segunda o tercera fila, que participa en una especie de fiesta o certamen poético, con estructura teatral, convocado y organizado por la Universidad de Baeza en honor de La Inmaculada Concepción: 


    Relacion de la Fiesta que la insigne Vniversidad de Baeça celebrò à la inmaculada Concepcion de la Virgen Nuestra Señora. Con la Carta qve la dicha Vniversidad escribiò à su Santidad, y el singular Estatuto hecho en fabor de la Concepcion. Dispuesta por el Maestro Don Antonio Calderon Catedratico de Artes. Dirigida a la muy Noble y Antigua Ciudad de Baeça. (Baeza: Pedro de la Cuesta, 1618).



     Entre la amplia nómina de bates que allí se dieron cita, y cuya poesía está incluida dentro de este impreso, estaba el Licenciado Pedro Palomino, natural de Porcuna. Se conserva un ejemplar del mismo en la BNE.




     Como de alguna manera, el legado de B.J.Gallardo, comúnmente aceptado como padre de la bibliografía española, ha acentuado mi pasión buscadora via google, la calcografia de la Inmaculada que se inserta pertenece al grabador-ilustrador  Fr. Ignacio de Cárdenas (O.F.M) y aparece en el frontis de un opúsculo titulado:


NOTAS

(1)    Luís María Ramírez de las Casas Deza en Semanario Pintoresco Español (mayo-junio de 1853) se convirtió en su primer biógrafo, al publicar por entregas, varios artículos sobre la trayectoria vital del  polifacético Bartolomé José Gallardo. 

(2)   Diario de Avisos de Madrid (15 de marzo de 1831)

(3)   Ramirez de las Casas Deza op. cit; Marques Merchán J.  Don Bartolomé José  Gallardo. Noticias de su vida y escritos. Madrid, 1921.

(4)   Marques Merchán J.  Don Bartolomé José  Gallardo. Noticias de su vida y escritos. Madrid, 1921.



02 noviembre 2011

A Zelinda (Preso y ausente). Castro del Río 1829 (B.J. Gallardo).


Autor: Federico de Madrazo y Kuntz
    Aunque los críticos y estudiosos de la literatura española coinciden en calificar el poema Blanca Flor, compuesto y fechado en Castro del Río en 1828,  como, tal vez, la más acertada y feliz de las composiciones poéticas de B.J. Gallardo, este segundo poema, también gestado a orillas del Guadajoz (1829), “A Zelinda: Preso y Ausente”, ha pasado quizá más desapercibido, sin desmerecer al primero,  por no aparecer recogido en antología poética alguna.
    Ángel González Palencia incluye Blanca Flor entre “Las mejores poesías románticas de la lengua castellana”, y es éste mismo autor quien le otorga el calificativo a Gallardo de precursor del romanticismo poético en España.
    Como no es mi propósito el de ejercer de crítico literario, os remito a un enlace sobre lo que diferentes autores han escrito y opinado de Bartolomé José Gallardo poeta.
   Otro famoso poema suyo es el titulado “El dominus tecum, o la beata y el fraile” (este no concebido en Castro) que se incluye dentro de una Antología de la poesía erótica española e hispanoamericana (todo un derroche de ingenio).
    Hace ya mucho tiempo que soy conocedor del destierro en tierras cordobesas de Don Bartolo. A medida que fui descubriendo  pasajes sobre sus venturas y desventuras, fue creciendo mi curiosidad por la vida y obra de este peculiar personaje, que se destacó en aquella convulsa España del XIX, con una capacidad de trabajo y una talla intelectual muy por encima de lo común.
     El descubrimiento y lectura de esas redondillas octosílabas de  “A Zelinda” en las páginas del Semanario Pintoresco Español (HD-BNE), me ha permitido percibir el reflejo de sus padecimientos, y hasta me han despertado cierta sensibilidad por la lírica de la que creía estar desprovisto. Nunca es tarde, si la dicha es buena.
    Estrofas como la de "Entre garamantas fieros", que me sirvió para titular la entrada que dediqué a  sus años de confinamiento en Castro del Río:

   Ausente, y en tierra ajena
sin la luz de tus luceros,
entre garamantas fieros
arrastro dura cadena.

    O este segunda redondilla (cuatro versos octosílabos de arte menor), donde también casi se palpa su mala fortuna entre los moradores de “Castro Leal del Río”,  propiciada “no por la gente de gallaruza, la de corbata es la mala”, y culpable de haberme incitado a adentrarme en la vida de aquel célebre Comandante Realista Calderón, que cuando los gobiernos le fueron propicios, debió de actuar como un auténtico y feroz “verduguillo de la campiña” :

    Más aquí ¿qué ven mis ojos,
sino sombra y soledad,
horror en vez de beldad,
 y en vez de contentos enojos?

   El número 95 (1853) del Semanario Pintoresco Español incluye, justo debajo del poema, un retrato cómico-caricaturesco intitulado “Autopsia del cerebro de un pescador de caña”, que aunque obviamente no rotulan con su nombre, por su nariz pronunciada, sus rasgos exagerados y feos, y ese sibilino juego de palabras pescador/pecador cerebral, bien pudiera buscar como destinatario a  Gallardete, a quien no le faltaban enemigos ni después de muerto.


"Autopsia del cerebro de un pescador de caña"


    El joven cordobés Francisco de Borja Pavón, durante su estancia en la capital del reino como estudiante de farmacia, por su afición a las letras, y recomendado por el común amigo Luis María Ramírez , conocerá y visitará asiduamente a Bartolomé José Gallardo, ya instalado en Madrid, al cesar las persecuciones contra los liberales con la muerte del monarca absolutista. De sus anotaciones, hemos sacado algunas de sus impresiones sobre nuestro protagonista que reinciden en esa fealdad que le atribuían sus antagonistas:

    “Nada benevolente, ni fácil en el trato; bibliófilo y crítico mordaz; erudito y eminente hablista. Es el rostro de Gallardo rugoso y feo; su persona, delgada y de mediana estatura, su conversación salpicada de chistes, cuentos, diatribas y noticias literarias y bibliográficas”.


( Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Año X. Abril - Mayo de 1906. Números 4 y 5. Ángel M. de Barcia / D. Francisco de Borja Pavón: traducciones de poetas latinos. Contiene numerosas anotaciones de Francisco de Borja sobre sus visitas en Madrid a Bartolomé José Gallardo).

     Entramos ya de lleno con el poema prometido:



         A ZELINDA
           Preso y ausente
              Romance
    Ausente, y en tierra ajena
sin la luz de tus luceros,
entre garamantas fieros
arrastro dura cadena,
    Y el alma en ti, bien que adoro,
cantando engaño mis penas,
como al son de sus cadenas
el cautivo en grillos de oro.
    Tiempo fue (¡Tiempo dichoso!)
cuando libre y prosperado,
gozando ufano a tu lado,
viví en plácido reposo.
    Otra aura no respiraba
que la que tu respiraste:
luz que tu no reflejaste
mis ojos nunca alumbraba.
    Como en espejo brillante
en tus ojos me veía,
y  en ellos tu amor leía.
cual ellos mi fe constante.
    Mas aquí ¿qué ven mis ojos,
sino sombra y soledad,
horror en vez de beldad,
 y en vez de contentos enojos?
    Perdido tan gran tesoro,
no hay bien que mi mal no aumente:
te adoro como presente,
y como ausente te lloro.
    La imaginación celosa
te me retrata en mil modos,
para mi tormento todos
y de todos siempre hermosa.

    Ya con labio encantador
cautivas las atenciones;
ya robando corazones
rindes y matas de amor
    Ya, penosa y fugitiva
a la margen de la fuente,
disertas al son bullente
de su plata fugitiva .
    ¡Oh momento crudo y fiero
de la triste despedida!
de allí no perder la vida,
de mil y mil muertes muero.
    Fijo en mi alma clavado
tengo aquel ¡ay! lastimero
que tras el adiós postrero
bebí de tu labio helado.
    Aun, en lágrimas deshecho,
parece que repetidos
oigo el son en mis oídos
y el eco en el hondo pecho.
    De tu afecto y tus enojos
para tierna y fiel señal
me dejaste en tu cendal
una perla de tus ojos:
    Que, lloradas de pasión,
anegan con pena esquiva
lagrimas de sangre viva
que arranco del corazón.
    Tal a fuentecilla pobre.
si preciosa en sus cristales,
ahogan en sus raudales
las hondas del mar salobre.
    Hundióme la dura ausencia
en un negro calabozo
cuando me arrebató el gozo
de tu divina presencia.
    Llorando me halla la aurora,
llorando me deja el sol,
cuando su grato arrebol
las nubes apenas dora.
    Y ya hubiera fallecido
a no alentarme el tener
esperanza de volver
a verme a tu cuello asido.
    En tanto, de angustias ciega
se consume el alma mía:
un día alcanza a otro día,
y el de mis dichas no llega.
    ¡Ay! ¡cuando querrán los cielos
que goce en eternos lazos
el regalo de tus brazos
y la luz de tus ojuelos!



BARTOLOME JOSÉ GALLARDO
(Copia sacada de un original escrito y firmado por el autor)
Castro el Río 1829.