La
historia entendida como disciplina, a veces va mucho más allá de ser una mera
fuente de cultura y transmisión de conocimientos, y se presta a encontrar en
ella reflejos o ejemplos con parangón en la actualidad.
Vivimos
un largo y cada vez más incierto periodo de crisis económica que se está
cebando primordialmente con la clase trabajadora en forma de desempleo masivo,
salarios precarios, abaratamiento del despido, juventud sin expectativas, recortes,
congelaciones… y lo que nos espera, si finalmente se pone en marcha esa
interesada reforma laboral en la que algunos quieren ver la panacea para salir
de la crisis.
Da la
triste impresión de que se ha perdido la conciencia de clase y los propios
trabajadores (entre los que parece predominar el conformismo) hasta dudan de su
histórico poderío a la hora de plantar batalla a la adversidad. Los sindicatos
mayoritarios se han ido progresivamente desprestigiando y han perdido por completo su capacidad de
movilización. Es más, les cuesta consensuar medidas de unidad de acción y
parecen estar más pendientes de lo que hace mal el vecino que de lo que se podría
hacer en defensa de los legítimos intereses de clase. Con el tiempo el
sindicalismo se ha hecho cada vez más sectorial e individualista, y aquella “Solidaridad” que marcó el origen
del sindicalismo moderno parece difuminarse entre intereses oscuros y la
desidia generalizada.
Para intentar romper con ella, me valdré de
las reflexiones de José Montilla Doncel,
un militante anarcosindicalista de Castro del Río, plasmadas en un escrito
publicado bajo el título de “A mis hermanos campesinos” (Acción
Social Obrera, nº 74 de 7 de diciembre de 1929), donde se detiene en la
regresión o derrumbe sufrido por aquel pujante sindicalismo campesino de la
campiña de Córdoba del periodo 1918-1923, durante la larga travesía de la
Dictadura de Primo de Rivera, a la vez que azuza y saca los colores a sus
hermanos de clase por el acomodaticio nivel de inconsciencia en el que habían
caído.
Creo que estas sencillas palabras, salidas
de la pluma de este humilde campesino castreño, nos pueden servir de ejemplo
para comprobar cómo su lucha y la de un reducido elenco de compañeros (José
Dios Criado, José Criado López, Bartolomé Montilla Ruz, Lucas Centella Aranda, Rafael
Villegas Sánchez, Juan Gómez Gutiérrez…) que supieron permanecer en la brecha
pese a las adversidades y la indiferencia, permitió que el anarcosindicalismo de
la campiña cordobesa resurgiera con nuevos bríos, convirtiéndose en hegemónico
y poderoso durante la década de los treinta.
El contexto histórico no tiene nada que ver
con el actual, ni aquellos sindicalistas con los de ahora. El parangón, lo
establezco simplemente porque creo en se hace necesario romper con ese letargo y conformismo en el que andamos sumidos tanto quienes tenemos la suerte de
tener un puesto de trabajo, como quienes lo han perdido o quienes aspiran a
conseguirlo. Debemos de procurar que el peso de la crisis no recaiga principalmente
sobre los asalariados y las clases medias, y evitar a toda costa la perdida de
históricos derechos y la devaluación de las políticas sociales. Se me ocurren
fórmulas, pensemos juntos, aunemos nuestros esfuerzos, revolucionemos nos con
inteligencia si fuese preciso. Quedarse cruzados de brazos supondría entregarse
a la arbitrariedad, abuso e indolencia de quienes se supone deben adoptar
medidas correctoras. Mantengamos nos en guardia, recelemos, desconfiemos…y
empecemos a exigir con conciencia de una puñetera vez.
Dejo de lado este pequeño mitin-desahogo-pataleta
individualista en busca de la movilización colectiva y transcribo tal cual el
artículo de José Montilla. Espero que os azuce el espíritu:
A
mis hermanos campesinos
El
periodo entre 1918 y 1923 también fue una etapa gloriosa en las luchas del
campo. El noventa por ciento de los trabajadores estaban asociados en las
Federaciones de la CNT, los trabajadores eran respetados, se ganaban jornales
que si no cubrían en todo las necesidades de nuestros hogares, en parte
quedaban satisfechas. En los periodos de huelga los obreros de una localidad
cualquiera prestaban solidaridad a los que […] se encontraban impedidos de
recorrer los cortijos e imponer dejar el trabajo a los esquiroles. Se
alimentaron nuestros estómagos e impusisteis un respeto que lo uno y lo otro tenéis
perdido a consecuencia, quizás, de creer que todo lo teníais resuelto y la
realidad del momento confirma que no había nada hecho. Desde que cambió el
régimen político de la nación suprimieron la poca libertad de prensa que había
[…] y quedamos recaídos al silencio.
Como nuestras conciencias no estaban
preparadas para salvar los múltiples obstáculos que han sobrevenido,
desmayasteis y abandonasteis el sitio de vuestro valer. El enemigo al acecho,
aprovechó ese momento de abandono y reconquistó el terreno perdido ¿De qué sirvió tanto luchar, pasar tantas
privaciones si nos encontramos en la misma o peor situación que antes? ¿A qué obedece el cambio doloroso de
abandonar las filas de nuestras organizaciones para lanzarse a ciegas por el
camino de las confusiones y fracasos? Comprendo que una gran responsabilidad
recae en los individuos que lucharon a nuestro lado como elementos
significativos y hoy sirven de contrapeso a nuestros sacrosantos ideales.
Muchos de los que se llamaron compañeros están entregados en cuerpo y alma a
esa organización antítesis de nuestra confederación: la UGT.
(Acción Social Obrera nº 74 de diciembre de 1929)
Para
entender ese transfuguismo denunciado desde las filas anarcosindicalistas
tenemos que recordar que la otra gran central sindical del país, la UGT,
durante los años de la Dictadura de Primo de Rivera permaneció dentro de la
legalidad y hasta colaboró con el nuevo orden, mientras que la CNT pasaba a la
clandestinidad y era perseguida.
El articulista, imbuido por los esquemas de
lucha de clases que se estilaban en aquel pretérito agro andaluz, señala claramente
como enemigo a la patronal, que sabe aprovecharse a la perfección de la
debilidad organizativa obrera para imponer clausulas y condiciones. El enemigo principal del trabajador del siglo XXI, ya no son los patronos, ni la crisis, sino
aquellos que la han provocado. Son enemigos invisibles, que no necesitan dar la
cara y disponen de herramientas lo suficientemente poderosas como para evitarse
perder el tiempo en negociaciones estériles e insulsas. Saben y pueden imponer
políticas en favor de sus intereses.
Juguemos al “enemigo invisible”,
arrebatémosle la máscara a los poderosos. De todos depende.