Anunciábamos
en una entrada anterior ocuparnos de diferentes versiones en las que asociaciones humorísticas, irónicas o
burlescas relacionadas con el nombre de la ciudad de Porcuna trascienden a través
de la letra impresa.
Una primera referencia, muy conocida y
divulgada, en la que se “mancilla” premeditadamente el nombre de Porcuna, procede
de la obra cumbre del aristócrata y
literato cordobés Ángel de Saavedra “Duque de Rivas”. Pone en boca del hermano Melitón, personaje central y emblemático del drama romántico “Don Álvaro o la fuerza del sino”, una conversación aclaratoria en torno a la diferencias entre
dos legos equiparados en hábito y nombre de pila (Los hermanos Rafaeles).
Deshace el entuerto recurriendo al “natural de Porcuna” que termina por identificarlos. Ajustadamente, el paisano literario, tenía que ser gordo, además
de con una sordera homologada a la tapia de un cementerio y casi presto a
engrosar su recinto: “Desde el pasado invierno en la cama esta tullido, noventa
años ha cumplido” (porcus vetus et surdi murus).
También del
siglo XIX, dentro de un género literario
menor, conocido como “pliegos de cordel” (cuadernillos de pocas hojas
generalmente ilustrados para facilitar la comprensión), cuyo destinatario
principal era el gran público, encontramos un romance de tono jocoso y
burlesco, de autor desconocido, donde el nombre de Porcuna aparece asociado, en
esta ocasión, a personajes grotescos.
El nunca bien ponderado, célebre qual
no otro, y alegre como cualquiera, casamiento de Juan Pindajo con María Curiana,
sus celebridades, ropas, comidas, dote y demás ocurrencias que verá quien
pagare dos quartos por cada papelillo. Impreso con licencia en Córdoba en la Imprenta de don Rafael
García Rodríguez, Calle de La Librería (fecha cuestionable 1805-1844 ?).
Aunque
en la imagen que se muestra a renglón seguido, correspondiente a la portada de
una edición posterior, se pueden leer las primeras estrofas donde consta la
celebración de su casamiento en Porcuna y las especiales atractivos físicos de
la contrayente, creo necesario
transcribir, al menos, algunas estrofas, para quienes por pereza
desistan de acceder al texto completo alojado en la Biblioteca Digital
Hispánica de la BNE:
Mariquita Curiana
y Juan Pindajo
se han casado en Porcuna
estos dos majos.
La novia es quebrada
patizamba, coja y jorobada.
también lagañosa
y jocico de perra sarnosa,
sin muelas ni dientes
y sus años más de ciento veinte.
Vamos ahora al novio,
que es un buen mozo,
patituerto, estebado,
calvo y potroso,
la nariz roída,
y la boca de bubas comida,
una oreja menos,
y el pescuezo de paperas lleno;
es también tiñoso,
una pata podrida y baboso.
Imprenta de D. José M. Moreno, Descalzas núm 1,
Carmona. Año 1855, 4 páginas.
Otros lances
de aquel casamiento esperpéntico:
EL PARTO
Después de algunos días
Doña Curiana
de unos fuertes dolores
se puso mala,
y el Señor Pindajo
anda loco arriba y abajo
sin saber que hacerse,
ni en que parte ponerla o ponerse.
------
Parió la pobrecita
mil avutardas,
de ratas y ratones
diez carretadas,
parió la Caleta,
el pinar de Chiclana y sus huertas,
dos mil lagartijas,
un borrico que se fue a Lebrija,
parió un cigarrón
con orejas de perro pachón…
Ya dentro de las secciones humorísticas
(con mala leche) de la prensa, y sin perder la rima del romance anterior, a un gacetillero sevillano le viene en gana cuestionar a la clase doméstica de ambos sexos, de la que
prestaba sus servicios en la populosa ciudad del Betis, cebándose con las
indefensas, hacendosas y honradas criadas de servicio: “La que no es de Porcuna es de
Churriana”.
El Heraldo (9 de julio de 1852)
Sin abandonar
este servil y sufrido gremio de las trabajadoras del hogar, otro gacetillero
cachondo, aprovecha el día de los Santos Inocentes, para hacerse eco de la
frecuencia con la que se venían celebrando congresos de todas clases durante los
años finales del siglo XIX:
“Estamos
en la época de los Congresos. Curas, sabios, políticos, industriales,
agricultores obtienen de sus deliberaciones evidente provecho.
Ahora se agita la idea de
celebrar un “Congreso Suciológico” al que asistirán las primeras criadas del
mundo civilizado.
En él estará representando España por una fregona natural de Porcuna”.
De Madrid Cómico (14 de octubre de 1883) extraemos un poema satírico firmado por el
periodista y escritor Eduardo Navarro Gonzalvo. Se sirve el autor del
fortuito e imaginario hallazgo de las hojas de un viejo padrón de vecinos en
plena vía pública, para hilvanar con sus asientos unos ocurrentes versos. En
esta ocasión, a Porcuna se le suma un natural de la vecina y comprovinciana
localidad de Marmolejo, que también arrastra un famoso dicho en forma de
salchichón y de pellejo:
“Doña Encarnación Bravía,
suegra del interesado.
Es natural de Porcuna
se le ha olvidado la edad.
Pobre de solemnidad.
Ocupaciones ninguna”.
Casi una década
después, y con el título aparentemente serio, La Estadística Municipal (a 1º de diciembre de 1890), aparece en
las páginas de La Correspondencia de España un artículo, de claro contenido
jocoso, en el que el padrón municipal de habitantes adquiere nuevamente
protagonismo. Su autor nos ilustra sobre la necesidad de que en los tiempos
presentes los pueblos cultos y desarrollados tomen conciencia sobre la trascendencia
del desarrollo de este género de trabajos:
“La estadística municipal de Madrid debía, en mi humildísima opinión,
constituir un libro, que buscasen con verdadero afán, nacionales y extranjeros.
Un libro en el que después de las generales de la ley, se particularizase, con
la mayor suma de detalles posibles, las cualidades especiales del individuo o
individua, vecino o residente”.
Cita varios ejemplos, y entre ellos surge la
inevitable referencia al natural de Porcuna, añadiéndole como agravante su
pertenencia al históricamente denostado colectivo de empleados públicos:
“Don Perpetuo Acémila del Tesoro;
nacido el 23 de octubre de 1830, natural de Porcuna (Jaén); empleado en Hacienda,
donde cuenta con 43 años, 43 meses, 43 días, 43 minutos y 43 segundos, de
servicios inútiles a la nación y a los particulares. Tiene papel del Estado, es
accionista de la mina titulada “La ubre económica”, y fundador de la sociedad
anónima “El cohecho”. Lee el Cencerro, y escribe torcido y sin ortografía.
Nota: padece hemorroides”.
El producto
estrella de la tierra, el aceite de oliva, también entra en escena consumido de
una manera un tanto extraña y guarrindonga. Aparece dentro de una especie de diálogo
entre Manolito (un mozo pretendiente de una “niña mona”), Purita (la moza en cuestión) y su señora
madre, que actuando de carabina, se beneficia de la generosidad del primero:
“Manolito
cree que la conquista no ofrece serias dificultades, y compra un bollo de
canela para obsequiar a aquellas señoras. La mamá envuelve en el pañuelo la
parte que le corresponde, no sin decir antes:
No se ofenda V. porqué no lo coma ahora mismo, pero lo llevo para
mojarle en el caldo de la ensalada… Porque yo soy del mismo Porcuna, provincia
de Jaén, y allí todo lo tomamos con aceite.
Manolito gana terreno en el corazón de Purita que comienza a mirarle con
ojos de águila moribunda.
¿Gasta usted calzoncillos? – dice la mamá aprovechando un instante de
silencio.
Si señora, aunque me esté mal el decirlo-contesta él.
Lo pregunto porque nosotras cosemos para afuera y se lo hacemos a lo
mejor de Madrid. Romero robledo no se acostumbra con nadie más que con
nosotras, y ayer mismo le mandamos a San Sebastián media docena, que se los
llevó un diputado provincial de su partido”.
Un calzoncillo, elevado a las puertas de
la santidad, es el que llevaba puesto en el momento de su muerte (reproducida
en el grabado), el misionero franciscano Pedro de la Concepción (Beato Garrido), que
sufriera cautiverio y martirio de tal guisa en Argel, al no renegar de su fe
ante los infieles.
Un periodista de La Voz, en vísperas de la
proclamación de la II Republica, cuando los nuevos aires de libertad permitían ya
ciertas licencias, a la vista del citado grabado se sorprende (con su buena dosis
de ironía) de las circunstancias finales de la muerte de un “natural de Porcuna”:
Nuevas exploraciones y algunas otras muestras, de las que
han quedado aparcadas, darían como para una segunda entrega, que estimaré en su
día, dependiendo de las reacciones. No creo que estas ironías, “que no son
mías”, vayan a levantar salpullidos entre las fuerzas vivas de la localidad,
hasta el extremo de se proponga un nuevo cambio de nombre.
De momento
sintámonos orgullosos de ser naturales y/o de estar empadronados en Porcuna,
así como de tener una de las mejores morcillas de cebolla de las que se
consumen en Andalucía, mientras que en chorizos y salchichones podemos competir
perfectamente con los afamados de Noalejo, Carchelejo y Marmolejo.
¡Se admiten
morcillas de Porcuna a cobro revertido!
Alberto qué entrada más interesante y graciosa las estrofas del casamiento.
ResponderEliminarSaludos
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