Feria de la Salud - Córdoba 1915 (Fot. Castellá)
La Feria de
San Miguel de la villa cordobesa de Cañete de las Torres, por calendario y
ubicación geográfica, ha sido tradicionalmente una de las ferias de ganado más notables
y visitadas por los habitantes de una de las comarcas agrícolas más ricas de
Andalucía (Campiña de Jaén y Córdoba).
Crónicas y
anuncios de principios del siglo XX ya la refieren como una de las más
importantes y renombradas desde tiempo inmemorial, siendo tradicional la
concurrencia de hasta quince poblaciones limítrofes o cercanas.
Bujalance y
Porcuna, por proximidad y por el propio peso específico de sus respectivas
agriculturas, históricamente la han tenido como referente por la importancia y
volumen de sus transacciones ganaderas.
Por poner un ejemplo, a la del año 1909, a
la que pertenece la fotografía, acudieron feriantes que presentaron más de cinco
mil cabezas de ganado, que fueron vendidas muy bien entre los numerosos compradores de
los pueblos que asisten a esta feria.
Otras Ferias
1901 |
1903
En esos
mismos albores del siglo XX, se da la circunstancia de que la Feria de
Bujalance, que se iniciaba el 24 de septiembre, prácticamente quedaba
ensombrecida en lo comercial por la de Cañete, que venía a ser una prolongación
de aquella:
Desde Bujalance
De la crónica remitida por Antonio Zurita al Diario de Córdoba (1903) |
Hubo años, que el Círculo de Labradores de Bujalance desplazaba y montaba su
propia tienda de campaña.
Sobre la manera en que se realizaba aquella
peregrinación con el doble carácter comercial y festivo, con predominio del
elemento señoril, a la grupa de briosos corceles, y de un numeroso cortejo de
carruajes de lujo, para las damas y señoritas, nos ha llegado una crónica
costumbrista y elitista firmada por el escritor y dramaturgo bujalanceño, Antonio Jiménez Lora. Fue publicada originalmente en el Diario de Córdoba en el
año 1907, del que era asiduo colaborador este funcionario de Hacienda, para engrosar finalmente lo
que sería su primer libro: "Del ambiente provinciano: cuentos y prosas" (1912).
Sin entrar en el cuestiones sobre su valor
literario (su autor no ha pasado precisamente a la historia de la literatura,
aunque tenga dedicada una calle en Córdoba capital), nos sirve, al menos, para
hacernos una idea sobre cómo se desarrollaban esas típicas ferias-mercado en
nuestros pueblos hace ahora más de un siglo, y que nada tienen que ver ya con las
maneras actuales, pese al empecinamiento en muchos pueblos por recuperar
simbólicamente esas ferias de ganado que hace ya bastantes años dejaron de
tener sentido.
Una feria andaluza
Las
campanas del pueblo repiquetean alegres, anunciando a vísperas, y todo el
señorío bujalanceño se prepara a marchar aquella tarde a la feria de Cañete.
En las calles céntricas del pueblo hay un
movimiento inusitado; se oyen crujir los látigos, voces de cocheros que jalean
a las bestias de sus vehículos y éstos pasan ligeros, ocupados por muchachas bellas,
ataviadas con mantillas blancas, y que van triunfadoras a la feria.
En la puerta del casino algunos señores
viejos presencian embobados el desfile, que resultó pintoresco.
Al lado de los carruajes, y haciendo
caracolear a sus caballos, briosos y enjaezados a la jerezana, van los
señoritos del pueblo, gallardos y airosos, galanteando a las muchachas
donjuanescamente.
Y
ya en plena carretera, en la tibia y clara tarde otoñal, la cabalgata
marcha alegre, con la charla animada; la lluvia bulle en los labios femeninos,
y los rostros bellos, con mantilla blanca, se colorean de rubor al escuchar el
piropo andaluz gracioso.
La cabalgata entra triunfante en las
calles de Cañete; se dejan los coches y los caballos en la plaza, y todo el
gentío señoril se dirige a pie hacia el real.
-Ya han llegado los de Bujalance- se oye
decir por todas partes. Y ganaderos, corredores y gitanos, toda la gente de la
feria, acuden apresurados desde el cerro para verlas.
Y ellas, graciosas y sonrientes, empiezan
a pasear por el real, con sus cortejos, mientras allá en una esquina, el hebreo
de barba blanca espera en su puesto de dátiles y de dulces, que sea más tarde,
para “hacer su agosto”.
Cañete de las Torres, pueblecito oscuro y
triste, se engrandece en sus días de feria. Allí acude todo el señorío de los
pueblos inmediatos, y jiennenses y cordobeses fraternizan en estas tardes y se
mezclan en tratos y negocios.
La calle de la feria, la mejor del pueblo,
está adornada primorosamente: hay farolillos a la veneciana, arcos de follaje,
a derecha e izquierda tiendas de juguetes, de platería y de talabartería, y en
el centro un tablao donde la murga del pueblo ejecuta escogidas piezas.
Y a su compás pasean las lindas
pueblerinas, mientras sus mamás, ya cansadas y fatigosas, toman asiento en
sillas que hay colocadas en una acera de la calle.
Del cerro donde está el ganado vienen
relinchos de caballo, mugir de toros y voces de discusiones acaloradas.
Un señor alto, grueso y con patillas,
acompañado de otro joven de marsellés y con larga vara de fresno en la mano, se
acercan al grupo de las mamás y las saludan finos y galantes, después el joven
se va a pasear con las muchachas.
Han llegado, gentiles y primorosas, dos
señoritas de Porcuna, que saludan afectuosamente a las de Bujalance, y pasean
con ellas. Los muchachos, galantes, les regalan dulces del hebreo, y una de
ellas despierta admiración por su belleza. Es rubia, fina y esbelta; al reír luce
sus blancos dientes, como perlas; tiene la gracia ingenua de la mujer andaluza,
y sus ojeras melancólicas azulean como las de una novia joven…Ella oye
requiebros con agrado, sonríe a todos, y cuando llega la hora de la despedida,
y en su coche se aleja de la feria, los muchachos entusiasmados, le arrojan una
lluvia de flores y de dulces. La de Porcuna triunfa aquella tarde en Cañete, y
el encaje de su mantilla blanca se ha llevado prendido un corazón.
La tarde otoñal cae lenta. Se inicia en la
feria el regreso, y la gente señoril bujalanceña busca sus coches y sus
caballos y se pone en marcha. El regreso, como la ida, es animado y pintoresco.
Sobre las muchachas de los coches cae una
lluvia de peladillas y de dulces que le arrojan los jinetes a cada instante.
Pero entre ellas y ellos hay algo aquella tarde que los separa; ellos, en el
regreso, se muestran más fríos y menos galantes, y más tarde, cuando ya de
noche, en Bujalance, se vuelven a reunir en el baile del casino, el recuerdo de
la rubia de Porcuna flota melancólico sobre sus almas.
Lástima que la crónica apenas si trasciende
del ámbito estrictamente señorial. Se queda uno con las ganas de conocer como
participaban de la fiesta aquellos otros que “a fuerza de privaciones eran
capaces de ahorrar una peseta para gastarla en la feria del vecino pueblo”.
Entre los asistentes de la vecina villa de Porcuna, con una propiedad de
la tierra menos concentrada que en Bujalance, junto al rico propietario debían
mezclarse bastantes peoneros, arrendatarios, pequeños y medianos propietarios,
cuyo desplazamiento debía de realizarse por medios bastante más humildes. La tradicional
jamuga, con su colcha más o menos lujosa, por caminos y veredas, debió ser el
medio más ligero para hacerse acompañar de la pareja. La adquisición de productos
para la confección de platos y postres relacionados con la festividad de Los Santos
(orejones, almendras, membrillos…) creo que sigue vigente todavía (hace algunos
años ya que no visito Cañete por Feria).
Peonera porcunera (de buen año) |
Para terminar con este vaciado de informaciones,
tomadas a salto de mata, relatar que la feria del año 1905, marcado por la
crisis agraria y la sequía, también se celebró, aunque sin la asistencia de la
tradicional y lujosa caravana de la vecina Bujalance (record de la polvareda). El mercado estuvo bastante desanimado, ya que sólo pudieron hacerse 1/3 parte
de las transacciones de costumbre: “los feriantes se quejan de la nulidad de
los negocios”.
Al hilo del final de la crónica
remitida por el corresponsal cañetero, para no dejar inmaculado el capítulo de
sucesos, el alcohol y el dinero parecen ser los responsables del asesinato
perpetrado en la feria de 1908, en la que dos gitanos dieron muerte a un
compañero, en el mismo cerro donde se presenta el ganado y a pocos pasos de la tienda
de los labradores de Bujalance.
Muy interesante la entrada y es una pena que se vayan perdiendo las ferias de ganado,ciertamente las reseñas siempre hacen referencia a los más afortunados y casi nunca al pueblo llano.
ResponderEliminarGracias por este artículo,saludos
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Hola Alberto pásate por mi blog y recoges tres premios que te he concedido.Para cualquier duda sobre ello no dudes en contactar.Saludos
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