Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

01 octubre 2012

La Gran Feria de Ganado de Cañete de las Torres a principios del siglo XX .


Feria de la Salud - Córdoba 1915 (Fot. Castellá)

     La Feria de San Miguel de la villa cordobesa de Cañete de las Torres, por calendario y ubicación geográfica, ha sido tradicionalmente una de las ferias de ganado más notables y visitadas por los habitantes de una de las comarcas agrícolas más ricas de Andalucía (Campiña de Jaén y Córdoba).
    Crónicas y anuncios de principios del siglo XX ya la refieren como una de las más importantes y renombradas desde tiempo inmemorial, siendo tradicional la concurrencia de hasta quince poblaciones limítrofes o cercanas. 


     Bujalance y Porcuna, por proximidad y por el propio peso específico de sus respectivas agriculturas, históricamente la han tenido como referente por la importancia y volumen de sus transacciones ganaderas.



     Por poner un ejemplo, a la del año 1909, a la que pertenece la fotografía, acudieron feriantes que presentaron más de cinco mil cabezas de ganado, que fueron vendidas muy bien entre los numerosos compradores de los pueblos que asisten a esta feria.


Otras Ferias

1901
1903

     En esos mismos albores del siglo XX, se da la circunstancia de que la Feria de Bujalance, que se iniciaba el 24 de septiembre, prácticamente quedaba ensombrecida en lo comercial por la de Cañete, que venía a ser una prolongación de aquella:


Desde Bujalance

De la crónica remitida por Antonio Zurita al Diario de Córdoba (1903)


     Hubo años, que el Círculo de Labradores de Bujalance desplazaba y montaba su propia tienda de campaña.
     Sobre la manera en que se realizaba aquella peregrinación con el doble carácter comercial y festivo, con predominio del elemento señoril, a la grupa de briosos corceles, y de un numeroso cortejo de carruajes de lujo, para las damas y señoritas, nos ha llegado una crónica costumbrista y elitista firmada por el escritor y dramaturgo bujalanceño, Antonio Jiménez Lora. Fue publicada originalmente en el Diario de Córdoba en el año 1907, del que era asiduo colaborador este funcionario de Hacienda, para engrosar finalmente lo que sería su primer libro: "Del ambiente provinciano: cuentos y prosas" (1912).
     Sin entrar en el cuestiones sobre su valor literario (su autor no ha pasado precisamente a la historia de la literatura, aunque tenga dedicada una calle en Córdoba capital), nos sirve, al menos, para hacernos una idea sobre cómo se desarrollaban esas típicas ferias-mercado en nuestros pueblos hace ahora más de un siglo, y que nada tienen que ver ya con las maneras actuales, pese al empecinamiento en muchos pueblos por recuperar simbólicamente esas ferias de ganado que hace ya bastantes años dejaron de tener sentido.

Una feria andaluza

     Las campanas del pueblo repiquetean alegres, anunciando a vísperas, y todo el señorío bujalanceño se prepara a marchar aquella tarde a la feria de Cañete.
     En las calles céntricas del pueblo hay un movimiento inusitado; se oyen crujir los látigos, voces de cocheros que jalean a las bestias de sus vehículos y éstos pasan ligeros, ocupados por muchachas bellas, ataviadas con mantillas blancas, y que van triunfadoras a la feria.
     En la puerta del casino algunos señores viejos presencian embobados el desfile, que resultó pintoresco.
     Al lado de los carruajes, y haciendo caracolear a sus caballos, briosos y enjaezados a la jerezana, van los señoritos del pueblo, gallardos y airosos, galanteando a las muchachas donjuanescamente.
     Y  ya en plena carretera, en la tibia y clara tarde otoñal, la cabalgata marcha alegre, con la charla animada; la lluvia bulle en los labios femeninos, y los rostros bellos, con mantilla blanca, se colorean de rubor al escuchar el piropo andaluz gracioso.
     La cabalgata entra triunfante en las calles de Cañete; se dejan los coches y los caballos en la plaza, y todo el gentío señoril se dirige a pie hacia el real.




     -Ya han llegado los de Bujalance- se oye decir por todas partes. Y ganaderos, corredores y gitanos, toda la gente de la feria, acuden apresurados desde el cerro para verlas.
     Y ellas, graciosas y sonrientes, empiezan a pasear por el real, con sus cortejos, mientras allá en una esquina, el hebreo de barba blanca espera en su puesto de dátiles y de dulces, que sea más tarde, para “hacer su agosto”.
     Cañete de las Torres, pueblecito oscuro y triste, se engrandece en sus días de feria. Allí acude todo el señorío de los pueblos inmediatos, y jiennenses y cordobeses fraternizan en estas tardes y se mezclan en tratos y negocios.
     La calle de la feria, la mejor del pueblo, está adornada primorosamente: hay farolillos a la veneciana, arcos de follaje, a derecha e izquierda tiendas de juguetes, de platería y de talabartería, y en el centro un tablao donde la murga del pueblo ejecuta escogidas piezas.
      Y a su compás pasean las lindas pueblerinas, mientras sus mamás, ya cansadas y fatigosas, toman asiento en sillas que hay colocadas en una acera de la calle.
      Del cerro donde está el ganado vienen relinchos de caballo, mugir de toros y voces de discusiones acaloradas.
     Un señor alto, grueso y con patillas, acompañado de otro joven de marsellés y con larga vara de fresno en la mano, se acercan al grupo de las mamás y las saludan finos y galantes, después el joven se va a pasear con las muchachas.




     Han llegado, gentiles y primorosas, dos señoritas de Porcuna, que saludan afectuosamente a las de Bujalance, y pasean con ellas. Los muchachos, galantes, les regalan dulces del hebreo, y una de ellas despierta admiración por su belleza. Es rubia, fina y esbelta; al reír luce sus blancos dientes, como perlas; tiene la gracia ingenua de la mujer andaluza, y sus ojeras melancólicas azulean como las de una novia joven…Ella oye requiebros con agrado, sonríe a todos, y cuando llega la hora de la despedida, y en su coche se aleja de la feria, los muchachos entusiasmados, le arrojan una lluvia de flores y de dulces. La de Porcuna triunfa aquella tarde en Cañete, y el encaje de su mantilla blanca se ha llevado prendido un corazón.
     La tarde otoñal cae lenta. Se inicia en la feria el regreso, y la gente señoril bujalanceña busca sus coches y sus caballos y se pone en marcha. El regreso, como la ida, es animado y pintoresco.
     Sobre las muchachas de los coches cae una lluvia de peladillas y de dulces que le arrojan los jinetes a cada instante. Pero entre ellas y ellos hay algo aquella tarde que los separa; ellos, en el regreso, se muestran más fríos y menos galantes, y más tarde, cuando ya de noche, en Bujalance, se vuelven a reunir en el baile del casino, el recuerdo de la rubia de Porcuna flota melancólico sobre sus almas.


     Lástima que la crónica apenas si trasciende del ámbito estrictamente señorial. Se queda uno con las ganas de conocer como participaban de la fiesta aquellos otros que “a fuerza de privaciones eran capaces de ahorrar una peseta para gastarla en la feria del vecino pueblo”.




     Entre los asistentes de la vecina villa de Porcuna, con una propiedad de la tierra menos concentrada que en Bujalance, junto al rico propietario debían mezclarse bastantes peoneros, arrendatarios, pequeños y medianos propietarios, cuyo desplazamiento debía de realizarse por medios bastante más humildes. La tradicional jamuga, con su colcha más o menos lujosa, por caminos y veredas, debió ser el medio más ligero para hacerse acompañar de la pareja. La adquisición de productos para la confección de platos y postres relacionados con la festividad de Los Santos (orejones, almendras, membrillos…) creo que sigue vigente todavía (hace algunos años ya que no visito Cañete por Feria).

Peonera porcunera (de buen año)
     Para terminar con este vaciado de informaciones, tomadas a salto de mata, relatar que la feria del año 1905, marcado por la crisis agraria y la sequía, también se celebró, aunque sin la asistencia de la tradicional y lujosa caravana de la vecina Bujalance (record de la polvareda). El mercado estuvo bastante desanimado, ya que sólo pudieron hacerse 1/3 parte de las transacciones de costumbre: “los feriantes se quejan de la nulidad de los negocios”



     Al hilo del final de la crónica remitida por el corresponsal cañetero, para no dejar inmaculado el capítulo de sucesos, el alcohol y el dinero parecen ser los responsables del asesinato perpetrado en la feria de 1908, en la que dos gitanos dieron muerte a un compañero, en el mismo cerro donde se presenta el ganado y a pocos pasos de la tienda de los labradores de Bujalance.

2 comentarios:

  1. Muy interesante la entrada y es una pena que se vayan perdiendo las ferias de ganado,ciertamente las reseñas siempre hacen referencia a los más afortunados y casi nunca al pueblo llano.
    Gracias por este artículo,saludos

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  2. Hola Alberto pásate por mi blog y recoges tres premios que te he concedido.Para cualquier duda sobre ello no dudes en contactar.Saludos

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