María del Pilar de León y de Gregorio vino al mundo
en Córdoba el 30 de diciembre de 1842. Sus padres fueron el Coronel de
Caballería Carlos de León y Navarrete, caballero profeso de la Orden de
Calatrava, maestrante de Granada y un largo etcétera de distinciones, y doña María del Pilar de Gregorio y
Ayanz de Ureta.
Sus
primeros años de vida trascurrieron plácidamente en la ciudad de Granada,
pasando posteriormente a residir a la isla de Cuba, hasta donde su padre, retirado
del servicio activo por mutilaciones de guerra, fue destinado para desempeñar importantes
cargos en la administración civil (Administrador General de Correos y ministro
supernumerario del Tribunal de Cuentas de la colonia).
En 1864
contraería matrimonio en La Habana (Cuba) con el teniente de navío Victoriano Díaz de Herrera y Serrano, hijo de un Tte.General de la Real Armada y comandante de aquel apostadero.
Al quedar
prematuramente viuda se casa con el periodista, político y escritor Antonio Mantilla de los Ríos y Burgos (1874). Como testigos y padrinos del nuevo
enlace actuaron el General Serrano y señora, cuya amistad se remonta a su etapa
de residencia en La Habana cuando éste ocupara la Capitanía General de Cuba
(1859-1862). La esposa de Serrano tenía verdadera intimidad con Pilar, hasta el
punto de considerarla y albergarla como de la familia.
Restaurada la monarquía, de la mano de su nuevo
cónyuge, beneficiado por Alfonso XII con el título de Marqués de Villamantilla,
pasará a ejercer como embajadora consorte de España en las legaciones
diplomáticas de Washington y Constantinopla.
Vuelve a
enviudar y es a partir de entonces cuando su domicilio de la calle Barquillo de
la capital de España, termina convirtiéndose en punto habitual de reunión de lo
más granado de la aristocrática sociedad madrileña.
Allí
conocería al acaudalado diputado conservador malagueño Martín Larios y Larios,
también viudo, con el que pasaría por el altar una tercera vez. Su boda,
celebrada ante el Arzobispo de Madrid en noviembre de 1887, revistió caracteres
de discreción, casi de secretismo, por las consecuencias económicas que el
matrimonio podría tener sobre terceras personas. De hecho, la madre y hermano de don Martín
Larios iniciaron un pleito judicial para privarle de la capacidad legal y de
la administración de sus bienes. La enajenación mental alegada por la familia
en el litigio, desarrollado a lo largo de todo el año 1888, no sería finalmente
considerada. La sentencia a favor quiso celebrarla el presunto enajenado
adquiriendo el Palacio de Villahermosa en la Plaza de las Cortes:
“Aquella
morada, alhajada con todos los refinamientos del lujo y todas las exquisiteces
del buen gusto”, figuró como una de las
más notables de la sociedad de Madrid”.
El nuevo
dueño del palacio pudo disfrutar por poco tiempo de sus lujosas dependencias,
así como de la compañía de su nueva esposa, pues dejaba de existir en junio de
1889. La quinta parte del patrimonio del finado, valorado en 75 millones de
reales (15), le correspondió como herencia a su viuda.
Al fallecer
Martín Larios, Pilar de León, ya entre las más elegantes,
distinguidas y conocidas damas de la corte, honrada por S.M. con el título de
Marquesa de Squilache, es cuando estrecha sus lazos con la ciudad granadina de Motril.
Algunas de las propiedades que la sociedad Hijos de Martín Larios (dueña del
ingenio azucarero de Nuestra Señora de la Cabeza) tenía en la comarca, debieron recaer sobre su
persona, aunque sus vínculos con Motril arrancan de atrás. La hermosa fábrica
de azúcar de Nuestra Señora del Pilar, inaugurada en 1883 y provista de todos
los adelantos de la industria, fue bautizada así por expreso deseo de
Doña Pilar de León, por entonces marquesa viuda de Villa- Mantilla, que participó
en aquella primera sociedad al lado de Sres. Burgos, Domínguez y García.
Para poder inspeccionar sobre el terreno sus
intereses, pasará largas temporadas en una coqueta quinta que se acondicionó en
la casa anexa a las propias instalaciones de la Fábrica del Pilar, que
sometería a nuevas reformas y ampliaciones
una vez que consigue hacerse con el total de su accionariado.
Instalaciones fabriles y vivienda
(futurible Museo Industrial del azúcar)
El final de sus temporadas en Motril era acogido
siempre con satisfacción en la corte, pues volvían a activarse las reuniones y
saraos por ella organizados en los ostentosos salones de su palacio de Villa
Hermosa, donde vivirá el resto de su vida rodeada de sirvientes, altas
personalidades y dignidades de las que solían frecuentar su trato.
En ninguna
otra casa de Madrid se recibía tan asiduamente y con tanto esplendor como en el
nº 4 de la Plaza
de las Cortes:
“La
mesa siempre dispuesta para diez o doce cubiertos; sus salones siempre abiertos
e iluminados espléndidamente, las porcelanas y los jarros de Bohemia rebosando
de flores; las plantas de estufa formando esplendido dosel a la hermosura, y
sobre todo, y por encima de todos estos atractivos, la conversación amena y
chispeante de la señora de la casa”.
Partidas de bridge en el salón de confianza |
La
piedad de una dama
La
marquesa de Squilache acaba de ser objeto de una cariñosa ovación ganada con un
rasgo de su corazón generoso.
En uno de
los días de la pasada primavera, durante su permanencia en Motril, salió la
marquesa a dar un paseo en carruaje, llegando hasta Torrenueva, donde se
encontró entre ansioso grupo de mujeres y de niños, que aguardaban la vuelta de
los pescadores con incertidumbre del resultado de la pesca del día.
Bien
pronto se divisaron las barcas pescadoras y al poner los pies sobre la arena
aquellos hombres de curtido rostro, se desarrollaron escenas que conmovieron el
corazón de la marquesa.
La pesca
había sido escasa; el producto sería nulo.
La dama
echó mano a su portamonedas y repartió entre aquellas buenas gentes todo el
dinero que llevaba, y cuando satisfecha de su buena acción se disponía a partir
entre las aclamaciones de todos aquellos seres agradecidos, una palabra llamó
la atención y la obligó a detenerse.
-Misa, misa- gritaban las mujeres entre
sollozos.
Era que el
pueblo carecía de iglesia y se veían privados de excitar actos religiosos, a
menos de acudir a los más próximos.
La
marquesa de Squilache, conmovida por tan reiteradas súplicas, prometió al
pueblo que el próximo día del Carmen se diría misa en una capilla construida a
sus expensas.
Ha
cumplido su oferta el día del Carmen ante una preciosa imagen de la Virgen enviada desde
Madrid, se dijo la primera misa en el
pueblo de Torrenueva.
El
Alcalde y el diputado del distrito, señor Jiménez Caballero, dirigieron a la
marquesa de Squilache con este motivo telegramas de felicitación, haciéndose
interpretes del entusiasmo y agradecimiento del pueblo.
(Heraldo de Madrid 18 de julio de 1897)
Se le conocen otras muchas obras pías en Motril,
como la escuela de párvulos fundada a su iniciativa en 1893: “doscientos niños tienen allí, no sólo
educación, sino alimento que los mantiene rollizos y sanos”.
Para
sufragar iniciativas como esta se aprovecha de su fama y capacidad de
convocatoria a nivel local:
“Nos escriben de Motril diciéndonos que
aquella industriosa población se ha animado mucho con la llegada de la marquesa
de Squilache, que en unión de otras señoras de la localidad, prepara para los
días de Pascua una gran rifa a beneficio de las escuelas de niños pobres. S.M.
la reina ha enviado una hermosa copa de bronce repujado, estilo Renacimiento,
para que figure en la rifa. La copa que es de media vara de alta, va encerrada
en un elegante estuche de terciopelo.
Hay otros muchos lotes preciosos, donativos
de señoras de Madrid, Granada y Motril, que unidos a los que la marquesa
costea, dan muchos alicientes a la caritativa rifa, que asegurará el pan para
el próximo invierno a los infelices niños que asisten a las escuelas”.
(La Correspondencia de España 27 de marzo de 1895)
La iglesia-capilla de la Virgen del Carmen de
Torrenueva no fue costeada íntegramente a sus expensas, como se viene
considerando, sino que fue sufragada mediante lo recaudado en una de sus famosas
cuestaciones.
Su
generosidad se extiende, como es lógico, a la patrona de la ciudad. Son varios
los mantos y enseres, lujosamente bordados, donados a Nuestra Señora de la Cabeza, que aún se
conservan y lucen en sus desfiles procesionales.
Su influencia y prestigio entre los notables que
frecuentaban su casa sería requerida en más de una ocasión por alcaldes y
diputados del distrito de Motril a efectos de partidas económicas y libramientos
con los que ejecutar obras en beneficio de la comarca (Ej. Obras de saneamiento
de los márgenes del Guadalfeo para evitar las frecuentes inundaciones de la
vega de Motril).
Para
la campaña del año 1901, el tradicional tira y afloja entre fabricantes y cosecheros
a la hora de fijar los precios de la caña, alcanza un alto grado de tensión e
indignación entre éstos últimos. La caída de los precios y unas condiciones
leoninas impuestas unilateralmente por los primeros, lesionan seriamente los
intereses de labradores, medianos-pequeños propietarios y colonos, que veían disminuidas
sus utilidades de una forma drástica. El malestar se extiende a la población
jornalera, cuyos salarios también resultaban afectados. Los reproches van
dirigidos principalmente contra la potente familia Larios, con diferentes
instalaciones industriales diseminadas a lo largo del litoral mediterráneo,
cuya gerencia establecía el precio base, al que se terminaban ajustando (y
beneficiando) el resto de fabricantes. La tensión llega a tales extremos de
violencia que en la noche del día 29 de marzo la fábrica de Nuestra Señora de
la Cabeza en Motril, propiedad de la familia Larios, es incendiada deliberadamente (véase enlace) por
una enfervorizada turba de exaltados.
Estado de una de las naves despues del incendio |
En los años siguientes el sector del azúcar se mantiene en crisis y la Fabrica del Pilar de la marquesa de
Squilache, terminaría reportándole más quebraderos de cabeza que beneficios,
hasta que en 1903 la traspasa a una recién constituida Sociedad General Azucarera.
Desde
entonces se desvincula definitivamente de la ciudad Motril centrándose en sus actividades
cortesanas. Grande de España desde 1910, Dama de la Reina, presidenta de la Junta de Damas de la Cruz
Roja, vocal del Consejo Superior de Protección a la Infancia, presidenta
honoraria del Circulo de Bellas Artes, fueron algunas de las distinciones que
fue acumulando hasta su muerte acaecida en Madrid el 8 de mayo de 1915, a la
edad de 73 años.
maravilloso
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