Pérez, Dionisio (Post-Thebussem). Guía del buen comer español. Madrid, Sucesores de Ribadeneyra. Patronato Nacional del
Turismo, 1929. 4º m, 356 páginas.
Ando últimamente interesado por estos temas como
consecuencia de ciertos planes de futuro que desfilan de vez en cuando por mi
cabeza al objeto de intentar poner fin a ciertas anomalías y tiranías que me
oprimen en el presente (hace falta valor).
Documentándome,
me he topado con un viejo libro de cocina del que es autor el periodista y
escritor gaditano Dionisio Pérez Gutiérrez, que en materia gastronómica se hizo
famoso con el sobrenombre de Post-Thebussen, continuador de la línea iniciada
por su paisano Mariano Pardo de Figueroa (Dr. Thebussen), a quien Pérez admiraba.
Arroz
a banda
El arroz a banda o arroz aparte es otro
sencillo plato típico de pescadores que admite multitud de variantes en función
de los ingredientes que se le incorporen.
El recogido por Dionisio Pérez:
El recogido por Dionisio Pérez:
Y si en
tus excursiones llegares hasta la playa de Almuñecar, podrás gustar un arroz a banda,
que difiere bastante del clásico que comerás, sin duda, cuando recorriendo
España llegues al Grao de Valencia. Este
arroz motrileño se hace, no con langostinos, sino con pescado blanco,
singularmente con trozos de pescada o merluza, y no tiene otro arte que la
sazón y el punto, en el que son extremados acertadores los pescadores que lo
guisan.
Aprovechando mi reciente entrada en el periodo
vacacional de guiso de Juan Palomo (no están las economías para mucha comida
extra domiciliaria) he tenido la oportunidad de poner en práctica estas dos
sencillas recetas, con resultados espectaculares y gratificantes para el
paladar. Como nunca he sido demasiado amigo de la espina en el pescado, he
alterado ligeramente la receta original prescindiendo de cabezas y raspa:
COCINA DE CAMPIÑA
Post-
Thebussen a la hora de aproximarse a las cocinas de la provincia de Córdoba
contó con la inestimable colaboración de don Antonio Galán Polo, un labrador, moderno
industrial y comerciante afincado en localidad de Cañete de las Torres, pionero en
la comercialización envasada de sus acreditados garbanzos.
En base al razonamiento ya empleado para la mar,
allí donde los productos de la tierra son iguales, sus cocinas, sino idénticas,
deben diferir poco. De ahí que, las recetas de cocina cortijera y familiar, que
vamos a conocer a continuación merced a este emprendedor cañetero, se pueden y se deben
asociar a las de las localidades vecinas objeto de este espacio, adscritas al
mismo tipo de agricultura mixta de cereal, olivar y leguminosas: Porcuna y
Castro del Río. Estas poblaciones, desde antiguo, han estado comunicadas a
través de la vereda de Porcuna a Castro del Rio (Camino de Castro) que para
algunos historiadores se corresponde con la antigua vía romana que unía Obulco
con Ulia, con escala en Ituci Virtus Iulia (Torreparedones).
Nos cuenta
Post-Thebussen:
Ascendamos de los pastores, cortijeros y camperos a los pueblos de la campiña cordobesa. He aquí los guisos familiares: pepitoria de pavo, gallina o pollo; arroz con gallina o pollo; guiso de esparragos trigueros o de espinacas. Con pequeñas diferencias, estos guisos se hacen a la manera general andaluza.
Debo a un inteligente labrador de Cañete de las Torres, don
Antonio Galán Polo, una información muy completa de la cocina típica popular
cordobesa. Gracias a esta cooperación valiosa, puedo hacer una clasificación
precisa. En primer lugar enumeraré los platos cortijeros o camperos; los guisos
que suelen hacer las familias que viven aisladas en los cortijos y casas de
labor.
Breve y humilde
cocina: olla, salmorejos y carnerete,
migas y gazpacho, pero todo ello característico y curioso; digno de ser
conocido por el viajero que cruza una región extraña y quiere apreciarla en su
justa medida y digno de estudio para los técnicos. He aquí La Olla: la candela –
como allí se llama a la lumbre – se hace con paja de los cereales y gárgolas de
las leguminosas que se recolectaron. De sobrenoche se pusieron los garbanzos en
agua. Antes de echarlos, llegada la mañana, dentro del puchero que ya hierve,
se le rocía con esta agua hirviendo, dejándolos así unos minutos (práctica
curiosa) y echándolos luego en el puchero, procurando no dejen de hervir.
Pasada una hora de cocción se le agrega el tocino. Media hora antes de comerlo
se le une la berza. No se parece esta olla a ninguno de los cocidos andaluces
ni castellanos que encontraremos en nuestra excursión gastronómica por las
provincias de España.
El
salmorejo de ordinario es un planto bastante económico:
es un simple majado – con la amplia significación que este verbo tiene en la
cocina andaluza y que excede a la sinonimia de machacar que le atribuye la
Academia: es machacar y batir y resobar incansablemente, hasta dejar el majado
hecho papilla, polvo o pasta finísima - . Es un majado, como digo, de ajos,
sal, molla (miga de pan) y aceite crudo, agregándole luego vinagre y agua. Como
se ve es el llamado gazpacho andaluz, sin tomates ni pimientos. Los días de
fiesta o de mayor hambre o de mejores posibilidades, en lugar de pan, se labra
con igual resobado echándoles huevos duros y un poco de tomate.
El
carnerete es un es un salmorejo de lujo en el que no hay carnero como
pudiera imaginarse. La molla se pone frita y además se agregan rebanaditas de
pan y huevos batidos, friéndose luego todo junto en una sartén. Plato extraño
que parece de muy buena sabrosidad a cortijeros y camperos.
Las
migas son hermanas de las que se hacen en Extremadura y en los campos
sevillanos y gaditanos, salvo cuando se puede disponer de chorizos, que se
agregan cortados a rodajas, o se cazaron pajaritos y se los fríe y entremete
entre las migas.
El
gazpacho es cosa semejante al de las demás andaluzas y al propio
salmorejo. Aquí no se le maja en resonante almirez de cobre, sino en dornillo
de madera, que no es precisamente el dornajo y dornillo que define la academia,
sino sinónimo y sustituto del mortero.
Ascendamos de los pastores, cortijeros y camperos a los pueblos de la campiña cordobesa. He aquí los guisos familiares: pepitoria de pavo, gallina o pollo; arroz con gallina o pollo; guiso de esparragos trigueros o de espinacas. Con pequeñas diferencias, estos guisos se hacen a la manera general andaluza.
Vale la pena llamar la atención sobre la Paella
de Campiña. Tiene de singular, comparando con otras paellas hermanas o
primas, que no se hace rehogado previo en sartén, sino que se colocan en una olla
pedazos de jamón con tocino, trozos de pollo o gallina, ruedecitas de chorizo o
pajaritos y como condimentos pimienta, clavos, cebollitas, laurel y ajos
asados, agregando el arroz fundamental y el agua precisa.
Mas corriente, y
con curiosas particularidades también que interesan a los técnicos, es este
otro grupo: el potaje de habichuelas
secas, que se hace con dos procedimientos diferentes; frito de pechugas de gallina o pollo rellenas, donosa invención y
delicioso plato, de apariencia clásica, que me parece ha pasado del aislamiento
de esta sierra y estos campos cordobeses a más de un recetario francés, y la
pescada al horno, mechándola de tirillas de jamón y acompañándola en su tortura
rodajas de cebolla y de limón y un poco de vino…
He aquí además,
las Albóndigas
a la Cañetera, que se conocen y hacen también en otras partes de
Andalucía, y he aquí las gachas que es costumbre comer el Día de Todos los
Santos, con su agregado de perfumado ajonjolí (creemos que debe referirse a la
matalauva), y he aquí, como también curiosa singularidad, este llamado
picadillo, especie de ensalada, en la que la naranja hecha rodajas se hermana
con cebolla picada, pimientos morrones a tiras, bacalao desmenuzado y aceite
cruzo bien sazonado mareado y revuelto. Es comida muy generalizada en los
pueblos cordobeses.
En la capital y
en las ciudades grandes el viajero podrá conocer muchos de estos platos, si le
apetecen, leída su descripción, pero, singularmente, le sería grato conocer la ternera con alcachofas a la cordobesa,
que es sabia composición en la que agarra al apetito el vaho del vino de
Montilla que se pusiera, con otras gustosas cosas, en su condimento.
Posiblemente, si las informaciones le hubieran
llegado a Post-Thebussen a través de un corresponsal castreño hubiera incluido
otros platos estrella de su gastronomía popular como el “mojete de patatas” o las “tortillitas de San José” (las albóndigas de los pobres). Si éste hubiera sido
porcunense o porcunero, seguro que no
hubiera omitido los maimones, las guitarras
(potaje de habas secas) o el “aceite y vinagre”,
que guarda cierto parecido con el picadillo cañetero, aunque lo veo más cercano
al “remojón de naranja” típico de las
poblaciones granadinas del Valle de Lecrín.
En Castro del Río he tenido la oportunidad de
degustar un exquisito puchero de garbanzos con verdolagas, cultivadas en los
corrales del hermoso patio de una casa-panadería, que creo que guarda bastante
similitud con “la olla cañetera”.
Las
exquisitas pechugas rellenas salseadas de Cañete de las Torres también las he
degustado en varias ocasiones en un bar, creo que desaparecido, ubicado en una
calle que arranca de la Plaza de España, cerca de sus casas consistoriales.
Y qué decir de las famosas pepitorias de ave, hasta hace
relativamente poco, plato estrella en los convites de boda de mi Porcuna natal.
Nota exculpatoria:
El
recurso al tendido de trampas para capturar
pajarillos y zorzales, o al más rápido y efectivo método del carburo,linterna, palmeta o alpargata en los días de viento, era una manera que tenían los
cortijeros de invertir el tiempo durante los días de holganza, a la vez que una
económica y casi única forma de alegrar la monótona alimentación, que según
usos y costumbres, estaba obligado a proporcionar el patrono, cuya calidad y cantidad no siempre
era la adecuada (véase alimentación mangurrina).
Me parece que esta entrada se hace merecedora de un
remate musical, con o sin bicarbonato, depende de los estómagos.
¡Buen
provecho tenga usted!
Alberto, aunque la descripción de la "olla cortijera" es sumamente realista, faltan algunos detalles necesarios para que el resultado sea el más fructífero, yo conocí personalemente todo el proceso de niño, pues durante varios años me fui con mi abuelo al cortijo de Carrasquilla y allí se hacía diariamente.
ResponderEliminarAl candela como la llama el autor tiene un nombre específico, que yo ahora no recuerdo, se hacía con las granzas que dejaban las caballerías, o mejor aún con paja de garbanzos o mezclando ambas, una vez hecha se regaba con abundante agua, para que no se pasara con rapidez y cuando estaba ardiendo, de cuando en cuando, había que rascarla y soplarla para retirar las cenizas y pavesas y avivarla, acercando cada vez más la olla o puchero a la paja que ardía en ese momento, pues iba retrocediendo según se consumía.
Era fundamental, espumar repetidas veces al olla, pues cuando comenzaban a hervir los garbanzos con el tocino creaba abudante espuma con impurezas que luego restaban sabor, así se eliminaban, sobre todo partículas de tocino más rancias. Dice el autor "procurando no deje de hervir", eso era clave para que los garbanzos no se pusieran duros, por ello como he dicho había que rascar cada cierto tiempo la paja y acercar la olla o puchero a la que ardía y sobre todo fundamental era tener junto a la olla un puchero con agua, para cuando había que agregarla a la coción, para reponer la perdida por evaporación, así estaba el agua agregada caliente y no se inerrumpía la cocción, que hubiera endurecido los garbanzos.
Otra costumbre que tenía mi abuelo, y que en mi casa se sigue practicando, era agregar al tiempo de la berza un tomate entero, que era retirado una vez cocido al tiempo de servir la "olla" y una vez majado con vinagre agregarlo y mezclarlo con los garbanzos.
Por último no sé si sabrás en que caso salía el caldo de la "olla" tan blanco como la leche.
Muchas gracias Antonio por esas aportaciones de tu experiencia personal. Vaya trabajaera que tenía tan suculento plato. Lo de el tomate entero incorporado y posteriormente retirado, antes de que deshiciciera, lo he conocido en una versión veraniega de cocino con berenjenas que se prepara en Castro del Río, a la que se agrega una vez en el plato ese majado de tomate y vinagre con especias. Delicioso.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDe hecho, era tan importante los pájaros en la dieta, que en Castro se tenía hasta una "letrilla", que tengo por ahí conservada y decía algo asi.:
ResponderEliminarZorzal inocente
pá que viniste
a España.
Si un jornalero
con cualquier cosa
te engaña.
Te caza con la red
te pilla con la costilla
y una noche
de aguanieve
cuando más tranquilo estás
te pega con la paleta
y cascas como
un zorzal.
No es la original. Pero así de cabeza!!! se puede ajustar más o menos a ella.
Otra forma de capturar el zorzal era con perchas confeccionadas con crin de caballo puestas al paso hacia las aceitunas de un olivo. Se utilizaba un reclamo de silbato o fuelle que reproducía el sonido del macho, que servía para atraer a la pieza hasta el lugar donde se habían colocado previamente las perchas: Juan Valera en su Pepita Jiménez la utiliza como parangón con otro tipo de señuelos: “Ella, tan libre, tan señora de su voluntad, avasallando la de todos y no dejándose cautivar de ninguno, ha venido a caer en tus traidoras redes. Esta santidad mentida fue, sin duda, el señuelo de que te valiste. Con tus teologías y tiquismiquis celestiales, has sido como el pícaro y desalmado cazador, que atrae con el silbato a los zorzales bobalicones para que se ahorquen en la percha”.
ResponderEliminarAlberto, ha, aunque esté prohibido quien sigue colocándolas, pero no utiliza ningún reclamo, el perchero en Porcuna siempre ha puesto las perchas en los olivos, buscando una rama posadero, las deja puestas durante meses y todos los días o cada dos días las revisa.
ResponderEliminarCon respecto a la caza con farol, yo he visto los utensilios, eran un farol con luz por un solo lado, que además podía taparse, un cencerro colocado con un asidero y una paleta hecha de una tranquilla de olivo, la mejor descripción de esta caza es la que se hace en La venganza de don Mendo.
MONCADA.- Ha de antiguo la costumbre
mi padre, el barón de Mies,
de descender de su cumbre
y cazar aves con lumbre:
ya sabéis vos cómo es.
En la noche más cerrada
se toma un farol de hierro
que tenga la luz tapada,
se coge una espada
y una esquila o un cencerro,
a fin de que al avanzar
el cazador importuno
las aves oigan sonar
la esquila y puedan pensar
que es un animal vacuno;
y en medio de la penumbra
cuando al cabo se columbra
que está cerca el verderol,
se alumbra, se le deslumbra
con la lumbre del farol,
queda el ave temblorosa,
cautelosa, recelosa,
y entonces, sin embarazo,
se le atiza un estacazo,
se le mata y a otra cosa.
MENDO.– No es torpe, no, la invención;
mas un cazador de ley
no debe hacer tal acción,
pues oyendo el esquilón
toman las avez por buey
a vuestro padre el Barón.
MONCADA.– Es verdad. No había caído...
Vuestra advertencia es muy justa
y os agradezco el cumplido.
¡El Barón, por buey tenido!...
No me gusta; no me gusta.