La
tela del padre
(Conclusión)
Ya
entonces encontré descifrada la personalidad del padre a que aludía el oficio
que en mi bolsillo llevaba; pero todavía no sabía una jota ni de la póstula ni
de la tela.
Íbamos
procesionalmente: primero las dos burras con el alguacil y el pregonero, y
después los ya dichos señores del pueblo, presididos por el vicario, el alcalde
y el padre cuaresmal.
Pronto
averigüe lo que era la póstula. Los postulantes éramos nosotros: el objeto de
la póstula eran el padre y su tela. Eso último es lo que faltaba comprender.
Llegamos a todas las casas: las de los ricos, las de los medianamente
acomodados y las de los pobres. El pregonero, hombre de buenos pulmones, se
entraba por los patios de adentro, gritando ¡Para la tela del padre!, sacando
en sus manos, ya una sarta de chorizos, ya un pedazo de jamón, ya un pedazo de
tocino, o bien un celemín de trigo, de garbanzos o de habas secas; algunas
gallinas, huevos a veces. Y en otras partes nos daban, no jamón, si no huesos
de jamón, lo cual no es lo mismo; medio queso, un puchero con miel, tres panes
oscuros como mis botas, puñados de alberjones o lentejas; un codillo, medio
cabrito, dos espinazos, algunas monedas de calderilla. En las tabernas ya se
sabe: un frasco de aguardiente o una mediana cantimplora de vino blanco.
Pronto
se llenó el seno de ambos serones, y en una esquina hicimos un alto forzoso,
mientras fueron llevadas las burras a descargar en casa del padre y volvieron
de vacío para continuar con nuestra tarea. Al cabo de tres o cuatro viajes por
el estilo llegó la noche, se acabó la póstula y acompañamos al padre cuaresmal
a su alojamiento, en cuyo umbral nos despedimos de él con las mayores muestras
de cortesía por ambas partes.
Mohíno
por demás regresaba yo a mi casa diciéndome. ¿Qué será lo que el padre hará con
todo eso? ¿Se lo irá a comer? Si lo hace revienta. Entonces, como si hubiera
adivinado mi curiosidad, se me acercó el alguacil y me dijo:
-
¡Qué
buena ha estado la póstula! Ya tiene el padre tela larga.
-
¡Ya
lo creo! – le contesté – Si se lo come todo…
-
No,
señor: es para la tela.
-
Pero
hombre, ¿qué tela es esa?
-
Una
tela que mañana se comprará con el dinero que den por todo, para hacerle al
padre camisas y calzones blancos.
-
Pero
diga V.: ¿Se ha venido el padre al pueblo sin calzones blancos?
-
Yo
no sé; pero es costumbre que lo que se saca de la póstula se venda mañana en la
puerta de su casa, cosa por cosa, y con ello se compra de lienzo hilado y
tejido en el pueblo cuantas varas quepan en el dinero recogido.
-
¡Gracias
a Dios que ya lo he comprendido todo! Hemos ido nosotros con el padre cuaresmal
para estimular la piedad del vecindario, y el padre va a quedar surtido de esta
hecha, al menos de ropa blanca, si no saca otra cosa de sus sermones.
-
¡Que
si quieres! ¡Eso no es más que una friolera! En buenos pesos duros le pagan al
padre los sermones, y además comido y bebido toda la Cuaresma. Lo de la tela es
un plus de campaña, como el que a mi me dieron algunas veces en el servicio del
rey.
-
¿Y
todos los años es lo mismo?
-
Lo
mismo.
-
Pero
hombre, ¿no sería más decoroso hacer la póstula en dinero, dárselo al padre, y
que él se comprara lo que más falta le hiciera?
-
No,
señor, porque en dinero no se junta en el pueblo ni cien reales. La mayor parte
de las mujeres que dan una libra de tocino, que vale siete, o un celemín de
trigo, que vale tres, si dan dinero no pasan de cuatro o seis cuartos.
Me quedé convencido, aunque por afán de
replicar le dije:
-
Pues
si el padre viene muchos años, en poco junta una tienda.
-
Es
que a éste no le volvemos a llamar hasta que se calcula que la tela se ha
roto. Llamamos a otros y van alternando.
A semejante abrumadora lógica nada tuve
que contestar, pero el alguacil, que tenía ganas de conversación, siguió
diciéndome:
-
La
póstula de este año ha sido buena porque el campo se presenta bien, porque
anteayer se le dio una paliza al comisionado de apremio que mandaron de Córdoba
, y porque el padre ha dado gusto.
-
¿Cómo
gusto?
-
Porque
ha hecho llorar a todas las mujeres y a muchísimos hombres.
-
¡Vaya
un gusto!
-
Si
señor; y ha arreglado dos docenas de matrimonios mal avenidos, convenciendo a
los maridos de que no deben reparar en pequeñeces.
-
¡Ah!
Si, como en la corte. Allí tampoco se repara en pequeñeces.
-
Y
las mujeres…
-
¿También
convence a las mujeres?
-
Si
señor: de que cuanto más tiempo están los hombres en la taberna, más libres
están ellas en su casa para hacer su santísima voluntad. Y, luego ¡vaya un pico
de oro! ¡Como relata lo de la Magdalena, cuando limpio del sudor y la sangre la
cara del Señor, y de la Verónica, que derramó sobre los pies de Jesús ungüento,
de modo que dicen que huele mucho, y se los secó con sus cabellos!
-
¡Hombre!
Eso no lo pudo decir el padre. Pasó todo lo contrario: la Verónica fue la que
con el lienzo sacó estampada la efigie del Señor, y la magdalena la que en el
cenáculo se presentó y ungió sus pies.
-
Tiene
usted razón, eso fue lo que dijo. Sino que siempre que se habla del cenáculo me
acuerdo de Judas. Si está usted aquí el Sábado Santo verá cómo le fusilamos.
-
¡Pero
hombre, si judas se ahorcó!
-
No
le hace. Para judas no hay cuartel, ahorcado y todo, se le fusila.
-
Muy
bien hecho.
Llegamos a casa y me separé del alguacil.
A los pocos días tuve que hacer mis
visitas de despedida, Una de las de rigor era la del padre cuaresmal.
Le recomendé que siguiera arreglando los
muchos matrimonios desavenidos que aun había en el pueblo, y él me ofreció
hacerlo con unción verdaderamente evangélica.
Sobre un antiguo sofá que en la estancia
ocupaba el principal testero se veian tres o cuatro rollos de lienzo blanco y
prensado.
Aquello era la tela del padre.
AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO
La prometida reseña biográfica sobre este
literato cordobés, por laboriosidad y cuestiones de tiempo, queda pospuesta
hasta nueva orden.