Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

25 febrero 2012

LA TELA DEL PADRE (Conclusión)


La tela del padre
(Conclusión)

      Ya entonces encontré descifrada la personalidad del padre a que aludía el oficio que en mi bolsillo llevaba; pero todavía no sabía una jota ni de la póstula ni de la tela.
      Íbamos procesionalmente: primero las dos burras con el alguacil y el pregonero, y después los ya dichos señores del pueblo, presididos por el vicario, el alcalde y el padre cuaresmal.
      Pronto averigüe lo que era la póstula. Los postulantes éramos nosotros: el objeto de la póstula eran el padre y su tela. Eso último es lo que faltaba comprender. Llegamos a todas las casas: las de los ricos, las de los medianamente acomodados y las de los pobres. El pregonero, hombre de buenos pulmones, se entraba por los patios de adentro, gritando ¡Para la tela del padre!, sacando en sus manos, ya una sarta de chorizos, ya un pedazo de jamón, ya un pedazo de tocino, o bien un celemín de trigo, de garbanzos o de habas secas; algunas gallinas, huevos a veces. Y en otras partes nos daban, no jamón, si no huesos de jamón, lo cual no es lo mismo; medio queso, un puchero con miel, tres panes oscuros como mis botas, puñados de alberjones o lentejas; un codillo, medio cabrito, dos espinazos, algunas monedas de calderilla. En las tabernas ya se sabe: un frasco de aguardiente o una mediana cantimplora de vino blanco.
      Pronto se llenó el seno de ambos serones, y en una esquina hicimos un alto forzoso, mientras fueron llevadas las burras a descargar en casa del padre y volvieron de vacío para continuar con nuestra tarea. Al cabo de tres o cuatro viajes por el estilo llegó la noche, se acabó la póstula y acompañamos al padre cuaresmal a su alojamiento, en cuyo umbral nos despedimos de él con las mayores muestras de cortesía por ambas partes.
      Mohíno por demás regresaba yo a mi casa diciéndome. ¿Qué será lo que el padre hará con todo eso? ¿Se lo irá a comer? Si lo hace revienta. Entonces, como si hubiera adivinado mi curiosidad, se me acercó el alguacil y me dijo:
-        ¡Qué buena ha estado la póstula! Ya tiene el padre tela larga.
-        ¡Ya lo creo! – le contesté – Si se lo come todo…
-        No, señor: es para la tela.
-        Pero hombre, ¿qué tela es esa?
-        Una tela que mañana se comprará con el dinero que den por todo, para hacerle al padre camisas y calzones blancos.
-        Pero diga V.: ¿Se ha venido el padre al pueblo sin calzones blancos?
-        Yo no sé; pero es costumbre que lo que se saca de la póstula se venda mañana en la puerta de su casa, cosa por cosa, y con ello se compra de lienzo hilado y tejido en el pueblo cuantas varas quepan en el dinero recogido.
-        ¡Gracias a Dios que ya lo he comprendido todo! Hemos ido nosotros con el padre cuaresmal para estimular la piedad del vecindario, y el padre va a quedar surtido de esta hecha, al menos de ropa blanca, si no saca otra cosa de sus sermones.
-        ¡Que si quieres! ¡Eso no es más que una friolera! En buenos pesos duros le pagan al padre los sermones, y además comido y bebido toda la Cuaresma. Lo de la tela es un plus de campaña, como el que a mi me dieron algunas veces en el servicio del rey.
-        ¿Y todos los años es lo mismo?
-        Lo mismo.
-        Pero hombre, ¿no sería más decoroso hacer la póstula en dinero, dárselo al padre, y que él se comprara lo que más falta le hiciera?
-        No, señor, porque en dinero no se junta en el pueblo ni cien reales. La mayor parte de las mujeres que dan una libra de tocino, que vale siete, o un celemín de trigo, que vale tres, si dan dinero no pasan de cuatro o seis cuartos.
  Me quedé convencido, aunque por afán de replicar le dije:
-        Pues si el padre viene muchos años, en poco junta una tienda.
-        Es que a éste no le volvemos a llamar hasta que se calcula que la tela se ha roto. Llamamos a otros y van alternando.


      A semejante abrumadora lógica nada tuve que contestar, pero el alguacil, que tenía ganas de conversación, siguió diciéndome:
-        La póstula de este año ha sido buena porque el campo se presenta bien, porque anteayer se le dio una paliza al comisionado de apremio que mandaron de Córdoba , y porque el padre ha dado gusto.
-        ¿Cómo gusto?
-        Porque ha hecho llorar a todas las mujeres y a muchísimos hombres.
-        ¡Vaya un gusto!
-        Si señor; y ha arreglado dos docenas de matrimonios mal avenidos, convenciendo a los maridos de que no deben reparar en pequeñeces.
-        ¡Ah! Si, como en la corte. Allí tampoco se repara en pequeñeces.
-        Y las mujeres…
-        ¿También convence a las mujeres?
-        Si señor: de que cuanto más tiempo están los hombres en la taberna, más libres están ellas en su casa para hacer su santísima voluntad. Y, luego ¡vaya un pico de oro! ¡Como relata lo de la Magdalena, cuando limpio del sudor y la sangre la cara del Señor, y de la Verónica, que derramó sobre los pies de Jesús ungüento, de modo que dicen que huele mucho, y se los secó con sus cabellos!
-        ¡Hombre! Eso no lo pudo decir el padre. Pasó todo lo contrario: la Verónica fue la que con el lienzo sacó estampada la efigie del Señor, y la magdalena la que en el cenáculo se presentó y ungió sus pies.
-        Tiene usted razón, eso fue lo que dijo. Sino que siempre que se habla del cenáculo me acuerdo de Judas. Si está usted aquí el Sábado Santo verá cómo le fusilamos.
-        ¡Pero hombre, si judas se ahorcó!
-        No le hace. Para judas no hay cuartel, ahorcado y todo, se le fusila.
-        Muy bien hecho.
  Llegamos a casa y me separé del alguacil.
      A los pocos días tuve que hacer mis visitas de despedida, Una de las de rigor era la del padre cuaresmal.
      Le recomendé que siguiera arreglando los muchos matrimonios desavenidos que aun había en el pueblo, y él me ofreció hacerlo con unción verdaderamente evangélica.
      Sobre un antiguo sofá que en la estancia ocupaba el principal testero se veian tres o cuatro rollos de lienzo blanco y prensado.
      Aquello era la tela del padre.

 AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO

       La prometida reseña biográfica sobre este literato cordobés, por laboriosidad y cuestiones de tiempo, queda pospuesta hasta nueva orden.


No hay comentarios:

Publicar un comentario