La viudita del conde de Cabra
La viudita, la viudita,
la viudita se quiere casar
con el conde, conde de Cabra,
conde de Cabra se le dará.
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.
la viudita se quiere casar
con el conde, conde de Cabra,
conde de Cabra se le dará.
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.
Esta tradicional y popular canción de corro, inspiraría al malogrado poeta Federico García Lorca, para hacer, a la temprana edad de 16 años, una de sus primeras incursiones en el género dramático, "La viudita que se quería casar", en la que ya aparecen esos característicos rasgos desarrollados en su obra posterior: teatro en verso, gusto por lo popular, tono infantil de tintes trágicos...
La tradición oral, suele tener en bastantes ocasiones un entronque histórico real. Esta canción, como intentaré demostrar a continuación, habría que situarla geográficamente en las poblaciones cordobesas pertenecientes al antiguo señorío y marquesado de Priego durante la segunda mitad del siglo XVII.
La antigua y muy leal villa realenga de Castro del Río perdió tal condición y privilegio cuando, por apremios de la hacienda imperial, Felipe II se desprendiera de ella en 1565, mediante venta a favor de don Alonso Fernández de Córdoba primer Marqués de Celada (con el tiempo casa ducal de Medinaceli).
La tradicional animadversión de lo lugareños para con sus nuevos señores, la recoge y plasma a la perfección Fernán Caballero -Cecilia Böhl de Faber- (1796-1877) en “La Maldición Paterna ” cuya acción se desarrolla en Castro del Río:
Retrato de juventud de Cecilia Böhl de Faber |
Una frase muy conocida y usada por los vecinos de los pueblos colindantes de Castro, que para mortificarlos les dirigen en tono de broma preguntándoles, y es ésta: “¿Usted será de los que dicen: viva el duque, mi señor?” Esto lo miran los interpelados como un insulto, y el castreño que la pronunciase afirmativamente, esto es, que reconociese al duque por su señor, no sólo lo mirarían sus convecinos como deshonrado, sino que sería cruelmente castigado por ellos.
Tal sucedió a un pobre despreocupado, que por una libra de tocino que le prometieron prorrumpió en vivas al duque, su señor. Sabido esto por sus paisanos, le dieron un manteo de tal calidad, que salió de él con un ojo y algunos dientes menos. Campesinos de los cortijos inmediatos al término de Castro han intentado obligar a los zagalillos de ganado a pronunciar la anatematizada frase, y no han podido conseguirlo ni aun colgando con brutal crueldad a los pobres niños por los pies a un árbol, y encendiendo debajo una hoguera de hojarasca, cuyo humo los habría sofocado a no haber hecho cesar a tiempo la bárbara prueba sin haber logrado su intento.
Esta tenacidad secular en no querer reconocer otro señor que el rey ha dado lugar a lances serios, y lo ha dado también a chistes y burlas, como no podía menos de suceder en Andalucía, y no es menos gracioso el asegurar los burlones que cuando los castreños rezan las letanías, en llegando el que, lleva el rezo a la advocación de
NIÑA PIEL DE CABRITO
En junio de 1908 el Heraldo de Madrid publicaba un retrato de una de esas niñas con anomalías y malformaciones congénitas, que terminaban siendo exhibidas como fenómenos de feria:
“Cubierta en la casi totalidad de su tronco de grandes manchas, en las que se cría y crece un pelo igual al de las cabras; al examinarla en su pecho y vientre, espaldas y región lumbar sobre un fondo negro-untuoso un vello o pelo gris de parecidas condiciones físicas al que crían las cabras; al percibir al paso de la mano sobre él, idéntica sensación a la que nos causa la afelpada piel de aquel rumiante…, se hace uno la ilusión de hallarse frente a un cuerpo humano envuelto en una piel de cabra o, al revés, una verdadera piel de cabra cubriendo, envolviendo un cuerpo humano, como dice Benisecrag en El País al ocuparse de este fenómeno”.
Heraldo de Madrid 3 de junio de 1908 |
De esta noticia se sirve al escritor y periodista José Fernández Bremón (1839-1910) en la Ilustración Española e Iberoamericana (año LII, número XXI – 8 de junio de 1908) para hacer parangón con otro caso similar relatado en un manuscrito de la Biblioteca Nacional , del que es protagonista una vecina de Castro del Río en el siglo XVII:
“Si queréis un caso análogo e inédito buscad en los manuscritos de la Biblioteca Nacional la carta del oidor Diego Venegas de Valenzuela y leeréis la descripción de la niña que tuvo en Castro del Río la viuda Doña Mencia de Abalos, el 7 de noviembre de 1657; estaba la criatura llena de lunares, negros como el azabache, con pelo de dos dedos de longitud y desde media espalda abajo una horrible mancha negra hasta las corvas, también vellosa, que la envolvía como una piel de tigre o de cabrito”.
El encabezamiento del manuscrito, que apunta las maneras de un pleito, le sirve al periodista para intuir cierta relación con la canción de la viudita con la que arranca la entrada:
“Lo que deseo es verme fuera del casamiento del conde de Cabra, cuyas novedades son cada día mayores...” y acto continuo describe el nacimiento de la niña ¿Tendrá que ver este suceso con la antigua canción que cantan las niñas en el corro?
Si Fernández Bremón hubiese dispuesto en aquel momento de la barra de google seguro que no se hubiera quedado con la interrogante. Un siglo después, gracias a la barrita mágica, conocemos que el Conde de Cabra protagonista de la canción se trata del X, es decir, Francisco Fernández de Córdova Folch de Cardona Requesens y Aragón (1626-1688) casado en primeras nupcias con Isabel Luisa Fernández de Córdova y Enríquez, hija del montillano Alonso Fernández de Córdoba y Figueroa “El Mudo”, V Marques de Priego, aquel que siendo chiquito fue llevado por su devota madre a Castro del Río con la esperanza de que una santa beata de esta villa de su señorío intercediese por él.
Del mismo Castro del Río parece ser que era vecina la viuda Doña Mencía de Avalos y Merino, con la que el Conde trabó algo más que amistad al enviudar de su primera esposa. El rechazo de la parentela nobiliaria del Conde a su casorio con “la viudita” iba a traer aparejados serios problemas para ambos, y que conocemos gracias a ese pionero del periodismo que fue Jerónimo de Barrionuevo, que incluye alguna noticia de estos amoríos “improcedentes” en sus Avisos (1654-1658):
Madrid y Febrero 28 de 1657
Prisión del Conde de Cabra
“Su Majestad se dice ha mandado a prender al Conde de Cabra, hijo del de Sesa, por haberse casado con su amiga, que la tenía en un convento de Lucena, viuda, con dos hijos de su marido, cosa que por acá se habla muy mal”.
Madrid 7 de Marzo de 1657
Casamiento desigual del Conde de Cabra;
prisión y separación forzosa;
desafío del Marqués de Priego y respuesta que le dio.
“Doña Mencía de Avalos y Merino se llama la mujer con la que ha casado el Conde de Cabra en Lucena. Es vasalla suya, aunque hija de algo. Han ido a prenderlos don Juan Golfín, Oidor de Granada, y don Francisco de Cabra, Alcaide de aquella Audiencia, y llevarle a León al Convento de San Marcos, y a ella a un monasterio de monjas de Alcaudete”.
“Desafíale el marqués de Priego su cuñado, por haberse casado tan desigualmente; y respondió que era tan buena como él, y que otros habían escogido peores mujeres; y que en cuanto al reñir no era ocasión de hacerlo en tiempo de boda, donde todo es regocijo. Dice que es doncella y no viuda, y que hacía muchos años que la solicitaba sin haberle tocado una mano. El matrimonio está hecho y consumado. No hallo que pueda tener remedio”.
Madrid y Abril 4 de 1657
Prisión del Conde de Cabra
“Ya llevó don Juan Bueno de Rojas a Segovia al Conde de Cabra, el cual se está en sus trece, y dice que es su mujer y que no ha de ser otra que Doña Mencía de Avalos que por parte de padre es muy noble, y limpia por la madre, y lo personal excelentísima cosa y extremado de lindo, y no se le da un cuarto lo que hacen con él; y por acá el Duque de Sessa, su padre, con tanto sentimiento, que ni se deja ver, ni admite visitas, ni sale de casa”.
Sin fecha
“Don Juan Bueno de Castro, alcalde de Corte de Granada, es el que lleva preso al Conde de Cabra, no a León, por estar allí el de Híjar, sino al Alcázar de Segovia”.
Sabemos, por otras fuentes, que finalmente las presiones familiares surtirían efecto, siendo declarado nulo el matrimonio del Conde de Cabra con Doña Mencía, lo que satisfaría grandemente a sus padres que pudieron así arreglarle un nuevo matrimonio con doña Ana de Pimentel y Henríquez, marquesa de Távera y condesa de Villada.
Sabemos también que Doña Mencía de Avalos murió religiosa el año 1679 (suponemos que en Alcaudete), y que de su efímero matrimonio con el Conde nació, efectivamente, una niña, María Reyna, ingresada desde pequeña como religiosa capuchina en Córdoba.
Dudo que esa truculenta historia de la niña piel de cabrito alumbrada por Doña Mencía en Castro del Río sea cierta. Al estar inserta en un pleito, se la atribuyo más bien a la sátira o maledicencia de los lugareños, o que fuese divulgada, incluso, a instancias de los propios parientes del Conde (marquesado de Priego) que se mostraron contrarios a la relación desde un principio. La fecha de nacimiento que nos proporciona el manuscrito referenciado de la BNE (7 de noviembre de 1657), habida cuenta de que se tienen noticias de su matrimonio a partir de febrero de ese mismo año, coincide plenamente con el periodo de gestación de una mujer, por lo que la citada María Reyna realmente nacería en Castro del Río en esa fecha.
El nombre de Cabra y su gentilicio, tradicionalmente se ha prestado a perversas y equívocas asociaciones corneas. A recordar aquella famosa interpelación en la Cortes franquistas de la que no salió demasiado bien parado, un natural de este pueblo, don José Solís Ruíz, a la sazón Ministro Secretario General del Movimiento (pinchar).
Castillo de los Condes de Cabra |
Por lo tanto, soy de la opinión, de que esta canción de corro tiene su origen en tierras cordobesas. Su incursión primitiva en el cancionero popular y su posterior perpetuación y difusión, obedece a la tradicional propensión del pueblo a denunciar la injusticia, como la perpetrada con esta pareja de enamorados.
Si bien el Conde en un principio apostó fehacientemente por su amor, resistiéndose y manteniéndose en sus trece, terminaría cediendo ante los envites y chantajes tramados por su parentela. Más injusto, fue el final que le deparará el destino a su enamorada.
La estrofa final de la canción, viene a ser como una declaración del amor puro y desinteresado que ésta le profesaba al buen hombre que se escondía detrás del título nobiliario
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.
Quiero aprovechar esta entrada anecdótica, para poner en conocimiento de los castreños en general, independientemente de su cualificación científica (a veces con la curiosidad resulta suficiente) que el Archivo de
¡Viva el Duque, mi Señor!
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