En la primavera del año 1921 el ilustre arqueólogo y
profesor de la Universidad de Erlangen (Alemania), Adolf Schulten, acompañado
por el general Lammerer, director del Instituto Topográfico de Múnich, visitan la
provincia de Córdoba para estudiar sobre el terreno los lugares donde, supuestamente, se desarrolló la famosa Batalla de Munda, entre Julio Cesar y los
hijos de Pompeyo (Bellum Hispaniense).
Permanecerán alojados unos días en la villa de
Espejo (la antigua Ucubi), desde la que realizaron varias excursiones a los Llanos
de Vanda, ubicados entre las poblaciones de Montilla, Castro del Río y Espejo (“Campus
Mundensis”).
No vamos a
entrar en consideraciones sobre la veracidad de esa adscripción geográfica. Pese
a la falta de unanimidad entre los especialistas, son muchos quienes apuestan por
este escenario. Tampoco repararemos en demasiadas consideraciones científicas.
Nos centraremos, mayormente, en los detalles geográficos, paisajísticos y anecdóticos relacionados con la visita realizada
al corazón de la campiña de cordobesa por tan ilustres huéspedes. Nos serviremos
de las crónicas publicadas en la prensa provincial, remitidas desde Espejo, y de
“La Batalla de Munda”, trabajo publicado “a posteriori” por el propio Adolf Shulten
, traducido al castellano por el profesor Bosch Gimpera y publicado en el Boletín
de la Real Academia de Córdoba en 1924.
Utilizaremos el cómodo sistema del
copia, corta, pega, pinta, recorta y colorea, para fusionar ambas fuentes, organizar y
estructurar su contenido.
"Instalados en Espejo y hechos los preparativos
para los trabajos del día siguiente visitamos al Alcalde don José Castro
Torronteras, para quien el Gobernador nos había dado una recomendación, siendo
recibidos con extraordinaria amabilidad, y habiéndonos ayudado con todos los
medios que estaban a su alcance para que la expedición fuera del mayor provecho
y se hiciera con toda comodidad. Durante nuestra conversación con don José Castro
en el Casino de Espejo, noté en la cadena del reloj de un labrador monedas
romanas, que me dijeron que procedían de un tesoro de unas 700 que se había
encontrado en las inmediaciones y que fue vendido sin que se sepa el paradero
ni se pudiese anotar el hallazgo. Solo quedaron 60 en Espejo, que amablemente
fueron traídas para que pudiese estudiarlas" (1).
"A la mañana siguiente emprendimos la marcha,
en la que nos acompañaron, además del Alcalde, el maestro de Espejo.
Alegremente rodaban las ruedas del coche a través de los caminos que cruzaban
el verde paisaje. Allí todo está cultivado hasta las últimas cimas. Cuando hace
años visité por primera vez la región, era otoño y las alturas parecían peladas
y yermas como las de los alrededores de Numancia, de modo que me prometía
encontrar restos de los campamentos romanos. Experimenté un rudo desengaño. Aquí
la reja llega a todas partes; y no es la reja de tradición romana, como en
Castilla, que solo desflora la superficie, sino la máquina moderna, que penetra
profundamente arrollándolo todo, como pudimos observar muy pronto en ruinas
visibles en distintos lugares próximos al camino, de las que no quedaban en pié
más que pequeños trozos de muro acá y allá, que habían resistido a la
destrucción y entre los cuales aparecían tiestos, tejas y otros indicios de
lugares de habitación romanos. Aquí se les llama «Villar». Probablemente entonces
el país fue habitado más densamente que ahora, en que sólo se encuentran de
trecho en trecho los cortijos. Después de una hora de viaje el coche se detuvo
junto al rio Guadajoz, que saludamos como el «Flumen Salsum», el rio Salado del Bellum Hispaniense, que jugó un papel muy importante en las operaciones. En
este lugar se encuentran muchos cursos de agua salada al propio tiempo que
pequeñas salinas. El valle del Guadajoz, todo verde, brillaba esplendorosamente
y los ruiseñores entonaban un hermoso canto de primavera.
Seguirnos a pie, atravesando el rio, y ya
al otro lado subimos a una loma, el «Cerro del Agua», en donde se hallaba el
principal campamento de César durante el sitio de Ategua, hoy el cortijo de
Teba. Después del desayuno comenzamos la visita de Ategua, acerca de cuya
identidad con el cerro de Teba no puede dudarse, pues el nombre de Ategua
perdura allí en distintos lugares (Cortijo de Teba, Castillejo de Teba etc.).
Castillejo de Teba |
"La
palabra Castillejo denota restos de población antigua y en realidad todavía se
ven las terrazas en que se hallaban las casas, un puente sobre uno de los
afluentes del Guadajoz, canteras, columnas, fragmentos de cerámica, etc.
También se han encontrado aquí a veces antigüedades de la época del sitio:
balas de plomo para honda. Algunas con el nombre de Gneo Pompeyo se han
encontrado en abundancia en Osuna, la antigua Urso. Desgraciadamente no pudimos
ver ninguna de las encontradas en Ategua, pues no fueron guardadas" (1).
Segunda
excursión (16 de abril)
“Al día siguiente nos encontramos en el
camino de Ategua, esta vez a pie. Nuestro primer objetivo fue el cerro de Ventosilla,
a 3 kilómetros de Ategua y que, viéndose desde él Ategua y Ucubi, corresponde a
las indicaciones acerca del campamento de Pompeyo. Una espaciosa meseta ofrecía
lugar suficiente para un gran campamento: tampoco aquí puede observarse rastro ninguno,
ni construcciones ni fragmentos de cerámica. Nos dirigimos luego hacia el O. al
cerro de Harinilla, que, distante 6 kilómetros de Ventosilla y situado enfrente
del Cerro del Agua corresponde al campamento de César: "Castra Posthumiana". Leemos
que Pompeyo hizo una intentona nocturna contra los “Castra Posthumiana”, pero fue
rechazado. Podía, cubierto por las colinas situadas entre ambos campamentos,
aproximarse sin ser apercibido: el camino puede reconstruirse sobre el terreno.
Forzar el sitio no lo intentó Gneo, lo que es típico de su carácter irresoluto,
abandonando el campamento de Ventosilla después del fracaso del ataque al de
César. Atravesamos luego por segunda vez el Guadajoz, ahora a caballo, pues el
agua tenía un metro de profundidad. De la antigua Ategua no vimos entonces gran
cosa. Pudimos observar, sin embargo, canteras antiguas, de que debió salir la
piedra para la construcción de la ciudad. Cuando ya casi habíamos terminado se
desencadenó un temporal de agua, que nos caló completamente y que puso los
caminos intransitables. Para el camino de Ategua a Ucubi, que se suele hacer en
hora y media, necesitamos cuatro. Por cada paso adelante que dábamos resbalábamos
medio hacia atrás y a menudo quedábamos detenidos o nos veíamos obligados a
pararnos para limpiar el barro de nuestras botas que nos impedía andar. Fue una
marcha espantosa. A lo lejos aparecía Espejo; pero hasta que pudimos alcanzarlo
debimos subir tres colinas y descender dos hondas depresiones del terreno, todo
ello sumamente penoso. Labradores que encontramos con sus caballos nos los
ofrecieren, pero renunciamos a ellos. Todo por fin tiene su término y también esta
marcha; pero nuestros vestidos estaban impregnados por completo de agua y lodo” (1).
De esta
segunda jornada disponemos de una descriptiva y poética narración complementaria sobre la ruta
seguida y actividades desarrolladas, tomada de la crónica firmada por el culto maestro
nacional Manuel Muñoz Pérez, corresponsal en Espejo del diario la Voz de
Córdoba, invitado a participar de la misma:
“Formamos
la caravana los señores Schulten, Lammarer, Castro Torronteras, don José Arroyo
y el que suscribe.
La mañana es esplendida, el sol caldea
nuestra sangre, la primavera, en cariñosa ofrenda, nos brinda sus más bellos
colores, amapolas rojas que contrastan con el verde estallante de trigales y
habares, que con sus flores blancas como la nieve aromatizan los campos con la exquisitez
de sus olores.
Por la carretera que conduce a Córdoba,
emprendemos la marcha; desde el coche divisamos en toda su amplitud lo llanos
de Banda, donde un día se decidió la suerte del mundo; en las salina de Duernas
nos desviamos de la carretera y después de pasar por la “Silla del Caballo”,
aparece a nuestra vista, allá en la lejanía, la Loma de Teba, donde se halla
actualmente el cortijo de Teba la Vieja, muy próximo a las ruinas de la ciudad
de Ategua.
Descendemos del carruaje y emprendemos la
marcha hacia el cerro de la Ventosilla, que se halla situado a la derecha del
camino; desde él, y en magnífico panorama, contemplamos a nuestros pies el Guadajoz,
llamado antiguamente Salsum; a nuestra derecha el cerro de las Pedrazas; el de
las Harinillas a la izquierda, y a nuestro frente, al otro lado del rio, las
ruinas de Ategua y el cerro del Agua.
Desde la Ventosilla nos dirigimos a Teba la
Vieja, vadeando el río Guadajoz. Al otro lado del río, en el cortijo de
Gamarrillas nos esperaban los ricos hacendados de esta villa don Rodolfo Vega,
don Vicente Casado, don Manuel Ruíz, don Carlos Vega, don Francisco y don
Agustín Palacios, los señores don Juan Villatoro, don Eduardo Rodríguez y los
guardias rurales de este municipio.
En el cortijo de Teba fuimos recibidos por
la distinguida señora doña Josefa Castro de Casado, que nos atendió con
verdadera amabilidad con
un almuerzo suculento.
Más tarde dirigimos nuestros pasos hacía las ruinas de Ategua.
Esta ciudad, que antiguamente estaba
asentada en una ladera y rodeada, según costumbre de los romanos, de fortísimos
muros, ofrece hoy a sus visitantes un aspecto tan triste, evocan sus murallas
tan profundos recuerdos que al visitarla nos sentimos transportados a otra
edad.
Ante el solemne silencio de aquellos
vestigios, desfilan ante nuestra imaginación las luchas sostenidas por los
partidarios de Cesar y los de Pompeyo; cada piedra de aquellas ha sido un
testigo mudo de innumerables sucesos; ante ellas y en lucha fratricida, las
pasiones desbordadas que dieron lugar a tan sangrientos acontecimientos. Hoy,
en abandonadas ruinas, sólo el sentido cantar de algún pastorcillo o el
repiquetear alegre de las esquilas del rebaño, vienen a turbar el silencio
solemne de aquellos testigos de piedra.
El señor Schulten, dando prueba de su
ingenuidad, y encantado con la música campestre, al oír las notas de una flauta
de caña, que un pastorcillo tocaba, solicitó y obtuvo del muchacho aquel
sencillo instrumento como recuerdo de la vida apacible de los campesinos” (2).
Tercera
excursión (17 de abril)
“Así cada día se hacia una excursión
distinta, dedicándose el último al campo de batalla. Hasta allí nos acompañaron
el Alcalde, el Secretario del Ayuntamiento, el Maestro y dos individuos del
puesto de la Guardia Civil de Espejo. El día espléndido, piar de alondras,
canto de ruiseñores, sol de oro, cielo azul, paisaje verde, aire embalsamado
por el perfume de las flores.
Fuimos en coche a un cortijo situado en el
borde de la llanura de Vanda («campus Mundensis»). Allí se quedaron una parte
de los expedicionarios y el coche, acompañándonos el Alcalde hasta el final.
Queríamos investigar los restos antiguos del borde de !a llanura. El General
Lammerer llegó hasta Montilla para estudiar las posiciones de César antes del
combate. Yo seguí por la ribera del río Carchena, mencionado por el Bellum
Hispaniense cuando describe la marcha de César hacia la batalla. César vadeó
entonces el río yendo al encuentro del enemigo situado en el borde de las
alturas de Montilla. En todos los cortijos se encuentran restos antiguos. Cerca
de uno de ellos aparecieron dos leones de piedra ibéricos, monumentos preciosos
del arte indígena, ahora en el Museo de Córdoba; en otro cortijo se ven bóvedas
romanas de mampostería. Así pasamos la mañana, volviendo al cortijo para el
almuerzo, regresando a la caída del sol unos en el coche, otros a caballo” (1).
El maestro
corresponsal nos vuelve a proporcionar nuevas y detalladas informaciones:
“Los llanos están situados entre Montilla,
Castro y Espejo; tienen aproximadamente siete kilómetros de longitud por cinco
de anchura, los atraviesa el arroyo de Carchena, que es de poco cauce, pero de
ribera actualmente bastante poblada de huertas y caseríos.
Establecemos nuestro cuartel general en el
cortijo de “Las Cuevas”, y allí se nos unen el comandante de este puesto de la
guardia civil don Rafael Calvo de Mora-Blanco y el guardia primero don Tomás
Juárez.
El general Lammeret se marcha a hacer el
croquis de los llanos, y los demás, con el doctor Schulten, recorremos el campo
de batalla.
Después volvimos al cortijo de las Cuevas, donde
ya nos esperaba el general; el arrendatario del cortijo, don Leocricio Márquez,
nos tenía arreglados varios pollos que reforzaron nuestras ya gastadas
energías; abundó el Montilla (Vinachum Mundensis), y el que suscribe tuvo el honor
de obtener un cliché de nuestros distinguidos visitantes” (3).
El resumen
que nos hace sobre las explicaciones dadas por el sabio arqueólogo alemán a sus
compañeros de expedición, sobre las operaciones bélicas que supuestamente
tuvieron lugar en aquel campo de batalla, con independencia de la mayor o menor dosis de
fantasía e imprecisiones de la teoría de Schulten sumadas a las propias
deformaciones del voluntarioso corresponsal de prensa, se hace merecedor de ser
transcrito tal cual:
“Después de unas cuantas escaramuzas
habidas en el valle del Guadajoz, entre las tropas de Julio Cesar y las de Pompeyo,
y como éste al considerar los daños sufridos por su ejército, perdiese la
esperanza de poder socorrer a sus partidarios los sitiados de Ategua, acordó
retirarse de aquellos lugares, abandonando la ciudad al poder de Julio Cesar.
Marchó Pompeyo hacia Ucubi (hoy Espejo) y
Castra Posthumiana (actualmente Castro del Río); desde allí pasó a la Sierra de
Montilla, estableciendo su campamento en una
elevada colina, desde la que se dominaban los extensos llanos de Vanda.
Cesar se dirigió hacia el mismo lugar, y se
situó, probablemente, en el actual cerro del Tomillar, y con marcada desventaja
para la lucha; atacó a su enemigo, empezando la batalla con gran porfía; el
regimiento décimo de Cesar, que ocupaba el ala derecha y que tantas victorias
le había proporcionado en luchas anteriores, por figurar en él los mejores
guerreros de Roma, cedió ante el empuje de las huestes de Pompeyo.
El campo estaba cubierto de cadáveres, y la
victoria, durante horas, no se decidió por ninguna de las partes; entonces
Julio Cesar, apeándose del caballo y tomando arrebatadamente el escudo de un
infante, comenzó a pelear entre los primeros de su ejército; este rasgo de
valor enardeció a sus soldados, mejorando la lucha desde entonces a favor de
Julio Cesar.
Gran parte de aquella victoria corresponde
a Bogud, rey africano que luchaba al lado de Cesar, y que en lo más recio de la
pelea se apoderó del campamento de Pompeyo, aprovechándose de la poca guardia.
Esta batalla tuvo lugar el 21 de marzo del
año 45, antes de Jesucristo, y en aquella fecha contaba Julio Cesar 55 años” (3).
Paseo
por el pueblo de Espejo y despedida (18 de abril)
“El último día sirvió para un paseo por la
ciudad, que conserva multitud de restos antiguos. Abajo hay un pequeño
anfiteatro, hasta ahora desconocido, arriba bóvedas, etc. Luego subimos al
castillo y a su torre, desde donde se ve todo el teatro de los acontecimientos de
la primavera del 45 a. de J. C.: al norte Ategua, al oeste Ulia, al sur Munda,
todas en alturas lo mismo que Ucubis. El propio autor del Bellum Hispaniense nota la situación elevada de las ciudades ibéricas. El administrador del
castillo nos mostró balas romanas de plomo, pero no proceden de la localidad.
Al día siguiente nuestros amigos de Espejo
nos tributaron una despedida cordial, tomando rumbo hacia Montilla” (1).
Montilla
y Castro del Río (19 de abril)
“Montilla
está en una ancha plataforma. No conserva ningún resto antiguo; pero no cabe
duda acerca de su identidad con Munda, puesto que la llanura de Vanda, más
abajo de Montilla, se corresponde perfectamente con el “campus Mundensis”, y
que la descripción del campo de batalla se adapta con exactitud a Montilla. El
mismo nombre de Montilla parece proceder de «Munda», con asimilación por
etimología popular a «monte». En casa del Sr. Conde de la Cortina, el feliz propietario
de las mejores viñas de la comarca, vimos cuatro placas de bronce con
inscripción romana, que tanto por la forma de las letras como por su contenido
resultan una falsificación: una de ellas nombra a Ategua y a Gneo Pompeyo, la
otra a Ulia, la tercera a L. Junio Paciaecus (el Vibio Paciaecus del Bellum
Hispaniense). Tales falsificaciones debidas al patriotismo local han sido
frecuentes en España, menos en tiempos recientes que en los siglos XVI y XVII,
en los principios del estudio de las antigüedades patrias: así existen burdas
falsificaciones de los alrededores de Numancia que señalan los distintos
campamentos de Escipión. Este género de falsificaciones ha florecido sobre todo
en Italia.
Los demás lugares nombrados en el Bellum
Hispaniense no es posible identificarlos, acaso con la excepción de Soricaria,
que parece corresponder al actual pueblo de Castro del Rio. Gracias a los amables cuidados del señor Alcalde de
Montilla pudimos ir a Castro de Río en coche, acompañándonos nuevamente el
Maestro. En Castro no encontramos ningún resto antiguo; en cambio en el camino
de regreso nos enseñaron una media docena de villares, aldeas y granjas romanas,
por los que se comprende que la periferia de la llanura de Munda estuvo
entonces densamente poblada. En uno de los emplazamientos de ruinas se ve
todavía un resto del muro de la población. Un zagal nos llevó una plaquita de
tierra cocida con una inscripción romana y recibió por ella un real; cuando ya
estábamos algo lejos corrió tras de nosotros con una segunda inscripción: el
real había producido su efecto. También pasaba nuestro camino por el lugar del
hallazgo del tesoro de monedas a que antes hemos hecho referencia. Lo visitamos
y el mismo que lo encontró nos dio detalles de su aparición: al cavar junto a
un olivo dio con un cacharro antiguo, que rompió, saliendo de él las 700
monedas. El lugar se halla junto a un camino antiguo” (1).
No llegan a
pernoctar en Montilla. Esa misma noche imparten una conferencia en el
salón de actos del Instituto General y Técnico de Córdoba. Tras unos días en la capital, visitando
sus monumentos, parten dirección a Bailén (Jaén), donde pretenden realizar un trabajo
de similares características sobre la famosa batalla en la que fueron
derrotadas las tropas napoleónicas.
Aquella campaña de investigación en Espejo despertó especial
interés en uno de sus pobladores. Se trata del aficionado y coleccionista de antigüedades
don Emilio Pérez Alcázar, que cuando aún no habían trascurrido tres meses, ya
se mostraba impaciente por conocer el resultado de los trabajos de aquellos
extranjeros. Así consta en una carta remitida a la prensa (“Recuerdos arqueológicos") en la que rebate algunas de las aseveraciones de Schulten y su
acompañante en una conversación de Casino:
“Nuestros visitantes dijeron que el sitio
conocido con el nombre de Albujera era un circo romano. Yo, ante la presencia de
los que en aquella reunión estábamos, me pareció poco cortes rebatirles su
opinión acerca de este punto; sin embargo, con discreción, les indique que n creía
que fuese lo que ellos opinan, sino un depósito de agua como realmente se ha
comprobado”.
Tras detenerse en algunos hallazgos arqueológicos,
elucubrar en torno a una serie de vestigios que relaciona con un templo en el
que se pudiera rendir culto a la diosa Iris, pruebas todas, que atestiguan la
grandeza y esplendor alcanzado por la antigua Ucubi, termina lanzando una
invitación a quienes puedan mostrarse interesados en participar en trabajos de
excavación bajo su dirección:
“Yo puedo demostrarles que cuantos gastos
sufraguemos en todas estas excavaciones, han de ser recompensados con los
materiales que se extraigan, aparte de que si no descubrimos riquezas
metálicas, por lo menos tendremos la satisfacción de haber descubierto riquezas
históricas”.
Desconocemos
si llegó a ser secundado en su iniciativa y a obtener los pertinentes permisos para
realizar esas excavaciones que rondaban por su cabeza. Lo que sí parece cierto es
que este señor se hizo con el tiempo de una importante colección de antigüedades
procedentes de los muchos yacimientos del término de Espejo y aledaños,
principalmente de Ategua. Estuvo considerado como un culto investigador de las
antiguallas de aquellos lugares. En 1923 donó una cabeza romana de mármol, de
tamaño natural, al Museo Arqueológico Provincial.
En 1933, fue él quien puso en
conocimiento del director del Museo una serie de hallazgos fortuitos, al
parecer de importancia, que se estaban produciendo en el Monte Horquera de
Nueva Carteya, lo que permitió una posterior excavación sistemática.
Algunas de
las antigüedades que aparecen intercaladas entre el texto y que llevan la firma
del fotógrafo castreño José Córdoba, son de Ategua y pertenecen a la colección particular de don Emilio Pérez Alcázar. Las fotografías fueron tomadas en el año 1952, hallándose ya en manos de sus herederos. Aparecen
insertas, al igual que las de las ruinas de Ategua, en un artículo publicado
por el culto profesor veterinario de Castro del Río, don José Navajas Fuentes,
en el Boletín de la R. A. de Córdoba.
(1) “La
Batalla de Munda” según Adolf Schulten. Boletín de la Real Academia de
Ciencias, Bellas Artes y Nobles Artes de Córdoba. Año III. Número 8 (abril a
junio de 1924). Páginas 185-194. Puede consultarse el trabajo completo en el repositorio
documental de dicha institución cordobesa.
(2) La Voz de Córdoba de 20 de abril de 1921.
(3) La Voz de Córdoba de 23 de abril de 1921.
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