Los orígenes de la caza de la perdiz deben de remontarse
a los tiempos de la prehistoria. Los Iberos ya las cazaban con reclamos,
utilizando para atraparlas una especie de lazo denominado “zalagarda”. Su
técnica consistía en atraer a las perdices al lugar donde se instalaban los
lazos con un reclamo amarrado a una estaca.
Los
pueblos que colonizaron Iberia, fenicios, cartagineses, griegos y romanos,
también la practicaron. Existe constancia de mosaicos romanos con perdices
enjauladas, aunque, tal vez, la representación iconográfica más remota en
nuestro suelo sea la del “Cazador de perdices” perteneciente al conjunto escultórico del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén) de los siglos VI-V antes de
Jc, que aparece en la cabecera
Sin ser
aficionado a ningún tipo de caza, a lo largo de mi vida he sido testigo de la
incontrolada pasión que despierta esta afición entre algunas personas.
Recuerdo con cariño las machaconas alusiones al
perdigón de un peculiar personaje con el que compartí trabajo en un molino aceitero de Porcuna durante
bastantes temporadas. Homónimo de un famoso cantaor de portentosa voz timbrada, la mayor ilusión de
este buen hombre, la mayoría de las veces frustrada por necesidades de la
empresa (transportista de orujo), era la de poder librar un día para entregarse
al cuco en cuerpo y alma.
Ya en otro
ámbito laboral, conocí a un profesor interino que se vanagloriaba de haber
dejado a la novia porque le ponía demasiadas cortapisas durante la temporada
del celo de la perdiz. Este mismo hombre llegó a enamorarse del canto de un pájaro que vivía plácidamente encerrado en un soleado voladero confeccionado en los
patios del instituto viejo de Porcuna. Después de los pertinentes tiras y
aflojas con el dueño del plumífero, terminaría adquiriéndolo por una
cantidad superior al sueldo medio mensual de un trabajador. Quiero recordar, que
en lote iba incluida una vieja y decorativa escopeta de cartuchos.
Automáticamente, durante el tiempo que permaneció a nuestro lado, quedó
bautizado como “El Cuquillero”.
En mis habituales paseos por las hemerotecas digitales me he topado con un curioso e ingenioso trabajo,
firmado por un anónimo inspector veterinario del pequeño municipio granadino de Polopos, dado a la prensa a principios de la segunda década del siglo XX.
El
artículo tiene su gracia y desparpajo, y hasta resulta útil para hacernos una idea del
arraigo e impacto que podía llegar a
causar esta extendida afición en el medio rural andaluz. Curiosísima la exhaustiva
relación de cantos y sonidos, de extraño nombre para los profanos, que
concatena.
LA
CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO
La
segunda quincena de enero pone en vigor el antiguo adagio de “Por San Antón caza el perdigón”, y en cada año es el toque de atención y llamada; y, con
puntualidad militar, los jauleros forman grupo aparte dejando mancas las
partidas de tresillo, billar, dominó, etc., sin tener, para los que hasta allí
fueron compañeros y contertulios, una atenta excusa o un razonable pretexto.
Truenan los desairados, exponen justas y persuasivas demandas, hasta que
convencidos de que son estériles sus fundados argumentos para atraerles a la
inutilizada reunión, y ofendidos por su proceder, les llaman maulas,
embusteros, maletas y hasta traicioneros y asesinos. Todo inútil: para mí que
no oyen lo que les dicen.
Encelados,
casi como los reclamos que ridículamente portean a la espalda, mañana y tarde,
sólo atienden como refiere el afortunado que cobró alguna pieza, las peripecias
del día; siendo y sirviendo a la charla de una y otra velada.
El canto
por alto o reclamo de cañón; el cuchicheo o dar al pie; la embuchada de recibo
o canto e dormitorio; el piñoneo o besos; el grifeo de recibo o desafío; el
titeo o invitación a comer; el enfado o regaño de silencio; el claqueo o acción
fecundante; el maullido o suspiro; el pioleo, chirrido o levantar el campo; el
ajeo, berreo o voceo; el guteo o placer de comer y tomar tierra; el indicar o
sentir el campo, y por último, lo desesperante de aguilar y carraguear, rinrear
o serrar con los saltos y mudanzas del tío Roque el bailaor. Refieren también,
con toda minuciosidad, la parte concerniente de acercarse al campo, y se habla
de las vueltas, de ahuecarse, escudos, adornos y las mil y mas filigranas que ,
tanto la perdiz del campo como la del tanganillo ponen en ejecución, bien que
se troven cariñosamente o bien retándose a desafío o riña.
Y este,
como todo deporte, despierta el amor propio de manera notabilísima, dando lugar
a polémicas, que degeneran algunas (pocas veces) en altercados, disputas y
hasta que no pueda disimilarse la pícara envidia o perjudicial soberbia, en los
consentidos y poco afortunados.
Por
fortuna, marzo se encarga de poner punto final a estas controversias, porque
termina el celo; los adminículos de caza se abandonan en el último rincón de la
casa; los pobres pájaros siguen prisioneros en su reducida celda, y al cuidado,
en unos, de sirvientes o criadas; en otros, de cazadores de más modesta
posición, que se imponen esta obligación a cambio de que les cedan después
algún reclamo, y por último, se entregan a la barbería o a cualquier compadre.
De una u
otra forma, la higiene y alimentación son muy defectuosas para los desgraciados
prisioneros, y así vemos que al llegar el mes de octubre, aquellos animalitos
tienen la pluma sucia o rizada, y ojos y pico, enseñan el blanco pardo, señal
inequívoca de su raquitismo y desmedro, siendo esta la causa de que al siguiente
no respondan a la confianza y esperanzas que en ellos teníamos puestas.
El autor, que aparentemente se nos muestra como
detractor de este tipo de caza, remata con una serie de recomendaciones “producto de la atenta observación y larga
práctica en el ejercicio veterinario”, que lo delatan como un experimentado
y entusiasta puestero-criador:
1ª
Los pollos para educarlos, se deben
adquirir cogidos en el campo desde la primera quincena de agosto a la segunda
de septiembre. Antes y después de esta época son, por lo general, defectuosos.
Los domesticados desde que nacen en casa, salen muchos buenos, nunca
superiores, y la mayoría son cantores en casa, propios para oficios de canario
o jilguero, pero no para el campo. Durante el primero y segundo celo, únicamente
se cazarán desde el 30 de enero a 20 de
febrero; después e esta época sacan resabios. Se tendrán separados de los
reclamos maestros y con una hembra o pájara vieja.
2ª Los
pájaros maestros no se cazarán en los bandos hasta que pasen de los siete
celos, empleando los de poca música y buen recibo. El que tenga recibo
defectuoso, se le darán sueltas en la noche y tierra húmeda, y si esto no
sirve, se pondrá aparte con una hembra. Del mismo modo al que carece de salida
y es flojo, se le pone separado con la pájara, pero no se le da tierra ni
sueltas.
3ª Durante la muda, se les dará tierra cada
tres días, con una mezcla de 20 partes de arena que no sea del mar, 75 de
tierra y el resto de ceniza de vegetales, renovándola cada veinte días; se les
dará agua de doce a dos, durante la canícula, y verde en todo tiempo, adicionándole
un poco de alpiste o cañamones, prefiriendo el primero. No se entregarán al
cuidado de nadie, a excepción de que sean muy peritos.
Si cumplís estos requisitos, observareis
sus ventajas, tendréis una economía de algunos cienos de pesetas, que los
buenos aficionados gastáis todos los años, para ser engañados la mayoría de las
veces, y sobre todo, no soportéis los desesperantes solos, gazpachos y esbozos de capote, que tanto os habrán irritado y hecho sufrir a los que sois buenos
aficionados.
A.J. R.
Polopos
Marzo de 1911.
Sirva esta entrada ilustrativa como introducción para una nueva en la que nos detendremos en otro documento, de fecha cercana, que
tiene por protagonista las tierras y habitantes del corazón de la campiña
cordobesa, donde nos consta se halla bastante extendida la pasión por el pájaro
perdiz.
Nueva entrada: Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).
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