Durante
los años finales de la tercera década del siglo XX aparecen publicados en la
prensa cordobesa, así como en otras publicaciones de carácter
nacional, numerosos artículos relacionados con la educación y la pedagogía,
firmados por un misterioso “Magister Ignostus” desde Castro del
Río (Córdoba).
Movidos
por la curiosidad, dimos los pasos oportunos a fin de intentar desvelar la
identidad de quién, tanto por su seudónimo como por la temática de sus trabajos,
debía de tratarse de un vocacional y entusiasta profesional de la educación.
Despejada la incógnita, pudimos comprobar que
detrás del mismo se encontraba un joven maestro de escuela, de nacionalidad
venezolana, llamado Rafael Olivares Figueroa (1893-1972).
En el curso
académico 1927/28 es destinado a Castro del Río para hacerse cargo de la cuarta
escuela elemental de niños. Llegó desde el pueblo toledano de Corral de
Almaguer, su primer destino desde que ganara las oposiciones en el año 1924. Permanece
entre la nómina de maestros de Castro del Río hasta 1932, en que se traslada al
municipio sevillano Fuentes de Andalucía.
Anuario 1932
En 1934, por concurso oposición, accede a una plaza
en la escuela graduada de niños aneja a la Escuela Normal de Maestros de
Córdoba.
Se trata
de un verdadero apasionado de la pedagogía. Durante el tiempo que permaneció en
Castro del Río, aparte de volcarse en cuerpo y alma en su misión educativa, y de
prodigarse con la pluma, obtuvo algunos permisos y licencias que le permitieron
ampliar su formación con cursos impartidos en la capital de España: escuela de
Puericultura de Madrid (1929), curso de “Rítmica aplicada a la educación”
(1929), curso en la escuela de
sordomudos (1930).
En mayo de
1929, enmarcada dentro de los actos organizados por la Real Academia de
Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba con motivo de la Exposición
Iberoamericana, por su origen y vasta formación, pronuncia una
conferencia bajo el título de “La raza y
la cultura precolombina”.
Pronto se
decanta por otros temas, la poesía, que ya venía cultivando desde joven, el
estudio del folklore y el de las costumbres populares. Por esta época son innumerables
los artículos y reportajes periodísticos publicados con la firma de Rafael N.
Olivares.
En 1933, en la colección Cuadernos de Cultura,
publicó un opúsculo sobre la psicología infantil que tituló El estudio del niño y sus aplicaciones, dedicado
al ilustre pedagogo Antonio Gil Muñiz.
En 1934, fruto de sus constantes inquietudes, sale
al mercado otro libro: “Poesía infantil recitable” M.
Aguilar editor, Madrid, “antología
dirigida a padres y maestros, y, en general, a los educadores que han de llevar
estas poesías a los niños”. Comparte el mérito con el inspector de
educación, escritor y crítico literario José Luis Sánchez Trincado. Una
rigurosa selección de poesía “para que
los niños la digan como si fuera suya” (Salvador Rueda, Manuel y Antonio Machado,
Rubén Darío, Fernando Villalón, Miguel de Unamuno, Gabriela Mistral,
Altolaguirre, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti…)
Su amor
por la poesía y la educación se funden nuevamente en otra de sus obras:
“La invención poética en el niño”. Córdoba. Tipografía artística.1935. Un
folleto de 24 páginas, en el que se recoge la comunicación leída en sesión
ordinaria de la Real Academia de Córdoba, de la que llegó a ser miembro correspondiente.
Juicio crítico acerca de la poetisa chilena de 9 años Alicia Venturino Lardé,
con motivo de una visita que ésta hizo a Córdoba en compañía de sus padres.
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Este auténtico profesional de la enseñanza se prodigará como
conferenciante por toda la geografía andaluza, como animador de la vida cultural de la
capital cordobesa, como promotor y organizador de concursos provinciales de
recitación poética infantil y desde las emisiones radiofónicas infantiles de la
cadena E.A.J. 24. que dirigía personalmente.
A finales de 1935, el joven poeta cordobés José María Alvariño publica su libro de poemas titulado “Canciones Morenas”, prologado por”el culto maestro y académico” R. Olivares
Figueroa.
En la
primavera de 1936 un grupo de poetas y literatos cordobeses se aglutinan en
torno a la revista literaria Ardor. Su nombre aparece entre los editores al lado de su compañero de la escuela Aneja de la Normal y
amigo, Juan Bernier Luque. El grupo de Ardor se reunía para leer sus
poemas en torno a una copa de vino y unos discos de música (iban a oírla a casa
del profesor don Carlos López de Rozas y la gente le llamaba a
aquello "la academia de la Gramola").
El golpe de estado del 18 de julio de 1936 impide la continuidad del proyecto editorial y frustra las inquietudes del grupo poético. Ante los horrores, inestabilidad e incertidumbre que genera cualquier conflicto, nuestro protagonista optaría por regresar a su patria.
El golpe de estado del 18 de julio de 1936 impide la continuidad del proyecto editorial y frustra las inquietudes del grupo poético. Ante los horrores, inestabilidad e incertidumbre que genera cualquier conflicto, nuestro protagonista optaría por regresar a su patria.
En su país
seguiría enseñando y cultivando la poesía: “Sueños de arena” (1937) o “Teoría de la niebla” (1938), aunque hacía donde
orientó su labor fue, mayormente, en la recopilación de cuentos, poemas, coplas, adivinanzas, bailes, diversiones y fiestas tradicionales de
Venezuela, que divulgó a través de libros y revistas. Sus publicaciones son numerosas.
Desde 1975, un liceo o instituto de la ciudad
venezolana de Santa Teresa de Tuy lleva
el nombre de este poeta, folklorista y docente caraqueño, formado en España, y
tan ligado durante una etapa de su vida al municipio de Castro del Río y a la provincia
de Córdoba.
De su
producción periodística nos hemos sentido especialmente atraídos por un
reportaje, que bajo el título de “Cortijos
cordobeses”, apareció publicado por primera vez en la revista gráfica
malagueña la Unión Ilustrada (1930), residiendo aún en la villa de Castro del
Río, por lo que el cortijo donde se desarrolla la acción, bien pudiera tratarse
de alguno de los numerosos que jalonaban su vasto y feraz termino municipal. Lleva acompañamiento fotográfico, que, aunque de escasa calidad, incluiremos por considerarlo valioso desde el punto de vista antropológico.
“Cortijos
cordobeses”
LA
HORA DEL GAZPACHO
- ¡Alabado sea Dios!
- Sea por siempre, responden en la lejanía.
Pronto se nos acerca un gañan.
- ¿Son ustedes los periodistas?
- Justamente.
- Voy a avisar al “aperaor”. Está en el “aforí”.
Nada tarda.
Dos minutos más tarde el aperador está con
nosotros.
-
Pa servirles, señores.-Llegan a buena hora.
¿Quieren un poco de gazpacho?
En efecto: agrupados en torno a una larga
mesa, los gañanes consumen el que hay contenido en unas “macetillas” de tierra;
otros aplacan su ardiente sed con agua fresca de los cántaros.
El gazpacho, la comida típica de los
cortijos, compuesta por ajo macerado, sal vinagre y un poco de aceite, nos trae
a la memoria la sopa negra de Esparta, aunque su color sea blanco lechoso.
Una vez servido el gazpacho, los cortijeros pican y
proyectan sobre él sendos panes, en densa granizada; pero nadie está autorizado
a comerlo antes de las palabras rituales: ¡Caigan sobre los calderos. . !
¡caigan! que deben pronunciarse en voz recia.
Las listas de los manjares de los cortijos
es bien corta y nunca hay más de un plato por sesión. Al amanecer las migas o
el tomate con sal y aceite; a media mañana el gazpacho; comerse la puchera de
tocino y garbanzos por la tarde y al anochecer otro gazpacho. Recientemente se
ha agregado a la relación un nuevo plato de patatas fritas, no sin sus
pintorescas discusiones, juergas y otros excesos; la carne la ven “en vivo”, según la ingeniosa expresión
de un estimado amigo.
PANZAS
Y TEMPOREROS
El “aperaor” es el
jefe del cortijo. Siguen en importancia el “casero”, que asume las funciones de
encargado de la cocina, el “guarda”, el “pastor”, el “porquero”, el “vaquero” o
“pensaor”, el “sota” y el “yegüero”. Como ejercen cargos de plantilla se les
denomina los “panzas”. Otros destinos hay que sólo se conceden por temporadas,
como el “erero” o celador de los trabajos de era.
El personal
movible forma la “gañanía”, que oscila entre 25 o 100 hombres, según las
necesidades, y efectúa las tareas
diarias del cortijo, con arreglo a las instrucciones del aperador.
Se alistan por
“viajadas” de 10, 15 o 20 días. Durante las faenas de la recolección ganan
cuatro pesetas y aún más; pero en las estaciones restantes, el jornal desciende
a su tercio. Con las lluvias, se detienen las operaciones agrícolas y es
frecuente que sean despedidos hasta que el tiempo cambie.
En la época de la
recolección de la aceituna, los gañanes se trasladan a los caseríos, en donde
suelen ser mejor remunerados.
La ausencia
accidental del aperador suele solemnizarse en el cortijo con alguna pintoresca
comilona. Como existen enormes piaras de pollos, patos, pavos y otras aves, un
par de estas son condenadas a pena capital y consumidas por la congregación con
gran regocijo; se suspenden momentáneamente todas las labores y la gañanía se
entrega a la holganza y a la diversión, no siendo extraño que sean sorprendidos
en su actitud por el aperador o los mismos amos, que al fin concluyen por
sumarse al movimiento general.
VIDAS
HERÓICAS
Bajo el cálido
azote del sol andaluz o ya hundido en el barro de la “besana” durante el
invierno, los gañanes ven deslizarse su monótona existencia con la serenidad
del estoico.
Desconocedores de
las comodidades ciudadanas, no las envidian. Nutridos de aires puros y de luz,
les basta un sobrio refrigerio para reponerse de la fatiga física. Defiéndeles,
como una cúpula, el ancho sombrero de palmas, guarnecido de tela; sobre el
torso acerado, la recia blusa amarillenta deja caer sus pliegues anchurosos.
Como los monjes, se
levantan aún muy antes del día para comenzar los trabajos. Resuenan en la noche
el pisar de las bestias de tiro y el rechinar de los arados, mientras el
resplandor de la “cangarria” proyecta sus haces espaciadas y la “canga” dibuja surcos
sobre la tierra.
Al sol poniente
buscan la “zahúrda”, el común dormitorio alfombrado con la clásica “torna” o
disputan el tibio establo a yeguas y bueyes.
Como no hay
ociosidad en ellos, suelen carecer de vicios; sus distracciones, mezcla de
ingenuidad y rudeza, se reducen a algún sencillo juego de naipes o ejercicios
de fuerza bruta; también leen el libro o periódico que cae en sus manos, pues
no todos son analfabetos.
TRADICIONES
PERDIDAS
Hasta hace varios
lustros, los cortijos eran depositarios de una suma de costumbres típicas que
se han ido perdiendo poco a poco. Nada tan pintoresco y divertido como el
folklore especial, monástico y silvestre, incongruente y jovial, que apenas si
queda en el recuerdo.
Se despertaban los
gañanes al “echarles el cristo “, que no era sino un pregón litúrgico y
estimulante.
“Levantaos, feligreses
y poned los huesos de punta”, o bien:
“Despertad
y levantaos,
hermanos
en el Señor
que la
alondra mañanera
ha
cantado en el terrón”.
Prácticas
piadosas urgían de mística paz todas las
acciones y trabajos; un refranero copiosísimo brindaba la fórmula requerida para cada situación particular; todo
estaba acordado, resuelto, establecido, sin que restase margen al espontaneo
pensamiento. Así la vida rodaba, invariable, como un tornillo sin fin.
EL
GANADO
El “aperaor” no
bien nos ha informado de todas estas cosas que, por mi cuenta, ahora te digo,
lector ansioso, nos ha hecho visitar, una por una, las diferentes partes de la
casa: el “tinao”, o departamento de los bueyes, el “aforí”, donde se depositan
los granos, la “pajareta” o dormitorio de zagales, el “ahijaero” de los cerdos,
etc, etc. ; nos han mostrado las máquinas de labranza, las labores, en plena
actividad, la llegada de las carretas, atestadas de rubias mieses, los rebaños
de cabras y ovejas, los asnos entrando en la “yegüeriza”…
La prosperidad del
cortijo depende del ganado en primer lugar, nos dice señalando una gran piara
de toros y becerros que llegan en el instante. El labrador que prescinde de
este recurso, muy pronto viene a la ruina, ya que los animales, a más de su
trabajo rinden el beneficio de sus crías, la leche y el queso, la lana, los
huevos, etc, etc., según la especie y compensan la penuria de los malos años.
RECUERDOS
DE BANDOLERISMO
A la hora del
cigarro nos ponemos a descansar bajo la sombra de una antigua casa cortijera.
Uno de los presentes evoca el recuerdo de aquellos “generosos bandidos” que
hicieron de la campiña y la sierra su campo de operaciones.
Se habla de “Pacheco”,
“El Jaco de Carteya”, “Pernales”, “El Vivillo”…
En los cortijos se
les amparaba y proveía de dinero y víveres, ya por simpatía, ya por miedo, dándose
el caso de que se les ofreciera más de lo que pedían.
Cuando “El Vivillo”
llegó a “El Blanquillo”, el propietario, lejos de denunciarle, le llevó vino,
jamón y otros comestibles. Le ofreció su cortijo como refugio; más al ofrecerle
unos billetes “El Vivillo” se negó a aceptarlos diciendo que le bastaba con lo
que ya había hecho por él, asegurándole que el robo y los incendios no
devastarían sus posesiones.
La conversación se
anima y todos quieren relatar algún caso histórico; pero ya comienza a
anochecer y nos dirigimos al coche que ha de llevarnos de nuevo a Córdoba.
Pasados unos segundos,
nos internamos por la asfaltada y moderna pista. Comienza a levantarse un grato
airecillo. En el cielo, profundamente azul, acaban de cuajarse algunas
estrellas…
Cabe la posibilidad, y hasta pudiera darse el caso, de que a través de memoria de segunda generación (de primera difícil, por no decir imposible), de entre esas viejas fotos de color sepia pudiera surgir alguna de la escuela de este hombre. Pregunten a las personas mayores, Por favor.
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