Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

19 abril 2014

INTOLERANCIAS: LA SEMANA SANTA DE CASTRO DEL RÍO DE 1920.




    El 1º de abril de 1920 retornaba a la Alcaldía de Castro del Río el farmacéutico don Andrés Criado Rodríguez en sustitución de don Antonio Pérez López Toribio, pertenecientes ambos a la mayoría liberal fernandista. Su primer contacto de calle con la vara de mando lo tuvo durante la celebración de la Semana Santa de aquel año.

   Unos incidentes, ocurridos en la procesión del Santo Entierro de la noche del viernes, le obligaron a permanecer durante buena parte del día siguiente encerrado en el despacho de la Alcaldía redactando un telegrama urgente dirigido a la primera autoridad provincial. Por fin, a las 4 h. 50 m. de la tarde era depositado en la estafeta telegráfica el siguiente despacho:

  “Sobre las nueve de la noche de ayer al pasar la procesión del Santo Entierro por la Plaza de San Rafael, se aproximó un sujeto a la escolta de los romanos que acompañaban el Santo Sepulcro y profiriendo insultos a uno de dichos romanos se suscitó una cuestión que llevó el pánico a la inmensa multitud de hombres, mujeres y niños que se desbordaron en huida, produciéndose alarmante confusión, dando ocasión al consiguiente atropello. Hice grandes esfuerzos por calmar el movimiento, logrando la reacción después de quedar las imágenes abandonadas en el suelo y rotos gran número de los faroles que alumbraban a los santos, con desperfectos en algunos de ellos.
    Hasta ahora no tengo conocimiento de que ocurrieran desgracias personales pero si muchos heridos leves y contusos, y hasta la Casa Ayuntamiento han llevado muchos mantones, chales y mantillas, y hasta un alfiler de oro de caballero que quedó en el suelo en el lugar del suceso.
   La policía practica gestiones en busca del sujeto que dio motivo al grave incidente, que según rumores, se trata de un caracterizado sindicalista que persiguiendo deslucir la manifestación religiosa propia del día se propuso disolverla por semejantes medios, lo que pudo motivar un día de luto para el vecindario.
    Tan pronto como logre su detención como la de aquellos otros que pudieran estar confabulados los pondré a disposición del juzgado.
   Ahora mismo se me presenta un oficio del Centro sindicalista comunicándome que a las tres de la tarde del día de mañana se celebrará una reunión pública en el teatro Cervantes para tratar cuestiones de asociación y reorganización. Como pudiera ser que semejante reunión tuviera alguna conexión con el incidente brutal ocurrido anoche, se lo comunico a V.S. absteniéndome de autorizarlo hasta tanto conozca su criterio para obrar con arreglo a las instrucciones que espero de  V.S. con la urgencia que reclaman las circunstancias, pues temo que en dicho acto se exalten los ánimos y puedan excitar a las masas a cualquier otro escándalo que produzca alteración del orden público, puesto que los elementos del Centro Obrero, por sus ideas sindicalistas, sólo pretenden en toda ocasión atentar contra la normalidad y tranquilidad de la población. Le ruego encarecidamente  me diga que he de hacer respecto al mitin o reunión pública que solicitan para el día de mañana”.

   El mitin solicitado por el Centro Instructivo de Obreros sería finalmente denegado.

   El Defensor de Córdoba,  responsable en parte de lo sucedido como argumentaremos más adelante, tardó casi una semana en hacerse eco de la noticia, que nos presenta con alguna ligera variación en relación al comunicado oficial:

    “La procesión del Santo Entierro lucía perfectamente hasta llegar a la Iglesia Mayor en la que ocurrió una salvajada, que así puede llamarse, en la que pudieron ocurrir muchas desgracias. Un individuo del Centro Obrero, que dice ser sindicalista, venía desde la salida de la procesión insultando a uno de los soldados romanos. Cansado éste de sufrir injurias e insultos, amenazó con una lanza al insultante, y lo hubiera pasado mal si no llega a ser por la intervención de otros romanos y de  la policía que estuvieron a punto de evitar el lance y poner preso al autor de tan criminal atentado, sin poderse evitar los atropellos y sustos de las mujeres, niños y niñas, que algunos resultaron con heridas y contusiones. Reina gran indignación entre las personas cultas y sensatas, que protestan contra hecho tan vandálico y solicitan caiga el rigor sobre del atentado”.


     La noticia se prestaba a su rápida propagación a través de la prensa por los más dispares rincones de la geografía española.
     En unas primeras comunicaciones mantenidas entre el nuevo Alcalde y el Juez de Instrucción del Partido, unos informes suministrados por el jefe de la Policía Municipal (Andrés Villatoro) apuntan  hacia dos caracterizados sindicalistas como responsables de los hechos. Sus nombres, Rafael Villegas García y Rafael Márquez Porcel, quedando este último detenido en la cárcel del partido a disposición del Juzgado.
    En una comunicación posterior se adjunta un nuevo informe al respecto:

   “El jefe de los municipales ha obtenido una confidencia reservada de M. R., que tiene su domicilio en la calle Alcaidesa, que asegura haber oído que en el Centro Obrero  habían sido designados por sorteo doce individuos para que por cualquier medio atentaran contra las procesiones de Semana Santa”.

    También aparecen relacionados los nombres de los heridos y contusos por si estiman a bien personarse como acusación: Manuela Ramírez Arjona (Trastorres), Dolores Bravo Moreno y Juana de la Rosa Córdoba (Casas Altas), Francisco Torronteras Millán (Plaza de la Iglesia), una hija de Rafael Ruz Rosa que habita en la Huerta de las Ventanas y Blas Lucena Bracero, sus hijos Manuel y Dolores, con domicilio junto a la Fabrica de Carbonell.
    El asunto terminaría con el procesamiento de los vecinos Rafael Márquez Porcel, Rafael Nuflo Cid (a) Cebolla y Bernardino Villegas García, “sujetos que no gozan de buen concepto público y que como afiliados al Centro Obrero Sindicalista se han significado en los movimientos organizados por dicho centro contra la normalidad del orden social de la población”.


    Hasta octubre de 1923 no llega a resolverse el juicio en la Audiencia Provincial, resultando finalmente condenado Márquez, a la pena de seis meses y un día de prisión correccional, y absueltos sus compañeros.
    Esta manifiesta intolerancia contra la religiosidad popular, sin precedente hasta la fecha, tiene su explicación o razón de ser. Que conste que no pretendemos justificarla, simplemente explicarla y situarla en su contexto histórico.  
   Durante el Trienio Bolchevista (1918-1920) la clase patronal agrícola cordobesa se ve desbordada por la pujanza y fortaleza reivindicativa de las organizaciones obreras, especialmente tenaces en aquellas poblaciones en las que había arraigado el anarcosindicalismo desde principios de siglo, caso de Castro del Río o Espejo.
    La intensa conflictividad social rompe la tradicional armonía, se genera desconfianza, intolerancia y actitudes de  intransigencia de la que también participaban los “castreños de orden”.
    Cuando a principios de 1920 el conflicto parece remitir y empieza a cundir la desorganización y el desánimo entre las filas sindicalistas, recala en la provincia de Córdoba una misión propagandista de acción social católica agraria encabezada por el padre jesuita Sinisio Nevares. El promotor de la gira era el montillano don Francisco Alvear (VI Conde de la Cortina), primero en apostar por el movimiento social cristiano en la provincia. Su propósito estaba claro, se buscaba la creación y arraigo por toda la geografía provincial de Sindicatos Católicos en los que pudieran convivir armónicamente patronos y obreros, y así poder contrarrestar, atenuar la acción  o liquidar aquellos otros anclados en la tradicional lucha de clases.
    Después de Montilla, donde ya existía organización desde 1917, las siguientes escalas de aquel periplo misionero iniciado a principios de marzo de 1920 fueron  las villas de Espejo y Castro del Río.



   El padre Nevares se hacía acompañar de un obrero llamado Juan de Dios Manuel, que decía ostentar la representación del Secretariado de los Sindicatos Católicos Ferroviario y Minero. Es precisamente J.de D.M. quien realiza la cobertura informativa de aquella gira a través de las páginas amigas del diario El Defensor de Córdoba. En todos los pueblos cuentan con la obligada colaboración del párroco o arcipreste, así como la de los más destacados miembros de la patronal agrícola.
     Remite una primera crónica partidaria desde Castro del Río en la que se hace eco de cierto alboroto con motivo del accidentado mitin de presentación celebrado en el teatro Cervantes. El arcipreste del partido don Antonio Márquez, el obrero Juan de Dios Manuel y el Padre Nevares, hicieron uso de la palabra en ese mismo orden. Conforme explicaban su armónico plan de organización social y trataban el problema de la propiedad de la tierra fueron interrumpidos en reiteradas ocasiones por los sindicalistas, que finalmente llegaron a  irrumpir en el escenario en petición del uso de la palabra, que según el cronista “les fue concedida por la autoridad accediendo al ruego de los propios propagandistas católicos”. Un reto de controversia lanzado por Dionisio Quintero Garrido, maestro de la Escuela Racionalista del Centro Instructivo de Obreros y destacado dirigente, parece ser que fue recogido por el párroco del Carmen don José Luís Aparicio, que propone que ésta sea sostenida bien de palabra o por escrito en torno al tema “Como la regeneración de los trabajadores ha de venir por los sindicatos católicos”, permitiéndose a los sindicalistas sostener el punto de vista contrario. La controversia no llego a celebrarse. Según J. M. de D. “se acobardaron los elementos levantiscos, que desalojaron el salón comentando las incidencias del acto”.
    Juan Manuel de Dios fustigó a los elementos patronales “por la pasividad y abandono con las que han mirado a sus obreros en asuntos de tanta monta como son las reivindicaciones justas y el perfeccionamiento moral, que han contribuido no poco al fomento y arraigo del anarquismo en este pueblo hasta el extremo de poder considerarse como la cuna del anarquismo en esta región”.
    No faltaron sus alusiones a la labor educativa desplegada por el centro obrero desde su escuela laica basada en los principios de la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia: “Estos son los frutos recogidos por la enseñanza que en las escuelas racionalistas que desde el año 1905 vienen funcionando y son los resultados de los congresos anarquistas, en los que se adoptaron los acuerdos del incendio y la destrucción de las cosechas”.
    El padre Nevares, en párrafos vigorosos, llegó a decir que “la Iglesia había sido la única institución que ha procurado siempre librar de la esclavitud a los pueblos, y cómo los católicos son los únicos que se ven libres de la tiranía de las cadenas y de la opresión”
    Tras explicar que son los Sindicatos Católicos, hace un detenido estudio sobre las ventajas de las Cajas Rurales de préstamos, encomia las virtudes de la provisión, el ahorro y los socorros mutuos en caso de enfermedad, terminando “pidiendo perdón al auditorio y abrazando junto a su corazón en señal de perdón también, a todos aquellos que fanatizados, no guardaron las formas de hidalguía que caracterizan al pueblo andaluz”.


    Como aquel mitin, a consecuencia de las continuas interrupciones, no pudo desarrollarse por cauces de normalidad se organizó otro para el día siguiente en el mismo escenario (5 de marzo). Los propagandistas estuvieron arropados por la primera autoridad local y por varios notables de la localidad comprometidos con la puesta en marcha el Sindicato Católico afecto a la Confederación Nacional Católico-Agraria (CNCA).
   El R.P. Nevares pudo explicar con más detenimiento “la beneficiosa influencia de estos sindicatos y los favores que a los pueblos facilitan”.
   De aquella reunión saldría una primera Junta Directiva. La presidencia recayó en el labrador y almazarero don Rafael Criado L. Toribio, la vicepresidencia en el agrarista y ex alcalde conservador don Antonio Navajas Moreno, mientras que del ingrato cargo de tesorero-contador se responsabilizaba el ex seminarista y abogado don Manuel Castro Merino a) Cabeza Cazón. El joven párroco de El Carmen, don José Luis Aparicio, sería el encargado de orientar su marcha dentro de los principios de la asociación social cristiana propagados por el Padre Nevares.

Don Antonio Navajas Moreno (de ala ancha)


    Sobre la tribuna, el labrador don Antonio Navajas Moreno, con el fin de allegar al mayor número posible de adeptos a la causa, sorprende con un espontaneo ofrecimiento. Se muestra predispuesto a ceder a los aproximadamente 300 colonos a los que tiene subarrendadas parcelas, la explotación directa de las mismas al mismo precio que él las lleva. Otro señor, cuyo nombre no trasciende, ofrece 150 fanegas de tierra para distribuirlas entre los socios, mientras que un comerciante,  Pablo Yepez Lort, promete trato de favor a los obreros-socios a la hora de abastecerse de los artículos suministrados en su establecimiento de paquetería.
     Como resultado de tal cúmulo de actos de generosidad y altruismo, salieron de inmediato un buen número de obreros castreños dispuestos a engrosar sus filas.
     Todavía antes de abandonar los misioneros la “manumitida” villa de Castro del Río celebraron una última reunión en el Círculo de Labradores al objeto de hacer un llamamiento en pro de allegar fondos con los que constituir la necesaria Caja Rural. En menos de una hora se reúne la suma de 119.900 pesetas, de las que 11.500 son donativos y el resto imposiciones de ahorro.
      La maniobra del “gato palo”, como era conocida despectiva e irónicamente esta argucia de captación entre el proletariado rebelde, había operado el efecto deseado.
      Las reiteradas y grandilocuentes alusiones de Juan de Dios Manuel al arrollador triunfo de sus postulados, tal como se desprende de las sucesivas crónicas remitidas al Defensor de Córdoba, debieron de excitar los ánimos de los anarcosindicalistas locales. Seleccionamos algunos párrafos de su reiterativo e interesado discurso:

    “La mecha ardorosa ha prendido e inflamado los corazones de ese amor mutuo de unas clases para con otras y Castro del Río, grande por su historia, rico por su suelo y noble por sus habitantes volverá a ser lo que fue un día, mansión patriarcal donde se vivirá única y exclusivamente del bien y para hacer el bien”.

   “El milagro esta hecho, el pueblo de Castro del Río, avivado en su celo amoroso hacia el solar querido y hacia la religión se sus mayores, se sacudió el aletargamiento que hacía 20 años se hallaba sumido y formó a la vanguardia de esa gran cruzada emprendida por la sindicación cristiana para la restauración de los pueblos”.

    “Pueblo de Castro del Río, has salido a la palestra, has pisado la arena para luchar por Cristo y forzosamente has de vencer en Cristo”.


     Una vez realizado este necesario inciso sobre aquella misión del Padre Nevares, que nos puede servir para entender y nunca para justificar aquellos incidentes en la procesión del Viernes Santo, retomamos el asunto.
     Tal como ya relatábamos le tuvo que resultar imposible a la autoridad judicial demostrar que se trataba de un planificado y premeditado atentado orquestado desde el Centro Obrero, aunque la sospecha parece más que fundamentada. Así aparece también expresado en la tradición oral, que refiere que, además del incidente con la escolta romana, desde los tejados de su sede social de la C/ Colegio 15 se lanzaron algunas piedras coincidiendo con esos momentos de desconcierto y desbandada general.
     Sea como fuere, organizado o improvisado, creemos que no debió de ser casual la elección de la cofradía contra la que se debía de atentar, la más señorial y brillante de cuantas participaban en sus desfiles procesionales de Semana Santa. Nos referimos a  la muy antigua y venerable hermandad del Santo Sepulcro y Soledad de Nuestra Señora, que había ganado considerablemente en esplendor con la llegada al cargo de Hermano Mayor de don Francisco Algaba Luque en el año 1918. A ella pertenecía la práctica totalidad de la burguesía agraria de Castro del Río y tenía su sede en la Iglesia Parroquial de El Carmen, de la que era precisamente párroco don José Luis Aparicio, alma mater del recién creado sindicato católico.



    Otra consideración a tener en cuenta es en lo referente a la composición social de las tradicionales escoltas de romanos. Históricamente se nutrían de personas de extracción social humilde seleccionados entre el personal de confianza de los labradores y propietarios relacionados con las cofradías. Su voluntariosa presencia, suponemos, sería recompensada justamente con invitaciones a participar las típicas celebraciones profanas cuaresmales y con los pertinentes refrigerios en los gastronómicos descansos de las procesiones de Castro del Río. Los primeros militantes obreros del sindicalismo católico debieron de salir de entre estas personas, que desde la otra orilla eran tachados con apelativos despectivos como los de  “paniaguados” o ·estómagos agradecidos”.
     La posterior evolución del sindicato católico y el análisis sobre la puesta en marcha de las prometidas y caritativas mejoras sociales para el proletariado agrícola de Castro del Río, la dejamos aparcada para otro momento.

FUENTES UTILIZADAS

   Prensa periódica provincial: Diario de Córdoba, El Defensor de Córdoba y Montilla Agraria.
   Prensa obrera: alguna referencia aislada procedente de Tierra y Libertad.
   Archivo Histórico Municipal de Castro del Río: Copiadores de correspondencia del Alcalde con el Gobernador Civil y con las autoridades Judiciales.
   Juan Díaz del Moral: Historia de las Agitaciones campesinas andaluzas. Alianza Universidad. 1984.

    PD: Durante esta entrada nos hemos estado refiriendo constantemente a comportamientos, actitudes y  mentalidades de los castreños de hace casi un siglo, por lo que cualquier parecido o comparación con la realidad actual está totalmente fuera de lugar. Afortunadamente la sociedad ha podido desprenderse poco a poco de ese servilismo casi feudal de otrora.
     Con respecto a las tradicionales celebraciones de Semana Santa, cada día más populares y participativas, en un obligado ejercicio de tolerancia hemos de aprender a respetar las diferentes maneras que los andaluces tenemos de celebrarlas. Un servidor en concreto, para nada religioso, por vivencias personales profesa especial admiración por ese cúmulo de singularidades que la Semana Santa de Castro del Río ha sabido preservar y conservar sin apenas modificaciones.

17 abril 2014

El Viernes Santo de 1911 en Guájar Faragüit




   El Imparcial en su edición del día 16 de abril del año 1911 recoge en primera plana las noticias remitidas, vía telegráfica, por su corresponsal en Motril (Granada) sobre un, a primera vista, espeluznante y salvaje crimen perpetrado en la tarde noche del Viernes Santo en la pequeña villa de Guájar Faragüit (apenas 1200 almas). La víctima, el señor cura párroco de este aislado enclave geográfico situado a 15 km. de la cabeza de partido:


  “Esta mañana comenzó a correr el rumor de haberse cometido un horrible asesinato en Guájar Faragüit, pueblo de este partido judicial. El Juzgado no ha vuelto todavía; pero a falta de la versión oficial, puedo transmitir referencias particulares autorizadas.
    El pueblo de Guájar Faragüit es un rincón africano trasplantado a nuestra Península. Como su mismo nombre, de puro abolengo árabe, indica, se halla asentado entre ásperas fragosidades, cerca del río de la Sangre, en lo más fragoso de la tierra de los Jarales. La ferocidad de sus pobladores y el formidable reducto de riscos con que la Naturaleza le defiende, le hacen poco menos que inaccesible. Las autoridades no disimulan su temor cada vez que tienen necesidad  de arriesgarse en aquel abrupto asilo de bárbaros.
    Descritos, escenario y actores, a nadie sorprenderá, la tragedia que voy a relatar. Desde hace tiempo, el vecindario de Guájar venía alimentando un odio sordo contra su párroco, un apacible y honrado sacerdote, don Eugenio García Montoro. El desventurado señor vivía como en misiones, esforzándose abnegadamente por evangelizar a sus feroces feligreses. No ignoraba que le acechaban graves riesgos y así lo había  manifestado varias veces; pero vivía resignado a cumplir a todo trance su amargo deber.
    Recientemente observó que la hostilidad crecía. Por dondequiera, despertaba su paso murmullos amenazadores. Las torvas miradas que a cada paso se clavaban en él, empezaban a atemorizarle.
    Anoche, con motivo de la solemnidad del Viernes Santo, debía predicar. El templo estaba lleno. Subió al púlpito y pronunció las primeras palabras lleno de temor, porque había presentido algo extraordinario.
     No era infundada su alarma. De pronto, como si todos los que llenaban la iglesia estuviesen de acuerdo, prorrumpieron en aullidos terribles y se arremolinaron bajo la sagrada cátedra.
     El pobre sacerdote huyó, loco de pavor, por la puerta de la sacristía, ganó la calle e intentó a todo correr refugiarse en su casa; pero antes de que llegase a la puerta, la muchedumbre que le seguía rugiendo le alcanzó y le derribó.
     Lo que ocurrió entonces es indescriptible. Los vándalos se cebaron en el cuerpo del infeliz padre García. Todos le hirieron, con palos, puñales, pistolas. Los que no tenían armas le golpearon con piedras. No quedó uno que no saciase en el indefenso cura su bárbaro furor. Cuando le vieron muerto, despedazado, horrorosamente mutilado, se fueron tranquilamente a sus cubiles.
    El pueblo en masa es culpable; pero se dice que dos hermanos apellidados Correa fueron los iniciadores del horrendo crimen”.

Iglesia Parroquial de Guájar Faragüit


    Todo indica que “las referencias particulares autorizadas”, de las que se vale el corresponsal motrileño a la hora de redactar su sensacionalista e hiriente crónica, le traicionaron o bien se dejó llevar en demasía por su propia fantasía.
    Un primer telegrama remitido por el jefe del puesto de la guardia civil de Motril, desplazado al efecto, informaba al Gobierno Civil sobre el suceso en los siguientes términos:

    “Noticias verídicas sobre muerte cura Guajar no tengo ningunas, las espero hoy. Según guajareños cura tuvo cuestión por la mañana con sujetos jugaban puerta iglesia. Dicho cura usaba Browing. Por la noche estando en su casa, alcalde y juez, se fue a mudar ropa. Se le cayó arma, se le disparó falleciendo resultas heridas. Juzgado ni fuerzas, sin regresar.”


    Tendremos que esperar al martes 18 de abril para conocer el relato pormenorizado de lo ocurrido aquel Viernes Santo de 1911. De la detallada miscelánea que bajo el título de “El cura de Guajar” se publicó en el diario El Defensor de Granada se desprende que al infortunado sacerdote, “aunque honrado y bueno, le perdía su carácter, algo irascible, impetuoso e imposible de aguantar”.
    El suceso tiene su origen en unas recriminaciones mañaneras por parte del señor cura a varios individuos que se hallaban jugando a la puerta de la iglesia parroquial de San Lorenzo Mártir. Aunque no se menciona, suponemos que andarían entretenidos con el famoso libro de las cuarenta hojas, algo, según la moral imperante, poco acorde para día tan señalado en el calendario litúrgico. El párroco no iba a salir demasiado bien parado de la reprimenda, ya que recibió a cambio algún que otro maltrato de palabra.
   Durante los Santos Oficios, los jóvenes recriminados y otros vecinos testigos de la escena tuvieron frases de censura para el cura por sus intemperancias y amenazas. A la salida del templo se volvieron a cruzar palabras ofensivas, viniéndose a las manos, sufriendo el cura algunas contusiones a consecuencia de los golpes que le propinaron los interfectos.


   Conocedores el señor Alcalde y Juez municipal de los incidentes se personaron en el domicilio del cura, tanto para interesarse por su estado de salud, como para tomarle declaración en el sumario abierto por la agresión de la que había sido objeto. Lo encontraron excitado y nervioso, manifestándoles su deseo de marcharse al día siguiente a Motril para ser atendido por un médico y buscar a una persona perita que le ayudara a formular la pertinente denuncia en el juzgado de instrucción.
   Tras despedirse, hallándose ya en la calle los visitantes, sintieron un disparo de arma de fuego que procedía de la habitación del cura. Alarmados, volvieron sobre sus pasos seguidos de algunos vecinos, encontrándose al cura cadáver. A sus pies se hallaba la pistola marca Browing que don Eugenio García Montoro, acostumbraba a llevar bajo los mantos.

   “Por la posición del cuerpo y la de la pistola, parece indudable que el suceso ocurrió hallándose de pie el cura, que al desnudarse se le cayó el arma, chocando contra el suelo y saltando el proyectil que le entró por el tobillo y en dirección de abajo hacia arriba, le perforó la pierna, el vientre y el corazón.
   La diligencia de la autopsia ha comprobado la rara trayectoria que hizo el proyectil verticalmente, atravesando el cuerpo del infortunado sacerdote”.

    Esa visión de salvajismo y barbarie, que nos transfiere el cronista motrileño, en relación a los pobladores de estos apartados y abandonados lugares, debía de hallarse bastante extendida, más por miedo y desconocimiento que por argumentaciones objetivas. Al asimilárseles al estado de las famosas cabilas rifeñas, justo en un momento en que la guerra de Marruecos se hallaba en pleno apogeo, parece como si premeditadamente se intentara retrotraer la historia a los tiempos de la rebelión de los moriscos granadinos contra los cristianos del año 1569, uno de cuyos últimos episodios fue precisamente el Asalto de los Guajares.



    Un par de años atrás de la referida muerte accidental del cura de Guájar, la prensa nacional reproduce similar argumentación, ahora relacionada con los típicos abusos del caciquismo que solía campar a sus anchas, especialmente en estas pequeñas e “incultas” por incomunicadas poblaciones, a las que sólo se podía acceder a través de tortuosos caminos de herradura. 

Gadeón 12 de diciembre de 1909

   Sirva como desagravio hacia estas pequeñas y pintorescas poblaciones a las que me unen en la actualidad lazos de amistad y hábitos de consumo (un buen mosto del terreno) otra semblanza, bastante más realista y amable, trazada años después (1928) por el periodista y escritor Bernardino Sánchez Domínguez (Bersandín) en las páginas del diario madrileño La Voz:


    En estos contornos serranos de la vega de Motril y en lugares de apelativo tan evocador como Guájar Alto, Guájar Faragüit y Guájar Fondón, sus habitantes son dueños de la choza en que viven y son propietarios en su  mayoría de la heredad  y de las chumberas que la acotan, en la que suelen tener la sombra y el fruto de una higuera, por lo menos, o de algunos almendros. En tal heredad - corral incultivable, por lo general- son pocos los que pueden recoger, para todo el año, dos o tres fanegas de trigo o de cebada, cuya cosecha, si no les es usurpada o distraída por algún vecino o pariente, va a parar a manos del fisco para pago de los consabidos impuestos del Estado, y sobre todo las cargas municipales, cuando no logra para cumplir estas primordiales atenciones ciudadanas este propietario o cosechero y ciudadano del monte y de la sierra un préstamo usurario o reunir previsoramente, restando algo del jornal de dos o de tres o de cuatro pesetas diarias - si es que ha disfrutado durante el año de un jornal - la cantidad suficiente. Es un detalle a subsanar por los que apetecemos el éxito de la "reintegración al campo".
    Como eso de "disfrutar" durante el año jornales, aun tan ínfimos como los dichos, es por aquí verdaderamente literatura, ¿De qué vivirá esta gente? ¿Cómo querrán que sea? El monte es pródigo, en verdad, y la gente frugalísima; tan frugal que se conforma con vivir sobre la tierra, con las rebañaduras de la tierra. No hay familia que no tenga su borriquillo; no hay mujer ni zagal que no ande "tras ajilando" por barrancos y cañadas hasta reunir, por lo menos, una carga de leña para llevarla en el borrico a vender, por una cincuenta o dos pesetas, a Motril, Nerja, Almuñécar, etc., empleando para ganar eso dos, cuatro o seis días en ir y volver. Si traen íntegro a la familia el importe de esa venta ¿De qué han comido el vendedor y el semoviente?

07 abril 2014

Historia del heterodoxo presbítero motrileño Antonio Aguayo.



   En el año 1865, Antonio Aguayo Molina, un hasta entonces anónimo sacerdote de origen motrileño adscrito a la diócesis de Madrid, se da a conocer con un polémico folleto que titula “Carta a los presbíteros españoles”, tachado inmediatamente de heterodoxo por las jerarquías eclesiásticas de la época. Sirva como ejemplo las palabras de condena de la circular emitida por el Cardenal Arzobispo de Burgos:

   “Después de invocar humildemente las luces del Espíritu Santo, hemos venido a condenar,  y condenamos la carta dirigida a los presbíteros españoles por el presbítero D. Antonio Aguayo, por contenerse en ella aserciones falsas, temerarias, escandalosas, injuriosas a la Iglesia, con sabor de herejía y aun heréticas; prohibimos su lectura a los fieles de esta nuestra diócesis; y mandamos que todos los que tengan algún ejemplar de la misma lo entreguen a su párroco, que seguidamente lo inutilizará”.


   No vamos a entrar en demasiados detalles sobre la historia de la carta y la biografía de este sacerdote motrileño del que ya se ocupó profusamente el historiador y escritor Manuel Rodríguez Martín (Juan Ortiz del Barco) en sus crónicas de principios del siglo XX. La que le dedica a “El Padre Aguayo” apareció publicada en la revista quincenal “La Alhambra” en los números 231, 232  y 233 (octubre – noviembre de 1907). Pinchando sobre el número se puede acceder a la lectura de las sucesivas entregas.
    Un trabajo más reciente, complementario del anterior, es el publicado por el abogado y escritor motrileño Francisco Pérez García en la revista Tiempo de Historia (1976): “El padre Aguayo. Un clérigo postconciliar del siglo XIX”.
    Como podrán apreciar, quienes se sientan atraídos por la particular trayectoria de este sacerdote, se advierte en estos trabajos cierto vacío sobre cuál fue su devenir final:

   “De mis investigaciones sobre la vida posterior de Aguayo solo he sabido, pero sin que nadie responda de la noticia, que marchó a Buenos Aires, que allí estuvo dirigiendo un periódico republicano, y que ha muerto” (Ortiz el Barco).

   “Marchó a la Republica Argentina, concretamente a Buenos Aires, donde dirigió un periódico republicano, ignorándose los últimos años de su vida y la fecha de su muerte. Tampoco he podido hacerme de un retrato, a pesar de las investigaciones practicadas” (Pérez García).

Manuel Rodríguez Martín (Ortíz del Barco)
    Juan Ortiz del Barco llegó a mantener asidua correspondencia con don Marcelino Menéndez Pelayo, que también había mandado al otro mundo al famoso padre Aguayo del que se ocupa en su Historia de los heterodoxos españoles. De una carta, fechada en noviembre de 1911, se desprende que el cronista motrileño después de aquel trabajo, reproducido también en el semanario local Vida Nueva, siguió interesándose por su paisano Aguayo.
    Se mostraba especialmente interesado en obtener su partida de defunción, una fotografía y en conocer detalles sobre un posible arrepentimiento. Su sorpresa tuvo que ser mayúscula cuando en julio de 1908 recibió por correo un ejemplar de la revista El Comercio Español de Montevideo, en la que figuraba el nombre de Antonio Aguayo Molina como director-gerente. Casi a la par, el ex presbítero remitió otra carta al director de Vida Nueva que vio la luz. Solicitaba “se rectificaran las grandes inexactitudes” que contenían la crónica de Ortiz del Barco, dando a entender, además, “que no se ha arrepentido de lo que ha escrito contra la plaga monárquico clerical que deshonra y aniquila a España”.



     A través de un sacerdote amigo del otro lado del charco llegaría a conseguir esa preciada fotografía que andaba buscando, aunque lamentablemente no ha trascendido, ni hemos sido capaces de localizarla, de momento. Posiblemente, en alguna de las numerosas revistas con las que estuvo relacionado a lo largo de su longeva existencia o en otras publicaciones dispersas por bibliotecas de la República Argentina y Uruguay pudiera aparecer cualquier día.
    Con independencia de que la famosa “Carta a los presbíteros españoles” fuera fruto de sus propias reflexiones o pudiera haber prestado su firma al servicio de determinados intereses políticos, como apunta Menéndez Pelayo, lo cierto es que este folleto terminaría marcándole de por vida.
    Su claro posicionamiento en favor de la unificación de los estados italianos, que tanto afectaba a los intereses del Romano Pontífice, y sus críticas directas a ese “neocatolicismo”, en el que se hallaban instaladas las jerarquías eclesiásticas, levantó ampollas. No hubo diócesis episcopal que se quedara sin emitir una circular de condena.
   Conforme el asunto de la carta fue adquiriendo resonancia, pese a las numerosas manifestaciones de apoyo y simpatías recibidas desde las filas democráticas y progresistas, incluidas la de sus propios paisanos, la carrera sacerdotal de Antonio Aguayo se vería pronto afectada.
   Al mes escaso de su publicación tiene que comparecer ante el vicario eclesiástico de la corte que le notifica una providencia del arzobispo de Toledo por la que se le insta a salir de Madrid en el plazo de diez días.
   En febrero de 1866 el periódico La Discusión, que había prestado cobertura de apoyo a las "herejías" del padre Aguayo y cedido sus páginas para expresarse, se hace cargo de la publicación de un segundo libro titulado “Historia de una carta”, que sirve para acrecentar la fama del cismático presbítero motrileño.


   Fue precisamente el hallazgo de un ejemplar de esta obra en una librería de viejo el que sirvió de estímulo y de fuente a Juan Ortiz del Barco para embarcarse en su biografía.



   Con las facilidades y comodidades actuales para acceder a la documentación, en siguientes entradas intentaremos ocuparnos de sus destierros de ida y vuelta, y especialmente de la pródiga labor que desarrolló como periodista, publicista y escritor hasta el final de sus días. Antonio Aguayo Molina, bautizado en la Colegiata de Motril el 18 de diciembre de 1836, dejaba de existir en la ciudad de Montevideo (Uruguay) en 1920.

05 abril 2014

Las elecciones a Diputado a Cortes por el distrito de Martos del año 1918.



    El conservador Miguel del Prado y Lisboa (Marqués de Acapulco), que detentó la representación parlamentaria del distrito de Martos durante la mayoría de la primera década del siglo XX, tras las elecciones a diputados a Cortes celebradas el año 1910 sería relevado en el cargo por un abogado liberal, natural de La Guardia (Jaén), llamado Virgilio Anguita Sánchez. Consigue su acta tras reñida pugna con el joven abogado y publicista Eduardo Barriobero y Herrán, presentado por la naciente coalición republicana-socialista.
     Las aunadas huestes liberales y conservadoras de todas las poblaciones del distrito (Martos, Torredonjimeno, Fuensanta, Valdepeñas, Jamilena, Higuera de Calatrava, Santiago de Calatrava y Porcuna)  tuvieron que desplegar todo tipo de artimañas para evitar la victoria del candidato de la oposición antidinástica. Cierto obstruccionismo contra Barriobero durante la campaña electoral (detenido en Porcuna) y un descarado pucherazo perpetrado en la villa de Jamilena terminarían siendo determinantes en el resultado final (véanse detalles relacionados con aquella contienda electoral).
    En las siguientes citas con las urnas (1914 y 1916), coincidiendo con un periodo de crisis de aquel emergente socialismo provincial, Anguita consiguiría renovar su acta prácticamente sin oposición.
    El diputado Anguita participaría activamente en la aireada campaña orquestada en favor del indulto de los Hermanos Nereo de Porcuna (de junio a septiembre de 1915), lo que contrasta con cierta tibieza o actitud menos comprometida mostrada a la hora de hacerse cargo de su defensa, tal como manifestaron los propios reos que depositaron en él su confianza  para que les representara ante el primer tribunal militar encargado de enjuiciarles. Terminaría alegando “estar enfermo e imposibilitado para el ejercicio de la profesión” y pasándole la papeleta a su hermano Fernando, también abogado. Extraña trama, creemos que arreglada desde Porcuna, para retrasar el proceso e intentar evitar en lo posible la terrible jurisdicción militar, ya que normativamente la defensa era competencia exclusiva de un togado militar, como finalmente ocurrió. 


    Su carrera política se proyecta considerablemente a finales de 1915 cuando es designado para hacerse cargo de la Dirección General de Bellas Artes, en la que permanece por espacio de dos años.
    Alguna prensa ironizaba con agudo ingenio sobre los especiales vínculos que mantenía con sus electores y su capacidad de gestión al frente de tal responsabilidad:

    “El Director General de Bellas Artes, señor Anguita, siente debilidad por las figuritas de yeso, y parece que tiene el propósito de regalar una Venus y un Apolo a cada uno de sus electores de Martos.
     En el tiempo que lleva al frente de la Dirección ha pedido ya sesenta colecciones de vaciados a la Academia de San Fernando, y como ésta no puede autorizar más que la concesión de doce colecciones anualmente, ha sido imposible complacer al señor Anguita, cosa que le ha puesto de muy mal humor.
    Contra el vicio de pedir…”

(La Acción 1 de agosto de 1916)

    Para las elecciones convocadas para el 24 de febrero de 1918, en el marco de una nueva coyuntura sociopolítica, el diputado Anguita tendrá que luchar contra el candidato de una reorganizada conjunción republicano-socialista que concurre a aquel proceso como “Alianza de Izquierdas”. Sería designado para intentar arrebatarle el acta el periodista y escritor Augusto Vivero, director del diario El Mundo.
    El malestar social generado por la gran guerra europea y el consiguiente encarecimiento de las subsistencias, la represión ejercida contra las organizaciones obreras tras la Huelga General de agosto de 1917 y especialmente los nuevos aires o esperanzas propiciados por el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia en octubre de ese mismo año, auguraban importantes apoyos electorales para los candidatos de la Alianza entre las clases  medias y proletarias.
     En poblaciones del distrito como Martos, Torredonjimeno o Porcuna sus otrora pujantes sociedades obreras se predisponen a salir del letargo del periodo inmediatamente anterior.

Augusto Vivero

    El candidato se personó sin avisar en Martos el día 4 de febrero. Visitó su Centro Obrero, trasmitiendo a sus asociados palabras de elogio sobre el correcto funcionamiento de su Escuela y de la Cooperativa que tenían organizada. Dedicó sus primeros días de campaña a recibir a comisiones de las vecinas localidades de Jamilena y Torredonjimeno. El día 7 se traslada a esta última donde celebra una “numerosa y entusiasta reunión” con los representantes de los partidos de izquierda por la mañana  y un mitin por la tarde.
    En Martos, donde existía una antigua y sólida organización republicana que coaligada con los socialistas gozaba de representación municipal, se realiza un especial despliegue electoral.
    El día 8 en un atestado teatro (se quitaron las butacas para ganar en capacidad) Augusto Vivero pronunció un “brioso discurso que duró hora y media, fijando la actitud acerca de los interés nacionales e internacionales, e invocando el interés y la necesidad de derrotar al estéril caciquismo”. Le precedieron en el uso de la palabra el redactor de El Socialista Antonio Fernández de Velasco, el concejal conjuncionista marteño Pedro Álvarez Castillo y Juan Estrella Ortega, un fervoroso y consecuente socialista venido desde Torredonjimeno.



   Al día siguiente, aprovechando la presencia en la ciudad de la Peña de la compañía cómico-dramática de Lola Ramos, se contrataron sus servicios para ofrecer una atractiva y gratuita función en honor del candidato Vivero. En un teatro engalanado con las banderas de las fuerzas políticas de la izquierda se representó “El lobo” de Joaquín Dicenta.

  “Al final se leyeron entusiastas trabajos en pro del indudable triunfo de la candidatura  y unas vibrantes cuartillas, originales de Lola Ramos, resultando la función un verdadero mitin”. 
    Después de visitar la Fuensanta de Martos y sus aldeas aledañas la siguiente escala de su periplo electoral se correspondía con la ciudad de Porcuna.



   Al no disponer de un local con la capacidad suficiente para sus expectativas requirió el oportuno permiso del Gobernador Civil al objeto de celebrar un mitin al aire libre. Llegada la hora anunciada, éste no había llegado y sus impacientes seguidores se estacionaron debajo del balcón de la fonda en la que se hallaba alojado, desde donde les tuvo que dirigir la palabra para calmar los excitados ánimos. Ante las insistencias del pueblo se organizó una imponente manifestación en dirección al Paseo de Jesús.



   Desde el andamio de los músicos pronunció un vibrante discurso. Seguido de una enorme muchedumbre y entre atronadores vivas regresaba a la fonda. Después visitó el Centro Obrero que en sesión extraordinaria acordó nombrarle “socio de honor”.

    “Reina gran entusiasmo y fuerte indignación contra los caciques”.

   El candidato, consciente de la particular estructura social del pueblo de Porcuna, con el fin de allegar a su causa el voto del pequeño y mediano propietario agrícola, hizo llegar a algunas redacciones de periódicos de tirada nacional  un telegrama dirigido al Ministro de Fomento, en el que se demandaba la urgente agilización de los trámites para la reedificación del Puente de Cañete sobre el arroyo Salado:

El Liberal 26 de febrero de 1918

   A renglón seguido le esperaban los ciudadanos de Higuera y Santiago de Calatrava. Y por último en Valdepeñas de Jaén, donde el veterano luchador republicano Gregorio Milla Martínez tenía estructurada una potente organización desde antaño.


    El seguimiento de la campaña lo hemos realizado básicamente a través de prensa republicana y socialista. A falta de prensa provincial, carecemos de información sobre los actos organizados por los partidarios del candidato liberal Virgilio Anguita, cuya intervención en el proceso creemos que no iría mucho más allá de una reunión previa con los representantes de los diferentes pueblos que componían el distrito, en quienes depositaba su confianza plena a la hora de hacer y deshacer en asuntos electorales. En Porcuna, fallecido su amigo Don Luis Aguilera y Coca, sus hombres de confianza para esta nueva cita con las urnas fueron don Pedro Funes Pineda y don Emilio Sebastián González.
    El resultado final de aquellos comicios se decantó por un  margen aproximado de 700 votos en favor del candidato liberal. Con excepción de la ciudad de Martos, en la que Vivero se impuso con claridad (1959 frente a 529), en todos los demás pueblos del distrito se impusieron los monárquicos.
    Se despertó la sospecha de un pucherazo perpetrado en Porcuna. Al tenerse noticia de ello en el momento mismo del escrutinio, en el que se hallaba presente el Sr. Anguita, la exacerbada indignación de parte del vecindario marteño, “obligó a Anguita a abandonar la población por calles extraviadas, protegido por varias parejas de la guardia civil”.
    Del cruce epistolar mantenido en la prensa entre el candidato triunfante y el perdedor-acusador en torno al asunto, entresacamos lo siguiente:

   “Lo del pucherazo de Porcuna es totalmente incierto, como cuando tiende a significar a la opinión publica el desagrado hacia mi candidatura en aquel pueblo. 

    Lo ocurrido es que en Martos, como hay fuerzas republicanas, obtuvo la mayoría su candidato, y en todos los demás pueblos yo, porque predominan los monárquicos, especialmente en Porcuna, donde presenció la elección el señor Vivero.

   La prueba de que mi victoria lo ha sido en lucha legal, es que ayer no se formuló ninguna protesta”.

(Carta de Virgilio Anguita publicada en El Liberal de 2 de marzo de 1918)

   Para que una protesta fuera estimada tenía que ir acompañada de un acta notarial, cosa difícilmente al alcance de los posibles de los porcunenses que participaran como interventores del candidato republicano-socialista.



   La réplica de Vivero, publicada por el mismo periódico al día siguiente, resulta especialmente clarificadora e ilustrativa sobre los métodos empleados por el caciquismo y sobre los especiales vínculos del diputado con el pueblo de Porcuna:

  “No es exacto que yo presenciara las elecciones en Porcuna. Llegué allí a las tres de la tarde, cuando ya se había consumado la hazaña. A tal hora, los frascos de cristal con que los caciques protectores de la candidatura del Sr. Anguita habían suplido las urnas mostraban como en ciertas ocasiones la boca ancha de un recipiente que hace el milagro de que un candidato malquerido la víspera resulte el más simpático a la opinión.
    Lo que afirma el Sr. Anguita tocante a las simpatías de que goza en Porcuna seguramente asombrará allí. Asombrará porque todo el mundo supone que al no mostrarse desde hace mucho tiempo en aquel pueblo se debe a cosa distinta a ese entusiasta fervor popular a que alude en su despacho. Lo rectificaré gustoso cuando sepa que el Sr. Anguita ha estado en Porcuna.
   Y nada más. Para otra vez ya procuraremos que los caciques porcunenses guarden de la elección otro recuerdo menos grato que el obtenido imponiéndose a la voluntad del cuerpo electoral”.

(No hubo contrarréplica)

   Con el acta en el bolsillo el polivalente político liberal Virgilio Anguita accedía a la Dirección General de Agricultura. No volvería a presentarse por el distrito de Martos. En vísperas de  las elecciones adelantadas para junio de 1919 cambió de familia política (de Prietista a Romanonista) resultando elegido nuevamente diputado, ahora por la circunscripción de Jaén capital. 

FUENTES UTILIZADAS

    El Socialista. Hemeroteca de la Fundación Pablo Iglesias.
    El País, El Liberal y otros. Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional.
    Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura.