El artículo dedicado a Castro del Río en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, publicado por Pascual Madoz entre 1846 y 1850, recoge una escueta noticia sobre un primitivo retablo alojado en la capilla mayor de la iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción:
“En la capilla mayor se ve un retablo moderno de dos cuerpos y de muy buena arquitectura, fabricado en el año 1826: en el inferior contiene en un arco el tabernáculo, y a los lados San Juan y San Marcos; el superior presenta Ntra. Sra.de la Asunción en el centro, y a der. e izq. San Lucas y San Mateo. En los costados de este retablo, sobre las puertas de la sacristía, se ven San Pedro y San Pablo, todos lienzos muy buenos del pintor honorario de cámara D. Diego Monroy y Aguilera”.
Francisco Valverde y Perales en el capítulo que le reserva en su Historia de Baena (Toledo 1903) al pintor local Diego José Monroy y Aguilera (1786-1856), también refiere su producción para la parroquial de Castro, que tuvo que realizarse forzosamente durante esos primeros años de la tercera década del siglo XIX:
“La iglesia Parroquial de la Asunción de Castro del Río, en su Capilla mayor, conserva siete lienzos pintados por este distinguido artista, representando a la Asunción de Nuestra Señora, los Evangelistas San Juan, San Marcos, San Mateo y San Lucas, y los Apóstoles San Pedro y San Pablo, todos considerados como muy estimables”.
Francisco Valverde y Perales en el capítulo que le reserva en su Historia de Baena (Toledo 1903) al pintor local Diego José Monroy y Aguilera (1786-1856), también refiere su producción para la parroquial de Castro, que tuvo que realizarse forzosamente durante esos primeros años de la tercera década del siglo XIX:
“La iglesia Parroquial de la Asunción de Castro del Río, en su Capilla mayor, conserva siete lienzos pintados por este distinguido artista, representando a la Asunción de Nuestra Señora, los Evangelistas San Juan, San Marcos, San Mateo y San Lucas, y los Apóstoles San Pedro y San Pablo, todos considerados como muy estimables”.
Cuando Rafael Ramírez de Arellano elabora su Inventario Monumental y Artístico de la Provincia de Córdoba (1902-1903), el referido retablo se hallaba desmontado y el templo cerrado al culto por reformas. Esta circunstancia le permite a R. de A. estudiar el ábside central de la iglesia:
“Hemos visto que es exactamente igual al de San Pablo de Córdoba y tuvo baquetones, hoy rozados, y en las aristas exteriores conserva los botareles. Quedan dos de las estrechas ventanas que lo iluminaban, sin más adorno que una imposta en la parte alta para recibir el arco, cuyo tosco perfil es éste:
En los despieces del muro se ven las marcas de los canteros. Todo está tan desfigurado que sólo detrás del retablo mayor, o subiendo a los desvanes, se puede estudiar".
Ha sido precisamente esta referencia de R. de A y el obligado repaso por la bibliografía del profesor Aranda Doncel, quienes me ha permitido localizar en prensa histórica una crónica, remitida por el activo y culto corresponsal del Diario de Córdoba, Antonio Pérez López Toribio, sobre el resultado final de aquella reforma. Junto a la típica descripción de los fastos cívico-religiosos celebrados con motivo de la reapertura al culto, se extiende detalladamente en aquellas partes del templo que se vieron afectadas por la misma, cuyo importe (40.000 pesetas) fue sufragado íntegramente por don Joaquín Sotomayor y Sotomayor y su piadosa señora, Doña Salud del Barranco y Valdelomar.
Una sucinta relación de las mismas la recoge Juan Aranda Doncel en su Estudio histórico del Barrio de la Villa, procedente del Boletín del Obispado de Córdoba, aunque la crónica del corresponsal del Diario es bastante más extensa. Le atribuyo, incluso, conocimientos en historia del arte o, por lo menos, que supo documentarse acertadamente para la ocasión, como podremos comprobar.
La minuciosa descripción que nos trasmite del retablo mayor se corresponde casi al cien por cien con la plasmada en la ya famosa fotografía de Castellá que se muestra en la cabecera. Lo que me ha llamado poderosamente la atención es que la distribución iconográfica original, reflejada en el artículo de Pascual Madoz, parece verse considerablemente alterada, ya que los lienzos de los cuatros evangelistas (Juan, Marcos, Lucas y Mateo) que tenían reservado su sitio junto al de la Asunción en el retablo confeccionado en 1826, que lució dentro de la misma a lo largo de todo el siglo XIX, desaparecen de su lugar original. Todo esto me induce a pensar que más que a una reinstalación a lo que se vería sometido el retablo durante las ya referidas reformas de principios del siglo XX, sería a una restauración-recomposición de considerable envergadura, con el resultado de un retablo prácticamente de nuevo cuño.
Dejemos que sea Antonio Pérez L-Toribio quien nos conduzca y nos informe sobre las transformaciones operadas en el templo parroquial tras aquellas reformas de 1902-1904:
“El púlpito, la balaustrada colocada en el contorno del presbiterio y el retablo, pertenecen al tercer periodo del estilo ojival o gótico, conocido con el nombre de florido o flamígero, que como es sabido llego a alcanzar su mejor esplendor durante el siglo XV. El pulpito es todo de madera de cedro en su color propio, por lo que resulta severo y elegantísimo”.
“La balaustrada o antepecho, como es de madera común, está pintada de blanco y sus molduras doradas mate y bruñidas”.
“En cada vértice de los dos ángulos que forman la balaustrada en la gradería que da acceso al presbiterio, hay un facistol construido por una hermosa águila dorada mate, en actitud de volar, que se apoya en una esfera también dorada pero bruñida”.
EL RETABLO
El retablo es también de madera común y tiene su fondo pintado de blanco y los adornos dorados, bruñidos unos y otros mate. En su eje principal y sobre el altar, está, primero el artístico tabernáculo o pequeña capilla donde se guarda la sagrada Eucaristía:
Más arriba aparece la majestuosa figura, tallada, del Corazón de Jesús, sustentada en bonita repisa y cubierta por un gran doselete octagonal.
En la parte media del doselete, y en un mismo plano, tiene las pequeñas esculturas de Nuestra Señora de la Asunción, San Joaquín, San Lorenzo, Santa Isabel y la Dolorosa:
Si nos imaginamos la efigie de Jesús colocada en el vértice opuesto a la base de un triángulo equilátero, en los otros dos vértices están situadas las esculturas de la Maternidad de María y San José y en los puntos medios de los dos lados del triángulo, las de Jesús en la Columna y Santa Mónica.
Aquí, tengo que reconocer que me pierdo con los triángulos equiláteros y los vértices, siempre he sido torpe en estas materias, y además mis conocimientos en iconografía religiosa son más bien parcos. De las referenciadas sólo parece estar clara la de Jesús de la Columna. Con el resto me aventuro, y si alguien cualificado en la materia detecta falsas adscripciones le rogaría que me corrigiera:
Jesús amarrado a la columna |
Lástima que el cronista no repare en cuestiones como autores o talleres encargados de la confección y montaje de estos trabajos. Bien pudieran ser fruto del buen hacer profesional del tradicional gremio de carpinteros de la localidad.
Pongo un provisional punto y aparte, ya que esta segunda fotografía de Castellá de la nave central de la Iglesia, permite seguir desentrañando detalles sobre la decoración y distribución del templo. Por ejemplo, sobre el nuevo pavimento, de mosaico hidráulico, “que forma primorosos dibujos estilo de los entarimados”.
Todo el material gráfico que se muestra procede del “Fons editorial Albert Martín” de la Biblioteca de Catalunya. Me reitero en mis agradecimientos hacia esta institución cultural catalana por su atención y la facilidad pasmosa con la que han puesto en mis manos, y de camino en las de la sección de Temas Locales de la Biblioteca Pública Municipal de Castro del Río (es decir a disposición de todos los castreños), esta colección de magníficas fotografías. El pequeño esfuerzo económico que me ha supuesto su consecución lo asumo con satisfacción y agrado. Que cunda el ejemplo.
Es justo y necesario, hacer mención a las políticas culturales, libres de sectarismo, que se desarrollan en esta tradicionalmente más moderna, en todos los sentidos, comunidad autónoma. Tengo experiencias recientes de relaciones con archivos y bibliotecas dependientes del Ministerio de Cultura, que se mueven en una honda más cateta. Es más, como soy suspicaz por naturaleza, hasta pudiera darse el caso de que recurran policialmente a la barra de google a la hora de planificar la atención a los pedidos y demandas que les llegan.
¡Catetos! Es el adjetivo más suavecito que se me ocurre para calificar estos indiscriminados comportamientos.
Antes de que cualquier comentarista anónimo aluda a la machaconamente utilizada fiebre iconoclasta de la izquierda española desarrollada durante la guerra, permítanme que me arrogue su defensa moral. La jurídica, imposible a estas alturas, pues ya se encargaron en su día los vencedores de pasar por las armas a todos aquellos sospechosos de haber participado o simplemente presenciado pasivamente la quema de imágenes de culto católico. Desde la óptica actual no deja de ser una barbaridad, pero se debería hacer un pequeño esfuerzo para intentar situarse en aquel contexto crítico, que nos permitiera comprender (sin justificar) aquellas actuaciones. Precisamente en esta entrada tenemos un buen ejemplo de la tradicional alianza entre los poderosos (política y económicamente) y la Iglesia. Son pudientes piadosos quienes sufragan de su bolsillo este retablo. En las capillas laterales de la parroquial de Castro del Rio tenemos otros ejemplos en los que históricamente han sido familias linajudas quienes las han costeado (más egoísta que altruistamente) para reposo de sus restos mortales dentro del espacio sagrado del templo. La epidemia de cólera morbo de 1834 pone definitivamente freno a esta insana costumbre.
ResponderEliminarEl compromiso con los pobres de aquella Iglesia anterior a 1936, se limita prácticamente a la acción caritativa liberadora de conciencias. Eso sí, tirando siempre del bolsillo del cristiano de base alta.
La acción social de la Iglesia española durante el primer tercio del siglo XX, va a remolque de las manifestaciones de conflictividad social. Sólo aflora en aquellos momentos en que el proletariado consigue estructurarse en torno a sindicatos y sociedades obreras que libran la batalla en defensa de sus legítimos intereses de clase. La única iniciativa que se les conoce (caridad aparte) son los famosos sindicatos católicos agrarios, que nacen patrocinados por una patronal agraria bastante reaccionaria, para contrarrestar en la medida de lo posible la cada vez mayor implantación del anarcosindicalismo, caso de Castro del Río, donde el pueblo soberano supo sabiamente bautizarlos con el remoquete de Gatopalo (dicen que el gatopalo es trampa para ratones, pero sólo pican en él los tontos de los c…)
Como me estoy extendiendo en demasía casi mejor emplazarles para una próxima entrada.