Puerta de acceso a la nave central de la Iglesia del Carmen |
Escribíoslas un hijo de la expresada villa, cuyo borrador no pudo sacar en limpio, ni ponerlas en mejor estado, ni menos trasladarlo en letra más clara y limpia. Año de 1817, 103 folios en 4º y 7 laminas al final; sin numerar.
El hijo de la expresada villa era, el ya varias veces mencionado fraile carmelita natural de Castro del Río, Miguel Rodríguez Carretero, de cuya vida y obra ya nos hemos ocupado en una de las entradas dedicadas a la historiografía local. Como mis investigaciones son de mero aficionado y suelen pecar de precipitación en algunas ocasiones, siempre quedan lagunas e imprecisiones que el formato blog permite subsanar o rellenar a posteriori. Aquella entrada ya quedó lo suficientemente extensa y desarrollada, por lo que, antes de retocarla, he optado por introducir una nueva complementaria.
Quien haya seguido esta serie, recordará cómo se ha venido haciendo referencia a este manuscrito que, no sabemos cómo y cuándo, pasaría a manos del erudito cordobés Rafael Ramírez de Arellano. De sus páginas procede la noticia sobre el tránsito del cadáver de D. Fernando el Católico a Granada, recogida de un desaparecido “Libro de Memorias” de la Parroquia de la Asunción de Castro del Río, que se publicó en el nº 5 (1919) del Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. De la escala mortuoria del rey católico en la villa de Castro del Río, que tuvo lugar el 2 de febrero de 1516, llegó a extenderse acta notarial que a principios del siglo XX se custodiaba aún en el archivo municipal.
En alguna que otra ocasión hasta he llegado a instar sobre la necesidad de investigar sobre el paradero del legado documental de Ramírez de Arellano (en adelante R. de A.), en pro de intentar recuperar ese manuscrito y otros materiales relacionados con Castro del Río de los que se sirvió este autor para confeccionar su “Ensayo de un catálogo bibliográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba” (1916). Las 7 láminas que se mencionan al final del manuscrito tienen que ser forzosamente esos dibujos de temática religiosa que el propio Ramírez de Arellano atribuye a la pluma del talentoso carmelita sevillano Fray Juan Félix Girón.
Pasa, muchas veces, que se tienen las cosas delante de los ojos y no se ven. Recientemente, paseándome entre las páginas del Inventario Monumental y Artístico de la Provincia de Córdoba (confeccionado por este mismo autor en 1903), cuando buscaba información relacionada con la producción escultórica de un artista flamenco del siglo XVI conocido por Juvenal Bruno, a quien se la atribuye la autoría del desaparecido Cristo de la Iglesia del Convento del Carmen Calzado de Castro del Río, me topé de bruces con la referencia a un manuscrito que fue básico para Ramírez de Arellano a la hora de redactar los artículos dedicados a Castro del Río en aquel Inventario:
“De anónimo autor es un libro, curiosísimo e importante, intitulado Borrador de noticias antiguas y modernas de la villa de Castro del Río, del que nos serviremos mucho para estos apuntes, y que es lástima que no se publique, pues pocas historias particulares están escritas con criterio más sano y más certeza de datos”.
Las referencias al Anónimo son una constante entre los aproximadamente 100 folios manuscritos que Ramírez de Arellano le dedica a su recorrido por la historia y el patrimonio de la villa cordobesa de Castro del Río. No es cuestión de reproducirlas al cien por cien, pues ya se hallan a disposición de los curiosos en diferentes formatos, de manera que me limitaré a hacer algún inciso en lo extraido del mismo, que hasta años después, cuando publica su "Ensayo bibliográfico" (1916), no es capaz de asociarlo a Fray Miguel Rodríguez Carretero:
“A los márgenes de rio Salso, hoy Guadajoz, se halla fundada, la noble y leal villa de Castro del Río, a los 37 grados y 47 minutos de latitud, 16 grados y 16 minutos de longitud, según la ponen los mapas. Sobre la cima de un cerro elevado, que se levanta sobre el terreno inmediato a las orillas del mencionado río se ve fundada, extendiéndose la población alrededor de dicha eminencia, entre oriente y poniente principalmente. El plano del expresado cerro, ceñido a una gruesa y alta muralla. Guarnecida ésta de fuertes torres, de un formidable castillo, hoy desmantelado con un postigo y una sola puerta aforrada de planchas de fierro, y su rastrillo con su capaz plaza de armas y demás arreos y pertrechos. Sus dos famosas torres, la del Omenage, que defendía la entrada, y la otra, la única puerta de la población; colocado referido castillo al Norte, era solamente lo que dentro de los muros componía la antigua villa de Castro; con la advertencia de que ningún edificio tocaba a la muralla, todo el recinto se andaba sin el menor embarazo, para defenderse con libertad de los enemigos: de Norte a sur se extiende más que de Oriente a Poniente. Es de figura cuadrilonga, más extensa de longitud que de latitud muchos pasos”.
No desaprovecha R. de A. un extenso apéndice del referido Anónimo (R.C): “donde encontramos una Descripción individual del castillo, que creemos oportuno copiar; pues da idea de cómo quedaba en 1817, mientras que nosotros sólo podemos hablar de como ahora se encuentra”. Son 16 folios que transcribe literalmente, en las que se extiende y repara en diferentes detalles relacionados con el castillo, sus torres, muros, defensas y puertas. Como del recinto amurallado y de lo que encierra ya se han ocupado de manera científica historiadores y especialistas de la localidad, me detendré sólo en algunas noticias curiosas:
Le arroga al recinto un origen turdetano, posteriormente solidificado durante el periodo de dominación romana. La tesis la sostiene en base al hallazgo de monedas en las que junto a símbolos y jeroglíficos de espigas, pez, buey, caballos con jinetes… aparece el nombre de la antigua Ituci grabado en caracteres del alfabeto turdetano.
Se aventura incluso en ubicar la oficina donde se fundían los metales (“actualmente en un aljibe cuadrilongo en casas del presbítero don Antonio de Osuna sita en la villa”) así como en el lugar preciso donde era acuñada la moneda (“en una casa de Manuel de Tapia, en la misma villa, quince pasos distante de la citada oficina de fundición”).
Dejando de lado estas elucubraciones y fantasías, su mérito principal estriba en la exhaustiva descripción de la fortaleza en base a la observación directa (primeros años del siglo XIX), complementada con los testimonios que le aportan “ancianos que hoy viven y curiosos vecinos”, de los que llegaron a conocer algunas estructuras ya desaparecidas. Un ejemplo:
Los testimonios le sirven para reconstruir la primitiva y desaparecida entrada al recinto, aunque con una narración un poco enrevesada:
Puerta de Martos |
“La puerta principal llamada de Martos, única en los tiempos antiguos de la plaza, estaba colocada en la rinconada que dejaba el martillo saliente oriental del alcázar, entre el postigo de la casa que habita Doña Josefa Luisa Mazuelo y la torre de la Virgen de los Remedios, rebajada en el día, la que, con otra que estaba donde hoy el caño, formaban la dicha puerta y clave con su contrapuerta y taladro, garitón, arcos de cantería, almenillas, miras, viseras y vistosos remates; todo pertrechado como la puerta del alcázar; en el antemuro de ella había otra denominada el rastrillo de la Plaza, sostenida por el adarve, y alto lienzo del alcázar: en la puerta principal de la plaza asistía la gran guardia, la que se miraba sostenida de la barbacana, y segundo torreón del alcázar por una parte, y por la otra de la torre de la Virgen de los Remedios”.
Valiosa su contribución al informarnos sobre los avatares históricos que determinan su desaparición:
“En el día se halla el consabido sitio de la principal puerta del todo desfigurado; se demolió toda la fortaleza para labrar las casas del insigne vicario eclesiástico don Pedro Suarez Pimentel y las de don Lorenzo Ruiz Cañete, comisario del Santo Oficio, que se edificaron en el paraje de lo que fue antigua barbacana. También por la venida a ésta del Señor Rey Don Felipe V, el animoso de feliz memoria, en el año 1733, cuando de Sevilla mudó la corte a Madrid, teniendo preparado alojamiento en el Colegio de San Pedro y San Pablo, juzgando no cabrían las carrozas, se hundió el muro de ella que unía con el castillo para que pasasen con desembarazo. Luego en 1743 se quitó y destruyó la citada puerta hasta los cimientos, con el fin de hacer amplísima la entrada de la villa, y en el mismo año la sagrada imagen de María Santísima de los Remedios, que estaba colocada de tiempo inmemorial, sobre la clave de esta puerta, se trasladó a la torre contigua, ya rebajada de su altura, la que ahora sirve de azotea de las casas del vicario eclesiástico D. Juan de la Peña Tercero”.
Las referencias a galerías militares subterráneas posiblemente sean también producto de su imaginación:
“Igualmente lo son las cuatro minas militares subterráneas que corren en distintas direcciones, hacia el rio Guadajoz, hacia el Norte y campiña: nos parecen de la misma ancianidad de los dos algibes del castillo, el pozo dulce, el argamazón, o chitura, de las calles del Baño, Garcipérez y Alcaidesa”.Mitos e historias de corte novelesco sobre pasadizos y túneles están muy extendidos en las poblaciones fronterizas. Creo que aquí le falla la agudeza a nuestro historiador, y a esas infraestructuras árabes relacionadas con la captación y distribución de las aguas, les atribuye un uso militar imposible de demostrar.
A la hora de fijar el origen del templo parroquial R. de A. recurre una vez más al manuscrito Anónimo (R.C):
Porfolio Fotográfico de Castro del Río |
“Dice que esta parroquia se edificó sobre una mezquita, aunque variando algo su situación y extendiéndose más de lo que aquella abarcaba. Se conservó el edificio musulmán purificado hasta después de la conquista de Granada, y la portada principal se levantó hacía 1511, durante los pontificados de D. Pedro Fernández Manrique y D. Leopoldo de Austria”.
Le sirve, así mismo, para informar sobre el origen de otros edificios religiosos: Iglesia de la Madre de Dios (primera construida extramuros) o el Convento del Carmen.
Las noticias sobre la fundación de éste último en el año 1555, al abrigo de la primitiva cofradía de la Veracruz, en una ermita del mismo nombre, sobre la que con posterioridad terminaría erigiéndose el convento, son las que ya conocemos, por aparecer también recogidas dentro de su Epytome Historial de los carmelitas de Andalucía y Murcia. Aunque es de justicia citar que éstas proceden su vez de otro manuscrito (desaparecido o sin localizar) del que es autor otro carmelita castreño, Fr. Martín de Osuna y Rus (1630-1706).
Es aquí precisamente donde entroncamos con mi objetivo inicial, el famoso Cristo del Carmen, colocado en la parte superior del retablo mayor, atribuido a la gubia de un desconocido escultor de origen flamenco a quien el Anónimo (R.C) llama Juvenal Bruno.
Como podrán comprobar en el recorte del Inventario, al final aparece el nº de la lámina correspondiente, que por desgracia no se puede mostrar pues finalmente el trabajo quedaría desprovisto de aparato gráfico. Su autor marcó las fotografías, pero no las presentó alegando que la editorial que lo publicara se encargaría de ello.
Para poder ilustrar tengo que recurrir a una instantánea perteneciente a una colección fotográfica realizada una década después, de la que extraigo algunas que se muestran maliciosamente marcadas, a la espera de poder elaborar con ellas un nuevo “Portafolio Fotográfico Historiado de Castro del Río”, donde obligadamente tendré que hacer referencia a su procedencia, seguida de los oportunos agradecimientos.
Para poder ilustrar tengo que recurrir a una instantánea perteneciente a una colección fotográfica realizada una década después, de la que extraigo algunas que se muestran maliciosamente marcadas, a la espera de poder elaborar con ellas un nuevo “Portafolio Fotográfico Historiado de Castro del Río”, donde obligadamente tendré que hacer referencia a su procedencia, seguida de los oportunos agradecimientos.
Para R.de A. el verdadero nombre de este escultor era “Luydvinos de Bruna”, del que las únicas noticias que disponemos son las que nos proporciona en su Inventario Monumental. Le atribuye también, fundamentándose exclusivamente en la similitud de los plieges del paño del sudario y en la estrechura de tórax, un hermosísimo crucificado de tamaño natural catalogado dentro de la sacristía de la Iglesia Parroquial de Santa María la Mayor de Baena.
Este crucificado de Baena tuvo mejor suerte que el de Castro del Río, pues pudo superar aquellos episodios críticos de 1936 (los machaconamente culpables de irreparables pérdidas patrimoniales) y desde el año 1962 procesiona en la famosa Semana Santa de esta localidad cordobesa como “Santísimo Cristo del Perdón”.
La resonancia del nombre del incógnito Luydvinos debió de ser del agrado de R. de A. que basándose en criterios de dudosa fiabilidad (“parece de Bruna”, “tal vez de Bruna”) le asocia otras tallas de autor desconocido de las que se hallaban repartidas por diferentes establecimientos eclesiásticos de Castro del Río:
“Un Cristo en la cruz, de madera, pequeño, bueno” que estaba en la sacristía de la Iglesia de Santo Domingo; otro Cristo, de tamaño académico, colocado sobre la cajonera baja de la sacristía de la parroquial de la Asunción; un San Blas, de la segunda mitad del siglo XVI, situado en un altar del lado del Evangelio de la parroquial del Carmen (“tal vez de Bruna”) y una Virgen del Buen Suceso, también del XVI, situada en el altar de San Antonio de la Iglesia del Hospital de Jesús Nazareno.
Para completar la entrada incluyo la portadilla de un ejemplar del libro de Fray Miguel Rodríguez Carretero, intitulado: "Resumen histórico de la vida de la venerable madre Sor Narcisa María de la Concepción, religiosa descalza del sagrado orden de Santo Domingo, del convento de Jesús María de Scala Coeli de la villa de Castro del Río, Reyno de Córdoba", hoy en manos de una conocida familia de impresores de aquella localidad.
Para quienes muestren interés por el mismo pueden encontrar una copia digitalizada del original custodiado en la biblioteca de la Fundación Manuel Ruiz Luque (Montilla), en la web de la Biblioteca Virtual de Andalucía.
En el caso de los túneles amigüito Alberto tengo que decirle a usted que no se trata de una fantasía.
ResponderEliminarHace años creía de la existencia de al menos dos túneles, el primero; que llegué a conocer el lugar donde se encontraba la boca pero vista desde una pared que nunca me atreví a saltar, se encontraba al inicio de la calle la Tercia en los pisos que construyo Recio sobre una estructura levantada por su antiguo propietario Don José Navajas; y que estuvieron a medio terminar durante mucho tiempo, pues allí había un túnel que algunos; más valientes, decían conocer dirección a Madre de Dios de unos 20 o 50 metros. Otra de estas bocas; y que yo conocí in situ, apareció en el sótano del edificio donde hoy se encuentra el templo del Hermano David “Cá David”, este se tapó rápidamente pero pude observar mientras se tapiaba que resultaba tan profundo que las oscuridad conseguía que no pudiéramos apreciar su profundidad. Tengo que decir que por entonces me queje bastante al alcalde de turno y amigo Santiago Moreno, pero eso fue antes de echarme al monte a salvaguardar la parte de patrimonio que a mí me tocaba “como es de todo” pues uno los destruye y otros los salvan.
Mi imaginación me llevo a dibujar el recorrido hacia la torre situada al lado del ayuntamiento en el llamado “rincón de los Chistes”, asi que estuve ojo avizor en las recientes obras llevadas en el aparcamiento. Tengo que decir que no encontré nada, bien porque su dirección era hacia este que he mencionado antes distante unos 100 metros o porque ya estaba destruido por la edificación del mercado. Creo que la primera versión es la buena.
La publicación del eminente hallazgo fracasado me llevo a la publicación de un cuento basado en esta elucubraciones propias de mi persona:
http://historiasdecastrodelrio.blogspot.com.es/2010/05/matomela-un-ballestero-del-dios-mal.html
No sé qué decirte amigo Diego, lo de la observación directa lo tienes tu bien controlado. Pero no te confundas, la persistencia o puntual aparición en las obras de estructuras de apariencia abovedada no tiene porqué guardar forzosamente relación con túneles de galería. Tampoco conocemos que fue lo que observó realmente Fray Miguel, aunque su mención, por contexto (referencias a infraestructuras hidráulicas), es la que me lleva a ese juicio de “posiblemente fantástico”. Como se han hecho tantas barbaridades a lo largo de los siglos y las que quedan por hacer, si nadie las evita, quizá sea ya demasiado tarde para desentrañar esas incógnitas.
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