Los aproximadamente cuatro años (1827-1831) que Bartolomé José Gallardo pasó desterrado en la villa cordobesa de Castro del Río no terminaron
de afectar del todo a su habitual intensidad investigadora y literaria. Su debilidad por la
letra impresa pudo satisfacerla, a medias, con los fondos de la librería del Convento del Carmen con cuyos moradores trabó amistad hasta el punto de ser
considerado casi un miembro más de aquella comunidad de frailes de la que era
vecino.
Para superar el aislamiento, poder acceder a otros
libros de los que eran de su curiosidad y dar salida a sus escritos, se sirvió de la profusa correspondencia mantenida con amigos de las letras diseminados por
diferentes lugares de la geografía nacional. Para evitar que sus cartas y
pedidos fueran interceptados por los absolutistas, que lo tenían sometido a un
estrecho marcaje, contó con la colaboración de algunos castreños que supieron
favorecerle en la medida de sus posibilidades.
Sobre el especial trato que le dispensaron las
fuerzas realistas comandadas por Lorenzo A. Calderón y Espada ya nos hemos detenido
en anteriores ocasiones, aunque su correspondencia no deja de depararnos sorpresas
sobre su particular ironía al respecto:
“Fui tataradesterrado a esta insigne villa
de Castro del Río. Desde aqí al zielo; a donde cuando de aqí salga, me podré ir
vestido y calzado, seguro de no tener que purgar…
Suponiendo a V. ya instruido por pública
voz i fama de los que en aquel punto crudo me asaltaron allí, i de lo que aqí
he pasado (e ancor si muove); i por no desmentir a renglón seguido con mi dicho
mi hecho, no se los cuento aqi todos ze por be.
Así en vez de andar-me en oziosos jemidicos
y lloramicos será mejor hablar de nuestras dulces Camenas”.
Castro del Río: 28 de septiembre de 1828
Cartas inéditas de don Bartolomé José Gallardo a don Manuel Torriglia (1824-1833)
Una de las personas que le prestaron ayuda fue don
José García Criado, administrador de la estafeta de correos de Castro del Río
(Plaza Real nº 2) encargado de recibir y dar salida a sus fajas de correo
ordinario. También constan cartas recibidas a nombre de Pedro Ruiz Bujalanze
(posiblemente su casero).
Para
envíos y recepciones más voluminosas (paquetes) contó con la colaboración de
una serie de comerciantes locales, que comulgaban con las ideas liberales, que
pusieron a su disposición su red de cosarios y arrieros para traer y llevar.
El arriero (Semanario Pintoresco Español) |
Es
el caso del banquero y comerciante Antonio del Río García, a quien Gallardo supo corresponder sus favores mediando en una
estafa perpetrada por un joven liberal malagueño desterrado en Castro del Río
durante unos meses:
Habían mandado acá desterrado a un niño de
Málaga llamado don Miguel Morales. Este tal don Miguel, que haze bueno al
diablo qe su santo tiene a los pies, en unos tres meses que ha errado en este
valle de lágrimas, ha desplegado una tan picaña travesura, que mal año para
Lazarillo, Guzmán, Jil- Blas i todos los más pintados héroes de la picaresca,
incluso el famoso Cordobés P. de Urdemalas.
De sus travesuras se podía sacar historia,
y de sus trapezeos i embelecos un libro tamaño como el Flos-sanctorum. En ese poco
tiempo se ha dado maña para emparentar aquí con casi todo el lugar, y siempre
con rasgos a la heroica. De hazañas suyas se podrían contar a porrillo. Pero no
quiero contar a V. sino una que a mi me tañe a toca teja.
Uno de los incautos a quienes ha prometido
oros y moros es un don Antonio del Río, del comercio de esta plaza, el cual sin
más qe algún conocimiento de oídas de un hermano de tal, le ha adelantado en
vezes sobre unos mil reales. Hubo de apuntar el don Miguel a pagarle la buena
obra con una letra de tres mil contra dicho hermano, para Río se reintegrase de
los mrs. qe le tenía adelantados, i retuviese el resto para írsele
suministrando. En efecto se jira la letra que es protestada.
Viéndose así chasqeado Río trata de demandarle en Justizia.
Atravieso-me yo y consigo parar-le el golpe: me aboco al punto con el Morales,
me da su palabra de honor de pagar sin dar lugar al escándalo qe amenazaba, i
por fin al día adiado qedamos en qe ayer mañana de su mano a la mía me
entregaría los dichos reales, yo le entregaría su rezibo, y pelitos a la mar.
Más para servir a V. la noche de antes las afufó como el Barón de Illescas.
La Pol. le busca, y no será mucho qe le
encuentre porque a él no es difícil encontrar-le las guaridas: pero (¡la Magdalena
le guie!) yo lo qe qisiera es qe Rio encontrase sus tantos de pico, aunqe el
don Miguel de feliz recordación no le encuentre en días de Dios la Po. ni la Pu…
(¡tenga-me Dios de su mano!).
Ayúdenos V. algo a esto.
Despues de este curioso y necesario prolegómeno sobre su
correspondencia epistolar entraremos en
materia. Nos centraremos en unos artículos escritos por Gallardo en Castro del Río, que por las vías ya
mencionadas, llegaron hasta las redacciones de varios periódicos donde fueron
publicados.
“Mudez
extraordinaria”, remitido desde Castro del Río, fue publicado por entregas en el
Diario Mercantil de Cádiz. La primera parte (sin firma) vio la luz en el nº 4.532
(29 de diciembre de 1828). También sin firma consiguió infiltrarla en la Gaceta
de Madrid (nº 4 de 8 de enero de 1829) dirigida por un hombre de confianza del
monarca Fernando VII, el periodista y juez conservador natural de Espejo
(Córdoba), don Pedro de la Hoz (sobrino del superintendente de policía). Advertido éste, del nombre de su autor y procedencia,
la segunda parte no sería publicada. Si finalmente en el Diario Mercantil de Cádiz,
aunque casi un año después que la primera, acompañado de una discreta firma con
sus iniciales (B.J.G) al final.
En estos artículos, que carecen de la componenda
irónica o crítica habitual en su pluma, informa sobre un caso de
mudez extraordinaria de la que resulto afectada una vecina de Castro del Río y
del que fue testigo presencial.
MUDEZ
EXTRAORDINARIA
Artículo
1º
Un
fenómeno de filosofía médica muy singular ofrece actualmente la villa de Castro
del Río a la contemplación de los más curiosos fisiólogos y terapeutas. Ana
Rincón, joven de 20 años, uno y medio de matrimonio, del cual no ha llegado a
colmar fruto, malogrados en ciernes dos; su temperamento sanguino; genio pronto
y festivo. En la madrugada del 11 de Diciembre corriente, al romper a hablar a
su esposo, se sintió trabada la lengua, libre y expedito el uso de los demás
órganos.
Muda
así, llamaron al facultativo, el cual recetó luego una sangría; repitióse a las
4 de la tarde; y a poco después recobró la paciente el habla; pero le duró
poco.
Nueva
mudez hasta cosa de la media noche que se le destrabó la lengua por otro breve
rato.
El
viernes 12 a las 3 de la tarde volvió a recobrar la palabra, que tuvo expedita
hasta que volvió a perderla hacía la misma hora que la recobró la noche
anterior.
Enmudece
luego, y al cabo de dos horas recobra la voz, de cuyo beneficio ha disfrutado
todo el sábado, en cuya tarde le ha hablado el que esto escribe.
A
las 5 de la mañana de hoy 14 ha vuelto a enmudecer, y continúa muda ahora que
son las seis de la tarde.
La
paciente asegura no haber tenido ningún motivo de disgusto, ni placer
extraordinario.
(La parte
final, donde hace gala de su habitual erudición bibliográfica, nos la saltamos,
de momento, para no perder el hilo narrativo).
Artículo
2º
“Como
de esas dicen nones,
que
luego paran en pares”
En este
conceptuoso equívoco de uno de nuestros más agudos ingenios cómicos se cifra la
explicación de la oyente-muda de Castro el Río, que anunciamos a fines del año
próximo pasado. Nunca me prometí yo encontrar la causa en otra parte, que en lo
más recóndito de los misterios del que es misterio de misterios en la ciencia
de la salud y de la vida: la concepción. Con esa idea tiré desde luego varias
indirectas, de que la paciente siempre se me hizo desentendida; y aunque a lo
último la interrogué más a las derechas, ella siempre me dijo que no: mas
“Como
ésas dijeron nones…”
El tiempo,
gran descubridor de verdades, nos ha declarado ya del sí y del no de este caso,
la muda ya no lo está; esta si (¡Dios loado!) en lo que honestamente llamamos
meses mayores.
En las
ocasiones varias que yo hablé a los menores, ya muda, ya parlante (que a fe que
tiene muy lindo pico) procuré informarme hasta de las circunstancias más
menudas de su mudez; y entre ellas se me hicieron más de notar las siguientes.
Muda,
tenía enverada la lengua, pero libre y expedito el sentido para la distinción
de los sabores. Esta circunstancia no envuelve, a mí entender, gran misterio:
los finos Anatomistas distinguen entre nervios de la lengua, unos destinados al
sentido, y otros al mero movimiento. Este último misterio parece desempeña el
nervio que llaman hipo-gloso; y el del gusto, según doctrina corriente en buena
Fisiología, el nervio maxilar bajero.
Es también
de notar que la paciente, aunque podía menear la lengua, de entre los inextricables
movimientos que encierra el mecanismo primoroso de este órgano, estaba
embargada de algunos: pues pudiendo sacar y aguzar la lengua, nunca pudo
levantarla. De aquí sin duda la mudez, por impedimento de algunas del cadejo
del de fibras del músculo estilo-gloso y de un nervio correspondiente. (Sobre
ello discurran los Fisiólogos: yo no paso de mero aficionado).
El caso curioso de la muda de Castro del Río, muy
bien escrito y argumentado, es un mero pretexto utilizado por Gallardo para
entrar en materia de su especialidad: el libro raro y curioso.
Tanto en
la primera parte del artículo, y profusamente en la segunda, se ocupa de la
historia del arte de enseñar a hablar a los sordomudos, según él invención
genuinamente española, encontrando en la
tradición literaria ejemplos cercanos:
“Es cosa digna de atención el amago de
mudez que hay en este pueblo y algunos de su circunferencia. En Montilla hubo
en su tiempo un mudo ilustre, no sólo por su cuna, sino por ser uno de los
primeros que aprendió a hablar por arte”.
Cita la obra de Ramírez Carrión, maestro de Alonso Fernández de Córdoba “El Mudo” (V Marqués de Priego), aquel que cuando era chiquito fue traído
expresamente desde Montilla hasta Castro del Río por la marquesa madre para que
una beata carmelita moza obrara el milagro de curarle.
Prosigue con
un repaso por otros escritores que también se ocuparon del tema como Juan Pablo Bonet, autor de “Letras y Arte para enseñar a hablar a los mudos”, editado en
Madrid en 1620, cuya portada mostramos en la cabecera, Fray Pedro Ponce de León
o el Dr. Luzuriaga.
Otros artículos de Bartolomé José Gallardo,
relacionados con Castro del Río y su afición por la Arqueología y antigüedades,
nos esperan en futuras entradas.
Como siempre, MAGNÍFICO, un abrazo de tu amigo ucubitense montillano.
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