El Diccionario de la Real Academia define al libro
como “el conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que,
encuadernadas, forman un volumen”. Lo que un servidor expone o presenta
por aquí periódicamente no se ajusta exactamente a tal definición, ya que no
puede ser homologado a “material semejante” en lo que respecta al continente,
aunque por su contenido, si pudiera acercarse en algo al fin último del libro: “enseñar
a los seres humanos a través de la lectura”. Mi idea al poner en marcha el
chiringuito, hace ahora dos años, dista mucho de una finalidad docente (carezco
de maestría y además se me ve el plumero, no soy para nada científico ni
objetivo), aunque en algunos casos creo que consigo acercarme bastante a ella.
Digamos que más que enseñar, lo que vengo haciendo es mostrar o presentar.
Prefiero justificarme con la necesidad, que surge en un determinado momento de
mi vida, de estructurar, trasmitir y divulgar una serie de informaciones
históricas, que por mi curiosidad innata, había ido acumulando y
almacenando a lo largo de mí ya dilatada existencia.
Mi primer disco duro |
Mi toma de contacto con la
investigación histórica se remonta al año 1984, en que, sin querer queriendo,
termino vinculándome con la villa cordobesa de Castro del Río.
Después de jurar bandera y poner a prueba mi ardor guerrero durante el servicio militar obligatorio, y quitarme de en medio una asignatura de la carrera que se me había quedado colgada, tocaba buscarse las habichuelas.
Las expectativas, durante aquellos años, no eran nada propicias para opositar a cuerpos docentes pues apenas se convocaban plazas relacionadas con mi especialidad. Razones puramente existenciales me hicieron pasar por todo tipo de actividades laborales eventuales, con largos periodos de desempleo y de la inevitable comedura de coco ante el devenir incierto.
Había que enderezar la nave, aunque costaba mantener un rumbo fijo. Durante un tiempo estuve preparándome oposiciones para bibliotecas públicas, mundillo por el que sentía especialmente atraído. En paralelo, colaboraba altruista y desinteresadamente en los trabajos de ordenación y clasificación del Archivo Histórico Municipal de Castro del Río.
Esos primeros contactos con los papeles viejos terminarían marcándome de por vida. Aunque, la mayor parte de la responsabilidad de mi inclinación por la investigación le corresponde a un libro del notario e historiador de Bujalance, don Juan Díaz del Moral, (discípulo de Francisco Giner de los Ríos) que me había pasado desapercibido durante mi etapa de estudiante universitario. No estaba su temática incluida en el programa oficial de la asignatura de Historia Contemporánea de España, ni los profesores que la impartían nos advirtieron jamás de su existencia.
Por aquellos años, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, en acuerdo suscrito con Editoriales Andaluzas Unidas, lanzó al mercado una Biblioteca de Cultura Andaluza, a la que me suscribo “en comandita”, y a cuyas interesantes publicaciones empiezo a dedicar más tiempo que aquellas oposiciones en las que andaba medio embarcado, que al final resultaron ser un timo de esos de “trinca billete y vete”, pues las plazas convocadas estaban ya previamente adjudicadas, de cuya circunstancia fuimos advertidos los ilusos concurrentes cinco minutos antes del inicio de la prueba selectiva. Acciones poco éticas, que pusieron en práctica algunas administraciones de nuevo cuño durante esos primeros momentos de la recién estrenada España de las Autonomías.
Después de jurar bandera y poner a prueba mi ardor guerrero durante el servicio militar obligatorio, y quitarme de en medio una asignatura de la carrera que se me había quedado colgada, tocaba buscarse las habichuelas.
Las expectativas, durante aquellos años, no eran nada propicias para opositar a cuerpos docentes pues apenas se convocaban plazas relacionadas con mi especialidad. Razones puramente existenciales me hicieron pasar por todo tipo de actividades laborales eventuales, con largos periodos de desempleo y de la inevitable comedura de coco ante el devenir incierto.
Había que enderezar la nave, aunque costaba mantener un rumbo fijo. Durante un tiempo estuve preparándome oposiciones para bibliotecas públicas, mundillo por el que sentía especialmente atraído. En paralelo, colaboraba altruista y desinteresadamente en los trabajos de ordenación y clasificación del Archivo Histórico Municipal de Castro del Río.
Esos primeros contactos con los papeles viejos terminarían marcándome de por vida. Aunque, la mayor parte de la responsabilidad de mi inclinación por la investigación le corresponde a un libro del notario e historiador de Bujalance, don Juan Díaz del Moral, (discípulo de Francisco Giner de los Ríos) que me había pasado desapercibido durante mi etapa de estudiante universitario. No estaba su temática incluida en el programa oficial de la asignatura de Historia Contemporánea de España, ni los profesores que la impartían nos advirtieron jamás de su existencia.
Por aquellos años, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, en acuerdo suscrito con Editoriales Andaluzas Unidas, lanzó al mercado una Biblioteca de Cultura Andaluza, a la que me suscribo “en comandita”, y a cuyas interesantes publicaciones empiezo a dedicar más tiempo que aquellas oposiciones en las que andaba medio embarcado, que al final resultaron ser un timo de esos de “trinca billete y vete”, pues las plazas convocadas estaban ya previamente adjudicadas, de cuya circunstancia fuimos advertidos los ilusos concurrentes cinco minutos antes del inicio de la prueba selectiva. Acciones poco éticas, que pusieron en práctica algunas administraciones de nuevo cuño durante esos primeros momentos de la recién estrenada España de las Autonomías.
El volumen nº 23 de aquella colección de bolsillo, puesta a la venta al módico precio de 250 pesetas, que me encargaba personalmente de retirar de la Librería de Don Félix (calle Tercia), estaba dedicado a “Las Agitaciones Campesinas del periodo bolchevista (1918-1920)” de don Juan Díaz del Moral, parte de su magna obra “Historia de las agitaciones campesinas andaluzas”, en la que las luchas históricas del proletariado agrícola de la provincia de Córdoba tienen especial protagonismo. Fue mi primer contacto con la historia local y con la historia del movimiento obrero de la Campiña de Córdoba, en la que tenía instalada provisionalmente la tienda de campaña.
Aquella lectura ejerció especial magnetismo sobre mi persona, y casi inmediatamente me hice con un ejemplar de la obra completa reeditada por Alianza Editorial coincidiendo con el homenaje que se le tributara a su autor, años antes, en su pueblo natal.
Don Juan Díaz del Moral |
A sabiendas de que el Archivo Histórico Municipal albergaba documentación del periodo historiado, pude conocer, de primera mano, aquellos episodios conflictivos, vistos desde la óptica de las autoridades de la época. Muchas horas rebuscando entre aquellas cajas para alcanzar intuitivamente todo aquello relacionado con aquellos movimientos y sus protagonistas.
Una segunda vía, para poder seguir documentándome, me la ofrecía la Hemeroteca Municipal de Córdoba, en la que podía acceder a las colecciones de prensa histórica provincial. Visto desde la perspectiva actual, un auténtico trabajo de chinos. Las búsquedas se hacían a base de manubrio en unos viejos lectores de microfilm, que además costaba pillar desocupados y que se escacharraban con relativa frecuencia. Y nada de reprografía, pantallazo, lápiz, libreta, horas y paciencia.
Procesador de textos de bolsillo |
De aquellas primeras incursiones
salieron algunos artículos de temas colaterales publicados en el “Libro
de Feria” y un estudio más exhaustivo sobre las sociedades obreras de
inspiración anarquista de principios de siglo, trasladado como comunicación a
unas jornadas celebradas bajo el epígrafe de “Castro
del Río y el anarquismo andaluz”, que por mis escasas tablas delante
del público, terminé exponiendo de una manera nerviosa y algo precipitada. Un
mal trago que había que pasar, pero que me permitió aprender y departir con los
principales espadas de la historia social andaluza: los profesores Jacques
Maurice, Antonio Miguel Bernal, Gómez Oliver, José Luis Gutiérrez Molina, o los
cordobeses Antonio Barragán y José Luis Casas que fueron quienes llevaron el
peso organizativo de aquella reunión. Un joven de nacionalidad japonesa, que
correteaba por aquel entonces Andalucía en busca de materiales con los que
conformar su tesis doctoral, se personó en aquel evento. Desde primera hora se
interesó por mis investigaciones. Consciente de que éstas difícilmente verían
la luz a través de la imprenta y por empatía, puse cuanto tenía elaborado a su
completa disposición. Trabamos amistad y visitó Castro del Río en diferentes
ocasiones. El amigo oriental agradecido, supo corresponderme con una colección
de folletos de Salvador
Cordón (maestro del centro obrero de Castro del Río, propagandista y
escritor del ideal ácrata), diseminados por diferentes archivos y bibliotecas,
de difícil acceso, y que atesoraba en su maleta errante.
Con esos
folletos y otros que fui localizando y adquiriendo a golpe de teléfono y de chequera, complementados con nuevos
sondeos de archivo y hemeroteca (todavía el internet era algo extraño y
desconocido) pude confeccionar una extensa aproximación biobibliográfica sobre Salvador
Cordón Avellán, que vio la luz en el primer número de una cuidada
y elaborada revista (El Paseo Cultural) de la ciudad de Cabra, de la que era
natural este anarquista cordobés.
Salvador
Cordón Avellán. Militante y escritor libertario.
El Paseo Cultural, nº 1 (septiembre 1997).
Ayuntamiento de Cabra (Córdoba). Págs. 35-59.
Ayuntamiento de Cabra (Córdoba). Págs. 35-59.
Gracias al cada vez más favorable acceso a la documentación y a la correspondencia mantenida con su hija Amapola, residente en la República Argentina (ya fallecida), he podido seguir haciendo acopio de materiales e informaciones, como para afrontar una reedición corregida y ampliada. En ello estamos. Mi idea pasa por un trabajo similar al que hizo José Luis Gutiérrez Molina con la vida y obra de José Sánchez Rosa (La tiza, la tinta y la palabra). La manera de divulgarlo será estudiada y considerada en su momento (me atrae el formato book).
Este tipo de publicaciones suelen
pasar inadvertidas fuera del ámbito estrictamente localista. Aunque me consta
que es conocida y ha sido utilizada por diferentes autores interesados por
estos temas, que no cito para no parecer presuntuoso. De alguna manera es
responsable de que la Enciclopedia
General de Andalucía (EGA)
le dedique unos de sus artículos a Salvador Cordón.
La mención que tiene para mi un peso emotivo es la realizada por aquel japonés errante, Masaya
Watanabe, hoy profesor de Historia de Europa en la Universidad Waseda de
Tokio, traductor y promotor por aquellas tierras de publicaciones relacionadas
con la historia del anarquismo español y andaluz. Tras retomar contacto, gracias al blog, durante sus pasadas vacaciones, en una gira mixta (vino, amistad
y trabajo) por diferentes lugares, tuvo la amabilidad de personarse en mi
domicilio. Entre su escaso equipaje, una botella de vino de Montilla Moriles
(venía de Córdoba) y un libro: la traducción al japonés de “El
Anarquismo en Chiclana” de José Luis Gutiérrez Molina, que incluye un
pequeño estudio introductorio de su autoría en el que aparece mi nombre y mi
trabajo sobre Cordón, citado entre ilegibles caracteres de esa lengua asiática:
Un largo periodo de inestabilidad
anímica, una vida un tanto desordenada y la frustración generada por “el
querer y no poder”, me fueron progresivamente apartando de otros proyectos
que quedaron semiaparcados.
Ya en el siglo XXI, a la par que recuperaba la estabilidad perdida, y ante el progresivo desarrollo de recursos documentales vía cibernética, es cuando retomo la investigación histórica como alternativa de ocio, especialmente cuando consigo desligarme definitivamente de actividades laborales complementarias que me traían por la calle de la amargura (cobrador domiciliario de recibos de una compañía de seguros especializada en decesos: “los muertos”). Es justo en ese momento cuando se intensifica mi labor, convirtiéndose el disco duro de mi antiguo ordenador de sobremesa en una cada día más voluminoso almacén de prensa digitalizada, libros, fotografías, recursos, direcciones, contactos, correspondencia… y algún que otro virus malicioso.
El miedo al virus puñetero, y el sinsentido de almacenar sin divulgar, es lo que me empuja a introducirme en el aprendizaje de la tecnología blogguer. Las vías alternativas de publicación, ni las contemplé desde un principio, habida cuenta de mi timidez a la hora de llamar a puertas de políticos e instituciones y mi absoluta negativa a someterme a filtros y peloteos al uso.
De Castro ero nace como un espacio dedicado en principio a la historia de la localidad cordobesa de Castro del Río, con sus movimientos sociales, con los que me hallaba familiarizado, como primera meta divulgativa. Un segundo paso consistió en incorporar entradas relacionadas con mi localidad de origen (Porcuna) y por aquello de que también se termina siendo de donde se pace además de donde se nace, las relacionadas con la historia de la ciudad de Motril (mi actual campamento) con la que ya empiezo a estar familiarizado. De ahí la razón de ser de esta trilogía territorial, que algunos no llegan a explicarse.
Con independencia del acierto tenido a la hora de estrujar la historia de estas localidades, de haber divulgado aspectos poco conocidos y sacado a la luz materiales inéditos, y a pesar de esas cuñas irónicas que se me escapan de vez en cuando (pido perdón), me doy por satisfecho con ese constante y enriquecedor fluir de correspondencia de ida y vuelta con personas que se interesan por cuestiones diversas de las que por aquí asoman. Todas han sido atendidas, en la medida de mis posibilidades, tanto las de compañeros de travesía de diferentes ámbitos, como las de particulares interesados sólo en conocer algún detalle más sobre la vida de sus ancestros. Mucha amistad retomada, por aquello de exponerse en público, normalmente acompañada de mensajes de ánimo, y alguna que otra vez de documentos y fotografías.
Hay un caso del que me siento especialmente orgulloso. No me ha dado aun por la bibliofilia, pero casualmente durante mí etapa de residente en Castro del Río, cayó en mis manos una edición de 1927 de la Aritmética del Obrero de José Sánchez Rosa, a la que le tengo su huequito reservado en un lugar principal de mi domicilio. De alguna manera es un testigo del pasado libertario de esta localidad cordobesa. Por su título inocente y por desconocimiento real sobre la trayectoria de quien lo escribiera y editara pudo librarse del fuego purificador del franquismo.
Una intrigante historia sobre Watanabe y una botella de Sake, con una importante carga de aportes de ficción, introducidos cariñosamente por un sevillano errante, que como yo, tuvo la oportunidad de cultivar la amistad de este nipón durante su estancia en nuestra tierra, se puede leer pinchando sobre el enlace. Su narrativa, además de ingeniosa y divertida, es brillante.
Gracias amigo, y que en futuros viajes al solar hispano, por cuya historia te sientes tan atraído, volvamos a tener la oportunidad de compartir unas copitas de vino y charlar amigablemente sobre esas historias que tanto nos apasionan.
Ya en el siglo XXI, a la par que recuperaba la estabilidad perdida, y ante el progresivo desarrollo de recursos documentales vía cibernética, es cuando retomo la investigación histórica como alternativa de ocio, especialmente cuando consigo desligarme definitivamente de actividades laborales complementarias que me traían por la calle de la amargura (cobrador domiciliario de recibos de una compañía de seguros especializada en decesos: “los muertos”). Es justo en ese momento cuando se intensifica mi labor, convirtiéndose el disco duro de mi antiguo ordenador de sobremesa en una cada día más voluminoso almacén de prensa digitalizada, libros, fotografías, recursos, direcciones, contactos, correspondencia… y algún que otro virus malicioso.
El miedo al virus puñetero, y el sinsentido de almacenar sin divulgar, es lo que me empuja a introducirme en el aprendizaje de la tecnología blogguer. Las vías alternativas de publicación, ni las contemplé desde un principio, habida cuenta de mi timidez a la hora de llamar a puertas de políticos e instituciones y mi absoluta negativa a someterme a filtros y peloteos al uso.
De Castro ero nace como un espacio dedicado en principio a la historia de la localidad cordobesa de Castro del Río, con sus movimientos sociales, con los que me hallaba familiarizado, como primera meta divulgativa. Un segundo paso consistió en incorporar entradas relacionadas con mi localidad de origen (Porcuna) y por aquello de que también se termina siendo de donde se pace además de donde se nace, las relacionadas con la historia de la ciudad de Motril (mi actual campamento) con la que ya empiezo a estar familiarizado. De ahí la razón de ser de esta trilogía territorial, que algunos no llegan a explicarse.
Con independencia del acierto tenido a la hora de estrujar la historia de estas localidades, de haber divulgado aspectos poco conocidos y sacado a la luz materiales inéditos, y a pesar de esas cuñas irónicas que se me escapan de vez en cuando (pido perdón), me doy por satisfecho con ese constante y enriquecedor fluir de correspondencia de ida y vuelta con personas que se interesan por cuestiones diversas de las que por aquí asoman. Todas han sido atendidas, en la medida de mis posibilidades, tanto las de compañeros de travesía de diferentes ámbitos, como las de particulares interesados sólo en conocer algún detalle más sobre la vida de sus ancestros. Mucha amistad retomada, por aquello de exponerse en público, normalmente acompañada de mensajes de ánimo, y alguna que otra vez de documentos y fotografías.
Hay un caso del que me siento especialmente orgulloso. No me ha dado aun por la bibliofilia, pero casualmente durante mí etapa de residente en Castro del Río, cayó en mis manos una edición de 1927 de la Aritmética del Obrero de José Sánchez Rosa, a la que le tengo su huequito reservado en un lugar principal de mi domicilio. De alguna manera es un testigo del pasado libertario de esta localidad cordobesa. Por su título inocente y por desconocimiento real sobre la trayectoria de quien lo escribiera y editara pudo librarse del fuego purificador del franquismo.
Utilicé su portada y su prólogo en una de
mis entradas. Un día me topé con un comentario anónimo interesándose por ese
ejemplar. No le di mayor importancia, pensé que pudiera tratarse de un
coleccionista y me predispuse al verlas venir. Cuál sería mi sorpresa cuando al
abrir el correo me encuentro con un jubilado onubense, de esos especialmente inquietos,
que aprovechan su pase a la reserva para introducirse en el mundillo del
internet, contándome su pasada relación con este libro, al que profesaba
especial cariño, pues gracias a él, consiguió aprender las cuatro reglas. No quería
el original, necesitaba poner nuevamente delante de sus ojos aquellas tablas y sus
problemas. Casi a renglón seguido, puse a su disposición una copia digitalizada.
A vuelta de correo esta respuesta: “Estoy más feliz que un niño con un caballito
poni en el Roció”. Mantengo cordial y asidua comunicación con este nuevo
amigo. En uno de sus últimos correos me contaba:
Hola
Alberto, habrás pensado que como ya me mandaste la aritmética paso de ti. No
es así, no olvidaré nunca ese favor. Ahí
te mando una foto de ella para que la veas encuadernada. Se puede hacer mejor,
pero sería un trabajo de chinos. Por lo que me dijeron en la imprenta, sé que
tengo una deuda contigo, pero te la pagaré, un saludo afectuoso Amador.
Ya está cobrada, con creces, con la amistad y el trato humano que me ha dispensado este jubilado tan predispuesto,
que para "más inri" hasta tiene un nombre bonito, flamenco y esperanzador.
Gracias a ti Amador.
Como
en el encabezamiento aparece unas palabras en la lengua de Séneca, que
traducidas al castellano vienen a decir que “los borrachos son los únicos que dicen la verdad”, brindemos y bebamos,
por Amador, su salud, la mía, la de ustedes y la de ese amigo japonés aficionado
a los caldos de pagos montillanos y a las albóndigas con tomate, y gran difusor
de ese latinajo, que terminaría adoptando como su particular grito pacífico de
guerra, y como no, por la memoria de don Juan Díaz del Moral y su Historia de
las Agitaciones Campesinas Andaluzas.
“Mientras haya vino hay Esperanza”
Una intrigante historia sobre Watanabe y una botella de Sake, con una importante carga de aportes de ficción, introducidos cariñosamente por un sevillano errante, que como yo, tuvo la oportunidad de cultivar la amistad de este nipón durante su estancia en nuestra tierra, se puede leer pinchando sobre el enlace. Su narrativa, además de ingeniosa y divertida, es brillante.
Gracias amigo, y que en futuros viajes al solar hispano, por cuya historia te sientes tan atraído, volvamos a tener la oportunidad de compartir unas copitas de vino y charlar amigablemente sobre esas historias que tanto nos apasionan.
Hola, Alberto. Llevaba tiempo indagando por tu blog , aunque nunca me había parado a leer sus orígenes y tus inquietudes.
ResponderEliminarActualmente rebusco anécdotas que publico en historiademontilla.es
Pude compartir unos días con Masaya hace unos años, guiándole (o tratando de hacerlo) por Montilla y su búsqueda documental. Lo llevó hasta mí Juan Ortiz, profesor de Historia natural de Luque.
Me ha parecido una curiosa y divertida coincidencia. Y más aún después de que el último artículo leído en tu blog sea uno referente a mi paisano Miguel Núñez de Prado...
Un saludo, quizá futuras coincidencias nos hagan conocernos en persona.