Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

24 febrero 2012

LA TELA DEL PADRE


     Cuando me sumerjo en los fondos de las hemerotecas digitales, de las que suelo proveerme de noticias e informaciones relacionadas con la historia de las poblaciones y comarcas objeto de este espacio, de vez en cuando, sin querer queriendo, se tropieza uno con artículos literarios, que bien por su encabezamiento, ilustraciones o temática, distraen forzosamente la atención hacia contenidos completamente diferentes del objetivo marcado en principio.
     Ha sido precisamente la casualidad, unida a mi curiosidad innata, las que han derivado en el, para mí, “preciado hallazgo” de una especie de cuento o relato de corte costumbrista, de cuya autoría es responsable un poco conocido periodista y literato cordobés de la segunda mitad del siglo XIX. Su nombre don Agustín González Ruano, natural del pueblo cordobés de Montemayor.
      Está  ambientado en su villa natal, con él mismo como protagonista y testigo del hilo argumental. Incluye una atractiva semblanza geográfica-poética del paisaje de la campiña de Córdoba, en ese momento de explosión mágica de olores y colores que se da en nuestra tierra cuando la primavera hace acto de presencia, que además, transcurre en paralelo con esas festividades, entre religiosas y profanas, relacionadas con la Cuaresma: el carnaval, después del que se inicia, y la Semana Santa, que le pone broche definitivo.  
      Para la semblanza se aprovecha de ese privilegiado mirador, que es Montemayor, desde el que se divisa la mayor parte de la vasta y feraz campiña cordobesa. El verdadero interés de este artículo periodístico estriba en sus alusiones a determinadas costumbres populares, ya perdidas, relacionadas con la cuaresma,  que me  reservo de momento, para que sea el propio relato quien las desvele. De manera que, respetaremos también el halo de intriga que introduce su autor al publicarlo por entregas.


     Les dejo con la primera parte, que vio la luz en el semanario barcelonés “La Ilustración Ibérica” (Semanario científico, literario y artístico),  nº 462 (7 de noviembre de 1891).

La tela del padre

(Artículo de raras costumbres)

   - Señorito.
   - ¿Qué hay?
   - Este oficio que han traído para V.
   - ¿Un oficio? … Pues está bien. ¡Yo, que me he venido a pasar una temporada en este pueblo, que es, si no muy grande, uno de los más pintorescos de Andalucía, huyendo de informes, oficios y expedientes!
   - ¿Quien lo trae?
   - El alguacil.
   - ¡Cáscaras! Esta es más negra. Yo respeto mucho a la justicia; pero la verdad que siempre he procurado, y Dios me conservé en mi propósito, no tener relaciones con ella. En fin, veamos. Justo, un oficio del alcalde, que a la letra dice así:

   “Debiendo verificarse en la tarde del día de hoy la póstula para la tela del padre, espero que sirva V. concurrir a las Casas Consistoriales a las tres en punto. Dios, etc.”

   Si el oficio hubiera estado escrito en japonés creo que lo hubiera entendido mejor.
   Debiendo… ¡Eso que todos los oficios han de empezar por gerundio es una droga!
   Pero ¿qué póstula es esa, ni que tela, ni que padre, ni que falta hago yo para todo eso?
   En fin, vamos a obedecer a la autoridad local, no vaya a hacer conmigo una alcaldada. Quizá en el Ayuntamiento habrá quien me explique el enigma.
   Seguía yo a la sazón medio tendido en un sillón de los de entre catre y cama, junto a un ancho balcón de mi casa de Montemayor, desde donde se dominaba toda la espléndida campiña que se extiende entre este pueblo, y los de Espejo, Montilla, Castro del Río y gran parte del término de Córdoba. Al levante, y sobre la línea del horizonte sensible, se destacaba en la sierra el célebre santuario de la Virgen de Cabra; al sur se veían las grandes masas de olivar de Aguilar, de la Rambla y del mismo pueblo de Montemayor, que, como corriéndose, a poniente, medio ocultan el lindo pueblo de Fernán Núñez, con sus famosas estacadas de Valdeconejos y el monte de la Vieja; y al norte se dibujaba la cordillera de Sierra Morena, al cuyo pie se encuentra Córdoba, la sultana, la odalisca, o lo que se quiera, de las regiones de occidente.


   Por entonces los habares en flor enviaban al aire su perfume; los olivares se vestían de trama; pequeña flor blanca con estambres pajizos que modificaban de un modo notable el verde oscuro de las copas de los olivos; las amapolas desplegaban entre los trigos su manto de grana, y el aire tibio de la primavera saturaba los pulmones de oxígeno vivificador.
   La ribera de huertas que forman una especie de semicírculo de verdor alrededor del pueblo; más lejos las vegas del río Guadajoz, que se desliza hacia el Guadalquivir entre huertas, alamedas y cañaverales, ofrecían a mi vista un panorama delicioso: Más cerca, en el pueblo mismo, el castillo de los duques de Frías, con sus tres torres, perfectamente conservadas: la de las Palomas, o sea la del homenaje; la de las Armas y la Torre Mocha, llamada sin duda así porque carece de almenas y matacanes. Especie de bloque enorme de mampostería, que parece por su pesadumbre amenazar a los barrios del pueblo que se extienden a sus pies.


   Abandonar aquel magnífico espectáculo para ir a ver al alcalde y en busca de lo desconocido era toda una decepción; pero como de decepciones se compone la vida, no hubo más remedio que ponerse decentito y acudir a la cita.
    Cruzando las calles de la población, cubiertas por un pavimento completamente primitivo, que sin duda se sostiene tal cual es a ruego de toda clase de pedicuros y callistas, llegué al fin, sano y salvo, a la Casa Consistorial. No eran las tres todavía y ya la sala capitular contenía a todo lo más granado del sexo masculino del pueblo, con el vicario eclesiástico, el alcalde, el regidor síndico y otros tres o cuatro concejales.
   Al pie de los balcones del edificio estaba el alguacil teniendo de ronzal una burra aparejada, y sobre el aparejo un gran serón vacío; y con el alguacil estaba el pregonero con otra burra al lado, y ésta con otro serón semejante.
   Al cabo de poco rato se presento en el salón de sesiones el padre cuaresmal que venía predicando en la parroquia, no sólo todos los domingos de aquel tiempo santo, sino el devoto septenario de Dolores, así como los sermones de Pasión en la Iglesia y el llamado del Paso en la plaza pública.
  Ya encontré descifrada la personalidad del padre, pero aún no sabía yo una jota ni de póstula ni de tela.
   Cambiados los saludos de rúbrica con la mayor cordialidad, salimos todos del Ayuntamiento procesionalmente.

(Se continuará)                                                                          
AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO 


     La segunda parte, nos permitirá desentrañar esas interrogantes que afectan a la curiosidad del propio autor, la misteriosa póstula y la enigmática tela, que junto a una pequeña reseña biográfica de este periodista y literato cordobés, posponemos hasta una próxima entrada.

Leer 2ª parte (conclusión)

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