Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

22 marzo 2014

De re bellica et artística Obulconensis: “Imprecisiones propagandísticas de un guerrero”.




   “En una Iglesia de piedra labrada y bóvedas de mármol blanco y negro, queda todavía, en el ábside, una obra del pintor cordobés Julio Romero de Torres. La Virgen, sobre una nube de nácar, se eleva majestuosa hacia el cielo envuelta en un revoloteo de alas angelicales y miradas de despedida. En el suelo quedan mujeres cubiertas con largas túnicas y mantos de color celeste y con semblantes de recogimiento interior, como si sus labios rezaran una oración. Todo sobre un fondo de graves tonos de amanecer que completa la sublimidad del cuadro". 

     De esta somera y angelical manera explicaba el alférez provisional Segismundo Díaz Bertrana la composición iconográfica de la pintura mural de la Asunción de María ejecutada por Julio Romero de Torres en el ábside del presbiterio de la Iglesia Parroquial de Porcuna (Jaén) entre los años 1903 y 1905. 
     Este joven militar había llegado hasta la localidad enrolado en una Bandera de la Falange Canaria a la que, junto a otras unidades, se le confió la misión de guarnecer la plaza una vez tomada por las tropas insurgentes el primero de enero del año 1937.
     Aparece inserta dentro del típico artículo de propaganda en el que se arremete contra la manida furia iconoclasta desplegada por los rojos “empeñados en la destrucción de todo lo que signifique un atisbo de religiosidad, de arte o de historia” (injusta y trasnochada generalización que anida todavía en muchas cabezas).


      Dejemos que el falangista canario nos siga ilustrando sobre los tesoros artísticos afectados:

     “La iglesia parroquial de este pueblo, una iglesia de sobrio estilo románico, su planta en forma de cruz de Calatrava con sus brazas de Norte a Sur, tenía obras de arte—pintura y escultura—de verdadero valor nacional.
     Había una estatua de Jesús hecha por Mena. La imagen era la de más valor y mejor que adornaba la Santa Iglesia. Su cara mostrando el sagrado ungimiento de todo rostro divino, a la vez humildad y misericordia. El cuerpo, en proporción justa y medida, daba la contextura exacta del Redentor. Era todo una obra maestra. Un producto de la ardiente imaginación de Mena. En él puso, quizá, su mejor inspiración y su más fiel empeño de imaginero.
    Era esta imagen de Nuestro Padre Jesús, como la llamaban estas viejecitas y gentes del pueblo todas con profundo respeto, una obra de gran estima para el Arte Español.
    El afán de destrucción siempre vivo en los rojos, hizo que esta imagen fuera echada a una hoguera con todos los santos de la Iglesia y allí, en llamaradas y humo que subían al cielo, quedaron sus cenizas”.

Jesús Nazareno desaparecido en 1936 (atribuido por tradición a Martínez Montañés)
    Se advierte que el articulista, en tareas de corresponsal para la prensa de su región, no debió de ser demasiado riguroso ni meticuloso a la hora de documentarse sobre el patrimonio histórico artístico que albergaba el templo parroquial de Porcuna, convertido en Casa del Pueblo durante el periodo revolucionario, incluso, hasta pudiera darse el caso, de que tal cúmulo de imprecisiones, errores y falsedades sean premeditadas con el único fin de de dotar a su discurso de la necesaria grandilocuencia y justificación.


     Habida cuenta de que la inauguración del nuevo templo parroquial era relativamente reciente en el tiempo (1910), la mayoría de las imágenes religiosas, que tuvieron la suerte de ser pasto de las llamas y rodar por las escalerillas de la iglesia durante aquellos primeros días de inflamada ira contra el poder terrenal de aquella Iglesia reaccionaria tradicionalmente aliada con los poderosos, carecían aún de la suficiente solera artística.
     Para el cronista D. Eugenio Molina en su libro “La ciudad de Porcuna” publicado en 1925, el merito artístico de las imágenes que encerraban los templos de Porcuna antes de la guerra era más bien escaso, “exceptuando una notable escultura de Cristo en el Sepulcro, que hay en la Iglesia de San Benito, y otra no menos notable y hermosa de Jesús Nazareno que se venera en el Santuario de su nombre, y que es objeto de ferviente adoración por los hijos de este pueblo. Ambas esculturas son dos antiguas y acabadas obras de arte, de tamaño natural, atribuidas al famoso escultor Martínez Montañés”.
    Sorprende la falsa atribución del Nazareno de Porcuna al imaginero barroco granadino Pedro de Mena, máxime cuando, con casi absoluta seguridad, el reportero tuvo que tener entre sus manos el libro de Don Eugenio Molina, que también utilizó a la hora de redactar otro artículo relacionado con la historia local (Aires de Historia: Porcuna bajo las Banderas de la Falange isleña).
    Creemos que el nombre de Mena le viene como anillo al dedo a la hora de magnificar el estropicio entre los destinatarios de sus artículos, sus paisanos, los lectores del diario Falange de Las Palmas. Además le sirve para conectar con otros atentados cometidos contra el patrimonio religioso años atrás. El nombre de Mena adquiere especial difusión fuera de los ámbitos culturales y académicos a partir de la destrucción del famoso Cristo de la Buena Muerte de Málaga acaecida durante los disturbios anticlericales de mayo de 1931, recién proclamada la II Republica.
     Mentiras piadosas dirigidas a los de su comunión de ideas, que precisan de la pertinente aclararación.



     Recurre a similar artificio a la hora de ocuparse de los daños sufridos por las pinturas murales del por entonces ya desaparecido pintor cordobés Julio Romero de Torres:

     “El ensañamiento de los rojos con todo lo que signifique religiosidad no paró en echar todos los santos en la hoguera. Había en esta misma Iglesia, en las Capillas del Sagrario y la Purísima, en la primera una Santa Cena y en la segunda la Sagrada Familia, ambas pinturas de Julio Remero de Torres. A los rojos parece que les molestaba que estas pinturas, representantes de varios aspectos de la vida de Jesucristo, estuvieran en aquellos muros. Para que no vieran más cogieron un bote de mala pintura y aguarrás embadurnando y chapoteando estos decorados en los que la paleta de Romero de Torres había esmerado su trabajo, hecho gratuitamente como recuerdo a la ciudad de Porcuna”.


    Desconocemos si durante los aproximadamente cinco o seis meses que el ilustrado falangista permaneció destinado en el frente de Porcuna sería capaz de recabar informaciones veraces sobre quienes fueron, con anterioridad a “la barbarie roja”, los primeros a quienes empezó a resultar molesta e incómoda la presencia de aquellas pinturas murales de Romero de Torres dentro de la casa de Dios.




    Prejuicios morales, prácticamente desde la inauguración del templo en 1910, motivaron una sostenida polémica entre los elementos liberales, amigos del pintor y promotores del encargo, y las fuerzas más conservadoras, que pronto encontraron en el rostro de la Virgen de la Sagrada Familia el reflejo de una nativa de dudosa moralidad, que por lo visto le había servido de modelo. Con respecto al semblante de rostro de Jesucristo, que aparece presidiendo el mural de la Santa Cena, también circularon toda clase de comentarios y comparaciones. 



   La progresiva fama de “pecador e inmoral” que arrastrará el pintor, creemos que terminaría siendo decisiva en la resolución final del conflicto.
   El  señor cura párroco, Don Ramón Anguita Carrillo, con el más que presumible visto bueno de las autoridades eclesiásticas provinciales, terminaría cediendo a las pretensiones y deseos de aquellos sectores más retrógrados de la sociedad local.
     Unos retablos de madera, de escasa calidad en cuanto a material y factura, terminarían ocultando ambos murales. Tuvieron que practicarse algunas perforaciones sobre los mismos con el fin de anclar los retablos.
    Se viene barajando el año 1917 como fecha de su colocación, aunque si damos crédito a la que aparece en la ficha del manuscrito original del Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén (1913-1915), habría que retrotraerla, cuanto menos, al año 1915. A Enrique Romero de Torres no le pasa desapercibido el desaguisado cometido contra las pinturas de su hermano Julio:

     “La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción es moderna. Fue consagrada hace pocos años y es un magnífico edificio de cantería costeado por todos los vecinos de la villa.
     Está decorada con gusto y la cúpula del presbiterio así como las dos capillas laterales pintadas al temple por el ilustre artista Sr. Romero de Torres (Don Julio) en el año de 190. Hace poco, dentro de estas capillas, han tenido la mala idea de colocar dos altares de madera de mal gusto, los cuales no dejan ver las pinturas que representan  respectivamente La Cena y la Sagrada Familia”.

   A los años 1914 o 1915 pertenece precisamente la fotografía de la cabecera. Se trata de un detalle de la original realizada por un anónimo fotógrafo contratado por  la Casa Editorial Alberto Martín de Barcelona para que le proporcionara material gráfico con el que componer sus famosas series de Porfolios Fotográficos. La que mostramos a continuación no sería finalmente incluida en el cuadernillo correspondiente. De haber estado despejados los murales de los ábsides laterales, y pese a la falta de luz natural de las capillas, el objetivo de este profesional pudiera habernos transmitido muestras de su factura original.



    Después de esta obligada alusión a los primeros avatares históricos de la estas pinturas religiosas producida por Romero de Torres, retomaremos la falsedad propagandista en torno a los desastres de la guerra.

    Noticias aisladas y precipitadamente inexactas sobre los daños ocasionados a las pinturas aparecieron publicadas en la prensa nacionalista a los pocos días de entrar en la ciudad la columna mandada por el Tte. Coronel Redondo:

ABC de Sevilla (6 de enero de 1937)

     La machaconería se convierte en una eficaz arma al servicio de la propaganda. En el mes de marzo de 1937, noticias suministradas desde Burgos por los servicios oficiales de prensa y propaganda del Cuartel General del Caudillo eran reproducidas en la mayoría de las cabeceras de prensa de la España Nacional:

    “Ayer se ha descubierto que los frescos de la iglesia de Porcuna, debidos al pincel del glorioso pintor cordobés Julio Romero de Torres, fueron estropeados por los rojos horas antes de la llegada de nuestras tropas a dicho pueblo.
     Los salvajes marxistas, para dar una prueba de su amor a la cultura y al arte, embadurnaron las pinturas con cal.
     Los vecinos de Porcuna han protestado indignados del salvaje atentado y pedido a las autoridades que se imponga un castigo ejemplar a sus autores en el caso de que fuesen capturados”.
(Diario de Córdoba 14 de marzo de 1937)

     Castigos de desigual naturaleza les esperaban a los hijos de Porcuna situados entre los defensores de la legalidad republicana. Entre ellos se encontraba un joven socialista llamado Andrés Cabeza Millán, pintor y decorador de formación autodidacta, responsable último de los “presuntos daños” sufridos por las pinturas tan reiteradamente aireados.
     Su trabajo le tuvo que costar a este buen hombre convencer al aparato represivo del nuevo régimen de que su valiente intervención había sido preservadora. Sus méritos han sido recientemente reconocidos oficialmente al otorgársele la Medalla de Plata de la ciudad de Porcuna, a título póstumo (recomendable el visionado del video del acto de entrega de distinciones en el que el historiador y arqueólogo Pablo Casado Millán traza un documentado esbozo del homenajeado).

     Los pormenores de su actuación en defensa del patrimonio los conocemos gracias a Don Manuel Bueno Carpio, que en su tesis de licenciatura en Bellas Artes publicada bajo el título de “La Parroquia de Porcuna y los murales de Julio Romero de Torres” en el año 1992, incluye una entrevista con Andrés:

    "En el mes de agosto de 1936 fueron destruidos y quemados todos los retablos de la iglesia y convertido el edificio en “Casa del Pueblo”. Entonces aparecieron en toda su belleza las pinturas murales y los daños ocasionados por los boquetes abiertos para la colocación de los retablos. Ahora estaban realmente expuestas a desaparecer.
    En conversación mantenida el día 13 de abril de 1984, Andrés nos decía, que habiéndose dado la orden de picar los murales, convencí a los dirigentes del Frente Popular de que las obras de arte debían ser respetadas para futuras generaciones. Me comprometí personalmente a taparlas sin que sufrieran deterioro. Los amenacé de escribir una carta al Ministerio de Instrucción Pública, si así no se hacía. Finalmente conseguí permiso para taparlas y lo hice con pigmentos y agua cola. Pinté en la parte central de los murales el antiguo escudo del partido socialista y en la parte exterior una mano señalando el siguiente texto: aquí hay un cuadro de la Santa Cena pintado por Don Julio Romero de Torres. Lo mismo hice en el otro mural. Pasada la contienda tuve que demostrar que las pinturas no habían sido dañadas".


    Esta imagen, tomada del exhaustivo y documentado trabajo monográfico publicado por de Don Manuel Bueno, se corresponde con el momento en que fueron retirados unos segundos retablos colocados a finales de la década de los cuarenta, justo al emprenderse su restauración en el año 1974, enmarcada ésta dentro de la conmemoración del centenario del nacimiento del pintor cordobés. Se aprecia algo borroso el primitivo emblema del P.S.O.E. (yunque, libro, pluma y tintero) que pintara Andrés Cabeza.


     En esta segunda fotografía, de igual procedencia, se puede apreciar la magnitud de los daños (numerosos boquetes) ocasionados durante las sucesivas operaciones de instalación de altares y retablos.
     Sólo podemos poner algo de incertidumbre o reparo personal al testimonio de Andrés Cabeza. Si damos crédito al cien por cien a sus consideraciones, resultaría que los elementos dirigentes del Frente Popular de Porcuna estaban desprovistos por completo de sensibilidad artística, se mostraron condescendientes con la famosa furia iconoclasta o fueron incapaces de sujetar la ira anticlerical durante aquel complicado contexto político-social posterior al golpe de estado del 18 de julio de 1936, con el que arrancaba la guerra civil española.

     Las generalizaciones suelen pecar de injustas. Por ejemplo, no creemos que dentro del saco sucio estuviese el veterano republicano Rafael Juárez Quero, que debía de gozar de cierta ascendencia en el seno del comité local del Frente Popular. Estamos ante un personaje, que como bien dicen Todos los Nombres de Porcuna en una de sus entradas de blog, se hace acreedor a la reparación de su dignidad, por su incuestionable condición de “luchador incansable, de buen orador, mejor escritor, denostado y olvidado por la historiografía local de ayer y hoy”.
     Con independencia de que sus postulados ideológicos estuviesen impregnados por el ateísmo y el librepensamiento, ya desde su primera etapa como concejal apostaría por una salida racional con la que subsanar aquel enojoso y mojigato olvido al que parecían estar condenadas estas pinturas murales de Romero de Torres.

Alférez José Gallo Martinez (1900-1921)

     En la primavera del año 1922, el pintor cordobés permaneció unos días en Porcuna alojado en casa de su amigo José Julián Gallo, que hacía poco había perdido al mayor de sus hijos (Alférez José Gallo) en la guerra de África. Aprovecharía la estancia para sacar de su perrera un cachorro de galgo negro, que a la postre terminaría convirtiéndose en su inseparable compañero (Pacheco), así como para entrevistarse con el señor cura párroco en pro de un posible apaño.
     Pese a que el pintor se mostró dispuesto a realizar nuevos bocetos de la Virgen y a restaurar los daños causados al instalar los retablos, todo siguió conforme estaba.
     En agosto de ese mismo año 1922,  llegaría hasta el Ayuntamiento de Porcuna un oficio remitido por la Delegación Provincial de Bellas Artes solicitando informes al respecto. Oficio, más que probable, fruto de una denuncia previa presentada por el concejal republicano Rafael Juárez.
     Proclamada la II Republica, en una de las primeras sesiones (7 de mayo de 1931) de la nueva corporación municipal, presidida por Manuel Alcalá Ramos del PRR (Partido Republicano Radical) y compuesta por otros 6 concejales de su misma filiación, 7 socialistas, 3 conservadores y 2 liberales, a propuesta de los concejales de la mayoría republicana, señores Rafael Juárez Quero y Antonio Quero Aguilera, se solicita sea elevado escrito a la Dirección General de Bellas Artes.
    Heredia Espinosa, desde sus posicionamientos ideológicos, en su Historia de Porcuna, califica como de artera la maniobra de estos concejales anticlericales, y de insidias contra el cura párroco sus denuncias, al parecer, desestimadas por las comisiones investigadoras llegadas al efecto.

Don Ramón Anguita Carrillo
    A nuestro entender, creemos que a las autoridades republicanas en este, y otros muchos asuntos, les paso lo mismo que a esa otra inmortal pareja protagonista de El Quijote: “Amigo Sancho con la Iglesia hemos topado”.
    Se da la paradójica circunstancia de que el concejal lerrouxista Antonio Quero Aguilera, que llegará a ser alcalde durante buena parte del denominado Bienio Negro, a la par que su partido, fue evolucionando hacia los posicionamientos de la derecha. De hecho su nombre figura entre las víctimas causadas por la izquierda
   Rafael Juárez Quero tenemos entendido que abandono pronto las filas del PRR para ingresar en el Partido Republicano Radical Socialista, liderado a nivel nacional por Marcelino Domingo. Desconocemos si llegó a reingresar como concejal en el ayuntamiento constituido tras las elecciones ganadas por el Frente Popular en febrero de 1936,  y de qué manera le pudo haber afectado la represión franquista. Animo a los amigos de Todos los Nombres de Porcuna, a quienes creemos suficientemente documentados al respecto, a que nos despejen la incógnita.


08 marzo 2014

“Motrileños: Romero Civantos, no, no y no”.



A modo de necesaria introducción

     En 1890, un Gobierno liberal, presidido por Práxedes Mateo Sagasta, sustituye el sufragio censitario, limitado a propietarios y personas que demuestren unas determinadas "capacidades", por el derecho a voto de todos los ciudadanos varones mayores de 25 años.
     Las elecciones a diputados a Cortes celebradas en el distrito de Motril desde esa fecha hasta 1923, más o menos, transcurren por los tranquilos cauces de la amañada normalidad propia del sistema político de la Restauración. Liberales y conservadores se alternan civilizadamente en la detentación del acta de diputado. Las fuerzas políticas antidinásticas, a las que en teoría podía favorecer el sufragio universal, carecían en el distrito de la implantación suficiente como para poder plantar batalla política al típico entramado caciquil tejido por unos y otros.
    El distrito, además de Motril, lo integraban las poblaciones de Almuñécar, Salobreña, Vélez de Benaudalla,  y otras de menor entidad como Guajares, Gualchos, Itrabo, Jete, Lentejí, Lújar, Molvizar y Otivar.

    A principio del siglo XX la representación parlamentaria la ejercía el militar motrileño  y político conservador Cándido Hernández Velasco (Polaviejista). Se hallaba en posesión del acta de diputado desde las elecciones celebradas en el año 1899, en que se la arrebató al capitán de navío y político liberal, también natural de la tierra, Emilio Díaz Moreu Quintana, que la había detentado durante buena parte de la última década del XIX, y que en 1901 volvería a recuperar.


      Para las elecciones de 1903 tocaba diputado conservador. Se prescinde de militares de prestigio y entra en escena un civil. Se trata del abogado José María Márquez y Márquez, un rico propietario e industrial nacido en Almuñécar. Conservará el escaño ininterrumpidamente hasta 1910. Casado con una hija de los condes de Villa Amena de Cozvijar, por lo que se adornaba con el nobiliario título de marqués de Montefuerte que había aportado su esposa al matrimonio.
     Para la nueva etapa de gobierno liberal (1910)  se recurrió al joven teniente auditor de la Armada, Isidro Romero Civantos, que aunque natural de la provincia, carecía del arraigo de sus antecesores. Por primera vez surgieron algunas voces discordantes, el resultado sería impugnado y el acta declarada nula, teniendo que repetirse los comicios. Finalmente la maquinaria del sistema conseguiría que Romero Civantos se impusiera desahogadamente al candidato conservador José María Márquez, a quien no quedó más remedio que acatar con resignación los resultados.


( 28 de agosto de 1910)

    Tras un nuevo bienio conservador para Márquez (1914-1915), el anunciado regreso del encasillado Romero Civantos para las elecciones de abril de 1916 va a excitar los ánimos entre determinados sectores del partido liberal de la costa granadina,  poco dispuestos a tragar otra vez con “el mochuelo”.

Un curioso manifiesto preelectoral

    En el mes de febrero, coincidiendo con los primeros rumores de que Romero Civantos gozaba nuevamente del favor ministerial para el inminente nuevo proceso electoral, surge una primera voz de disconformidad. El alcalde de la localidad de Salobreña, Federico Ruiz Romero, tuvo la ocurrencia de redactar un valiente manifiesto dirigido a los electores que llegaría hasta las páginas de “El Imparcial”
     Sus denuncias, en el fondo, venían a cuestionar un sistema político caduco y trasnochado que ya venía siendo denostado abiertamente desde atrás por socialistas y republicanos. Su abogacía en pro de la reconquista de la ciudadanía despertó grandes y asombrosos comentarios en la mayoría de las cabeceras de prensa del país.

     Dice el Imparcial:

     “El alcalde de Salobreña, distrito de Motril, ha dirigido a su pueblo el siguiente manifiesto, documento curiosísimo que, según dicen, ha tenido la virtud, que su autor quería infundirle, la de soliviantar a las masas.
     Lo encabezan las palabras: “Romero Civantos, no”. Y dice así:

    “No, no y no. De ninguna manera podemos consentir que la representación parlamentaria de este distrito vuelva a ser ostentada por quien en la anterior etapa del partido liberal toda su actuación en el Congreso se limitó a decir sí o no, según caían las pesas, y nunca sobre asuntos que afectaran a Motril, porque jamás se ocupó de ellos, como no lo hiciera en las antesalas de los despachos de los ministros. Y  ya se sabe que allí no escuchan a nadie.
     No; Motril no está en condiciones de permitirse el lujo de llevar al parlamento una figura decorativa. Eso, cuando las cañas estaban a veinte cuartos y esto era Jauja y no había problemas que resolver, bueno; pero ahora no, no y no. Motril necesita un diputado de historia política que sume en su haber grandes aciertos y que se haya destacado en los cargos que haya desempeñado entre todos los que le hubieran precedido.
     Como en el partido liberal de la provincia hay hombres de méritos extraordinarios, no debemos consentir de ninguna manera que el prorrateo que haya que hacer entre las distintas agrupaciones que integran el partido liberal sea precisamente Motril el distrito que tenga que cargar con el mochuelo. Motril necesita un hombre suficiente para que a la faz de la nación sea capaz de decir con entereza que Motril tiene derecho a una mejor vida a la que está soportando con beatífica resignación.
     Motril: date cuenta de la gravedad de las circunstancias y de que si por tu apatía y tu característica abulia desprecias esta ocasión preciosísima de poderte redimir, tardarás mucho tiempo en conseguirlo. Y  vosotros, despreocupados motrileños, habréis contraído una responsabilidad moral tan grande que cuando reflexionéis después sobre las consecuencias de vuestra inexplicable indiferencia, el remordimiento de conciencia os amargará seguramente la vida.
     Motrileños: Dios haga que este manifiesto sea la piscina en la que os podáis curar de vuestra parálisis. Motril, levántate y anda. Candidato el que vosotros digáis; pero Isidro, no, no y no. Antes yo que soy un tonto. Salud, paisanos. – Federico Ruiz Romero”.

                               (El Imparcial 12 de febrero de 1916) 


    Desde diferentes lugares, castigados históricamente con políticos cuneros y encasillados que no solían gozar del general beneplácito del cuerpo electoral, se piensa que el gesto del alcalde de Salobreña debía de extenderse:

    “Este es un documento escrito para toda España. En todos los pueblos puede ser leído. Con todos reza el cuento. El mal está muy extendido y roza ya caracteres de humillante dominación. Todos los alcaldes deben de suscribir este manifiesto, que es un chispazo suelto. El alcalde de Salobreña es un hombre formidable. Su nombre pasará a la historia como el alcalde de Móstoles, cuando se escriba el capítulo de la reconquista de la ciudadanía”.

      El caso sería aireado hasta en forma de verso:



     Un suelto sobre asuntos electorales publicado en el efímero periódico motrileño “El Clamor de la Verdad” en los días inmediatos al famoso manifiesto parece ser que fue el detonante de cierta trifulca callejera, disparos y heridos incluidos, sostenida entre partidarios del ex alcalde liberal y director del periódico, Florencio Moreu, con el banquero Francisco Moré de la Torre, arropado por algunos de sus empleados.

(18 de febrero de 1916)

     Los contendientes fueron detenidos tomando el juzgado cartas en el asunto. La prensa provincial paso de puntillas sobre tan espinoso asunto de pistolas en el que se hallaban implicados importantes apellidos de la ciudad costera.    
     Tal vez con el objeto de distraer la atención salta hasta sus páginas la noticia de un extraño avistamiento nocturno: 


    No hay que descartar la posibilidad de que pudiera tratarse del ofuscado candidato haciendo reconocimientos nocturnos con vistas a planificar un posible bombardeo de Salobreña (de octavillas).
    Todo indica que los herederos del banquero, armador e industrial Emilio Moré Auger, fallecido en 1905, eran opositores del oficialista Romero Civantos. 
    Cuando se produce la  proclamación de los candidatos aparece entre ellos el nombre de Juan Moré de la Torre (presidente de la Cámara de Comercio de la ciudad de Motril) junto al de Romero Civantos  y la resignada figura del diputado saliente, el conservador Sr. Márquez.
    Desde los centros de poder del partido liberal se intentó arreglar el nublado electoral de Motril ofreciéndosele a Moré acomodo en el vecino distrito de Albuñol. Terminaría rechazando la propuesta y concurriendo a aquel proceso por Motril con la etiqueta de Liberal Independiente.
     Las elecciones se celebraron el 9 de abril y de poco sirvió la osadía del nuevo político motrileño y el espoleo de la conciencia ciudadana promovida por el alcalde de Salobreña. Terminaría imponiéndose el candidato ministerial Isidro Romero Civantos, que obtendría  una cómoda victoria (4.594 votos obtenidos sobre un total de 6.592 ciudadanos que concurrieron a las urnas). Le siguió en número de votos el conservador Márquez y en último lugar Juan Moré.


    Los interventores del candidato independiente levantaron varias actas notariales por irregularidades detectadas en diferentes colegios de Motril que le servirían a Juan More de la Torre para protestar el acta. Las reclamaciones finalmente serían desestimadas.
   Ciertas heridas entre las huestes liberales quedaron abiertas, como podremos comprobar más adelante.
   La popularidad alcanzada por Sr. Romero Civantos a raíz del famoso manifiesto se convirtió en arma arrojadiza en manos de sus tradicionales adversarios electorales. El propio ex presidente del consejo de Ministros, el conservador Antonio Maura, que conoció el asunto de primera mano durante un viaje de incógnito que realizó a Granada durante el mes de abril para someterse a un tratamiento de aguas en el balneario de Lanjarón, lo refiere de manera algo sarcástica en una de sus conferencias:

    “Hace pocos días he visto, entre la vega de Motril y Salobreña, en plena zafra, brotando las riquezas de aquella vega fertilísima tener que vadear con borricos medio kilómetro de río, de rambla, claro cuando Dios quiere y las nieves lo consienten, para comunicar las plantaciones de caña con las fábricas. Gran extensión de terreno esterilizado, otra parte amenazada. En el encauzamiento, en el puente, no hay señales de que se piense, como no sea por la vía de la acusación contra la moruna desidia. ¡Se conoce que no habrá tenido influencia el diputado! (Risas)”.


1918: una reelección accidentada

    Romero Civantos inicia su campaña el día 12 de febrero con una fugaz visita a Vélez de Benaudalla de paso hacía Motril. En esta última sus amigos políticos y comisiones llegadas de diferentes pueblos del distrito le dispensaron un cálido y efusivo recibimiento, preparándose los pormenores de la elección (el puchero) en casa de la viuda de su incondicional correligionario y ex alcalde Francisco Pérez Santiago, recientemente fallecido (calle Seijas Lozano).
    Al día siguiente se organiza una expedición con destino a las poblaciones de Salobreña y Almuñécar. Antes de llegar a Salobreña se vieron sorprendidos por una cuadrilla de hombres armados con escopetas, que invitaron a los distinguidos viajeros a que regresaran sobre sus pasos con amenazas de emprenderla a tiros.
    Copiamos textual: 

    “Después de tan agresiva y escandalosa amenaza la canallesca cuadrilla se retiro de la carretera.
     Cuando el Sr. Romero y sus acompañantes comentaban el suceso y resolvían si debían o no seguir el viaje, se presentó el alcalde de Salobreña, Don Manuel Ruiz, amigo del candidato.
     El alcalde ocupo un asiento en el coche del señor Romero Cibantos y continuaron hacia el pueblo, manifestando el señor Ruiz que nada ocurriría.
     Sin embargo, en un recodo del camino apareció nuevamente la cuadrilla apuntando con las escopetas.
     Al llegar al recodo el segundo de los carruajes hicieron fuego aquellos salvajes disparando infinidad de tiros y entablándose una verdadera batalla campal.
     El distinguido joven D. Luis Vinuesa, que formaba parte de la comitiva, resultó con dos heridas de arma de fuego, una en el brazo izquierdo y otra en el pecho.
    Uno de los caballos del carruaje quedo muerto en el lugar de la refriega.
     Los autores del escandaloso hecho se dieron a la fuga”.

(El Defensor de Granada 14 de febrero de 1918)

    Al frente de aquella cuadrilla de escopeteros se hallaba Paulino Ruíz Romero, hermano de aquel famoso alcalde autor del manifiesto de 1916, que sería finalmente detenido junto al resto de la cuadrilla. Ello explica que los disparos no se efectuaran sobre el primer coche en el que viajaba el candidato, ya que iba protegido por el propio padre del agresor, que sabedor de la trama orquestada había salido al encuentro de la expedición electoral con el fin de evitar el incidente:

    “El hijo del alcalde viendo a su padre en el primer coche, gritó a sus secuaces: ¡No tirar que va mi padre!

   ¿Qué intereses habría en juego como para que esta familia se hallara tan dividida políticamente?
     Todo indica que el padre, Manuel Ruiz, era adicto a Romero Civantos, mientras que sus hijos, Federico (el del manifiesto de 1916) y Paulino (el escopetero) Ruiz Romero, ambos ex alcaldes, eran enconados enemigos del diputado encasillado. De lo publicado en la prensa se desprende que Federico había fallecido recientemente hallándose internado en el manicomio de Granada. ¿Pudieran haberle hecho la vida imposible y el hermano quiso vengarse? De momento, no disponemos de fuentes como para despejar la incógnita.
    Romero Civantos ganó con holgura aquellas elecciones. Una nueva crisis de gobierno propició el adelanto electoral para junio de 1919, recayendo el escaño hasta 1923 en manos de políticos conservadores locales pertenecientes a la oligarquía agrícola y financiera: Rafael Valderde Márquez y Ricardo Rojas Herrera
    En las elecciones de mayo de 1923 volvería Romero Civantos a ser proclamado diputado electo por el distrito de Motril con arreglo al artículo 29 de la Ley Electoral (proclamación sin elección).
     El golpe de estado protagonizado por el General Primo de Rivera en septiembre de ese mismo año 1923 ponía definitivamente fin a su carrera política y  afectada también a la profesional (cesado en el cargo de Fiscal del Tribunal de Cuentas del Reino).
    La llegada de Don Niceto Alcalá Zamora (de su pasada familia política) a la presidencia de la República Española en abril de 1931 la aprovecharía para ser nombrado Magistrado de la Sala de Justicia Militar del Tribunal Supremo. 

Nº 2: Isidro Romero Civantos
    En agosto de 1932 se encontraba entre los magistrados de la sala sexta del Tribunal Supremo a quienes se les encomendó el juicio sumarísimo de urgencia contra los promotores del levantamiento militar de Sevilla contra la República (Sanjurjada).
    Permanece en la carrera judicial hasta agosto de 1936 en que se decreta su jubilación en la Gaceta de la República. Desconocemos como le afecta la guerra civil. En 1943 se publica nuevamente su jubilación en el B.O.E. En 1947 aún vivía en la capital de España.

25 enero 2014

Ocurrencias motrileñas (Irritación de sotanas y una epidemia de almorranas).



    Las Cortes del Trienio Liberal (1820-1823) desarrollarán una nueva legislación socio-religiosa que se traduce en la supresión de las vinculaciones, la prohibición a la iglesia de adquirir bienes inmuebles, la reducción del diezmo, la supresión de la Compañía de Jesús y la reforma de las comunidades religiosas.
    Con respecto a este último aspecto se suprimieron algunos conventos, se  prohibió fundar nuevas casas religiosas y aceptar nuevos miembros, y al mismo tiempo, se facilitaban cien ducados a todos aquellos religiosos o monjas que deseasen abandonar su orden o congregación, es decir, exclaustrarse. Los bienes de los conventos suprimidos y las rentas de los que quedaban que fuesen superiores a lo preciso “para su decente subsistencia” debían pasar a cubrir las necesidades del crédito público.

    Estas medidas, como es lógico, situaron a los pertenecientes al clero regular entre los más enconados enemigos del liberalismo constitucional. Una buena muestra de ello la encontramos en un suceso ocurrido en la ciudad de Motril en el año 1822:


FRAILES CON PUÑALES

    En Motril, pueblo donde el servilismo está en todo su colmo, ha sucedido lo que hará reír é irritará al mismo tiempo á nuestros lectores.
    Con motivo de estar el cuartel del regimiento de Galicia muy inmediato al convento de nuestro P. S. Francisco, un sargento tuvo la humorada de entrarse en él en mangas de camisa para hacer una diligencia, la que concluida se puso a ver los cuadros y pinturas de los claustros; luego que lo vieron, salió un fraile y principió á gritar lo habían robado: con estos gritos apareció inmediatamente la santa comunidad armada de puñales, y mi pobre sargento que vio aquella escuadra de seráficos irritados, se preparó para morir; sin embargo trató de dar una satisfacción y hacerles ver que él no era el autor del robo, y les ofreció se quitaría la camisa y pantalones, única ropa que tenia puesta ; consiente en ello la comunidad seráfica, y después que se hubo despojado de su ropa, se le abalanzan los frailes como para darle una sotana; mas el sargento que vio que aquello iba malo, pudo deshacerse de entre aquellos sayones y corriendo se marchó a su cuartel;  hubo la suerte de que el centinela conoció al sargento a pesar que venía corriendo y en cueros, y le dejó entrar en el cuartel , mas detuvo con la bayoneta á un fraile que con un puñal le venía persiguiendo. El oficial de la guardia se contentó con apuntar el nombre del seráfico, y después los sargentos han tomado el asunto con el mayor calor.
    Esta ocurrencia se ha hecho demasiado pública tanto por lo escandaloso de ella, cuanto por haber sucedido en un convento que la opinión pública  se empeñó días hace en designar a sus reverendos frailes como serviles. Las autoridades política y militar es regular que no dejen de tomar consideración esta y otras ocurrencias que están sucediendo en Motril, pues de ello dependerá no sea necesario tener que ocupar dicha ciudad militarmente por el mal espíritu público que reina en ella; á lo que han contribuido en gran parte sus autoridades.
    Aquí tienen nuestros lectores una prueba del amor que profesan los frailes a los militares liberales, como sucede en el cuerpo de Galicia; y aquí se ve la mansedumbre, modestia y caridad que se ejercita en algunos claustros. ¿Cuánto valiera que el Jefe político de Granada visitase este convento y viese si tiene el número de individuos prevenido por la ley? Algunos esperaban que el gobierno  hubiese mandado que los muchísimos frailes que hay sobrantes y que no se ocupan en otra cosa que en pasearse y  tomar sendos polvos, hubiesen salido a hacer la siega, por el amor de Dios, en lugar de los provinciales que se han puesto sobre las armas. Entonces sí que habrían hecho una verdadera penitencia, útil para sus almas y para la patria; pero paciencia, nos hallamos en el siglo de las luces, y a proporción que estas se difundan, el fanatismo dejará de progresar, y cuando este no se conozca seremos felices (Plutón).


    (El Mensagero de Sevilla: 24/7/1822)

    Una segunda manifestación de furia clerical aflora en la ciudad de Motril en el año 1835 con los liberales nuevamente al frente de los designios de la nación. Juan Álvarez de Mendizábal, bien desde el cargo de ministro de Hacienda o presidiendo el Consejo de Ministros, inició la desamortización de los bienes y tierras eclesiásticas previa supresión de un buen número de las órdenes religiosas (clero regular).
   Tanto el ya referido convento de los franciscanos, puesto bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, como el de Nuestra Señora de la Victoria (religiosos Mininos de San Francisco de Paula) fueron suprimidos y sacadas sus propiedades a pública subasta.



    Son el R.P. Guardián del convento de San Francisco y su cuidada huerta, ubicada en terrenos de la fértil vega motrileña, quienes adquieren protagonismo en esta nueva ocurrencia aireada desde la prensa afín al liberalismo más comprometido:

    Las repetidas comunicaciones que nos remiten diferentes personas de la ciudad de Motril, haciéndonos presentes de los excesos que se advierten en ella nos han llamado la atención y puesto en el caso de dar a la luz pública, deseosos de que sean remediados aquellos abusos que por su trascendencia merezcan no quedar impunes. Entre los varios casos que nos citan no ha podido por menos que llenarnos de la mayor indignación el siguiente: En Motril ha sucedido el hecho siguiente:
     "El R. P. guardián de San Francisco, luego que tuvo noticia que se había expedido orden por esta junta para que desalojase el convento con los demás santos religiosos, dispuso tomasen posesión de la huerta de aquel convento una manada de carneros, la que empleándose en ella, no solo pastaron todas las legumbres sembradas, sino también destrozaron los arbustos de ella. Su reverencia quejoso (sin duda del poco mal que le habían hecho), tomó un hacha, y a este quiero, a este también, al otro lo mismo, y a ese otro ídem, enristró con todos los árboles dejándolos tendidos en el suelo, y en disposición de que no pudiesen servir sino para ser vendidos por leña, y no leña recia”.

 (El Eco del comercio: 23/10/1835)

   Ese mismo año de 1835 resultó afectada la ciudad de Motril por una curiosa y aprovechada “Epidemia de almorranas” atajada con eficacia por la autoridad competente sin necesidad del concurso de los profesionales de la medicina. Resultó suficiente con una simple inspección ocular:



     GRANADA 21 de febrero. Por lo que puede interesar a la salud pública debe ponerse en conocimiento de la provincia que la ciudad de Motril está infectada de almorranas, pues en el sorteo celebrado últimamente para el reemplazo del ejército se han eximido por esta enfermedad muchos individuos. Hay la circunstancia particular de que así como el cólera atacaba a las clases pobres en su primera invasión, este nuevo azote sólo persigue a las personas de algunas conveniencias; pero según noticias de la junta superior de agravios se trata de sofocar el germen de una plaga que pudiera inficionar otros pueblos, haciendo que se presenten en esta ciudad todos los mozos eximidos por aquel achaque, a fin de que se apliquen las medicinas concernientes al restablecimiento de su salud. Lo sensible en este negocio es, que los enfermos tendrán que dar a reconocer la parte achacosa, aunque sea con ofensa de su pudor.

(La Revista española: 27/2/1835)