Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

10 marzo 2012

Noticias sobre la Hermandad de la Aurora de Castro del Río (siglo XVIII)


    De la obra del carmelita castreño Fray Juan de Castro: “De los Escritores naturales de Castro del Río, que han dado a la imprenta alguna de sus obras”, fragmentos históricos que para conservar su buena memoria recogió y escribió un Fraile del Carmen en el convento de la misma villa. Se comenzó el año de 1804.Manuscrito original en 4º-411 páginas y 12 más de principios. En las pág. 312-313 dice:

   Como después de la conquista de Castro, se aumentaba su vecindario y su población se extendía a los arrabales, por la devoción de los mismos vecinos y para su mayor comodidad se edificó el año de 1420 la iglesia o ermita de la Madre de Dios, al occidente, fuera del muro, y para facilitar la comunicación con la Villa, se abrió en el mismo muro el portillo o puerta que llaman del Agujero.

http://eltiodelacamara.blogspot.com/

     En esta ermita, a más de la Hermandad del Rosario, que con buena música de voces y de instrumentos sale a prima noche por las calles, se halla establecida una congregación de hombres devotos, dedicados al obsequio de Nuestra Señora de la Aurora, cuya graciosa imagen tienen colocada en altar particular, con retablo de madera sobredorado. Quando lo sufragan las limosnas (único caudal de esta congregación) hacen en la Parroquia una función muy solemne y cumplida, llevando allí la efigie de su Soberana Patrona.
     En la que celebraron el año 1787, les prediqué el Sermón, que podrá verse en tomo 1º de mi Colección de Sermones, pág. 230. Sus ejercicios ordinarios son, salir en el estío a las tres, y en el invierno a las quatro de la madrugada, cantando el Santo Rosario, en tono llano, suave y devoto, que con el silencio de la noche resuena y despierta a los que duermen, excitando en los buenos afectos la alegría, y en los malos la saludable confusión; y concluido el Rosario, oyen la misa que les dice su Capellán. Tienen destinado para muñidor un hermano, que a las dos, o a las tres, según varían las estaciones, sale por las calles tañendo una campanilla, y cantando al compás del tañido algunas coplas en alabanza de la Santísima Virgen, y de ordinario se detiene a cantar una particular a la puerta de cada hermano, para despertarlo. De este género les compuso un buen número Don Juan Pedro , que no se imprimieron, ni manuscritas se hallan ya todas. De las que se conservan copiaré una, que sirva como muestra de las demás, que se cantaban para despertar al actual Capellán Don Pedro de la Rosa, y con alusión a su apellido decía así:

Una rosa le falta al Rosario
y es el que la misa nos ha de rezar.
Padre nuestro, levántese presto,
que el santo rosario se va a comenzar.

    “Colección de sermones panegíricos y morales, escritos y predicados por Fray Juan de Castro”. Tres tomos manuscritos en 4º (464, 468 y 426 páginas cada uno de ellos).
    Encontraban se entre los papeles manuscritos de este fraile carmelita que pasaron a manos de las monjas del convento de Santo Domingo de Scala Coelli de Castro del Río. De su fatal destino ya dimos cumplida información en una entrada anterior. Por cierto, aparte del horno tostador de dulces y papeles del que las monjas dispusieran dentro de la propia clausura, según el Catastro de Ensenada (1753) también era de su propiedad un horno de pan que se hallaba fuera del recinto de su convento:

    “Una casa horno de pan de cozer en el cercado de esta Villa, que confronta con la Calleja de San Juan y calle que baja a la Puerta de Martos, consta de habitación baja y alta con diez baras y media de frente y trece de fondo”.

    Don Juan Pedro Moreno y Arias (1710-1776), ex-seminarista, profesor, jurisconsulto y poeta, a quien reserva un capitulo Fray Juan de Castro:

   “De sus costumbres diré solamente del tiempo que lo conocí y comuniqué, que era hombre devoto, frequentaba las Iglesias y cada día oía algunas misas; que era manso y pacífico, tenía paz en su familia, y la mantenía con los extraños; que era llano en el trato y modesto en toda su extensión; de ordinario andaba de capa, y en los días solemnes y en los públicos actos literarios, era su vestido el antiguo de los jurisconsultos, capa negra corta con cuello quadrado, golilla y peluca, como en Córdoba andan los Alcaldes mayores”.



    Si bien en la noticia suministrada por el padre Castro, transcrita al principio, se hace clara mención a que las letras compuestas por este vate local para la Hermandad de la Aurora no fueron impresas, y apenas si quedaban de las manuscritas, cabe la posibilidad, de que algunas de las que han llegado hasta nuestros días, vía tradición oral, en el seno de esta popular y tricentenaria congregación, fueran de aquellas.



05 marzo 2012

Fray Francisco Bueno (un franciscano de Porcuna ante el Tribunal del Santo Oficio).

Portada Iglesia Antiguo Convento de San Francisco (desaparecida)
    Antes de entrar de lleno en el fondo del asunto, nos detendremos someramente en la historia de la orden franciscana en Porcuna.
    La fundación del convento se remonta al año 1612, a instancias del Consejo la Villa que, mediante cláusula inserta en su acta de fundación, exige que la congregación naciente debe estar regida por frailes recoletos descalzos de la provincia de San Francisco.
    Tuvieron que ser numerosos los hijos de Porcuna, que mostrando inclinación por el clero regular,  profesaran en su convento. Antes incluso de constituirse, ya tenemos noticia sobre franciscanos naturales de la villa, que por diferentes motivos, han pasado a las páginas de la historia.

    Fray Benito de Huertas, natural de la villa de Porcuna, hijo legítimo de Francisco Ortiz de Huertas y de doña Isabel Merino, ambos cristianos viejos, hijosdalgo, “de exemplaríssima virtud y bien doctrinado desde su niñez”, quien tras profesar de joven en el convento de Granada, se destacó como misionero en el Perú, llegando a alcanzar altas dignidades. Fue Guardián del convento de San Francisco de Lima y elegido Provincial de la Orden Franciscana de San Antonio de Charcas, en el capítulo celebrado en Jauja en 1607. Falleció en Cuzco el 23 de julio de 1620.

    Las crónicas recogen noticias sobre ciertos fenómenos sobrenaturales acaecidos en los días siguientes a su muerte:

    “A los cinco días de su tránsito saltó la puerta y tapia de la bóveda en que fue sepultado; volvieron a sacar el cuerpo, y lo tuvieron con gran concurso de la ciudad hasta el 30 de julio y octavo de su muerte en que el señor obispo don Lorenzo Pérez de Grado celebró su funeral y exequias con asistencia de ambos cabildos y el clero”.

    De su necrológica extraemos la siguiente información:

    “Primer Provincial en la provincia de las Charcas, en el Perú, gran Ministro de el Evangelio, Varón Apostólico, Docto y Santo, hijo también de la Religión de San Francisco, y que ha obrado Dios por su intercesión muchos milagros”.

     Pedacitos del hábito que vistiera, convertidos en reliquias, se distribuyeron por dondequiera, utilizados para implorar su auxilio y favor. Se le atribuyen varios casos de sanación prodigiosa, juzgados como milagros.

   
     Más conocidos son los hechos en torno a la vida y muerte del franciscano tercero “Hermano Pedro de la Concepción” (Beato Garrido) que accede al martirologio cristiano el año de 1667, en su propósito de extender su fe entre la población musulmana de Argel y pasado por la hoguera al no querer renegar de la suya.

     A este otro franciscano de Porcuna, en el que nos vamos a detener, no le adorna precisamente ni el martirio ni la santidad. Su heroicidad o flaqueza, estaba más cerca del orden humano que del divino. Conocemos de sus andanzas gracias a un manuscrito del Archivo Histórico Nacional (Consejo de Inquisición).


    El 13 de julio de 1780 ingresaba en las cárceles secretas del Santo Oficio del Arzobispado de Lima, en calidad de recluso a ración de pobre, Fray Francisco Bueno, natural de la villa de Porcuna, obispado de Jaén, en el reino de Andalucía, de edad 40 años, religioso presbítero profeso de la orden de San Francisco de la Provincia de Granada.
     Se hallaba destinado como misionero apostólico, en el Colegio de Santa Rosa de Ocopa, en el valle de Jauja, al E. de Lima, y tendría que enfrentarse a un enojoso proceso, al ser acusado por varias mujeres de “abuso de confesionario”.



     Cierta “pasión desordenada”, de la que había dado ya muestras en solar hispano, concretamente,  en el reino de Jaén, del que era natural y donde desempeñara las funciones propias de su oficio hasta partir para América, fue, por lo visto, la que le puso delante de aquel terrible Tribunal.
     Sabemos de una primera causa en su contra, instruida y sentenciada  en Córdoba:

    “Causa de 8 noviembre de 1879 del Santo Oficio de la Inquisición de la ciudad de Córdoba, por delitos de solicitante y mala doctrina contra Fray Francisco Bueno, de la observancia de San Francisco, misionero apostólico que fue del Colegio de San Buenaventura de la ciudad de Baeza”.

     La explicación a ese “delito de solicitante y mala doctrina”, la encontramos en la propia declaración del encausado durante el segundo proceso. Preguntado por la causa de su prisión dijo:

   “ Que no lo sabía, aunque presumía podría ser porque estando sentado en el confesionario del colegio de Baeza, por estar las rejillas estrechas, acostumbraban las mujeres a asirse a ellas durante la confesión, y que por casualidad y también por intento les tocaba las manos, y que eso ocurriría unas veinte veces, las que se llamaban Josefa e Isabel, e ignoraba sus apellidos;  que en lugar de Cambil del mismo obispado, haber dicho a sus confesadas: “las que son así como ustedes (aludiendo a su hermosura) deben portarse con muy recato”. Que en ese mismo lugar en el mes de abril de 1778 acarició la cara a una mujer cuyo nombre y apellido no sabía, que también le dio un ósculo en la casa donde moraba, que a los dos o tres días fue ésta a confesarse con él y la preguntó en la confesión si cuando la osculó y besó en la cara había consentido, y respondiéndole que si, siguió con la confesión y la absolvió sin que pasase otra cosa”.
   “Que en el propio lugar, dos mujeres hermanas, nombradas Bernabela y Manuela, cuyos apellidos no sabía, estando confesándose con él, para quitarles el rubor que traían, durante la confesión les tocó con el dedo las caras por la rejilla del confesionario y sería una vez a cada una”.

     Suponemos que a consecuencia de este primer encuentro con la justicia inquisitorial, se le condenara o instara a tomar tierra de por medio.
     Al poco, circunstancias parecidas volvieron a reproducirse al otro lado del charco. Son numerosos los testimonios en su contra, tanto de oriundas españolas, cholas o indias, entre las que sembró la inquietud durante sus recorridos evangelizadores y cuyas denuncias son las que le vuelven a situar delante de un Tribunal del Santo Oficio.

      Seleccionaremos los más significativos:

     “María Bernales (alias) Axarra, española, casada, natural y vecina del pueblo de la Concepción, de edad de 20 años, dijo: que el Domingo de Ramos estando en la iglesia del pueblo de Huasaguasi, confesándose con el padre Fray Francisco Bueno, la preguntó si tenía donde dormir aquella noche, y respondiéndole que no, le dijo que fuese a la casa donde él estaba y le daría cama y una reliquia; que en efecto le dio una cintita y una algodón de cierto santuario, y que durmiendo en esta casa fue tres o cuatro veces a su cama, y le tocó la cara, diciéndole que fuera honesta y callada, y que por la mañana volvió otra vez a tocarle la cara y que el padre estaba en su entero juicio; que pasados algunos días la envió recado, con una mujer, diciéndola que se fuera a confesar con él y no con otro; y que no habiendo querido ir la dio quejas, y que sabía que otras mujeres que se confesaban con él no volvieron a su confesionario, aunque ignoraba las causas”.

Iglesia y Convento de Santa Rosa de Ocopa (Charles Wiener 1880)

      “María del Rosario, oriunda española, doncella, natural de pueblo de Atunfaufa, de algo más de dieciocho años, dijo: estando para confesarse en la Iglesia del Colegio, reparó que Fray Francisco la miró dos o tres veces, por lo que tuvo miedo de confesarse con él, y que no lo hubiera ejecutado de no estar ocupado el otro confesor. Que acabada la confesión le dijo que le besara la mano, que abrió la puertecilla del confesionario y arrodillada a sus pies se la besó y el llevó el dedo a su boca, sobre sus labios, y añadió que tocando a las veces que la miró sólo recordaba claramente que al empezar la confesión éste le dijo, sonsa, ¿A dónde has ido? ¿Entendiste que no había de volver?”

       Se le atribuye también, que en otra ocasión, dirigiéndose a una de estas mujeres, dijo: ¿Te parece que cuando estoy en el confesionario o diciendo misa dejo de verte?, pues te engañas, porque yo todo lo miro. Consciente de su imprudencia, advertiría a ésta para que no se lo dijera a nadie “por lo mucho que perdería”. Estos últimos extremos, que parecen algo más comprometedores, los negaría en un primer momento, pero ante todo un caudal de testimonios (22), de mujeres jóvenes en su mayoría, que reincidirían en esa debilidad humana mostrada por el fraile confesor, inapropiada para alguien que, libre o condicionadamente, había optado por hacer vida clerical, terminaría por confesar la verdad. Después de manifestar que los ósculos y tocamientos de cara “obedecían a afecto paternal, como también lo entendían ellas, pues preguntadas por él si formaban de ello escrúpulos, le respondían  que no”, se vería obligado a mostrar arrepentimiento, implorar la misericordia del Santo Oficio, y manifestarse dispuesto a recibir, con humildad y paciencia, las penitencias que se le impusieran.

      Declaró:
    “Que no era hereje, ni apóstata, pues jamás se le ocurrió ir contra la doctrina que la iglesia enseña, y si delinquió fue por flaqueza, que su confesión había sido sincera demostrando su arrepentimiento, que no había solicitado de palabra a ninguna mujer, que debía velar por su pasión desordenada, y que no dudaba de la mala nota que había contraído por sus excesos”.



     El Tribunal del Santo Oficio, reunido a puerta cerrada en Sala de Audiencia, resolvió finalmente declararle “absuelto ad cautelam”,  siendo reprendido y advertido del grave error cometido, privado perpetuamente de confesar hombres y mujeres, de celebrar por espacio de seis meses, y de voz activa y pasiva por octubre de 1780. 
     Como no estoy muy versado en derecho penal y menos aun del emanado de este Santo Tribunal, el latinajo imagino que querrá decir “con cautela” (en observación) y la privación última, vendría a ser una especie de aislamiento temporal, durante el que se vería privado de hacer uso de pico y oído.


FUENTES UTILIZADAS

  • “Proceso de fe de Fray Francisco Bueno” Archivo Histórico Nacional - Consejo de Inquisición: INQUISICIÓN, 1649, EXP. 22 (pares.mcu.es)
  • El detalle donde aparecen las poblaciones del valle del Jauja, en la que sehallaba enclavada la misión franciscana en la que laborara y confesionara Fray Francisco Bueno, pertenece al mapa del “Plan del curso de los Ríos Huallaga y Ucayali y de la pampa del Sacramento” levantado por el P. Fr Manuel Sobreviela, Guardián del Colegio de Ocopa, publicado en 1791 (Biblioteca Nacional de Francia).


  • Las noticias sobre Fray Benito de Huertas, obtenidas mediante la vista total o parcial que ofrece google book, proceden de dos fuentes base: “Catalogo de los obispos de las iglesias catedrales de la Diócesis de Jaén y anales eclesiásticos de este obispado” de Martín de Jimena Jurado (1654) y la “Crónica franciscana de las provincias del Perú” de Fray Diego de Córdoba, impresa en Lima en 1650.


03 marzo 2012

"Letras encadenadas: los manuscritos conventuales de Castro del Río".


      En esos apuntes biobibliográficos que ido trazando sobre los autores, naturales o no, de Castro del Río, que a lo largo de los siglos se ocuparon de su historia, ya he relatado el pasaje sobre “la fatal voracidad” del horno bizcochero de las monjas del Convento de Santo Domingo de Scala Coeli de esta villa. La carestía de papel debió de unirse a la ingenuidad e ignorancia de sus moradoras, para que durante toda la centuria del XIX, canastas rebosantes de papeles viejos, escritos a mano, fueran menguando paulatinamente, usadas en su obrador como base para los dulces.
      Tal circunstancia la conocemos gracias a Rafael Ramírez de Arellano que la incluye en su “Ensayo de un catálogo bibliográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba”, publicado en 1916. La información parece proceder indirectamente de un tal Rodríguez Carretero (menor). Dice así:

     “He visitado el convento de monjas de Castro, y preguntándole a su superiora por las obras que quedan reseñadas, me dijo que tanto esas como la del obispo Juan de Leyva las habían destruido, gastando las hojas en el horno para que no se manchasen de ceniza las tortillas de azúcar al cocerlas. Tienen aún dos canastas de cartas y papeles de Fray Juan de Castro, enlegajados y rotulados por él, que me prometieron no quemar, pero de cuya promesa no puedo por menos de dudar. Aunque hemos advertido al señor obispo del peligro que corren tales papeles, no creemos que los reclame ni salve del terrible horno”.


      Con posterioridad me he percatado de que la noticia esté recogida también dentro del Inventario Monumental y Artístico de la provincia de Córdoba, entregado en 1904, del que es autor el propio Ramírez de Arellano. Coincide en cuando a la autoría de los papeles afectados por la quema, aunque es él mismo quien actúa como testigo presencial del hecho y de las advertencias. Se servirá, precisamente, de un manuscrito, de los que aún conservaban las monjas, escrito por el carmelita descalzo Fray Pedro de Jesús, para documentarse sobre la fundación y orígenes del convento:


      Dice a renglón seguido:

      “Creemos que este libro se salvara, gracias a nuestra visita; porque en el convento había muchos manuscritos, entre otros, las obras del Obispo de Almería Don Juan de Leyva Cordovés y los catalogados por Gallardo de Fr. Juan de Castro; pero según confesión de las monjas los han gastado en colocar las hojas en el horno para tostar tortillas de azúcar y otros dulces, porque según ellas, no servían unos manuscritos cuyos renglones eran unas cadenitas completamente ilegibles. Textual. Hicimos comprender a las madres el error en que estaban y les recomendamos se abstuvieran de tostar el manuscrito citado y dos canastas de cartas y papeles sueltos que aún quedaban del Obispo Leyva y del padre Castro; y como prometieron hacerlo así, creemos que lo cumplirán y se conservarán estos papeles para cuando haya en Castro alguien curioso que los examine y estudie. En el Ensayo para una biblioteca de libros raros y curiosos podrá ver el lector el extracto hecho por Gallardo de los manuscritos de Castro y se podrá calcular lo que la ignorancia de estas señoras ha causado a las letras patrias y a la historia de su pueblo. Después de todo, la culpa, más que de ellas, fue de los visitadores de la diócesis que han debido impedir tal desaguisado”.

Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CSIC)
      Esta segunda versión, sobre los avatares de los papeles viejos de las monjas, es anterior en el tiempo a la que encubiertamente (Rodríguez Carretero menor) da en su “Ensayo de un catálogo bibliográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba”, publicado a expensas del Estado en 1916, tras ser premiada la obra por la Biblioteca Nacional en concurso público. Estimo, que sería precisamente esa publicidad la que le obligara a ser más cauto a la hora de atribuir responsabilidades a quienes deberían haber impedido “tal desaguisado” (la diócesis).
      Lo que parece que si surtió efecto, fueron los consejos y regañinas para con las monjas y esa especie de desiderata de preservación a merced de futuros curiosos.
     Un sacerdote de origen castreño, don Francisco Navajas Camargo, a la sazón, claustral del Seminario de San Pelagio Mártir de Córdoba, en el acto inaugural del curso académico 1916-1917, ocuparía la tribuna para, durante cuarenta minutos,  pronunciar  “un magistral discurso biobibliográfico sobre el insigne don Juan de Leiva Cordobés, uno de los más preclaros alumnos del Seminario”. 

El Defensor de Córdoba
      Este trabajo, vería la luz finalmente a través de la imprenta, ese mismo año de 1916.
      No es el caso de los famosos manuscritos referenciados por Bartolomé José Gallardo salidos de la pluma del carmelita castreño Fray Juan de Castro. De toda su obra, la que, a mi juicio, pudiera tener algún mérito o interés, desde el punto de vista historiográfico, es aquella, que el propio Gallardo tuvo en sus manos y extractó en su "Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos", intitulada “De los escritores naturales de Castro del Río…”, en agradecimiento a la amistad salvadora que trabara con aquel casi nonagenario fraile, durante sus años destierro o confinamiento en la villa del Guadajoz.
     Mi sorpresa fue mayúscula, cuando, documentándome para la entrada en la que me ocupé del trato, “entre garamantas fieros”, dispensado en Castro al ilustre polígrafo y “príncipe de la bibliografía española”, me topé con una referencia que me hizo concebir esperanzas sobre la posibilidad de que el citado manuscrito se mantuviese vivo.
      Fui dando los pasos pertinentes hasta poder verificar su existencia. La obra “De los escritores naturales de Castro del Río”, pude contrastar que se hallaba catalogada, con la signatura  M-90, dentro de la colección de manuscritos de la Biblioteca de la  Universitad de Oviedo. Cursada y atendida la solicitud, he conseguido finalmente ponerla delante de mis ojos. La posibilidad de que pudiera tratarse de una copia del original, quedó descartada desde un primer momento, por la guarda del mismo donde se dice: “fue comprado en Toledo a un sobrino y heredero del Sr. B.J. Gallardo”.



     Cómo es de bien nacidos ser agradecidos, y los profesionales de esta biblioteca han tenido el gesto generoso de ponerla a disposición de todos los castreños (las gestiones se han hecho a través de la Biblioteca Pública Municipal), cual era mi propósito, que menos, que reconocer el trabajo de esta institución universitaria asturiana, con un video ilustrativo sobre su riqueza bibliográfica y documental, que además nos permite informarnos sobre la también azarosa historia de sus fondos:




      ¿Qué quieren decir esas anotaciones en la guarda?

      Si tenemos en cuenta que Fray Juan de Castro fallece en 1828, estando aun Gallardo desterrado en Castro, habría que contemplar la posibilidad de que el fraile hiciese a su amigo “el bibliógrafo” custodio de su más preciada y preciosa obra. No descarto tampoco, que Gallardete, haciendo gala de esa fama de “bibliopirata”, que le atribuyera Serafín Estébanez Calderón, aprovechándose de la soltura con la que se movía por la biblioteca del convento del Carmen, del que era vecino, pudiera haber arramblado con ella al abandonar la villa.
      De cualquier manera, por las circunstancias que fueran, se evitó que esa obra estuviese entre las que el padre Castro legara a su muerte a las monjas dominicas o pasaran a su convento después de la exclaustración del Carmen. Lo más probable, en caso contrario, es que hubiera sido horneada en primera instancia por aquellas monjas encargadas de la dulcería, o en un postrero momento, pasto de las llamas provocadas por la furia desatada por "descontroladas hordas iconoclastas” que asolaron el convento tras la militarada del 18 de julio de 1936. El manuscrito sobre la fundación, ya referido, de Fray Pedro de Jesús, le presuponemos perdido en aquel segundo y también fatal envite contra el patrimonio histórico artístico de la localidad.

      En adelante, una vez leído y desgranado detenidamente este opúsculo, iré derramando todo aquello que considere de interés, así como me veré obligado a reeditar, con los nuevos aportes, las entradas dedicadas a Juan José Jurado Valdelomar y al propio Fray Juan de Castro. Curiosamente, a Fray Miguel Rodríguez Carretero, coetáneo y hermano de orden, no le dedica apartado alguno, es más, en un primer visionado realizado, a salto de mata, no he sido capaz de encontrar si quiera una mención.   

  

01 marzo 2012

El espionaje alemán en Fuerte del Rey durante la Gran Guerra.


     En 1914, descarados intereses imperialistas de las potencias europeas desencadenarían la “Gran Guerra”, como sería denominada originariamente a la Primera Guerra Mundial.
     España, después de la debacle del 98, desempeñaba un papel de segundo rango en el marco europeo . El hecho de carecer de un potencial militar y económico suficiente, como para presentarse como aliado deseado para los bloques en conflicto, le permitiría mantenerse al margen del mismo, adoptando desde un principio una postura de obligada neutralidad, lo que incidiría favorablemente en la reactivación económica del país, ya que su industria terminaría convirtiéndose en principal fuente de suministro para los bandos en conflicto.
     Pese a la neutralidad oficial, la guerra dividiría a la opinión pública española de la época. Mientras que para las derechas (partidos dinásticos), Alemania y sus aliados representaban el orden y la autoridad, en cambio, para las izquierdas, a Francia e Inglaterra, les asistía “la causa del derecho, la libertad, la razón y el proceso contra la barbarie” (discurso de Lerroux).
    Los servicios de espionaje, intentarían y conseguirían, en más de una ocasión, extender sus redes e infiltrarse en periódicos, partidos políticos y hasta sindicatos, sembrando simpatías y discordias.
    La exigua dotación militar del pueblo de Fuerte del Rey (Jaén), compuesta por tres alguaciles o guardias municipales, celosos cumplidores de sus deberes, y temerosos de que el espionaje pudiera comprometer la seguridad y neutralidad de los escasos 700 habitantes del lugar, es la protagonista directa de la anécdota en la que nos vamos a detener a continuación.



     Salta a la prensa merced a la pluma de un ingenioso gacetillero del Diario de Córdoba (Félix Lorenzo), que sabe adornarla y revestirla de la ironía y guasa festiva necesaria para hacerla especialmente atractiva.

FIGURAS DE EPOPEYA
El alguacil de Fuerte del Rey

     Fuerte del Rey no es otra cosa, pese a su nombre altísono, que un humilde lugar de setecientos vecinos, apaciblemente asentado en una llanura de la provincia de Jaén. Vive consagrado a la cría de cerdos, ovejas y gallinas, y al cultivo de cereales y legumbres. Como está camino de Andújar, también podéis pedirle blancas y rosadas garrafas de búcaro, que hacen el agua fresca como la nieve. Quiero decir que no le falta comercio exterior y que, gracias a sus relaciones mercantiles, sabe algo de lo que sucede en el mundo.
     El vecindario de Fuerte del Rey tiene noticia de que Europa anda en guerra, la más feroz que conocieron los siglos, y de que un maravilloso poder militar, el de Alemania, quiere sojuzgar al mundo. Acaso el poeta de la localidad, premiado en los juegos florales, ha traducido a los convecinos el grito germánico ¡Deutschland über alles! que pronunciado en andaluz y con ronquido adquiere una fuerza particular.


     En la guarnición del pueblo, escasa, ciertamente, puesto que se compone de tres guardias municipales, más no por eso tímida y remisa en la defensa de los ciudadanos confiados a su custodia, no ha dejado de causar impresión la sutileza con que el fantasma del espionaje germánico se filtra por las fronteras y burla todas las previsiones patrióticas. Algunas noches, a las horas del relevo, mientras los habitantes de Fuerte del Rey dormían a pierna suelta, fiados en el prestigio del nombre de su localidad, y más todavía en el desvelo paternal de los tres guardadores del orden, reunidos en el zaguán del Ayuntamiento en derredor de una mesica servida de aceitunas y chatos de buen vino, cambiaban impresiones sobre la guerra, que, a veces,  les provocaba un estremecimiento nervioso.
     Asía ha venido a engendrarse un suceso, que relata la prensa de Jaén, y que nosotros queremos vocear para enseñanza y ejemplo.
     El otro día llegó a Fuerte del Rey en un carricoche tirado por un caballejo, cierto señor “de aspecto distinguido, moreno, bigote pequeño, ojos vivos, estatura mediana. Llevaba en la mano una máquina fotográfica  y un cuaderno de los que usan los artistas para tomar apuntes”.
     No parecía. En verdad, un ulano feroz, ni el modesto aparato con que se presentó autorizaba a suponérsele representante del imperialismo del Norte. Pero así, disfrazados con las más sencillas apariencias, suelen llegar a los descuidados lugares estos modernos sacamantecas que con la perspicacia del Káiser explora los entresijos de los pueblos destinados a su voracidad.
     La presencia del forastero debía, pues, inquietar a los vecinos de Fuerte del Rey; y cuando se le vio mirar atentamente al castillo – porque Fuerte del Rey tiene un castillo digno de su nombre – y dibujar pacienzudamente un croquis en una hoja de su álbum, la inquietud general invadió turbulentamente el espíritu casi inexpugnable de los tres guardias, uno de los cuales, no pudiendo contenerse, puso solemnemente su mano sobre aquella que, armada sólo al parecer de un simple lápiz, podía en realidad estar moviendo un ejército que en lo futuro constituyese grave amenaza para la independencia del pueblo.
-        ¡A guardar esos papeles! Dijo solemnemente.
-        ¿Por qué? Se atrevió a preguntar el sospechoso.
-        Porque usted es un espía alemán y yo no consiento que saque planos del castillo.

     La muchedumbre, lo que en Fuerte del Rey se llama muchedumbre, empezaba a encresparse, cuando acudió el secretario del Ayuntamiento y puso en claro que el supuesto espía era don Enrique Romero de Torres, académico de Bellas Artes, encargado por el ministerio de Instrucción Pública de catalogar los monumentos de la provincia de Jaén. El guardia, que de modo tan inesperado acababa de entrar con pleno derecho en la historia de la conflagración europea, quedose perplejo y no sabemos si convencido.


1916

     Pero valga por lo que valga el incidente, la orgullosa Alemania debe tomar nota de que hay en el mundo, fuera de Bélgica y Francia, un pueblo dispuesto a no dejarse conquistar. Y sepa que ese pueblo es Fuerte del Rey, lugar se setecientos vecinos, que se comunica con Europa por la frontera de la Mancha, patria del ingenioso hidalgo Don Quijote.
Félix Lorenzo

(Diario de Córdoba 19 de noviembre de 1914)


Arco de San Lorenzo (Jaén). Declarado Monumento Nacional en 1877
     A Enrique Romero de Torres, cuando se arma todo este lio, más que la Gran Guerra, lo que realmente le traía de cabeza era terminar aquel catálogo monumental de la provincia encargado por el Ministerio de Instrucción Pública en 1913, cuyo plazo de entrega ya había expirado por estas fechas. Su exhaustivo detenimiento en ciudades monumentales como la propia capital del antiguo reino de Jaén, Úbeda, Baeza, Alcalá la Real o Andújar, determinará que su trasiego,cámara en ristre, por poblaciones de menor entidad, caso de Fuerte del Rey, se limite a tomar unas instantáneas gráficas sin incluir apenas base documental que las apoye.
     De cualquier forma, esa fotografía tomada por Romero de Torres, que hizo sospechar a aquel municipal aliadófilo, habida cuenta de que, poco después, lo que quedaba de castillo sería demolido para construir la plaza del pueblo, es quizá el último testimonio gráfíco que nos ha llegado sobre él y sobre el aspecto de esta pequeña villla en los albores del siglo XX:



(Fotografía y reseña de texto procedentes del Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de Jaén. Biblioteca Tomás Navarro - CSIC)

28 febrero 2012

LA MAPRIORA


    Este apodo se lo encasquetó, con mucho acierto, su señor padre, asimilándola a las potestades de las que disfrutaba la madre priora de un convento de monjas.
    Desde muy jovencita le gustaba ya organizar y dirigir. Con el tiempo, sería ella quien llevara las riendas del pequeño taller de costura que, junto a su madre, hermana y alguna que otra operaria de temporada, montaron en su propia casa. Era ella quien se encargaba de repartir el trabajo y asignar las tareas domésticas, motivo por el que discutía frecuentemente con su madre. Al ser la mayor, se creía con derecho de disponer sobre todo lo relativo  a sus hermanos, convencida siempre de llevar la razón y de que sus decisiones eran las más convenientes para todos. A su propia hermana, cuando se puso novia  y casadera, le buscó trabajó en el prestigioso taller de Doña María, que al poco la nombró primera oficiala y persona de confianza. Este hecho, valiéndose de sus relaciones con la notable clientela femenina para la que cosía,  supo aprovecharlo para conseguir también un buen empleo a su novio, en la naciente fábrica de papel de la celulosa.
   Cuando le llegó la hora de trabajar al más pequeño de la casa, se negó en rotundo a que siguiera el oficio que su padre desempeñaba: “El niño no será albañil, será mecánico”. Su testarudez se tradujo pronto en su ingreso como aprendiz en un taller de cerrajería, convirtiéndose con el tiempo en un buen profesional de este ramo industrial.
    Su padre, hombre liberal y condescendiente, confiaba plenamente en el atino de su “mapriora”, y la dejaba hacer y deshacer a su antojo. Las pocas veces en que se le contrariaba entonaba una famosa frase, que en su boca se haría célebre: “En mí no manda nadie”.



    Para muestra un botón. Allá por los años cincuenta, cuando sólo tendría 18 o 20 años, a pesar del tan temido “qué dirán” pueblerino, salvando la contrariedad de su propia madre, con el traje de marinero que le había regalado su novio, al terminar el servicio militar, se confeccionó un conjunto de pantalón blanco y camisa que imitaba a aquellos que lucían las famosas actrices de la época. Adornada con un pañuelo al cuello, unas gafas de sol y su melenita al viento, completó su hazaña paseándose descalza por la playa con el pantalón remangado, lo mismo que hacían aquellas primeras turistas extranjeras que aterrizaban por la costa granadina.
    Esa foto en la que aparece con pose de modelo, es la demostración palpable de que era capaz de conseguir aquello que se proponía.

Motril: Vista parcial del puerto (años 60)

    Fueron pasando los años manteniendo ese carácter poderoso: “nunca nadie mando en ella”.
    Llegada la vejez, en su vida se ha cruzado sin avisar el “Señor Alzheimer” que poco a poco le ha ido arrebatando su potestad. En un principio se revelaba y le costaba trabajo aceptar directrices ajenas. A medida que su enfermedad se fue acentuando ha perdido capacidad para decidir, opinar e incluso pensar, quedando anulada prácticamente su voluntad.
    Si este indeseable Señor le hubiera puesto sobre aviso de tal situación, se habría reído en su propia cara, no sin antes contestarle con su característico: “en mi no hay quién mande”.

     Rosa Campoy (cuidadora e hija de "la mapriora")


25 febrero 2012

LA TELA DEL PADRE (Conclusión)


La tela del padre
(Conclusión)

      Ya entonces encontré descifrada la personalidad del padre a que aludía el oficio que en mi bolsillo llevaba; pero todavía no sabía una jota ni de la póstula ni de la tela.
      Íbamos procesionalmente: primero las dos burras con el alguacil y el pregonero, y después los ya dichos señores del pueblo, presididos por el vicario, el alcalde y el padre cuaresmal.
      Pronto averigüe lo que era la póstula. Los postulantes éramos nosotros: el objeto de la póstula eran el padre y su tela. Eso último es lo que faltaba comprender. Llegamos a todas las casas: las de los ricos, las de los medianamente acomodados y las de los pobres. El pregonero, hombre de buenos pulmones, se entraba por los patios de adentro, gritando ¡Para la tela del padre!, sacando en sus manos, ya una sarta de chorizos, ya un pedazo de jamón, ya un pedazo de tocino, o bien un celemín de trigo, de garbanzos o de habas secas; algunas gallinas, huevos a veces. Y en otras partes nos daban, no jamón, si no huesos de jamón, lo cual no es lo mismo; medio queso, un puchero con miel, tres panes oscuros como mis botas, puñados de alberjones o lentejas; un codillo, medio cabrito, dos espinazos, algunas monedas de calderilla. En las tabernas ya se sabe: un frasco de aguardiente o una mediana cantimplora de vino blanco.
      Pronto se llenó el seno de ambos serones, y en una esquina hicimos un alto forzoso, mientras fueron llevadas las burras a descargar en casa del padre y volvieron de vacío para continuar con nuestra tarea. Al cabo de tres o cuatro viajes por el estilo llegó la noche, se acabó la póstula y acompañamos al padre cuaresmal a su alojamiento, en cuyo umbral nos despedimos de él con las mayores muestras de cortesía por ambas partes.
      Mohíno por demás regresaba yo a mi casa diciéndome. ¿Qué será lo que el padre hará con todo eso? ¿Se lo irá a comer? Si lo hace revienta. Entonces, como si hubiera adivinado mi curiosidad, se me acercó el alguacil y me dijo:
-        ¡Qué buena ha estado la póstula! Ya tiene el padre tela larga.
-        ¡Ya lo creo! – le contesté – Si se lo come todo…
-        No, señor: es para la tela.
-        Pero hombre, ¿qué tela es esa?
-        Una tela que mañana se comprará con el dinero que den por todo, para hacerle al padre camisas y calzones blancos.
-        Pero diga V.: ¿Se ha venido el padre al pueblo sin calzones blancos?
-        Yo no sé; pero es costumbre que lo que se saca de la póstula se venda mañana en la puerta de su casa, cosa por cosa, y con ello se compra de lienzo hilado y tejido en el pueblo cuantas varas quepan en el dinero recogido.
-        ¡Gracias a Dios que ya lo he comprendido todo! Hemos ido nosotros con el padre cuaresmal para estimular la piedad del vecindario, y el padre va a quedar surtido de esta hecha, al menos de ropa blanca, si no saca otra cosa de sus sermones.
-        ¡Que si quieres! ¡Eso no es más que una friolera! En buenos pesos duros le pagan al padre los sermones, y además comido y bebido toda la Cuaresma. Lo de la tela es un plus de campaña, como el que a mi me dieron algunas veces en el servicio del rey.
-        ¿Y todos los años es lo mismo?
-        Lo mismo.
-        Pero hombre, ¿no sería más decoroso hacer la póstula en dinero, dárselo al padre, y que él se comprara lo que más falta le hiciera?
-        No, señor, porque en dinero no se junta en el pueblo ni cien reales. La mayor parte de las mujeres que dan una libra de tocino, que vale siete, o un celemín de trigo, que vale tres, si dan dinero no pasan de cuatro o seis cuartos.
  Me quedé convencido, aunque por afán de replicar le dije:
-        Pues si el padre viene muchos años, en poco junta una tienda.
-        Es que a éste no le volvemos a llamar hasta que se calcula que la tela se ha roto. Llamamos a otros y van alternando.


      A semejante abrumadora lógica nada tuve que contestar, pero el alguacil, que tenía ganas de conversación, siguió diciéndome:
-        La póstula de este año ha sido buena porque el campo se presenta bien, porque anteayer se le dio una paliza al comisionado de apremio que mandaron de Córdoba , y porque el padre ha dado gusto.
-        ¿Cómo gusto?
-        Porque ha hecho llorar a todas las mujeres y a muchísimos hombres.
-        ¡Vaya un gusto!
-        Si señor; y ha arreglado dos docenas de matrimonios mal avenidos, convenciendo a los maridos de que no deben reparar en pequeñeces.
-        ¡Ah! Si, como en la corte. Allí tampoco se repara en pequeñeces.
-        Y las mujeres…
-        ¿También convence a las mujeres?
-        Si señor: de que cuanto más tiempo están los hombres en la taberna, más libres están ellas en su casa para hacer su santísima voluntad. Y, luego ¡vaya un pico de oro! ¡Como relata lo de la Magdalena, cuando limpio del sudor y la sangre la cara del Señor, y de la Verónica, que derramó sobre los pies de Jesús ungüento, de modo que dicen que huele mucho, y se los secó con sus cabellos!
-        ¡Hombre! Eso no lo pudo decir el padre. Pasó todo lo contrario: la Verónica fue la que con el lienzo sacó estampada la efigie del Señor, y la magdalena la que en el cenáculo se presentó y ungió sus pies.
-        Tiene usted razón, eso fue lo que dijo. Sino que siempre que se habla del cenáculo me acuerdo de Judas. Si está usted aquí el Sábado Santo verá cómo le fusilamos.
-        ¡Pero hombre, si judas se ahorcó!
-        No le hace. Para judas no hay cuartel, ahorcado y todo, se le fusila.
-        Muy bien hecho.
  Llegamos a casa y me separé del alguacil.
      A los pocos días tuve que hacer mis visitas de despedida, Una de las de rigor era la del padre cuaresmal.
      Le recomendé que siguiera arreglando los muchos matrimonios desavenidos que aun había en el pueblo, y él me ofreció hacerlo con unción verdaderamente evangélica.
      Sobre un antiguo sofá que en la estancia ocupaba el principal testero se veian tres o cuatro rollos de lienzo blanco y prensado.
      Aquello era la tela del padre.

 AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO

       La prometida reseña biográfica sobre este literato cordobés, por laboriosidad y cuestiones de tiempo, queda pospuesta hasta nueva orden.