Durante el primer año de la Gran Guerra ocurrió un
hecho inédito y sin precedentes en la historia de la humanidad. En el frente de
Flandes (Belgica) los ejércitos en conflicto hicieron un improvisado alto al
fuego para compartir juntos la navidad (Tregua de Navidad de 1914).
El día de Nochebuena
los soldados empezaron a depositar sus armas en el suelo. Los primeros
valientes salen de sus trincheras, nadie dispara un tiro. En seguida otros
siguen su ejemplo, pronto todos.
Como primera medida se entierran conjuntamente los soldados muertos de ambos bandos, que se encuentran desde hace semanas en tierra de nadie. Todos cooperan y nadie se dispara. Estaba ocurriendo algo especial. Cuando oscurece, se iluminan unos abetos sobre los alambres de espino. Los enemigos de ayer cantan unidos canciones de navidad, cada uno en su idioma.
Al día siguiente se intercambian regalos, se muestran fotos de sus familias, beben y comen en camaradería e incluso juegan al fútbol.
Como primera medida se entierran conjuntamente los soldados muertos de ambos bandos, que se encuentran desde hace semanas en tierra de nadie. Todos cooperan y nadie se dispara. Estaba ocurriendo algo especial. Cuando oscurece, se iluminan unos abetos sobre los alambres de espino. Los enemigos de ayer cantan unidos canciones de navidad, cada uno en su idioma.
Al día siguiente se intercambian regalos, se muestran fotos de sus familias, beben y comen en camaradería e incluso juegan al fútbol.
Estos hechos históricos sirvieron de inspiración al guionista
y director de cine francés Chistian Carion para rodar una magnífica película bélica
con un profundo mensaje pacifista: Joyeux Noël (Feliz navidad 1914).
(Apresúrense a visionarla antes de que fulminen el
enlace)
En agosto de 1938, en plena guerra civil española,
el libertario gaditano Miguel Pérez Cordón, que por su vasta cultura
autodidacta debía de tener conocimiento de aquellos pretéritos milagros humanos, en las columnas del diario
Cartagena Nueva (órgano de la Federación Comarcal de la CNT de Cartagena) escribe una narración retrospectiva en la que se reproduce una historia de
similares características.
La sitúa en
el Alto de La Chimorra, en el frente de Córdoba, muy posiblemente después de la famosa Batalla de Pozoblanco, cuando el frente queda estabilizado.
Prescindiremos de la primera parte del artículo en
la que el autor se reencuentra con Andrés, un viejo amigo gaditano, de quien
emana el hilo narrativo. Andrés, que pudo escapar de su tierra al iniciarse la
rebelión, es ahora sargento del Ejército Popular. Le va contando
pormenorizadamente sus vicisitudes y las de su familia desde que se desencadenara el conflicto aquel fatídico 18 de julio de 1936.
Pérez Cordón con su compañera Maria Silva (La Libertaria)
El artículo está redactado en Barracas (Castellón)
en julio de 1938. Por estas fechas, Miguel Pérez Cordón, se hallaba incorporado
a la 28 División del Ejercito de la República y hacía las funciones de
corresponsal de guerra. Discernir, sin otras fuentes, lo que tiene de verídico
el hecho narrado es tarea harto difícil. Pero como participa de ese mismo trasfondo
pacifista y humanista de la historia anterior y pone, de camino, en evidencia
el anacronismo de una guerra entre hermanos, no nos resistimos a reproducirlo.
El
armisticio de La Chimorra
Estábamos guarneciendo la posición La Chimorra, en el sector
de Pozoblanco. Frente a nosotros, una posición guarnecida por civiles y
falangistas. No podíamos ni asomar la cabeza por los parapetos. Siempre había
tiroteos. De día y de noche. Nos tenían fritos. El vocabulario que empleábamos
era de lo más soez. Nos escuchaban perfectamente. La distancia de una a otra
posición no pasaba de los seiscientos
metros. Una madrugada calmó el tiroteo. Todo quedó en silencio. De
pronto escuchamos una voz:
-
¡Camaradas! ¡Camaradas!
- Hijos
de p… contestaron algunos soldados.
- Camaradas, camaradas, seguía la voz más
suavemente.
- Falangistas,
canallas civilones –repicaban los nuestros-.
- Somos
soldados, somos soldados.
- ¿Habéis
revelado a los otros?
- Si.
- ¿Queréis
café?
Se generalizó la
conversación. Convinimos en que bajaran dos de ellos y dos nuestros a la
vaguada.
Cuando se juntaron
los cuatro soldados se abrazaron. ¡Simbólico abrazo! Abrazo que duró unos
minutos pues de pronto ocurrió algo inexplicable. Fue un sentimiento, un deseo
en oleada que recorrió la trinchera y en el que me vi también envuelto a pesar
de ser sargento. Los soldados de ambas posiciones salimos corriendo hacia el
lugar donde se había sellado un pequeño armisticio y los cuatros soldados
conversaban amigablemente.
Y la vaguada, en
un momento, antes siempre solitaria, cubierta de restos de proyectiles y muchos
muertos de ambos bandos, que llevaban meses cara al sol, el agua y el viento ,
fue poblada de hombres que se abrazaban, reían, charlaban, hacíanse mil
preguntas, se ofrecían tabaco, eran amigos, hermanos ..
Yo ingenuamente pensaba que
aquella acción representaba el fin de la guerra.
De la vaguada
salimos muy alegres y con un pacto: consistía éste en no tirotearnos y enterrar
a la mañana siguiente todos los cadáveres que se encontraban esparcidos entre
las dos líneas.
Cuando ya
regresábamos, escuché unas palabras autoritarias. Era un sargento faccioso.
Amonestaba a un soldado que intentaba pasarse a nuestro lado.
“Esto no lo permito. Charlar, abrazarse, repartirse tabaco, lo que
queráis, pero desertar no”.
“Es que está mi hermano aquí. Mírelo.
Salimos juntos de Sevilla” (replicaba el soldado).
El sargento se lo
llevó del brazo, Y su hermano, junto a mí, andaba y tristemente iba diciendo en
voz baja: “A lo mejor mato a mi hermano
cualquier día”.
Enterramos los
cadáveres. En grupos se reunían los soldados por las tardes en la vaguada
famosa. Pero ya siempre vigilaban las ametralladoras. Aunque el pacto de no
tirotearse se cumplió hasta que fueron relevados. No hubo ni una deserción.
Quise haber conocido al capitán de aquella compañía, pero no pude lograrlo. Los
soldaos le querían mucho. Se conoce que por encima de todo, en su corazón había
mucha cantidad de sentimientos y de hidalguía liberal.
El muchacho
sevillano que estaba luchando de nuestra parte murió en el frente de Porcuna en
el mes de mayo. ¿Lo mataría su hermano? …
La interrogante
queda suspendida en los labios de Andrés. Piensa seguramente en sus hermanos,
ya posibles reclutas en la zona facciosa, en contra de los cuales algún día
quizás también tenga que ordenar disparar o el mismo contra ellos, dispare.
Nos despedimos en
las proximidades de Barracas. Vino solamente a visitarme. A pie muchos
kilómetros. Y se marcha el amigo, el amigo de la niñez hermanado en el dolor y
la ausencia de los seres queridos. Nos abrazamos en una despedida que también
es un lazo fraternal, tendida, no entre
dos trincheras como en La Chimorra, sino entre el presente y el mañana vislumbrado
por la niebla del humo de las bombas y los proyectiles que no lejos trepidan, convulsionan
la tierra y ensucian el cielo.
M. P. CORDÓN