Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

20 julio 2011

Bandoleros, facinerosos, bandidos y ladrones en Porcuna durante el siglo XIX. 1ª parte.




    Las colecciones de periódicos de tirada nacional correspondientes al siglo XIX, nos proporcionan mas bien poca información sobre sucesos o acontecimientos acaecidos en la villa jiennense de Porcuna durante esa centuria, donde debían de pasar muy pocas cosas de interés merecedoras de trascender al resto del país.

    Son hechos sensacionales los que tenían asegurada la cobertura informativa, caso del parto múltiple protagonizado por una paisana en 1860:

   “En la ciudad de Porcuna, provincia de Jaén, una señora acaba de dar a luz cinco niños, dos de ellos varones y pegados por la espalda; los tres restantes niñas escasamente desarrolladas, que al poco de nacer sucumbieron, mientras que los varones viven sin haber roto los lazos orgánicos que los sujetan, porque según opinión del cirujano, sería esta determinación peligrosa para la salud de ambos” (1).

    Los sucesos y la crónica negra también ocuparán un lugar preeminente. De algunos sonados asesinatos perpetrados en Porcuna o por porcunenses ya me ocuparé en otro momento.
    Hoy quiero centrarme en los amigos de lo ajeno, en aquellos que por afición, inclinación o necesidad recurrieron al robo como medio permanente o eventual de vida.

    A través del poeta sevillano Fernando Villalón (1881-1930) conocemos de la existencia y andanzas durante el primer tercio del siglo XIX, de un famoso bandolero conocido como “El Tuerto de Porcuna” protagonista de un poema suyo titulado Campiña de Écija  incluido en su libro Andalucía la Baja.



Galopando bajaba por los tuertos caminos
que serpentean estrechos entre bosques de pinos
el guarda montaraz.
Es el jinete un viejo de atezadas facciones
que convivió en la Sierra con todos los ladrones
que mienta el santoral...
En la Sierra de Estepa, Marinalea y Osuna
no hay mejor caballista que el Tuerto de Porcuna,
el guarda montaraz.
El conoce la historia del crimen perpetrado
junto a todas las cruces que rodean el poblado
de Osuna la Ducal.
Fue compadre del Bizco y de Juan Caballero;
Señó Diego Corrientes, el mejor bandolalero,
lo crió de zagal
y en los tiempos caciques de Romero Robledo,
fue un personaje el Tuerto a quien tomaron miedo
el campo y la ciudad. 

    Como el poema es bastante extenso, había pensado dejar su trascripción para dentro de unos días (en entrada aparte). Quienes sientan curiosidad y no sean capaces de esperar, pueden encontrarlo en la página de la Fundación que lleva por nombre el del  poeta.
    
    He consultado en la red algunos estudios sobre la obra de Villalón que aportan alguna información sobre el Tuerto. Se nos presenta como un bandido arrepentido, que consiguió el indulto merced a Fernando VII, a cambio defender a ultranza su causa absolutista, o como estrecho colaborador del siniestro Romero Robledo, ayudándole a garantizar en los procesos electorales el triunfo del candidato designado por Madrid.
    Aunque con todos los visos de una historia real, no deja de ser un personaje de ficción salido de la imaginación del poeta.



    Un autentico bandolero o facineroso fue Juan Díaz a) Zapata, que antes de tirarse al monte, había sido buñolero y vecino de la villa de Porcuna.  Acusado de perpetrar robos en cuadrilla, asesinatos y mutilación de miembros, el 22 septiembre de 1835 era pasado por las armas en la capital del Santo Reino (2). 

    Una partida de bandidos, precisamente, fueron los responsables del secuestro del joven Antonio Morente, hijo de un acaudalado labrador de Porcuna durante el verano de 1852.
    Pese a haberse librado, por parte de la familia, unos mil duros a cuenta del rescate, después de treinta días continuaba en manos de sus captores:

    “Personas que dicen haberlo visto comentan que va en un estado lamentable. La honda impresión que este acontecimiento ha causado desde un principio en el corazón de su buena madre, le ha valido una enfermedad muy grave al parecer.
    Tres comisionados han estado en todos esos pueblos, cobrando letras hasta la cantidad de 50.000 reales, para ponerlos en poder de los malhechores con la mayor brevedad  posible. ¿Cuántas desgracias sobre esta pobre familia? ¿Qué amarguras para ese amoroso padre, que cree no poder abrazar más a su hijo, que ve morir a su mujer, y que en un día pierde el fruto de los sudores de toda su vida? ¿Qué bastaría a reparar tamaños males? Reflexiones son estas que deben de pesar mucho en el ánimo de las autoridades superiores, y muy principalmente en el gobierno que debe desplegar la mayor energía para evitar que los hombres honrados sean el blanco de agresiones tan brutales. La persecución que de dos días a esta parte se hace a esta horda de forajidos, es bastante activa. Todos los destacamentos de la guardia civil están en movimiento y han acudido fuerzas hasta de las provincias de Cádiz y Sevilla” (3).





   Ese especial despliegue de fuerzas tuvo un efecto inmediato con la captura y detención de dos individuos:

   “Han sido puestos a disposición del señor comandante general de Córdoba, Serafín Flores, vecino de Porcuna, y Antonio de Lara, de Benamejí, por considerárseles cómplices e encubridores de los bandidos que recorrían esta provincia; siendo incesante la persecución que a estos se ha hecho, tanto por la Guardia Civil como por los paisanos” (4).

     A los pocos días Manuel Benito Morente, padre del secuestrado, tuvo que salir al paso aclarando ciertos aspectos relacionados con la noticia de las detenciones:

   “Según carta que tenemos a la vista de Manuel Benito Morente, padre del joven de Porcuna que robaron los ladrones, de cuyo hecho dimos cuenta en su día, Serafín Flores, preso por la Guardia Civil y puesto a disposición de la Autoridad con otro compañero, como cómplices de aquellos, resulta que es tío del joven robado y que había salido de su pueblo en busca de los bandidos para tratar del rescate de su sobrino. Nos complacemos en dar esta noticia para que la buena opinión de Flores no padezca detrimento” (5).


     Casi de seguido, el Diario de Córdoba nos suministra la noticia de la liberación del secuestrado:

   “Don Antonio Morente, vecino de Porcuna que se hallaba en poder de los bandidos logró fugarse el día 25 a las diez de la noche, de una caverna de la Sierra de Cabra, aprovechando el momento en que se quedó dormido el ladrón que lo custodiaba, denominado Chicón. A las seis de la mañana del día 26 se presento ante el Alcalde de Doña Mencía, manifestándole que eran ocho los ladrones y que andan diseminados huyendo de la persecución” (6).


    Parece un poco rocambolesca la historia de la huida nocturna; todo apunta a que pudiera haber sido liberado tras haber hecho efectivo la familia el resto del rescate solicitado. De la captura de la partida de bandidos por esos lares no proporciona la prensa noticia alguna.

1)     La Correspondencia de España, 17 de mayo de 1860.

2)     Revista Española. Periódico diario dedicado a S.M. la Reina Gobernadora, 30 de septiembre de 1835.
3)     El Clamor Público, 28 de agosto de 1852.
4)     La España, 25 del agosto de 1852.
5)     El Clamor Público, 1 de septiembre de 1852.
6)     El Heraldo (tomado del Diario de Córdoba), 2 de septiembre de 1852.

(Continuará)

    

19 julio 2011

Esperanzas y experiencias colectivistas en Castro del Río I

  
    La aspiración a la propiedad o usufructo de la tierra por parte del proletariado rural andaluz se convierte en una constante histórica, especialmente en aquellas comarcas marcadas por desequilibrios más agudos.

    Durante los procesos desamortizadores del XIX, desde el ala progresista-democrática del liberalismo se llegan a proponer soluciones redistributivas bastante avanzadas, cercanas incluso a los postulados del socialismo utópico, abortadas siempre por la interesada intervención de logreros y logrones adictos y cercanos al poder fáctico. Un ejemplo cercano lo tenemos en Castro del Río, donde en el Cortijo de Torreparedones, que perteneciera históricamente a los Propios del Ayuntamiento de Córdoba, ya durante el Trienio Liberal y a propuesta del diputado provincial castreño Lovera, se pretendió establecer en él una colonia de campesinos para que se hicieran conjuntamente cargo de la explotación de aquellos predios.

Torreparedones
 
   Aquellos nobles intentos se malograron, y la famosa Desamortización, afectada por los vaivenes políticos del XIX, sólo sirvió para reconcentrar nuevamente la propiedad en otras manos.

SIGLO XX: LA IDEA COLECTIVISTA.

  Tras tímidos conatos organizativos entre el proletariado rural durante el último tercio del siglo XIX, en los albores del siglo XX ,surgirán sociedades obreras y sindicatos en torno a los que se aglutinará la mayoría de la población jornalera. En localidades de la campiña cordobesa de claro predominio latifundista, caso de Bujalance, Castro del Río, Espejo, Montemayor, Fernán Núñez, Baena, etc, serán las ideas libertarias las que determinen desde un principio el carácter de sus actuaciones y reivindicaciones. Desde el vocero anarquista por excelencia “Tierra y Libertad” se divulgan las teorías colectivistas que calan rápidamente entre el campesinado. Otro famoso órgano de prensa libertaria, La Voz del Campesino”,  llevaba por subtitulo la sugerente aspiración revolucionaria  “La tierra para los que la trabajan”.


1ª época (1914-1916)
3ª época (1931-1933)
 
   Durante el tenso periodo de conflictividad huelguística y social, conocido como Trienio Bolchevista (1918-1920) llegan a tambalearse los cimientos de aquella sociedad rural.
   Entre los días 25 y 27 de octubre de 1918, representantes de las sociedades campesinas organizadas de la provincia de Córdoba, se reunirían en la sede del Centro Instructivo de Obreros- SOV de Castro del Río en una especie de Congreso o Asamblea, a efectos de coordinar sus luchas, actuaciones y reivindicaciones en aquel contexto. Entre ellas figurarán ya, demandas puramente anarquistas como la de “no mendigar tierras a los gobernantes, puesto que somos enemigos irreconciliables de la  autoridad y de la propiedad; si queremos tierras, hagamos lo que los bolcheviques rusos”,  junto a otras más ajustadamente sindicalistas como la de “exigir a las autoridades constituidas que entreguen las tierras 
mal cultivadas a los sindicatos de acuerdo con los índices imponibles actuales”.



 
    Como reacción, la clase patronal empieza a idear y proponer soluciones con las que paliar esos tremendos desequilibrios históricos, aliviar de camino conciencias y evitar efervescencias . La patronal agrícola de Castro del Río, después de los primeros envites huelguísticos del periodo, llegaría a ofrecer un amplio y meditado programa de reformas sociales.

    Su autor, el músico, jurisconsulto, acaudalado propietario y prohombre local del liberalismo fernandista, don Francisco Algaba Luque. Su programa abarcaba casas baratas, socorros para la vejez y la enfermedad, rebaja de las subsistencia mediante la creación de cooperativas, instrucción, etc. Para conseguir tales objetivos se solicitaba  la contribución de los patronos a través de un impuesto que gravara los jornales que cada cual pagara. Ni la propia clase obrera, envalentonada por el curso de los acontecimientos, ni los propios patronos le debieron de prestar demasiada atención, quedando la propuesta como loable pero inviable.

   Después del convulso trienio, las aguas volverán a sus habituales cauces, y no será hasta que con la implantación de la II Republica, cuando el asunto de la tierra recupere plena vigencia con las expectativas que despierta la famosa ley de Reforma Agraria.
    No tardará el anarcosindicalismo en retirarle la confianza al nuevo régimen, a cuya llegada había coadyuvado. Desacuerdos en cuanto a legislación laboral (Jurados Mixtos) y la disconformidad con el tipo de reforma agraria que la republica estaba tratando de hacer, propiciaron el malestar en sus filas, que tendrá su reflejo en numerosos envites huelguísticos, con algún que otro conato insurreccional (Casas Viejas o Bujalance).
   El anarcosindicalismo castreño participó activamente en cuantas huelgas consideró necesario secundar o plantear, ante una patronal castreña bastante crecida y reaccionaria.
   Pese a la supremacía y potencial humano del que gozó el sindicato afecto a la CNT durante todo el periodo republicano, quitando las típicas coacciones o el boicot, las huelgas en Castro se desarrollaron siempre por cauces pacíficos.



    Las idílicas aspiraciones colectivistas de los anarcosindicalistas de la campiña de Córdoba, bien conocidas por sus históricos enemigos de clase, eran ridiculizadas durante el periodo republicano, por quienes no estaban dispuestos a ceder ni un ápice sobre su histórico derecho a la propiedad. En una revista patronal (El Progreso Agrícola y  Pecuario) se publicó un artículo con un curioso y llamativo encabezamiento, y que por afectar a la comarca reproduzco íntegro a  continuación:

COLECTIVISMO EL EN EL CAMPO Y LOS HUEVOS CON TOMATE



   Un propietario cordobés, don Florentino Sotomayor, entregó hace un año a varios obreros el cortijo denominado “La Hinojosa”, enclavado entre los términos de Castro del Río y Bujalance, para que lo explotaran.
   El propietario facilitó aperos de labranza, ganado de trabajo, trigo, centeno, habas, avena para las siembras y alimento para los ganados, anticipando además, en su época, el dinero para otras labores y la recolección. Convino también con los obreros en abonarles un jornal diario, pagado por quincenas, fijando un mínimo de cuatro pesetas y un máximo de 5,50, según la temporada del año agrícola; determinando al propio tiempo dos días al mes para descanso, con pago del jornal íntegro.
   La renta del cortijo no había de ser otra que la que correspondiera con arreglo a la declaración catastral, y la contribución sería abonada con cargo a la explotación. Los beneficios líquidos se repartirían entre el propietario y los obreros por partes iguales.
   Se ha liquidado el año agrícola de 1931-32. Los beneficios líquidos totales han sido de 24.000 pesetas; mitad para la propiedad y mitad para los obreros.
   Durante este tiempo, los campesinos no han utilizado el descanso de dos días al mes; han rendido más y se ha necesitado mayor número de jornales de la calle, por ser el cultivo más intenso.
   Pero de las observaciones hechas por el propietario del referido cortijo, se deduce la fuerza enorme del espíritu individualista que anima a los trabajadores andaluces, que no admiten como colectividad más que a la familia. Lo demuestra el hecho siguiente:
   
                                                                                                                                                                                                                                                                                  

   Entre otras condiciones figuraba en el contrato la de dividirse los huevos de las gallinas del cortijo entre quienes lo labraban, condición observada por todos al pie de la letra. Pero llegó la época de sacar pollos para sostener o incrementar la población del gallinero, acordándose que fuesen todos los parceleros quienes pusieran los huevos. Primer caso de colectivización. Y surge la disputa y se revela el espíritu individualista del campesino andaluz. Se discute, y queda sin efecto la operación de sacar los pollos, fracasando totalmente el plan de colectivización.

   Esos campesinos andaluces que repartían 12.000 pesetas además de su jornal, terminan “peleándose” por una nimiedad.
   Tomen buena nota los sociólogos de dublé, enamorados y panegiristas de la colectivización a ultranza; de este hecho bien reciente, y lean un chispeante párrafo del gran Castelar, escrito hace sesenta  y cinco años, cuando estaba en la emigración en París. Decía así:


El Progreso Agrícola y Pecuario 15-02-1933


    Son las lógicas ironías de quienes necesitaban a toda costa cuestionar la capacidad de humildes campesinos para organizarse de una manera colectiva y autogestionaria (se repite machaconamente su propensión innata al individualismo). El ejemplo utilizado, no va más allá de un simple contrato de arrendamiento, con cláusulas más beneficiosas para el propietario de la explotación (que conseguía así desentenderse de la misma) que para los propios arrendatarios o parcelistas (que para obtener ese mayor rendimiento apuntado, tenían que privarse de sus descansos).    
   
     Llama la atención, que el ejemplo se tome precisamente de entre campesinos de Castro del Río y Bujalance, donde sus potentes organizaciones anarcosindicalistas, desde antes incluso de la proclamación de la República, traían de cabeza con sus huelgas y reivindicaciones a la clase patronal de las respectivas localidades.
     La generosa práctica de don Florentino y su especial interés en la prosperidad de quienes trabajaban para él, sería más bien, consecuencia directa de la conflictividad laboral del periodo, y una ingeniosa artimaña para librarse de ella.

   Abordemos ahora el tema desde la óptica de uno de esos “panegiristas de la colectividad a ultranza”. Se trata de un instruido y concienciado jornalero anarcosindicalista, que llegaba a expresarse  en los siguientes términos:

   “Los reformistas, los socialistas de estado, querían la reforma agraria, pero que el estado lo controlase todo. Cuando éste decía “alto”, pues hacían alto; cuando decía “a rendir cuentas”, rendían cuentas; cuando se recogía la cosecha, allí estaban pidiendo su parte. Nosotros no queríamos eso. La tierra debía de estar en manos de los trabajadores, debía de ser explotada y dirigida colectivamente por ellos. Esa era la única forma de que ellos pidieran controlar sus propios asuntos, asegurándose de que el fruto de su trabajo siguiera siendo suyo y pudieran hacer con él lo que libremente decidieran”.

    Estos argumentos son de Juan Moreno, natural y vecino de Castro del Río (Córdoba), que vivió en sus propias carnes aquellas lesivas desigualdades  y participó de las luchas e ilusiones transformadoras suscitadas durante aquellos años convulsos. Sus vivencias y opiniones están recogidas e incluidas por Ronald Fraser en su historia oral de la guerra civil española, publicada con el título de Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

    Juan, al morir su padre de tuberculosis, con tan solo 10 años, lo destinaron a un cortijo. El primer recuerdo que nos trasmite es referente al día en que perdió uno de los cerdos que le habían encargado que vigilase y su regreso al cortijo llorando. Aquella negligencia tuvo sus consecuencias negativas: el capataz le rebajo la ración, es decir, el pedacito de tocino que echaban al potaje de los jornaleros, y que prácticamente era la única cosa nutritiva que en él había. Tras el periodo infantil de aprendizaje saltaría a trabajar en los campos. Araba, sembraba y segaba en las fincas acortijadas en las que pasaba largas temporadas junto a su compañeros de oficio: “siempre hambrientos a causa de lo poco que se nos daba de comer, y delgados como esqueletos, durmiendo sobre paja, todos juntos, como en un cuartel”. “En primavera nos mudábamos a los corrales, ya que en el dormitorio las pulgas no te dejaban dormir”. Si el año era bueno el empleo te duraba ocho meses tal vez, pero si era malo, quizá no durase ni seis. No existía ningún subsidio de paro.



  
      En el testimonio de Juan, inevitablemente terminan aflorando los odios recíprocos de la época:

     “Odiábamos a la burguesía, que nos trataba como animales. Los burgueses eran nuestros peores enemigos. Cuando les mirábamos creíamos estar viendo al mismo diablo. Y lo mismo pensaban ellos de nosotros. Había odio entre nosotros, un odio tan grande que no hubiese podido ser peor. Ellos eran burgueses, ellos no tenían que trabajar para ganarse la vida, ellos vivían cómodamente. Nosotros sabíamos que éramos trabajadores y que teníamos que trabajar, pero queríamos que se nos pagase un jornal decente y que se nos tratase como a seres humanos, con respeto. Sólo había una forma de conseguirlo luchando como ellos…”

    Nos oponíamos al trabajo a destajo, por “amoral” pues obligaba al hombre a trabajar como una bestia para ganarse otra peseta. Luchábamos para que se pusiera fin a la costumbre de que los niños se levantasen en plena noche para dar el pienso a las mulas; luchábamos para que la comida fuese mejor; luchábamos por más dinero. Pero se luchaba fundamentalmente con la idea de poder abolir la explotación del hombre por el hombre. “Los burgueses no hacían falta. Que los trabajadores se hicieran cargo de las fincas y pronto se vería cuan cierto era eso…”. Cuando la propiedad fuese colectivizada y todo perteneciera a los trabajadores, no habría capitalismo, no haría falta el estado y no habría necesidad de que existiese el dinero.

    Aquellas pretensiones colectivistas que se ridiculizaban  y eran consideradas inviables  a causa del “propio espíritu individualista que animaba al trabajador del campo andaluz”, sorprendentemente les llegaría el momento de ponerse en práctica.
    El golpe de estado perpetrado por militares un 18 de julio de 1936, con el respaldo de importantes sectores de población civil, no llegó a prosperar en la villa cordobesa de Castro del Río, entre otras cosas, por la tenaz defensa desplegada por las masas populares, lo que propiciará la rienda suelta para los presupuestos ideológicos del comunismo libertario.



    Ahora se han cumplido 75 años de aquellos acontecimientos.
    Sobre aquella experiencia revolucionaria, que duró los dos meses que la población resistió los envites de quienes se levantaron en armas contra un régimen legalmente constituido, disponemos de varios testimonios, que dejamos para una próxima entrada.  
    Eso sí, durante aquel corto periodo, la dieta alimenticia del jornalero castreño y su familia mejoró considerablemente, y gracias a las expropiaciones e incautaciones practicadas por los sindicalistas, con la colaboración de otras fuerzas políticas de la izquierda castreña, los huevos se pudieron acompañar de buenas lonchas de jamón y filetes de ternera durante algun tiempo.


(Continuará)



14 julio 2011

TOROS EN CASTRO DEL RÍO (siglos XIX-XX). Anexo Documental.





   Para finiquitar de momento con el asunto taurino, recurro a dos crónicas tomadas, una vez más, de las jugosas colecciones de prensa histórica cordobesa alojadas en la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (BVPH) dependiente del Ministerio de Cultura.

   La primera, remitida desde Castro del Río en junio de 1907 por un suscriptor del Diario de Córdoba  (en ausencia de corresponsal), en la que que se capta la expectación que despertaban en la comarca las tradicionales capeas celebradas en la vecina villa de Espejo durante la festividad de la Octava del Corpus. Las menciones a los ganaderos nos sirven para disipar dudas surgidas en una entrada anterior. A destacar el debut como ganadero  del político conservador (varias veces senador y diputado) don Florentino Sotomayor Moreno. Este señor, era además propietario de bastas extensiones de feraz campiña entre Bujalance y Castro del Río (Cortijo de Pradagna, La Hinojosa, etc.…), aunque su ganadería brava estuvo establecida en los cortijos de "Cuevas Bajas" y "Córdoba la Vieja" ubicados en las primeras estribaciones de Sierra Morena en Córdoba.

Florentino Sotomayor Moreno (1875-1934)


Diario de C. 11-06-1907

   Para que el lector pueda hacerse una idea de conjunto, y comprender mejor como eran, y como se desarrollaban esas "corridas", hemos considerado interesante, presentar una crónica completa de uno de estos festejos celebrados durante aquel intenso y convulso verano del año de 1903 en Castro del Río.
      Como podrán apreciar está llena de pinceladas humorísticas, fruto de la pluma del laborioso, insigne, docto e ingenioso corresponsal del diario El Defensor en esta villa, José M. Jiménez:

                  
EL DEFENSOR DE CORDOBA
Diario Liberal-Conservador
Miércoles 26 de Agosto de 1903.
-----------------------------------
Castro del Rio. Crónica Taurina.
 

  Ayer domingo, se celebró la corrida compuesta por tres vacas de capea y un novillo de muerte de la ganadería de D. Luis López de Espejo.
     A las tres de la tarde se abrieron las puertas de la plaza, y el público empezó a ocupar sus asientos, quedando éstos a las cuatro todos ocupados.A las cinco en punto el presidente agita el mosquero y se inicia la corrida.

   Primera:


     Coloreá, bien armá de cuerna pero mal colocada, muy viva y con muchos pies. A la primera de cambio barre la arena “El Mestizo" de Baena. Miguel Espinosa, que desde ahora será su alias el "Soplillo”, porque sus carrillos eran los fuelles de una herrería, se muestra con un valor inmenso desde el burladero, y caen sobre él, patatas, tomates, pepinos, manzanas. . ., en fin una plaza de abastos. Sólo se luce un poco con el capote "Cordobés".
Para poder aplacar el escándalo, el presidente hace la señal y se encierra la res que se portó admirablemente.
     Segunda:

     Sigue la bronca que duró toda la tarde, y en medio del estrépito, vemos aparecer la segunda ninfa negra de la tarde, con bastante cuerna y embistiendo superior.
     Después de varios pases de capote, largas y verónicas de Cordobés, Soplillo se siente picado en su amor propio, y a fuerza de protestas del público y a fuerza de hortalizas, saca fuerzas de flaqueza y atraviesa la plaza con toda su fuerza, mirando de reojo a la vaquilla, introduciéndose en el burladero de enfrente.
     Más jaleo, más silbidos, más pepinos y tomates, y un hermosísimo galápago de la acreditada ganadería del Guadajoz.
   "Lunarito" es revolcado por ésta, ensuciándose su traje nuevo, lo que sintió muchísimo según se limpiaba (le acompañamos en el sentimiento).
    Ni en la primera ni en la segunda hace nada "Algabeño Chico", recibiendo en premio bastante verdura.
    Sigue el escándalo, arrecia la bronca y se encierra con esto a la del bello sexo.


    Tercera:

     Como la anterior en color y bravura. Soplillo, por fin toma valor y lancea al bicho malamente (como primera vez que pisa un ruedo). Varias veces estuvo encornado por no soltar el capote, que aunque lo mataran no lo soltaba. Cordobés muy bien al quite.
     "Algabeño Chico" con su buena jindama tras el burladero. El "Mestizo" con la cara herida, no hace más que pasar y cruzar la plaza. "Lunarito" ídem, quedando varias veces sola la de los cabellos negros.
     La hortaliza se conoce que cuesta barata. Un individuo arroja un cartucho de dulces lleno de habas secas. A Soplillo, un guasón de tomo y lomo, le regala una tripa de salchichón, por lo que da las gracias muy contento, resultando ser un magnifico pepino preparado admirablemente.
     Y entre broncas y chillidos, carcajadas y hortalizas, se encierra la última.

     Novillo de muerte:






     Negro, muy bonito, embistiendo regular. A la salida Cordobés con el capote hace una suerte de rodillas, que antes y delante del público ensayó Soplillo ganándose palmas.
     Tocan a banderillas y las toma el Mestizo, promoviéndose una bronca de padre u muy señor mío. Ya las cosas pasan a mayores, la hortaliza queda a la altura de una alpargata, y lo que se arroja ahora son ripios, por no ser éste el primer banderillero, sino Soplillo a quien el público reclama. Toma este los zarcillos y después de citar por el rabo, prende medio par. Vuelve a la misma faena y prende uno más bien puesto. Palmas.
     Va a banderillear Mestizo y el público pide que se las ceda a Soplillo, que coge las banderillas y las coloca en la atmósfera.




  Suena el clarín y se procede a la última pena. Coge los trastes Cordobés y da varios pases en los mismos pitones. Cede la muleta a Algabeño Chico, que da varios pases que no tienen pase. El novillo se presta varias veces a dar la vida y Algabeño las desperdicia. Después de una faena deslucida de muleta larga un pinchazo en hueso. Muchos pases más y otro pinchazo en el pescuezo. Siguen los pases y los espectadores se impacientan. Larga una media que hace encoger al bicho. Este se pasea por la plaza cojeando, y la gente se tira a ella, matando al torito entre todos, y se acabo lo que se daba. Gracias al amigo Soplillo por las consideraciones que hubo de guardarme.
  Se anuncia otra corrida para el próximo domingo, organizada por el gremio de dependientes de comercio.

                    José María Jiménez Carrillo.
Castro del Rio, 24-8-1903.

13 julio 2011

FESTEJOS TAURINOS EN CASTRO DEL RÍO (siglos XIX-XX). 2ª parte.




LA ACTITUD DE LAS AUTORIDADES LOCALES ANTE LA FIESTA


  Durante los siglos XVII y XVIII van a ser los propios Ayuntamientos, generalmente con la colaboración de la nobleza local, quienes se hagan cargo de los numerosos costes que conllevaban la organización de corridas de toros.
    Estas, tenían lugar de tarde en tarde y asociadas a alguna festividad o celebración importantes, sobre todo las relacionadas con acontecimientos de la Familia Real (bautizos, bodas, coronaciones, etc.).





   Será a lo largo de todo el siglo XIX cuando la fiesta se convierta en un espectáculo de gran arraigo y popularidad.
   La organización de los festejos recaerá ahora en manos de empresarios privados, con lo que aumentara considerablemente el número de corridas.
   Como consecuencia de estas transformaciones, también va a cambiar la actitud de la autoridad local, que empieza a considerar a la fiesta como una peligrosa concentración de personas, haciendo de ella una cuestión de orden público.
   La prensa de la época recogía con gran escándalo los numerosos conflictos, desgracias e incluso motines que solían producirse, sobre todo en las capeas de los pueblos. El texto íntegro de una comunicación entre el Sr. Alcalde de Castro del Río y el Gobernador Civil de la provincia, en relación a los incidentes ocurridos en una capea celebrada el día de San Pedro de 1890, es lo suficientemente ilustrativo al respecto:

  "Al terminar en la tarde de ayer la corrida de novillos verificada en la plaza de esta villa, un grupo bastante numeroso de espectadores, disgustados porque uno de los novillos a que había de darse muerte fue preciso retirarlo al toril después de dos horas de lidia, sin que los diestros pudieran rematarlo, y también porque no fue posible, a causa de llegar la noche, capear a dos de los cuatros novillos encerrados, prorrumpieron en gritos descompuestos pidiendo que se les devolviera la mitad del valor de las entradas, y en actitud un tanto alborotadora se presentaron a mi Autoridad para que ordenara expresada devolución. En su vista y de acuerdo con la empresa se procedió a devolver expresada mitad del precio de las localidades a los que presentaran el talón correspondiente, con lo que quedó completamente terminado el alboroto sin que haya que lamentar desgracia de ningún género" (1).

Diario de Córdoba (5 de julio de 1890)
   Ante sucesos como los que acabamos de mencionar, toda la preocupación de las autoridades locales se centra en que se les garantice una dotación suficiente de Guardia Civil para los diferentes festejos anunciados:

  "Hoy se presentan ante mí los Sres. Juan Moreno Merino y Fernando Velasco Castilla, que pretenden verificar otra corrida el 25 del corriente, y como quiera que mi autoridad no dispone de fuerza suficiente para mantener el orden que debe observarse en esta clase de espectáculos, y evitar los tumultos que una vez verificada la corrida pudieran ocurrir, confío en que V.S. de las ordenes convenientes a fin de que para indicado día 25 concurra a esta localidad la fuerza de la Guardia Civil necesaria" (2).



    Será justamente durante este año de 1890, al que nos venimos refiriendo, cuando el pueblo de Castro del Río se vio azotado por una importante epidemia de viruela y difteria, que afectaría incluso al acuartelamiento de la Guardia Civil en ésta:

    "Reducida la fuerza del puesto de la Guardia Civil en esta villa a sólo tres hombres, por hallarse los demás enfermos o de baños, y debiendo tener efecto la Feria de la misma en los días 16 y siguientes del corriente mes en los que habrá de celebrarse una o dos corridas de novillos, ruego a V.S. se sirva disponer la concentración en esta localidad de algunas parejas de la expresada fuerza con el fin de atender a la conservación del orden" (3).

  Todos estos miedos y preocupaciones, se deben mayormente a la ausencia de una reglamentación, por lo que las autoridades locales carecían de instrumento alguno con el que resolver las numerosas situaciones conflictivas que solían darse. Hasta l917 no se aprobará el "Reglamento de corridas de toros, novillos y becerros", en el que se iban a establecer una serie de mediadas de obligado cumplimiento para las empresas, tendentes a proteger y garantizar los derechos de los espectadores. Este reglamento iba a ser posteriormente reformado en varias ocasiones durante la Dictadura de Primo de Rivera.
   Mientras tanto los Alcaldes, sólo dispusieron de la multa como única fórmula con la que poder atajar las posibles anomalías:

    "La corrida del 27 en Castro: comentario breve pues el cronista no asistió por hallarse indispuesto. Fueron lidiados tres toros, dos de capea y uno de muerte, más mansos que el primero de ayer. Los toreros estuvieron desacertados, siendo multado con 25 pesetas el matador por cargar de muleta la faena, y con 50 la empresa. Veremos si otra resulta más lucida" (4).

  Resulta evidente, que lo que se trata de evitar por todos los medios, es que se alarguen los espectáculos más de lo estrictamente necesario, y evitar así sucesos tumultuarios como los antes narrados.


(1) A.H.M. de Castro del Río, legajo 8, exp.10: C.C.G.C. 1890, comunicación nº 80 de fecha 30 de junio.
(2) Ibídem, nº 104 con fecha 18 de julio.
(3) Ibídem, nº 184 con fecha 9 de septiembre.
(4) El Defensor de Córdoba 29-VII-1903.




ANTITAURINISMO. EL DECLIVE DE LA FIESTA A NIVEL LOCAL







  A lo largo de la historia no han faltado las personas ilustres que vieron en la fiesta de los toros un pecado capital de las costumbres españolas, y como tal digno de ser extirpado: Isabel la Católica, el Papa Pío V, la mayor parte de los reyes españoles de la dinastía de los Borbones, hombres de la Ilustración como Jovellanos, etc.
  Será a lo largo del siglo XIX, a medida que la fiesta ya organizada y regularizada fue tomando auge, cuando aumentaron las polémicas sobre su utilidad o inconveniencia. Fueron primero los afrancesados y liberales emigrados, quienes a su vuelta del extranjero la despreciaron, después fueron románticos como Larra o Fernán Caballero quienes también se opusieron debido a su sensibilidad exacerbada. Con la Restauración se recrudece el antitaurinismo de las capas intelectuales del país, y a ello contribuye la nueva sensibilidad de finales de siglo: Regeneracionistas como Joaquín Costa y la mayoría de los componentes de la Generación del 98, y entre ellos Antonio Machado, Benavente, Azorín, Valle Inclan, y sobre todo Miguel de Unamuno fueron grandes detractores de los espectáculos taurinos, y acusaron a la fiesta de antieuropea. Todos coinciden en la necesidad de eliminar el carácter cruento que la fiesta suele revestir, especialmente en las pequeñas localidades, y critican duramente la perversión del sentimiento público que en ella se da
.
   De las crónicas de las corridas celebradas en Castro, podemos entresacar algunas notas con las que podrían quedar plenamente justificados dichos posicionamientos:

   "Tras una faena deslucida de muleta, larga un pinchazo en hueso. Muchos pases más y otro pinchazo en el pescuezo. Siguen los pases y los espectadores se impacientan. Larga una media que hace encoger al bicho. Este se pasea por la plaza cojeando y la gente se tira a ella, matando al torito entre todos, y se acabó lo que se daba" (5).

   "Como carecemos de mulas, varios espectadores cargaron con el novillo. El público pidió que la banda tocase la marcha fúnebre, terminando así la corrida"(6).   

 Eugenio Noel
  
    Eugenio Noel, un peculiar personaje procedente del mundo periodístico y literario, terminaría convirtiéndose en un furibundo enemigo de la fiesta de los toros, especie de profesional itinerante de la conferencia. De ideología republicana y devoto seguidor de las ideas regeneradoras de Joaquín Costa, estaba convencido de que los males de España radicaban en la incultura, en la excesiva influencia del clero y en la afición a los toros y al flamenco. Como un apóstol obstinado y convencido, en 1913 inicia una apasionada y titánica campaña por todo el país, a cambio de cuatro duros y en condiciones, casi siempre penosas, recorrió multitud de pueblos y ciudades. Visitará Córdoba, y al abrigo de sociedades obreras, círculos políticos e instituciones culturales impartirá conferencias en la capital y en algún que otro pueblo de la provincia. Sus argumentaciones serían rebatidas, nada más y nada menos, que por nuestro amigo Blas Cabello (el callista, ex anarquista, ahora también taurino y taurófilo).
   La clase política de la época no podía quedar al margen de la polémica. Durante el último tercio del siglo XIX iban a ser presentadas en las Cortes exposiciones y proposiciones de ley de supresión, desde tendencias tan opuestas como la carlista y la republicana.
  Estas corrientes antitaurinas de finales del XIX y principios del XX, si bien no iban a conseguir la abolición de la fiesta, al estar ésta lo suficientemente arraigada, sí sirvieron, al menos, para que se dictaran algunas disposiciones (R.O. de 5 de Febrero de 1.908 y las Circulares de la Dirección General de Seguridad de 26 de Junio de 1.915 y 28 de Junio de 1.919) para la prohibición de las capeas de los pueblos donde, como ya hemos visto, la brutalidad era llevada a su máxima expresión. Pero éstas no se cumplían en la mayoría de los casos, muchas veces debido a la complicidad de las propias autoridades locales, quienes ante la presión popular solían ceder haciendo la vista gorda (7).
  Este no iba a ser el caso de Castro del Río, donde desde el año de 1913 no volvieron a celebrarse festejos taurinos, al menos durante la primera mitad de siglo.
  ¿Por qué no hubo aquí tal presión, cuando como hemos podido comprobar existía tradición taurina y una honda afición? ¿Se resintió acaso Castro de esas corrientes antitaurinas?
  Más que los intelectuales, cuyos postulados difícilmente podían llegar a un pueblo en su mayoría analfabeto, hemos de pensar que quienes sí debieron de ejercer alguna influencia fueron las sociedades obreras de inspiración anarquista presentes en nuestro pueblo desde 1903 hasta 1936, con breves períodos de crisis o inactividad. Desde estas sociedades libertarias, que en algunos momentos llegan a reunir en sus filas a la mayoría de la clase trabajadora, sus líderes y propagandistas predican la reforma de las costumbres, especialmente la abstención del alcohol, tabaco y juegos de azar, así como el respeto a la mujer y a todo ser viviente; los formados en el trienio bolchevique (1918-1920) fueron además algunos observadores rigurosos del vegetarianismo y del naturismo y las huertas de Castro se convirtieron en destino paradisíaco para alguno de estos "idealistas" (8).
  Hemos encontrado algunos posicionamientos al respecto. En un mitin celebrado en la plaza de toros de Córdoba el 5 de Junio de 1905 (ya iniciada la decadencia de esta primera oleada obrerista del siglo) convocado para pedir la libertad de los presos de Castro del Río por los sucesos recientes (9), al hacer uso de la palabra uno de estos defensores de la acracia, el pintor Francisco Urbano, se dolió de la escasa concurrencia, y recriminó la afición, cada vez mayor, que los obreros profesan por ir a los toros y por visitar las casas de prostitución (10).
  En un periodo posterior, concretamente durante el trienio (1918-1920), el reglamento de la Sociedad Obrera La Equidad de Albendin, de tendencia anarcosindicalista y nacida por influjo de la propaganda desplegada por el proletariado castreño, asegura que son objetivos de la Sociedad:

   "La protección de la mujer, del niño, del anciano, de los árboles y de los animales. . . y combatir enérgicamente el bárbaro espectáculo de los toros y de las riñas de gallos y cualquier otro que pueda herir los sentimientos humanos"(11).

  Si tenemos en cuenta que la práctica totalidad de las sociedades obreras de corte sindicalista que surgen en la provincia de Córdoba durante estos años, toman como modelo o copian literalmente el Reglamento del Centro Instructivo Obrero de Castro del Río creado en 1910 y reformado en 1913, obligadamente hemos de presuponer que éste recogería este mismo punto entre su articulado.
  Por lo tanto, nos atrevemos a afirmar que el antitaurinismo de las sociedades obreras, aunque no fuera el único factor determinante en el declive de los toros a nivel local, sí al menos iba a servir de freno a las iniciativas de los empresarios taurinos, que por miedo a fracasar económicamente, no continuaron organizando espectáculos taurinos, por lo que en temporadas posteriores a la de 1913 no aparecen en la prensa ni en otras fuentes consultadas, noticia alguna sobre este tipo de festejos en esta villa. Los testimonios orales lo corroboran.



   Las tradicionales peleas de gallos sufrirán así mismo cierta rémora durante los años de efervescencia obrerista, de la que no se sale hasta los años finales de la Restauración. Se recupera plenamente la tradición durante la Dictadura de Primo de Rivera, para volver a entrar en crisis durante la II República.


La Voz de Córdoba 1926

  Habrá que esperar a finales de la década de los 60 para que vuelvan los toros a esta localidad. Se instalaría una plaza portátil para dar cabida a la expectación que levantara un prometedor novillero de esta tierra, Paco Villalba "El Feo", en lo que podríamos considerar como últimas manifestaciones taurinas medio serias en esta villa del Guadajoz a lo largo del siglo XX.


(1) A.H.M. de Castro del Río, legajo 8, exp.10: C.C.G.C. 1890, comunicación nº 80 de fecha 30 de junio.
(2) Ibídem, nº 104 con fecha 18 de julio.
(3) Ibídem, nº 184 con fecha 9 de septiembre.
(4) El Defensor de Córdoba 29-VII-1903.
(5) Ibidem. 26-VIII-1903.
(6) Ibidem.  9 -IX-1903.
(7) Morales Benítez, A. "Toros y toreros en Ubrique. Una aproximación al estudio de la Fiesta." En Revista de la Asociación Papeles de Historia de Ubrique (Cadiz), nº 3.
(8) Díaz del Moral, J. Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. pgs. 216, 218, 256, 290, 354. 
(9) Los sucesos a los que se refiere son el asalto a las tablas del pan en el mercado público y una refriega con la Guardia Civil de la que resultaron heridos dos Guardias durante los primeros días del mes de Mayo de 1905, de los que Díaz del Moral nos da cumplida información en su obra. pg. 211.
(10) El Defensor de C. 5 de junio de 1905 (Díaz del Moral,J. op.cit. pg.213, en nota.).
(11) Díaz del Moral, J. op. cit. pg. 354.

    Tanto esta entrada como la anterior están entresacadas de un artículo publicado en la Revista de Feria de Castro del Río del año 1994, ilustrado y ampliado con los avances informáticos y la tecnología del siglo XXI.