Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

18 agosto 2011

Los Santos Mártires de Arjona y Castro del Río.


    El descubrimiento en 1628 de los huesos y cenizas de los Santos Bonoso  y Maximiano, y demás Mártires, “de los que padecieron en Arjona”, despertó gran expectación, no sólo en las ciudades, villas y lugares pertenecientes al Obispado de Jaén, sino también en las de la vecina provincia de Córdoba. Fueron muchas las personas las que se desplazaron desde ésta hasta Arjona para  visitar su necrópolis Santuario, con el fin de obtener  huesos y reliquias de las que allí se sacaban, así como para conocer los sitios “donde se habían obrado las maravillas”.
    Estas reliquias llegaron por primera vez  hasta la villa cordobesa de Castro del Río por mediación del Licenciado Don Sebastián Fernández de Senarejos y Bustos, Corregidor que fue de la Villa de Cañete, que junto a su devota esposa, Doña Ana de Figueroa, visitó el Santuario por los últimos días del año 1629, volviendo a su pueblo provistos de una buena cantidad de huesos y cenizas, y de unos panecitos que con ellas se hacían y que allí se dispensaban.
     El Corregidor de Cañete mantenía relaciones de amistad con el Licenciado Luis Fernández de León, Medico Titular de Castro del Río, quien tras aquella visita recibiría por carta un panecillo de aquellos de ceniza “que lo tuvo en muy gran veneración,  y guardó, por proceder de un sitio donde se habían obrado tantos milagros”.
     El uso final que este médico de Castro del Río le diera a ese panecillo de ceniza está recogido y detallado en estos memoriales y de alguna manera guarda relación con la que era su misión profesional, la de sanar a los enfermos.


     Y de la información hecha en la villa de Castro el Río, que es del Obispado de Córdova en 12 de Enero del año pasado de1630,  por el Vicario de ella, y otros adjuntos, por comisión del señor Obispo de Córdova, resulta que:
    El Licenciado Luís Fernández de León Médico, y Juan Alonso Camacho Cirujano, con los demás contestes, dicen, que habiendo ido a curar a María de Vargas, hija de Juan Bautista de Leyva, la hallaron enferma por el mes de Diciembre del año pasado de 1628, de unas llagas pestilenciales, con todas las señales de las que podían constituir la enfermedad en toda esencia de garrotillo pestilencial, y pronosticada su malura, y agudeza, le administraron todos los remedios, que conforme a arte y práctica en esta curación se suelen aplicar; y que la enfermedad no se quiso rendir, antes le iba aumentando y poniendo de peor estado, faltando las fuerzas a la enferma, y la putrefacción  y mal olor de las llagas era de tal manera, que no había quien pudiese entrar en el aposento de la enferma; y reconociendo el Médico que no tenía que ordenar, y que faltaban los remedios humanos, al tiempo que la enferma ya estaba desamparada y con un Christo en las manos, sin poder abrir los ojos, y que la velaban, y estaba como en paroxismo, le llevaron un panecito que le habían enviado del Santuario de Arjona, y se le dijo a la enferma se encomendase a Dios, y a los Santos, de cuyas cenizas era el panecito, y habiéndole tomado ella como pudo, le llegó al lado del corazón, dando muestras de recibir con mucha devoción, porque no podía hablar. Otro día habiendo vuelto el Médico, juzgando la había de hallar muerta, la halló con mucha mejoría, y que despedía pedazos de carne cancerada, y de mal olor, y ella afirma que luego que se puso el panecillo sobre la garganta y corazón, sintió que iba volviendo el sí  y se le restituía la salud, y luego pudo pasar, y tomar sustancia, lo que en los siete días anteriores no había podido.



    Seria pues, la prodigiosa sanación de María de Vargas la que iba a despertar la devoción entre los vecinos y naturales de la villa de Castro del Río por los Santos Mártires de Arjona. Son el testimonio de la propia María y el de su madre María Illescas de Villarejo, viuda del ya fallecido Juan Bautista de Leyva, Familiar del Santo Oficio, incluidos en las probanzas que se hicieron en el año 1644 por el Vicario de la Villa de Castro  a instancias del Obispado de Córdoba, los que nos suministran alguna información al respecto:

    “María de Vargas, doncella, de 42 años, afirma haber visto marchar mucha gente de Castro el Rio a Arjona con gran devoción, a visitar el Santuario; y que cuando volvían traían huesos y reliquias, venerándolas como Reliquias de Santos Mártires. Y que en una ocasión fue mucha gente de esta Villa con grande fiesta y devoción a la de Arjona con una Cruz, para ponerla en dicho Santuario, de donde volvieron con mucho fervor y devoción; y lo sabe porque fueron muchos parientes suyos, y su hermano, que es sacerdote, y trajeron reliquias de huesos y cenizas de dicho Santuario”.
    “María de Illescas Villarejo, de 64 años, vecina de Castro el Río, y viuda de Juan Bautista de Leyva, testifica haber visto pasar por la Villa de Castro el Río muchos forasteros, y oidoles decir que iban a visitar el Santuario de Arjona y hallarse en la fiesta de los Santos Mártires, y que también oyó decir, que los vecinos de la villa llevaron con gran devoción una Cruz, con mucho acompañamiento, para ponerla en dicho Santuario, y que vio ir mucha gente de la Villa de Castro el Río a la de Arjona, que volvieron con huesos y cenizas de dicho Santuario, estimándolas como Reliquias de Santos”.
    No se sabe con exactitud el motivo de portar aquellas cruces hasta el Santuario durante aquellos primeros años de la devoción y fiesta religiosa desde diferentes puntos. Hay quien apunta que pudiera estar relacionado con aquellas luminiscencias que pusieron sobre aviso de lo que aquel lugar albergaba.
    El bagaje crucífero se encuentra muy disminuido hoy; solamente se conservan cinco, una de ellas precisamente es la de Porcuna, en la que nos detendremos en una próxima entrada.
  
www.portalarjonero.com


    Por lo que respecta a Castro del Río poco más de interés se puede extraer de las pruebas practicadas y recogidas en el Memorial.
    Fueron también testigos en la probanza , Ana Ramírez, de 30 años de edad, natural de la villa de Espejo, que atendiera como criada y enfermera a María de Vargas  durante su enfermedad, y el Licenciado Juan Alonso Camacho que actuara como Cirujano, que no aportan nada nuevo a lo que ya hemos relatado.


    Quien no pudo testificar en estas probanzas realizadas en 1644 fue el Licenciado Luis Fernández de León, ya fallecido, echándose mano en su lugar a la información fechada en Castro del Río en 1631, en virtud de la comisión que actuó por delegación del Señor Don Cristóbal Lovera, Obispo de Córdoba, compuesta por el Licenciado Antonio Garrido Vicario de esta Villa, y con la también asistencia de los Licenciados Juan Lorenzo de Vargas y Juan Fernández Ganancia, Presbíteros Teólogos, ante Pedro Fernández de Alba, Escribano público.

    Dictamen final, que se fundamenta en el memorial impreso realizado por la comisión de clérigos de Castro, ya referenciado: 

    “No consta que el panecito de huesos y cenizas que a esta enferma se le suministró fuese hecho con los sacados de dichos sitios, ni tampoco fuese de Santos canonizados, o por lo menos siervos de Dios no canonizados; y sobre todo la dicha enferma, como lo declara el médico que la curó, no consiguió súbita curación, sino una mejoría que le permitió aplicarle otros remedios y medicina, de forma que a los pocos días estuvo buena. Así, parece que la que obró fue la mismísima naturaleza, con lo que no es milagro calificable, ni puede ser tenido como tal, y más atribuido a méritos e intercesión de personas incógnitas, cuyos son los huesos y cenizas que se han hallado en Arjona”.

     Intuyo que con posteridad a esta negativa, las familias de notables locales (a las que pertenecía la doncella curada y ahora presumiblemente agraviada por el dictamen), quizá por despecho, terminarían por darle la espalda a esta advocación y dejaran de peregrinar hasta Arjona. De hecho, yo al menos, no tengo conocimiento de que se continuara con aquella costumbre.
    Igual de evidente resulta el hecho de que no todos los dictámenes podían ser positivos. Veremos lo que nos encontramos en la vecina Porcuna.


15 agosto 2011

Los Santos Mártires de Arjona.

    Estos restos óseos “se cree” pertenecieron a los Santos Bonoso y Maximiano, y son custodiados junto a sus correspondientes imágenes en el Santuario de las Sagradas Reliquias y de los Santos de Arjona (Jaén), junto a una considerable cantidad de huesos humanos procedentes de la “excavación sistemática” realizada a principios del siglo XVII  por el obispo Baltasar Moscoso y Sandoval, con el eficaz concurso del erudito sacerdote Martín Ximena Jurado, con el fin principal de buscarle explicación a ciertos fenómenos sobrenaturales que se venian sucediendo (luces misteriosas, voces, huesos que sangraban, curaciones y otros prodigios).

Santos Bonoso y Maximiano (1881-1936)


    El caso de las reliquias de los Santos Mártires Bonoso y Maximiano se inserta dentro de la denominada Arqueología sacralizada, muy en boga en nuestro país durante  los siglos XVII y XVIII. Esta tendencia, se servía interesadamente de los datos arqueológicos con fines estrictamente religiosos, intentando, en la mayoría de los casos, buscarle un origen cristiano a las ciudades, especialmente en aquellos lugares sometidos durante largo tiempo a la dominación musulmana, caso de Arjona.



    No hace mucho, en el programa “pseudo científico” que emite Cuatro TV, titulado Cuarto Milenio, presentado y adornado por Iker Jiménez, se abordó el caso con el habitual halo de misterio, que es el que vende e interesaba al realizador del programa, sin herir, de camino, la sensibilidad sacra de quienes creen y aportan testimonios e informaciones durante el reportaje:


    Arjona es un pueblo donde la religión, el mito y la historia se han dado cita para hilvanar una de las historias de santos y apariciones más asombrosas de cuantas se pueden encontrar en nuestro país.





   La presencia y el testimonio científico de un arqueólogo del siglo XXI, hubiera ayudado bastante para explicar fenómenos como la luminiscencia, provocada por el fósforo que portan los huesos, o a situar cronológicamente aquella necrópolis.


    En una próxima y casi inmediata entrada, abordaré la pronta difusión alcanzada por la devoción a estos Santos Mártires Cristianos, de la que participaron desde un principio dos de las poblaciones objeto de este espacio, Porcuna y Castro del Río. Fueron de las primeras en constituir Cofradías propias y peregrinar con cruces hasta aquellos santos lugares.

    Esos viejos memoriales citados en el video, me servirán para referenciar los casos de los que fueron protagonistas algunos de sus vecinos, que se personaron como testigos, para dar fe, de esos muchos prodigios y curaciones provocadas por huesos o cenizas.

    ENTRADAS RELACIONADAS:

Los orígenes de la devoción por los Santos Mártires de Arjona en Porcuna
Los Santos Mártires de Arjona y Castro del Río (Córdoba).


11 agosto 2011

EL CONDE DE CABRA



    Mientras estuve elaborando mi particular tésis sobre los orígenes de la canción “La viudita del Conde de Cabra”, busqué video o versión sonora cantada para incluirla, con resultado totalmente infructuoso. Resulta obvio, que las niñas de este pais hace ya mucho que dejaron de jugar al corro en las calles. Tan sólo, en colegios de educación infantil y primaria, maestras/os recurren al cancionero tradicional como recurso lúdico y didactico, contribuyendo grandemente a evitar su definitivo aparcamiento.
    Despues de tener la entrada eleborada y publicada he descubierto un video de una agrupación folklorica canaria, que escenifica y danza una canción  titulada “Conde de Cabra”que contiene una estrofa idéntica a la de “La viudita”.



     Por los visto, en la Comunidad Autónoma Canaria se conservan, muy arraigadas e identificadas con su folklore autóctono, diferentes versiones del Conde de Cabra, con un baile aparejado.
     En la sección folklore de la web del PNC (Partido Nacionalista Canario) se les despierta, al igual que a mi, la curiosidad por identificar al famoso Conde, y realizan algunas indagaciones al respecto. Según sus fuentes los orígenes de la canción se remontan al siglo XV tomando como partida el Poema del Mio Cid:

      Ha sido precisamente en la Revista de Folk-Lore andaluza donde hemos encontrado la primera pista sobre la identidad del personaje, en un artículo titulado "Un adagio", que firma un desconocido y misterioso Mogen Oja Timorato. Más tarde, manejando el índice de autores, comprobamos que el seudónimo corresponde a José María Montoto, uno de los grandes artífices del equipo dirigido por Machado y Álvarez, que no escatima elogios cada vez que se ocupa de tan ilustre colaborador. Su alusión al conde de Cabra reza así:

     "Desgraciado siempre fue con los condes Rodrigo Díaz de Vivar. El conde de Cabra, llamado Don García, no podía sufrir la gloria del Campeador, y comido de la envidia, al igual de los condes de Castilla, se avino con éstos en concertarse con los moros, a fin de matar al héroe que tanta sombra les hacía. Los moros, como dice Sandoval, fueron más leales y hombres de bien que los condes cristianos. Pareciéndoles maldad muy grande avisaron luego a Rodrigo Díaz. Merced a este aviso, la traición fracasó por completo".

 
     Como el artículo referido está firmado por José María Montoto, estrecho colaborador de Demófilo, pioneros en el estudio del folklore en Andalucía, y no he tenido la oportunidad de acceder a la lectura del artículo completo ("Un adagio"), no me atrevo a rebatirlo.
     Dejemos abierta pues, aquella interrogante planteada por Fernández Bremón en las páginas de La Ilustración Española e Iberoamericana, a raíz de aquel manuscrito de la BNE que recoge la historia de la niña piel de cabrito nacida en Castro del Río en el siglo XVII.

   Para despedirme, os dejo con la versión bailable del Conde de Cabra, muy apropiada para las noches verbeneras andaluzas. ¿A ver quien se atreve? Tiene su punto.





    Una bonita y moderna versión instrumentada de la canción a cargo del bloguero, periodista y músico canario Manolo Almeida, podéis escucharla y descargarla aquí.
    Ánimo amigo Blas, va de p.m para incluirla en el repertorio de Jabar o Capachos (música con raíces).


09 agosto 2011

La Viudita del Conde de Cabra.




La viudita del conde de Cabra

La viudita, la viudita,
la viudita se quiere casar
con el conde, conde de Cabra,
conde de Cabra se le dará.
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.


    Esta tradicional y popular canción de corro, inspiraría al malogrado poeta Federico García Lorca, para hacer, a la temprana edad de 16 años, una de sus primeras incursiones en el género dramático, "La viudita que se quería casar", en la que ya  aparecen esos característicos rasgos desarrollados en su obra posterior: teatro en verso, gusto por lo popular, tono infantil de tintes trágicos...

    La tradición oral, suele tener en bastantes ocasiones un entronque histórico real. Esta canción, como intentaré demostrar a continuación, habría que situarla geográficamente en las poblaciones cordobesas pertenecientes al antiguo señorío y marquesado de Priego durante la segunda mitad del siglo XVII.

A MODO DE INTRODUCCIÓN






     La antigua y muy leal villa realenga de Castro del Río perdió tal condición y privilegio cuando, por apremios de la hacienda imperial, Felipe II se desprendiera de ella en 1565, mediante venta a favor de don Alonso Fernández de Córdoba primer Marqués de Celada (con el tiempo casa ducal de Medinaceli).
     La tradicional animadversión de lo lugareños para con sus nuevos señores, la recoge y plasma a la perfección Fernán Caballero -Cecilia Böhl de Faber- (1796-1877) en La Maldición Paterna cuya acción se desarrolla en Castro del Río:

Retrato de juventud de Cecilia Böhl de Faber


     Los habitantes de Castro, que querían permanecer realengos, llevaron muy a mal esta venta. Desde últimos del siglo XVII se halla unido el marquesado de Priego a la casa de Medinaceli, en cuya época sostuvo el pueblo grandes pleitos con el duque de este título, solicitando la reversión a la Corona.
    Una frase muy conocida y usada por los vecinos de los pueblos colindantes de Castro, que para mortificarlos les dirigen en tono de broma preguntándoles, y es ésta: “¿Usted será de los que dicen: viva el duque, mi señor?” Esto lo miran los interpelados como un insulto, y el castreño que la pronunciase afirmativamente, esto es, que reconociese al duque por su señor, no sólo lo mirarían sus convecinos como deshonrado, sino que sería cruelmente castigado por ellos.
     Tal sucedió a un pobre despreocupado, que por una libra de tocino que le prometieron prorrumpió en vivas al duque, su señor. Sabido esto por sus paisanos, le dieron un manteo de tal calidad, que salió de él con un ojo y algunos dientes menos. Campesinos de los cortijos inmediatos al término de Castro han intentado obligar a los zagalillos de ganado a pronunciar la anatematizada frase, y no han podido conseguirlo ni aun colgando con brutal crueldad a los pobres niños por los pies a un árbol, y encendiendo debajo una hoguera de hojarasca, cuyo humo los habría sofocado a no haber hecho cesar a tiempo la bárbara prueba sin haber logrado su intento.
     Esta tenacidad secular en no querer reconocer otro señor que el rey ha dado lugar a lances serios, y lo ha dado también a chistes y burlas, como no podía menos de suceder en Andalucía, y no es menos gracioso el asegurar los burlones que cuando los castreños rezan las letanías, en llegando el que, lleva el rezo a la advocación de la Virgen, Janua Coeli, entendiendo los demás que dice Medinaceli en lugar de ora pro nobis, responden en voz grave: pase pase.


NIÑA PIEL DE CABRITO

     En junio de 1908 el Heraldo de Madrid publicaba un retrato de una de esas niñas con anomalías y malformaciones congénitas, que terminaban siendo exhibidas como fenómenos de feria:



    “Cubierta en la casi totalidad de su tronco de grandes manchas, en las que se cría y crece un pelo igual al de las cabras; al examinarla en su pecho y vientre, espaldas y región lumbar sobre un fondo negro-untuoso un vello o pelo gris de parecidas condiciones físicas al que crían las cabras; al percibir al paso de la mano sobre él, idéntica sensación a la que nos causa la afelpada piel de aquel rumiante…, se hace uno la ilusión de hallarse frente a un cuerpo humano envuelto en una piel de cabra o, al revés, una verdadera piel de cabra cubriendo, envolviendo un cuerpo humano, como dice Benisecrag en El País al ocuparse de este fenómeno”.                                                                                                                   



Heraldo de Madrid 3 de junio de 1908


    De esta noticia se sirve al escritor y periodista José Fernández Bremón (1839-1910) en la Ilustración Española e Iberoamericana (año LII, número XXI – 8 de junio de 1908)  para hacer parangón con otro caso similar relatado en un manuscrito de la Biblioteca Nacional, del que es protagonista una vecina de Castro del Río en el siglo XVII:

    “Si queréis un caso análogo e inédito buscad en los manuscritos de la Biblioteca Nacional la carta del oidor Diego Venegas de Valenzuela y leeréis la descripción de la niña que tuvo en Castro del Río la viuda Doña Mencia de Abalos, el 7 de noviembre de 1657; estaba la criatura llena de lunares, negros como el azabache, con pelo de dos dedos de longitud y desde media espalda abajo una horrible mancha negra hasta las corvas, también vellosa, que la envolvía como una piel de tigre o de cabrito”.

    El encabezamiento del manuscrito, que apunta las maneras de un pleito, le sirve al periodista para intuir cierta relación con la canción de la viudita con la que arranca la entrada:

    “Lo que deseo es verme fuera del casamiento del conde de Cabra, cuyas novedades son cada día mayores...” y acto continuo describe el nacimiento de la niña ¿Tendrá que ver este suceso con la antigua canción que cantan las niñas en el corro?

    Si Fernández Bremón hubiese dispuesto en aquel momento de la barra de google seguro que no se hubiera quedado con la interrogante. Un siglo después, gracias a la barrita mágica, conocemos que el Conde de Cabra protagonista de la canción se trata del X, es decir, Francisco Fernández de Córdova Folch de Cardona Requesens y Aragón (1626-1688) casado en primeras nupcias con Isabel Luisa Fernández de Córdova y Enríquez, hija del montillano Alonso Fernández de Córdoba y Figueroa “El Mudo”, V Marques de Priego, aquel que siendo chiquito fue llevado por su devota madre a Castro del Río con la esperanza de que una santa beata de esta villa de su señorío intercediese por él.
    Del mismo Castro del Río parece ser que era vecina la viuda Doña Mencía de Avalos y Merino, con la que el Conde trabó algo más que amistad al enviudar de su primera esposa. El rechazo de la parentela nobiliaria  del Conde a su casorio con “la viudita” iba a traer aparejados serios problemas para ambos, y que conocemos gracias a ese pionero del periodismo que fue Jerónimo de Barrionuevo, que incluye alguna  noticia de estos amoríos “improcedentes” en sus Avisos (1654-1658):



Madrid y Febrero 28 de 1657
Prisión del Conde de Cabra

    “Su Majestad se dice ha mandado a prender al Conde de Cabra, hijo del de Sesa, por haberse casado con su amiga, que la tenía en un convento de Lucena, viuda, con dos hijos de su marido, cosa que por acá se habla muy mal”.

Madrid 7 de Marzo de 1657
Casamiento desigual del Conde de Cabra;
prisión y separación forzosa;
desafío del Marqués de Priego y respuesta que le dio.

   
    “Doña Mencía de Avalos y Merino se llama la mujer con la que ha casado el Conde de Cabra en Lucena. Es vasalla suya, aunque hija de algo. Han ido a prenderlos don Juan Golfín, Oidor de Granada, y don Francisco de Cabra, Alcaide de aquella Audiencia, y llevarle a León al Convento de San Marcos, y a ella a un monasterio de monjas de Alcaudete”.

     “Desafíale el marqués de Priego su cuñado, por haberse casado tan desigualmente; y respondió que era tan buena como él, y que otros habían escogido peores mujeres; y que en cuanto al reñir no era ocasión de hacerlo en tiempo de boda, donde todo es regocijo. Dice que es doncella y no viuda, y que hacía muchos años que la solicitaba sin haberle tocado una mano. El matrimonio está hecho y consumado. No hallo que pueda tener remedio”.


Madrid y Abril 4 de 1657
Prisión del Conde de Cabra


    “Ya llevó don Juan Bueno de Rojas a Segovia al Conde de Cabra, el cual se está en sus trece, y dice que es su mujer y que no ha de ser otra que Doña Mencía de Avalos que por parte de padre es muy noble, y limpia por la madre, y lo personal excelentísima cosa y extremado de lindo, y no se le da un cuarto lo que hacen con él; y por acá el Duque de Sessa, su padre, con tanto sentimiento, que ni se deja ver, ni admite visitas, ni sale de casa”.

Sin fecha
  
    “Don Juan Bueno de Castro, alcalde de Corte de Granada, es el que lleva preso al Conde de Cabra, no a León, por estar allí el de Híjar, sino al Alcázar de Segovia”.

 
     Sabemos, por otras fuentes, que finalmente las presiones familiares surtirían efecto, siendo declarado nulo el matrimonio del Conde de Cabra con Doña Mencía, lo que satisfaría grandemente a sus padres que pudieron así arreglarle un nuevo matrimonio con doña Ana de Pimentel y Henríquez, marquesa de Távera y condesa de Villada.
    Sabemos también que Doña Mencía de Avalos murió religiosa el año 1679 (suponemos que en Alcaudete), y que de su efímero matrimonio con el Conde nació, efectivamente, una niña, María Reyna, ingresada desde pequeña como religiosa capuchina en Córdoba.

    Dudo que esa truculenta historia de la niña piel de cabrito alumbrada por Doña Mencía en Castro del Río sea cierta. Al estar inserta en un pleito, se la atribuyo más bien a la sátira o maledicencia de los lugareños, o que fuese divulgada, incluso, a instancias de los propios parientes del Conde (marquesado de Priego) que se mostraron contrarios a la relación desde un principio. La fecha de nacimiento que nos proporciona el manuscrito referenciado de la BNE (7 de noviembre de 1657), habida cuenta de que se tienen noticias de su matrimonio a partir de febrero de ese mismo año, coincide plenamente con el periodo de gestación de una mujer, por lo que la citada María Reyna realmente nacería en Castro del Río en esa fecha.
    El nombre de Cabra y su gentilicio, tradicionalmente se ha prestado a perversas y equívocas asociaciones corneas. A recordar aquella famosa interpelación en la Cortes franquistas de la que no salió demasiado bien parado, un natural de este pueblo, don José Solís Ruíz, a la sazón Ministro Secretario General del Movimiento (pinchar).

Castillo de los Condes de Cabra


     Por lo tanto, soy de la opinión, de que esta canción de corro tiene su origen en tierras cordobesas. Su incursión primitiva en el cancionero popular y su posterior perpetuación y difusión, obedece a la tradicional propensión del pueblo a denunciar la injusticia, como la perpetrada con esta pareja de enamorados.
     Si bien el Conde en un principio apostó fehacientemente por su amor, resistiéndose y manteniéndose en sus trece, terminaría cediendo ante los envites y chantajes tramados por su parentela. Más injusto, fue el final que le deparará el destino a su enamorada.
    La estrofa final de la canción, viene a ser como una declaración del amor puro y desinteresado que ésta le profesaba al buen hombre que se escondía detrás del título nobiliario
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.


     Quiero aprovechar esta entrada anecdótica, para poner en conocimiento de los castreños en general, independientemente de su cualificación científica (a veces con la curiosidad resulta suficiente) que el Archivo de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, dispone de un importante número de legajos sobre la villa de Castro del Río, a disposición del investigador avezado que o bien, de manera libre o altruista, o sufragada por instituciones o universidades (difícil en los tiempos que corren), quiera o pueda adentrarse en aquellos fondos, que comprenden más de cinco siglos de la historia de esta villa cordobesa (1313-1860) perteneciente en su día al marquesado de Priego- ducado de Medinaceli.

¡Viva el Duque, mi Señor! 

03 agosto 2011

TENORIOS DE POLVORILLA



    A las seis de la tarde del 9 de agosto de 1886, se personó el Juzgado Municipal de Porcuna en la casa número 31 de la calle Derecha. En la cocina se veía un hogar con unas trébedes y lumbre, y sobre ellas una sartén con un guiso de arroz.
    Entre el hogar y la escalera estaba el cadáver de una mujer, boca abajo; presentaba en el lado izquierdo de la espalda, la almilla y ropas chamuscadas por el fogonazo de un disparo por arma de fuego. El cadáver presentaba además otra herida en el pecho, con las ropas fogueadas.
     Esta mujer se llamo, en vida, Encarnación Rodríguez  Arquellada  y el presunto asesino, autor de los disparos, fue localizado acto seguido en el corralón de la Torre Nueva, que sirve de cárcel, boca abajo con dos heridas en el pecho, y al lado una pistola descargada, con la que había intentado quitarse la vida. Su nombre, Benito Gómez Delgado, que se confesó autor de la muerte de Encarnación, sin poder reparar en muchos más detalles pues se le fueron cerrando los ojos y perdido casi el uso de la palabra debido la gravedad de sus heridas.
    Pese a que este Benito de Porcuna, llegara a manifestar con posterioridad, que se apuntó al corazón con el propósito de matarse, le debió de fallar el atino, pues pudo recuperarse y enfrentarse a unas diligencias previas, a la instrucción realizada por el Juzgado de Martos y a un juicio oral celebrado años después en la Audiencia de Jaén. La cobertura que le diera la prensa al proceso nos permite conocer algunos detalles más del caso.

UNA PRIMERA VERSIÓN DE LOS HECHOS

    Aunque no se hace referencia directa, la pareja, según esta primera versión, debía de llevar vida marital o al menos mantener una relación afectiva sentimental o como queramos llamarla. Pudiera ser que estuvieran pasando por una crisis, pues fue un acaloramiento de puertas adentro, por una aparente nimiedad, el que motivara tan sangriento hecho.



     Benito llegó a casa de Encarnación a las una del día, hallándose ésta concluyendo de coser un pañuelo de los llamados de sandia para Antonia Abolafia, una vecina. Allí permanecería Benito sentado a hilo de puertas entre la cocina y el corral, con la puerta de la calle entornada, mientras ella remataba sus labores.  
     Encarnación como a las cinco de la tarde, se hallaba sentada frente a él en una silla baja, con la espalda a la puerta del corral, guisando arroz y asadura que iban a comer cuando se promovió la cuestión entre ambos. El deseo de Benito por llevar el pañuelo a la vecina (con el casi seguro propósito de trincar el importe de las labores) propició una fuerte discusión entre ambos. Encarnación quiso despachar a Benito de su casa, haciéndole  saber que ya no quería mas amistad con él. La cuestión se fue enredando cada vez más y cogiendo ella dos cucharadas del guiso que tenía en la sartén se las tiró a la cara, y a la par que levantaba el brazo izquierdo, “sin duda para coger algún objeto de la chimenea” saco el Benito la pistola y le disparó cayendo muerta al suelo.

Pañuelo de sandia
    Que después de aquello Benito se salió a la calle y fue a su casa, y no queriendo matarse allí por estar su padre, se fue al corralón de la Torre Nueva, donde se disparo los dos tiros.


UNA SEGUNDA Y POSTRERA VERSIÓN

    Al año y medio el procesado modificó su declaración, refiriendo que en casa de la interfecta, coincidió con un joven de buena familia de Porcuna, que también disfrutaba de los favores de Encarnación, y que recrudeciendo el antagonismo que se tenían, saco uno un revolver y el otro una pistola. Cuando se apuntaban se interpuso Encarnación, que recibió los proyectiles de dos disparos en un mismo momento, pues dispararon ambos a la par, que el señorito se fue por el corral a los ejidos y el procesado se salió por la puerta.



     Aunque no trasciende nombre, ni sabemos si llego a testificar el susodicho señorito, y hasta qué punto es fiable y creíble esta retractación, le serviría al menos a Benito Gómez, para que el fiscal, que en su conclusiones provisionales había calificado el hecho de asesinato con petición de pena de muerte, en el mismo acto del juicio las modificara, apreciando que el delito sólo podía calificarse de homicidio con agravantes, solicitando veinte años de reclusión temporal.
    Su abogado defensor se las prometía más felices aun, pues aspiraba en que la pena quedara tan solo en siete años de prisión, en base a las circunstancias atenuantes que concurrían. No tenemos noticia alguna sobre sentencia o penas impuestas.
     Pudiera hasta ser verídica esta segunda versión, pues no termina de cuadrarme lo de Benito, pistola en mano, esperando la arremetida de su contrariada amada con el cucharón de arroz. Puede que Benito fuera convencido finalmente para comerse el marrón él solito, no saliendo demasiado mal parado del asunto, después incluso de haber atentado contra su propia vida. Hasta es posible, que alguien interesadamente le costeara los servicios de “un gran profesional de la abogacía” autor de aquella argucia, con la que no sólo se atentaba de lleno contra la honorabilidad de la interfecta asesinada, que ya en la primera versión quedaba en entredicho (amancebamiento), ahora las referencias a sus disipadas costumbres parecen acentuarse (con dos hombres a la vez), siempre bajo los presupuestos de la moral imperante de la época, de la que participaba también la judicatura, lo que ayudaría considerablemente a atenuar el delito cometido por su cliente.



    Solo se me ocurre una manera de poner fin a esta intromisión jurídica, echando mano de una frase histórica:
    "Donde hay poca justicia es un peligro tener razón" (Francisco de Quevedo)

30 julio 2011

De Fósiles y Minerales (concatenaciones nostálgicas).


    Días pasados, mientras hacía mi ronda mañanera de tareas callejeras, me sentí como indispuesto: “una especie de golpe de calor”. Celoso cumplidor de las disposiciones dadas al respecto por las autoridades sanitarias, hice parada inmediata en una conocida y céntrica cervecería de Motril, donde el tiro de la rubia enlaza de maravilla con tapas de berenjenas a la miel  y riñones en salsa. Efecto inmediato, hombre nuevo. En la reunión contigua, con su particular entonación, departía con  amigos un veterano profesional de la televisión española y asiduo cliente de ésta, don Alfredo Amestoy.
    Por la noche, sentado al fresco en el patio junto a mi compañera, me apeteció volver a visionar las secuencias nostálgicas de aquel programa “Tele Club” presentado por Amestoy del que fue protagonista Porcuna y su grupo de música yeyé “Los Dinamita” (1967). 






    Especial desparpajo y gracejo el desplegado en las entrevistas por don Enrique Benito (el maestro) y don Rafael Vallejos (el señor cura párroco). Solemne y muy en su papel, don Francisco Ostos, a la sazón Alcalde, que trasmitía los logros (Piscina y Biblioteca Municipal) e ilusionantes proyectos de su gestión al frente del Municipio (el Instituto y "dos colegios de subnormales").
    De casi todas esas mejoras llegué a beneficiarme durante mi infancia.  La Piscina, durante sus primeros años de apertura, se regía por unos estrictos turnos sexistas. Hasta las 2 de la tarde se reservaba su uso para la mujer, es decir, para las hijas del señor alcalde y amigas, que eran las únicas que se atrevían en todo el pueblo a usar el traje de baño; y a partir de esa hora el resto de la ciudadanía (hombres y niños).
    La Biblioteca Municipal, construida en el Paseo de Jesús, donde el antiguo y derruido andamio de las músicos (se respetó el uso cultural del espacio), supuso una auténtica revolución, que permitió a los amantes de la lectura pasar del tebeo intercambiable al lujoso y desconocido formato libro. Tuvieron  gran aceptación y resultaba complicado hacerse con algún ejemplar de los de la colección “Los Cinco” de la escritora inglesa Enid Blyton.



   La apertura del Instituto durante el curso 1970/71, supuso la anhelada llegada del acceso libre y gratuito a las enseñanzas medias. Por fin, aquellos que no disponían de medios económicos y tenían aptitudes para el estudio, ya no precisaban de esa común e interesada inclinación por ingresar en el Seminario Conciliar.
    Durante aquel primer curso predominábamos en las aulas los de primero. Se conformó una plantilla de profesorado compuesta fundamentalmente por jóvenes licenciados de la localidad. Creo que fue la belleza, bondad y buen hacer profesional de la señorita que impartía Ciencias Naturales,  la que despertó entre un amplio grupo de alumnos cierta pasión incontrolada por los fósiles y minerales. Esto, unido al afán aventurero que propiciaban aquellas lecturas de Los Cinco, convirtió a determinados parajes del término en compañeros casi diarios de nuestras andanzas infantiles: Cueva del Sulfuro, Cantones de Balbina y Peñón Rebailaor … y un destino especialmente mágico “La Tiza”

Peñón Rebailaor

    Gracias a nuestra profesora de Ciencias, supimos que aquello que nosotros conocíamos cono la Tiza, era, en realidad, una mina abandonada de un mineral llamado diatomita o trípoli, y que la abundante presencia de fósiles en aquel lugar obedecía a que tratábase de un antiguo“Cementerio de Foraminíferos”. Adentrarse en la tiza, era como aterrizar en otro planeta o especie de alunizaje para aquellos menos osados/as que circunstancialmente nos acompañaban por primera vez. Nos dejábamos caer por los terraplenes de la cantera, nos adentrábamos temerariamente en sus galerías, lanzábamos piedras a las charcas de agua que en ella se conformaban, y partíamos y machacábamos infinidad de rocas en busca de los famosos fósiles de huevo (así les llamábamos), de almeja o aquellos más preciados con formas vegetales.


Fósil colmillo de tiburón - Museo de Porcuna

    Ha sido ahora, movido por mi curiosidad innata, rastreando en la red, cuando he conseguido averiguar el origen de aquella explotación y el nombre del yacimiento:


   El descubrimiento fue realizado a finales de 1939 por don Juan Molinos y registrado con el nombre de San Félix. Tiene aproximadamente una extensión de 40 hectáreas y se encuentra a dos kilómetros del pueblo de Porcuna, a la derecha del camino que va de Porcuna a Valenzuela, encontrándose situado en terreno mioceno. La cantera se encuentra a unos diez metros del camino, llamándose a este lugar, por su blancura, “Haza de la Tiza”. El mineral que suministra es de aspecto gránulo-fibroso, de contextura blanda y con un tono ligeramente amarillento.
    La explotación de esta mina, que empezó a realizarse en el año 1940, dio lugar al descubrimiento de otros tres yacimientos primitivos, registrados en los alrededores con los nombres de Santa Irene, Blanca Nieves (aludiendo a su altura) y Carmela, siendo este último el por entonces considerado como el mejor, por la calidad del producto que suministraba, desde el punto de vista industrial.
   Con posterioridad en el mismo paraje del Haza de la Tiza sería registrada una segunda explotación con el nombre de Victoria.

      (Estudio de algunos yacimientos españoles de Trípoli, por José Fernández Pacheco-Vera. Anales del Jardín Botánico de Madrid, 1948).

    De todos es sabido que La Tiza con el tiempo recuperaría su primitivo uso agrícola. Aunque me ha llamado la atención, que todavía hoy en el B.O.E en concursos públicos de derechos mineros aparezcan relacionados como registros francos de Trípoli en Porcuna las pertenencias de Santa Irene, Blanca Nieves, Virgen de la Capilla, Luisito y Ana Mari.

   
    Quiso la casualidad, que al verano siguiente la marca de gaseosas “La Casera” sacara como promoción una atractiva colección de minerales. Estos se obtenían en casa de distribuidor, tras la entrega previa de 15 caperuzas del papel que envolvía el tapón de la botella. Como es lógico, era imposible ingerir tanta gaseosa como para poder hacerse de la colección durante un verano. Hubo que agudizar el ingenio. Una primera estrategia, consistente en la puntual visita a todos los bares de la localidad, resultaría más bien infructuosa, pues era tal el numero de peticionarios, que acabábamos con la paciencia de los taberneros, despertando incluso su irascibilidad: “niños iros a tomar por…con los papelicos”.
    Como ya atesorábamos algún conocimiento en la materia,  hubo casilleros que pudimos rellenar fácilmente con producción local (calcita, cuarcita, sílex, pizarra, yeso laminado, yeso fibroso etc…), hasta rocas volcánicas como la pumita (piedra pómez) que la conseguíamos arrebatándole un cacho a la que nuestros padres utilizaban para quitarse los callos. Mi padre, en concreto se convirtió en un fiel colaborador, ya que en los establecimientos que el frecuentaba le reservaban los susodichas caperuzas. Aun así, la empresa de la colección completa seguía emparentada con lo quimérico.





   De una segunda estrategia transgresora, si obtendríamos los resultados deseados. La primera treta consistía en sacar dos caperuzas de una. Simples trabajos manuales que el bueno de Vicente Bellido (el distribuidor local de la Casera) era incapaz de detectar. A la bondad y confianza de Vicente también le sacaríamos su rendimiento, pues aquellas bolsitas que contenían los minerales, a una velocidad de vértigo, al mínimo descuido, iban a parar al depósito de los calzoncillos (el receptáculo más seguro).
   Todavía nos quedaba un tercer y provechoso método para seguir incrementando la colección: “Vicente, descámbiemelo que ya lo tengo”. Consistía en hacer una apertura cuidadosa de la bolsita, extraer el mineral original, sustituyéndolo por piedras o rocas del terreno de las que nos surtíamos en la tiza, por aquello de que se parecieran lo menos posible a la piedra común, y abusar una y otra vez de la bondad de aquel hombre y su hija, los encargados de lidiar a diario con aquella legión local de geólogos. Este método, requería de una especial cualificación para no elegir el pedrusco que previamente habían introducido otros (más de uno llevaba se gato por liebre). Recuerdo que el mineral más demandado era la galena argentífera, en cuya bolsa raramente se alojaba un ejemplar original.

Galena argentífera


    Fuimos varios los que conseguimos finalmente hacernos con la colección completa. Durante muchos años guarde en mi casa celosamente aquellos estuches que los albergaban. Me gustaba, de vez en cuando, echar mano de ellos para palparlos y rememorar felices y alegres tiempos pretéritos.
   Terminarían desapareciendo de una manera, que no refiero siquiera para evitar ponerme de mala leche. Dejémoslo en misteriosa circunstancia, como las que se daban en aquellas novelitas de “Los Cinco” a las que fuimos tan aficionamos.