Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

09 febrero 2011

Venturas, desventuras, vocaciones y devociones de un vinatero cordobés de principios del siglo XX: El formidable Pepe Codes.



   De un tiempo a esta parte, vengo padeciendo cierta indiferencia y un progresivo desinterés por las noticias que nos depara la actualidad. De la prensa diaria, apenas si llego a leer los titulares en el trabajo, no da tiempo para más, tengo que atender demasiadas desideratas de los usuarios de mi servicio. El resto de las informaciones, las tomo al vuelo del transistor que me acompaña en la cocina mientras preparo el desayuno, el almuerzo o la cena. Hasta he dejado de comprar el Ideal con su dominical de fines de semana. El artículo de Pérez Reverte, del que era un ferviente seguidor se me ha empezado a atragantar.
   En mi última visita al loquero/a (maja chica), me han diagnosticado bloguermanía (otra dependencia además de la del tabaco), que viene a ser algo así como una necesidad imperiosa de buscar y rebuscar noticias e informaciones del pasado, para después plasmarlas, con tecnología bloguer, en páginas que andan por hay colgadas a disposición de quien quiera compartir mis curiosidades. También di altos niveles de  egocentrismo en la analítica espiritual a la que me sometieron. Bueno estoy en vías de, si no de solucionar del todo el problema, al menos predispuesto a racionalizar la distribución de mi tiempo de ocio. Hay que hacer otras cosas. Iremos saliendo.
   Aunque esa dependencia temporal me ha resultado provechosa para sanear mi maltrecha economía, al prescindir de parte del  importante capítulo del presupuesto que suponen los gastos de calle, en detrimento del sector de la hostelería. Recomendable para tiempos de ajustes.
   Otro aspecto positivo de la analítica ha sido el progresivo desarrollo de las relaciones interpersonales, con gente que comparte, que se interesa, que pregunta, que responde, un continuo intercambio que enriquece personalmente. En base a esto, mi doctora, que es una gran profesional, me ha prohibido terminantemente cerrar el blog, cual era mi propósito en un principio, de romper por lo sano, a cambio de, ir reduciendo progresivamente la dosis nociva de nicotina. Sé que me va a costar…

   Como todavía, por provisional prescripción facultativa, puedo sumergirme en las jugosas páginas de la prensa histórica, estas me siguen deparando estimulantes sorpresas.
   Mi especial debilidad por los personajes raros y curiosos, y por los vinos de la denominación de origen Montilla-Moriles, a cuya área de influencia cultural pertenezco, y de los que soy ferviente consumidor y propagandista, provocó que me detuviera en la lectura de un reportaje periodístico en el que convergen ambas aficiones.

Heme aquí expuesto al escarnio público
Consejo Regulador Montilla-Moriles


   La acción trascurre en la capital cordobesa, un par de meses después de que el político conservador Eduardo Dato, en ejercicio de la jefatura del gabinete ministerial, fuese asesinado por tres pistoleros anarcosindicalistas catalanes.
   El autor del reportaje, un desconocido periodista de provincias, redactor del diario gráfico cordobés "La Voz" durante los primeros años de la década de los veinte del pasado siglo. El protagonista del mismo, el formidable y bondadoso Pepe Codes.
   Se publicó con otro título, que yo, propenso al barroquismo, he sustituido por el que aparece en la cabecera de la entrada.

Informaciones pintorescas

El hombre que ha rendido más culto a Baco

   Al pasar por los jardinillos de la plazoleta de San Nicolás, observo un bulto misterioso junto a un canapé. Con todo género de precauciones, por si se trata de un artefacto explosivo, me acerco al lugar.
   Pronto salgo de dudas. Se trata de mi gran amigo Pepe Codes, que duerme el sueño de los justos en plena noche primaveral. Le invito a que me siga y, siempre amable, accede. Atravesamos la calle Torre de San Nicolás, continuando por la de José Zorrilla.
   Al pasar por el primer establecimiento vinícola, mi gran amigo siente un mareo que llegó, francamente, a preocuparme.
   Las tabernas ejercen en el organismo de Pepe una influencia enorme, semejante a un poderoso imán que, sin poderlo remediar, lo atrae a su seno.
   Me cuesta un tanto de trabajo hacerle salir de aquel lugar, pero al pasar de nuevo por otro gran templo del dios Baco, nuestro acompañante se pone en carácter y exclama:
   - Mira, yo voy contigo al fin del mundo, pero es necesario que me eches combustibles. ¿Tú concibes un automóvil andando sin gasolina…?
   Aquella pregunta, de una filosofía real y aplastante, me hace acceder a su petición. Penetramos en la taberna. El pide un vaso de tinto; yo, para no ser menos, uno de blanco. Y hemos aquí, querido lector, bis a bis, en plan de ataque periodístico.


Veamos Pepe, di algo que pueda interesar al público.
   Codes ríe, con risa ingenua, infantil, de corazón bondadoso y grande. Y responde seguidamente:
   - Te diré, mi infancia se deslizó vulgarmente, sin sobresalir hecho notable. De chico hice las travesuras propias de la edad. Fui un excelente estudiante de bachillerato, pasando después a la Universidad granadina, para cursar la carrera de Derecho. Pero Dios no me llamaba por aquel camino. Mi corazón místico se inclinaba hacia derroteros mucho más altos. Así lo hice.
   - ¡Bravo! ¡Hasta aquí es la vida de San Luís Gonzaga!
   - ¿En aquel tiempo eras ya aficionado al rico mosto?
   - Te soy franco; entonces me gustaba mucho, muchísimo. En la actualidad, bebo por beber, las más de las veces por ahogar preocupaciones, que aunque pocas, las tengo. El vulgo cree que soy un empedernido bebedor, y está en un error. Yo bebo…por beber…no se por que. Bebo porque si, por lo mismo que podía tocar la ocarina o hacer jaulas para canarios flautas.
   Esta afirmación la hacía Pepe con tal sinceridad, con tal fe y entusiasmo, que no dudé un momento de la veracidad de su interesante relato.
Continuamos.

   - …Y penetré en el claustro, en el sombrío y lóbrego claustro de cierto convento, que no es del caso señalar. El padre prior, una buena persona, creyendo ver en mí la imagen fiel de San Francisco de Paula, me confirió el cargo de más confianza en la casa: encargado de la bodega. Figúrate como recibí tan preciada distinción. Aparenté no darle importancia a la cosa, aunque mis compañeros me miraban con descarada envidia, y lo primero que hice al tomar posesión de mi cargo fue coger una soberana cogorza, que disimulé fingiendo una indigestión de “bocaditos de ángel”, plato del día.
  


   ¡Que días más felices pasé en aquel sótano! Cuando me hallaba en estado de pellejo, que era la mayoría de las veces, me iba a la celda y a dormir. Los hermanos decían: ¡Pobre hermano Fray Ángel José; que estómago mas delicado!
   Pero como el demonio siempre anda alerta para meter el remo, una mañana bebí más de lo reglamentario, provocando un escándalo fenomenal dentro de la santa casa, y ya “en plan” salí a la calle. El hermano Fray Emeterio y el portero intentaron reducirme a la obediencia, pero fue inútil, y seguido de la chiquillería penetre en una taberna.
   La batalla de Marne fue un vulgarísimo velatorio, comparado con lo que ocurrió. Yo con los santos hábitos, bailándome una rumba, entre vítores y palabras soeces de la concurrencia, y los nenes, alarmados ante aquel espectáculo tan poco edificante, arrojando piedras a la casa. Resultado, que me formaron juicio sumarísimo, expulsándome del local y…de la orden.



   - Dime aproximadamente que cantidad de vino habrás ingerido en lo que llevas de vida.
   Codes, hace un cálculo y exclama:
   - Sin exagerar, te diré, que me habré bebido allá como tres mercancías llenos de barriles…
   - Ahora soy completamente feliz. Hago una vida moderada, y como cuento con grandes y verdaderos amigos, me ayudan. Por la noche me situó en la calle Gondomar frente al café La Perla, en donde tengo mi cuartel general. Allí opero, siempre con éxito. Los sablazos son según la categoría de la víctima. Si es adinerado, dos perras gordas. Si es de baja estofa, una perrilla. Como, casi siempre, en los soportales de la Plaza de Abastos. Y luego me acuesto muy tempranito, unas veces en el Gran Hotel de San Nicolás, que es donde me has hallado, y otras en el Palace Hotel del Duque de Rivas, vulgo jardines altos. Estoy muy contento con el hospedaje, sobre todo por lo económico.

Pérgola Palace Hotel Duque de Rivas (vulgo jardines altos)

   - Y para terminar ¿Cuál es tu mayor deseo?
   Codes, el formidable Codes, calla un instante. Medita la pregunta, y con su risa de siempre, bonachona y franca exclama:
   - Quiero que me sepulten en un palmo de terreno montillano, en las entrañas sacrosantas que me dieron el néctar delicioso, lenitivo único para soportar la vida perra, mísera, absurda e incompresible…

Chateau

(Diario La Voz de Córdoba – 14 de mayo de 1921)

   Cuando se abría paso la primavera del año 1923, el bueno de Pepe Codes, que venía arrastrando desde hacía algún tiempo una bronconeumonía, dejaba de existir en una casa de recogimiento de la calle del Cáñamo.  A pesar de sus economías en hospedajes, sin metálico, no encontró ayuda, de aquellos grandes y verdaderos amigos que en otro tiempo le dieran perrasgordas para vino, para poder ingresar en el Hospital.
    Posiblemente fuese aquel prometedor periodista que le entrevistara años atrás, quien insertara la noticia de su fallecimiento en la prensa local.
    Por la solemnidad de su pobreza, sería la beneficencia pública quien se hiciera cargo de sus restos mortales, con probable destino para la fosa común del cementerio de San Rafael.
  

   Aquel, su último deseo, de yacer junto a cepas montillanas, no creo que nadie lo tuviera en consideración. Sólo se me ocurre una manera de poder atender tardíamente su desiderata. Bien el consejo regulador de la denominación de origen Montilla Moriles, o un modesto viticultor montillano, entre dos cepas, podrían colocar un sencillo rótulo con el siguiente epitafio:

   “Aquí debería de estar enterrado el ingenuo, risueño, bonachón y formidable vinatero Pepe Codes, que entregó la vida por su causa. Fue incapaz de aprender a tocar la ocarina o de construir jaulas para canarios flautas”
   El autor de la crónica-reportaje o entrevista a Pepe Codes, que firmaba como Chateau, se llamaba José del Castillo Plasencia. Entre 1920 y 1923 trabajó como redactor para el moderno y renovador, en cuanto a información y maquetado, diario gráfico La Voz, antes de que éste cayera en manos de la familia Cruz Conde durante los años que duró la Dictadura de Primo de Rivera. También llevó, durante un tiempo, la corresponsalía en Córdoba para el Imparcial.

07 febrero 2011

"Los reos de Porcuna" I



   Hasta la ratificación definitiva de la sentencia que condenaba a los hermanos Antonio y Justo Ramírez Muñoz  "Los Nereos” a sendas penas de muerte, la opinión publica se había mantenido al margen del proceso. No trasciende información alguna a la prensa. Don Niceto Alcalá Zamora, su defensor, se muestra celoso guardián de las presuntas o evidentes anomalías de aquel caso, con las que esperaba obtener un final lo menos lesivo posible para los intereses de sus defendidos. Cuando finalmente se truncan sus expectativas, el propio Alcalá Zamora orquestará una campaña en su favor con el firme propósito de eludir su comparecencia ante el patíbulo.

Virgilio Anguita
   Las primeras manifestaciones pro indulto parten de la provincia de Jaén por iniciativa de Don Virgilio Anguita Sánchez, subjefe provincial de los liberales y diputado a cortes por el distrito de Martos, al que Porcuna pertenecía. Desde Jaén se dirige un telegrama al jefe de Gobierno Don Eduardo Dato (conservador), para que interceda cerca del rey por el indulto de estos reos. Suscriben la petición el mismísimo prelado, el alcalde y los presidentes de los círculos y sociedades oficiales de esta capital.
   Cuando el sentimiento empezaba ya a generalizarse, las fuerzas conservadoras de la provincia, a través del diputado provincial porcunense Don Ricardo Dacosta Ortega, también secundarán la petición.

   Se organizará una multitudinaria manifestación pública en Jaén el día 7 de junio de 1915, en la que tomaron parte todas las clases sociales y a la que se suma todo el comercio de la capital, que cerró sus puertas durante el transcurso de la misma.



   De aquella manifestación saldría una heterogénea comisión que marcha hasta Madrid para gestionar el indulto cerca de gobierno y del rey si fuese preciso.
   Mientras tanto, en la corte, reunidos en una de las secciones del Congreso los diputados representantes de las provincias de Córdoba y Jaén estudian gestiones en pro del indulto de los Nereos. El Sr. Alcalá Zamora, que conocía uno por uno todos los folios de la causa, informa a sus compañeros de ciertas circunstancias importantes que patentizan la enormidad de la pena impuesta. De aquella reunión sale el acuerdo unánime de solicitar audiencia al presidente del consejo de Ministros y de "rogar a la prensa en general la publicación de un comunicado que será remitido a los directores de los periódicos, evidenciando las circunstancias aludidas, a fin de que la opinión pueda juzgar de ellas".
   Para evitar erróneas interpretaciones sobre la utilización partidista del caso y sumar el mayor número posible de voluntades, se reparten la redacción del comunicado Don Niceto Alcalá Zamora y Don Manuel Bueno Bengoechea, diputados electos de la provincia de Jaén por el partido liberal y conservador respectivamente.
   La minoría de conjunción republicana socialista del Congreso también se adhiere a dicha campaña y acuerdan, así mismo, elevar su petición de indulto ante el gobierno. Aunque con importantes matices en los que más adelante nos detendremos.
   Cuando Eduardo Dato recibe a la comisión de diputados y senadores por Jaén y Córdoba, y al socialista Pablo Iglesias como portavoz de la conjunción, los alegatos firmados por Alcalá Zamora y el menos efectista de Manuel Bueno, ya se habían publicado en los principales periódicos del país y de provincias. De entrada, no trasciende la predisposición del jefe del gobierno para salvar el escollo de quienes defendían la ejemplaridad del castigo. Solamente ofreció tener en cuenta "estas nobilisimas aspiraciones".

Don Niceto Alcalá Zamora


   Lógicamente de las cartas publicadas en los periódicos, por conocimiento de causa, sería la de Don Niceto, con su excepcional dialéctica y elocuencia, la que consigue llegar hasta la fibra sensible de amplios sectores de la población española de la época. Había pensado en un principio ceñirme a los párrafos esenciales de esa carta, pero para evitar perversas acusaciones de manipulación lo copio tal cual (que la opinión juzgue). Tiene hasta su poquita de guasa mordaz:


Los reos de Jaén



   “Por ellos he trabajado sin descanso, con alternativas de sufrimiento y de emoción, entre la esperanza y la alarma; por su salvación me he perdonado a mi mismo la insistencia extrema de la súplica y el razonamiento cerca del gobierno; por su indulto ha llegado mi voz respetuosa, pero respetuosa, a la augusta persona del monarca; por la vida de esos dos desdichados, desde un gran periódico acudo a todos los hombres de buena voluntad para que me acompañen en esta demanda, que lleva la convicción honrada y segura de mi espíritu. He suplicado e imploro por esos hombres con toda la humildad del ruego; pero librándome a la vez de arrogancias que serían imperdonables y de fingimientos que no tendrían excusa, al acudir a la opinión no he de ocultar que la gracia a pedir encuentra abierto, no ya el camino, siempre amplísimo, de la misericordia, sino aquel otro sendero mas estrecho y difícil que deslinda el contraste entre la magnitud de la pena impuesta y las circunstancias del hecho ejecutado.
   ¿Dejara de ser humilde la súplica porque invoque la razón? ¿Perderá en su nobleza y hermosura la clemencia porque el impulso de generosidad se fortalezca en el sostén del convencimiento?
   A los maestros del periodismo, a los grandes escritores, que en la concisión lapidaria de una líneas o en la sencillez alada de una crónica saben conmover el alma de los hombres, les pido que glosen; yo les daré el texto escueto, pero fiel, de un relato cuya certeza me consta, porque conociendo la causa folio por folio y recordándola línea por línea, en mi empeño humanitario sólo me ha impuesto mi sinceridad un límite: el de no mentir, y cuanto afirmo, con el sumario a la vista, lo sostendría y probaría ante cualquier intento de contradecirme.
   Los dos paisanos condenados a muerte por el fuero de Guerra, y presentados espontáneamente a la autoridad, cuando pudieron huir, eran de esa honradez sin tacha, de esa conducta sin sombra necesaria en los pueblos para obtener de la delegación exigente de la autoridad la confianza recelosa de los propietarios rurales que supone la guardería particular de tierras y frutos. Con armas cuyo uso legitimaba la licencia, y sintiendo la debilidad generalizada de la caza en tiempo de veda, quiso la fatalidad que a ella se dedicaran en tierras de persona que, sintiendo hacia aquellos, por esto, o por otros motivos, rencor, incitaron a una pareja de la guardia civil, que en su cortijo pasara la rigurosa siesta de un día de julio, a salir en persecución de los cazadores. Debieron éstos suponer o temer la persecución, y como no pensaban en resistir y si en escapar huyeron, enterrando la caza y dejando las balas con que habrían cargado las escopetas si hubieran querido luchar con hombres armados de fusiles.
   Lleváronse los cazadores las escopetas, más difíciles de enterrar, poseídas legítimamente, y con la carga misma de perdigones utilizada en la cacería. Entonces, al verlos huir, por imprudencia de los guardas y de los cortijeros, para que aquellos pudiesen alcanzar y sorprender a los que escapaban, le proporcionaron los segundos a los primeros un disfraz completo. Los guardias dejaron los correajes en un cortijo, escondieron los tricornios dentro de unas alforjas, se vistieron con blusas y se pusieron sombreros de paja, propios de la gente del campo y corriendo sobre la yegua de un labrador alcanzaron a los dos reos. ¿Cómo murieron los guardias?
   Si los reos hubiesen querido asesinarlos sin huir, los hubiesen matado a distancia o al acecho, imposible donde ocurrió el triste suceso: es un rastrojo de 20 centímetros de alto, en plena campiña, sin árboles ni haces que hieran posible la ocultación. Si los cazadores, al alcanzarlos la pareja, hubieran intentado resistir en vez de entregarse, no habrían muerto los guardias de disparos hechos a quemarropa en el sentido más gráfico e inmediato de la expresión, porque la experiencia de una pareja mandada por un sargento no permite poner los cuerpos sobre los cañones de armas en manos de hombres que aguardan para acometer. No pudieron, por tanto, morir los guardias, si han de tenerse en pie las afirmaciones terminantes de los peritos y del Juzgado que levantó los cadáveres, más que en una lucha surgida después de entregarse, sin resistencia, los cazadores. ¿Pero como pudo surgir después en el ánimo de éstos la idea de matar, que al huir y dejarse coger notoriamente no tenían? Yo no lo vi; yo, que pido el perdón de los que viven, siento honda pena por los que murieron, yo comprendo y siento los prestigios del poder; pero yo recuerdo que en la soledad, sin testigos ni auxilios de aquellos campos, podía creerse la vida de cualquiera de las dos parejas a merced de la amenaza de la otra; yo conozco la confesión de los procesados, yo conozco una carta de su padre, interceptada por la autoridad militar para sorprender las revelaciones de aquel a su familia, y yo conozco los informes del medico forense que reconoció los cuerpos de los reos, y que se ratificó al ser requerido después de concluido el sumario por el capitán general…Fue el temor absurdo, brutal, pero temor al fin, de ser víctimas de una agresión de la que lo que determinó veloz, fatalmente otra, y no pueden ser distintos móviles, porque de rencores antiguos no hay ni un indicio y el miedo a la pena por la caza prohibida era el miedo a unos días de arresto o a unas pesetas de multa.
   Estos son los hechos que se muestran en un sumario nutrido de las declaraciones de los cortijeros, enemigos de los reos, colaboradores del disfraz y de la imprudencia de los guardias, y formado con ofuscación tal que lo cierra un resumen acusatorio en el que se dice que los dos reos delinquieron en cuadrilla, para lo cual, como ésta exige su mínimo de cuatro malhechores armados, hay que extender este concepto a la pareja muerta y sumar las víctimas con los agresores.
   Según el famoso artículo 7 del Código de justicia Militar, el delito de insulto a fuerza armada, sin el cual no se hubiese podido imponer la pena de muerte, exige, cuando de Guardia Civil se trate, que vista su uniforme reglamentario. La justicia militar, sintiendo el saludable estímulo de severidad, fundamento muy principal de su existencia, entendió, y por ello hay que pasar con respeto, que era obligada la interpretación extensiva de una ley penal severísima en contra del reo, y calificó y penó el delito, no obstante el disfraz.
   Cosa juzgada es el fallo, y, como tal, es inconmovible; pero sometiéndonos a la plenitud de la jurisdicción, al cabo falible, como humana; mirando para estos momentos de equidad la majestad soberana de la ley, sin exégesis vanas en esta hora, innecesarias ante este problema ¿No es verdad que el derecho y el hecho, al chocar, nos gritan que los reos de Jaén no deben de ser ejecutados?      Así debió pasar en noble misión, como una ráfaga de piedad, por el Consejo Supremo de Guerra y Marina en el momento mismo en que fundamentaba su sentencia, y, al leerla, se tiene que reflejar la creencia y el deseo de dar pie al Gobierno para que propusiera el indulto de una pena, que si el deber obliga a imponerla, la piedad dice que no se ejecute. La demostración de las vacilaciones y de las evidencias en el ánimo del Consejo de Guerra ni es secreta para el Gobierno ni inaccesible para mí.
   ¿Por qué si la misión del Gobiernos es buscar un asidero para los indultos, se van a ejecutar estas penas? ¿Por horror moral? En una lista de todas las monstruosidades humanas hay veintitrés circunstancias agravantes, y ni una sola ha podido apreciarse contra estos reos. Cuando por delitos tan enormes como la traición, el regicidio y el parricidio no se puede condenar a muerte sin una circunstancia de agravación, siquiera, ¿no habrá piedad para estos reos?
   ¡Ejemplaridad militar! ¡Escarmiento rápido de esa jurisdicción! Si se trata de dos paisanos que en agosto de 1913 estaban ya en situación de ser juzgados con su sola declaración, porque no habiendo testigos presénciales del hecho, son los acusadores de si mismos con inusitada sinceridad de confesión que no puede moralmente descoyuntarse para creer cuanto afirma su delito y rechazar cuanto atenúa su responsabilidad.
   ¡Perversidad de los delincuentes! Allá en la comarca entre los pocos que conocen lo intimo de las confesiones y los detalles del drama, se dice al oído y se comenta con asombro que uno de los hermanos condenados no llegó a disparar siquiera, y para no agravar la situación del otro (que sólo sabe que el intervino en la confusión de la lucha) se resigna en la obstinación de una conformidad que conmueve a la acusación, demasiado matemática para ser real, según la que cada cazador agredió sin concierto ni colaboración del otro a cada guardia. Donde pueden anidarse semejantes abnegaciones no pueden estamparse estigmas de execración.
   ¡Disciplina militar y social! Ya se yo que en la dureza necesariamente cruel de la educación colectiva alguna vez ha de entrar con sangre la letra del respeto en aquellos que, no percibiendo las esencias de la autoridad, la comprenden en sus signos exteriores, y por lo mismo, como amparo de los pacíficos y temor de los forajidos, para el pueblo la Guardia civil es el uniforme, y dentro de este se simboliza en el tricornio. Y para afirmar la disciplina social ¿se va a ser inexorables cuando el uniforme está oculto por el disfraz y los tricornios que lo resumen se alejan y se arrastran dentro de las alforjas que lleva en su carrera de espanto la yegua en que montaron los guardias?
   A la opinión de España entera la pido auxilio, y volviéndome hacia la derecha digo: no aceptéis para el culto del sentido conservador, del principio de autoridad, del prestigio del uniforme esas dos vidas, porque en todo altar el sacrificio que no merece ser ofrenda constituye profanación; y tornándome hacia la izquierda digo: auxiliarme con fervor, clamorosamente, sintiendo vuestros arrebatos generosos, porque si no lo hacéis ahora, en estos días, en este caso, por el encadenamiento inevitable de los sucesos, sentiríais, y no lo merecéis, el sobresalto de una desigualdad injusta, el resquemor de una inquietud dolorosa.
   A todos llamo, y asumiendo para mi las inflexiones humildes del ruego a pedir y los reconocimientos efusivos de la gratitud al obtener, siento que en mis palabras hay un eco resonante de equidad excelsa, transfiguración de la justicia, que en aquella encarna, para seguir abogando en estos instantes supremos, diciendo a todas las almas generosas lo que al rey y a España dice con emoción un hombre que ahondó en esta causa, que al servicio de la ley y al estudio, no frío, sino intenso, apasionado, del derecho, consagró su vocación y su vida, y eso que digo es que los reos de Jaén no deben ser ejecutados.

Niceto ALCALA ZAMORA

05 febrero 2011

Historiografía castreña del XIX. Juan José Jurado Valdelomar (1763-1843 aun vivía)


   Con él completamos la terna de castreños que se ocuparon de la historia de su pueblo durante el siglo XIX. Si los anteriores pertenecían al estamento eclesiástico, de quien  hoy nos ocupamos siguió la carrera militar como guardiamarina dentro de la Real Armada Española.
  
  Nacido en Castro del Río, hijo de Don José Jurado Valdelomar (hidalgo) y de Doña Ana Alarcón y Marín. Sus hermanos, Antonio María y Francisco, también pertenecieron a la Armada, Teniente-Capitán de Navío y Teniente de Fragata respectivamente. Emparentados con otros marinos de secano, también naturales de Castro del Río: Juan Ramón Jurado Valdelomar (Teniente de Navío) y José María Jurado Valdelomar y (Guerrero) de Escalante (aspirante a guardiamarina).

   Debió de mostrar desde joven afición por la historia, pues en la primera de las obras que se le conoce “La Firila”, se vale del teatro para desarrollar una ficción alusiva a la guerra entre romanos y cartagineses en Castro del Río, su patria.

   La Filira / Tragedia en cinco actos. Impresa en la Isla de León (Cádiz),  imprenta de D. Pedro Segovia, año 1793, en 4º, 60 páginas.

   No han llegado ejemplares de este impreso hasta nuestros días. Aunque, la Biblioteca Nacional de España conserva el manuscrito original catalogado con el número 16.127:

La Firila/ Tragedia en cinco actos por Don Juan José Jurado Valdelomar.
Emp.: Hoy la corte leal de Postumiano.
Fin: Recibidme, moradas cristalinas.
Autógrafa? 46 hojas., 4º, holª.
Incluye una dedicatoria a la Marquesa del Real Transporte (María Lutgarda de Ulloa) esposa del ilustrado brigadier y comandante principal de los batallones de marina Don Juan de Langara y Huarte.

   En 1796 por méritos y antigüedad ascendía de Teniente de Fragata a Teniente de Navío. No tenemos noticias sobre su posterior carrera militar, anterior a su retiro definitivo en su patria, Castro del Río.

   Conocemos un documento fechado en 1809 que vincula a esta terna de hermanos de la Real Armada con la explotación del cortijo de Torreparedones, perteneciente a los Propios de Córdoba, de cuyo padre posiblemente habrían heredado los derechos de arrendamiento. 

A.H.N. Consejos, 12008, exp.14
     
   Antonio María Jurado Valdelomar y sus tres hermanos en instancia dirigida al Intendente de Córdoba “solicitan espera para el pago de la cantidad (que no expresan) que se hallan debiendo al caudal de Propios de Córdoba, por razón del año y medio de arrendamiento del cortijo y tierras titulado de los Paredones, en atención de que no han tenido cosecha este año”. 


   Los hallazgos fortuitos favorecidos por la reja del arado, en este rico yacimiento arqueológico, tendrían algo que ver en que nuestro protagonista mostrara esa temprana afición por los temas históricos, que seguiría desarrollando con el tiempo.
   Se le atribuye su pertenencia a varias academias y corporaciones científicas.
   Nos consta que el 13 de febrero de 1814 fue elegido académico de la General de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba. No asistió nunca a sus sesiones, pero envió una obrita que se leyó el 10 de mayo del mismo año, y que se titula así:
   “Memoria sobre si hay o no fuegos centrales o subterráneos inflamables, y caso que se esté por la afirmativa, como cooperan estos a la erupciones volcánicas”.
   También escribió una obra  sobre agricultura y un tomo de poesías manuscritas en 4º.
   Pero a lo que dedicó principalmente sus desvelos fue a su “Historia de Castro del Río”. Tuvo que ser testigo directo del descubrimiento de la “Cripta de los Pompeyos” en el año de 1833 en el cortijo de Torreparedones. De hecho, se ocupó por escrito de tal hallazgo bajo el título de “Dilucidación historial sobre el descubrimiento de 12 urnas con sus inscripciones, y una lucerna de luz perenne, escrita en honor de Castro del Río, mi insigne patria y extractada, de nuestra historia de la misma aún inédita” (ms.1834).


 
   Manuel de la Corte y Ruano, al final de la entrega que publicó en el Semanario Pintoresco Español (1839) sobre este descubrimiento, menciona como muy meritoria esta obra de Jurado Valdelomar, que ya próxima a imprimirse en Córdoba padeció su original un inevitable extravío durante las ocurrencias de septiembre y octubre de 1836. 

   Debe de referirse a los sucesos acaecidos en Córdoba y Castro del Río durante la incursión de las partidas carlistas acaudilladas por el General Gómez. Las célebres y  famosas huestes absolutistas de Castro del Río con la muerte de Fernando VII, al apoyarse la Regente María Cristina en los liberales para defender los derechos sucesorios de su hija ( Isabel II), parecen tomar partido por el pretendiente carlista. Las casas de los más relevantes representantes del liberalismo en Castro del Río fueron asaltadas. Si bien no nos consta la presencia de Juan José Jurado Valdelomar entre las autoridades pro isabelinas, le presuponemos relacionado con el liberalismo progresista.
    


   Una serie de noticias sobre Castro del Río, con cierta componenda historicista, aparecidas en “El Eco del Comercio”, portavoz del liberalismo progresista durante aquellos años, nos induce a pensar razonadamente que ostentaría la corresponsalía de dicho periódico en la localidad:

   “En la última época constitucional (1820-23), a propuesta el sr. diputado Lobera, aprobó la diputación provincial la formación de una colonia en la campiña entre Castro del Río y Bujalance en el oportuno local que ocupó antiguamente Castro Prisco, junto al cerro de las Vírgenes, hacía donde se encontraron los sepulcros de los Pompeyos. Los propios de Córdoba tienen allí cuatro cortijos, y hay inmediatos varios otros que deben de ir al crédito público, y cuya extensión total será de una 700 o más fanegas de tierra de la mejor calidad. Este proyecto es digno de llevarse a cabo, y en el día es su ejecución bien sencilla. Creemos que la autoridad de ocupa de ellos” (8 de Abril de 1836).

   Tres años más tarde el corresponsal del Eco se nos muestra entre ilusionado y escéptico con el citado proyecto, a la vez que aboga por los intereses proletarios:

El Eco del Comercio 26 de noviembre de 1839

   En una última noticia con referencias historicistas, aparece  Juan José Jurado Valdelomar con nombre y apellido:

   “En Castro del Río, provincia de Córdoba, se ha establecido una sociedad con el título de Itucense para explotar dos minas de preciosos metales descubiertas en su territorio que se denominarán Himilce y Julia, la primera de plata en memoria de Himilce princesa de Castulo y esposa del grande Aníbal que llevó en dote una mina de este metal; la segunda Julia, mina de oro, en recuerdo de Julio Cesar como dominador y defensor de esta colonia productora de oro blanco resplandeciente y cristalizado que tan famoso y célebre se hizo en Roma.
   El nombre de la sociedad es tomado de Ituci, ciudad de los antiguos turdetanos y hoy Castro, próximo a Baena, en cuyos términos también se acaba de descubrir un gran sepulcro del tiempo de Diocleciano, y no muy distante del panteón descubierto el 16 de Agosto de 1833 en el cortijo de las Vírgenes, que contenía 12 urnas cinerarias con los restos mortales de uno de los Gracos, y los de casi toda la familia del gran Pompeyo cuyos últimos vástagos murieron en España defendiendo la libertad contra el absolutismo de Cesar, 30 años antes de Jesucristo.
   El director de esta asociación lo es en Castro Don Juan José Jurado Valdelomar, a quien podrán dirigirse los que deseen tomar parte en la empresa cuyo reglamento fecha de 11 de mayo tenemos a la vista, y su capital consiste en cinco mil duros distribuidos en 200 acciones a 500 reales cada una pagaderos a plazos” (El Eco del Comercio 11 de junio de 1842).
  
   No debió de erigirse definitivamente tal Sociedad Itucense pues el B.O.P (Boletín Oficial de la Provincia) de 1843 menciona a un ya octogenario Juan José Jurado como  propietario de “La Victoria”, mina de oro blanco ubicada en el cerro de Madrigueras.

   Su vida no debió de prolongarse mucho más allá, pero tuvo tiempo aun de reeditar y publicar su “Dilucidación historial sobre el descubrimiento de 12 urnas con sus inscripciones, y una lucerna de luz perenne, escrita en honor de Castro del Río, mi insigne patria y extractada, de nuestra historia de la misma aún inédita” destruida durante aquella asonada carlista.
   Conservo una copia de dicho trabajo tomada precisamente de un volumen encuadernado del B.O.P donde vería la luz definitivamente a través de la imprenta. Por mas que la he buscado, se me sigue resistiendo (cuestión de orden), pero prometo divulgarla una vez que me pueda tirar dicho volumen nuevamente a la cara.
   Sobre el resto de su “Historia de Castro”, el manuscrito inédito, independientemente del valor científico que pueda tener a estas alturas del siglo XXI, cabe la remota posibilidad de que ande por ahí perdido en manos de sus descendientes. Don José Navajas Bravo, contador de fondos del Ayuntamiento de Castro del Río, en los cuadernillos que se publicaron en 1909 de su “Historia de la Noble y Leal Villa de Castro del Río” utilizó los apuntes de Jurado Valdelomar junto a los de Sánchez de Feria. En un apartado que denomina “Pareceres emitidos por varios historiadores respecto a ser Castro del Río la población fenicia de Ituci” recurre a los papeles de Jurado Valdelomar, que a su vez se limita a transcribir las opiniones de Fray Juan Félix Girón (Origen y primeras poblaciones de España) y Fray Francisco Ruano (Historia General de Córdoba) sobre el orígen mítico, fundación histórica y antiguedad de la ciudad de Ituci.




   Por sus inquietudes científicas y culturales, y  por su demostrado afán por contribuir al desarrollo económico y social de su pueblo, debió de formar parte activa de la “Sociedad Económica de Amigos del País" de Castro del Río, que según la Guía del Ministerio de la Gobernación del reino para 1836, ya existía en esta localidad de la campiña cordobesa para esa fecha, pero que terminaría languideciendo con el tiempo.    
   En el ya referido Eco del Comercio aparecen rememoraciones nostálgicas sobre esta sociedad “que se distinguió mucho por sus  importantes trabajos:

   “Esta interesante villa tiene una fundación de instrucción pública de segunda clase bajo el título de Colegio de Ciencias de San Pedro y San Pablo, que ha florecido mucho y que pudiera estar al nivel de las de Cabra o Lucena, pero en lugar de restaurarlo hay quien pide que se suprima o traslade, para enterrar así todos los muertos como suele decirse, y tapar todas las cacas y picardías. Lástima que ya llegó a estar muerta la laboriosa academia y sociedad de amigos que era el Pailadiom” (30 de octubre de 1845).


04 febrero 2011

Torreón de Boabdil

Una imagen vale más que mil palabras 
(Para los Porcuneros por el Mundo)

Unos materiales y un poco de maña
pueden convertirla en regalo.


Biblioteca Virtual de Andalucía
[S.l. : La Ilustración Española y Americana, 1880] 
1 estampa : xilografía, col. ; 14 x 33 cm


01 febrero 2011

Crimen y/o Castigo: El caso de los "Hermanos Nereos" de Porcuna(1913-1915).





   La edición impresa de las IV Jornadas “Niceto Alcalá Zamora y su época” celebradas en Priego de Córdoba durante los primeros días de Abril de 1998, alberga un interesante trabajo de Antonio Recuerda Burgos (cronista oficial de Porcuna) bajo el título “La tradición oral del crimen de los Nereo”.
   Ha sido recientemente, a raíz de incluirlo en su blog de nueva creación, cuando he tenido la oportunidad de leerlo. Su autor, anuncia volver a ocuparse del tema recurriendo a fuentes hemerográficas y judiciales. Como el que suscribe, lleva tiempo haciendo acopio de informaciones sobre este hecho de la crónica negra de la historia de Porcuna, sin afán usurpador, he optado por abordarlo desde mi particular punto de vista, aprovechando la oportunidad que nos ofrece este medio para suscitar un debate al respecto.

   Justo y Antonio Ramírez Muñoz, apodados “Los Nereos”, de 22 y 20 años de edad respectivamente, naturales de Almedinilla (Córdoba) y residentes en Porcuna (Jaén), eran dos jornaleros de origen humilde que, para allegar fondos a la modesta economía de su hogar, desarrollaban además funciones de guardería rural en la finca conocida como “Los Borregos”, propiedad de una pariente que había delegado en ellos para tal cometido. Provistos de sus oportunas licencias de armas, alguna que otra vez utilizaban sus escopetas para cazar en tiempo de veda en las fincas colindantes. Este parece ser que fue el motivo por el que se ganaron la animadversión del propietario del cortijo de San Pantaleón.

Cortijo de San Pantaleón (Porcuna)

   Un día indeterminado (luego explico la indeterminación) de finales de Julio del año 1913, los hermanos coinciden durante un relevo en la guardería. A pesar de estar la veda echada, sienten la tentación de emplear su tiempo en, la que por lo visto era su principal afición, la caza. Utilizan sus escopetas para proveerse de alguna que otra pieza con la que alegrar la cazuela de los suyos. Era común en ese tiempo, que la necesidad derivara en indiferencia hacia la exhortación de la ley que lo prohíbe. ¿Qué podía pasarles si los cogen? Unos días de arresto. Probablemente esquivarían ese paso, puesto que les acompañaría la agilidad y la astucia de quienes se han criado en el campo.
   La casualidad quiso, que una pareja de la guardia civil estuviera aquel día en el cortijo de San Pantaleón participando de un condumio junto a señores de posición elevada. Al parecer fueron avistados los cazadores desde el cortijo por los comensales.
   La tradición oral recogida por Antonio Recuerda  refiere que: “Bajo los efectos de la bebida y la comida los participantes en la fiesta, incitaron y excitaron a los miembros de la guardia civil, que para quedar bien entre los anfitriones se disfrazaron con ropas de segadores y sombreros de paja y se dirigieron hacia donde estaban los Nereos llevando de la rienda varios animales como si fueran a trabarlos en los rastrojos”.
   Un fatal y tenebroso encuentro entre los cazadores y los civiles, se saldaría con la muerte de los segundos.

   En los días siguientes la prensa informa del suceso. Periódicos de tan dispar línea editorial como El País (republicano), el Socialista, El Liberal, La Época, La Correspondencia de España, El Imparcial  o el integrista Pueblo Católico de Jaén parecen nutrirse, en un principio, exclusivamente de la nota de prensa facilitada por gobernación.

Un sargento y un guardia muertos

   Dice el Pueblo Católico de Jaén:

   “En el sitio Cañada de la Teja, a dos kilómetros del límite de esta provincia con la de Córdoba, han sido muertos ayer el comandante de puesto de la guardia civil de Porcuna, sargento José Martínez Montilla y el guardia Francisco Vivancos Canovas, por dos hermanos apodados Los Nereos cazadores de oficio y naturales de Almedinilla de Priego (Córdoba), quienes huyeron una vez cometido el crimen, sin que hasta las ocho de la mañana de hoy hayan sido habidos.
   Con motivo de los disparos de los agresores, hechos con escopetas, los tacos prendieron el rastrojo donde cayeron muerto el guardia y herido el sargento, propagándose a los cuerpos de ambos y produciéndoles quemaduras en sus miembros, vestuario, equipos y armamentos. El fusil del guardia tenía manchas de sangre, deduciéndose de las heridas que presentaba el sargento en la cabeza haber sido producidas a golpes por el referido fusil.
   Descansen en paz el sargento y el guardia que han fallecido en cumplimiento de su deber”.

Primitiva lápida del nicho donde fue enterrado el Sargento Martinez
(Fotografía obtenida por gentileza de Todoslosnombres Porcuna)


El Socialista (30 de Julio de 1913)


   El Heraldo de Madrid (30 de Julio de 1913) será el primero en abordar el suceso con informaciones más detalladas recabadas directamente desde Porcuna, en las que de alguna manera se siembra la duda:

   “El hecho debió ocurrir hacia las tres de la tarde y se ignora como fueron agredidos los guardias, pues el lugar es solitario y no hubo testigos presénciales. Se cree que estos recibieron los disparos a quemarropa, produciendo la muerte del guardia Vivancos e hiriendo mortalmente al sargento Martínez, cuyas ropas, así como el cabello y el rostro, aparecen quemados, por haberse incendiado el rastrojo en que cayeron.
   A esta circunstancia se debió el pronto descubrimiento del criminal hecho, pues, al notar el incendio, acudieron a extinguirlo las personas que había en la cortijada, las cuales quedaron aterradas al contemplar el terrible espectáculo que ofrecían los cuerpos de los guardias en medio de las llamas, de entre las cuales los extrajeron, teniendo que rociarles con agua para apagar sus ropas incendiadas.
   El guardia Vivancos aparecía muerto, con el rostro ennegrecido y desfigurado, presentando una gran herida en el pecho, producida por una descarga de perdigones; el sargento Martínez tenía otra en la parte superior del brazo derecho, con grandes quemaduras en la cabeza y el rostro; pero como éste daba aún señales de vida, fue trasladado al cortijo mas inmediato, donde se le prestaron los primeros auxilios. Su estado era tan grave que apenas pudo articular palabra ni declarar quienes habían sido los autores de la agresión.
   Con grandes cuidados fue trasladado anoche a la población, ingresando en el hospital, en donde fue de nuevo reconocido por los médicos, que le apreciaron otra herida en la cabeza, producida por la culata de uno de los fusiles, que se encontró roto en el lugar del suceso. Falleció a las once.
   En dicho sitio, y cerca de sus victimas, dejaron los agresores dos morrales de caza con algunas piezas, dos licencias de escopeta y dos cedulas personales, extendidas a favor de Justo y Antonio Ramírez Muñoz, vecinos de esta, que ya habían sido perseguidos por la guardia civil como cazadores furtivos y sujetos de no muy buenos antecedentes.
   Después de cometer su criminal hazaña desaparecieron los autores, y a pesar de las activas pesquisas de la guardia civil para su captura, no han dado resultado hasta la fecha, ignorándose su paradero.
   Ahora bien. ¿Cómo se verificó la agresión?, se nos ocurre preguntar ¿Cómo fueron sorprendidos los dos guardias en campo abierto por dos cazadores a quienes iban persiguiendo, y cuyos antecedentes conocían, sin tomar antes las mas elementales precauciones, puesto que los fusiles de ambos se encontraron descargados, sin que apareciera señal de lucha entre la fuerza y sus agresores?
   Y que la agresión debió de verificarse a cortísima distancia lo prueban las heridas recibidas por los guardias a quemarropa. Lo cual hace suponer que estos no tuvieron tiempo para hacer uso de las armas y repelerla.
   Como ignoramos aun el resultado de las diligencias que desde ayer vienen practicando la guardia civil y el Juzgado, nos abstenemos de formular mas juicios, esperando que la eficaz gestión de las autoridades y la captura de los delincuentes han de dar satisfactoria explicación de un suceso tan raro y lamentable”.

   No aparece en la prensa referencia alguna a celebraciones festivas, ni  al disfraz que utilizaron los guardias en “acto de servicio”. En este último aspecto, que no trascendería a la opinión pública hasta fecha postrera, fundamentaría su defensa el diputado liberal por el distrito de la Carolina y ya famoso jurisconsulto, don Niceto Alcalá Zamora.
   En los días siguientes se informa sobre su inminente captura por tenerlos la guardia civil localizados en Sierra Morena en las proximidades de Andujar. No serían finalmente capturados, sino que se entregarían por iniciativa propia al Juez Municipal y al Alcalde el día 4 de Agosto, por miedo a posibles represalias de la guardia civil y en un lugar previamente convenido en las proximidades de Porcuna (por testimonios orales en el cerro de Abejucar).     
   Trasladados al juzgado de Martos, la jurisdicción civil se inhibe en favor de la militar, siendo ingresados en la Prisión Provincial de Jaén en espera de ser juzgados por el fuero de guerra.
   Transcurrió año y medio aproximadamente desde el día de autos hasta la terminación de la instrucción del sumario. Con el visto bueno y  aprobación del Capitán General de la Región Militar, se celebró por fin en la plaza de Jaén el Consejo de Guerra ordinario. El fiscal pide para ellos dos penas de muerte. Con fecha de 25 de noviembre de 1914 se da a conocer el fallo que los condena a la pena solicitada. Con posterioridad sería elevada la causa al Consejo Supremo de Guerra, que ratificaría las penas impuestas por unanimidad.



   Antes de entrar en la campaña pro indulto en favor de estos “Reos de Porcuna”, una vez que se hace pública la sentencia definitiva, a finales de mayo de 1915, sin juzgar (puesto que no soy juez, ni me gustaría serlo) y con un mero propósito de clarificar los hechos, aporto dos versiones contrapuestas publicadas en la prensa de la época. Juzguen ustedes.

   La primera pertenece a uno de los propios encausados (Antonio Ramírez), tomada de la entrevista que en la cárcel le hizo el abogado y periodista José Fernández Cancela publicada por el Imparcial, durante aquella campaña “en la que trabajaron con tanto ardor conocidísimos hombres públicos y reputadísimos abogados”.

  La segunda, de un extracto de la sentencia publicada en el Boletín de Justicia Militar del mes de febrero de 1915.


En los extremos: Justo y Antonio Ramírez Muñoz.




Por la vida de dos hombres
(Fernández Cancela)

   ¿Cómo ocurrieron los sucesos que han merecido tan enorme pena?

   Yo no conozco la sentencia en la que se relatan los hechos que no cabría discutir, pues lo declararon probados los jueces que entendieron en el proceso; pero sin pretender que el relato de los condenados refleje puntualmente lo ocurrido, aun suponiendo que hay en él algunas inexactitudes, he de contar lo que ellos me dijeron, ya que sus palabras deben merecer el respeto de las que pronuncian los hombres que se hallan en el dintel de la muerte.
   Justo y yo-decía el más joven de los hermanos-trabajábamos como jornaleros, y de este modo sosteníamos la casa de nuestros padres, que son ya muy viejos.
   En los meses de junio a septiembre, Justo iba todos los años a desempeñar el cargo de guarda de noche en una finca llamada Los Borregos, que es propiedad de un pariente nuestro, y esta situada cerca del pueblo de Porcuna, donde nosotros vivíamos.
   En julio de 1913 se hallaba, según costumbre, ocupando este cargo, y como el 25 era la fiesta de Santiago, y allí se huelgan tres días, Santiago, Santa Ana y la Niña, el 26 a las cinco de la mañana fui yo a “Los borregos” para sustituirle aquellas dos fiestas y que el bajase a pasarlas con nuestros padres y con una hermana nuestra que había ido a Madrid para reponerse de una enfermedad, que poco después ocasiono su muerte.
   Justo me llevó entonces a enseñarme los linderos del terreno, pues no tenía vallado, y era preciso evitar que no entrase el ganado de los cortijos próximos. Como hacía muchísimo calor, nos fuimos a beber agua hacia el pozo de la Teja, que está en el cortijo de San Pantaleón, y en este camino saltó una liebre. Mi hermano se echó la escopeta a la cara, y la mató metiéndola en el zurrón, diciendo: “Ya tenemos un regalo que llevar a la hermana…”.


   De repente vimos llegar por el camino real a un hombre a caballo a todo galope, el cual apuntándonos con una escopeta, nos amenazaba con matarnos si seguíamos adelante. Creímos que sería una broma o que acaso estuviera borracho; pero permanecimos parados, y pocos momentos después vimos llegar a otro por el extremo opuesto, que nos amenazaba lo mismo que el anterior.
   Estos hombres llevaban un gran sombrero de paja, unas blusas blancas largas y unos pantalones color caqui.
   Pocos instantes después estaban a nuestro lado, obligándonos a marchar entre ellos un buen trecho. No pudiendo explicarnos su actitud, les dijimos: ¿Qué quieren ustedes de nosotros? Somos pobres y nada podemos darles…
   Ellos entonces comenzaron a coletazos con nosotros. Yo vi a mi hermano caer al suelo con el rostro ensangrentado, y repentinamente oí un disparo. Creí que lo habían hecho ellos sobre Justo y disparé contra uno. Casi al mismo tiempo cayeron ambos al suelo. Me acerqué a mi hermano para ayudarle a levantarse y nos fuimos corriendo a campo traviesa.
   Poco después, pasado el impulso de los primeros momentos, mientras nos hallábamos en un arroyo, pensamos con terror en lo que había pasado.
   Durante seis días con seis noches recorrimos los campos sin atrevernos a buscar un asilo en casa de nuestros padres, por miedo a comprometer su seguridad.
   Entonces supimos que aquellos dos desconocidos eran guardias civiles disfrazados de paisanos.
   Un cabrero que se compadeció de nosotros nos dio un pedazo de pan y unas patatas, única cosa que comimos en todo aquel tiempo, y al fin, hambrientos, con los pies descalzos y heridos por los guijarros de la sierra, decidimos llegar hasta donde nuestros padres estaban para entregarnos a la autoridad.
   Mi pobre madre sufrió un desmayo al vernos llegar en aquella forma.
  Y mientras esto decía, el recuerdo querido llenaba de lágrimas los ojos de los dos hermanos.
  Un rayo de sol de julio, cegador y ardiente, atravesando un alto ventanal, caía sobre sus cabezas.    
  Los gritos confusos y alegres de unos chiquillos que correteaban en la calle llegaban hasta nosotros como charloteo de pájaros libres”.


Del Boletín de Justicia Militar

Sentencia del Consejo de Guerra
por el asesinato de una pareja de la Guardia Civil
I


   Sala de Justicia, 22 de febrero de 1915.
   Resultando que el día 28 de Julio de 1913 se presentó en el cortijo de San Pantaleón, termino de Porcuna (Jaén), una pareja de la Guardia Civil, formada por el sargento J.M.M y guardia F.V.C., prestando servicio propio de su instituto, enterándose de que por aquellas cercanías, no obstante ser época de veda, cazaban los hermanos J. y A. R.M., apodados Los Nereos, y contra los cuales habían recibido repetidas denuncias, por lo que decidieron salir en su persecución:
   Resultando que con objeto de hacer mas practicable la captura, o para poder a aproximarse a los cazadores, pidieron a las personas que había en la finca unas blusas blancas y unos sombreros de paja, que le fueron facilitados; montando después en una yegua, y colocándose las blusas sobre las guerreras, poniéndose los sombreros de paja, guardando los del uniforme en las alforjas, se pusieron en marcha en dirección al punto en que se suponía debían estar los Nereos, en tanto que estos habían parado en un sombrajo para beber agua, divisando y reconociendo a la pareja de la Guardia Civil, no solo porque conocían de antemano a quienes la formaban, sino porque el niño M. les avisó de que la pareja daba vueltas por aquellos contornos, emprendiendo entonces la huida los citados.
   Resultando que a los pocos momentos llegaron los guardias al antedicho sombrajo, en cuyo punto se apeo de la yegua el guardia V., continuando montado el sargento M, quien se quitó el sombreo de paja y la blusa, y en tal disposición siguieron la pista de los cazadores en movimientos combinados, perdiéndose de la vista de los testigos perseguidores y perseguidos.



   Resultando que trascurrido un corto espacio de tiempo, los paisanos que había en el cortijo y eras próximas notaron que de un rastrojo que había oculto por un accidente del terreno salía humo y acudieron presurosos para extinguir el fuego, ante el temor de que este se propagase a algunas mieses, que en las inmediaciones había sin segar, encontrándose en medio del rastrojo el cadáver del guardia V, cuyas ropas estaban ardiendo, y a algunos metros de distancia, también tendido en la tierra, el del sargento M, que presentaba graves heridas y quemaduras, hallándose por el suelo algunos cartuchos, y a algunos metros separados, y en distintos puntos, los fusiles de ambos, hallándose el del sargento con el cerrojo abierto y la caja partida, con manchas de sangre en la culata y el cerrojo, teniendo tostada la parte superior del cajón, la garganta y las abrazaderas, y en distinto lugar el fusil del guardia, con la culata quemada, el cerrojo abierto y varios cartuchos sueltos y desparramados, hallándose igualmente los morrales de los hermanos Nereos con una liebre, una perdiz, un mochuelo y un chaleco de A.
   Resultando que auxiliado el sargento por quienes acudieron al lugar del suceso, solo pudo pronunciar algunos monosílabos, y al ser interrogado por uno de los testigos si le habían herido los Nereos, contesto afirmativamente pero sin poder prestar declaración, falleciendo nueve horas después de ocurrido el hecho de autos.
   Resultando de las autopsias practicadas, que el sargento padeció además de algunas quemaduras graves, una herida de arma de fuego en el hombro, otra contusa en la cabeza y otra contundente en la cabeza también, con hundimiento del cráneo, siendo esta última en unión de las quemaduras sufridas, la causa de su muerte, manifestándose por los peritos la creencia de que la fractura del hueso fue producida por fuerte golpe, dado con un cuerpo duro y manejado con gran fuerza, y en cuanto al guardia consta así mismo que sufrió, aparte de varias quemaduras, dos heridas de arma de fuego en el hombro y costado derechos, siendo la última mortal de necesidad, hallándose de igual modo demostrado que las heridas causadas por arma de fuego lo fueron con munición y a muy corta distancia…”.

Croquis de reconstrucción realizado sobre el lugar de los hechos

Sentencia del Consejo de Guerra
por el asesinato de una pareja de la Guardia Civil
II

   Resultando que emprendida la persecución de los hermanos J. y A.R. desde el día 28 de julio sin resultado, se presentaron al Juez Municipal de Porcuna el día 4 de agosto siguiente, confesando ser autores de la muerte del sargento M. y del guardia V., si bien dijeron no haber conocido a los guardias al agredirlos y que obraron impulsados por el maltrato de obra de que aquellos desconocidos les hicieron objeto, contra los que descargaron sus escopetas de caza, A. sobre V., y J. supone que el arma se le disparó involuntariamente al recibir un golpe del sargento, al que hirió dicho disparo.
   Resultando que reconocidos los hermanos R. por el forense el 7  de agosto del año de autos, se observó en A. una contusión en vías de desaparecer, como de unos cuatro centímetros, en forma elíptica, sobre el tercio medio y cara posterior del antebrazo izquierdo;  una costra, consecuencia de una herida de cinco milímetros en el nivel de la barba, y otra costra lineal de dos centímetros en el hombro derecho.
   Resultando que los desperfectos en el fusil del sargento fueron tasados en 10 pesetas, 20 céntimos, los de sus ropas en 49 pesetas y una peseta 90 céntimos los de correaje, y los causados al guardia V. lo fueron en 9 pesetas 70 céntimos los del fusil, 46 pesetas en las ropas y a 2 pesetas 95 céntimos en el correaje, haciendo constar los peritos que los desperfectos del fusil del sargento hacen presumir que se ha empleado descargando con él un golpe sobre un objeto duro, pero no por caída de altura.
   Resultando que procesados los paisanos J. y A. R.M, dictado auto de inhibición por la jurisdicción ordinaria por entender que el delito perseguido era de insulto a la fuerza pública, practicadas las diligencias necesarias por la de Guerra para el esclarecimiento de los hechos y elevados los autos al plenario contra ambos encartados, el Consejo de Guerra ordinario de plaza que en la de Jaén vio y falló la causa el 25 de noviembre de 1914, pronunció sentencia declarando que los hechos perseguidos son constitutivos de dos delitos de insulto a la fuerza pública, causando la muerte al sargento y al guardia, definidos en el artículo 253, párrafo segundo del Código de Justicia militar; que del primero de dichos delitos es responsable, en concepto de autor, el paisano J.R.M., y del otro delito el procesado A.R.M., sin apreciar circunstancia alguna modificativa de la responsabilidad, y condenó a ambos procesados a la pena de muerte, con las accesorias legales para caso de indulto, y en concepto de responsabilidad al pago de los desperfectos producidos en los uniformes, armas y correajes, y a indemnizar a cada una de las familias de los interfectos en la cantidad de 3000 pesetas con cuyo fallo se mostró en principio conforme la autoridad judicial de la segunda región, de acuerdo con el dictamen de su auditor, si bien estimando que los hechos constituían un solo delito de maltrato a fuerza armada, en el que se produjo la muerte, delito definido y penado en el nº 2 del artículo 253 del Código de Justicia militar, disponiendo que con arreglo a lo preceptuado en el nº 8, artículo 28 del citado Código se elevaran los autos a este Consejo Supremo par la resolución que en justicia fuera procedente.



   Visto, siendo ponente el señor consejero teniente general D. Luís de Santiago y Manuncan.
   De conformidad, en cuanto a lo principal, con el dictamen del señor fiscal.
   Considerando que aparece fuera de toda duda que la pareja de la Guardia Civil, compuesta del sargento J.M.M. y del guardia F.V.C., en el día y ocasión de autos, se hallaba prestando servicio propio y peculiar del instituto, tanto al ejercer la debida vigilancia en la comarca confiada a los mismos, como al emprender la persecución de los hermanos J. y A.R., que anteriormente, y con repetición les habían sido denunciados por ocasionar daños en las propiedades, y además en el día de autos se hallaban cometiendo una infracción de la ley de Caza, dedicándose a ésta en tiempo de veda, vistiendo los guardias el uniforme de su instituto y usando las armas reglamentarias.
   Considerando que si bien los guardias no debieron vestir ni momentáneamente prenda alguna que no fuera de uniforme, como las blusas blancas y los sombreros de paja, ni aun para aproximarse sin ser vistos al punto en que se hallaban los cazadores, es evidente la responsabilidad de los procesados, pues se halla probado en autos que momentos antes del hecho motivo del proceso fueron avisados por el niño M. de la presencia de la pareja; y además reconocieron a esta, pues con anterioridad reconocían a quienes la formaban, y en cuanto la reconocieron se dieron a la fuga, contando además, que con anterioridad al momento en que se efectuó el encuentro de la pareja y los cazadores, el sargento M. se había despojado de las prendas que no eran del uniforme, presentándose ante sus agresores con su uniforme y armamento, con lo cual no podían abrigar los delincuentes duda racional del carácter de fuerza armada que ostentaban sus perseguidores.






    En ausencia de Don Niceto Alcalá Zamora, quién se encargara en su día de la defensa de estos reos de Porcuna, con mi autodidacta deformación jurídica, intentaré en próximas entregas llevar su defensa, partiendo de la base de que, trascurridos casi cien años desde aquellos hechos, ya es imposible exculparlos y eximirlos de sus condenas, pero si al menos, ante la duda, se puede y se debe intentar librarlos de las connotaciones negativas que encierran palabras como criminal o asesino.
    Predispónganse, lean, infórmense,  voy a necesitar testigos para un nuevo juicio. Animo a aquellas personas con la formación jurídica de la que yo carezco, para que participen haciendo comentarios, ya sean de carácter condenatorio o exculpatorio, que nos ayuden a clarificar el caso.

    Ya de entrada, se aprecia una clara contradicción en cuanto al día de autos. Para los reos el hecho ocurrió el día de Santa Ana (26 de Julio), mientras que en el primer “resultando” de la sentencia lo sitúa en el día 28, que coincide con su publicidad para prensa, que recoge la noticia al día siguiente.

Desparecida imagen de Santa Ana y la Niña




    En ausencia de testigos directos, no nos queda más remedio que recurrir a la suspicacia:
   ¿Pudieran las autoridades haber pospuesto deliberadamente la comunicación de los telegramas oficiales?  
   ¿Pudiera obedecer esa posible demora, a un intento de desligar el hecho del ágape o refrigerio que se celebraba aquel día en la cortijada de San Pantaleón, al que se había sumado la pareja de servicio?

    Independientemente de que mis demandas de participación, sean atendidas o no, seguiré ocupándome del caso con otras fuentes y testimonios que emergen a raíz de hacerse pública su condena.  




 
    Con la reclamación casi unánime de la opinión,  la calidad de los elementos que intervinieron a favor de estos desgraciados reos de Porcuna y la evidencia de los atenuantes de su delito, que una vez hechos públicos, no fueron refutados por nadie, se consiguió in extremis el indulto para Justo Ramírez, tras autoinculparse Antonio.


Manifestación pro indulto de los Nereos (Jaén)
      Por fin, la mañana del 30 de septiembre de 1915, tras nuevos intentos a la desesperada por conseguir su indulto, Antonio Ramírez Muñoz era ajusticiado en el patíbulo “a garrote vil”.
      La clase obrera de la capital jiennense dio muestras de su elevación moral, pues entre su población no pudieron encontrar trabajador dispuesto a levantar el patíbulo, faena que tuvo que ser realizada por militares.