Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

15 octubre 2013

UN PAYASO ESPAÑOL EN LA CORTE DEL SULTÁN ABDUL HAMID II DE TURQUÍA



    Antes de abandonar los territorios del antiguo Imperio Romano de Oriente, tal como prometí en la entrada dedicada al eminente y aventurero músico jiennense Fernando Aranda (Pachá), que pasó 23 años de su vida en Constantinopla bajo la protección del sultán Abdul Hamid II (1876-1909), nos ocuparemos de ese otro “artista menor” de nacionalidad española que gozó también de los favores y simpatías del máximo dignatario turco durante ese mismo periodo. Se trata de un clown, especie de payaso privado de la corte imperial, cuyas peripecias, identidad y naturaleza vamos a intentar desentrañar.
     Una primera fuente le atribuye origen catalán sin desvelarnos su nombre. Su historia aunque pudiera parecer novelesca, según el informante es rigurosamente exacta y verídica:

     Hace algunos años llegó a Constantinopla una compañía de circo para actuar en uno de los teatros de la ciudad. Fue tan grande el éxito alcanzado, que llegado a oídos del Sultán, dispuso dieran una función en palacio para su regocijo y el de sus mujeres. En la compañía había un clown español (catalán), que presentaba entre otros animalillos un cerdito amaestrado, y fue tal la gracia que el bicho y su dueño causaron en el ánimo del Emperador, que mandó se le contratara para quedarse de bufón en la corte. Se le hicieron mil proposiciones ventajosas, que él rechazó siempre con firmeza, y ante su negativa se acrecentaron mas los deseos del Sultán por retenerlo. Últimamente apeló a una estratagema de Cancillería, que le dio el resultado apetecido.
     Habiendo terminado la compañía de circo su contrata, recogió los pasaportes de todos los artistas, debidamente autorizados para embarcarse; pero en el momento de pasar a bordo, instantes antes de elevar anclas el vapor que los había de conducir, observó la policía turca que en uno de los pasaportes faltaba una firma indispensable. Era el pasaporte del catalán, a quien no dejaron pasar a bordo hasta tanto llenara aquel requisito necesario. El barco se dio a la mar con la compañía acrobática, mientras que el desesperado español quedaba solo en tierra llenando de improperios a aquellos policías imbéciles.
    El final de esta historia lo habréis adivinado. Mientras llegaba otro barco fue atendido y obsequiado en la Corte del Sultán, y tan grata le hicieron la estancia en ella, que pasan barcos y barcos sin que el catalán se acuerde de que Barcelona está en España.
    ¡Y no va más de turismo!    

    Se tratan de las impresiones del capitán Luis Azpeita de Moros que en el año 1905 viajó hasta Turquía al frente de una comisión que buscaba caballos sementales para la remonta. Recogidas en un libro publicado en 1915: “En busca del caballo árabe: comisión a Oriente”.


    En base a la naturaleza catalana que se le atribuye a este personaje bufo hemos realizado unas primeras pesquisas con vistas a intentar identificarlo.
    Entre las páginas de la prensa periódica dedicadas al mundo del espectáculo hallamos a lo largo de todo el año 1892  una Compañía ecuestre, gimnástica, acrobática y cómica dirigida por un catalán que se presenta ante los públicos como “Don Cirilo Llop”, conformada expresamente para la apertura de un nuevo circo construido en el Paralelo de la ciudad de Barcelona (Circo Español Modelo).


    Entro los integrantes de aquella numerosa troupe artística se encontraban sus propios hijos (Hermanos LLop) que actuaban como clown. Durante una gira de verano desarrollada ese mismo año por el archipiélago balear el excéntrico "Sr. Llop" incorpora a su repertorio un exitoso número con un cerdo amaestrado en el tiempo record de veinte días.

Las  Baleares (agosto de 1892)


    Conocemos por la prensa que en 1893 la Compañía inicia una gira itinerante por diferentes países europeos perdiéndosele definitivamente el rastro.

    Ligeramente anterior en el tiempo (1888) en otra compañía de gira por tierras aragonesas aparece un tal Mr. Fiori con su cerdo amaestrado.



(Conjeturas artísticas más adelante)

   En otro relato, aportado por los miembros de otra comisión militar que visitó Turquía a finales de 1904, se reproduce la misma historia anterior, aunque con ligeras variantes. Incluye también una obligada referencia al músico Aranda Pachá:

    Ha regresado de Constantinopla la Comisión Militar del Arma de Caballería que fue allí con el objeto de adquirir caballos árabes, y de la relación de su viaje que publica La Correspondencia Militar copiamos los siguientes párrafos:
    En Constantinopla tuvieron el gusto de ver a los españoles que viven en la Corte del Sultán. Vieron todos los días al famoso Aranda Pachá, del que han hablado los periódicos alguna vez. Este español, que de profesor de piano en París ha ascendido a general de división en Constantinopla, vive feliz en la ciudad del Bósforo. Tiene una hija encantadora que toca muy bien el violín, tan bien, que un día que tocó delante del sultán y su familia, una princesa se quitó de uno de sus dedos una sortija y la puso en otro de la hija de Aranda; la sortija está valorada en 17.000 francos.
     Otro español, que es capitán y goza de gran influencia en la Corte, es un jerezano, de la propia calle de Bizcocheros, llamado Juan Torres. El buen Juan Torres fue a Constantinopla de clown con una compañía ecuestre; llevaba dos o tres animales amaestrados y le hizo tanta gracia al Sultán, que le propuso quedarse en la Corte con un buen sueldo; el no quiso y entonces fue emborrachado y le hicieron perder el vapor; desde entonces allí está cobrando libras turcas a base de ingenio.
   Para ganarse el favor del Sultán amaestró en quince días un pavo. Se descosió el pantalón, y por el descosido se introdujo un pañuelo; enseñó al pavo a picar el pañuelo y tirar de él. Cuando vio el sultán la operación, creyó que el pañuelo no lo era, sino el faldón de la camisa de Juan Torres, y le hizo tanta gracia que le nombró capitán de su ejército.


(Publicado en El Guadalete de 31 de diciembre de 1904)

    Estas diferencias o ligeros juegos de despiste habría que atribuírselos al ingenio del propio clown español, que por prejuicios u otras razones no debía de sentirse demasiado interesado en que trascendiera su verdadera identidad entre sus compatriotas.
     Son varios los artículos publicados en la prensa española de principios de siglo en los que se hace referencia a las extravagancias del sultán y a su relación con los artistas, abordados casi siempre desde una perspectiva occidental bastante desconsiderada:

    Los artistas de nota que actúan en la capital de Turquía no suelen salir de Constantinopla sin exhibirse en el escenario de Yildiz. Por cada una de estas veladas paga el sultán de 4 a 5.000 francos; pero la suma nunca llega íntegra a manos del artista. La capacidad artística del sucesor de Mourad V corre pareja con su entidad moral: a un clown que trabaja con un cerdo amaestrado le adjudicó un lugar preeminente entre la troupe imperial, dándole 1.000 francos mensuales, casa comida, uniformes… y la condecoración de Medjidie.




    En las memorias del hijo del sultán (Avec mon père le sultan Abdulhamid: de son palais à la prison) también aparecen confusas referencias al domador-clown. Este le atribuye nacionalidad francesa:

    “Además de los artistas italianos (familia Stravolo) había en la corte dos franceses, llamados Bertrand y Jean. Bertrand era imitador y  prestidigitador. Cada año pedía a mi padre permiso para ir a Francia y regresaba con números nuevos. Fue él quien introdujo el cine en palacio.
      En cuanto a Jean, era domador de animales, domesticaba caballos, asnos y perros. Formaba pareja con Bertrand a la hora de escenificar sus números cómicos”.

    El príncipe parece confundir el francés con el catalán, de manera que el tal Jean debe ser el clown referido por el capitán Luis Azpeita. Traducido Jean al castellano debe corresponderse con Juan (Torres). Estaríamos posiblemente ante un clown catalán de origen jerezano. La arraigada afición por la cría y doma del caballo en esta localidad gaditana podría explicar sus orígenes dentro de un circo ecuestre.
     Conjeturas todas que nos llevan a pensar que esa familia catalana de “Don Cirilo LLop”, relacionada con el circo en 1892 pudiera ser realmente Torres, apellido común con poco tirón de cartel que sería sustituido por el de Llop (Lobo) a la hora de presentarse ante el público catalán y balear.


     Dejamos de momento el circo aparcado para hacer un pequeño paréntesis taurino que nos conducirá hasta nuevas noticias relacionadas con los avatares de nuestro protagonista tras el derrocamiento de su mecenas (1909).
     En 1910 unos audaces empresarios catalanes pretenden introducir y rentabilizar el espectáculo de los toros en el imperio turco. El gobierno, controlado por los Jóvenes Turcos, andaba preocupado por dar al pueblo entretenimientos que distrajeran sus instintos guerreros y levantiscos. Llegaron a convencerles con el argumento de que las corridas de toros en Turquía podrían ejercer la misma función terapéutica social que tuvieron las capeas en España hasta su contravenida prohibición.
     Tras obtener los permisos oportunos abordan la construcción de un coso taurino, una coqueta plaza de madera con capacidad para 10.000 espectadores.
     Los empresarios contrataron a varios toreros de segunda fila o venidos a menos, de aquellos a los que les costaba ya bastante trabajo hacerse un hueco en los carteles de las plazas españolas, que se embarcaron con sus respectivas cuadrillas rumbo hacia aquella mágica ciudad enclavada a orillas del Bósforo.
     Los espadas que se aventuraron en aquella incierta y a la vez tentadora empresa fueron el madrileño José Frutos “Frutitos”, el barcelonés de etnia gitana Antonio Vargas “Negret” y José Fernández “Chico de la Camila”.



     Se programó un primer ciclo de prueba con cuatro funciones al objeto de tantear el terreno de cara a futuros espectáculos de mayor fuste. Se obligaban a las cuadrillas a pasear vestidos con el traje de luces por las principales calles del viejo Estambul para actuar como reclamo.
     Una intensa propaganda en contra del espectáculo se extendió por toda la ciudad. La hostilidad afloró ya en el primero de los festejos, optando los matadores por no ejecutar la suerte suprema para no excitar más los ánimos del público, ya de por si calientes.


    La empresa perdió varios miles de duros, quebró, se quedaron sin cobrar toreros y cuadrillas, que se deshicieron, tirando cada cual por donde pudo y hacia donde pudo.

    Tendremos que esperar para volver a tener noticias del artista de circo Juan Torres. Será por boca del sobresaliente de la cuadrilla del Negret, que después de aquel fallido experimento taurino del año 1910 en Constantinopla no pudo regresar a España. Parece ser que fueron también los amores quienes le retuvieron.

    En 1918, todavía inmersa Europa en la Gran Guerra, el incansable viajero, traductor, periodista y escritor jerezano Enrique Domínguez Rodiño visita Constantinopla. Durante su deambular ciudadano tiene un encuentro con un español que llamó su atención:

    En un rincón del restaurante, sentado en una mesa en compañía de una mujer joven aún, pero algo ajada ya, he descubierto a un español a quien el día anterior había visto ya en nuestra legación diplomática. Al verme, ha venido inmediatamente a saludarme. Me he sentado junto a ellos. Me ha contado su historia. Era catalán, de Barcelona, y había sido torero, peón del Negret. Cuando el  Negret vino contratado a Constantinopla,  lo acompañaba él. Tras aquel fiasco quedó abandonado y desamparado. El se quedó contratado en un circo, donde en compañía de un payaso italiano que tenía un burro amaestrado y al que se le enseño rápidamente a hacer de toro, representaba una pantomima, vestido él con su traje de luces y de payaso el italiano.
    Tenía que dejarse coger frecuentemente por el borrico, porque al público le gustaba mucho ver como el animal lo mordía y lo coceaba. ¡El que una vez que el Negret había sido cogido en la Plaza Vieja de la Barceloneta por un toro de cinco hierbas, desecho de Miura, había despachado al bicho de un volapié hasta las uñas! ¡El, teniendo que torear a un burro amaestrado, mal intencionado y ladino, que lo molía a coces todas las noches para que se rieran cuatro turcos y judíos que no tenían la más remota idea de lo que era el sublime arte de Cuchares!
    Había llorado muchas veces de vergüenza y de ira; y hasta había llegado a tomarle una animadversión tal a jumento, que de no haberse llevado el Negret todos los estoques, le hubiera dado un infame golletazo el día menos pensado  delante del público. Un día se murió el italiano, y él, en vista de que no se oponía nadie a ello, se adueño del amaestrado pollino. Con el marchó contratado a Brusa, en el Asia Menor, y en aquel circo conoció a un viejo español llamado Juan Torres, malagueño, que había sido durante treinta años payaso privado de el sultán Abdul-Hamid, hasta que este fue destronado por los Jóvenes Turcos.
    El malagueño le enseño a amaestrar pulgas y gansos; llegó a tener quinientas pulgas y ocho gansos amaestrados. Se junto con una de las artistas del circo, que tenía dos monas y un mico que hacían maravillas – la mujer que estaba sentada junto a él- y unas veces en Turquía y otra en Egipto, siguieron viviendo de sus habilidades y de los bichos durante varios años. La guerra les cogió en Belgrado, y de allí pasaron a Usbuk, estuvieron luego en Veles y demás ciudades importantes de Macedonia. Cuando los búlgaros llegaron, se hallaban en Usbuk, reducidos a la más negra miseria. Los monos se habían muerto hacía mucho tiempo y no había habido ni dinero ni ocasión para reponerlos. Una docena de nuevos gansos que había amaestrado en Belgrado antes de la guerra, apretados por el hambre, y aunque con gran dolor de sus corazones, se los fueron comiendo uno a uno hasta que dieron fin de ellos. Las pulgas, como se llevaron mucho tiempo inactivas dentro de su caja de cristal, y como no tenían qué ni donde chupar, se quedaron secas. Y al pobre pollino al que había llegado a querer entrañablemente, se les quedó muerto entre Kumanovo y Egri-Palanka, camino de Sofía. El pobre animal se murió de hambre y de frio. Con el dinero que le habían dado en la legación española el día anterior, se iban a Bucarest, donde esperaban que no les fuera muy difícil encontrar contrata.
    Al terminar, con un gesto de desesperación ha dicho el catalán ex sobresaliente de Negret:
    No cal que li digui, pero li asseguro qu’ens ha ben fastidiat aquesta malchita guerra…


    Los testimonios están entresacados de un artículo periodístico firmado por Enrique Domínguez Rodiño, corresponsal de guerra para La Vanguardia, publicado en Hojas Selectas con el título de “El sobresaliente del Negret”.

    Aquí ponemos un punto y final a las indagaciones sobre la vida del ya veterano clown cortesano Juan Torres, a quien ahora se le otorga indirectamente naturaleza malagueña. Presuponemos un final de sus días muy similar al de su aventajado discípulo en el adiestramiento de toda clase de bichos vivientes, enrolado entre la troupe de una de aquellas compañías de circo itinerante. Sus restos mortales deben reposar en cualquier lugar incógnito a caballo entre la vieja Europa y Asia.
   Que Dios, Ala, Buda o cualquier otra deidad protectora, de esas a las que se encomiendan los humanos dependiendo de su cultura y situación geográfica, lo tenga en su gloria. Tienen que estar entretenidos.

13 octubre 2013

“ARANDA PACHÁ”: UN MÚSICO JIENNENSE EN LA CORTE DEL SULTÁN DE TURQUÍA.



     Antes de entrar en el largo periodo de 23 años (1886- 1909) durante los cuales vivió en la antigua Constantinopla, prestando importantes y recompensados servicios al sultán del imperio turco otomano (Abdul Hamid II), haremos un pequeño recorrido previo por aquellas fuentes que nos permiten despejar otros aspectos relacionados con su biografía.   
     El organista, pianista, músico y compositor Fernando Aranda vino al mundo en al año 1846. Falta por desentrañar si efectivamente su nacimiento tuvo lugar en tierras del Santo Reino, como sostienen algunas fuentes periodísticas, o en Madrid, donde sus padres de origen jiennense pudieran haber fijado su residencia a mediados del siglo XIX. Todo indica que nació en el seno de una familia linajuda y acomodada de aquella naturaleza (Aranda o “de Aranda”).
     Su educación musical la recibe en Madrid dentro de la Escuela Nacional de Música y Declamación (Conservatorio), establecimiento dependiente del Ministerio de Instrucción Pública que tenía su sede el Teatro Real de Madrid desde que su propio Salón Teatro resultara afectado por un violento incendio en el año 1867.



    Las primeras noticias sobre sus artes musicales se remontan al año 1876 y con el órgano como instrumento principal, en cuyo manejo parece haber desarrollado cierta maestría. Por esta fecha ostentaba el cargo de organista en la capilla de San Luis de los Franceses, figura entre el cuadro de profesores del antiguo Real Conservatorio y escribe una colección de estudios y de fugas para órgano (La escuela del pedal), así como varias fugas para piano publicadas por la casa Andrés Vidal (hijo), con la que colabora como probador de instrumentos.


    Será comisionado por el Ministerio de Instrucción Pública para concurrir a la Exposición Universal celebrada en París el año 1878, al objeto de probar y adquirir un órgano de la acreditada casa Merklin- Schütze con destino al reconstruido y remodelado Salón-Teatro del Conservatorio, arrasado años atrás por un incendio. La prueba y audición celebrada en el pabellón en el que se hallaban expuestos los majestuosos ejemplares del famoso organero aparece recogida en la prensa de la siguiente manera:

     “Hubo un momento en el que el fragor fue inmenso. Las armonías del grandioso instrumento se dilataron libres en el aire como suspiros gigantes y por largo tiempo comprimidos. Los españoles que allí estábamos escuchábamos atónitos; la música que oíamos era nuestra, la habíamos oído en nuestra patria bajo las naves augustas de las catedrales de Toledo o de León; eran composiciones de Antonio Cabezón, el organista de Felipe II.
     Sin podernos contener subimos la escalerilla del órgano para ver quién era el que en medio de aquel templo de la industria moderna recordaba la obra de un español ilustre, y dimos en los brazos de un compatriota nuestro: el que dejaba oír allí música española era español también; era un artista gracias al cual conocerá París la música sacra de los grandes maestros de los siglos XVI y XVII, un profesor madrileño llamado Fernando Aranda”.


    Con posterioridad ingresa en el conservatorio de Bruselas como discípulo del afamado músico y compositor Aguste Dupont, donde perfecciona sus conocimientos de piano y armonía. Un primer premio de piano obtenido en la capital belga forma parte de su currículo y le ayudó considerablemente a la hora de darse a conocer.
    Regresa a Madrid donde sigue trabajando como profesor auxiliar de piano del conservatorio y se prodiga como concertista y compositor. Colaboró con su maestro el pianista Manuel Mendizabal en la elaboración de los planes por los que habían de regirse las enseñanzas de piano de la Escuela. Se relaciona con músicos de la talla de Arrieta, Bretón o Barbieri.

Mendizabal rodeado de alumnos y colaboradores (entre ellos Fernando Aranda)

    En 1880 se presenta nuevamente en París, ahora como pianista, con la firme intención de proyectarse y consagrarse en su arte. Ateniéndonos a las crónicas, el público, entre el que predominaba la colonia española, le dispensó una buena acogida, calificando su éxito como “altamente lisonjero”.

Le Menestrel (11 de abril de  1880)


    Debió sentirse magnetizado por el ambiente musical parisino y por las nuevas perspectivas personales y profesionales que se le abrían en la ciudad de la luz, de modo que, al año siguiente, renunció a su plaza de profesor y montó un “Atelier Artístico” presidido por un majestuoso órgano colocado en un lugar principal de su propia casa (nº 5 de Cité Malasherbes):

    “El joven pianista y organista D. Fernando Aranda ha instalado en su domicilio un pequeño salón de conciertos con un magnífico órgano de canutería y varios salones para la enseñanza de piano, órgano, acompañamiento y música de concierto. Es digno de hacerse notar que será la primera vez que puedan tomarse lecciones de órgano en una casa particular”.
(Crónica de la Música de 23 de marzo de 1881)


     La fórmula parece ser que funcionó con éxito y su casa se convirtió pronto en centro habitual de reunión de determinada sociedad. Lo artístico y musical se mezcla en numerosas ocasiones con lo festivo, tal como queda reflejado en la crónica del animado y selecto baile de disfraces celebrado para el carnaval del año 1885, que se prolongó hasta primeras horas del nuevo día:

La Presse (14 de marzo de 1885)
    En este estado de cosas llegamos al año 1886 en que una legación diplomática turca, por el encargo del propio sultán testigo de excepción de las habilidades del músico español durante la Exposición Universal de 1878, se persona en su casa reclamando sus servicios. Contratado en principio por un año para dar una serie de conciertos en el palacio imperial, la oferta de continuidad debió de ser lo suficientemente tentadora ya que la familia en pleno terminaría instalándose en un palacete de Estambul puesto a su disposición. Algunas fuentes le atribuyen el casamiento con una joven francesa. De ser así, debió de serlo en segundas nupcias ya que su primogénito varón, el arquitecto Fernando de Aranda González, había nacido en Madrid en el año 1878.

Abdul Hamid II (sultán entre 1876 y 1909)


    Una vez instalado en la corte se le encomienda la reorganización de las bandas militares del imperio y se le concede la dirección de la orquesta imperial. Sustituye en el cargo al italiano Callisto Gautelli, que había perdido repentinamente la confianza del sultán.
   Abdul Hamid II era un gran melómano y muy celoso de la educación musical de su numerosa prole, de la que Aranda también se haría cargo. Según testimonio de uno de los hijos del sultán (Ayşe Osmanoğlu), el músico español se ganó pronto la confianza de su padre siendo elevado a la dignidad de Pachá o Bajá  y nombrado General del ejército otomano, como premio y en agradecimiento  por el especial celo y acierto en las enseñanzas trasmitidas a su hermano Mehmed Bourhaneddine (favorito de sultán para la sucesión), a quien convirtió en un pianista de talla excepcional.
    Tendrán que pasar bastantes años para que lleguen hasta nuestro país noticias del rango y sobre la labor desarrollada en Turquia por este eminente músico de origen andaluz.
    Fue en el año 1905, al regreso de una comisión militar española desplazada hasta aquellas tierras para proveerse de caballos sementales, cuando se divulgan los  singulares agasajos de la que fue objeto por parte de un general de división del ejército turco, natural de Jaén, “Aranda Pachá” (Fernando Aranda):

   “Aranda Pachá disfruta de una renta de 60 o 70 mil francos anuales, siendo considerado como una de las principales figuras de aquel imperio”.

    (De un artículo reproducido en diferentes cabeceras titulado “Un andaluz general turco”)


    De un libro publicado algunos años después por uno de los militares que participaron en aquella expedición podemos extraer nuevos detalles sobre la vida de nuestro protagonista:

    “No puedo menos de anotar como curiosidad las dos personalidades españolas que forman parte íntima de la corte del sultán Abdul Hamid. La primera es el General turco Aranda Pachá, General de las músicas del Ejercito otomano y su reorganizador, persona muy culta y de trato afable y simpático. En su casa, en donde invitó a la comisión para almorzar con su distinguida familia, oímos de sus labios el relato de su historia.
    Casado en París con señorita francesa, dedicábase a su profesión de músico en conciertos y lecciones particulares, cuando se le ofreció la plaza de profesor de piano de los hijos del Sultán. Aceptada con la condición de no perder su nacionalidad española, donde dio lecciones de piano a los Príncipes y Princesitas, recibiendo además el encargo de reorganizar las bandas militares, y tan a satisfacción del sultán desempeñó y desempeña todavía su cometido, que le colma de honores y esplendidos regalos, ascendiéndolo hasta la categoría y sueldo de general que hoy disfruta (1905)”.



     El otro español residente en la corte era un artista de circo, también de origen andaluz, detrás del cual hay una historia suficientemente pintoresca y pinturera como pare dedicarle un capítulo aparte (véase nueva entrada).
     Un tercer español, no mencionado en esta fuente, que gozó también del favor y  simpatía del sultán fue el tenor navarro Manuel Huarte, nombrado comandante del ejército con el estipendio correspondiente.
     Según Wenceslao Ramírez de Villaurrutia, embajador de España en Turquía entre 1894 y 1896, el sultán se mostraba especialmente contento y satisfecho con aquellos españoles que estaban a su servicio, porque, según decía, vivían  alejados de la política y de las intrigas, que eran el pan cotidiano palatino.
    Por lo visto Abdul Hamid no era tan bárbaro y sombrío como se le pintaba desde el mundo occidental. Además de cultivar la poesía era un verdadero apasionado de la ópera,  llegando incluso a componer. A su especial empeño se debe la creación del Teatro de la Opera del Yildiz para cuyas representaciones era imprescindible el concurso de sus favoritos españoles.
   En 1907 Aranda Pacha obtiene permiso del sultán para reencontrarse con su patria. Viaja acompañado de su única hija, llamada Germaine, que al igual que el resto de sus hermanos recibió una refinada educación, propia de la élite social y cultural otomana. Su padre hizo de ella una virtuosa del violín. 

Germaine de Aranda
     Escala obligada en aquel periplo era su tierra de origen:

(Octubre de 1907)


    Joaquín López Barbadillo en la sección “España Famosa” del diario “El Imparcial” le dedicó un extenso y grandilocuente artículo titulado “Aranda Pachá”:

    “Este Pachá nació en la misma hidalga tierra donde nos dijo Baltasar de Alcazar que viviera  Don Lope de Sosa; pero salió de allí con sed de luchas y de riesgos, y por el mundo anduvo en lances de amor y de fortuna, y Fortuna y Amor lo llevaron hasta las playas de Estambul”.

(El Imparcial de 12 de octubre de 1907)
     El derrocamiento se su benefactor en abril de 1909 supone un nuevo giro brusco en la vida de la familia Aranda. El Maestro Aranda fija su residencia en la Ciudad Condal retomando las clases de piano y los conciertos de música de cámara como actividad profesional.
     Especialmente centrado ahora en la proyección de la carrera musical de su hija, la violinista Germaine de Aranda, a la que acompaña al piano. Templos de la música culta de Barcelona como el Liceo, el Palau de la Música, el Palacio de las Bellas Artes o el Orfeón Catalán acogieron sus exitosas actuaciones, que contaban con el especial atractivo para el público de que entre sus programas se incluían composiciones de los más célebres músicos otomanos.

Concierto de la familia Aranda en el Orfeón Catalán (1914)


   Terminaría convirtiendo su domicilio en una exitosa academia de música dirigida por su delicada y cultivada hija Germaine, que además del violín dominaba el canto y el piano. Su clientela la constituían mayormente señoritas pertenecientes a la aristocracia y a la alta sociedad catalana.




Germaine con su selecta clientela


     Fernando Aranda fallece en Barcelona en 1919. Poco antes del final de sus días donó al Orfeón Catalán, que tanto le había favorecido a la hora de integrarse en la sociedad musical barcelonesa, todo el material de orquesta y las obras sinfónicas que había acumulado durante el tiempo que fue intendente general de las músicas de Turquía.
     Sería cuestión de investigar sobre el paradero actual de estas partituras, si finalmente han conseguido sobrevivir a los avatares históricos. Pudiera incluso ser una rica fuente informativa para los estudiosos de la música del imperio otomano.  
      Dificultades idiomáticas nos han impedido acceder a documentos sonoros sobre la producción musical de Aranda Pachá.
     Irrespetuosas fuentes periodísticas le atribuyen la autoría del Himno Real Turco:

(Agosto de 1901)
     No hemos sido capaces de certificar su responsabilidad. Según la Wikipedia el himno del imperio otomano durante el sultanato de Abdul Hamid II (1876-1909) fue el Hamidiye cuya música fue escrita por un tal Yesarizade Ahmed Neci Paşa. Por si acaso nos despedimos con sones otomanos acompañados de una bonita selección de imágenes con historia: pinchar aqui.

FUENTES UTILIZADAS

Hemeroteca Digital de la BNE, Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, Portal Gallica (Bibliotheque Nacionale de France), ARCA (Archivo de revistas catalanas antiguas), Biblioteca Digital Hispánica, Otras Hemerotecas y Bibliotecas Digitales.

Diccionario Biográfico y Bibliográfico de Músicos Españoles y Escritores de Música españoles, portugueses e hispano-americanos antiguos y modernos: acopio de datos y documentos para servir a la historia del arte musical en nuestra nación por Felipe Pedrell. Barcelona 1897.

Revista de Estudios Musicales de Mendoza (Argentina). Números 5-6. Año 1951 (vistas parciales).

Azpeitia de Moros, L. / En busca del caballo árabe:comisión a Oriente. Madrid: 1915 (Est. Tip. Sucesores de Rivadeneyra).

Marques De Villa Urrutia / Palique Diplomático. Recuerdos de un Embajador. Madrid 1925 (vistas parciales de google book).

Ayşe Osmanoğlu / Avec mon père le sultan Abdulhamid:De son palais à la prison. 1ª edición, París 1991.

01 octubre 2013

Los orígenes del Marquesado de la Gorgoracha.



    La Gorgoracha es un caserío perteneciente en la actualidad al termino municipal de de la localidad granadina de Vélez de Benaudalla. Está formado por multitud de cortijos diseminados, hoy abandonados o convertidos en estancias esporádicas de fines de semana o vacaciones.
    Perteneció a Motril desde el siglo XVII hasta fines del XIX, época en la que se produce su segregación definitiva.  Hasta hace poco gozó de gran actividad agrícola y ganadera, especialmente en lo que se refiere a la cabaña caprina, cultivos de secano y utilización de tierras para pastos.

     En 1860, año en que se concluye la obra de fábrica del impresionante túnel de bóveda de medio cañón que lleva su nombre, con el que se paliaba la histórica incomunicación entre Granada y su costa, La Gorgoracha todavía pertenecía al término de Motril. 


      No podemos precisar el año exacto del nacimiento de este título nobiliario. Fue durante el denominado Sexenio Democrático (1868-1874), entre la Gloriosa y la Restauración Borbónica. La primera persona en ostentar el título fue un motrileño a quien el cambio de color de su sangre le costó una respetable cantidad de las recién nacidas pesetas. Tampoco, de momento, podemos aportar la identidad de este advenedizo noble motrileño. Absténgase, mientras tanto, los aficionados a la heráldica y a la genealogía de consultar los manuales al uso.
      El I Marques de la Gorgoracha a la hora de adquirir tal rango contó con la inestimable ayuda de otro motrileño, cercano y muy bien relacionado con un importante y pintoresco presbítero granadino de apellido Segura, popularmente conocido como “Segurilla".

El cura Segura: de la admiración al escándalo.





    Desconocemos cómo y cuándo fija su residencia en Granada. Parecía tener mucho dinero. Vestía lujosamente, mas de seglar que de clérigo. Se hizo capellán del regimiento de Voluntarios de la Libertad (o milicianos), que le atrajo las simpatías de los revolucionarios, sin que dejaran de aficionársele los reaccionarios por su carácter sacerdotal y el fasto, casi de príncipe de la iglesia, del que se rodeaba.
    Cuando vestía de negro lo hacía con el corte propio del sacerdote italiano; muchas veces usaba el habito morado, pero sin cruz pectoral, y decía que era el traje propio del camarero honorario de su Santidad. Se instaló con cierto lujo y  bastante boato. Amuebló su casa admirablemente llenando sus pareces con retratos del Sumo Pontífice, de la mayor parte de la Corte de los Cardenales que a la sazón existían y de muchos príncipes de las casas reinantes, todos ellos con dedicatorias muy cariñosas y efusivas hacia su persona.
    Su escritorio estaba lleno de cartas con membrete de la Corte de Baviera y de la Corte Pontificia. Hasta el propio Arzobispo de Granada, D. Bienvenido Monzón Martín y Puente, se hizo acreedor de su confianza, cuando costeó la novena en honor de Nuestra Señora de las Angustias (patrona de la ciudad). Asistió a todas y cada una de las funciones religiosas acompañando al Arzobispo, sentados ambos en dos doseles colocados en un lugar preferente del presbiterio de la Iglesia de las Angustias.

D.Bienvenido Monzón Martín y Puente (1820-1885)

    De su casa se contaban maravillas: que tenía estatuas de plata, cuadros de Murillo, Alonso Cano y  otros maestros de la pintura española. Nadie dudaba de las riquezas y pompas del curilla, que pocos años antes había salido de Granada muy pobre. Se decía que había ganado millones jugando a la bolsa y que tenía intimas relaciones con Rivero, Becerra y otros prohombres de la Gloriosa.
    Cuando daba sus últimos coletazos la Primera Republica en España se destapa la audaz estafa tramada por Segurilla, así conocido por su aspecto físico nada extraordinario: era de color moreno y de estatura más bien baja, vivo de genio, ojos chispeantes con cierta fuerza sugestiva favorable para sus planes de codicia, que a la postre le llevarían al arresto y posterior ingreso en prisión:
    Dice el Diario Español:

   “Hoy se ha dicho que la  prisión del cura Segura en Granada, es debida a habérsele encontrado algunos documentos y  papeles relacionados con la muerte del general Prim”.

    Esta escueta nota informativa es lo único que hemos sido capaces de encontrar sobre este novelesco affaire entre las páginas de la prensa histórica digitalizada. Esta tomada de un diario de tirada nacional (El Imparcial de 1 de noviembre de 1874). Entre las colecciones de prensa histórica granadina, que pudieran clarificarnos el asunto, no aparecen ejemplares de ese año.
    Ha sido en un artículo publicado en El Defensor de Granada, bastantes años después, salido de la pluma del periodista y escritor cordobés Rodolfo Gil, del que nos venimos nutriendo hasta ahora, donde encontramos todos los pormenores de la rocambolesca historia de la estafa perpetrada por este sacerdote.
   Su presunta relación con el asesinato del general Prim debió de ser una cortina de humo para desviar la atención de la verdadera naturaleza de sus delitos. Presuponemos que por aparecer mezclada la todopoderosa iglesia católica, apostólica y romana y por  hallarse implicados famosos, adinerados e incautos personajes granadinos, entre ellos algunos pertenecientes al orden sacerdotal, el asunto no se aireó demasiado.
    Según Rodolfo Gil, “Segurilla” era en Granada y España toda, representante de una sociedad secreta revolucionaria, que por medios pacíficos, iba a trastornar el mapa político de Europa. De aquella fantástica sociedad formaban parte, entre otros, Moltke, Bismark y el mismísimo Santo Padre (Pio IX). Así constaba en los documentos hallados por la policía en su casa y puestos a disposición del Sr. Juez.
     Un sacerdote granadino, perteneciente al pelotón de incautos que le habían aflojado importantes cantidades de dinero, observó que en un escrito de su puño y letra redactado en latín había considerable número de errores gramaticales, lo cual le hizo sospechar, y  por ahí, por ese hilo, se descubrió el ovillo, y se vio que era un farsante y estafador que había engañado a medio Granada.
     El timo seguía los siguientes pasos:
     1º  Segura atraía a sus víctimas, deslumbrándolas  con el brillo de la aparente opulencia de su casa y de su persona, y las iniciaba en los misterios de la sociedad secreta.
     2º  Los seducidos cuando ingresaban en la sociedad tomaban un título pomposo y se obligaban a soltar 25.000 duros.
     3º  Como pocos eran capaces de aportar en efectivo tan respetable cantidad, el presbítero Segura, en nombre y con poder de la sociedad, se ofrecía para cubrir el resto con unos papeles litografiados a modo de billetes de curso legal.
     Como mínimo trincaba entre 2.000 y 10.000 duros de cada incauto estafado, que además se obligaba a firmar, sin reparo alguno, un pagaré por la diferencia adeudada. 



    No trascienden los nombres de los mismos, sólo sus dignidades:

    “Un barbero de Granada, muy acreditado, soltó 3000 duros a cambio del título de general de…; un farolón de un pueblo de la sierra aflojó más de 5.000 por el título de Príncipe de las Alpujarras; y un pollo, que en Motril tenía un buen empleo, también fue víctima de Segurilla, a quien sirvió de criado, habiendo ido una vez a Bilbao a depositar en el correo una carta que contenía hondos secretos de la Sociedad”.

     Este último sedujo a su vez a otro motrileño, que embaucado dio al cura 3.000 duros y tomó de sus manos el título de “Marqués de la Gorgoracha”. Se había enriquecido de pronto y tenía la vanidad del plebeyo endiosado, amén de los humos del marquesado que creía poseer desde que Segura le otorgó tal título.
     Se contaba que el motrileño de la Gorgoracha trataba de marquesa a su mujer y solía decirle: “No sabes darte tono. Ponte el sombrero o la capota y no te lo  quites ni para entrar en la cocina. Las marquesas son siempre marquesas, hasta roncando”.
     Todos los títulos expedidos llevaban aparejados un sueldo por un importante montante anual que se haría efectivo el día del Triunfo.
     Entre su variado catálogo de condecoraciones y distinciones se hallaban también los títulos pontificios, cruces de San Gregorio Magno y otras del mismo abolengo, y hasta medallas honoríficas de las otorgadas por las grandes naciones europeas.



     Cuando fue llevado ante el juez tuvo que responder a la siguiente pregunta:

     ¿Para qué quería usted estos billetes de 1.000 a 10.000 duros?

      En Suiza, contestó este, vive un amigo mío tan rico y tan caprichoso que ha empapelado una de sus habitaciones con  Billetes del Banco de Londres, y  yo, que no soy tan rico, me he dado el gusto de inventar esos billetes especiales con un fin idéntico, pero no me ha dado tiempo para empapelar mi gabinete.

    Así, con más o menos ingenio y cara dura, respondía el autodenominado “Señor de los Siete Estados Libres” al interrogatorio del señor juez. Fue condenado, aunque según Rodolfo Gil la pena que le fue impuesta no fue demasiado dura, ya que la mayoría de los estafados, que fueron muchos, no presentaron denuncia y negaron el engaño por la sensación de ridículo que sobre ellos pesaba.
    Su estancia en presidio apenas si sobrepasó el medio año ya que logro fugarse:

   “De la cárcel de Granada se ha fugado el famoso cura Segura con todos sus consortes. Los empleados están procesados, pero los fugitivos no aparecieron”.

(La Epoca: 5 de mayo de 1875)

     De esta nota se desprende que algunos de sus principales compinches (consortes) fueron también detenidos y condenados. Presumiblemente entre ellos se encontrara aquel joven motrileño que actuara como su criado y secretario particular, a la postre, responsable último del nacimiento del Marquesado de la Gorgoracha. La colección de sombreros de la marquesa consorte quedaría, por vergüenza, arrumbada en el lugar más inaccesible de su aireado palacete de recreo.  


    Las noticias sobre el destino final del cura Segura proceden también del artículo de Rodolfo Gil inserto dentro de un libro titulado “El país de los sueños. Páginas de Granada”  publicado en el año 1901 (capítulo VIII: Tipos y costumbres), durante la etapa en la que el escritor y periodista perteneció a la redacción de El Defensor de Granada.

(Diario de Córdoba 10 de octubre de  1901)


    Existe de este libro una bonita y cuidada edición facsimilar publicada por la casa editorial Albaida en año 1992.



     Parece ser que el cura Segura pudo escapar de la cárcel granadina gracias a sus tretas y especiales dotes de persuasión:

    “Huyó al extranjero donde,  hace doce o catorce años, se dijo que había muerto de muerte natural, según unos, y violenta, según otros”.

    Puestos a darle rienda suelta a la imaginación, hasta pudiera darse el caso, visto el cúmulo de intrigas y situaciones inverosímiles, que su fuga fuera orquestada por los servicios secretos de alguna cancillería europea o por el propio estado Vaticano, para evitar que salieran a la luz detalles de esa supuesta trama conspirativa.
    Difícil tarea la de discernir cuanto de histórico y de literario tiene la prosa de Rodolfo Gil. El caso, según esas escuetas noticias aparecidas en la prensa, fue real. Resulta extremadamente anómala la escasa o casi nula cobertura que se le prestó en las cabeceras de la prensa periódica nacional, dado su especial corte novelesco y sensacionalista.
    De momento hemos de considerar al “Marques de la Gorgoracha” como un personaje nacido de la ficción literaria hasta que seamos capaces de dar con fuentes que certifiquen la verosimilitud de esta historia.
    Además de la prosa de Rodolfo Gil nos hemos servido de las vistas parciales de un trabajo aparecido en un número de la Revista de criminología, psiquiatría y medicina legal del año 1921, editada por el Instituto de Criminología de la Penitenciaria Nacional en Buenos Aires. Aparecen en él nuevos y diferentes detalles, que nos hacen abrigar la esperanza de pudiera beber de una de esas voluminosas colecciones de Jurisprudencia, todavía inaccesible, que nos permita con el tiempo ponerle nombre y apellidos al primer y último Marqués de la Gorgoracha.

28 septiembre 2013

LA FUENTE DE SAN ROQUE



    Primera fuente de agua destinada al consumo de la población de Castro del Río ubicada en un espacio abierto extramuros al que terminará dando nombre: “Llano de la Fuente”.
    No hemos sido capaces de dar con las fuentes necesarias con las que fijar su datación exacta o aproximada. Por los sencillos elementos arquitectónicos que la conforman, y especialmente por ese frontón partido que corona la hornacina del Santo, podríamos encuadrarla dentro del estilo barroco (siglo XVIII), aunque debió verse afectada considerablemente su factura original durante las obras emprendidas a raíz de la primera traída de aguas al municipio iniciadas durante la I Republica.
    Nos ha llamado poderosamente la atención el número de fuentes existentes bajo la advocación de San Roque diseminadas por las diferentes villas y ciudades de la geografía hispana.  La popularidad de San Roque, conocido por su faceta de protector de los animales, obedece mayormente a su intercesión a la hora de librar a las poblaciones de epidemias y contagios. De ahí su asociación al agua y a las fuentes, cuya insalubridad solía ser factor determinante en la propagación de las mismas.
    Presuponemos que el agua de la Fuente de San Roque debía de proceder en un principio de pozos y aljibes situados en la parte alta de la población que llegaban hasta la misma a través de sencillas conducciones aprovechando el desnivel del terreno. Su caudal debió ser parco e insuficiente como para cubrir las necesidades de agua potable de la población, que tenía que recurrir a fuentes como La Higuera (camino de Doña Mencía) o La Minguilla (camino de Bujalance). Son éstas las que aparecen relacionadas en el artículo del Diccionario de Pascual Madoz (1846-1850), en el que, pese a su exhaustividad informativa, no hay mención alguna a la fuente de la que nos venimos ocupando.

Fuente de la Minguilla

   Por los extractos de las actas capitulares recogidos en el trabajo de Francisco López Villatoro (La Villa de Castro del Río 1833-1923) conocemos que las autoridades municipales republicanas en 1873 compraron al “Conde de Zamora” la fuente de La Higuera y dos fanegas de tierra colindantes al objeto de abordar la traída de aguas hasta la población para evitar esos largos desplazamientos que tanto la encarecían. Se allegaron fondos a través de un arbitrio especial sobre el trigo y el aceite.



     Será una sociedad titulada “La Productora” la encargada de acometer tal empresa. Los trabajos técnicos fueron llevados personalmente por su director gerente don Santos María Pego. El plan inicial contemplaba hacer llegar el agua a través de dos tuberías diferentes. Una procedente de la fuente de La Higuera, que había de llevar el agua hasta unos surtidores ubicados en Llano de la Iglesia, y otra, procedente de la Vereda de la Moza que llegaría hasta la Plaza de la Republica, recogiendo el sobrante el Llano de la Fuente.
     Aunque iniciados los trabajos a finales de 1873 y proyectada su conclusión para finales de 1874, incumplimientos en los pagos por parte de la corporación y desavenencias con la empresa retrasaron su realización definitiva hasta el año 1877. Por economías se descartaron los anteriores emplazamientos, llegando el agua a través de una sola tubería hasta la Fuente de San Roque.
    El 8 de diciembre de 1877, a las cuatro y media de la tarde, las aguas llegaban por primera vez a su destino. El acto inaugural estaría revestido de una especial solemnidad festiva:

Aguas

    “El día 8 entraron en Castro del Río las destinadas al abastecimiento de aquella  población, alumbradas y conducidas a ella desde cuatro mil seiscientos metros de distancia por nuestro amigo Don Santos María Pego, a las que se agregarán en breve nuevos alumbramientos de La Higuera y Vereda de la Moza. Al acto de inauguración asistió el clero, el municipio y un inmenso gentío, en el que se hallaban representadas todas las clases de la sociedad. Se bendijeron las aguas al empezar a brotar por los grifos vasculares de que está dotada la fuente, y hubo músicas, cohetes, cucañas y una fuente de vino con la que el ingeniero obsequió al vecindario, pronunciándose un discurso alusivo al caso por el Teniente de Alcalde don Juan Rafael Romero. De la Fuente de San Roque, que así se llama, salía agua a borbotones, causando las delicias de aquellos vecinos, viéndose  el entusiasmo reflejado en todos los semblantes, efecto sin duda de verse libres de tan onerosas cargas que sobre ellos pesaban.  Al dar la enhorabuena al pueblo de Castro la damos también a su Ayuntamiento por haber llevado a feliz término la obra empezada hace algunos años, y muy particularmente a nuestro amigo el Sr. Pego, quien con tanto acierto y diligencia supo alumbrar las aguas y conducirlas a la población”.


(Diario de Córdoba 14 de diciembre de 1877)
    El venero de vino costeado por el Sr. Pego debió secarse esa misma tarde, mientras que los prometidos nuevos alumbramientos jamás llegaron y los pozos destinados al suministro de la fuente de San Roque bajaron pronto su nivel mostrándose insuficientes para el suministro urbano.
    A destacar ciertas normas de cortesía imperantes entre la clase política de la época. Como la traída había sido iniciativa de la corporación municipal republicana presidida por Don Tomas del Rio Luque, el encargado de dar el discurso protocolario en el acto oficial de inauguración fue Juan Rafael Romero, teniente de alcalde y concejal perteneciente a la minoría demócrata republicana.
     En el recorte de la fotografía de Baltasar Castella (1915), que utilizamos como ilustración en la cabecera, se aprecia perfectamente una especie de depósito abovedado para almacenar las captaciones de aguas, que desconocemos si pertenece a ese proyecto o si fue ejecutado con posterioridad por la Sociedad Anónima La Salud, concesionaria del abastecimiento de aguas potables al municipio a partir de 1912.

Santos María Pego y Díaz (1834-1905)


   El dadivoso ingeniero e inventor del artefacto vinatero que sirvió para festejar la traída de aguas a Castro, Santos María Pego y Díaz, era un gallego natural de El Ferrol instalado con negocios en Córdoba a partir de 1867. Su profesión original fue la de guarda de faro, que desempeño primero en Cádiz y con posterioridad en el archipiélago canario, donde dejó su impronta como fotógrafo. Su formación técnica la suponemos autodidacta. Autor de numerosos ingenios y patentes industriales. Cuando desapareció La Productora se dedicó a la explotación del negocio de la sal. Concretamente en el término de Castro del Río explotó las salinas del cortijo de Doña Esteban.
    Sobre la suerte final de la desaparecida fuente de San Roque dispongo de algunas noticias difusas en mi cabeza que me remiten a un emplazamiento festivo de la localidad donde al parecer estuvieron apiladas sus piedras durante largo tiempo tras ser desmontada. Sería de agradecer la colaboración de los castreños en apartado de comentarios para clarificar esta cuestión.