Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

03 marzo 2012

"Letras encadenadas: los manuscritos conventuales de Castro del Río".


      En esos apuntes biobibliográficos que ido trazando sobre los autores, naturales o no, de Castro del Río, que a lo largo de los siglos se ocuparon de su historia, ya he relatado el pasaje sobre “la fatal voracidad” del horno bizcochero de las monjas del Convento de Santo Domingo de Scala Coeli de esta villa. La carestía de papel debió de unirse a la ingenuidad e ignorancia de sus moradoras, para que durante toda la centuria del XIX, canastas rebosantes de papeles viejos, escritos a mano, fueran menguando paulatinamente, usadas en su obrador como base para los dulces.
      Tal circunstancia la conocemos gracias a Rafael Ramírez de Arellano que la incluye en su “Ensayo de un catálogo bibliográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba”, publicado en 1916. La información parece proceder indirectamente de un tal Rodríguez Carretero (menor). Dice así:

     “He visitado el convento de monjas de Castro, y preguntándole a su superiora por las obras que quedan reseñadas, me dijo que tanto esas como la del obispo Juan de Leyva las habían destruido, gastando las hojas en el horno para que no se manchasen de ceniza las tortillas de azúcar al cocerlas. Tienen aún dos canastas de cartas y papeles de Fray Juan de Castro, enlegajados y rotulados por él, que me prometieron no quemar, pero de cuya promesa no puedo por menos de dudar. Aunque hemos advertido al señor obispo del peligro que corren tales papeles, no creemos que los reclame ni salve del terrible horno”.


      Con posterioridad me he percatado de que la noticia esté recogida también dentro del Inventario Monumental y Artístico de la provincia de Córdoba, entregado en 1904, del que es autor el propio Ramírez de Arellano. Coincide en cuando a la autoría de los papeles afectados por la quema, aunque es él mismo quien actúa como testigo presencial del hecho y de las advertencias. Se servirá, precisamente, de un manuscrito, de los que aún conservaban las monjas, escrito por el carmelita descalzo Fray Pedro de Jesús, para documentarse sobre la fundación y orígenes del convento:


      Dice a renglón seguido:

      “Creemos que este libro se salvara, gracias a nuestra visita; porque en el convento había muchos manuscritos, entre otros, las obras del Obispo de Almería Don Juan de Leyva Cordovés y los catalogados por Gallardo de Fr. Juan de Castro; pero según confesión de las monjas los han gastado en colocar las hojas en el horno para tostar tortillas de azúcar y otros dulces, porque según ellas, no servían unos manuscritos cuyos renglones eran unas cadenitas completamente ilegibles. Textual. Hicimos comprender a las madres el error en que estaban y les recomendamos se abstuvieran de tostar el manuscrito citado y dos canastas de cartas y papeles sueltos que aún quedaban del Obispo Leyva y del padre Castro; y como prometieron hacerlo así, creemos que lo cumplirán y se conservarán estos papeles para cuando haya en Castro alguien curioso que los examine y estudie. En el Ensayo para una biblioteca de libros raros y curiosos podrá ver el lector el extracto hecho por Gallardo de los manuscritos de Castro y se podrá calcular lo que la ignorancia de estas señoras ha causado a las letras patrias y a la historia de su pueblo. Después de todo, la culpa, más que de ellas, fue de los visitadores de la diócesis que han debido impedir tal desaguisado”.

Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CSIC)
      Esta segunda versión, sobre los avatares de los papeles viejos de las monjas, es anterior en el tiempo a la que encubiertamente (Rodríguez Carretero menor) da en su “Ensayo de un catálogo bibliográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba”, publicado a expensas del Estado en 1916, tras ser premiada la obra por la Biblioteca Nacional en concurso público. Estimo, que sería precisamente esa publicidad la que le obligara a ser más cauto a la hora de atribuir responsabilidades a quienes deberían haber impedido “tal desaguisado” (la diócesis).
      Lo que parece que si surtió efecto, fueron los consejos y regañinas para con las monjas y esa especie de desiderata de preservación a merced de futuros curiosos.
     Un sacerdote de origen castreño, don Francisco Navajas Camargo, a la sazón, claustral del Seminario de San Pelagio Mártir de Córdoba, en el acto inaugural del curso académico 1916-1917, ocuparía la tribuna para, durante cuarenta minutos,  pronunciar  “un magistral discurso biobibliográfico sobre el insigne don Juan de Leiva Cordobés, uno de los más preclaros alumnos del Seminario”. 

El Defensor de Córdoba
      Este trabajo, vería la luz finalmente a través de la imprenta, ese mismo año de 1916.
      No es el caso de los famosos manuscritos referenciados por Bartolomé José Gallardo salidos de la pluma del carmelita castreño Fray Juan de Castro. De toda su obra, la que, a mi juicio, pudiera tener algún mérito o interés, desde el punto de vista historiográfico, es aquella, que el propio Gallardo tuvo en sus manos y extractó en su "Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos", intitulada “De los escritores naturales de Castro del Río…”, en agradecimiento a la amistad salvadora que trabara con aquel casi nonagenario fraile, durante sus años destierro o confinamiento en la villa del Guadajoz.
     Mi sorpresa fue mayúscula, cuando, documentándome para la entrada en la que me ocupé del trato, “entre garamantas fieros”, dispensado en Castro al ilustre polígrafo y “príncipe de la bibliografía española”, me topé con una referencia que me hizo concebir esperanzas sobre la posibilidad de que el citado manuscrito se mantuviese vivo.
      Fui dando los pasos pertinentes hasta poder verificar su existencia. La obra “De los escritores naturales de Castro del Río”, pude contrastar que se hallaba catalogada, con la signatura  M-90, dentro de la colección de manuscritos de la Biblioteca de la  Universitad de Oviedo. Cursada y atendida la solicitud, he conseguido finalmente ponerla delante de mis ojos. La posibilidad de que pudiera tratarse de una copia del original, quedó descartada desde un primer momento, por la guarda del mismo donde se dice: “fue comprado en Toledo a un sobrino y heredero del Sr. B.J. Gallardo”.



     Cómo es de bien nacidos ser agradecidos, y los profesionales de esta biblioteca han tenido el gesto generoso de ponerla a disposición de todos los castreños (las gestiones se han hecho a través de la Biblioteca Pública Municipal), cual era mi propósito, que menos, que reconocer el trabajo de esta institución universitaria asturiana, con un video ilustrativo sobre su riqueza bibliográfica y documental, que además nos permite informarnos sobre la también azarosa historia de sus fondos:




      ¿Qué quieren decir esas anotaciones en la guarda?

      Si tenemos en cuenta que Fray Juan de Castro fallece en 1828, estando aun Gallardo desterrado en Castro, habría que contemplar la posibilidad de que el fraile hiciese a su amigo “el bibliógrafo” custodio de su más preciada y preciosa obra. No descarto tampoco, que Gallardete, haciendo gala de esa fama de “bibliopirata”, que le atribuyera Serafín Estébanez Calderón, aprovechándose de la soltura con la que se movía por la biblioteca del convento del Carmen, del que era vecino, pudiera haber arramblado con ella al abandonar la villa.
      De cualquier manera, por las circunstancias que fueran, se evitó que esa obra estuviese entre las que el padre Castro legara a su muerte a las monjas dominicas o pasaran a su convento después de la exclaustración del Carmen. Lo más probable, en caso contrario, es que hubiera sido horneada en primera instancia por aquellas monjas encargadas de la dulcería, o en un postrero momento, pasto de las llamas provocadas por la furia desatada por "descontroladas hordas iconoclastas” que asolaron el convento tras la militarada del 18 de julio de 1936. El manuscrito sobre la fundación, ya referido, de Fray Pedro de Jesús, le presuponemos perdido en aquel segundo y también fatal envite contra el patrimonio histórico artístico de la localidad.

      En adelante, una vez leído y desgranado detenidamente este opúsculo, iré derramando todo aquello que considere de interés, así como me veré obligado a reeditar, con los nuevos aportes, las entradas dedicadas a Juan José Jurado Valdelomar y al propio Fray Juan de Castro. Curiosamente, a Fray Miguel Rodríguez Carretero, coetáneo y hermano de orden, no le dedica apartado alguno, es más, en un primer visionado realizado, a salto de mata, no he sido capaz de encontrar si quiera una mención.   

  

01 marzo 2012

El espionaje alemán en Fuerte del Rey durante la Gran Guerra.


     En 1914, descarados intereses imperialistas de las potencias europeas desencadenarían la “Gran Guerra”, como sería denominada originariamente a la Primera Guerra Mundial.
     España, después de la debacle del 98, desempeñaba un papel de segundo rango en el marco europeo . El hecho de carecer de un potencial militar y económico suficiente, como para presentarse como aliado deseado para los bloques en conflicto, le permitiría mantenerse al margen del mismo, adoptando desde un principio una postura de obligada neutralidad, lo que incidiría favorablemente en la reactivación económica del país, ya que su industria terminaría convirtiéndose en principal fuente de suministro para los bandos en conflicto.
     Pese a la neutralidad oficial, la guerra dividiría a la opinión pública española de la época. Mientras que para las derechas (partidos dinásticos), Alemania y sus aliados representaban el orden y la autoridad, en cambio, para las izquierdas, a Francia e Inglaterra, les asistía “la causa del derecho, la libertad, la razón y el proceso contra la barbarie” (discurso de Lerroux).
    Los servicios de espionaje, intentarían y conseguirían, en más de una ocasión, extender sus redes e infiltrarse en periódicos, partidos políticos y hasta sindicatos, sembrando simpatías y discordias.
    La exigua dotación militar del pueblo de Fuerte del Rey (Jaén), compuesta por tres alguaciles o guardias municipales, celosos cumplidores de sus deberes, y temerosos de que el espionaje pudiera comprometer la seguridad y neutralidad de los escasos 700 habitantes del lugar, es la protagonista directa de la anécdota en la que nos vamos a detener a continuación.



     Salta a la prensa merced a la pluma de un ingenioso gacetillero del Diario de Córdoba (Félix Lorenzo), que sabe adornarla y revestirla de la ironía y guasa festiva necesaria para hacerla especialmente atractiva.

FIGURAS DE EPOPEYA
El alguacil de Fuerte del Rey

     Fuerte del Rey no es otra cosa, pese a su nombre altísono, que un humilde lugar de setecientos vecinos, apaciblemente asentado en una llanura de la provincia de Jaén. Vive consagrado a la cría de cerdos, ovejas y gallinas, y al cultivo de cereales y legumbres. Como está camino de Andújar, también podéis pedirle blancas y rosadas garrafas de búcaro, que hacen el agua fresca como la nieve. Quiero decir que no le falta comercio exterior y que, gracias a sus relaciones mercantiles, sabe algo de lo que sucede en el mundo.
     El vecindario de Fuerte del Rey tiene noticia de que Europa anda en guerra, la más feroz que conocieron los siglos, y de que un maravilloso poder militar, el de Alemania, quiere sojuzgar al mundo. Acaso el poeta de la localidad, premiado en los juegos florales, ha traducido a los convecinos el grito germánico ¡Deutschland über alles! que pronunciado en andaluz y con ronquido adquiere una fuerza particular.


     En la guarnición del pueblo, escasa, ciertamente, puesto que se compone de tres guardias municipales, más no por eso tímida y remisa en la defensa de los ciudadanos confiados a su custodia, no ha dejado de causar impresión la sutileza con que el fantasma del espionaje germánico se filtra por las fronteras y burla todas las previsiones patrióticas. Algunas noches, a las horas del relevo, mientras los habitantes de Fuerte del Rey dormían a pierna suelta, fiados en el prestigio del nombre de su localidad, y más todavía en el desvelo paternal de los tres guardadores del orden, reunidos en el zaguán del Ayuntamiento en derredor de una mesica servida de aceitunas y chatos de buen vino, cambiaban impresiones sobre la guerra, que, a veces,  les provocaba un estremecimiento nervioso.
     Asía ha venido a engendrarse un suceso, que relata la prensa de Jaén, y que nosotros queremos vocear para enseñanza y ejemplo.
     El otro día llegó a Fuerte del Rey en un carricoche tirado por un caballejo, cierto señor “de aspecto distinguido, moreno, bigote pequeño, ojos vivos, estatura mediana. Llevaba en la mano una máquina fotográfica  y un cuaderno de los que usan los artistas para tomar apuntes”.
     No parecía. En verdad, un ulano feroz, ni el modesto aparato con que se presentó autorizaba a suponérsele representante del imperialismo del Norte. Pero así, disfrazados con las más sencillas apariencias, suelen llegar a los descuidados lugares estos modernos sacamantecas que con la perspicacia del Káiser explora los entresijos de los pueblos destinados a su voracidad.
     La presencia del forastero debía, pues, inquietar a los vecinos de Fuerte del Rey; y cuando se le vio mirar atentamente al castillo – porque Fuerte del Rey tiene un castillo digno de su nombre – y dibujar pacienzudamente un croquis en una hoja de su álbum, la inquietud general invadió turbulentamente el espíritu casi inexpugnable de los tres guardias, uno de los cuales, no pudiendo contenerse, puso solemnemente su mano sobre aquella que, armada sólo al parecer de un simple lápiz, podía en realidad estar moviendo un ejército que en lo futuro constituyese grave amenaza para la independencia del pueblo.
-        ¡A guardar esos papeles! Dijo solemnemente.
-        ¿Por qué? Se atrevió a preguntar el sospechoso.
-        Porque usted es un espía alemán y yo no consiento que saque planos del castillo.

     La muchedumbre, lo que en Fuerte del Rey se llama muchedumbre, empezaba a encresparse, cuando acudió el secretario del Ayuntamiento y puso en claro que el supuesto espía era don Enrique Romero de Torres, académico de Bellas Artes, encargado por el ministerio de Instrucción Pública de catalogar los monumentos de la provincia de Jaén. El guardia, que de modo tan inesperado acababa de entrar con pleno derecho en la historia de la conflagración europea, quedose perplejo y no sabemos si convencido.


1916

     Pero valga por lo que valga el incidente, la orgullosa Alemania debe tomar nota de que hay en el mundo, fuera de Bélgica y Francia, un pueblo dispuesto a no dejarse conquistar. Y sepa que ese pueblo es Fuerte del Rey, lugar se setecientos vecinos, que se comunica con Europa por la frontera de la Mancha, patria del ingenioso hidalgo Don Quijote.
Félix Lorenzo

(Diario de Córdoba 19 de noviembre de 1914)


Arco de San Lorenzo (Jaén). Declarado Monumento Nacional en 1877
     A Enrique Romero de Torres, cuando se arma todo este lio, más que la Gran Guerra, lo que realmente le traía de cabeza era terminar aquel catálogo monumental de la provincia encargado por el Ministerio de Instrucción Pública en 1913, cuyo plazo de entrega ya había expirado por estas fechas. Su exhaustivo detenimiento en ciudades monumentales como la propia capital del antiguo reino de Jaén, Úbeda, Baeza, Alcalá la Real o Andújar, determinará que su trasiego,cámara en ristre, por poblaciones de menor entidad, caso de Fuerte del Rey, se limite a tomar unas instantáneas gráficas sin incluir apenas base documental que las apoye.
     De cualquier forma, esa fotografía tomada por Romero de Torres, que hizo sospechar a aquel municipal aliadófilo, habida cuenta de que, poco después, lo que quedaba de castillo sería demolido para construir la plaza del pueblo, es quizá el último testimonio gráfíco que nos ha llegado sobre él y sobre el aspecto de esta pequeña villla en los albores del siglo XX:



(Fotografía y reseña de texto procedentes del Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de Jaén. Biblioteca Tomás Navarro - CSIC)

28 febrero 2012

LA MAPRIORA


    Este apodo se lo encasquetó, con mucho acierto, su señor padre, asimilándola a las potestades de las que disfrutaba la madre priora de un convento de monjas.
    Desde muy jovencita le gustaba ya organizar y dirigir. Con el tiempo, sería ella quien llevara las riendas del pequeño taller de costura que, junto a su madre, hermana y alguna que otra operaria de temporada, montaron en su propia casa. Era ella quien se encargaba de repartir el trabajo y asignar las tareas domésticas, motivo por el que discutía frecuentemente con su madre. Al ser la mayor, se creía con derecho de disponer sobre todo lo relativo  a sus hermanos, convencida siempre de llevar la razón y de que sus decisiones eran las más convenientes para todos. A su propia hermana, cuando se puso novia  y casadera, le buscó trabajó en el prestigioso taller de Doña María, que al poco la nombró primera oficiala y persona de confianza. Este hecho, valiéndose de sus relaciones con la notable clientela femenina para la que cosía,  supo aprovecharlo para conseguir también un buen empleo a su novio, en la naciente fábrica de papel de la celulosa.
   Cuando le llegó la hora de trabajar al más pequeño de la casa, se negó en rotundo a que siguiera el oficio que su padre desempeñaba: “El niño no será albañil, será mecánico”. Su testarudez se tradujo pronto en su ingreso como aprendiz en un taller de cerrajería, convirtiéndose con el tiempo en un buen profesional de este ramo industrial.
    Su padre, hombre liberal y condescendiente, confiaba plenamente en el atino de su “mapriora”, y la dejaba hacer y deshacer a su antojo. Las pocas veces en que se le contrariaba entonaba una famosa frase, que en su boca se haría célebre: “En mí no manda nadie”.



    Para muestra un botón. Allá por los años cincuenta, cuando sólo tendría 18 o 20 años, a pesar del tan temido “qué dirán” pueblerino, salvando la contrariedad de su propia madre, con el traje de marinero que le había regalado su novio, al terminar el servicio militar, se confeccionó un conjunto de pantalón blanco y camisa que imitaba a aquellos que lucían las famosas actrices de la época. Adornada con un pañuelo al cuello, unas gafas de sol y su melenita al viento, completó su hazaña paseándose descalza por la playa con el pantalón remangado, lo mismo que hacían aquellas primeras turistas extranjeras que aterrizaban por la costa granadina.
    Esa foto en la que aparece con pose de modelo, es la demostración palpable de que era capaz de conseguir aquello que se proponía.

Motril: Vista parcial del puerto (años 60)

    Fueron pasando los años manteniendo ese carácter poderoso: “nunca nadie mando en ella”.
    Llegada la vejez, en su vida se ha cruzado sin avisar el “Señor Alzheimer” que poco a poco le ha ido arrebatando su potestad. En un principio se revelaba y le costaba trabajo aceptar directrices ajenas. A medida que su enfermedad se fue acentuando ha perdido capacidad para decidir, opinar e incluso pensar, quedando anulada prácticamente su voluntad.
    Si este indeseable Señor le hubiera puesto sobre aviso de tal situación, se habría reído en su propia cara, no sin antes contestarle con su característico: “en mi no hay quién mande”.

     Rosa Campoy (cuidadora e hija de "la mapriora")


25 febrero 2012

LA TELA DEL PADRE (Conclusión)


La tela del padre
(Conclusión)

      Ya entonces encontré descifrada la personalidad del padre a que aludía el oficio que en mi bolsillo llevaba; pero todavía no sabía una jota ni de la póstula ni de la tela.
      Íbamos procesionalmente: primero las dos burras con el alguacil y el pregonero, y después los ya dichos señores del pueblo, presididos por el vicario, el alcalde y el padre cuaresmal.
      Pronto averigüe lo que era la póstula. Los postulantes éramos nosotros: el objeto de la póstula eran el padre y su tela. Eso último es lo que faltaba comprender. Llegamos a todas las casas: las de los ricos, las de los medianamente acomodados y las de los pobres. El pregonero, hombre de buenos pulmones, se entraba por los patios de adentro, gritando ¡Para la tela del padre!, sacando en sus manos, ya una sarta de chorizos, ya un pedazo de jamón, ya un pedazo de tocino, o bien un celemín de trigo, de garbanzos o de habas secas; algunas gallinas, huevos a veces. Y en otras partes nos daban, no jamón, si no huesos de jamón, lo cual no es lo mismo; medio queso, un puchero con miel, tres panes oscuros como mis botas, puñados de alberjones o lentejas; un codillo, medio cabrito, dos espinazos, algunas monedas de calderilla. En las tabernas ya se sabe: un frasco de aguardiente o una mediana cantimplora de vino blanco.
      Pronto se llenó el seno de ambos serones, y en una esquina hicimos un alto forzoso, mientras fueron llevadas las burras a descargar en casa del padre y volvieron de vacío para continuar con nuestra tarea. Al cabo de tres o cuatro viajes por el estilo llegó la noche, se acabó la póstula y acompañamos al padre cuaresmal a su alojamiento, en cuyo umbral nos despedimos de él con las mayores muestras de cortesía por ambas partes.
      Mohíno por demás regresaba yo a mi casa diciéndome. ¿Qué será lo que el padre hará con todo eso? ¿Se lo irá a comer? Si lo hace revienta. Entonces, como si hubiera adivinado mi curiosidad, se me acercó el alguacil y me dijo:
-        ¡Qué buena ha estado la póstula! Ya tiene el padre tela larga.
-        ¡Ya lo creo! – le contesté – Si se lo come todo…
-        No, señor: es para la tela.
-        Pero hombre, ¿qué tela es esa?
-        Una tela que mañana se comprará con el dinero que den por todo, para hacerle al padre camisas y calzones blancos.
-        Pero diga V.: ¿Se ha venido el padre al pueblo sin calzones blancos?
-        Yo no sé; pero es costumbre que lo que se saca de la póstula se venda mañana en la puerta de su casa, cosa por cosa, y con ello se compra de lienzo hilado y tejido en el pueblo cuantas varas quepan en el dinero recogido.
-        ¡Gracias a Dios que ya lo he comprendido todo! Hemos ido nosotros con el padre cuaresmal para estimular la piedad del vecindario, y el padre va a quedar surtido de esta hecha, al menos de ropa blanca, si no saca otra cosa de sus sermones.
-        ¡Que si quieres! ¡Eso no es más que una friolera! En buenos pesos duros le pagan al padre los sermones, y además comido y bebido toda la Cuaresma. Lo de la tela es un plus de campaña, como el que a mi me dieron algunas veces en el servicio del rey.
-        ¿Y todos los años es lo mismo?
-        Lo mismo.
-        Pero hombre, ¿no sería más decoroso hacer la póstula en dinero, dárselo al padre, y que él se comprara lo que más falta le hiciera?
-        No, señor, porque en dinero no se junta en el pueblo ni cien reales. La mayor parte de las mujeres que dan una libra de tocino, que vale siete, o un celemín de trigo, que vale tres, si dan dinero no pasan de cuatro o seis cuartos.
  Me quedé convencido, aunque por afán de replicar le dije:
-        Pues si el padre viene muchos años, en poco junta una tienda.
-        Es que a éste no le volvemos a llamar hasta que se calcula que la tela se ha roto. Llamamos a otros y van alternando.


      A semejante abrumadora lógica nada tuve que contestar, pero el alguacil, que tenía ganas de conversación, siguió diciéndome:
-        La póstula de este año ha sido buena porque el campo se presenta bien, porque anteayer se le dio una paliza al comisionado de apremio que mandaron de Córdoba , y porque el padre ha dado gusto.
-        ¿Cómo gusto?
-        Porque ha hecho llorar a todas las mujeres y a muchísimos hombres.
-        ¡Vaya un gusto!
-        Si señor; y ha arreglado dos docenas de matrimonios mal avenidos, convenciendo a los maridos de que no deben reparar en pequeñeces.
-        ¡Ah! Si, como en la corte. Allí tampoco se repara en pequeñeces.
-        Y las mujeres…
-        ¿También convence a las mujeres?
-        Si señor: de que cuanto más tiempo están los hombres en la taberna, más libres están ellas en su casa para hacer su santísima voluntad. Y, luego ¡vaya un pico de oro! ¡Como relata lo de la Magdalena, cuando limpio del sudor y la sangre la cara del Señor, y de la Verónica, que derramó sobre los pies de Jesús ungüento, de modo que dicen que huele mucho, y se los secó con sus cabellos!
-        ¡Hombre! Eso no lo pudo decir el padre. Pasó todo lo contrario: la Verónica fue la que con el lienzo sacó estampada la efigie del Señor, y la magdalena la que en el cenáculo se presentó y ungió sus pies.
-        Tiene usted razón, eso fue lo que dijo. Sino que siempre que se habla del cenáculo me acuerdo de Judas. Si está usted aquí el Sábado Santo verá cómo le fusilamos.
-        ¡Pero hombre, si judas se ahorcó!
-        No le hace. Para judas no hay cuartel, ahorcado y todo, se le fusila.
-        Muy bien hecho.
  Llegamos a casa y me separé del alguacil.
      A los pocos días tuve que hacer mis visitas de despedida, Una de las de rigor era la del padre cuaresmal.
      Le recomendé que siguiera arreglando los muchos matrimonios desavenidos que aun había en el pueblo, y él me ofreció hacerlo con unción verdaderamente evangélica.
      Sobre un antiguo sofá que en la estancia ocupaba el principal testero se veian tres o cuatro rollos de lienzo blanco y prensado.
      Aquello era la tela del padre.

 AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO

       La prometida reseña biográfica sobre este literato cordobés, por laboriosidad y cuestiones de tiempo, queda pospuesta hasta nueva orden.


24 febrero 2012

LA TELA DEL PADRE


     Cuando me sumerjo en los fondos de las hemerotecas digitales, de las que suelo proveerme de noticias e informaciones relacionadas con la historia de las poblaciones y comarcas objeto de este espacio, de vez en cuando, sin querer queriendo, se tropieza uno con artículos literarios, que bien por su encabezamiento, ilustraciones o temática, distraen forzosamente la atención hacia contenidos completamente diferentes del objetivo marcado en principio.
     Ha sido precisamente la casualidad, unida a mi curiosidad innata, las que han derivado en el, para mí, “preciado hallazgo” de una especie de cuento o relato de corte costumbrista, de cuya autoría es responsable un poco conocido periodista y literato cordobés de la segunda mitad del siglo XIX. Su nombre don Agustín González Ruano, natural del pueblo cordobés de Montemayor.
      Está  ambientado en su villa natal, con él mismo como protagonista y testigo del hilo argumental. Incluye una atractiva semblanza geográfica-poética del paisaje de la campiña de Córdoba, en ese momento de explosión mágica de olores y colores que se da en nuestra tierra cuando la primavera hace acto de presencia, que además, transcurre en paralelo con esas festividades, entre religiosas y profanas, relacionadas con la Cuaresma: el carnaval, después del que se inicia, y la Semana Santa, que le pone broche definitivo.  
      Para la semblanza se aprovecha de ese privilegiado mirador, que es Montemayor, desde el que se divisa la mayor parte de la vasta y feraz campiña cordobesa. El verdadero interés de este artículo periodístico estriba en sus alusiones a determinadas costumbres populares, ya perdidas, relacionadas con la cuaresma,  que me  reservo de momento, para que sea el propio relato quien las desvele. De manera que, respetaremos también el halo de intriga que introduce su autor al publicarlo por entregas.


     Les dejo con la primera parte, que vio la luz en el semanario barcelonés “La Ilustración Ibérica” (Semanario científico, literario y artístico),  nº 462 (7 de noviembre de 1891).

La tela del padre

(Artículo de raras costumbres)

   - Señorito.
   - ¿Qué hay?
   - Este oficio que han traído para V.
   - ¿Un oficio? … Pues está bien. ¡Yo, que me he venido a pasar una temporada en este pueblo, que es, si no muy grande, uno de los más pintorescos de Andalucía, huyendo de informes, oficios y expedientes!
   - ¿Quien lo trae?
   - El alguacil.
   - ¡Cáscaras! Esta es más negra. Yo respeto mucho a la justicia; pero la verdad que siempre he procurado, y Dios me conservé en mi propósito, no tener relaciones con ella. En fin, veamos. Justo, un oficio del alcalde, que a la letra dice así:

   “Debiendo verificarse en la tarde del día de hoy la póstula para la tela del padre, espero que sirva V. concurrir a las Casas Consistoriales a las tres en punto. Dios, etc.”

   Si el oficio hubiera estado escrito en japonés creo que lo hubiera entendido mejor.
   Debiendo… ¡Eso que todos los oficios han de empezar por gerundio es una droga!
   Pero ¿qué póstula es esa, ni que tela, ni que padre, ni que falta hago yo para todo eso?
   En fin, vamos a obedecer a la autoridad local, no vaya a hacer conmigo una alcaldada. Quizá en el Ayuntamiento habrá quien me explique el enigma.
   Seguía yo a la sazón medio tendido en un sillón de los de entre catre y cama, junto a un ancho balcón de mi casa de Montemayor, desde donde se dominaba toda la espléndida campiña que se extiende entre este pueblo, y los de Espejo, Montilla, Castro del Río y gran parte del término de Córdoba. Al levante, y sobre la línea del horizonte sensible, se destacaba en la sierra el célebre santuario de la Virgen de Cabra; al sur se veían las grandes masas de olivar de Aguilar, de la Rambla y del mismo pueblo de Montemayor, que, como corriéndose, a poniente, medio ocultan el lindo pueblo de Fernán Núñez, con sus famosas estacadas de Valdeconejos y el monte de la Vieja; y al norte se dibujaba la cordillera de Sierra Morena, al cuyo pie se encuentra Córdoba, la sultana, la odalisca, o lo que se quiera, de las regiones de occidente.


   Por entonces los habares en flor enviaban al aire su perfume; los olivares se vestían de trama; pequeña flor blanca con estambres pajizos que modificaban de un modo notable el verde oscuro de las copas de los olivos; las amapolas desplegaban entre los trigos su manto de grana, y el aire tibio de la primavera saturaba los pulmones de oxígeno vivificador.
   La ribera de huertas que forman una especie de semicírculo de verdor alrededor del pueblo; más lejos las vegas del río Guadajoz, que se desliza hacia el Guadalquivir entre huertas, alamedas y cañaverales, ofrecían a mi vista un panorama delicioso: Más cerca, en el pueblo mismo, el castillo de los duques de Frías, con sus tres torres, perfectamente conservadas: la de las Palomas, o sea la del homenaje; la de las Armas y la Torre Mocha, llamada sin duda así porque carece de almenas y matacanes. Especie de bloque enorme de mampostería, que parece por su pesadumbre amenazar a los barrios del pueblo que se extienden a sus pies.


   Abandonar aquel magnífico espectáculo para ir a ver al alcalde y en busca de lo desconocido era toda una decepción; pero como de decepciones se compone la vida, no hubo más remedio que ponerse decentito y acudir a la cita.
    Cruzando las calles de la población, cubiertas por un pavimento completamente primitivo, que sin duda se sostiene tal cual es a ruego de toda clase de pedicuros y callistas, llegué al fin, sano y salvo, a la Casa Consistorial. No eran las tres todavía y ya la sala capitular contenía a todo lo más granado del sexo masculino del pueblo, con el vicario eclesiástico, el alcalde, el regidor síndico y otros tres o cuatro concejales.
   Al pie de los balcones del edificio estaba el alguacil teniendo de ronzal una burra aparejada, y sobre el aparejo un gran serón vacío; y con el alguacil estaba el pregonero con otra burra al lado, y ésta con otro serón semejante.
   Al cabo de poco rato se presento en el salón de sesiones el padre cuaresmal que venía predicando en la parroquia, no sólo todos los domingos de aquel tiempo santo, sino el devoto septenario de Dolores, así como los sermones de Pasión en la Iglesia y el llamado del Paso en la plaza pública.
  Ya encontré descifrada la personalidad del padre, pero aún no sabía yo una jota ni de póstula ni de tela.
   Cambiados los saludos de rúbrica con la mayor cordialidad, salimos todos del Ayuntamiento procesionalmente.

(Se continuará)                                                                          
AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO 


     La segunda parte, nos permitirá desentrañar esas interrogantes que afectan a la curiosidad del propio autor, la misteriosa póstula y la enigmática tela, que junto a una pequeña reseña biográfica de este periodista y literato cordobés, posponemos hasta una próxima entrada.

Leer 2ª parte (conclusión)

21 febrero 2012

Otras antiguedades romanas de Porcuna en el Catálogo Monumental de la provincia de Jaén



    Estrujando un poco más esta fuente historiográfica podemos confeccionar una nueva entrada, complementaria de las anteriores, sobre otras antigüedades romanas procedentes de la antigua Obulco (Porcuna), fotografiadas y referenciadas en texto por Enrique Romero de Torres, su autor.
    Se trata de dos lápidas funerarias, un busto de niño y varios capiteles de diferentes ordenes.


     La primera de las lápidas, ya fue incluida por Emil Hübner entre las 30 procedentes de Obulco en sus Inscriptiones Hispaniae Latinae ( Corpus Inscriptionum Latinorum II), obra concluida y publicada en 1892 (nº 5519). Aureliano Fernández Guerra en “Nuevas inscripciones de Córdoba y Porcuna” (Boletín de la Real Academia de la Historia tomo XI pag.169, 1887) también se ocupa de ella.

(Fotografía nº 523)

     Sobre piedra arenisca, fue hallada en junio de 1883. Se conservaba en la colección arqueológica del propio don Enrique Romero de Torres.

     También se incluye fotografía y noticias de una segunda lápida de piedra de mármol. Los avatares de esa pieza están recogidos en el propio texto del catálogo, también reproducidos en un artículo que bajo el título de "Nueva inscripción romana" (Porcuna), fue publicado en el nº 21 (septiembre del año 1914) de la revista cultural giennense Don Lope de Sosa:

      "Entre los papeles antiguos que existen en el archivo de la Real Academia de San Fernando, en una carpeta correspondiente a la provincia de Jaén hay entre otras noticias curiosas, una comunicación fechada el año de 1846 en la que se participa a dicha Academia que habiéndose hecho excavaciones en el pueblo de Porcuna, por iniciativa del señor don Cristino Aguilera, habían dado por resultado el hallazgo de varios objetos arqueológicos como son: un sarcófago, dos lacrimatorios, uno de barro y el otro de cristal, dos candiles, ocho vasos de barro, tres de ellos de forma etrusca, tres urnas sepulcrales y media lápida de mármol".

    El hallazgo, que en un principio fue fortuito, tuvo lugar con motivo de las obras emprendidas por el Ayuntamiento, presidido por don Cristino Aguilera, para la construcción del nuevo paseo. Aunque según noticia recogida por la prensa histórica, parece ser que estuvo acompañado de una posterior excavación arqueológica.

La Esperanza 2 de agosto de 1845.

     "Creyendo este fragmento inédito porque no lo incluye Hübner en las inscripciones correspondientes a Obulco Municipium Pontificense, hube de escribirle al ilustre director de la Real Academia de la Historia don Fidel Fita, el cual en galante misiva me contestó así:

    “Mi querido amigo y compañero. El mármol original de la inscripción de Porcuna que usted me indica en su muy grata de anteayer está en el Museo Arqueológico de Granada. Al que pasó comprado por el Gobierno en 1885 con otros procedentes de la riquísima colección de don Manuel de Góngora y Martínez. En esta colección no se indicaba el sitio de donde Góngora la sacó, por eso la reseño Hubner (nº 5513) entre los de Granada y fue lástima que no conociese la carta que usted cita”.




(Fotografía nº 524)


     “Guiado por tan oportuna contestación a mi paso por la bella capital de Granada me proporcioné la adjunta fotografía del precioso fragmento lapidario, el cual mide de alto 61 centímetros y de ancho 41. Sus letras son hermosísimas e indudablemente del primer siglo. El suplemento que falta para completar los renglones me induce a creer que las dimensiones del fragmento perdido no diferían de las del presente”.

     Cuestiona la traducción hecha por Hübner en su día y conjetura una nueva (véase ficha catálogo Museo Arqueológico de Granada ubicada en el portal CERES). 


     Las siguientes piezas fueron encontradas casualmente (habría que contemplar también la posibilidad de una improvisada excavación pseudocientífica) en los primeros años del siglo XX, en el mismo lugar donde con posterioridad se ha localizado y ubicado el sector residencial noble de la antigua Obulco:




     “También se han descubierto en el haza denominada Peñuela lindando con la población a unos 100 metros a poniente, dos magníficos capiteles corintios que miden 65 centímetros de alto por 63 de ancho y un busto de un niño en mármol de 0’27 centímetros por 0’20. Los dueños de estos terrenos son los herederos de Don Ramón Barrionuevo” (fotografías 527- 528).

     El profesor Beltrán Fortes en un trabajo bajo el título de “Esculturas romanas desaparecidas de la provincia de Jaén, según el Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de E. Romero de Torres” (HABIS 33, 2002, 459-486) da por desaparecido ese retrato infantil, informándonos sobre su posible datación y características iconográficas (véase enlace). 


     Este otro capitel de orden jónico, de excelente factura, se hallaba en el patio de la Iglesia de San Benito. Al igual que los de orden corintio, anteriormente expuestos, desconocemos su paradero.