Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

09 agosto 2011

La Viudita del Conde de Cabra.




La viudita del conde de Cabra

La viudita, la viudita,
la viudita se quiere casar
con el conde, conde de Cabra,
conde de Cabra se le dará.
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.


    Esta tradicional y popular canción de corro, inspiraría al malogrado poeta Federico García Lorca, para hacer, a la temprana edad de 16 años, una de sus primeras incursiones en el género dramático, "La viudita que se quería casar", en la que ya  aparecen esos característicos rasgos desarrollados en su obra posterior: teatro en verso, gusto por lo popular, tono infantil de tintes trágicos...

    La tradición oral, suele tener en bastantes ocasiones un entronque histórico real. Esta canción, como intentaré demostrar a continuación, habría que situarla geográficamente en las poblaciones cordobesas pertenecientes al antiguo señorío y marquesado de Priego durante la segunda mitad del siglo XVII.

A MODO DE INTRODUCCIÓN






     La antigua y muy leal villa realenga de Castro del Río perdió tal condición y privilegio cuando, por apremios de la hacienda imperial, Felipe II se desprendiera de ella en 1565, mediante venta a favor de don Alonso Fernández de Córdoba primer Marqués de Celada (con el tiempo casa ducal de Medinaceli).
     La tradicional animadversión de lo lugareños para con sus nuevos señores, la recoge y plasma a la perfección Fernán Caballero -Cecilia Böhl de Faber- (1796-1877) en La Maldición Paterna cuya acción se desarrolla en Castro del Río:

Retrato de juventud de Cecilia Böhl de Faber


     Los habitantes de Castro, que querían permanecer realengos, llevaron muy a mal esta venta. Desde últimos del siglo XVII se halla unido el marquesado de Priego a la casa de Medinaceli, en cuya época sostuvo el pueblo grandes pleitos con el duque de este título, solicitando la reversión a la Corona.
    Una frase muy conocida y usada por los vecinos de los pueblos colindantes de Castro, que para mortificarlos les dirigen en tono de broma preguntándoles, y es ésta: “¿Usted será de los que dicen: viva el duque, mi señor?” Esto lo miran los interpelados como un insulto, y el castreño que la pronunciase afirmativamente, esto es, que reconociese al duque por su señor, no sólo lo mirarían sus convecinos como deshonrado, sino que sería cruelmente castigado por ellos.
     Tal sucedió a un pobre despreocupado, que por una libra de tocino que le prometieron prorrumpió en vivas al duque, su señor. Sabido esto por sus paisanos, le dieron un manteo de tal calidad, que salió de él con un ojo y algunos dientes menos. Campesinos de los cortijos inmediatos al término de Castro han intentado obligar a los zagalillos de ganado a pronunciar la anatematizada frase, y no han podido conseguirlo ni aun colgando con brutal crueldad a los pobres niños por los pies a un árbol, y encendiendo debajo una hoguera de hojarasca, cuyo humo los habría sofocado a no haber hecho cesar a tiempo la bárbara prueba sin haber logrado su intento.
     Esta tenacidad secular en no querer reconocer otro señor que el rey ha dado lugar a lances serios, y lo ha dado también a chistes y burlas, como no podía menos de suceder en Andalucía, y no es menos gracioso el asegurar los burlones que cuando los castreños rezan las letanías, en llegando el que, lleva el rezo a la advocación de la Virgen, Janua Coeli, entendiendo los demás que dice Medinaceli en lugar de ora pro nobis, responden en voz grave: pase pase.


NIÑA PIEL DE CABRITO

     En junio de 1908 el Heraldo de Madrid publicaba un retrato de una de esas niñas con anomalías y malformaciones congénitas, que terminaban siendo exhibidas como fenómenos de feria:



    “Cubierta en la casi totalidad de su tronco de grandes manchas, en las que se cría y crece un pelo igual al de las cabras; al examinarla en su pecho y vientre, espaldas y región lumbar sobre un fondo negro-untuoso un vello o pelo gris de parecidas condiciones físicas al que crían las cabras; al percibir al paso de la mano sobre él, idéntica sensación a la que nos causa la afelpada piel de aquel rumiante…, se hace uno la ilusión de hallarse frente a un cuerpo humano envuelto en una piel de cabra o, al revés, una verdadera piel de cabra cubriendo, envolviendo un cuerpo humano, como dice Benisecrag en El País al ocuparse de este fenómeno”.                                                                                                                   



Heraldo de Madrid 3 de junio de 1908


    De esta noticia se sirve al escritor y periodista José Fernández Bremón (1839-1910) en la Ilustración Española e Iberoamericana (año LII, número XXI – 8 de junio de 1908)  para hacer parangón con otro caso similar relatado en un manuscrito de la Biblioteca Nacional, del que es protagonista una vecina de Castro del Río en el siglo XVII:

    “Si queréis un caso análogo e inédito buscad en los manuscritos de la Biblioteca Nacional la carta del oidor Diego Venegas de Valenzuela y leeréis la descripción de la niña que tuvo en Castro del Río la viuda Doña Mencia de Abalos, el 7 de noviembre de 1657; estaba la criatura llena de lunares, negros como el azabache, con pelo de dos dedos de longitud y desde media espalda abajo una horrible mancha negra hasta las corvas, también vellosa, que la envolvía como una piel de tigre o de cabrito”.

    El encabezamiento del manuscrito, que apunta las maneras de un pleito, le sirve al periodista para intuir cierta relación con la canción de la viudita con la que arranca la entrada:

    “Lo que deseo es verme fuera del casamiento del conde de Cabra, cuyas novedades son cada día mayores...” y acto continuo describe el nacimiento de la niña ¿Tendrá que ver este suceso con la antigua canción que cantan las niñas en el corro?

    Si Fernández Bremón hubiese dispuesto en aquel momento de la barra de google seguro que no se hubiera quedado con la interrogante. Un siglo después, gracias a la barrita mágica, conocemos que el Conde de Cabra protagonista de la canción se trata del X, es decir, Francisco Fernández de Córdova Folch de Cardona Requesens y Aragón (1626-1688) casado en primeras nupcias con Isabel Luisa Fernández de Córdova y Enríquez, hija del montillano Alonso Fernández de Córdoba y Figueroa “El Mudo”, V Marques de Priego, aquel que siendo chiquito fue llevado por su devota madre a Castro del Río con la esperanza de que una santa beata de esta villa de su señorío intercediese por él.
    Del mismo Castro del Río parece ser que era vecina la viuda Doña Mencía de Avalos y Merino, con la que el Conde trabó algo más que amistad al enviudar de su primera esposa. El rechazo de la parentela nobiliaria  del Conde a su casorio con “la viudita” iba a traer aparejados serios problemas para ambos, y que conocemos gracias a ese pionero del periodismo que fue Jerónimo de Barrionuevo, que incluye alguna  noticia de estos amoríos “improcedentes” en sus Avisos (1654-1658):



Madrid y Febrero 28 de 1657
Prisión del Conde de Cabra

    “Su Majestad se dice ha mandado a prender al Conde de Cabra, hijo del de Sesa, por haberse casado con su amiga, que la tenía en un convento de Lucena, viuda, con dos hijos de su marido, cosa que por acá se habla muy mal”.

Madrid 7 de Marzo de 1657
Casamiento desigual del Conde de Cabra;
prisión y separación forzosa;
desafío del Marqués de Priego y respuesta que le dio.

   
    “Doña Mencía de Avalos y Merino se llama la mujer con la que ha casado el Conde de Cabra en Lucena. Es vasalla suya, aunque hija de algo. Han ido a prenderlos don Juan Golfín, Oidor de Granada, y don Francisco de Cabra, Alcaide de aquella Audiencia, y llevarle a León al Convento de San Marcos, y a ella a un monasterio de monjas de Alcaudete”.

     “Desafíale el marqués de Priego su cuñado, por haberse casado tan desigualmente; y respondió que era tan buena como él, y que otros habían escogido peores mujeres; y que en cuanto al reñir no era ocasión de hacerlo en tiempo de boda, donde todo es regocijo. Dice que es doncella y no viuda, y que hacía muchos años que la solicitaba sin haberle tocado una mano. El matrimonio está hecho y consumado. No hallo que pueda tener remedio”.


Madrid y Abril 4 de 1657
Prisión del Conde de Cabra


    “Ya llevó don Juan Bueno de Rojas a Segovia al Conde de Cabra, el cual se está en sus trece, y dice que es su mujer y que no ha de ser otra que Doña Mencía de Avalos que por parte de padre es muy noble, y limpia por la madre, y lo personal excelentísima cosa y extremado de lindo, y no se le da un cuarto lo que hacen con él; y por acá el Duque de Sessa, su padre, con tanto sentimiento, que ni se deja ver, ni admite visitas, ni sale de casa”.

Sin fecha
  
    “Don Juan Bueno de Castro, alcalde de Corte de Granada, es el que lleva preso al Conde de Cabra, no a León, por estar allí el de Híjar, sino al Alcázar de Segovia”.

 
     Sabemos, por otras fuentes, que finalmente las presiones familiares surtirían efecto, siendo declarado nulo el matrimonio del Conde de Cabra con Doña Mencía, lo que satisfaría grandemente a sus padres que pudieron así arreglarle un nuevo matrimonio con doña Ana de Pimentel y Henríquez, marquesa de Távera y condesa de Villada.
    Sabemos también que Doña Mencía de Avalos murió religiosa el año 1679 (suponemos que en Alcaudete), y que de su efímero matrimonio con el Conde nació, efectivamente, una niña, María Reyna, ingresada desde pequeña como religiosa capuchina en Córdoba.

    Dudo que esa truculenta historia de la niña piel de cabrito alumbrada por Doña Mencía en Castro del Río sea cierta. Al estar inserta en un pleito, se la atribuyo más bien a la sátira o maledicencia de los lugareños, o que fuese divulgada, incluso, a instancias de los propios parientes del Conde (marquesado de Priego) que se mostraron contrarios a la relación desde un principio. La fecha de nacimiento que nos proporciona el manuscrito referenciado de la BNE (7 de noviembre de 1657), habida cuenta de que se tienen noticias de su matrimonio a partir de febrero de ese mismo año, coincide plenamente con el periodo de gestación de una mujer, por lo que la citada María Reyna realmente nacería en Castro del Río en esa fecha.
    El nombre de Cabra y su gentilicio, tradicionalmente se ha prestado a perversas y equívocas asociaciones corneas. A recordar aquella famosa interpelación en la Cortes franquistas de la que no salió demasiado bien parado, un natural de este pueblo, don José Solís Ruíz, a la sazón Ministro Secretario General del Movimiento (pinchar).

Castillo de los Condes de Cabra


     Por lo tanto, soy de la opinión, de que esta canción de corro tiene su origen en tierras cordobesas. Su incursión primitiva en el cancionero popular y su posterior perpetuación y difusión, obedece a la tradicional propensión del pueblo a denunciar la injusticia, como la perpetrada con esta pareja de enamorados.
     Si bien el Conde en un principio apostó fehacientemente por su amor, resistiéndose y manteniéndose en sus trece, terminaría cediendo ante los envites y chantajes tramados por su parentela. Más injusto, fue el final que le deparará el destino a su enamorada.
    La estrofa final de la canción, viene a ser como una declaración del amor puro y desinteresado que ésta le profesaba al buen hombre que se escondía detrás del título nobiliario
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de; Cabra, ¡triste de mí!
Yo no quiero al conde de Cabra,
conde de Cabra, si no es a ti.


     Quiero aprovechar esta entrada anecdótica, para poner en conocimiento de los castreños en general, independientemente de su cualificación científica (a veces con la curiosidad resulta suficiente) que el Archivo de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, dispone de un importante número de legajos sobre la villa de Castro del Río, a disposición del investigador avezado que o bien, de manera libre o altruista, o sufragada por instituciones o universidades (difícil en los tiempos que corren), quiera o pueda adentrarse en aquellos fondos, que comprenden más de cinco siglos de la historia de esta villa cordobesa (1313-1860) perteneciente en su día al marquesado de Priego- ducado de Medinaceli.

¡Viva el Duque, mi Señor! 

03 agosto 2011

TENORIOS DE POLVORILLA



    A las seis de la tarde del 9 de agosto de 1886, se personó el Juzgado Municipal de Porcuna en la casa número 31 de la calle Derecha. En la cocina se veía un hogar con unas trébedes y lumbre, y sobre ellas una sartén con un guiso de arroz.
    Entre el hogar y la escalera estaba el cadáver de una mujer, boca abajo; presentaba en el lado izquierdo de la espalda, la almilla y ropas chamuscadas por el fogonazo de un disparo por arma de fuego. El cadáver presentaba además otra herida en el pecho, con las ropas fogueadas.
     Esta mujer se llamo, en vida, Encarnación Rodríguez  Arquellada  y el presunto asesino, autor de los disparos, fue localizado acto seguido en el corralón de la Torre Nueva, que sirve de cárcel, boca abajo con dos heridas en el pecho, y al lado una pistola descargada, con la que había intentado quitarse la vida. Su nombre, Benito Gómez Delgado, que se confesó autor de la muerte de Encarnación, sin poder reparar en muchos más detalles pues se le fueron cerrando los ojos y perdido casi el uso de la palabra debido la gravedad de sus heridas.
    Pese a que este Benito de Porcuna, llegara a manifestar con posterioridad, que se apuntó al corazón con el propósito de matarse, le debió de fallar el atino, pues pudo recuperarse y enfrentarse a unas diligencias previas, a la instrucción realizada por el Juzgado de Martos y a un juicio oral celebrado años después en la Audiencia de Jaén. La cobertura que le diera la prensa al proceso nos permite conocer algunos detalles más del caso.

UNA PRIMERA VERSIÓN DE LOS HECHOS

    Aunque no se hace referencia directa, la pareja, según esta primera versión, debía de llevar vida marital o al menos mantener una relación afectiva sentimental o como queramos llamarla. Pudiera ser que estuvieran pasando por una crisis, pues fue un acaloramiento de puertas adentro, por una aparente nimiedad, el que motivara tan sangriento hecho.



     Benito llegó a casa de Encarnación a las una del día, hallándose ésta concluyendo de coser un pañuelo de los llamados de sandia para Antonia Abolafia, una vecina. Allí permanecería Benito sentado a hilo de puertas entre la cocina y el corral, con la puerta de la calle entornada, mientras ella remataba sus labores.  
     Encarnación como a las cinco de la tarde, se hallaba sentada frente a él en una silla baja, con la espalda a la puerta del corral, guisando arroz y asadura que iban a comer cuando se promovió la cuestión entre ambos. El deseo de Benito por llevar el pañuelo a la vecina (con el casi seguro propósito de trincar el importe de las labores) propició una fuerte discusión entre ambos. Encarnación quiso despachar a Benito de su casa, haciéndole  saber que ya no quería mas amistad con él. La cuestión se fue enredando cada vez más y cogiendo ella dos cucharadas del guiso que tenía en la sartén se las tiró a la cara, y a la par que levantaba el brazo izquierdo, “sin duda para coger algún objeto de la chimenea” saco el Benito la pistola y le disparó cayendo muerta al suelo.

Pañuelo de sandia
    Que después de aquello Benito se salió a la calle y fue a su casa, y no queriendo matarse allí por estar su padre, se fue al corralón de la Torre Nueva, donde se disparo los dos tiros.


UNA SEGUNDA Y POSTRERA VERSIÓN

    Al año y medio el procesado modificó su declaración, refiriendo que en casa de la interfecta, coincidió con un joven de buena familia de Porcuna, que también disfrutaba de los favores de Encarnación, y que recrudeciendo el antagonismo que se tenían, saco uno un revolver y el otro una pistola. Cuando se apuntaban se interpuso Encarnación, que recibió los proyectiles de dos disparos en un mismo momento, pues dispararon ambos a la par, que el señorito se fue por el corral a los ejidos y el procesado se salió por la puerta.



     Aunque no trasciende nombre, ni sabemos si llego a testificar el susodicho señorito, y hasta qué punto es fiable y creíble esta retractación, le serviría al menos a Benito Gómez, para que el fiscal, que en su conclusiones provisionales había calificado el hecho de asesinato con petición de pena de muerte, en el mismo acto del juicio las modificara, apreciando que el delito sólo podía calificarse de homicidio con agravantes, solicitando veinte años de reclusión temporal.
    Su abogado defensor se las prometía más felices aun, pues aspiraba en que la pena quedara tan solo en siete años de prisión, en base a las circunstancias atenuantes que concurrían. No tenemos noticia alguna sobre sentencia o penas impuestas.
     Pudiera hasta ser verídica esta segunda versión, pues no termina de cuadrarme lo de Benito, pistola en mano, esperando la arremetida de su contrariada amada con el cucharón de arroz. Puede que Benito fuera convencido finalmente para comerse el marrón él solito, no saliendo demasiado mal parado del asunto, después incluso de haber atentado contra su propia vida. Hasta es posible, que alguien interesadamente le costeara los servicios de “un gran profesional de la abogacía” autor de aquella argucia, con la que no sólo se atentaba de lleno contra la honorabilidad de la interfecta asesinada, que ya en la primera versión quedaba en entredicho (amancebamiento), ahora las referencias a sus disipadas costumbres parecen acentuarse (con dos hombres a la vez), siempre bajo los presupuestos de la moral imperante de la época, de la que participaba también la judicatura, lo que ayudaría considerablemente a atenuar el delito cometido por su cliente.



    Solo se me ocurre una manera de poner fin a esta intromisión jurídica, echando mano de una frase histórica:
    "Donde hay poca justicia es un peligro tener razón" (Francisco de Quevedo)

30 julio 2011

De Fósiles y Minerales (concatenaciones nostálgicas).


    Días pasados, mientras hacía mi ronda mañanera de tareas callejeras, me sentí como indispuesto: “una especie de golpe de calor”. Celoso cumplidor de las disposiciones dadas al respecto por las autoridades sanitarias, hice parada inmediata en una conocida y céntrica cervecería de Motril, donde el tiro de la rubia enlaza de maravilla con tapas de berenjenas a la miel  y riñones en salsa. Efecto inmediato, hombre nuevo. En la reunión contigua, con su particular entonación, departía con  amigos un veterano profesional de la televisión española y asiduo cliente de ésta, don Alfredo Amestoy.
    Por la noche, sentado al fresco en el patio junto a mi compañera, me apeteció volver a visionar las secuencias nostálgicas de aquel programa “Tele Club” presentado por Amestoy del que fue protagonista Porcuna y su grupo de música yeyé “Los Dinamita” (1967). 






    Especial desparpajo y gracejo el desplegado en las entrevistas por don Enrique Benito (el maestro) y don Rafael Vallejos (el señor cura párroco). Solemne y muy en su papel, don Francisco Ostos, a la sazón Alcalde, que trasmitía los logros (Piscina y Biblioteca Municipal) e ilusionantes proyectos de su gestión al frente del Municipio (el Instituto y "dos colegios de subnormales").
    De casi todas esas mejoras llegué a beneficiarme durante mi infancia.  La Piscina, durante sus primeros años de apertura, se regía por unos estrictos turnos sexistas. Hasta las 2 de la tarde se reservaba su uso para la mujer, es decir, para las hijas del señor alcalde y amigas, que eran las únicas que se atrevían en todo el pueblo a usar el traje de baño; y a partir de esa hora el resto de la ciudadanía (hombres y niños).
    La Biblioteca Municipal, construida en el Paseo de Jesús, donde el antiguo y derruido andamio de las músicos (se respetó el uso cultural del espacio), supuso una auténtica revolución, que permitió a los amantes de la lectura pasar del tebeo intercambiable al lujoso y desconocido formato libro. Tuvieron  gran aceptación y resultaba complicado hacerse con algún ejemplar de los de la colección “Los Cinco” de la escritora inglesa Enid Blyton.



   La apertura del Instituto durante el curso 1970/71, supuso la anhelada llegada del acceso libre y gratuito a las enseñanzas medias. Por fin, aquellos que no disponían de medios económicos y tenían aptitudes para el estudio, ya no precisaban de esa común e interesada inclinación por ingresar en el Seminario Conciliar.
    Durante aquel primer curso predominábamos en las aulas los de primero. Se conformó una plantilla de profesorado compuesta fundamentalmente por jóvenes licenciados de la localidad. Creo que fue la belleza, bondad y buen hacer profesional de la señorita que impartía Ciencias Naturales,  la que despertó entre un amplio grupo de alumnos cierta pasión incontrolada por los fósiles y minerales. Esto, unido al afán aventurero que propiciaban aquellas lecturas de Los Cinco, convirtió a determinados parajes del término en compañeros casi diarios de nuestras andanzas infantiles: Cueva del Sulfuro, Cantones de Balbina y Peñón Rebailaor … y un destino especialmente mágico “La Tiza”

Peñón Rebailaor

    Gracias a nuestra profesora de Ciencias, supimos que aquello que nosotros conocíamos cono la Tiza, era, en realidad, una mina abandonada de un mineral llamado diatomita o trípoli, y que la abundante presencia de fósiles en aquel lugar obedecía a que tratábase de un antiguo“Cementerio de Foraminíferos”. Adentrarse en la tiza, era como aterrizar en otro planeta o especie de alunizaje para aquellos menos osados/as que circunstancialmente nos acompañaban por primera vez. Nos dejábamos caer por los terraplenes de la cantera, nos adentrábamos temerariamente en sus galerías, lanzábamos piedras a las charcas de agua que en ella se conformaban, y partíamos y machacábamos infinidad de rocas en busca de los famosos fósiles de huevo (así les llamábamos), de almeja o aquellos más preciados con formas vegetales.


Fósil colmillo de tiburón - Museo de Porcuna

    Ha sido ahora, movido por mi curiosidad innata, rastreando en la red, cuando he conseguido averiguar el origen de aquella explotación y el nombre del yacimiento:


   El descubrimiento fue realizado a finales de 1939 por don Juan Molinos y registrado con el nombre de San Félix. Tiene aproximadamente una extensión de 40 hectáreas y se encuentra a dos kilómetros del pueblo de Porcuna, a la derecha del camino que va de Porcuna a Valenzuela, encontrándose situado en terreno mioceno. La cantera se encuentra a unos diez metros del camino, llamándose a este lugar, por su blancura, “Haza de la Tiza”. El mineral que suministra es de aspecto gránulo-fibroso, de contextura blanda y con un tono ligeramente amarillento.
    La explotación de esta mina, que empezó a realizarse en el año 1940, dio lugar al descubrimiento de otros tres yacimientos primitivos, registrados en los alrededores con los nombres de Santa Irene, Blanca Nieves (aludiendo a su altura) y Carmela, siendo este último el por entonces considerado como el mejor, por la calidad del producto que suministraba, desde el punto de vista industrial.
   Con posterioridad en el mismo paraje del Haza de la Tiza sería registrada una segunda explotación con el nombre de Victoria.

      (Estudio de algunos yacimientos españoles de Trípoli, por José Fernández Pacheco-Vera. Anales del Jardín Botánico de Madrid, 1948).

    De todos es sabido que La Tiza con el tiempo recuperaría su primitivo uso agrícola. Aunque me ha llamado la atención, que todavía hoy en el B.O.E en concursos públicos de derechos mineros aparezcan relacionados como registros francos de Trípoli en Porcuna las pertenencias de Santa Irene, Blanca Nieves, Virgen de la Capilla, Luisito y Ana Mari.

   
    Quiso la casualidad, que al verano siguiente la marca de gaseosas “La Casera” sacara como promoción una atractiva colección de minerales. Estos se obtenían en casa de distribuidor, tras la entrega previa de 15 caperuzas del papel que envolvía el tapón de la botella. Como es lógico, era imposible ingerir tanta gaseosa como para poder hacerse de la colección durante un verano. Hubo que agudizar el ingenio. Una primera estrategia, consistente en la puntual visita a todos los bares de la localidad, resultaría más bien infructuosa, pues era tal el numero de peticionarios, que acabábamos con la paciencia de los taberneros, despertando incluso su irascibilidad: “niños iros a tomar por…con los papelicos”.
    Como ya atesorábamos algún conocimiento en la materia,  hubo casilleros que pudimos rellenar fácilmente con producción local (calcita, cuarcita, sílex, pizarra, yeso laminado, yeso fibroso etc…), hasta rocas volcánicas como la pumita (piedra pómez) que la conseguíamos arrebatándole un cacho a la que nuestros padres utilizaban para quitarse los callos. Mi padre, en concreto se convirtió en un fiel colaborador, ya que en los establecimientos que el frecuentaba le reservaban los susodichas caperuzas. Aun así, la empresa de la colección completa seguía emparentada con lo quimérico.





   De una segunda estrategia transgresora, si obtendríamos los resultados deseados. La primera treta consistía en sacar dos caperuzas de una. Simples trabajos manuales que el bueno de Vicente Bellido (el distribuidor local de la Casera) era incapaz de detectar. A la bondad y confianza de Vicente también le sacaríamos su rendimiento, pues aquellas bolsitas que contenían los minerales, a una velocidad de vértigo, al mínimo descuido, iban a parar al depósito de los calzoncillos (el receptáculo más seguro).
   Todavía nos quedaba un tercer y provechoso método para seguir incrementando la colección: “Vicente, descámbiemelo que ya lo tengo”. Consistía en hacer una apertura cuidadosa de la bolsita, extraer el mineral original, sustituyéndolo por piedras o rocas del terreno de las que nos surtíamos en la tiza, por aquello de que se parecieran lo menos posible a la piedra común, y abusar una y otra vez de la bondad de aquel hombre y su hija, los encargados de lidiar a diario con aquella legión local de geólogos. Este método, requería de una especial cualificación para no elegir el pedrusco que previamente habían introducido otros (más de uno llevaba se gato por liebre). Recuerdo que el mineral más demandado era la galena argentífera, en cuya bolsa raramente se alojaba un ejemplar original.

Galena argentífera


    Fuimos varios los que conseguimos finalmente hacernos con la colección completa. Durante muchos años guarde en mi casa celosamente aquellos estuches que los albergaban. Me gustaba, de vez en cuando, echar mano de ellos para palparlos y rememorar felices y alegres tiempos pretéritos.
   Terminarían desapareciendo de una manera, que no refiero siquiera para evitar ponerme de mala leche. Dejémoslo en misteriosa circunstancia, como las que se daban en aquellas novelitas de “Los Cinco” a las que fuimos tan aficionamos.

26 julio 2011

TENORIOS DE CONVENTILLO




     Con tal remoquete, en singular, llegó a bautizar Monseñor Franceschi (un prelado argentino, a quien ya conocimos encaramado a todo lo alto de La Torre de Porcuna en 1937) al malogrado cantante Carlos Gardelescandalizado por el candoroso tributo que le dispenso el pueblo, a raíz de su accidentada desaparición en 1935.
     La misma calificación, pero en plural, es la que empleamos para referirnos a unos jóvenes pertenecientes a las más distinguidas familias de Porcuna, que acompañados de criados y provistos de escaleras para favorecer sus intenciones, durante varias noches, intentaron adentrarse en el convento de las Madres de la Doctrina Cristiana.
     Al parecer, tuvo que tomar cartas en el asunto el Sr. Obispo de la Diócesis, denunciando el hecho ante el Gobernador Civil, que dio las órdenes oportunas a la Guardia Civil y autoridades locales para que tales hechos no volvieran a repetirse.
     La curiosa noticia fue publicada en primicia por el diario La Correspondencia de España el 23 de septiembre del año 1904. En los días siguientes, otras rotativas, la recogerían desde su particular impronta.
     El Imparcial la precede de un teatral encabezamiento:

El Imparcial 24 de septiembre de 1904

     Desde El Globo se trasmitirá la información recurriendo al pareado:

El Globo 25 de septiembre de 1904


    La primera duda que me asaltaba, era sobre esas Madres de la Doctrina Cristiana. Pensé, en un principio, que se trataría del tradicional convento de clausura de las Madres Dominicas (ubicado donde el Cine Nuevo). No terminaba de cuadrarme. ¿Qué buscaban allí aquellos señoritos? ¿Tal vez una joven novicia?
    Ha sido precisamente en el Semanario “El Socialista” (Hemeroteca Fundación Pablo Iglesias), buscando información para una futura entrada sobre la Agrupación Socialista de Porcuna y su filial Sociedad de Agricultores Paz y Libertad, donde he encontrado la respuesta.
    Eran religiosas de la Compañía de María quienes se establecieran en Porcuna durante el curso académico 1904/05, para hacerse cargo de un internado femenino y un establecimiento de enseñanza, patrocinado por el “monterilla local” don Luis Aguilera y Coca, quien les proporcionara una casa de su propiedad para tales fines. Su iniciativa, responde al firme propósito de contrarrestar, en la medida de lo posible, los logros de la recién constituida sociedad obrera, que para aquel mismo curso había conseguido poner en marcha, con éxito, su escuela obrera:


Don Luis "El Chato"

Pintura al oleo de Julio Romero de Torres


    Aquellos señoritos y sus respectivos padres, se debieron de coger un buen mosqueo por la difusión y la guasa que había generado la noticia (inocentes efluvios juveniles en busca del 15 “La Niña Bonita”). 
    Un humilde dependiente de comercio del ramo textil de la localidad, que a los pocos días de publicarse lo de la escalada nocturna en el diario El Imparcial (uno de los que le dio cobertura), remitiera y se le publicara una carta en dicho periódico, explicando de que manera le había afectado la entrada en vigor de la famosa ley del descanso dominical, se convirtió en chivo expiatorio de aquel desaguisado.
     El pobre muchacho, tendrá que remitir una misiva a la desesperada a La Correspondencia de España (el primero en hacerse eco) para desvincularse del chivatazo:



La Correspondencia de España  7 de noviembre de 1904

    El hecho fue verídico y así lo recoge el Dean de la Catedral de Jaén, Francisco Juan Martínez Rojas, en el artículo La Parroquia de Porcuna a caballo de los siglos XIX y XX” incluido dentro del libro recientemente publicado con motivo del Centenario de la misma. Se vale, mayormente, de los legajos de correspondencia del Archivo Histórico Diocesano de Jaén, aportándonos  ligeros y nuevos detalles sobre aquel alboroto:

    “Las Madres de la Enseñanza, que abrieron una residencia en Porcuna en estos años, y cuya presencia no estuvo exenta de dificultades y contratiempos, como cuando, en 1904, varios jóvenes de familias distinguidas intentaron entrar en clausura por casas adyacentes al convento, y los vecinos lo impidieron, debiendo de intervenir el Gobernador Civil y el Teniente Coronel de la Guardia Civil”.


El Siglo Futuro 10 de octubre de 1905

    Cambiemos de tenorios, y centrémonos ahora en el bueno de Benito J. Toribio, que según nos relata en la carta remitida a la prensa, tenía su particular conventillo en casa de los suegros, junto a los que pasaba la mayor parte de la jornada dominical, a la vera de su enamorada.

¿QUÉ HACE USTED EL DOMINGO?

Último escrutinio




    Antes del descanso no trabajaba en el establecimiento, por existir un acuerdo entre el gremio de tejidos de esta población, de no vender en domingo; pero salía a dar vueltas por el pueblo para cobrar a los muchos deudores morosos que hay en el establecimiento, y cuyas visitas están a cargo, en estos pueblos, de la dependencia. Hoy, con la ley Sánchez Guerra, me levanto por la mañana, sobre las siete; doy un paseo y a almorzar. Una vez terminado el almuerzo, a ver a la novia. No tengo nada que hacer y claro esta, que en parte alguna, paso mejor el rato. Allí permanezco hasta las tres o tres y media, hora de comer. Después, vuelta a casa de la novia hasta las ocho y media o nueve, que está en casa la cena dispuesta. Terminada la cena, otra vez a casa de la novia, hasta las once de la noche ¡Y porque no puedo estar hasta las doce, para apurar hasta el último minuto del día de descanso! En estas condiciones, Sánchez  Guerra es un buen amigo: favorece los amores de los 
dependientes. Hay que felicitarlo y exclamar: ¡Viva Sánchez! ¡Viva el descanso dominical!

B.J. Toribio. Porcuna, 26-9-904

(El Imparcial 23 de octubre de 1904)

21 julio 2011

Bandoleros, facinerosos, bandidos y ladrones en Porcuna durante el siglo XIX. 2ª parte.

    Durante la tercera guerra carlista serán partidas de facinerosos de boina roja, defensores de los derechos dinásticos de Carlos VII, quienes merodeen o entablen batallas en el término de Porcuna.

    Para proveerse y abastecerse de suministros, las partidas carlistas se verán obligadas, en más de una ocasión, a hacer incursiones y atentar contra las propiedades de los habitantes de las poblaciones por las que transitaban durante su continuo peregrinaje, ante el pertinaz hostigamiento al que eran sometidos por parte de las tropas gubernamentales.

    En agosto de 1869, los restos de la maltrecha partida del general Juan de Dios Polo (cuñado de Cabrera), que se había sublevado en la Mancha el 23 de julio, parece ser que se encontraban a una legua de la villa de Porcuna, sin raciones, sin equipos y casi sin armas.

La Época 4 de agosto de 1869


Juan de Dios Polo y tres militares carlistas
Fotografía de Jean Laurent

    De la partida formada en fecha postrera por el acaudalado propietario de Porcuna, don Buenaventura de la Hoz y Martínez, y de la escaramuza bélica que protagonizó en los Montes de Pezcolar contra el ejercito de Amadeo de Saboya, ya di cumplida información en una entrada anterior.


    De robo sacrílego habría que conceptuar el perpetrado la noche del 12 al 13 de marzo de 1868 contra la Iglesia parroquial de Porcuna, llevándose los ladrones objetos de plata y oro por un considerable valor (no se especifica si fueron platos, cálices o copones) (1).



    Algunos años después (1894), unos chantajistas proyectaron un ardid contra los intereses del señor cura párroco de Porcuna, don Francisco Ruiz Linde. Le remitieron una carta en la que se le exigía, bajo serias amenazas de muerte, el depósito de mil pesetas en la llamada Cruz de los Castillejos, entre las doce y una de la noche. El señor cura, que no estaba dispuesto, bajo ningún concepto, a renunciar a las 1000 pesetas del ala,  no se amilanó, y despreciando los peligros que corría, puso el asunto inmediatamente en conocimiento del puesto de la Guardia Civil.
    A la hora marcada y en el sitio designado, hizo como si efectuara el depósito. Los guardias desplegados  en los alrededores  pudieron observar como un sujeto de dirigía al lugar convenido. Cuando confiado se disponía a echarle mano al depósito, fue sorprendido por los guardias sin que le diera tiempo para defenderse. Se llamaba Francisco García, y desconocemos su naturaleza y antecedentes (2).

    Aunque atravesando levemente la barrera del siglo, en 1905, coincidiendo con la dolorosa hambruna causada por la crisis agrícola y de trabajo que sufrió casi toda Andalucía aquel año, una vez más, un representante de la Iglesia local se convierte en blanco de los ladrones. En esta ocasión, el transgresor se trataba de un humilde jornalero local (le suponemos necesitado) convertido en ladrón de confesionario, pues, fue precisamente la rejilla de éste, la utilizada para solicitar a su confesor, que hallábase cumpliendo con su cometido en el interior de aquel receptáculo, la módica cantidad de cien pesetas mensuales a cambio de respetarle la vida.

El Día 31 de agosto de 1905


    La posible motivación y autoinculpación ideológica apuntada por el gacetillero, es utilizada por algunos medios para desprestigiar a quienes simpatizaban con aquel ideario, que durante aquellos años empezaba a abrirse paso, con cierta solidez,  tanto entre el proletariado rural como en el urbano. Será una constante histórica, que aún pervive.



    En 1889 un individuo de nacionalidad belga, llamado Juan Teodoro Van Lind, que no sabemos exactamente qué se le había perdido por Porcuna, fue reducido por los municipales e ingresado en prisión como sospechoso de intentar robar primero a un niño y luego a una niña que jugaban en la calle, “que milagrosamente pudieron ser rescatados de las manos del extranjero”. Dió mucho que hablar su presencia entre el vecindario, así como el hecho de que se fijara esencialmente en los niños (¿Sería el coco?).


   “Al detenido se le ocuparon varias hojas de socorro, algunas cartas para pedir limosna y una navaja”, aunque a las pocas horas de su ingreso en prisión sería puesto en libertad tras hacer efectiva la fianza de mil pesetas que le fue impuesta.
    El propio gacetillero  no deja de mostrar su sorpresa y extrañeza por todo cuanto queda dicho (3).


    En el mes de marzo de 1893, empujado por los efluvios primaverales, un joven porcunense llamado Francisco Puerto Torres, desapareció del pueblo, llevándose en su compañía una hermosa joven llamada Nicolasa. “Hasta la fecha, siguen guardando el más absoluto incógnito" (4).

    Del año siguiente, también las hemerotecas nos proporcionan información sobre otra de estas fugas misteriosas acaecida en Porcuna:

La Iberia 19 de enero de 1894



   Hasta hace relativamente poco tiempo, en algunos pueblos de nuestra Andalucía, ha pervivido esta costumbre del rapto, como método muy extendido y utilizado por las parejas de enamorados, cuyas relaciones carecían del consentimiento paterno.

    Para terminar, utilizaré el sentido metafórico para calificar de robo, el perpetrado contra la salud y mejores años de juventud del porcunense Antonio Quero, que por no poder hacer frente a la cuota que le eximiera del servicio a la patria, durante los años finiseculares, sería destinado como soldado de reemplazo  a luchar contra los insurgentes independentistas cubanos que cuestionaban la españolidad de aquella isla.
    Allí contraería una afección cardiaca. Tras pasar mes y medio recuperándose en un Hospital de Sevilla, sería licenciado definitivamente y abandonado a su suerte.
    
    Conocemos su historia, porque una vez en Córdoba, dio con almas caritativas que se hicieron cargo de su penosa situación y le ayudaron económicamente para que pudiera regresar a su pueblo con los suyos:

La Correspondencia de España 13 de noviembre de 1896

    El generoso y altruista rasgo del popular novillero y banderillero Rafael Martínez “Cerrajillas” para con nuestro necesitado paisano, le hace merecedor de una fotografía y un enlace. En él se da buena fé, de la extracción social, modus vivendi y costumbres de aquellos, que como él, intentaban abrirse paso en ese difícil mundo, llegando a moverse casi  al filo de la navaja, por lo que tendrían que concurrir, en más de una ocasión, a las salas de los Juzgados.

Publicada en El Enano el 14 de abril de 1901


1)     La Esperanza, 30 de marzo de 1868.
2)     La Epoca, 14 de febrero de 1894.
3)     La Epoca, 1 de abril de 1889.
4)     La Epoca, 19 de marzo de 1893.