Durante el proceso de documentación de las entradas dedicadas al Arquitecto Huertas Toribio al asociar el nombre de Porcuna con este
apellido nos hemos tropezado con la “Historia de un Converso”, natural de
Porcuna (Jaén), que gastó mucha tinta en las rotativas de la prensa española de
finales del XIX.
Volvemos a
encontrar el apellido relacionado con la construcción y las obras públicas,
y de rebotadura con el republicanismo, el espiritismo, el librepensamiento y la
francmasonería de escuadra y compás.
El padre
del futuro converso se llamaba Manuel Huertas Caballero, quien tras recibir enseñanzas
en la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid como Agrimensor-Aparejador
(años 1857-1858) sería destinado a la Jefatura de Obras Públicas de la provincia
de Granada, prestando servicios con la categoría de sobrestante en
poblaciones como Loja, Guadix o Baza.
De su
matrimonio vinieron al mundo Juan y José, que en octubre de 1878, cuando apenas
contaban 11 y 12 años, iniciaron estudios de Derecho y Medicina respectivamente
en la Universidad de Granada. Por su precocidad y extraordinaria inteligencia
eran conocidos como “los doctores”.
Juan, el
mayor de los hermanos, cuando fallece el padre en el año 1885, pasa a ocupar un
empleo en las oficinas de Obras Publicas de la capital granadina, labor que
compaginará con la de redactor en La Publicidad, periódico de línea editorial
liberal-republicana.
José Huertas Lozano (el futuro converso) a los 18
años ya era médico. En el verano de 1885, cuando la provincia de Jaén se ve
azotada por la terrible epidemia de cólera morbo asiático, fueron requeridos
sus servicios profesionales: “se desvivió con entusiasmo por atender a los
enfermos por el ardor de su carácter”. Parece ser que durante esta breve misión
por tierras jiennenses mantuvo algún contacto con grupos de espiritistas y
masones.
Los hermanos Huertas ya se hallaban iniciados en un
grupo espiritista denominado “La Luz de la Verdad”:
“Ha sido necesario que en una capital como
Granada, una generación que cuenta veinte años, alce el grito de la libertad de
pensamiento y de conciencia, para que despierte en sus paisanos el entusiasmo
que yacía sujeto en el estrecho círculo en que se veía obligado a jugar su
libertad de acción”.
El joven médico
José Huertas gr. 1º, adoptó por nombre simbólico el del espiritista francés Allan Kardec. Su hermano, el empleado, abogado y periodista Juan Huertas figura como
Secretario con grado 1º de recién iniciado.
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Las Dominicales del Libre Pensamiento (12 de abril de 1885)
Los dos hermanos ideológicamente estaban
adscritos a la familia del republicanismo progresista encabezada a nivel
nacional por Manuel Ruiz Zorrilla.
Juan
Huertas fue Secretario de su Comité Provincial y como redactor de la Publicidad,
en alguna ocasión sería objeto de persecución e incluso detenido por presunto delito de
imprenta (1886). Consta la participación de “los doctores” como oradores en
actos de propaganda organizados por el partido en la capital y diferentes
pueblos de la provincia, así como su pertenencia a la Sociedad de Fomento de las Artes de la que
Juan fue Secretario hasta su prematuro fallecimiento en mayo de 1888.
El Defensor de Granada (8 de mayo de 1888)
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Quienes sufragan y figuran en la esquela
mortuoria son el Ingeniero Jefe de Obras Publicas, el presidente del Comité
Provincial Republicano Progresista y el de El Fomento de las Artes en ese mismo
orden.
El abogado, escritor y periodista Pascual Santacruz Revuelta le dedica unas elogiosas letras recordatorio en un artículo firmado en agosto de 1901:
El abogado, escritor y periodista Pascual Santacruz Revuelta le dedica unas elogiosas letras recordatorio en un artículo firmado en agosto de 1901:
“La
juventud es hermosamente intransigente,
impecáblemente revolucionaria. No he conocido más que uno de esos jóvenes. El malogrado
Juan Huertas Lozano granadino ilustre joya robada por la muerte a la tribuna,
al foro y a la democracia. Espíritu de diamantino temple le oía defender sus
ideales con un brío moral que contrastaba con el aspecto exangüe de su pobre
organismo minado por la tuberculosis.
Y cuando recuerdo a aquel joven tan puro tan
sabio y tan valiente, y le pongo en parangón con estas momias espirituales que
mi alrededor bullen y charlan en frivolidad perpetua, me parece que la juventud
democrática española murió con él y lo que es más triste que junto a su cadáver
sólo florecen las plantas de la indiferencia y del olvido sin que broten por
ahora los retoños de la renovación y de la vida”.
A la muerte del Juan “orador elocuentísimo y fogoso, brillante esperanza del foro y de la
política” su hermano José asume sus funciones dentro del Comité Provincial
y le sustituye al frente de la Secretaria de la Sociedad del Fomento, cuya
finalidad principal era la instrucción y el mejoramiento social de las clases
obreras. José Huertas por esta época trabajaba como médico y secretario
particular para el ingeniero de caminos y diputado a cortes Luis de Rute y Giner.
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Repositorio Documental de la Universidad de Granada |
De la conferencia que pronunció José Huertas durante la apertura del curso 1888-1889 extraemos
algunos párrafos en los que se elogia la labor de extensión cultural de esta
asociación inspirada en los principios de la filantropía propios de la
masonería con los que comulgaba:
“Si
hubieseis venido alguna noche a escuchar las explicaciones de las asignaturas
que aquí se han cursado, habrías tenido sobrada ocasión de advertir que esos
bancos que ahora ocupáis, estaban llenos de obreros; ya adultos de atezada faz
y ceño endurecido, ya adolescentes de mirada penetrante y frente bañada por los
restos del sudor del día, que, despreciando el cansancio, negándose a si mismos
la fatiga, olvidando que de sol a sol prestaron su fuerza y su energía al
concurso universal de la actividad humana; que dando pruebas de plausible vigor,
y no parando mientes en el desfallecimiento que sus miembros enervara, acudían
ansiosos a este lugar en el que esperaban recibir las lecciones. Aquí llegaban
ávidos de enseñanza buscando ilustración, anhelosos de educar su entendimiento
y su razón, porque comprendían que este es el único medio de arrebatarse a la
ignorancia, de huir del bochornoso dominio de las pasiones y de salvar el
abismo de la estupidez que, de no ser corregida, cuando no les lleva al
idiotismo o el crimen, les deja entre las garras de otro monstruo cruel: la
superstición”.
El peso de las enseñanzas lo llevaba el apóstol
del laicismo y veterano francmasón José Aguilera López
En Las Dominicales del Libre Pensamiento de 14 de
octubre de 1888 consta la pertenencia de José Huertas Lozano a la “Resp.
Log. Numancia nº 202” de Granada, bajo los auspicios del G.O.E. con
grado 3º y nombre simbólico Universo (Orador).
Durante este tiempo se prodigó con su seductora
oratoria en actos políticos y conferencias, como las desarrolladas en el propio
Fomento de las Artes o en asociaciones o colectivos granadinos que reclamaban
su comparecencia.
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La Nueva Prensa (4 de noviembre de 1888)
El 11 de febrero de 1889 participaba en la localidad
jiennense de Alcalá la Real en los actos conmemorativos del décimo tercer
aniversario de la proclamación de la República, y el 24 en una velada fúnebre,
organizada por la tertulia republicana de Baza, en memoria del Brigadier Villacampa.
Durante
el primer trimestre de 1889 en la sección de cartas al director del semanario
granadino “La Nueva Prensa” mantuvo una educada controversia con
Francisco Camps y Cortes que le acusaba de “cerrar
contra la idea religiosa con chistes y falsedades de tomo y lomo” durante
una conferencia que con el titulo de “Emigración e Inmigración” impartió en el
local del Fomento de las Artes (calle Elvira nº 117).
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Ateniéndonos al título de su primera incursión en el
mundo literario, una novela humorística que titula “Los hijos del capitán grajo en cualquier parte del mundo” editada
a finales de 1888, cuya trama desconocemos, bien pudiera ser ella la
responsable de la fama de anticlerical irreverente que Camps le atribuye. En los trabajos periodísticos a los que hemos tenido acceso, aunque se nos muestra
firmemente anclado en sus posicionamientos ideológicos, no hemos encontrado en
ellos ataques directos contra la clerecía.
Al fallecer en abril de 1889 el ingeniero y
diputado Luis de Rute (su único sustento) se desplaza hasta la capital de España con la
idea de concurrir a oposiciones para ingresar como médico en la Armada. En
Madrid hace amistad con un joven de Ayamonte llamado Antonio Pérez y Pérez
Esteban que, viéndole atormentado, lo pone en contacto con la Compañía de
Jesús.
Parece ser que andaba algo despechado con los
francmasones madrileños que no le habían prestado la ayuda demandada e
intentaron hacerle desistir de sus propósitos iniciales. Tras participar por
invitación en unos ejercicios espirituales celebrados en el Colegio de los
Jesuitas de Talavera de la Reina es cuando se produce su prodigiosa conversión,
ingresando a renglón seguido como novicio y anunciándose su vestidura de sotana
para el día de la Natividad de la Santísima Virgen María (8 de septiembre).
Antes dirigió una carta de retractación al Excmo. e
Ilmo. Sr. Arzobispo de Granada, don José Moreno y Mazón, que fue reproducida
con alborozo en la prensa católica de los más dispares puntos del país:
“Mi
Venerable y amadísimo Prelado: A nadie mejor que V.E. debo dirigir este
escrito, por qué nadie ha debido sentir más que V.E, mis extravíos pasados.
Este hijo pródigo acude hoy de la manera que puede a echarse en brazos de su
bondadoso padre, pidiéndole perdón de su extraordinaria maldad, como ya lo ha
hecho como gran consuelo de su corazón, y con lágrimas de sus ojos, a la
Majestad Soberana.
Al meditar aquí en el retiro y el silencio
de las verdades en que apenas había parado, he visto las cosas de un modo
contrario a como antes las veía, he sentido mudado mi corazón y he creído.
En
virtud de la fe y gracia que el Señor, con su infinita Misericordia, me ha
concedido, y ayudado por mi Madre y Señora la Inmaculada siempre Virgen María,
declaro públicamente y ante la faz del mundo entero que creo y confieso todas y
cada una de las verdades de nuestra fe,
que dios ha revelado a su Iglesia, y que ésta, con su magisterio infalible nos
propone, que quiero vivir y morir en esta misma fe que de niño recibí, y luego
por mi desmedida ambición y por tras los vanos y mentidos aplausos del mundo
pisotee; que detesto y abomino todos los errores que en folletos, discursos y
pública y privadamente manifesté".
La
carta completa puede leerse en El Mahonés de 14 de septiembre de 1889.
Lógicamente un caso como éste dio mucho juego tanto
en la prensa de tirada nacional como en la provincial. El periódico jiennense
El Norte Andaluz publica una pequeña reseña biográfica del converso en la
trasciende su naturaleza porcunense:
“Huertas
Lozano es natural de Porcuna, pueblo de
esta provincia. Su padre fue sobrestante de obras públicas en Guadix, y luego
pasó a Baza, donde sin duda empezó a recibir el hijo semilla de ideas
religiosas, pues este pueblo ignorado por todos los conceptos, sólo aparece de
relieve en las columnas de Las Dominicales del Libre Pensamiento.
Azotada esta capital por el cólera morbo
hace cuatro años, acudieron en su ayuda diferentes recursos y personas; una de
estas era el médico Huertas Lozano, joven de veinte años, que se desvivió aquí
por atender a los enfermos con el ardor de su carácter y entusiasmo nefando de
sus ideas, que procuró diseminar, y diseminó en efecto, entre los pocos que las
manifiestan acá.
Hasta su retrato dejó en manos de sus
amigos de Jaén y así no es extraño que
seamos nosotros los que participan de la
general alegría de ver convertido a un masón
que poco antes pisoteaba a Jesucristo y blandía la espada en el antro de
los secretos a favor de la guerra contra la Iglesia católica, convertido,
repetimos, en un Jesuita a quien el peso de la sotana seguramente ha de trocar
en apóstol ardentísimo de la verdadera fe”.
Las reacciones que se producen entre sus antiguos
compañeros de comunión de ideas, así como noticias sobre su efímero paso por la
Compañía de Jesús y otros vaivenes a los que se verá sometida su trayectoria
vital quedan en reserva. A ver si
mientras tanto podemos dar con su retrato, detrás de cuya pista andamos.
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