Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

20 agosto 2013

Arquitecto "Luis de Huertas Toribio" (1765-1815). PARTE 1ª



    En 1773 Antonio Toribio y Juan de Huertas, maestros alarifes de la villa de Porcuna (Jaén), tomaron una contrata por importe de 89.000 reales, pagaderos en tres plazos, con el fin de ejecutar las obras de un edificio de nueva planta a construir sobre el solar de las arruinadas casas capitulares de de Los Villares (Jaén). Siguiendo las directrices de un proyecto realizado por un arquitecto de Jaén, llamado Manuel López, las nuevas Casas Capitulares, que además de los locales necesarios para la actividad del concejo contaban con calabozo, carnicería, puesto de abasto, granero y corral, quedarían terminadas e inauguradas en el año 1775


    Su fachada de aspecto cúbico, está compuesta por mampostería y sillería, con cuerpo central de tres plantas y cubierta a cuatro aguas. De líneas arquitectónicas muy sencillas y severas, en el que se aplicaron las directrices dadas al efecto por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1). 
    Casi diez años después, otros dos porcunenses, probablemente primos y emparentados (hijos o hermanos) con los referidos alarifes, comparten aulas y profesores en la sección de arquitectura de tan magna institución académica y educativa.
    Se tratan del ya conocido Tomás Toribio y de Luis de Huertas Toribio.
    Antes de entrar en el desarrollo de la carrera profesional del arquitecto Luis de Huertas Toribio intentaremos contextualizar brévemente los cambios operados en materia de urbanismo y arquitectura durante el periodo histórico en que ésta transcurre.
     Carlos III cuando llega al trono de en 1759 se encuentra con una capital de España de aspecto miserable y vergonzoso.  La necesidad de llevar  a cabo  profundas reformas resultaba imperiosa. Se proyectaron servicios de alumbrado y recogida de basura, uso de adoquines para las calzadas y una buena red de alcantarillado. Acompañado todo de un ambicioso plan de ensanche, con grandes avenidas y monumentos.

     A tal efecto el monarca reclamó los servicios profesionales del arquitecto italiano Francisco Sabatini, encumbrándole pronto por encima de los arquitectos españoles más famosos de la época. Se le nombró Maestro Mayor de las Obras Reales, con rango de teniente coronel del  Cuerpo de Ingenieros, a la vez que se le designaba como académico honorífico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Sabatini retratado por Goya
    La Academia de Bellas Artes de San Fernando desempeñó durante estos años un papel fundamental en la difusión de los principios del arte clásico ya que era la encargada de formar a los artistas.
    De esta institución saldrá una nueva remesa de arquitectos españoles que se formarán trabajando al lado de los grandes maestros de la arquitectura neoclásica española: Francisco Sabatini, Juan de Villanueva o Ventura Rodríguez.

    Tomás Toribio y Luis de Huertas Toribio, a quienes presuponemos un importante bagaje arquitectónico previo como maestros de obras y de cantería en su Porcuna natal, debieron de dar el salto a la par hacia la capital del reino al objeto de ingresar en la referida academia.


     La referencia más antigua sobre Luis de Huertas es del año 1783 y la extraemos de un opúsculo titulado “Noticia de los premios distribuidos por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, en el primer semestre del año 1783” (2). Entre los artistas premiados figura “Luis de Huertas, Oficial de Cantero, por el plan que presentó de una torre, y acreditó ser obra de sus manos”.



     Este premio debió resultarle provechoso para su inminente ingreso en la Escuela de San Fernando.

    Por un “Memorial literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid de mayo de 1784”  conocemos que por esa fecha ya era alumno de de la Escuela de Bellas Artes (3)


    Concurre al concurso convocado por la institución académica junto a Tomas Toribio y otros alumnos para optar al premio de 2ª clase (nivel medio). Debían proyectar “un cementerio para un pueblo de 400 vecinos con los ornatos correspondientes, corte y fachada todo geométrico”.
     Sera precisamente su paisano y amigo (tal vez primo) Tomas Toribio quien se haga acreedor con su trabajo a uno de los premios otorgados, consistente en una medalla de plata de ocho onzas.


    En 1784, siendo alumno de la Academia, proyectó la construcción del camino desde la salida del Puente de Toledo a los Carabancheles.


     La tesis doctoral de historiadora puertorriqueña María de los Ángeles Castro Arroyo (Arquitectura en San Juan de Puerto Rico en el siglo XIX) le dedica una pequeña reseña a este arquitecto que recalaría con el tiempo en esta isla. Es precisamente en este trabajo donde trasciende su naturaleza. Así consta en su registro de defunción (muerte acaecida en San Juan de Puerto Rico en el año 1815). Esta autora sitúa su nacimiento en Porcuna (Jaén) en torno al año 1765, por lo que cuando se gradúa como maestro mayor de obras en el año 1885, junto a Tomas Toribio, tendría sobre 20 años.
    Un ejemplar de este trabajo lo he localizado entre los fondos de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid. Desistimos de su obtención y del abuso en la petición de favores, habida cuenta que con las vistas previas que nos ofrece google book y otras fuentes complementarias de momento pueden resultar suficientes.
    Ellas nos permiten conocer que fue Francesco Sabatini quien le recomendó para ocupar la plaza de Maestro Mayor de las Reales Obras de Fortificación de la Plaza e Isla de Puerto Rico, vacante por fallecimiento de Bartolomé Fammi desde 1792:

     “…su conocida inteligencia en la teórica y práctica de las obras y a las demás circunstancias que le hacen recomendable, todo lo que me consta por haber estado a mis órdenes muchos años dicho sujeto” (4).

    Teniendo en cuenta que no se incorpora a su nuevo destino hasta 1796 y lo referido por Sabatini en su letras de recomendación, forzosamente tuvo que poner a prueba su manifiesta pericia como cantero tallador, adquirida durante sus años mozos en su Porcuna natal, al frente de equipos que trabajaran en las últimas producciones de este arquitecto neoclásico de origen italiano realizadas en la corte durante los primeros años del reinado de Carlos IV. Podríamos citar entre las principales el Convento de San Gil en el Prado de Leganitos (1786-1797), el cambio de orientación de la Escalera principal del Palacio Real (1789) o las obras de reconstrucción de la Plaza Mayor tras el incendio de 1790.

Convento de San Gil
Reconstrucción Plaza Mayor de Madrid
    La fachada que aparece en la cabecera de la entrada es la única obra de Luis de Huertas de la que tenemos constancia de su participación como proyectista principal en la corte. Se trata de un edificio destinado a casa de vecindad de nivel económico alto y con ciertos aires de tipología residencial. Ubicado en el nº 2 de la Plazuela del Alamillo con fachada a la calle Segovia y esquina a la costanilla de San Andrés. Compartió el trazado del inmueble con el también arquitecto y compañero de promoción Juan Antonio Cuervo. El proyecto está fechado en el año 1793 (5).

Fachada de la calle Segovia (6)
    El proyecto original pautaba un sencillo alzado a base de bajos, principal, piso alto y buhardillas, ostentando sus fachadas - en su parte alta central- dos destacados templetes con frontispicios (5).
    Desconocemos el nombre de su dueño y promotor. El inmueble completo es puesto a la venta  en el año 1829. En el anuncio insertado en el Diario de Madrid consta su valoración  y  superficie según tasación realizada por el propio Juan Antonio Cuervo en 1803:

Diario de Madrid 1829

   El edificio, afectado por las numerosas reformas acometidas a lo largo del tiempo, sigue en pie, habiendo desaparecido su primitiva techumbre y esos característicos templetes triangulares que remataban sus fachadas.



    La segunda parte de la trayectoria vital y profesional del arquitecto porcunense Luis de Huertas Toribio, que transcurre en la Plaza e Isla del Puerto Rico colonizada, la dejamos en reserva para una próxima entrada.
FUENTES UTILIZADAS

(4)    Maríade los Ángeles Castro Arroyo / Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX). Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1980 - 424 páginas.
(5)   Inventario Artisitico de edificios civiles madrileños de los siglos XVII y XVIII. Tomo II. Centro Nacional de Información y Documentación de Patrimonio Histórico. Madrid 1986.

03 agosto 2013

EL ARMISTICIO DE LA CHIMORRA



    Durante el primer año de la Gran Guerra ocurrió un hecho inédito y sin precedentes en la historia de la humanidad. En el frente de Flandes (Belgica) los ejércitos en conflicto hicieron un improvisado alto al fuego para compartir juntos la navidad (Tregua de Navidad de 1914).

    El día de Nochebuena los soldados empezaron a depositar sus armas en el suelo. Los primeros valientes salen de sus trincheras, nadie dispara un tiro. En seguida otros siguen su ejemplo, pronto todos.
    Como primera medida se entierran conjuntamente los soldados muertos de ambos bandos, que se encuentran desde hace semanas en tierra de nadie. Todos cooperan y nadie se dispara. Estaba ocurriendo algo especial. Cuando oscurece, se iluminan unos abetos sobre los alambres de espino. Los enemigos de ayer cantan unidos canciones de navidad, cada uno en su idioma.
    Al día siguiente se intercambian regalos, se muestran fotos de sus familias, beben y comen en camaradería  e incluso juegan al fútbol.


      Estos hechos históricos sirvieron de inspiración al guionista y director de cine francés Chistian Carion para rodar una magnífica película bélica con un profundo mensaje pacifista: Joyeux Noël  (Feliz navidad 1914).

(Apresúrense a visionarla antes de que fulminen el enlace)

     En agosto de 1938, en plena guerra civil española, el libertario gaditano Miguel Pérez Cordón, que por su vasta cultura autodidacta debía de tener conocimiento de aquellos pretéritos milagros humanos, en las columnas del diario Cartagena Nueva (órgano de la Federación Comarcal de la CNT de Cartagena) escribe una narración retrospectiva en la que se reproduce una historia de similares características.
    La sitúa en  el Alto de La Chimorra, en el frente de Córdoba, muy posiblemente después de la famosa Batalla de Pozoblanco, cuando el frente queda estabilizado.
    Prescindiremos de la primera parte del artículo en la que el autor se reencuentra con Andrés, un viejo amigo gaditano, de quien emana el hilo narrativo. Andrés, que pudo escapar de su tierra al iniciarse la rebelión, es ahora sargento del Ejército Popular. Le va contando pormenorizadamente sus vicisitudes y las de su familia desde que se desencadenara el conflicto aquel fatídico 18 de julio de 1936.

Pérez Cordón con su compañera Maria Silva (La Libertaria)

    El artículo está redactado en Barracas (Castellón) en julio de 1938. Por estas fechas, Miguel Pérez Cordón, se hallaba incorporado a la 28 División del Ejercito de la República y hacía las funciones de corresponsal de guerra. Discernir, sin otras fuentes, lo que tiene de verídico el hecho narrado es tarea harto difícil. Pero como participa de ese mismo trasfondo pacifista y humanista de la historia anterior y pone, de camino, en evidencia el anacronismo de una guerra entre hermanos, no nos resistimos a reproducirlo.

El armisticio de La Chimorra


    Estábamos guarneciendo la posición La Chimorra, en el sector de Pozoblanco. Frente a nosotros, una posición guarnecida por civiles y falangistas. No podíamos ni asomar la cabeza por los parapetos. Siempre había tiroteos. De día y de noche. Nos tenían fritos. El vocabulario que empleábamos era de lo más soez. Nos escuchaban perfectamente. La distancia de una a otra posición no pasaba de los seiscientos  metros. Una madrugada calmó el tiroteo. Todo quedó en silencio. De pronto escuchamos una voz:
    -  ¡Camaradas! ¡Camaradas!
    -  Hijos de p… contestaron algunos soldados.
    -  Camaradas, camaradas, seguía la voz más suavemente.
    -  Falangistas, canallas civilones –repicaban los nuestros-.
    -  Somos soldados, somos soldados.
    -  ¿Habéis revelado a los otros?
    -  Si.
    -  ¿Queréis café?
    Se generalizó la conversación. Convinimos en que bajaran dos de ellos y dos nuestros a la vaguada.
    Cuando se juntaron los cuatro soldados se abrazaron. ¡Simbólico abrazo! Abrazo que duró unos minutos pues de pronto ocurrió algo inexplicable. Fue un sentimiento, un deseo en oleada que recorrió la trinchera y en el que me vi también envuelto a pesar de ser sargento. Los soldados de ambas posiciones salimos corriendo hacia el lugar donde se había sellado un pequeño armisticio y los cuatros soldados conversaban amigablemente.
    Y la vaguada, en un momento, antes siempre solitaria, cubierta de restos de proyectiles y muchos muertos de ambos bandos, que llevaban meses cara al sol, el agua y el viento , fue poblada de hombres que se abrazaban, reían, charlaban, hacíanse mil preguntas, se ofrecían tabaco, eran amigos, hermanos ..
    Yo ingenuamente pensaba que aquella acción representaba el fin de la guerra.
    De la vaguada salimos muy alegres y con un pacto: consistía éste en no tirotearnos y enterrar a la mañana siguiente todos los cadáveres que se encontraban esparcidos entre las dos líneas.
    Cuando ya regresábamos, escuché unas palabras autoritarias. Era un sargento faccioso. Amonestaba a un soldado que intentaba pasarse a nuestro lado.
    “Esto no lo permito.  Charlar, abrazarse, repartirse tabaco, lo que queráis, pero desertar no”.
   “Es que está mi hermano aquí. Mírelo. Salimos juntos de Sevilla” (replicaba el soldado).
    El sargento se lo llevó del brazo, Y su hermano, junto a mí, andaba y tristemente iba diciendo en voz baja: “A lo mejor mato a mi hermano cualquier día”.



    Enterramos los cadáveres. En grupos se reunían los soldados por las tardes en la vaguada famosa. Pero ya siempre vigilaban las ametralladoras. Aunque el pacto de no tirotearse se cumplió hasta que fueron relevados. No hubo ni una deserción. Quise haber conocido al capitán de aquella compañía, pero no pude lograrlo. Los soldaos le querían mucho. Se conoce que por encima de todo, en su corazón había mucha cantidad de sentimientos y de hidalguía liberal.
    El muchacho sevillano que estaba luchando de nuestra parte murió en el frente de Porcuna en el mes de mayo. ¿Lo mataría su hermano? …
    La interrogante queda suspendida en los labios de Andrés. Piensa seguramente en sus hermanos, ya posibles reclutas en la zona facciosa, en contra de los cuales algún día quizás también tenga que ordenar disparar o el mismo contra ellos, dispare.
    Nos despedimos en las proximidades de Barracas. Vino solamente a visitarme. A pie muchos kilómetros. Y se marcha el amigo, el amigo de la niñez hermanado en el dolor y la ausencia de los seres queridos. Nos abrazamos en una despedida que también es un lazo fraternal, tendida, no entre dos trincheras como en La Chimorra, sino entre el presente y el mañana vislumbrado por la niebla del humo de las bombas y los proyectiles que no lejos trepidan, convulsionan la tierra y ensucian el cielo.

                                                                                             M. P. CORDÓN  

01 agosto 2013

TOROS EN MOTRIL: LA TEMPORADA DE 1883.



     La ciudad de Motril por las peculiares características de su economía  y por su posición geográfica, pese a esas personalidades aisladas que se dedicaran al toreo en el siglo XVIII y primera mitad del XIX, que además tuvieron que abrirse paso en otros lugares, carecía de tradición taurina.
     No será hasta la década de los ochenta del XIX, cuando, al abrigo y ante la demanda de una cada vez más pujante burguesía industrial y comercial, cuando una empresa local se embarca en la construcción de una plaza de madera al objeto de poder ofrecer y rentabilizar espectáculos taurinos durante los periodos festivos.

     En marzo de 1883 el empresario Antonio Terrón Cortes, persona relacionada con el mundillo de las riñas de gallos, emprende la construcción de una plaza con maderas en terrenos de la Huerta de Capuchinos. Pretende ofrecer las primeras corridas durante la tradicional festividad de las Cruces de Mayo: “Se dice que si el negocio diera buenos resultados, se construiría definitivamente una plaza en aquel mismo sitio”.


      Finalmente se anuncia la inauguración de la plaza con una novillada para el 1º de mayo, seguidas de otras para los días 3 y 6, a lidiar por una pareja de diestros gaditanos de rancia casta torera: Manuel Díaz Jiménez “El Lavi” (homónimo y nieto del mítico torero gitano Manuel Díaz Cantoral “El Lavi”) y Antonio Ortega y Ramírez “El Marinero” (hijo del banderillero “El Lillo”).



      Ambos habían iniciado juntos sus andanzas toreras a temprana edad en el seno de una la cuadrilla de “Niños Gaditanos” allá por el año 1871.
     Entre la nómina de picadores y banderilleros del cartel aparecen algunos apellidos ilustres del toreo cordobés (Camará, Bejarano o Luque), lo que obedece a que Lavi, siendo vecino de  la capital cordobesa, dirigió por un tiempo una de aquellas famosas cuadrillas de “Niños cordobeses”, que una vez fogueados eran incorporados a la suya propia o a las de toreros amigos como El Marinero. 


     Aunque las crónicas califican de exitosos los tres festejos, el empresario no pudo hacer frente al pago del alquiler de las maderas que le habían suministrado los almacenista Emilio Moré Auger y Ruperto Vidaurreta, llegando el asunto al Juzgado que decretó su intervención y arriendo en pública subasta:


    Personas “bastante serias y conocidas” tomaron el arrendamiento. Para ir predisponiendo al personal se divulga el macutazo de la contratación de Fernando Gomez “El Gallo”, que llevaba en su cuadrilla al ya afamado banderillero Guerrita.

    Un primer ciclo veraniego, programado en principio para mediados de julio, no pudo celebrarse hasta los días 25 y 29, con los espadas Manuel Hermosilla y Diego Prieto “Cuatro Dedos”.


Manuel Hermosilla

     Antes de entrar en el desarrollo de estas corridas, anunciadas fraudulentamente como de beneficencia,  quisiera detenerme en la frenética actividad, a efectos de flirteo y entretenimiento, desarrollada por jóvenes pertenecientes a la burguesía motrileña constituidos en los días previos en “comisión de moñas”. Su misión, visitar a las damas y señoritas para animarlas a que bordasen moñas o escarapelas para que ganaran en vistosidad los espectáculos:


    "La comisión de moñas pasó en casa de la señora de Harduya un amenísimo y delicioso rato. Tuvieron la ocasión de oír y admirar a la simpática Lolita de Herduya, Gran admiración la despertada por esta distinguidísima cantante, autentico ruiseñor motrileño. También fueron visitadas una graciosísima dama que ha adquirido recientemente ilustres blasones nobiliarios; una distinguida señora, que pasa muchas temporadas en una posesión inmediata a Vélez de Benaudalla; la simpática esposa del administrador de la fábrica azucarera; y una elegantísima viuda, que hace poco ha regresado de Granada y tiene por hija a uno de los ángeles del cielo.  Es de esperar que las invitadas acepten la invitación por su proverbial galantería".


     Entre los miembros de la citada comisión hallábase el joven poeta, abogado y periodista Gaspar Esteva Ravassa, director de La Revista, de donde hemos tomado la crónica de sociedad y la mayoría de la información relacionada con este segundo ciclo de verano.
     El  propio Esteva, firmando como Uno, que lo más probable es que no se hubiese visto en su vida ante un trance periodístico de estas características, recurre al verso de corte humorístico a la hora de reflejar el desarrollo del primero de los festejos:

¡Ay prasa de Capuchinos
que trabajo me costaba
contemplarte convertía
en circo de Tauromaquia ¡


La gente de Hermosilla y Cuatro deos
lucen con garbo la vistosa capa
mejor que la que sacan los judíos
en las junciones de semana santa.

Tocaron los clarines
brinda er torero
por el mundo presente
y er forastero;
y jasia el toro fue
Manuel Hermosilla
De azur y oro.

Entonces el cornúpeto atrevio
salto la valla con violento impulso
y logro penetrar en los corrales
jaciendo con los cuernos mil saludos.
Pronto er capote lo saco a la prasa,
y cuando en medio de la arena estuvo.
Dijo, pues vido a sus hermanos muertos:
¡Ay que barbaridad jasen con uno!


Remató er puntillero
y apareció en el circo Relojero:
La moña la soltó con mil apuros;
¡Que lastimica de cincuenta duros!

Resumen de la corrida

   La corrida nada más que regular, de los toros, dio bastante juego el tercero; los espadas saben hacerlo mejor; la dirección de la plaza, descuidada; pinchazos…la mar; caballos muertos, cinco; la presidencia, acertada; la entrada, casi un lleno; las espectadoras canela.

Donantes de Moñas 



     En la segunda corrida, con apenas media entrada, se destacó Diego Prieto “Cuatro Dedos”:

Sonaron parmás
con gran estruendo;
Fueron al aire
muchos sombreros
y por las gradas todos dijeron
que vale mucho
don Diego Prieto.



     Las cuentas no debieron ser muy favorables para los empresarios, hasta el extremo de que para futuros festejos optaron por un despliegue bastante más modesto: una novillada sin picadores a celebrar el día de la Virgen.


    “A las cuatro y media de la tarde, ante una mediana concurrencia, aparecieron en el redondel, Felipe Navarro, Manuel Romero (Morenito), José García (Minuto), Rafael Moreno (Guapo), matadores en competencia (¡!) y Joaquín Iglesias, Salvador Gómez y Antonio Fernández, banderilleros, ¿de cartel? no, de cartón. Todos llevaban trajes modestitos pero feos”.
    Gaspar Esteva (Uno) resume magistralmente aquella competencia: “que consistió en hacerlo cada uno lo peor posible; de los bichos el primero; de los toreros …el de la puntilla; en la playa se dan mejores corridas haciendo de toro un barquillero”.

     La propia Revista se hace eco del negativo balance económico: “La empresa ha perdido, según noticias autorizadas, la cantidad de 5.300 rs. Sentimos este resultado, y felicitamos bajo otro punto de vista a la mencionada empresa, pues ha satisfecho, no como la anterior, todos sus créditos con la mayor religiosidad”.
     Para menguar aquel fracaso económico a lo largo del verano el circo taurino dio cabida a carreras de cintas en bicicletas y encierros de toros embolaos (a 2 rs. la entrada).
     Aquella plaza debió de desmantelarse en invierno.
     Para la temporada siguiente se anuncia la construcción de una nueva plaza de madera en el Llano de la Fundición. “Cuatro Dedos”, una vez más, anuncia tener contratadas dos corridas en Motril para el mes de agosto, aunque no nos consta que éstas llegaran a celebrarse.
    Tendrán que pasar más de treinta años para que vuelvan a celebrarse festejos taurinos en Motril. De esa nueva etapa de la historia de la tauromaquia local, que cristalizaría con la construcción de una plaza permanente, nos ocuparemos ya en una entrada aparte.

30 julio 2013

Figuras motrileñas de "El Arte de la Tauromaquia" (siglos XVIII-XIX)



     Dentro de unos días vuelven los toros a Motril en su reinaugurada e infrautilizada nueva plaza. Un único festejo programado dentro del calendario festivo de su tradicional Feria de Agosto en honor de Nuestra Señora de la Cabeza. Como reclamo para los aficionados en tiempos de crisis, empresa y ayuntamiento han considerado conveniente incluir dentro del mismo un merecido homenaje al último torero que ha dado esta tierra: el popular José Rodríguez “El Berenjeno”.

    Aprovecho la ocasión para trazar unas breves reseñas sobre las primeras figuras del denominado “Arte de la Tauromaquia” nacidas entre plantaciones de cañas y algodón, allá por las centurias del setecientos y ochocientos respectivamente:

    La primera fue una motrileña que se viene considerando como precursora del toreo femenino. Se trata de Francisca García, cuya osadía torera se remonta al siglo XVIII, cuando aun las formas de torear, a pie y a caballo, se disputaban el gusto de los aficionados. Predecesora de la célebre Nicolasa Escamilla "La Pajuelera" (así llamada porque vendía antorchas o pajuelas de azufre), que derrochó un valor asombroso por las principales plazas de toros. Una tarde destacó en Zaragoza, donde picó y lidió un toro ante la atenta mirada del pintor Francisco de Goya, quien la inmortalizó en uno de los aguafuertes que conforman su espléndida Tauromaquia.  
La Pajuarela


     José María de Cossío sitúa la actividad de esta torera-rejoneadora, natural de Motril, en la primera mitad de siglo. Casada con Francisco Gómez, banderillero a las órdenes del torero navarro Matías Serrano. Se trasladó hasta Pamplona, y en una instancia presentada al Ayuntamiento en 1743 decía: "Que por particular espíritu se ha inclinado a torear a caballo con rejoncillo, y ha logrado muchos aplausos en estos diez años que se ha ejercitado en dicha habilidad en las ciudades de Cádiz, Valencia, Murcia, Granada y otras capitales". Se le denegó el permiso para torear en la capital navarra "porque no parecía decoroso". Volvió a solicitarlo por escrito al año siguiente, repitiéndose la respuesta, pese a invocar que ya lo había hecho en las localidades vecinas de Estella y Tudela.
     Solía torear con capa, rejones y banderillas desde el caballo.

     Otro motrileño del que tenemos noticias de haberse dedicado profesionalmente al toreo fue José Díaz Iglesias “Mosquita”:

     
     Este banderillero y matador de novillos motrileño aparece vinculado desde sus inicios al mundo taurino de la provincia de Cádiz.  De hecho, en algunas fuentes consultadas se le considera gaditano.
     Mosquita toreó en la plaza del Balón de Cádiz, que funcio­nó a partir de 1826. Con tan sólo 12 años (en 1826) dirigía ya una cuadrilla de banderilleros que se fogueaban en aquellas sorprendentes capeas con erales.

Diario Mercantil de Cádiz (4 de agosto de 1828)

Diario Mercantil de Cádiz (23 de octubre de 1830)

     A principios de la década de los años treinta del siglo XIX dio el salto a la isla de Cuba. En la Habana compartió plaza con el torero de Puerto Real y ex seminarista Bernardo Gaviño. Una tarde fue cogido y tuvo le desdicha de perder un brazo.


Bernardo Gaviño y Rueda


    En 1841 reaparece en Cádiz, justo cuando se inaugura la Plaza de Daura. En esta circo se presenta José Díaz "Mosquita" con un brazo de hojalata sustituyendo a su brazo am­putado y con esta prótesis torea una novillada. Aun siguió toreando así en su nueva visita a La Habana, donde tendría un nuevo y definitivo percan­ce, esta vez mortal, el 28 de junio de 1845.
     Desde agosto de ese mismo año 1845 nos consta la existencia de otro José Díaz “Mosquita”, posiblemente su heredero, célebre puntillero enrolado en cuadrillas de matadores de toros gaditanos como la del chiclanero Francisco Montes “Paquiro”.
    A efectos de documentación nos hemos servido mayormente de los fondos de la Biblioteca Digital Taurina de la Biblioteca Digital de Castilla y León.

    Una vez metidos en faena, y aprovechando el periodo vacacional, anuncio la próxima edición de nuevas entradas relacionadas con la historia de la Tauromaquia en Motril.