Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

05 noviembre 2011

Apuntes sobre un vino perdido: los pagos de Magdalite de Motril (2ª parte).



    Antes de entrar de lleno en esta segunda entrega, en la que me centraré fundamentalmente en las variedades de uvas presentes en los pagos motrileños, otros aspectos relacionados con su cultivo, así como la evolución del mismo a lo largo del siglo XIX, quisiera certificar la exportación, aunque a pequeña escala, de los apreciados vinos de los pagos de magdalite, con una noticia que aparece en un periódico de la década final del XVIII:


    Recurrimos nuevamente al exhaustivo Ensayo de Simón de Rojas, donde se mencionan prácticamente todas las variedades de uva cultivadas en Motril a finales del XVIII.
    Predominaba un tipo de uva autóctona denominada Vigiriega de Motril: “Sarmientos postrados blancos, hojas verdes amarillentas, con uvas medianas casi redondas blanco-verdosas dulces”.
   Tras la famosa epidemia de la filoxera, muchas cepas tuvieron que ser arrancadas y sustituidas por otras más resistentes a la plaga, aunque todavía hoy, en comarcas granadinas como La Alpujarra o La Contraviesa, se sigue cultivando una variedad con ese mismo nombre de la que se obtienen unos apreciados vinos blancos jóvenes.
   Otras variedades con un porcentaje significativo dentro del total cultivado, todas destinadas a la obtención de vinos blancos son: Doradillo (1/10), Temprana Blanca (1/20), Albillo, Jaén Blanco, Moscatel Real…
   También consta la presencia de variedades tintas en pequeña proporción, entre las que destaca el Romé Negro (uvas medianas redondas negras algo blandas, de un dulce adstríngete y hollejo algo grueso), al que se le reserva una vigésima parte del terreno y cuya cosecha se utiliza mayormente para dar color a los mostos blancos.
   Motril, junto a la ciudad de Rota, son la excepción dentro de Andalucía, únicas en el cultivo al por mayor de variedades tintas. Era la Cortijada o Pago de Calonca (Los Tablones) la que mejor se adaptaba a su cultivo.
    En Motril se constata en plena posguerra, la existencia de un vino tinto elaborado con la uva Roma, así como el Tinto de Calonca que se tomaba para regar las exquisitas moragas de sardinas .



    Simón de Rojas le dedica también especial atención a una rara variedad presente en la costa granadina:
    Pedro Ximénez Zumbón (sarmientos broncos, hojas palmeadas verdes amarillentas, uvas medianas algo oblongas blancas blandas muy dulces). Se parece tanto al Pedro Ximenez común que solo puede distinguirse teniendo a los dos delante: entonces se ve que el racimo del Zumbón es mayor y su uva algo más gruesa y menos dulce. Si el viñador diese al cultivo la atención que se merece, es probable que no tardase mucho en preferirlo al Pedro Ximenez  común, porque es más esquilmeño que éste. Solo he visto cepas de esta variedad en la viña de García en el pago de Magalete [Magdalite] de Motril. En esta misma viña se cultiva la rara variedad del Pedro Ximenez Negro, que solo difiere del común en el color de la uva.



    Variedades destinadas a la obtención de uva para comer fresca o conservar colgada, presentes en aquel Motril de finales del XVII, recogidas en el trabajo de De Rojas son: Montuo Castellano y de Xerez, Pecho de Perdiz (por el dibujo pardo rojizo de sus manchas) y la Zurumí (presente en la viña de García en Magdalite) o Casco de Tinaja (escasa y muy apreciada).
    Datos sobre extensiones y producciones nos las proporcionan una serie de artículos dedicados a los vinos aparecidos en el periódico “Miscelánea de comercio, artes y literatura” (1820), que ya utilizamos en la primera entrada. Habida cuenta de su detallismo y la profusa información que suministran sobre los vinos del terreno, tenemos que pensar que salieron de la pluma de un  lugareño, quien fuera su director y redactor principal, el político motrileño Francisco Javier de Burgos:

     “En Motril la obrada es de 700 cepas, que ocupan un espacio de 7 a 7 ½ celemines de tierra con corta diferencia. Esta obrada produce de 10 a 20 arrobas de mosto, no hablando de algunos terrenos de Jolucar, que rinden de 40 a 50, ni de algunos de Magdalite que rinden 5 o 6. El precio del vino de año es de 24 a 34 reales por lo común. Excepto dos o tres cosecheros que tienen vinos viejos para cabecear, en las demás bodegas nunca lo hay más que de la hoja. Antes de la revolución la cosecha era de 80 a 90.000 arrobas en Motril. Ahora se ha disminuido algo”.

    El mismísimo Francisco Javier de Burgos en una hacienda de su propiedad, situada en el camino de Jolucar, tenía viñas de la variedad conocida cono Ojo de Liebre. Esto explicaría, en parte, su interés por la vinicultura, unido a su ya tradicional anhelo reformista y modernizador, puesto ya de manifiesto durante la invasión napoleónica, cuando, atraído por los aires renovadores de la Revolución Francesa, que supuestamente podían llegar a España con José I, tomo partido por él, arrastrando esa etiqueta negativa de afrancesado hasta que progresivamente alineado con el liberalismo moderado conseguiría desprenderse de ella con sus valiosos servicios a la Corona (Subsecretario de Estado, Senador, Consejero Real y Ministro del Interior durante la Regencia de Mª Cristina y reinado de Isabel II).
    Los terrenos dedicados al cultivo de la vid estaban dispuestos en lo que en Motril se conoce como “albarranas” o “albarradas”, especie de terrazas escalonadas en las lomas. El trabajo de Simón de Rojas recoge incluso otras términos agrícolas autóctonos, como “los puertos”, distancia dejada entre cepa y cepa (lo común de dos a cinco puertos o pulgares) y “la obrada”, antigua medida de superficie aplicada para los viñedos, ya referida en la información proporcionada en la Miscelánea.
    La obrada venía a ser lo que un labrador era capaz de arar con una yunta de mulos durante una jornada, y como resulta lógico su extensión varía de unas zonas a otras, dependiendo de las características del terreno. El término desapareció a la par que las viñas, y en la actualidad la medida antigua que prevalece en Motril y comarca es la conocida como “marjal” (entre 5 y 6 áreas según los lugares). La equivalencia de la obrada motrileña, según hemos visto, era de 7 a 7 ½ celemines, algo más de la media fanega castellana.



    Para conocer la posterior evolución del cultivo de la vid en Motril disponemos de una fuente que nos proporciona información suficiente al respecto. Se trata del artículo dedicado a Motril del Diccionario geográfico-estadístico-históricode España y sus posesiones de Ultramar, magna obra publicada por Pascual Madoz entre 1846 y 1850:

  “El terreno inculto pertenece a gran número de propietarios, vecinos y forasteros, y es por lo común de inferior calidad, excepto los montes de Magdalite que son muy ricos para vides. En lo antiguo estos montes estuvieron poblados de viñas hasta fines del pasado siglo, que empezaron a decaer, extinguiéndose casi completamente el plantío por la general sequia y la indiferencia que excitaba a los agricultores esta clase de cultivo, comparando con los ricos productos que entonces daba la vega; pero decaídos estos y vueltos los años de humedad, empieza este terreno a poblarse de viñas”.


    Por esas fechas el cultivo debía de andar efectivamente bajo mínimos y el propio Diccionario suministra información de que Motril “anualmente recibe para su abastecimiento 2.500 arrobas de aguardiente y 25.000 de vino de las Alpujarras, Gualchos, Garnatilla e Itrabo”.
    Esa fuerte sequía, localizada en los años centrales de la centuria, trajo consigo aparejadas una serie de plagas, como el “oídium”, que afectaron considerablemente a los plantíos de vid. No faltaron los motrileños, que intentando a la desesperada poner remedio, propusieron sus particulares recetas. Es el caso del medico motrileño Francisco Javier Pintor y Díaz, que llegó a remitir una memoria manuscrita al mismísimo Ministerio de Fomento, publicada en el número 334 de su Boletín Oficial (20 de mayo de 1858):


    La repoblación efectuada en los pagos motrileños con posterioridad a aquellas plagas y sequía de mediados de siglo, no tardaría mucho en sufrir las consecuencias de un nuevo contratiempo, la fatalmente destructiva epidemia de la filoxera. Uno de los focos principales de entrada en España fue el sur del país. Lo hace por la provincia de Málaga, a raíz de la importación de plantas francesas infectadas en el año de 1878, extendiéndose con prontitud por las provincias limítrofes, saltando de unas a otras. A principios del siglo XX, de las superficies dañadas durante la larga epidemia en la provincia de Granada, solo se reconstruye ¼ parte de la que existía anteriormente.



02 noviembre 2011

A Zelinda (Preso y ausente). Castro del Río 1829 (B.J. Gallardo).


Autor: Federico de Madrazo y Kuntz
    Aunque los críticos y estudiosos de la literatura española coinciden en calificar el poema Blanca Flor, compuesto y fechado en Castro del Río en 1828,  como, tal vez, la más acertada y feliz de las composiciones poéticas de B.J. Gallardo, este segundo poema, también gestado a orillas del Guadajoz (1829), “A Zelinda: Preso y Ausente”, ha pasado quizá más desapercibido, sin desmerecer al primero,  por no aparecer recogido en antología poética alguna.
    Ángel González Palencia incluye Blanca Flor entre “Las mejores poesías románticas de la lengua castellana”, y es éste mismo autor quien le otorga el calificativo a Gallardo de precursor del romanticismo poético en España.
    Como no es mi propósito el de ejercer de crítico literario, os remito a un enlace sobre lo que diferentes autores han escrito y opinado de Bartolomé José Gallardo poeta.
   Otro famoso poema suyo es el titulado “El dominus tecum, o la beata y el fraile” (este no concebido en Castro) que se incluye dentro de una Antología de la poesía erótica española e hispanoamericana (todo un derroche de ingenio).
    Hace ya mucho tiempo que soy conocedor del destierro en tierras cordobesas de Don Bartolo. A medida que fui descubriendo  pasajes sobre sus venturas y desventuras, fue creciendo mi curiosidad por la vida y obra de este peculiar personaje, que se destacó en aquella convulsa España del XIX, con una capacidad de trabajo y una talla intelectual muy por encima de lo común.
     El descubrimiento y lectura de esas redondillas octosílabas de  “A Zelinda” en las páginas del Semanario Pintoresco Español (HD-BNE), me ha permitido percibir el reflejo de sus padecimientos, y hasta me han despertado cierta sensibilidad por la lírica de la que creía estar desprovisto. Nunca es tarde, si la dicha es buena.
    Estrofas como la de "Entre garamantas fieros", que me sirvió para titular la entrada que dediqué a  sus años de confinamiento en Castro del Río:

   Ausente, y en tierra ajena
sin la luz de tus luceros,
entre garamantas fieros
arrastro dura cadena.

    O este segunda redondilla (cuatro versos octosílabos de arte menor), donde también casi se palpa su mala fortuna entre los moradores de “Castro Leal del Río”,  propiciada “no por la gente de gallaruza, la de corbata es la mala”, y culpable de haberme incitado a adentrarme en la vida de aquel célebre Comandante Realista Calderón, que cuando los gobiernos le fueron propicios, debió de actuar como un auténtico y feroz “verduguillo de la campiña” :

    Más aquí ¿qué ven mis ojos,
sino sombra y soledad,
horror en vez de beldad,
 y en vez de contentos enojos?

   El número 95 (1853) del Semanario Pintoresco Español incluye, justo debajo del poema, un retrato cómico-caricaturesco intitulado “Autopsia del cerebro de un pescador de caña”, que aunque obviamente no rotulan con su nombre, por su nariz pronunciada, sus rasgos exagerados y feos, y ese sibilino juego de palabras pescador/pecador cerebral, bien pudiera buscar como destinatario a  Gallardete, a quien no le faltaban enemigos ni después de muerto.


"Autopsia del cerebro de un pescador de caña"


    El joven cordobés Francisco de Borja Pavón, durante su estancia en la capital del reino como estudiante de farmacia, por su afición a las letras, y recomendado por el común amigo Luis María Ramírez , conocerá y visitará asiduamente a Bartolomé José Gallardo, ya instalado en Madrid, al cesar las persecuciones contra los liberales con la muerte del monarca absolutista. De sus anotaciones, hemos sacado algunas de sus impresiones sobre nuestro protagonista que reinciden en esa fealdad que le atribuían sus antagonistas:

    “Nada benevolente, ni fácil en el trato; bibliófilo y crítico mordaz; erudito y eminente hablista. Es el rostro de Gallardo rugoso y feo; su persona, delgada y de mediana estatura, su conversación salpicada de chistes, cuentos, diatribas y noticias literarias y bibliográficas”.


( Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Año X. Abril - Mayo de 1906. Números 4 y 5. Ángel M. de Barcia / D. Francisco de Borja Pavón: traducciones de poetas latinos. Contiene numerosas anotaciones de Francisco de Borja sobre sus visitas en Madrid a Bartolomé José Gallardo).

     Entramos ya de lleno con el poema prometido:



         A ZELINDA
           Preso y ausente
              Romance
    Ausente, y en tierra ajena
sin la luz de tus luceros,
entre garamantas fieros
arrastro dura cadena,
    Y el alma en ti, bien que adoro,
cantando engaño mis penas,
como al son de sus cadenas
el cautivo en grillos de oro.
    Tiempo fue (¡Tiempo dichoso!)
cuando libre y prosperado,
gozando ufano a tu lado,
viví en plácido reposo.
    Otra aura no respiraba
que la que tu respiraste:
luz que tu no reflejaste
mis ojos nunca alumbraba.
    Como en espejo brillante
en tus ojos me veía,
y  en ellos tu amor leía.
cual ellos mi fe constante.
    Mas aquí ¿qué ven mis ojos,
sino sombra y soledad,
horror en vez de beldad,
 y en vez de contentos enojos?
    Perdido tan gran tesoro,
no hay bien que mi mal no aumente:
te adoro como presente,
y como ausente te lloro.
    La imaginación celosa
te me retrata en mil modos,
para mi tormento todos
y de todos siempre hermosa.

    Ya con labio encantador
cautivas las atenciones;
ya robando corazones
rindes y matas de amor
    Ya, penosa y fugitiva
a la margen de la fuente,
disertas al son bullente
de su plata fugitiva .
    ¡Oh momento crudo y fiero
de la triste despedida!
de allí no perder la vida,
de mil y mil muertes muero.
    Fijo en mi alma clavado
tengo aquel ¡ay! lastimero
que tras el adiós postrero
bebí de tu labio helado.
    Aun, en lágrimas deshecho,
parece que repetidos
oigo el son en mis oídos
y el eco en el hondo pecho.
    De tu afecto y tus enojos
para tierna y fiel señal
me dejaste en tu cendal
una perla de tus ojos:
    Que, lloradas de pasión,
anegan con pena esquiva
lagrimas de sangre viva
que arranco del corazón.
    Tal a fuentecilla pobre.
si preciosa en sus cristales,
ahogan en sus raudales
las hondas del mar salobre.
    Hundióme la dura ausencia
en un negro calabozo
cuando me arrebató el gozo
de tu divina presencia.
    Llorando me halla la aurora,
llorando me deja el sol,
cuando su grato arrebol
las nubes apenas dora.
    Y ya hubiera fallecido
a no alentarme el tener
esperanza de volver
a verme a tu cuello asido.
    En tanto, de angustias ciega
se consume el alma mía:
un día alcanza a otro día,
y el de mis dichas no llega.
    ¡Ay! ¡cuando querrán los cielos
que goce en eternos lazos
el regalo de tus brazos
y la luz de tus ojuelos!



BARTOLOME JOSÉ GALLARDO
(Copia sacada de un original escrito y firmado por el autor)
Castro el Río 1829.

01 noviembre 2011

Lorenzo Antonio Calderón y Espada: Comandante del Cuerpo de Voluntarios RR. de Castro del Río y Hacendado (1792-185?)




    Comienzo esta nueva entrada de la que es protagonista el Comandante de los Voluntarios Realistas de Castro del Río durante la Ominosa Década (1823-1833), don Lorenzo Antonio Calderón, de la misma manera que terminara la dedicada a los años de residencia forzada de Bartolomé José Gallardo en esta villa, quién tuvo que sufrir estoicamente las humillaciones  que constantemente le propinaba aquel. Nuevamente recurro a esas primeras estrofas de “A Zelinda, preso y ausente”, en las que Gallardo se lamenta de la ausencia de su amada, magnificando su propio llanto:


     El poema completo, publicado por primera vez en el Semanario Pintoresco Español (1853) e inédito en la red (para el copia y pega divulgativo), debido a su considerable extensión, lo meteré con posterioridad en comentarios o entrada aparte. Los impacientes pueden visualizarlo en formato pdf en el enlace que incluyo.

     Don Lorenzo Antonio  Calderón y Espada había nacido en Priego (Córdoba) el 10 de diciembre de 1792. Se hace castreño, cuando su padre don José Calderón y Jaramillo de naturaleza extremeña (Zafra), que había sido con anterioridad Corregidor de Priego y abogado de lo Reales Consejos, traslada su residencia a orillas del Guadajoz  nombrado para ejercer el cargo de Corregidor de esta villa. En el padrón de habitantes  de Castro de Río del año 1809 consta como hijosdalgo viudo, que vive con su hijo Lorenzo Antonio de 16 años.
     Lorenzo Antonio terminará echando raíces en esta villa cordobesa al contraer matrimonio con la castreña de linajuda familia, Francisca de Paula Corral Mazuelo (n. 1793) el 25 de julio de 1812. En el padrón 1820 aparece como Hacendado con 27 años, con vivienda en la calle Ancha. En informaciones testamentarias se mencionan a 10 hijos naturales de este matrimonio como herederos (José, Joaquín, Mª Paz, Lorenzo, Rafael, Mª Concepción, Federico, Luis, Fernando y Serafín).
     A la altura de 1820 era ya el mayor hacendado vecino con 504 fanegas en propiedad y otras tantas de superficie arrendada (Cortijo Fuente Cebadera).
     En el Archivo de la Real Chancillería de Granada se conservan el expediente y Real provisión por la que se reconoce su condición de hijosdalgo notorio de sangre, así como para sus hijos José Joaquín y Joaquín María Calderón Corral, con fecha del año 1817.
    Otra distinción que le acompaña es la de Caballero de la Real Maestranza de Caballería de Granada, que suponemos obtenida con posterioridad a la “Expedición de los cíen mil hijos de San Luis”



    Tras consolidarse la reacción absolutista, con el aval de los valiosos servicios prestados en pro de la causa, se despierta en él cierta aspiración nobiliaria y apuesta por la obtención de algunos títulos de Castilla que se hallaban vacantes, tales como el de Vizconde de Sotogordo o el del Marqués del Tomillar. No me consta que se los concediesen.


Revista Hidalguía nº 93 (1969)

    Lo que también consta documentalmente es su incondicional apoyo a la causa absolutista de Fernando VII. Una misiva publicada en la Gaceta de Madrid remitida desde Castro del Río, nos sirve para conocer a las claras cuales eran los presupuestos ideológicos que alimentaban a los absolutistas castreños, antes incluso de la liberación del Rey, entre cuyos firmantes aparece el Señor Calderón:




   El cuerpo de Voluntarios Realistas de Castro del Río sería uno de los primeros en constituirse en la provincia. Entre la oficialidad se encuentran varios notables que ayudan desde un principio a sostenerla económicamente. En 1925, su flamante Comandante Lorenzo Antonio Calderón, con el propósito de sufragar equipo para la tropa por valor de 4.000 reales, pone en práctica un arbitrio especial que carga impositivamente a los cuatro mercaderes de ropa más destacados de la villa, que precisamente habían simpatizado con los liberales durante el trienio (Trifón Azpitarte, José del Río, José I. Sáenz y Placido Sánchez).Se adquieren 50 fusiles, 12 sables y 8 carabinas. Se nutre de soldados mercenarios que cobran entre 8 y 12 reales diarios, de ahí que las solicitudes de ingreso sean numerosas y se requiera de la creación de Juntas de Admisión.


Estado Militar de España- Año 1832
Batallones de la Provincia de Córdoba

       Con la muerte de Fernando VII se pone fin a la ominosa década absolutista y regresa la aurora liberal a partir del año 1834, al abrigo del apoyo interesado demandado por la Regente María Cristina en defensa de los intereses sucesorios de su hija Isabel frente al pretendiente Carlista. Esto provocara el viraje de los viejos absolutistas hacia el Carlismo.

      Se va a operar a partir de entonces un cambio radical en la vida de nuestros protagonistas. Mientras Bartolomé José Gallardo llega a recuperar antiguas dignidades como la de Bibliotecario de las Cortes y hasta resulta elegido como Diputado por la circunscripción de Córdoba, el Comandante Calderón era desterrado por carlista a la localidad gaditana de Vejer de la Frontera y prendido con posterioridad (mayo de 1834) a raíz de ser encontradas cartas suyas en el equipaje del pretendiente Don Carlos:




     Se da la paradoja, de que en aquellas elecciones en las que resulta elegido Diputado Bartolomé J. Gallardo, celebradas ya bajo el marco jurídico de la recién estrenada Constitución de 1837, con el sistema de sufragio censitario, obtiene en Castro del Río un total de 99 votos (el más votado) de los 2327 totales obtenidos en la demarcación.


    Es de suponer, que por encontrarse aun preso o desterrado, no estuviese presente Lorenzo Antonio Calderón durante la famosa incursión por tierras cordobesas protagonizada por el General Carlista Gómez (septiembre-octubre 1836), que era natural de Torredonjimeno. En Castro, durante la misma, con la población dividida y los ánimos muy excitados, llegaron a ser asaltadas las casas de significados liberales.




     Finalizada la primera guerra carlista, ya durante los últimos compases de la Regencia deMª Cristina, las diversas familias liberales de Castro del Río y esos antiguos realistas evolucionados ahora hacia las filas Partido Moderado, firman un convenio de reconciliación política a nivel local, con el que se pone fin momentáneamente a “esos ánimos sobradamente agitados a consecuencia de las contiendas y enemistades que produce la guerra civil”. Entre los firmantes aparece Lorenzo A. Calderón nuevamente domiciliado en Castro del Río tras el “Abrazo de Vergara” que puso fin a la guerra, y nombrado ahora para ejercer como juez de paz.




     El artífice de la concordia, el nuevo Comandante de Armas don José Mogrobejo que según consta en la nota remitida al Nacional, se hace merecedor del título honorífico de “Pacificador de Castro del Río”, por su demostrada capacidad para preparar los ánimos hacía la reconciliación.

     La posterior evolución política (Regencia de Espartero apoyado por el liberalismo progresista) vuelve a relegar a nuestro protagonista a un segundo plano en cuanto a parcelas de poder. Será durante la Década Moderada (1843-1854) cuando los individuos de la alta sociedad castreña, entre ellos Calderón, que ya colaboraron con el absolutismo, recuperen el poder municipal.


Isabel II Reina de España

    Al siguiente cambio de rumbo propiciado por la Vicalvarada (1854) no creo que llegase con vida. El padrón de 1863 nos certifica su fallecimiento con anterioridad al mismo, pues solo aparecen la viuda e hijos.
    Los cuadros y genealogía que acompañan a la tesis doctoral de Francisco López Villatoro titulada “La Villa de Castro del Río (1833-1923). Aspectos económicos, políticos y sociales”, así como ella misma, me han resultado de gran utilidad para hacerle un seguimiento a la trayectoria vital de este castreño de alta alcurnia y muchas fanegas. Precisamente en uno de los cuadros de propietarios vecinos y forasteros que se incluyen, fechado en 1849, sigue apareciendo como 6º propietario vecino con 81 fincas y 413 fanegas, aunque superado por el liberal Antonio del Río Muela (soriano) que supo beneficiarse del proceso desamortizador




29 octubre 2011

"Entre garamantas fieros" (sobre la estancia de Bartolomé Gallardo en Castro del Río)


Retrato caricaturesco

    Ya he referido, en alguna que otra ocasión, los años de confinamiento o residencia forzada sufridos por el polifacético extremeño (escritor, bibliófilo, bibliógrafo, bibliotecario, periodista, político, poeta…) Bartolomé José Gallardo en Castro del Río (1827-1831), y de qué manera  se las hicieron pasar las famosas huestes absolutistas de esta villa cordobesa, hasta donde sería derivado ex profeso por el subdelegado del gobierno absolutista de Fernando VII en Córdoba, expuesto a merced de aquellas.
    La especial animadversión de realistas y absolutistas en su contra obedece al espíritu de amplia libertad que trasmite en algunas de sus obras y a su valiente animosidad hacía quienes «tratan de vedarnos el uso del pensamiento, y cuando necesitamos ver más claro, apretamos nudo sobre nudo la venda del error y la ignorancia». Sus análisis sobre el tradicional atraso cultural del país podían resultar molestos para los cómodamente instalados en los privilegios que les otorgaba el Antiguo Régimen: “España es un país desgraciado; en la mayor parte de sus pueblos y aldeorrios, todos los vecinos ponen la señal de la cruz por no saber firmar; no hay libros en ellos, a lo sumo se encuentran el breviario del cura, el catecismo, algún Belarmino, o el David perseguido y alivio de lastimados».
   Las dos citas pertenecen a su famoso Diccionario crítico-burlesco, publicado por primera vez en 1812, en el Cádiz de las Cortes, que desencadenó la ira de obispos y reaccionarios contra él por su aguda y mordaz sátira que le dedica el tradicional oscurantismo español.

Edición de 1838

    Su amor por los libros pudo medio saciarlo durante su retiro castreño gracias a la amistad salvadora que trabó con Fray Juan de Castro y la comunidad de frailes carmelitas calzados de Castro del Río, de cuyo convento era vecino, y del que terminaría haciéndose habitual, atraído por su biblioteca. Se daba el título entre los frailes de Sr. Forzado o Sr. Bartolo.
   No debía ser un anticlerical tan irredento, cuando en más de una ocasión a lo largo de su vida buscaría el sosiego y el retiro de un convento:

    “Le he visitado en su habitación a la que se ha mudado recientemente del convento de Monserrate, calle muy excéntrica de la Corte. Es de notar cómo se aviene a vivir y estrecha su amistad con frailes, quien tan hostil se les muestra en escritos y conversaciones. Me ha indicado que ciertas consideraciones le obligan a oír misa cotidianamente… En su albergue monástico no había sillas para sentarse, sino una cama, una mesa y muchos infolios, que prestaban el oficio de sofás o taburetes” (1).

    La copiosa correspondencia que remitió desde Castro nos sirve también para conocer detalles sobre el trato recibido por parte de sus acérrimos enemigos y otras circunstancias de su confinamiento:

    “Fui desterrado a esta insigne villa de Castro del Río, donde ha más de un año que me tienen vegetando como un hongo” (2).

   Casi recién llegado tuvo que sufrir la acometida del lapidario Carrasquilla que le arreó con un canto en la cabeza, en medio del día con toda la impunidad, provocándole daños en el oído, hasta el extremo que casi le deja sordo (3).
   Otro realista, J. Ambrosio irrumpió en su busca en la vivienda del Llano Convento donde se alojaba en compañía de una familia humilde. Los caseros que llegaron a denunciar el caso, tuvieron que retirarla presionados por instancias superiores (4).

Convento del Carmen Calzado de Castro del Río
Tomado de la acuarela de Pier Maria Baldi


   Otro día cuando transitaba por el acerado de la calle Corredera en dirección al Convento se topó de frente con la batería realista de Tomás Aguilar, cuyo sargento, un tal Rafael Bravo, sacó del bolsillo unas monedas y dirigiéndose a Don Bartolo pronunció las siguientes palabras:

   “Aquí están cinco duros para el guapo que a este hombre me le dé una puñalada, y se le deja en el sitio que no tema, que yo salgo a todo” (5).

   La claridad y descaro con la que interpeló en cierta ocasión a las autoridades locales por su pasividad ante tal cúmulo de abusos y despropósitos, le trajo aparejada una invitación para pasar unos meses de reclusión en la vieja cárcel de Castro, denominada popularmente como Higuerillas ( entonces en Plaza Real nº 2 ) :

   “Una vez se expresó hallándose en las casas del ayuntamiento de Castro, diciendo que las leyes no se extendían a las opiniones sino a los actos exteriores únicamente, y que el siempre pensaría como mejor le pareciera, sus enemigos, aprovechándose de esta confesión que creyeron o afectaron que era criminal, le formaron causa en 1829, y lo tuvieron preso en la cárcel algunos meses, de la cual salió después de haber sufrido los disgustos y malos ratos que se dejan entender, y tenido que hacer gastos, tanto más gravosos, cuanto Gallardo no disfrutaba de facultades muy amplias” (6).

    El instigador principal de este hospitalario trato dispensado en Castro a tan distinguido huésped, no era otro sino Lorenzo Antonio Calderón, Comandante del Batallón de Voluntarios Realistas acuartelado  en el castillo de la villa, herederos de aquella famosa Brigada de Carabineros sublevada durante el trienio constitucional.



    El propio Gallardo en su correspondencia, poco antes de abandonar definitivamente la villa del Guadajoz, sibilinamente le señala como responsable directo del cúmulo de humillaciones referidas:

   “Últimamente era ya bien visto y apreciado por todos, pero siempre aborrecido por Cn (Calderón) y algunos RR (realistas)” (7).

Otro retrato de Gallardo


   Sus quejas epistolares fueron casi una constante, pero dejando siempre claro quiénes eran los verdaderos culpables de sus desdichas. En otra ocasión escribió:

   “En Castro amigo, mi vida y mi honra están pendientes de un cabello. Esta gente es atroz, pero no hablo de la gente de gallaruza, la de corbata es la mala. El brazo fuerte que aquí podría escudarme, no hace poco en defenderse así  propio, y por desgracia además, está siempre pronto a mi ofensa, al más leve amago de ofensa que le hagan sus contrarios. ¡Si usted supiera que villana y bastamente me tratan! (8).

    Este fragmento de su correspondencia nos corrobora que el poder efectivo durante aquellos convulsos años en Castro lo ostentaba clara y prepotentemente los Voluntarios Realistas, mientras que la primera autoridad municipal, don José Tercero Luengo, se limitaba a hacer la vista gorda y le faltaba valor como para poner freno a las tropelías de aquellos.

    Entre la escasa producción poética que se le conoce a Don Bartolo, destacan dos poemas gestados  durante su destierro cordobés. Su obra maestra lírica es un delicado romance titulado Blanca Flor, compuesto y firmado desde Castro del Río, publicado por primera vez en el Diario Mercantil de Cádiz en 1828. Incluido en varias antologías de poesía española, está considerado por algunos especialistas como precursor del Romanticismo en España.
    Otro poema, también compuesto en Castro en 1929, de cuya estrofa primera me he servido para titular la entrada, es el conocido como “A Zelinda, preso y ausente”, subtitulado “Romance”. Son redondillas octosílabas, en las que como los romances forzados, se dirige a su amada, lamentando su ausencia:

    Ausente, y en tierra ajena
sin la luz de tus luceros,
entre garamantas fieros
arrastro dura cadena,
    Y el alma en ti, bien que adoro,
cantando engaño mis penas,
como al son de sus cadenas
el cautivo en grillos de oro.

     El resto del poema, así como una merecida reseña biográfica dedicada al Comandante de “aquellos garamantas fieros”, el ya mencionado Lorenzo Antonio Calderón, para no extendernos en demasía, lo dejaremos para próximas entradas.

NOTAS

(1)    Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Año X. Abril - Mayo de 1906. Números 4 y 5. Ángel M. de Barcia / D. Francisco de Borja Pavón: traducciones de poetas latinos. Contiene numerosas anotaciones de Francisco de Borja sobre sus visitas en Madrid a Bartolomé José Gallardo.
(2)    Correspondencia de don Bartolomé José Gallardo (1825-1851) / Antonio R. Rodríguez Moñino.1960.
(3)    Ángel M. de Barcia / D. Francisco de Borja Pavón: traducciones de poetas latinos.
(4)    Op.cit. de Rodríguez Moñino.
(5)    Ibidem.
(6)    Durante los meses de mayo y junio de 1853, al año siguiente de su muerte, el erudito cordobés Luís María Ramírez de las Casas Deza, se convirtió en su primer biógrafo, al publicar por entregas, en el Semanario Pintoresco Español varios artículos sobre la trayectoria vital del  polifacético Bartolomé José Gallardo. Su amistad parece remontarse a su etapa de destierro en Castro del Río (Córdoba) durante la cual llego a visitarle y mantuvo una profusa correspondencia con él, cuyos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional.
(7)    Rodríguez Moñino, A. “Don Bartolomé José Gallardo (1776-1852). Estudio bibliográfico”. Madrid 1955.
(8)    Ibidem.

    Para referenciar algunas y localizar otras de las vicisitudes sufridas por Gallardo en Castro, me ha servido de guía el meritorio e interesante trabajo del bibliotecario Antonio Flores Muñoz titulado “Castro del Río y D. Bartolomé José Gallardo (1827-1831)” que vio la luz por primera vez en la Revista de Feria de Castro del Río del año 1990, cuando había que proceder aun cual ratón de biblioteca para poder acceder a las fuentes.