Quienes sigan este espacio conocerán mi obsesiva afición
por ponerles rostro a los personajes que se me atraviesan. Al elaborar aquella
serie de entradas sobre los Nereos, basándome en la edad de los reos, la
observación y análisis de una fotografía publicada en Mundo Gráfico (6 de octubre de 1915), me arriesgué
asociando al agarrotado Antonio Ramírez Muñoz con el que se nos muestra en el
centro. El rostro compungido, la postura de sus manos que parecen denotar resignación,
y sobre todo, ese aspecto pueril barbilampiño, parecían delatar esa diferencia
de dos años de edad entre un hermano y otro.
Quiero
recordar que fue durante el pasado mes de Julio cuando se incorporaba a la
hemeroteca digital de la BNE, una nueva remesa de prensa histórica digitalizada,
que contenía la revista gráfica La Unión Ilustrada de Málaga, en la que la fotografía en cuestión (cabecera) se nos
muestra numerada e identificada. Definitivamente Antonio Nereo es el de la
derecha, mientras que el del centro muy posiblemente se trate del director de
la cárcel de Jaén o el maestro, de cuya confianza se habían hecho acreedores
los reos por su ejemplar conducta durante su estancia en la misma.
Otro aclaración
que quiero introducir, antes de entrar en los artículos de opinión de Marcelino
Domingo, es en lo concerniente a la intervención de Niceto Alcalá Zamora en la
defensa de los reos de Porcuna. Ésta, aparentemente se limita en un principio
en sacar a la luz a través de la prensa en un momento extremo (justo después de
la segunda sentencia que confirmaba las dos penas de muerte) las irregularidades y anomalías del caso, sin desmerecer, por supuesto, su tenaz implicación en la posterior campaña orquestada en favor de su indulto.
Ciertos tejemanejes extraños, que afloran en el
sumario en torno al nombramiento del abogado defensor encargado de asistir a
los reos en el Consejo de Guerra Ordinario celebrado en la plaza de Jaén (1914),
parecen responder a una especie de tibia e ineficaz trama orquestada por las
fuerzas liberales del distrito de Martos para eludir la terrible jurisdicción militar.
La verosimilitud de la suposición de lazos de parentesco entre los reos y Don Niceto Alcalá
Zamora, que recogía la tradición oral, demostrada ahora con documentos por el cronista de Porcuna en su blog personal, nos induce a pensar en una intervención en la sombra del célebre letrado desde un primer momento.
Donde se aprecia perfectamente su mano es en el nombramiento
del abogado defensor, una vez el caso es elevado al Consejo Supremo de Guerra. De
hecho la designación recayó en un militar, como era preceptivo: el capitán de
infantería Emilio Díaz Moreu Irisarry, con destino en las Comisiones
Liquidadoras con sede en Madrid.
E. Díaz Moreu Irisarry |
Este joven capitán, perteneciente a una familia motrileña de rancia tradición liberal (hijo del marino y senador vitalicio Emilio Díaz Moreu Quintana), compaginó la carrera militar con su participación
la vida política en las filas del partido liberal. Entre 1910 y 1914 fue diputado a Cortes por la provincia de Alicante. De manera que, de la misma familia política que Don Niceto, supuestamente cercano y amigo, por lo que hemos de presuponer a éste al tanto de cuanto de interés pro-reos apareciera
recogido en aquel sumario. De ahí la
detallada y profusa información recogida en su famosa carta, con la que definitivamente
trascendía el asunto a la opinión pública, y se iniciaba aquella campaña por el
indulto a la desesperada. La baza judicial ya estaba agotada y asumida, sólo
quedaba la piedad y la clemencia.
Estoy casi seguro de que Alcalá Zamora tuvo que ser conocedor
de todos los pormenores del caso, que eran vox populi en Porcuna, prácticamente
desde el principio. Cabría preguntarse: ¿A qué obedecería tanta prudencia? ¿Por
qué no se destapó el asunto antes? ¿Faltó valor? ¿Le falló la estrategia? Son cuestiones
a las que hoy sólo podemos encontrar explicación desde la conjetura.
A la
demanda de auxilio formulada por Don Niceto correspondió un por entonces joven
diputado republicano catalán llamado Marcelino Domingo, que en La Publicidad de
Barcelona, órgano oficial de prensa de la familia del republicanismo catalán
a la que representaba, publicó un primer artículo en el que, abusando de la redundancia
y del interrogante, reconduce al lector hacia posicionamientos próximos a su
batalla política contra el caciquismo rural, al que había sido capaz de sobreponerse en la reciente consulta electoral del año 1914, en la que conseguía el acta de diputado por el distrito de
Tortosa (Tarragona).
Como se trata de una figura de significada talla política
e intelectual, que con el tiempo llegó a formar parte del gobierno
provisional de la II Republica, presidido precisamente por Alcalá Zamora, y a
ocupar carteras ministeriales durante el periodo, he considerado
conveniente trascribir dos artículos salidos de su pluma referentes al caso. Tienen
sus imprecisiones y la necesaria dosis de manipulación partidista, como es de
recibo, pero desde mi punto de vista creo que nos pueden servir, si no para encontrar
respuestas categóricas, si para esclarecer, al menos, algunas de las
interrogantes que antes formulábamos.
El primero fue publicado en La Publicidad el 13
de junio de 1915, cuatro días después de la clarificadora carta que Alcalá
Zamora con el título de “Los reos de Jaén” publicara en el Imparcial. Lleva por
título:
En Porcuna se cometió, hace más de un año un crimen.
Fueron muertos dos guardias civiles. Los señalados como autores, dos hermanos,
han sido ahora condenados a pena de muerte. Para conseguir que la imposición de
esta pena no se realice, se han alzado ya por toda España centenares de voces
pidiendo piedad... Sea hoy la nuestra la voz que llegue al Gobierno... El
crimen de Porcuna descubre la constitución de España. Señala como España está
organizada. Revela el valor que en España tienen las instituciones que por su
independencia, por su misión, por su responsabilidad, más atadas habrían de
estar a su deber.
Relatemos el hecho. En Porcuna, los hermanos
apodados los Nereos, prestaban el servicio de guardas jurados; se les había
confiado la guardería particular de tierras y frutos. Sin descuidar su trabajo,
cazaban en toda época: en época permitida y en época vedada por la ley. Algunos
cortijeros les habían denunciado por ello a la guardia civil. La guardia civil
los perseguía un día y otro día sin lograr sorprenderlos. ¿Qué hacer? Una
pareja de la guardia civil combinada con los cortijeros decide cambiar su uniforme
por unas ropas de pegujalero, los tricornios por unos sombreros de paja. Así
sale a perseguir a los hermanos Nereos. Y así los sorprende. Y los detiene. Y
les insulta. Y les pega. Y les subleva el alma. Les subleva el alma hasta el
punto de que los guardas jurados se desprenden de los guardias civiles disfrazados—
de los guardias sin uniforme— y en medio del monte les dan muerte. Este es el
relato documental del sumario. ¿No se ve en el detalle de este hecho la trama
de algún otro hecho oculto que no resalta, que no sale a la superficie?, ¿No se
descubre en la delación de estos cortijeros, en la persecución insistente,
tenaz, ciega, de la guardia civil algún motivo, que no es este motivo fútil de
la caza en tiempo de veda? Bergson declara que en la comisión de todo crimen hay
un motivo quizá el fundamental, que los Tribunales ignoran y que los autores
del hecho reservan absolutamente. ¿Existe aquí?
Sí. Nosotros
conocemos la vida de estos pueblos españoles, como Porcuna. Nosotros sabemos
qué misión desempeñan en ellos las autoridades; cómo interpretan la ley el
secretario del juez y el secretario del Ayuntamiento. Nosotros sabemos el papel
que realiza la guardia civil, dirigida desde la capital de la provincia por el
gobernador. Nosotros conocemos estos odios vivos entre un bando y otro bando
político; la obra caciquil, de bajo caciquismo, que sale del Ayuntamiento y del
Juzgado; la colaboración que en muchos casos, por órdenes de arriba, del
Gobierno de la provincia, presta a ese caciquismo la guardia civil. ¿No será el
caso de Porcuna, como lo fue el de Benagalbón, un ejemplo de esta dolorosa
organización española? Seguramente los hermanos Nereos ejercían la guardería
con independencia del Municipio. Ello haría que el Municipio, los caciques del
Municipio, no teniéndolos como dependientes los considerara como enemigos. Y
como enemigos, procurara dañarlos, desposeerlos, castigarlos. ¿De qué modo? Si
los hermanos Nereos tenían la debilidad de la caza, aprovechando esta debilidad
para echarles la guardia civil encima, para procesarlos, para arrojarlos del
cargo. Seguramente para que la guardia civil no cejara hasta prenderlos, los
caciques de Porcuna hubieron de acudir al capitán, al teniente coronel, al
gobernador; tal vez al ministro de la Gobernación.- ¿Quién no sabe que en
España el ministerio de la Gobernación y los gobernadores invierten todo el tiempo
y todas las energías en estas atenciones, en estos menesteres, en estos
servidos, de pequeño caciquismo, de baja política, de podrida política ?—
Seguramente consiguieron los caciques que la guardia civil se pusiera a sus
órdenes y seguramente, indiscutiblemente, fueron ellos los que les prestaron
vestidos para disfrazarse, caballerías para que corrieran a su encuentro, todos
los medios para que los prendieran, para que los entraran atados a la
población.. ¿Quién no conoce estas tragedias bárbaras de los pueblos españoles?
Trama caciquil, odio de caciques, … instigación de fuera había de ser esta
persecución, ¿porque si no cómo se comprende que sólo por prender a unos
cazadores la guardia civil cambiase de traje; cómo se comprende que concentrase
su actividad, y su fuerza y los recursos supremos de los grandes casos para el
descubrimiento de un delito levísimo que la ley sólo castiga con unas pesetas
de multa?, Trama caciquista es; obra de caciques españoles; de estos caciques
que en su cuadro Caciques y Mendigos nos ha descubierto Valentín de Zubíaurre
con una visión genial de la realidad...
Es el
crimen de Porcuna un crimen español: un crimen que sólo puede suceder en
España. En España, donde las autoridades no cuidan, no saben de su autoridad;
donde los jueces no hacen justicia; donde la ley se ajusta a las pasiones, a
los bolsillos y al lugar que cada uno ocupa. Es el crimen de Porcuna un crimen
castizamente español, vergonzosamente español. Un crimen de la Europa del siglo
XV; de la España del siglo XX.
Es el crimen de Porcuna un crimen cometido
contra las autoridades españolas, que no hubiera sucedido si las autoridades
españolas supieran dar valor a su autoridad; si las autoridades españolas
supieran ser autoridades. ¡Piedad para los pobres que se han visto obligados a cometerlo¡
¡Piedad para España que se ve arrastrada y perdida por los hombres y por las
instituciones que provocan estos crímenes!
Un segundo artículo, quizá más beligerante e
incisivo que el anterior, vio la luz en la Publicidad (3 de octubre de 1915) y
otras cabeceras afines, una vez consumada la ejecución del más joven de los
Nereos. Su titulo es ya de por si lo suficientemente esclarecedor, además de
que contrasta con un sospechoso silencio de aquellos que habían llevado el peso
de la campaña pro indultos:
En
Jaén, a las ocho de la mañana de un día de otoño, al alzarse el sol para
alumbrar la tierra ha sido agarrotado un hombre. Era un hombre que al dejar de
ser niño para comenzar a ser hombre, ha encontrado muerte vil con el garrote de
la justicia. ¿No pensáis en la tragedia de una vida segada, rota así? ¿No
pensáis en los años que quedaban delante de este hombre para reformarse, para
enmendarse, para santificarse? La ejemplar justicia española ha querido
mantener el ejemplo agarrotando el cuello de ese pobre hombre, de ese niño
pobre. La ejemplar justicia española, red de millones de mallas, por donde
escapan cada día los bien hallados, se ha cerrado para este mozo de Jaén, que
ya no existe, que ya no vive, que ya no espera en nadie. ¿Vamos a doblegar la
cabeza y a callar?
Reconstruyamos el hecho para demostrar que la
justicia no tenía derecho sobre esa vida rota. Era en un pueblo de la provincia
de Jaén: Porcuna. El agarrotado y su hermano eran guardas rurales. Cuidaban las
fincas librándolas de pastores que metieran en ellas el ganado para ramonearla; asegurándolas de los merodeadores que se adueñan de las haciendas
acasaradas. Eran guardas sostenidos por una comunidad de propietarios que se
encargaba de su sueldo. ¿Esta confianza no revela ya en los que desempeñaban
este cargo la virtud, la integridad de una vida?
Alguien de Porcuna denunció una falta de estos
guardas. Cazaban. La escopeta que llevaban para defender las haciendas confiadas
a su custodia, les servía machas veces para disparar contra una liebre, contra
una perdiz; para meter una nube de perdigones entre un vuelo de pájaros. ¿Era
grave el delito? ¿Constituía esta caza un crimen que habría de perseguirles
tenazmente, que habría de castigarles brutalmente? Vosotros diréis. Lo que
decimos nosotros es esto:
Que para sorprender a estos guardas cazando,
una pareja de la guardia civil se despojó de su uniforme, vistiendo traje del
campo; que para detenerlos alquiló unos caballejos que pudieran correr por los
herrenes y saltar per los breñales y márgenes. ¿Valía el hecho de que unos guardas
cazaran, esta decisión de la guardia civil? ¿Era tan grande el daño, tan
punible el delito que para sorprenderlo, para castigarlo, la guardia civil se
viera obligada sin remedio, a estas resoluciones extremas? ¿O es que con todos los cazadores de todas
las partes sigue la guardia civil el mismo procedimiento?
Sigamos reconstruyendo el hecho. Los guardas
vieron llegar hacia ellos, corriendo, a dos hombres. Se detuvieron. Los hombres
se apearon de sus caballejos obligando a los guardas que rindieran las armas.
¿Qué sucedió? Los guardias civiles disfrazados fueron muertos. En el cuerpo de
los dos hermanos, de los dos guardas, había señales de golpes. Ellos narraron
el hecho así: Que fueron sorprendidos; que, a viva fuerza les arrebataron las
escopetas; que les golpearon con ellas... Y que, defendiéndose, produjeron las
dos muertes... ¿Vamos nosotros a justificar este crimen? No. ¿Vamos nosotros a atenuarlo? Si. Y vamos
a atenuarlo porque nosotros vemos en estos guardas perseguidos, en estos
guardias que se disfrazaran, una página de la historia del caciquismo español.
Vemos a estos guardas odiados por
alguien que tiene poder. Vemos a estos guardias movidos por alguien que goza de
privilegios. Vemos que no es el deseo de cumplir con su deber el que incita a
los guardias a disfrazarse. Vemos que no es la caza el pecado que pesaba sobre
los pobres hermanos. ¿Qué mano debió
disponer en Porcuna, todo eso? ¿Qué fin político se servía con todo ello? ¿Que. odios de bando, que venganzas de
partido, debieron determinar este hecho tan español?
No
sabemos qué virtudes atesoraban en el corazón los guardias muertos. Las que
atesoraba el guarda agarrotado y las que atesora el guarda que aun vive, si las
conocemos. Desde un principio se dijo en Porcuna que el crimen lo había
cometido uno solo de los hermanos: que a los guardias les había dado muerte uno
solo de los hermanos. Estos, por encima de tales suposiciones, confesaron
siempre su participación por igual: los dos se declararon siempre responsables.
Se declararon responsables frente al Tribunal Militar; continuaron declarándose
responsables cuando se les leyó la sentencia de pena de Muerte.
Sin embargo,
uno de los dos era inocente. Al acercarse el momento de cumplir la pena, ha
sido confesado así. ¿Por quién? ¿Por el inocente? ¿Por el que sin culpa iba a morir? ¿Por el
que arrastraba le responsabilidad de un daño que no había cometido? ¿Por el que
no perpetró el delito? No. Por el culpable. Ha sido el culpable el que pocas
horas antes de morir ha declarada por entero la verdad. El no culpable callaba
e iba resignado a que le agarrotaran el cuello. El culpable no ha querido: ha
querido morir él solo. Solo. ¿Qué valor moral no hay en acto del hermano que se
declara culpable sin serio? Aquí en este país nuestro, donde por conservar un
destino o conseguir un puesto, fingimos lo que sentimos; torcemos nuestra conciencia,
vendemos todos nuestros derecho civiles; aquí, en este país del egoísmo, del
apego a la vida, ¿Qué valor moral no había en el alma de este hombre que la
justicia ha agarrotado; del hombre que no ha consentido el sacrificio de su
hermano, que ha querido marchar sólo al patíbulo, que ha clavado sobre su
nombre toda la infamia del crimen?
Por haber
hecho esa declaración antes de entrar en capilla, no han sido agarrotados los
dos hermanos. El inocente y el culpable. Si la declaración no hubiese sido
hecha, la ejemplar justicia española hubiese puesto el garrote en el cuello del
inocente. Pero la declaración se hizo, y de las dos vidas que iban a segarse
sin piedad, se salvó una. La otra, la del mozo de veinte años que dijo la
verdad, fue tronchada bárbaramente.
¿Por qué
lo mataron? ¿Quién lo mató? ¿Lo mataron por satisfacer la vindicta pública? No.
En Jaén, millares y millares de personas pedían el indulto. Lloraban
implorándolo las mujeres. No sólo en Jaén. De toda España han salido las voces.
¿Lo
mataron porque la vida del agarrotado constituía un peligro? No. Era un mozo de
veinte años. Era bueno. Su crimen no fue un crimen: fue una defensa propia, rebelándose
contra los golpes que le herían su cuerpo dos hombres extraños. Era un mozo de
veinte años: aunque hubiera sido malo el tiempo podría haberse cuidado de
enmendarlo, de sanear su espíritu. ¿Por qué lo mataron? ¿Quién lo mató? El
presidente del consejo de ministros decía que si él no ocupara tan elevado
cargo se uniría a los que solicitaban el indulto. Luego en su alma estaba el
deseo de indultar. ¿Por qué no aconsejaba el indulto? El rey, a cuya presencia
acudieron reiteradas veces los peticionarios, expuso vehementemente el afán de
indultar, el gozo con que vería salvada la vida de aquel mozo, ahora ya muerto,
ya hundido en la fosa…¿Por qué no indultó?
Los reos
de Porcuna fueron juzgados por un tribunal militar. El fuero de guerra ha
dictado la pena que ha cumplido ya uno de los hermanos. No fueron jueces
civiles. Fueron jueces militares los que escribieron la sentencia. ¿Veis ya
claro? El presidente del Consejo quería salvar al otro hermano; tenía autoridad
para hacerlo. No ha podido. El rey anhelaba arrancar del patíbulo al único
culpable; tenía facultad, amplia facultad para hacerlo. No ha podido tampoco.
Gobierno y rey se han visto atados de manos, obligados por una fuerza superior
a ellos, por un poder más alto que ellos. ¿Qué fuerza es esa? ¿Qué organismo,
que institución, que oligarquía hay en España que tenga más poder que el
Gobierno; que pueda situarse por encima del rey?
Hace años que, repasando sobre la historia de Jaén capital, leí una noticia sobre la manifestación multitudinaria en favor de dos hermanos que asesinaron a dos guardias civiles en un pueblo de la provincia y a la que asistieron mas de 10.000 personas, aparte de una nutrida representación de la aristocracia, gobierno civil y eclesiástico, que se celebró el día 7 de junio, y que también se pidió al rey y al ministro de la guerra, el indulto en varias ocasiones. si tan seguros estaban todos de que merecieran indulto, ¿se estaba cometiendo acaso una injusticia con los Nereos? Esta pregunta me quedó grabada en la memoria hasta ahora, que me la has dado la respuesta.
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