Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

26 agosto 2013

HISTORIA DE UN CONVERSO



     Durante el proceso de documentación de las entradas dedicadas al Arquitecto Huertas Toribio al asociar el nombre de Porcuna con este apellido nos hemos tropezado con la “Historia de un Converso”, natural de Porcuna (Jaén), que gastó mucha tinta en las rotativas de la prensa española de finales del XIX.
    Volvemos a encontrar el apellido relacionado con la construcción y las obras públicas, y de rebotadura con el republicanismo, el espiritismo, el librepensamiento y la francmasonería de escuadra y compás.
    El padre del futuro converso se llamaba Manuel Huertas Caballero, quien tras recibir enseñanzas en la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid como Agrimensor-Aparejador (años 1857-1858) sería destinado a la Jefatura de Obras Públicas de la provincia de Granada, prestando servicios con la categoría de sobrestante en poblaciones como Loja, Guadix o Baza.
    De su matrimonio vinieron al mundo Juan y José, que en octubre de 1878, cuando apenas contaban 11 y 12 años, iniciaron estudios de Derecho y Medicina respectivamente en la Universidad de Granada. Por su precocidad y extraordinaria inteligencia eran conocidos como “los doctores”.

    Juan, el mayor de los hermanos, cuando fallece el padre en el año 1885, pasa a ocupar un empleo en las oficinas de Obras Publicas de la capital granadina, labor que compaginará con la de redactor en La Publicidad, periódico de línea editorial liberal-republicana.


    José Huertas Lozano (el futuro converso) a los 18 años ya era médico. En el verano de 1885, cuando la provincia de Jaén se ve azotada por la terrible epidemia de cólera morbo asiático, fueron requeridos sus servicios profesionales: “se desvivió con entusiasmo por atender a los enfermos por el ardor de su carácter”. Parece ser que durante esta breve misión por tierras jiennenses mantuvo algún contacto con grupos de espiritistas y masones.





    Los hermanos Huertas ya se hallaban iniciados en un grupo espiritista denominado “La Luz de la Verdad”:
    “Ha sido necesario que en una capital como Granada, una generación que cuenta veinte años, alce el grito de la libertad de pensamiento y de conciencia, para que despierte en sus paisanos el entusiasmo que yacía sujeto en el estrecho círculo en que se veía obligado a jugar su libertad de acción”.
    El joven médico José Huertas gr. 1º, adoptó por nombre simbólico el del espiritista francés Allan Kardec. Su hermano, el empleado, abogado y periodista Juan Huertas figura como Secretario con grado 1º de recién iniciado.

Las Dominicales del Libre Pensamiento (12 de abril de 1885)
    Los dos hermanos ideológicamente estaban adscritos a la familia del republicanismo progresista encabezada a nivel nacional por Manuel Ruiz Zorrilla.






    Juan Huertas fue Secretario de su Comité Provincial y como redactor de la Publicidad, en alguna ocasión sería objeto de persecución e incluso detenido por presunto delito de imprenta (1886). Consta la participación de “los doctores” como oradores en actos de propaganda organizados por el partido en la capital y diferentes pueblos de la provincia, así como su pertenencia a  la Sociedad de Fomento de las Artes de la que Juan fue Secretario hasta su prematuro fallecimiento en mayo de 1888.

El Defensor de Granada (8 de mayo de 1888)
    Quienes sufragan y figuran en la esquela mortuoria son el Ingeniero Jefe de Obras Publicas, el presidente del Comité Provincial Republicano Progresista y el de El Fomento de las Artes en ese mismo orden.
    El abogado, escritor y periodista Pascual Santacruz Revuelta le dedica unas elogiosas letras recordatorio en un artículo firmado en agosto de 1901:


   “La juventud  es hermosamente intransigente, impecáblemente revolucionaria. No he conocido más que uno de esos jóvenes. El malogrado Juan Huertas Lozano granadino ilustre joya robada por la muerte a la tribuna, al foro y a la democracia. Espíritu de diamantino temple le oía defender sus ideales con un brío moral que contrastaba con el aspecto exangüe de su pobre organismo minado por la tuberculosis.

    Y cuando recuerdo a aquel joven tan puro tan sabio y tan valiente, y le pongo en parangón con estas momias espirituales que mi alrededor bullen y charlan en frivolidad perpetua, me parece que la juventud democrática española murió con él y lo que es más triste que junto a su cadáver sólo florecen las plantas de la indiferencia y del olvido sin que broten por ahora los retoños de la renovación y de la vida”.

    A la muerte del Juan “orador elocuentísimo y fogoso, brillante esperanza del foro y de la política” su hermano José asume sus funciones dentro del Comité Provincial y le sustituye al frente de la Secretaria de la Sociedad del Fomento, cuya finalidad principal era la instrucción y el mejoramiento social de las clases obreras. José Huertas por esta época trabajaba como médico y secretario particular para el ingeniero de caminos y diputado a cortes Luis de Rute y Giner.

Repositorio Documental de la Universidad de Granada

     De la conferencia que pronunció José Huertas durante la apertura del curso 1888-1889 extraemos algunos párrafos en los que se elogia la labor de extensión cultural de esta asociación inspirada en los principios de la filantropía propios de la masonería con los que comulgaba:

   “Si hubieseis venido alguna noche a escuchar las explicaciones de las asignaturas que aquí se han cursado, habrías tenido sobrada ocasión de advertir que esos bancos que ahora ocupáis, estaban llenos de obreros; ya adultos de atezada faz y ceño endurecido, ya adolescentes de mirada penetrante y frente bañada por los restos del sudor del día, que, despreciando el cansancio, negándose a si mismos la fatiga, olvidando que de sol a sol prestaron su fuerza y su energía al concurso universal de la actividad humana; que dando pruebas de plausible vigor, y no parando mientes en el desfallecimiento que sus miembros enervara, acudían ansiosos a este lugar en el que esperaban recibir las lecciones. Aquí llegaban ávidos de enseñanza buscando ilustración, anhelosos de educar su entendimiento y su razón, porque comprendían que este es el único medio de arrebatarse a la ignorancia, de huir del bochornoso dominio de las pasiones y de salvar el abismo de la estupidez que, de no ser corregida, cuando no les lleva al idiotismo o el crimen, les deja entre las garras de otro monstruo cruel: la superstición”.

Construcción de la Gran Via (finales XIX)


    “Nada tan digno de respeto, nada tan sagrado para los que saben, como esclarecer el entendimiento de los que ignoran, correspondiendo de esta forma a los servicios que el obrero material le presta al mundo de las cosas, cumplen la ley de reciprocidad que sobre los unos y los otros vive, obligándoles a coadyuvar en común a la gran obra de la redención humana, realizada cuando haya alcanzado su mayor apogeo el ejercicio de Justicia inspirada en la absoluta Verdad y del Trabajo mantenido en los soberanos principios de la Ciencia”.
    El peso de las enseñanzas lo llevaba el apóstol del laicismo y veterano francmasón José Aguilera López
    En Las Dominicales del Libre Pensamiento de 14 de octubre de 1888 consta la pertenencia de José Huertas Lozano a la “Resp. Log. Numancia nº 202” de Granada, bajo los auspicios del G.O.E. con grado 3º y nombre simbólico Universo (Orador).


     Durante este tiempo se prodigó con su seductora oratoria en actos políticos y conferencias, como las desarrolladas en el propio Fomento de las Artes o en asociaciones o colectivos granadinos que reclamaban su comparecencia.

La Nueva Prensa  (4 de noviembre de 1888)


    El 11 de febrero de 1889 participaba en la localidad jiennense de Alcalá la Real en los actos conmemorativos del décimo tercer aniversario de la proclamación de la República, y el 24 en una velada fúnebre, organizada por la tertulia republicana de Baza, en memoria del Brigadier Villacampa.
      Durante el primer trimestre de 1889 en la sección de cartas al director del semanario granadino “La Nueva Prensa” mantuvo una educada controversia con Francisco Camps y Cortes que le acusaba de “cerrar contra la idea religiosa con chistes y falsedades de tomo y lomo” durante una conferencia que con el titulo de “Emigración e Inmigración” impartió en el local del Fomento de las Artes (calle Elvira nº 117).




    Ateniéndonos al título de su primera incursión en el mundo literario, una novela humorística que titula “Los hijos del capitán grajo en cualquier parte del mundo” editada a finales de 1888, cuya trama desconocemos, bien pudiera ser ella la responsable de la fama de anticlerical irreverente que Camps le atribuye. En los trabajos periodísticos a los que hemos tenido acceso, aunque se nos muestra firmemente anclado en sus posicionamientos ideológicos, no hemos encontrado en ellos ataques directos contra la clerecía.
     Al fallecer en abril de 1889 el ingeniero y diputado Luis de Rute (su único sustento) se desplaza hasta la capital de España con la idea de concurrir a oposiciones para ingresar como médico en la Armada. En Madrid hace amistad con un joven de Ayamonte llamado Antonio Pérez y Pérez Esteban que, viéndole atormentado, lo pone en contacto con la Compañía de Jesús. 
     

    Parece ser que andaba algo despechado con los francmasones madrileños que no le habían prestado la ayuda demandada e intentaron hacerle desistir de sus propósitos iniciales. Tras participar por invitación en unos ejercicios espirituales celebrados en el Colegio de los Jesuitas de Talavera de la Reina es cuando se produce su prodigiosa conversión, ingresando a renglón seguido como novicio y anunciándose su vestidura de sotana para el día de la Natividad de la Santísima Virgen María (8 de septiembre). 
     Antes dirigió una carta de retractación al Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo de Granada, don José Moreno y Mazón, que fue reproducida con alborozo en la prensa católica de los más dispares puntos del país:


     “Mi Venerable y amadísimo Prelado: A nadie mejor que V.E. debo dirigir este escrito, por qué nadie ha debido sentir más que V.E, mis extravíos pasados. Este hijo pródigo acude hoy de la manera que puede a echarse en brazos de su bondadoso padre, pidiéndole perdón de su extraordinaria maldad, como ya lo ha hecho como gran consuelo de su corazón, y con lágrimas de sus ojos, a la Majestad Soberana.
     Al meditar aquí en el retiro y el silencio de las verdades en que apenas había parado, he visto las cosas de un modo contrario a como antes las veía, he sentido mudado mi corazón y he creído.
     En virtud de la fe y gracia que el Señor, con su infinita Misericordia, me ha concedido, y ayudado por mi Madre y Señora la Inmaculada siempre Virgen María, declaro públicamente y ante la faz del mundo entero que creo y confieso todas y cada una  de las verdades de nuestra fe, que dios ha revelado a su Iglesia, y que ésta, con su magisterio infalible nos propone, que quiero vivir y morir en esta misma fe que de niño recibí, y luego por mi desmedida ambición y por tras los vanos y mentidos aplausos del mundo pisotee; que detesto y abomino todos los errores que en folletos, discursos y pública y privadamente manifesté".

La carta completa puede leerse en El Mahonés de 14 de septiembre de 1889.

    Lógicamente un caso como éste dio mucho juego tanto en la prensa de tirada nacional como en la provincial. El periódico jiennense El Norte Andaluz publica una pequeña reseña biográfica del converso en la trasciende su naturaleza porcunense:

   “Huertas Lozano es natural de Porcuna,  pueblo de esta provincia. Su padre fue sobrestante de obras públicas en Guadix, y luego pasó a Baza, donde sin duda empezó a recibir el hijo semilla de ideas religiosas, pues este pueblo ignorado por todos los conceptos, sólo aparece de relieve en las columnas de Las Dominicales del Libre Pensamiento.
      Azotada esta capital por el cólera morbo hace cuatro años, acudieron en su ayuda diferentes recursos y personas; una de estas era el médico Huertas Lozano, joven de veinte años, que se desvivió aquí por atender a los enfermos con el ardor de su carácter y entusiasmo nefando de sus ideas, que procuró diseminar, y diseminó en efecto, entre los pocos que las manifiestan acá.
      Hasta su retrato dejó en manos de sus amigos de Jaén  y así no es extraño que seamos nosotros los  que participan de la general alegría de ver convertido a un masón  que poco antes pisoteaba a Jesucristo y blandía la espada en el antro de los secretos a favor de la guerra contra la Iglesia católica, convertido, repetimos, en un Jesuita a quien el peso de la sotana seguramente ha de trocar en apóstol ardentísimo de la verdadera fe”.

     Las reacciones que se producen entre sus antiguos compañeros de comunión de ideas, así como noticias sobre su efímero paso por la Compañía de Jesús y otros vaivenes a los que se verá sometida su trayectoria vital quedan en reserva.  A ver si mientras tanto podemos dar con su retrato, detrás de cuya pista andamos.


22 agosto 2013

Arquitecto Luis de Huertas en Puerto Rico (1796-1815)



     En una entrada anterior dedicada al arquitecto neoclásico Luis de Huertas Toribio, natural de Porcuna (Jaén), mencionábamos la importancia de la recomendación efectuada por Francisco Sabatini, a la sazón Arquitecto o Maestro Mayor de Obras del Reino de España, para que éste pasara a ocupar la plaza vacante de Maestro Mayor de las Reales Obras de Fortificaciones en la Plaza e Isla de Puerto Rico.

Arribada


     “En el Bergantín Correo de S.M. el Infante a cargo de su capitán Josef  Suarez Quirós llegó a este puerto en 12 de agosto próximo pasado don Luis Huertas, Arquitecto aprobado por la Real Academia de San Fernando, nombrado maestro mayor de las Reales Obras de fortificaciones de esta Plaza por la R.O. que se sirvió V.E. comunicarme con fecha de 13 de febrero último. Doy a V.E. parte de su llegada para los efectos convenientes” (1).

                                        Puerto Rico a 22 de septiembre de 1796.


      Firmado: Ramón de Castro (Gobernador y Capitán General de Puerto Rico)


Ramón de Castro y Gutiérrez
    El propio Sabatini, por su condición de Teniente General del Cuerpo del Ingenieros Militares, fue el responsable de la designación del Coronel e  Ingeniero Tomás Sedeño, que arribaba a la Plaza de Puerto Rico en fecha  cercana a la que lo hiciera  Luis de Huertas (2).     


    El ingeniero Tomas Sedeño y el Maestro Mayor Luis de Huertas terminarían conformando un equipo de trabajo que dejará su huella en la Isla. Su trabajo traspasa con creces las obras de defensa y fortificación en principio encomendadas. Intervienen juntos como proyectistas tanto en edificaciones civiles como religiosas ejecutadas durante el primer quinquenio del XIX.
    Ambos tendrían un bautizo de fuego. Al año siguiente de su llegada (1797) tuvieron que poner en práctica sus conocimientos en materia de defensas y fortificaciones durante el sitio que sufrió la isla por parte de la flota inglesa.
     Expuestos a las acometidas de los cañones enemigos participaron en primera línea en los urgentes trabajos de construcción de defensas en los puntos estratégicos.
     Luis de Huertas intentaría sacarle partido a su comportamiento heroico solicitando “graduación militar, fuero y uso de uniforme correspondiente a su clase”.

     “El Capitán General dirige una instancia de don Luis de Huertas, Arquitecto aprobado por la Real Academia de San Fernando, y maestro mayor de las obras de fortificación de aquella Plaza e Isla, en que hace presente su mérito contraído durante el último sitio asistiendo bajo la dirección de su Comandante a la construcción de Baterías, Espaldones y reductos, principalmente en las obras del fuerte y puente de San Antonio donde sufrió las mayores fatigas y riesgo de la vida por el rigor del fuego de los enemigos que se dirigía a aquel punto, en cuya atención y lo mucho que se esmeró para animar con su ejemplo a los subalternos y trabajadores; Suplica a V.M. se digne a concederle la graduación militar que más sea del real agrado y quando no, el fuero y uso del uniforme correspondiente a su empleo, o la gracia que fuere más conforme al Soberano arbitrio de V.M.
     Los jefes apoyan su mérito, exactitud y desempeño con que se portó durante el tiempo del sitio, y lo consideran acreedor al premio que V.M. tenga a bien dispensarle”.

      Junio de 1798 (3).


Denegado por S.M. (3)
   Con posterioridad al sitio se realizaron importantes trabajos de reconstrucción, especialmente en el fuerte de San Jerónimo, defensa a la entrada del canal de San Antonio, que quedó prácticamente destruido por la acción de los cañoneros ingleses.



    Entre su producción arquitectónica en la isla de Puerto Rico ocupa un lugar principal la Catedral de San Juan Bautista reedificada sobre otra anterior de estilo gótico.
     En 1801 el comandante de Ingenieros Tomas Sedeño, ante el peligro que representa para la feligresía la debilidad estructural del antiguo templo catedralicio, especialmente en la parte del crucero, contando con la obligada anuencia del gobernador de la plaza opta por suspender con carácter de urgencia la celebración de oficios religiosos en el mismo.
     Casi de inmediato, con el imprescindible concurso del arquitecto Luis de Huertas, se elabora un proyecto de reconstrucción.
    El plano general del citado proyecto, que fue presentado el 1 de junio de 1801, está publicado en la Historia General de las Artes Plásticas en Puerto Rico de Osiris Delgado Mercado (Fig. 115). No he sido capaz de localizar un ejemplar de la misma entre los fondos de la BNE ni en cualquier otra biblioteca pública o universitaria de los territorios del núcleo del antiguo imperio colonial (Reino de España). Sería de agradecer que cualquier curioso o investigador de naturaleza o residencia boricua, que pudiera tener acceso a la lectura de esta entrada, nos lo proporcionara para poder incorporarlo a posteriori.
     Una vez aceptado, el 9 de noviembre del mismo año se produce la ceremonia de puesta de la primera piedra. Aunque con importantes reformas posteriores, el memorial presentado por Sedeño y Huertas responde básicamente a la Catedral que llega a nuestros días (4).
     Para poder hacer frente a tan cuantioso gasto el gobernador Toribio Montes, con la anuencia de los cabildos civil y eclesiástico, estableció en 1805 un impuesto de un cuarto (cuatro maravedíes) sobre libra de pan cocido. 




    Por falta de fuentes y conocimientos nos abstenemos de entrar en consideraciones estilísticas de una manera profunda. A simple vista tanto en su fachada como en la nave central se aprecia claramente el gusto por la sencillez, de predominio de lo arquitectónico sobre lo decorativo, la pureza de líneas y proporciones simétricas propias del estilo neoclásico.

    En la fotografía de la fachada (finales del XIX) todavía no se había producido el realce de altura consistente en la incorporación de un nuevo cuerpo para la hornacina del santo rematado con un frontón triangular que presenta en su traza actual. 


    También conocemos sobre su participación en otro edificio religioso: Iglesia de Barranquitas.
    El poblado de Barranquitas fue fundado en 1803. Desde un primer momento cunde el deseo entre sus pobladores de constituirse en  parroquia independiente. A tal propósito coadyuvo considerablemente el especial empeño del Obispo Arizmendi que facultó a sus vecinos para levantar parroquia. La primera piedra fue bendecida el 12 de julio de 1804 por el párroco de Coamo. En el año de 1806, con planos realizados por el arquitecto español de Luis de Huertas, es cuando se aborda de lleno su construcción. Para 1808, cuando el poblado obtiene personalidad jurídica propia ya se hallaba terminada (5).


    En este dibujo realizado a partir de una postal de finales del XIX se aprecia perfectamente su fisonomía original que ya no tiene nada que ver con la actual.


Real Cárcel del Cabildo


    En 1810 Luis de Huertas interviene en la tasación de una casa propiedad de Juan Jacinto de Rivera situada en la Calle de la Luna, a espaldas de las casas consistoriales, finalmente adquirida por el Cabildo para acometer el ensanche de la Real Cárcel.
    El propio Luis de Huertas es nombrado para ejecutar el proyecto. Su financiación va a provocar un conflicto entre los cabildos civil y eclesiástico ya que el impuesto sobre el pan, aplicado antes para la Catedral, se transfiere a esta nueva obra.
    La idea fue impulsada por el gobernador Salvador Meléndez e iba acompañada de un moderno proyecto de rehabilitación de reclusos. Consistió en construir un departamento incomunicado del resto de instalaciones del edificio y con salida independiente al exterior para que sirviera de asilo a presos jóvenes por delitos leves. El alcaide Carrero se comprometió a procurar la educación de los mismos en diferentes oficios (6).



     No ha llegado hasta nuestros días. A mediados del XIX el edificio del Ayuntamiento se verá sometido a una nueva remodelación profunda con proyecto del arquitecto Pedro García. Al variarse la fachada, quiso el arquitecto darle la mayor semejanza posible con la del ayuntamiento de Madrid de donde era natural.
     En fecha indeterminada construyó una Casa para uso particular y familiar. En las Actas del Cabildo consta su solicitud:
    “Se tuvo presente el expediente movido por don Luis Huertas sobre la venta de tres varas y media de terreno que trata de comprar, como pertenecientes a los propios de la ciudad, para edificar la casa que ya ha empezado a construir en la plazeta de las madres monjas carmelitas”.
    Llama la atención el hecho de que sea tenida en cuenta con las obras ya iniciadas. Esto nos puede inducir a pensar en un trato de favor. También es cierto que esas mismas actas recogen reclamaciones de haberes de Luis de Huertas “maestro mayor arquitecto de fortificaciones de la plaza” contra los fondos propios del Cabildo (7).

Plaza de las Monjas en 1902

     No ha quedado memoria de la misma. Incluso es posible que no llegara a terminarse por su prematuro fallecimiento.
      Conocemos que tuvo descendencia. Un próxima meta consistirá en dar con la misma, desentrañar con exactitud la fecha de su nacimiento y clarificar su más que presumible parentesco con el también arquitecto porcunense Tomás Toribio Huertas cuya carrera profesional trascurre en Montevideo (Uruguay) casi en paralelo.

FUENTES UTILIZADAS

(1)   Luis Huertas. Destino a Puerto Rico (1796). Archivo General de Simancas: SGU,LEG,7243,49.  Portal Pares MCU.
(2)   Tomás Sedeño. Pasaporte de embarque (1796). A.G. de S: SGU,LEG,7243,40
(3)   Luis de Huertas. Solicitud de Ascenso (1798). A.G. de S: SGU,LEG,7245,18. .
(4)   Osiris Delgado Mercado / Historia General de las Artes Plásticas en Puerto Rico. 1994.
(5)   Lino Gómez Canedo. O.F.M. / Los Archivos Históricos de Puerto Rico. Apuntes de una visita. A.G. de Puerto Rico 1964.
(6)   Francisco M. Zeno / Historia de la capital de Puerto Rico. Oficina de Actividades Culturales, Gobierno de la Capital, 1959 - 498 páginas.
Revista Plural. Volúmenes 3 y 4. Administración de Colegios Regionales, Universidad de Puerto Rico, 1984.
(7)   Actas. Publicación Oficial del Gobierno de la Capital. San Juan (P.R) Cabildo. 1970.


20 agosto 2013

Arquitecto "Luis de Huertas Toribio" (1765-1815). PARTE 1ª



    En 1773 Antonio Toribio y Juan de Huertas, maestros alarifes de la villa de Porcuna (Jaén), tomaron una contrata por importe de 89.000 reales, pagaderos en tres plazos, con el fin de ejecutar las obras de un edificio de nueva planta a construir sobre el solar de las arruinadas casas capitulares de de Los Villares (Jaén). Siguiendo las directrices de un proyecto realizado por un arquitecto de Jaén, llamado Manuel López, las nuevas Casas Capitulares, que además de los locales necesarios para la actividad del concejo contaban con calabozo, carnicería, puesto de abasto, granero y corral, quedarían terminadas e inauguradas en el año 1775


    Su fachada de aspecto cúbico, está compuesta por mampostería y sillería, con cuerpo central de tres plantas y cubierta a cuatro aguas. De líneas arquitectónicas muy sencillas y severas, en el que se aplicaron las directrices dadas al efecto por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1). 
    Casi diez años después, otros dos porcunenses, probablemente primos y emparentados (hijos o hermanos) con los referidos alarifes, comparten aulas y profesores en la sección de arquitectura de tan magna institución académica y educativa.
    Se tratan del ya conocido Tomás Toribio y de Luis de Huertas Toribio.
    Antes de entrar en el desarrollo de la carrera profesional del arquitecto Luis de Huertas Toribio intentaremos contextualizar brévemente los cambios operados en materia de urbanismo y arquitectura durante el periodo histórico en que ésta transcurre.
     Carlos III cuando llega al trono de en 1759 se encuentra con una capital de España de aspecto miserable y vergonzoso.  La necesidad de llevar  a cabo  profundas reformas resultaba imperiosa. Se proyectaron servicios de alumbrado y recogida de basura, uso de adoquines para las calzadas y una buena red de alcantarillado. Acompañado todo de un ambicioso plan de ensanche, con grandes avenidas y monumentos.

     A tal efecto el monarca reclamó los servicios profesionales del arquitecto italiano Francisco Sabatini, encumbrándole pronto por encima de los arquitectos españoles más famosos de la época. Se le nombró Maestro Mayor de las Obras Reales, con rango de teniente coronel del  Cuerpo de Ingenieros, a la vez que se le designaba como académico honorífico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Sabatini retratado por Goya
    La Academia de Bellas Artes de San Fernando desempeñó durante estos años un papel fundamental en la difusión de los principios del arte clásico ya que era la encargada de formar a los artistas.
    De esta institución saldrá una nueva remesa de arquitectos españoles que se formarán trabajando al lado de los grandes maestros de la arquitectura neoclásica española: Francisco Sabatini, Juan de Villanueva o Ventura Rodríguez.

    Tomás Toribio y Luis de Huertas Toribio, a quienes presuponemos un importante bagaje arquitectónico previo como maestros de obras y de cantería en su Porcuna natal, debieron de dar el salto a la par hacia la capital del reino al objeto de ingresar en la referida academia.


     La referencia más antigua sobre Luis de Huertas es del año 1783 y la extraemos de un opúsculo titulado “Noticia de los premios distribuidos por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, en el primer semestre del año 1783” (2). Entre los artistas premiados figura “Luis de Huertas, Oficial de Cantero, por el plan que presentó de una torre, y acreditó ser obra de sus manos”.



     Este premio debió resultarle provechoso para su inminente ingreso en la Escuela de San Fernando.

    Por un “Memorial literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid de mayo de 1784”  conocemos que por esa fecha ya era alumno de de la Escuela de Bellas Artes (3)


    Concurre al concurso convocado por la institución académica junto a Tomas Toribio y otros alumnos para optar al premio de 2ª clase (nivel medio). Debían proyectar “un cementerio para un pueblo de 400 vecinos con los ornatos correspondientes, corte y fachada todo geométrico”.
     Sera precisamente su paisano y amigo (tal vez primo) Tomas Toribio quien se haga acreedor con su trabajo a uno de los premios otorgados, consistente en una medalla de plata de ocho onzas.


    En 1784, siendo alumno de la Academia, proyectó la construcción del camino desde la salida del Puente de Toledo a los Carabancheles.


     La tesis doctoral de historiadora puertorriqueña María de los Ángeles Castro Arroyo (Arquitectura en San Juan de Puerto Rico en el siglo XIX) le dedica una pequeña reseña a este arquitecto que recalaría con el tiempo en esta isla. Es precisamente en este trabajo donde trasciende su naturaleza. Así consta en su registro de defunción (muerte acaecida en San Juan de Puerto Rico en el año 1815). Esta autora sitúa su nacimiento en Porcuna (Jaén) en torno al año 1765, por lo que cuando se gradúa como maestro mayor de obras en el año 1885, junto a Tomas Toribio, tendría sobre 20 años.
    Un ejemplar de este trabajo lo he localizado entre los fondos de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid. Desistimos de su obtención y del abuso en la petición de favores, habida cuenta que con las vistas previas que nos ofrece google book y otras fuentes complementarias de momento pueden resultar suficientes.
    Ellas nos permiten conocer que fue Francesco Sabatini quien le recomendó para ocupar la plaza de Maestro Mayor de las Reales Obras de Fortificación de la Plaza e Isla de Puerto Rico, vacante por fallecimiento de Bartolomé Fammi desde 1792:

     “…su conocida inteligencia en la teórica y práctica de las obras y a las demás circunstancias que le hacen recomendable, todo lo que me consta por haber estado a mis órdenes muchos años dicho sujeto” (4).

    Teniendo en cuenta que no se incorpora a su nuevo destino hasta 1796 y lo referido por Sabatini en su letras de recomendación, forzosamente tuvo que poner a prueba su manifiesta pericia como cantero tallador, adquirida durante sus años mozos en su Porcuna natal, al frente de equipos que trabajaran en las últimas producciones de este arquitecto neoclásico de origen italiano realizadas en la corte durante los primeros años del reinado de Carlos IV. Podríamos citar entre las principales el Convento de San Gil en el Prado de Leganitos (1786-1797), el cambio de orientación de la Escalera principal del Palacio Real (1789) o las obras de reconstrucción de la Plaza Mayor tras el incendio de 1790.

Convento de San Gil
Reconstrucción Plaza Mayor de Madrid
    La fachada que aparece en la cabecera de la entrada es la única obra de Luis de Huertas de la que tenemos constancia de su participación como proyectista principal en la corte. Se trata de un edificio destinado a casa de vecindad de nivel económico alto y con ciertos aires de tipología residencial. Ubicado en el nº 2 de la Plazuela del Alamillo con fachada a la calle Segovia y esquina a la costanilla de San Andrés. Compartió el trazado del inmueble con el también arquitecto y compañero de promoción Juan Antonio Cuervo. El proyecto está fechado en el año 1793 (5).

Fachada de la calle Segovia (6)
    El proyecto original pautaba un sencillo alzado a base de bajos, principal, piso alto y buhardillas, ostentando sus fachadas - en su parte alta central- dos destacados templetes con frontispicios (5).
    Desconocemos el nombre de su dueño y promotor. El inmueble completo es puesto a la venta  en el año 1829. En el anuncio insertado en el Diario de Madrid consta su valoración  y  superficie según tasación realizada por el propio Juan Antonio Cuervo en 1803:

Diario de Madrid 1829

   El edificio, afectado por las numerosas reformas acometidas a lo largo del tiempo, sigue en pie, habiendo desaparecido su primitiva techumbre y esos característicos templetes triangulares que remataban sus fachadas.



    La segunda parte de la trayectoria vital y profesional del arquitecto porcunense Luis de Huertas Toribio, que transcurre en la Plaza e Isla del Puerto Rico colonizada, la dejamos en reserva para una próxima entrada.
FUENTES UTILIZADAS

(4)    Maríade los Ángeles Castro Arroyo / Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX). Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1980 - 424 páginas.
(5)   Inventario Artisitico de edificios civiles madrileños de los siglos XVII y XVIII. Tomo II. Centro Nacional de Información y Documentación de Patrimonio Histórico. Madrid 1986.

03 agosto 2013

EL ARMISTICIO DE LA CHIMORRA



    Durante el primer año de la Gran Guerra ocurrió un hecho inédito y sin precedentes en la historia de la humanidad. En el frente de Flandes (Belgica) los ejércitos en conflicto hicieron un improvisado alto al fuego para compartir juntos la navidad (Tregua de Navidad de 1914).

    El día de Nochebuena los soldados empezaron a depositar sus armas en el suelo. Los primeros valientes salen de sus trincheras, nadie dispara un tiro. En seguida otros siguen su ejemplo, pronto todos.
    Como primera medida se entierran conjuntamente los soldados muertos de ambos bandos, que se encuentran desde hace semanas en tierra de nadie. Todos cooperan y nadie se dispara. Estaba ocurriendo algo especial. Cuando oscurece, se iluminan unos abetos sobre los alambres de espino. Los enemigos de ayer cantan unidos canciones de navidad, cada uno en su idioma.
    Al día siguiente se intercambian regalos, se muestran fotos de sus familias, beben y comen en camaradería  e incluso juegan al fútbol.


      Estos hechos históricos sirvieron de inspiración al guionista y director de cine francés Chistian Carion para rodar una magnífica película bélica con un profundo mensaje pacifista: Joyeux Noël  (Feliz navidad 1914).

(Apresúrense a visionarla antes de que fulminen el enlace)

     En agosto de 1938, en plena guerra civil española, el libertario gaditano Miguel Pérez Cordón, que por su vasta cultura autodidacta debía de tener conocimiento de aquellos pretéritos milagros humanos, en las columnas del diario Cartagena Nueva (órgano de la Federación Comarcal de la CNT de Cartagena) escribe una narración retrospectiva en la que se reproduce una historia de similares características.
    La sitúa en  el Alto de La Chimorra, en el frente de Córdoba, muy posiblemente después de la famosa Batalla de Pozoblanco, cuando el frente queda estabilizado.
    Prescindiremos de la primera parte del artículo en la que el autor se reencuentra con Andrés, un viejo amigo gaditano, de quien emana el hilo narrativo. Andrés, que pudo escapar de su tierra al iniciarse la rebelión, es ahora sargento del Ejército Popular. Le va contando pormenorizadamente sus vicisitudes y las de su familia desde que se desencadenara el conflicto aquel fatídico 18 de julio de 1936.

Pérez Cordón con su compañera Maria Silva (La Libertaria)

    El artículo está redactado en Barracas (Castellón) en julio de 1938. Por estas fechas, Miguel Pérez Cordón, se hallaba incorporado a la 28 División del Ejercito de la República y hacía las funciones de corresponsal de guerra. Discernir, sin otras fuentes, lo que tiene de verídico el hecho narrado es tarea harto difícil. Pero como participa de ese mismo trasfondo pacifista y humanista de la historia anterior y pone, de camino, en evidencia el anacronismo de una guerra entre hermanos, no nos resistimos a reproducirlo.

El armisticio de La Chimorra


    Estábamos guarneciendo la posición La Chimorra, en el sector de Pozoblanco. Frente a nosotros, una posición guarnecida por civiles y falangistas. No podíamos ni asomar la cabeza por los parapetos. Siempre había tiroteos. De día y de noche. Nos tenían fritos. El vocabulario que empleábamos era de lo más soez. Nos escuchaban perfectamente. La distancia de una a otra posición no pasaba de los seiscientos  metros. Una madrugada calmó el tiroteo. Todo quedó en silencio. De pronto escuchamos una voz:
    -  ¡Camaradas! ¡Camaradas!
    -  Hijos de p… contestaron algunos soldados.
    -  Camaradas, camaradas, seguía la voz más suavemente.
    -  Falangistas, canallas civilones –repicaban los nuestros-.
    -  Somos soldados, somos soldados.
    -  ¿Habéis revelado a los otros?
    -  Si.
    -  ¿Queréis café?
    Se generalizó la conversación. Convinimos en que bajaran dos de ellos y dos nuestros a la vaguada.
    Cuando se juntaron los cuatro soldados se abrazaron. ¡Simbólico abrazo! Abrazo que duró unos minutos pues de pronto ocurrió algo inexplicable. Fue un sentimiento, un deseo en oleada que recorrió la trinchera y en el que me vi también envuelto a pesar de ser sargento. Los soldados de ambas posiciones salimos corriendo hacia el lugar donde se había sellado un pequeño armisticio y los cuatros soldados conversaban amigablemente.
    Y la vaguada, en un momento, antes siempre solitaria, cubierta de restos de proyectiles y muchos muertos de ambos bandos, que llevaban meses cara al sol, el agua y el viento , fue poblada de hombres que se abrazaban, reían, charlaban, hacíanse mil preguntas, se ofrecían tabaco, eran amigos, hermanos ..
    Yo ingenuamente pensaba que aquella acción representaba el fin de la guerra.
    De la vaguada salimos muy alegres y con un pacto: consistía éste en no tirotearnos y enterrar a la mañana siguiente todos los cadáveres que se encontraban esparcidos entre las dos líneas.
    Cuando ya regresábamos, escuché unas palabras autoritarias. Era un sargento faccioso. Amonestaba a un soldado que intentaba pasarse a nuestro lado.
    “Esto no lo permito.  Charlar, abrazarse, repartirse tabaco, lo que queráis, pero desertar no”.
   “Es que está mi hermano aquí. Mírelo. Salimos juntos de Sevilla” (replicaba el soldado).
    El sargento se lo llevó del brazo, Y su hermano, junto a mí, andaba y tristemente iba diciendo en voz baja: “A lo mejor mato a mi hermano cualquier día”.



    Enterramos los cadáveres. En grupos se reunían los soldados por las tardes en la vaguada famosa. Pero ya siempre vigilaban las ametralladoras. Aunque el pacto de no tirotearse se cumplió hasta que fueron relevados. No hubo ni una deserción. Quise haber conocido al capitán de aquella compañía, pero no pude lograrlo. Los soldaos le querían mucho. Se conoce que por encima de todo, en su corazón había mucha cantidad de sentimientos y de hidalguía liberal.
    El muchacho sevillano que estaba luchando de nuestra parte murió en el frente de Porcuna en el mes de mayo. ¿Lo mataría su hermano? …
    La interrogante queda suspendida en los labios de Andrés. Piensa seguramente en sus hermanos, ya posibles reclutas en la zona facciosa, en contra de los cuales algún día quizás también tenga que ordenar disparar o el mismo contra ellos, dispare.
    Nos despedimos en las proximidades de Barracas. Vino solamente a visitarme. A pie muchos kilómetros. Y se marcha el amigo, el amigo de la niñez hermanado en el dolor y la ausencia de los seres queridos. Nos abrazamos en una despedida que también es un lazo fraternal, tendida, no entre dos trincheras como en La Chimorra, sino entre el presente y el mañana vislumbrado por la niebla del humo de las bombas y los proyectiles que no lejos trepidan, convulsionan la tierra y ensucian el cielo.

                                                                                             M. P. CORDÓN