Publicado en la Unión Ilustrada (1 de agosto de 1915) |
Hace unos días, he conseguido, por fin, leer el
artículo “El crimen de los hermanos Nereo” publicado por Luis E. Vallejo
Delgado (Director de Museo Municipal de Porcuna) en el nº 40 de la revista Andalucía en la Historia.
Como socio de número de la Real Cofradía de
los Hermanos Nereo de Porcuna, en aras de que prevalezca la verdad histórica,
me veo, una vez más, obligado a utilizar esta mi humilde tribuna, para efectuar
una serie de puntualizaciones sobre lo publicado por este docto, prolífico y
polifacético profesional de la cultura local.
La
primera en la frente, el subtitulo del artículo, dossier o como queramos
llamarlo: “Cien años de clamor de Jaén contra la pena de muerte”.
Aparte de que aún restan un par de años para que se
cumpla el centenario de aquella campaña tan clamorosa, creo además que se peca exageradamente de
sensacionalismo u oportunismo. Me gustaría saber cómo ha llegado este señor a
estas conclusiones. Tengo que contemplar la posibilidad de que durante el
tiempo que dedicara a documentarse para
la versión novelesca del caso (La Nereida) pudiera haber accedido a fuentes,
hasta ahora desconocidas por el resto de los cofrades.
Ese clamor unánime, que no se manifiesta a las claras hasta finales de mayo del
año 1915, lo fue mayormente en favor
del indulto de los reos, tal como queda claramente reflejado en las
hemerotecas.
En aquel
contexto histórico, en este caso, y otros de similares características, quienes eran capaces de mostrarse abiertamente contrarios a la pena de muerte fueron las
fuerzas políticas antidinásticas (socialistas y republicanos) y los sindicatos
de clase. Querer hacer partícipe de
estos posicionamientos, por ejemplo, al diputado del distrito de La Carolina
(Don Niceto Alcalá Zamora) que con el tiempo llegará a convertirse en
presidente de la II Republica, durante la que, por fin, se aborda la reforma
del Código Penal y se suprime la pena capital en nuestro país,
no se ajusta para nada a la realidad histórica.
Como los recursos digitales siguen abriendo puertas
a los amigos de la investigación domiciliaria, que gustosamente colgamos nuestros
trabajos en la red a disposición de la generalidad, me he topado recientemente
con un artículo titulado “El caso de
Porcuna: reos y leyes”, publicado en el diario asturiano El Noroeste (6 de octubre de 1915), del que es autor el
periodista, literato y ensayista Juan Guixé, que nos viene como anillo al dedo
para destapar determinadas incoherencias en torno al caso, calificación utilizada por propio articulista, de las que participaban las leyes y la propia clase política encargada
de elaborarlas, en el seno de aquel sistema político de la Restauración, que se
sostenía gracias al turno organizado de los partidos monárquicos en la
detentación del poder.
El
Caso de Porcuna
REOS
Y LEYES
La piedad ha
movilizado estos días, en favor de los reos de Porcuna, los más heterogéneos
elementos políticos. Y no sólo políticos, sino gentes que viven alejadas de la
política, pero que tienen una representación social significada, se han lanzado
a la calle, han firmado solicitudes, organizado comisiones en favor del indulto
de los dos hermanos condenados a muerte. Todas estas personas de diversa
significación se han dado la mano para obtener el indulto. Al lado del
conservador contumaz ha ido el socialista o el revolucionario inveterado e
irreductible.
¿Qué quiere decir
esto? Una de estas dos cosas a juicio de un periodista: O hay casos en los que
la pena de muerte es injusta, o la pena de muerte, “sancionada por la ley, no
responde al sentir de los españoles”, o al menos a la mayoría de ellos.
Se argüirá que tratándose
de un acto de tan conmovedora piedad como la salvación de la vida humana son
pocas las personas que pueden sustraer su corazón a la idea de perdonar.
Efectivamente es así. Pero lo que quiere resaltar este periodista es lo
siguiente:
La ley se hace bajo el influjo de los
diversos contenidos morales y psicológicos de la sociedad. La piedad, por
ejemplo, en una sociedad humanitaria contribuirá a la formación de sus leyes,
de sus costumbres. La idea de justicia igualmente. Pero ocurre que la pena de
muerte y la frecuencia de los indultos en nuestro país es algo incoherente y
sino incoherente, paradójico.
En el momento que depende de la regia
prerrogativa el indulto de los condenados a muerte, la sanción plena de los
tribunales queda vulnerada. Otro caso más grave puede presentarse: el del capricho,
el de la influencia. Supongamos que un condenado a muerte es joven y que
concurren en él, por otra parte, cualidades interesantes. ¡Qué lástima! La
compasión entonces se apodera mas decisivamente de los corazones. El delito
será de un modo intrínseco, grave. Pero esas cualidades interesantes harán
que la gente sienta con mayor fuerza
compasión hacia él. Pongamos, por el contrario, un condenado a la última pena
que no posee dones de simpatía, de atracción interesante, que es todo lo
contrario del interés, sin que por ello aventaje en gravedad de delito al
condenado joven del que hablaba. Evidentemente la gente no se interesará. Añádase
a esto la influencia del número de
parientes, el amor de éstos, la conmiseración que inspiren la madre, los hijos,
los hermanos del reo; la posición de estos; el desamparo en que queden,
etcétera.
Otro caso, aun
más expuesto, puede presentarse: el de la influencia social, bien política o
económica. En este caso, es indudable que el condenado a muerte tendrá muchas
más posibilidades de ser indultado que el que a nadie conoce, que no contrajo
vínculos de afecto o de gratitud, o de servidumbre con un prohombre político, o
que el que es pobre.
Pero más decisivo
es esto: los indultos los gestionan casi siempre los mismos que luego, llamados
a legislar, niegan su voto a aquellas iniciativas que tienden a la supresión de
la pena de muerte. En el caso de Porcuna, por ejemplo, el conde de Romanones se
ha adherido a la petición de indulto. Algunos diputados liberales y demócratas
lo mismo. Otro día serán conservadores quienes pidan el indulto. Mañana ocupará
la presidencia del consejo el señor conde de Romanones, y la pena de muerte
continuará en el Código español. Hasta es posible que el propio señor Dato sea
quien – si alguna vez no lo ha hecho ya – pida el indulto. No se puede eximir
de esta regla ni al monarca, puesto que en definitiva a él corresponde luego la
gloria de la gracia de indulto. ¿Por qué, pues, se indulta unas veces, y se
deniega el indulto otras?
La unanimidad
desperdigada de los distintos elementos políticos de nuestra nación, no es,
como se ve, tan unánime en el momento de legislar. ¿Por qué? La posición
interior del diputado, en este trance legislativo, debe oscilar entre la
compasión y la timidez ideológica. No debe atreverse desde el punto de vista de
las ideas a suprimir la pena de muerte. En cambio, el corazón, y hasta
posiblemente las ideas, deben decirle que la pena de muerte es cruel, y
juzgando la desigualdad de su aplicación y la frecuencia de los indultos,
fracasados o conseguidos absurda e incoherentemente. Y, sin embargo, él,
diputado, no vota su derogación. Oscila, es indudable, este hombre en una
balanza de miedo y timidez, de justicia y de egoísmo. Se figura que si se
suprime la pena de muerte va a bambolearse el orden social, y que al día
siguiente de su imprudente sinceridad legislativa, los cimientos del Estado van a estar en medio de la calle,
aniquilados, pulverizados. El egoísmo le dice también que su tranquilidad
económica va a perecer estrangulada por sus propias manos. Le sucede que la
perplejidad es su posición frente a la balanza; esto siendo benignos con él. En
otros casos lo que cree este legislador es que la pena de muerte es un sano
correctivo que defiende a la sociedad de males horrorosos, y que debe
conservarse tan solícitamente contra la salud del cuerpo o la fortuna privada.
Y esta
incoherencia seguramente persistirá. No veremos, por ejemplo, a los legisladores
que ahora han ofrecido su voluntad al reo ejecutado en Porcuna, prometer su
voto cuando se abran las Cortes, o dentro de la primera etapa liberal, a quien
intente suprimir la última pena.
PD. Lo de la Real Cofradía es una pequeña chanza
irónica, que no tiene nada que ver con la realeza ni con la religión, de la que
me sirvo intencionadamente para recalcar el propósito que compartimos algunos de
intentar aproximarnos con las fuentes al esclarecimiento de éste, hasta hace
poco, desconocido suceso de la historia local.
Véanse los trabajos del pionero en la
investigación del caso (Hermano Mayor), el cronista oficial de la ciudad de
Porcuna, Antonio Recuerda Burgos:
“La tradición oral del crimen de los Nereo”, así como el exhaustivo y completísimo
dossier documental publicado con el título “Ocho documentos para aproximarnos a la historia de los hermanos Nereo”. En un segundo plano, las diferentes entradas
publicadas por un servidor en este mismo espacio: “Los Hermanos Nereo a salto de mata”, con imprecisiones y a veces atrevidas o erróneas interpretaciones que ido
corrigiendo sobre la marcha.
Más madera
y nuevos documentos sobre el caso en próximas entradas.
Más apostillas: Desvarentando (El invento del pasquín y otros fraudes de postín).
Más apostillas: Desvarentando (El invento del pasquín y otros fraudes de postín).
Acaso pensábais que, con cofradía o sin ella, a los redivivos Leonardos de estos tiempos, incomprendidos por los seres inferiores que no somos capaces de rendirles culto ni siquiera develar y admirar sus artes y su iluminación divina, les importa acaso para algo la verdad, y mucho menos la "verdad histórica", o cualquier otra razón, que no sirva para admirar y rellenar sus propios ombligos.
ResponderEliminarOscuros tiempos, amigo Alberto, la Razón de nuevo ha sido hechizada por el mito, por el relato falsificado que no pretende explicar sino justificar, por la mezquindad, la mediocridad y la cutrería.
Cada día celebramos la estupidez, la sinrazón y la injusticia, y vemos temerosos la acelerada degeneración de valores e ideas que otrora nos parecieron el horizonte al que aspirar. La única jerarquía válida, la del conocimiento, está siendo arrasada por cuentos mal contados de timadores baratos y vendedores de crecepelo de cualquier índole.
En el pecado va la penitencia, pues al no establecer criterios de calidad científica y denunciar y excluir estafadores, puede parecer que todo es válido. Decía un viejo maestro que lo último en esta vida es iluminar idiotas.
Saludos
FESH
Comparto esas reflexiones. Harto difícil alcanzar el conocimiento mientras proliferen los iluminadores de palmatoria y de linterna de petaca. Lo más triste es que algunos de ellos provienen del ámbito académico o institucional.
Eliminar"Ne sutor ultra crepidam" (El zapatero no debe ir más allá de las sandalias). Siempre cuídate de estar debidamente preparado en lo que vayas a opinar o actuar.
ResponderEliminarGPT
Siempre tendrás derecho al pataleo, mientras otros sacan brillo a sus medallas y usan las calaveras como ceniceros. La guerra de los blogs está perdida ante personajes babosa de esta índole.
ResponderEliminarPRA