C/ Ramón y Cajal (Porcuna).
Fernando Delgado (1930-2009)
Las entradas dedicadas a la familia del actor Fernando (Martínez) Delgado nacido en mayo, como las flores, del año 1930 en la habitación nº 2 de la Fonda la Esperanza, calle Ramón y Cajál nº 13 de Porcuna (Jaén), han conformado un exagerado preámbulo utilizado como simple pretexto para ocuparme de la historia de mi familia, que, aunque no subieron nunca a un escenario, han pasado a la memoria colectiva de Porcuna por su arte y gracejo.
La verdad sea dicha, he disfrutado bastante adentrándome en los entresijos de aquel mundo del teatro para mí desconocido. La curiosidad se suele saldar con aprendizaje. Creo que ha merecido la pena.
Si para la elaboración de las trayectorias profesionales de este linaje de cómicos españoles he podido disponer de las informaciones teatrales recogidas en los diarios y revistas de la época, para la mía dispongo casi exclusivamente de un álbum de fotografías, de testimonios orales y de las noticias grabadas en mi memoria que me trasmitieron mis padres, a pesar de su prematura desaparición. También en las hemerotecas digitales y en publicaciones locales he encontrado alguna información, que iré derramando en estas páginas que les dedico.
El alma mater de este negocio fue mi abuela Ana Espinosa Párraga. Me cuentan que era una mujer dinámica y emprendedora, que con el concurso de su esposo Felipe Heredia Santiago a) Birón y carpintero de profesión, hacia mediados de la década de los 20 se embarcan en esta empresa ante la carencia de alojamientos de hospedaje medianamente dignos.
Ana Espinosa Párraga
Felipe Heredia Santiago "Birón"
Fue mi abuelo reputado maestro en su oficio fue el encargado de fabricar el mobiliario necesario (camas, mesitas de noche, armarios, palanganeros, perchas, sillas, mesas, cuadros...). Para decorar el comedor enmarcó unas litografías alusivas al descubrimiento de América.
Hace algunos años, con motivo de cierta restauración casera, descubrimos en el interior de uno de los cuadros una pequeña nota escrita con lápiz de carpintero sobre papel de estraza que decía: “Estos marcos fueron fabricados por el maestro Felipe Heredia y su aprendiz ? el año 1924”.
Reintegrada a su lugar original y olvidado el cuadro que la alojaba, por pereza manual, hemos desistido de su búsqueda que hubiera quedado bien para ilustrar la entrada y certificar el arranque del negocio hostelero.
Las riendas del establecimiento, por carácter, las llevara mi abuela. Era una persona afable y cariñosa, que trataba a sus huéspedes como si fueran miembros de su familia. Sus habilidades como costurera las utilizó para proveerse de lo preciso para poner en marcha el hostal.
La plantilla de personal estaba compuesta por una cocinera, una mujer encargada del servicio de habitaciones y de un botones, que además de hacerse cargo del equipaje de los huéspedes, ayudaba en el comedor.
Tuvieron tres hijos Manuel, Felipe y Encarnación (mi progenitora).
Ésta, heredó de su abuelo materno el apodo
Mazantini. Con motivo de un viaje que realizó a la Feria de Málaga tuvo la oportunidad de ver torear al mítico e ilustrado torero. En reuniones de amigos, tabernas y barberías, ante sus reiteradas referencias y alusiones a la grandeza y arte de aquel torero terminaría siendo bautizado con tal remoquete, que al heredarlo mi madre se transformó en Mazantina
(“Encarnita la Mazantina”).
Sus hermanos varones, Manuel y Felipe, nacidos en 1912 y 1919 respectivamente, por aquello, del acostumbrado trato con los artistas que se albergaban en la fonda, desarrollaron por contagio cierta faceta cómica:
Manuel Heredia Espinosa (1912-1992)
Felipe en alguna que otra ocasión participaría en funciones teatrales de aficionados presentado como el célebre excéntrico "Jaimito Birón":
Manuel, a la temprana edad de doce años ingresó en el Seminario Conciliar de Baeza, pasando con posterioridad al de Jaén donde obtiene el título de Bachiller Eclesiástico. Abandona la vocación sacerdotal y regresa a Porcuna donde colabora con el negocio familiar, mientras prepara oposiciones al Cuerpo de Investigación y Vigilancia de la República, al que consigue acceder en 1935 siendo su primer destino Córdoba. Por fuentes orales conocemos que durante ese periodo militó y mitineó en el seno de la agrupación local de la Juventud Socialista.
Su posterior carrera profesional es sobradamente conocida en Porcuna, jubilándose como Comisario Jefe del Cuerpo Superior de Policía en Córdoba. Gran aficionado a las antigüedades, a la historia y costumbres de su pueblo, publicó numerosos artículos en la revista de feria, trabajos más extensos en el
Boletín de la Real Academia de Córdoba y en el
Instituto de Estudios Jiennenses, y recopiló cuanta información pudo para su
Historia de Porcuna, publicada después de su muerte.
Felipe Heredia Espinosa (1919-1941)
Felipe, compaginaba el aprendizaje del oficio de su padre con la siempre imprescindible ayuda en el hostal. Adquiere cierta celebridad a nivel local por sus ocurrencias.

En cierta ocasión, se hospedaba en la fonda un artista de circo que portaba en el hombro un mono de compañía. Trabó amistad con el simio, ganándose pronto la confianza de su dueño, que delegó en él para su cuidado y custodia, mientras en unión de otros artistas peregrinaba por las tabernas del pueblo (desconozco si en aquella época los animales tenían vedado el acceso a los establecimientos públicos). En un ambiente de compenetración y camaradería compartió con el monito copitas de aguardiente dulce, de su misma marca, alcanzando éste un estado de excitación incontrolable. Visitó a una velocidad endiablada, todas y cada una de las habitaciones y dependencias de la fonda, provocando la lógica alarma entre los alojados que descansaban en sus habitaciones. Ni el propio dueño del animal, a su regreso, pudo controlarlo, perdiéndose por los tejados. Al día siguiente, tras pelar la mona, regreso mansamente junto a su amo.
De mozuelo, tenia por costumbre reunir en una casa almacén que tenia su padre en
“La Riverilla” una autentica rehala de perros abandonados, que cuidaba y alimentaba con un propósito jocoso y jaranero. Llegada la temporada de las bodas, aquellos cortejos nupciales de a pie compuestos por novios, familiares y vecinos invitados al convite, convenientemente pertrechados con sus mejores galas, solían pasar por la calle Ramón y Cajal en dirección o de vuelta de la Iglesia Parroquial. Era el momento elegido para arengar a los perros, que con su correspondiente lata atada en el rabo sembraban el desconcierto entre los transeúntes. La broma llego a alcanzar tal fama, que los días de boda los vecinos se apostaban en las esquinas de la calle esperando el momento de la cencerrada perruna.
Carrera de Jesús. Años 30.
Con la guerra civil se interrumpirá la explotación del negocio familiar. Mi abuela y mi madre, una niña de 8 años que acababa de hacer la primera comunión, ante el peligro de los bombardeos con que era hostigada Porcuna durante el periodo de dominación republicana, y el miedo al moro mercenario, tan propagado entre la población, se refugiaron en Jaén donde pasaron el resto de la guerra. Mi abuelo, optó por permanecer en la casa custodiando sus propiedades y enseres.
Mis tíos, sin embargo, se implicaron con el bando nacional. El mayor, Manuel, al triunfar el golpe en la capital cordobesa se pondrá al servicio del nuevo régimen. Su hermano Felipe, un mozuelo de espíritu alegre y jovial, que pasaba unos días en Córdoba cuando se inició la guerra, se enroló como voluntario en las milicias de Falange y la pasó peregrinando por diferentes frentes de batalla.
Mi abuelo, que no era político, a pesar de tener dos hijos en el otro bando, fue respetado por las milicias republicanas. Sin embargo, tras la toma de Porcuna tuvo que poner su casa a disposición de los ocupantes. Todos y cada uno de los relojes despertadores, ubicados sobre sus respectivas mesitas de noche, de las 10 habitaciones con las que contaba el hostal desaparecieron entre chilabas y macutos de la fuerza ocupante.
Con el fin de la guerra, se reencuentra la familia y se vuelve a poner en marcha el alojamiento. Serán necesarias nuevas inversiones para paliar el pillaje cometido por requetés y beréberes: sabanas, mantas, colchas, toallas, mantelerías y otros enseres. La abuela, volverá a encargarse de su reposición. Su proveedor oficial de telas y gran amigo, el popular comerciante de tejidos Jesús Gonzalez a) Pistolica, instalado con un establecimiento del ramo en la calle Torrubia.
Su afán renovador no quedó ahí, y para que el establecimiento ganara en relumbrón y empaque, vistió a las mujeres del servicio con unos grandes mandilones blancos. Con una tela de paño azul marino confeccionó un primoroso traje con botones dorados y gorra de plato con las iniciales H.E. grabadas en oro en el frontal de la misma, para el mozo encargado del cometido de recoger a los viajeros. Si ya de por si, el traje era suficiente reclamo para hacerse de las maletas de artistas y viajantes, cuando estos bajaban en la Carrera, donde tenia su parada el autobús de línea, este pregonaba estribillos publicitarios del tipo: “La Esperanza, fonda la Esperanza, donde por poco dinero se llena la panza”.
Con mucho esfuerzo el negocio volvería a ser rentable. A cuenta de las arcas municipales se alojaron en la fonda varios oficiales de los designados para formar parte del Tribunal Militar encargado de enjuiciar mediante sumarísimos de urgencia a los porcunenses derrotados.
El maestro carpintero aquejado de una cruel y larga dolencia dejaba de existir en el mes de marzo de 1940:
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Azul de Córdoba (12 de marzo de 1940) |
Ocho meses más le duró la vida al menor de los varones del carpintero fallecido. Felipe, hallándose reunido en el cuartel de falange ubicado en el nº 14 de la calle Castillo muere como consecuencia de los daños causados por un disparo de arma de fuego el 3 de noviembre de 1941. Despedido con honores, su entierro fue todo un acontecimiento en aquella Porcuna de posguerra. Recuerdo perfectamente esa pistola y el traje de falangista guardado en un viejo arcón en la habitación más recóndita del ya desaparecido hostal, a la que mi hermano y yo subíamos a los amigos para mostrarles el arma, a pesar de tenerlo terminantemente prohibido por nuestra madre. La versión de los hechos que circuló entre la familia, fue la de una traicionera bala ubicada en la recamara que se escapó mientras limpiaba el arma. Después, han llegado hasta mis oídos diferentes versiones: suicidio, ajuste de cuentas… Aunque todo apunta a una imprudencia temeraria.
Ana Espinosa supo sobreponerse y continuó con el negocio.
De esta segunda etapa, si disponemos de testimonios de primera generación aportados por mi vecina Amelia que vivió de primera mano cuanto allí acontecía.
Había dos clases de huéspedes: los estables y los transeúntes.
Entre los primeros a destacar al joven fotógrafo
Cesar Cruz, recién instalado en Porcuna y que estuvo alojándose en la fonda hasta contraer matrimonio. Muchas de las fotografías de mi álbum familiar salieron de su objetivo. Trabó una gran amistad con mi familia que se perpetuó con el tiempo. Una muestra de su arte, un retrato a contraluz de mi madre aún soltera:
Encarnación Heredia Espinosa (1928-1970) "La Mazantina"
También fueron huéspedes, el médico y posterior alcalde durante los últimos años del franquismo, don Juan Zofío López-Mezquita, don Pedro el del Silo, y dos químicos empleados de la Cibasa.
Entre los transeúntes predominaban los viajantes de comercio que llegaban con grandes maletas muestrario, los cobradores de la contribución y los artistas. Tras la crisis de subsistencias del 45, la lana llego a alcanzar un precio elevadísimo. No faltó quien, alojándose con maletas llenas de jirones de ropa vieja, aprovechándose de la nocturnidad, sustituía éstos por la lana de los mullidos colchones.
Entre la amplia nómina de profesionales de la farándula que se alojaron en ella podemos citar a la Niña de la Puebla, Juanito Valderrama, el Príncipe Gitano, Florita Bautista (con el tiempo Conchita), las Hermanas Guerrero y un sin fin de compañías de revista y variedades.
Para los cabezas de cartel se reservaba la habitación nº 2 que disponía de un amplio armario, era más grande, más fresca y mejor ventilada.
Estas actuaciones coincidían normalmente con la temporada de verano. Como mi abuela Ana, a su pesar, no podía asistir a las representaciones, por la noche en un amplio patio enlosado de piedra, refrescado con agua del pozo, invitaba a los artistas a un refrigerio, organizándose veladas improvisadas a las que solo tenían acceso un reducido elenco del vecindario y que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada.
Lógicamente aquellas tiples despertaban la curiosidad de todo el pueblo. Como en aquellos tiempos no se estilaba aun el secador de pelo, estas mujeres para tal menester cruzaban al patio de la vecina casa de Juana Heredia “Pinorra”, donde daba el sol durante todo el día. El trafico de curiosos en la calle Ramón y Cajal aumentaba considerablemente, para captar la fugaz instantánea del cruce de calle de estas despampanantes mujeres.
Se tenía por costumbre celebrar fraternalmente la Nochevieja, reuniéndose propietarios, trabajadores, huéspedes y la vecina Juana
(viuda de guerra) con su numerosa prole, que era como de la familia. En cierta ocasión uno de los huéspedes hipnotizó a Amelia Millán Heredia ante el asombro de los presentes.
El relevo generacional
Mis padres y la última plantilla de trabajadores del Hostal
Jacinta (cocinera), Salvador (botones) y Manuela (limpieza)
Tras contraer matrimonio, mis padres intentaron en vano darle continuidad al negocio. Las instalaciones con el tiempo habían quedado un tanto obsoletas y requerían de urgentes reformas. La competencia ya venia ejerciendo como tal desde hace algunos años (Hostal Videla). La progresiva proliferación de vehículos automóviles repercutirá negativamente sobre su futuro.
Sus principales clientes, agentes comerciales y artistas, se apuntaron a la nueva moda, lo que terminaría por hacer inviable el negocio. Se estuvo utilizando un tiempo para la celebración de bodas y banquetes, hasta su cierre definitivo a finales de la década de los 50.
La habitación nº 2, en la que naciera Fernando Delgado, todavía durante algún tiempo sería solicitada, y cedida generosamente, a parejas de recién casados de origen humilde para su noche de bodas, antes de partir para la emigración donde fijaban sus domicilios definitivos.
A la postre, terminaría convirtiéndose en una espaciosa casa de familia en la que me crié junto a mis padres y hermanos, y una chacha teresiana sorda (Sacramento Espinosa Párraga) que pasaba temporadas con nosotros. La habitación nº 1 se convirtió en el despacho comercial y administrativo de mi padre, la nº 2 mas fresca y mejor ventilada la idónea para sobrellevar las calurosas noches del verano, la nº 3 reservada para las visitas que con el tiempo transformaría en mi dominio particular, la nº 4 ropero y cuarto de la plancha; las 5 y 6 ,en una especie de entreplanta, se utilizaron como trasteros; el resto de las habitaciones, en la segunda planta, desde la 7 a la 10 quedaron diáfanas y sólo se usaban para tender la ropa los días de humedad, menos está última donde su ubicaba “el arca prohibida” que contenía la ropa, los correajes y la pistola del desaparecido falangista.
Hace un año, descubrí en la página de L.M Sánchez Tostado sobre la
“Guerra Civil en Jaén” el nombre de Felipe Heredia Espinosa relacionado como víctima del franquismo. Llegué a elucubrar que pudiera haber sido asesinado por valerosos afines a sus ideas. Con la partida de su defunción en la mano, me percaté de que todo obedecía al error apriorístico cometido por algún investigador, que al asomarse a los datos suministrados por el registro civil relacionó la fecha con la causa de la muerte y se la endonó a los vencedores.
Hasta hace poco ha permanecido inscrito su nombre en el monumento que se erigió en memoria de las víctimas de la represión franquista en el cementerio municipal de Porcuna. Puestos sobre aviso los promotores del mismo, lo cubrieron con una disimulada plaquita de mármol blanco. Aunque sigue infiltrado en otro de carácter comarcal que existe en Martos.
¡Paradojas de la Historia!