Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

26 marzo 2014

Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).



    El ojeo de perdiz es una modalidad de caza de origen relativamente reciente en nuestro pais. Nace a finales del siglo XIX, circunscrita, en un principio, al exclusivista y selecto ámbito del gran propietario de fincas rústicas. El interés que despertó en el rey Alfonso XIII, gran aficionado a todo tipo de cazas, contribuyó grandemente en su definitivo arraigo, al sumarse a la moda la vieja nobleza y las familias más importantes de la época.
    El espaldarazo definitivo se lo dio el dictador Francisco Franco. Durante el franquismo proliferan los cotos de caza por toda la geografía patria y las cacerías de perdigones al ojeo se convierten en bulliciosas competiciones por la obtención del mayor número posible de trofeos.
    Desde un primer momento chocaron los intereses de los cazadores de ojeo con los incondicionales seguidores del tradicional y popular reclamo. Surgieron pronto quejas de entre los primeros de que con el reclamo, por hallarse tan extendido y generalizado, se esquilmaban las poblaciones de pájaros.

    Durante las últimas décadas del XIX se dictaron  las primeras leyes restrictivas contra él. En el año 1902, coincidiendo con el fin de la Regencia de Mª Cristina y la llegada del monarca escopetero a la Jefatura del Estado, se promulga una nueva ley de caza que lesionaba seriamente los intereses de los amantes del tradicional arte de la caza de la perdiz con reclamo.

S.M. de perdices en Láchar (Granada) 
    Fueron numerosas las voces que inútilmente se alzaron en favor de la derogación de los artículos 18 y 19, finalmente aprobados, y en defensa de la “legítima estirpe y la práctica hidalga de la calumniada caza con reclamo”. A destacar, la tenaz campaña desplegada por el médico-cirujano linarense y entusiasta puestero, don Manuel Corral y Mairá, responsable de una columna periódica de “Charlas cinegéticas” en el diario La Correspondencia de España. 

(Leer artículo completo)

    Aprovechando el revuelo suscitado se publicaron dos libros con título casi idéntico: “La caza de la perdiz con reclamo” y “De la caza de la perdiz con reclamo”. El primero obra de un distinguido jefe militar de un cuerpo especial, ocultado tras un seudónimo algebraico (A + B). El autor del segundo, un cordobés, natural de Espejo, llamado Diego Pequeño y Muñoz Repiso (1839-1909).



    “Se ha propuesto el autor al dar a la estampa el libro con el que encabezamos estos renglones tratar en todos sus interesantes detalles tan sugestiva cacería a fin de que termine, de una vez y para siempre, la fatídica leyenda de la que se la rodea con menosprecio de la verdad, por ciertas gentes  atentas sólo a sus personales egoísmos.
     A esta ignorancia se ha debido, sin duda, el que en nuestro confiado Parlamento, hayan pasado los artículos 18 y 19 de la flamante ley de caza, y en verdad que el Sr. Pequeño triunfa en toda la línea pulverizándolos materialmente.
    Describe en 22 capítulos, de amena lectura, las costumbres de las perdices, su área geográfica de dispersión; la ley de la herencia, elección de pollos y maneras de conocerlos; higiene de los reclamos y cuidados que demandan; jaulas y jaulones para el desplume, precauciones para su conducción al cazadero; modo mejor de cazarlos; elección del sitio para los pollos, naturaleza y confección de estos, enfermedades, accidentes y en suma absolutamente todo cuanto de algún modo se relaciona con esta hermosa y placida cacería hasta en su más nimios detalles.
    Parece imposible que de un sport, al parecer tan sencillo, puedan escribirse más de 368 páginas sin decaer el interés y menos la doctrina. Los principiantes hallarán en este libro del Sr. Pequeño un guía seguro para imponerse en la caza con reclamo y los veteranos algo nuevo y bueno que aprender. ¡Como que en él ha trasladado el autor cuanto practico durante cincuenta años ininterrumpidos! ¡Como que es el fruto de la observación y la experiencia de un talento nada vulgar iluminado por vastísima y sólida instrucción!
    Esta obra es, sin disputa, la mejor y la más completa que se ha publicado sobre la caza de la perdiz, y puede figurar honrosamente en la copiosa biblioteca venatoria y cinegética del arte moderno, sin que en la clásica de cetrería haya ninguna otra con ella comparable”.

 (Entresacado de las numerosas y elogiosas críticas que le dispensó la prensa).

    El libro, prologado por el ex ministro de Hacienda don Juan Navarro Reverter e ilustrado con fotograbados, no salió de la imprenta hasta el año 1903.


    Don Diego Pequeño fue un ingeniero agrónomo que orientó su carrera profesional hacia el mundo de la docencia y la investigación. A la temprana edad de 30 años ganaba por oposición la cátedra de la asignatura de Industria rural de la Escuela General de Agricultura, con el tiempo, Instituto Agrícola de Alfonso XII, del que fue director durante buena parte de las décadas finales del XIX, exceptuando cortos periodos en los que se sintió atraído por la política. Con Antonio Cánovas del Castillo, al frente del consejo de ministros, fue designado para hacerse cargo sucesivamente de los gobiernos civiles de las provincias de Soria (1890-1891) y Albacete (1892).


Su naturaleza espejeña



   Era hijo de un médico, natural de Écija (Sevilla), llamado don José Pequeño Carmona, destinado a la villa de Espejo (Córdoba) en torno a los años 1836-1837, donde contrae matrimonio con una joven, a la que presuponemos natural de Montilla (hija de Diego Muñoz Repiso).
    Durante algo más de una década fue medico titular de la villa. Hombre de ideas progresistas, en 1840 sería expulsado temporalmente de la villa, acusado de haber participado en una expedición organizada a la vecina aldea de Santa Cruz para destrozar una vieja lápida realista.
  A mediados de siglo se traslada a la capital cordobesa, aunque mantuvo los vínculos con sus antiguos vecinos y amigos. Cuando en 1860 el pueblo de Espejo resulta invadido por el cólera, del que se creía libre por “su privilegiada situación topográfica, aires puros que respira y sencillez de sus costumbres”, pudo contar con su pericia profesional y abnegación personal:

    “Este entendido profesor y generoso amigo abandona a sus muchos hijos, su señora, su clientela médica y todas sus afecciones y se persona en el pueblo sin nuevo aviso, sin ajuste, sin otro deseo que ayudar a sus compañeros, aliviar las desgracias y salvar de las garras de la muerte esta porción de humanidad con quien le ligan antiguas y sinceras afecciones. Y allí, como facultativo experimentado, de acuerdo con los titulares informado de algunos medicamentos que han dado resultado en Córdoba, organizado el método y plan curativo conveniente, se lanza al peligro y visita ya acompañado ya solo a todos los enfermos, negándose a recibir honorario alguno”.
     La ciencia médica se topó con “el serio escollo de la pobreza y de una alimentación insana que afectaba a gran parte del vecindario, de un pueblo donde no se ha despalmado un área, porque apena las hay que no sean de señorío”.


     (Léase crónica completa remitida por el corresponsal en Espejo del Diario de Córdoba de 19 de diciembre de 1860).


    El padre de Diego debió de fallecer a temprana edad, dejando viuda y una numerosa descendencia. Pudo cursar estudios de ingeniería en Madrid, en parte, gracias a la ayuda que le prestó la Diputación Provincial de Córdoba que en 1860 lo incluye entre sus pensionados.
     
    Retomando la figura de don Diego Pequeño y Muñoz Repiso, diremos, que llegaría a adoctrinar a 35 promociones de Ingenieros Agrónomos desde su cátedra del Instituto Agrícola Alfonso XII. Entre sus trabajos ocupan un lugar preferente los relacionados con la industria oleícola y la vinicultura:

     Nociones acerca de la elaboración del aceite de olivas. Consta de 357 páginas en cuarto mayor y 21 grabados. 1ª edición de 1879. En este libro se ocupa del método de fabricación ideado por Juan Bautista Centurión, natural de Castro del Río (Córdoba).
    Cartilla vinícola. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por el Ministerio de Fomento: con medalla de oro por la Sociedad Española Vitícola y Enológica; con diploma de honor en las Exposiciones Vitícolas y Agrícolas de Cariñena y Valladolid. Consta de 162 páginas, 8 láminas y 27 grabados. 1ª edición de 1888.
    Manual práctico acerca de la elaboración de los aceites de olivas. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por la Asociación de Agricultores de España. Consta de 165 páginas en cuarto mayor y 27 grabados. 1ª ed. de 1898.
    Guía práctica del maestro bodeguero, publicada, bajo el seudónimo de Dr. Piccolo (1899).

    Como podrán comprobar, algunas de estas obras son de dominio público y se puede acceder a ellas a través de la Biblioteca Digital Hispánica de la BNE. Lamentablemente el libro de la caza de la perdiz con reclamo no se encuentra entre ellas. Existen varias ediciones recientes en papel. Sólo hemos podido alcanzar algunos de sus capítulos publicados, con anterioridad a su primera edición, en la revista El Progreso Agrícola y Pecuario, de la que fue habitual colaborador. 
   
El experimento zootécnico

Causas naturales que pueden influir en la bondad de los reclamos

Influencia de los progenitores

   “La ley zootécnica de la herencia, por lo que atañe á los pájaros de jaula, no está suficientemente demostrada, faltando datos que la corroboren; y es que no se han realizado, a la hora presente, los experimentos necesarios para establecerla. Sólo conocemos uno, que dio resultados negativos, á saber:
    En el Colegio de Educandas de Espejo (Córdoba) existe un extenso huerto cercado, y en él hace muchos años que dos entendidos jauleros acordaron soltar, para que procrearan, el perdigón más superior á la sazón allí existente  y la pájara mejor de la localidad.
    Tenía el macho cinco celos y era un hermoso animal, bien conformado, robusto, noble, valiente y que puesto en el tanganillo, echaba mano de todos aquellos recursos y filigranas que seducen á los cazadores de buena cepa; voz extensa, bien timbrada y emitida con facilidad suma: cuchicheo claro, cadencioso, de sugestiva modulación, que intercalaba siempre con sonoros besos y golpes de cañón; gran energía y tenacidad en el buscar; delicadeza extrema en el recibir, valiéndose para ello unas veces de la cantada hueca, oirás del titeo, sin olvidar ninguno de los variados recursos de los reclamos sobresalientes.
     La hembra, en su género, no le iba en zaga, ocupando dignamente el puesto á que se la destinó: de cuatro años de edad, pronta y gallarda en la salida, canto por alto extenso, que menudeaba en cuantos tollos se la hacían, cualquiera que fuese la hora en que se la cazaba, valiéndose para recibir de los embuchados y del cuchicheo y ahuecándose al divisar los machos; reunía, en suma, cuantos medios son menester para fascinar y enloquecer á los seductores.
    Tales eran, expuestas á grandes rasgos, las excepcionales condiciones que adornaban al futuro matrimonio, y excusado parece decir que las esperanzas de los buenos cazadores del pueblo estaban justificadísimas.



    Desde el día en que se soltó la feliz pareja, no se habló de otra cosa entre los devotos de San Eustaquio. Todos á porfía se disputaban ya la posesión de algún individuo de la futura prole, no faltando por ello sus disgustillos entre personas que siempre fueron excelentes amigos.
   Cuidóse el matrimonio con singular esmero y sin que nada le faltara en aquel frondoso y solitario huerto: esparcimiento, vegetación exuberante, maleza donde ocultarse, tranquilidad absoluta y alimentación suculenta y variada.
     La hembra hizo la postura bajo una gran mata de alcachofa, sacando catorce polluelos, tantos como el número de huevos. Durante el tiempo de la incubación, el macho cantó de continuo cerca del nido, pero no se le vio nunca enhuerar; más tarde compartió con la pájara los cuidados de la prole, á la que prodigó todo linaje de atenciones y caricias. Huevos duros machacados de gallina, hormigas enteras y algunos saltamontes fue la primera alimentación de la pollada, que se desarrolló admirablemente, sin otro menoscabo que la muerte de un perdigoncillo.
      Cuando comenzaron á vestir el ropaje propio de los pájaros adultos, cuando, según frase venatoria, estaban casi igualones, se enjaularon, sin que en este nuevo régimen de vida se desgraciara ninguno.
     Repartiéronse entre los amigos aficionados como pan bendito; se les cuidó con todo esmero, amansándoles cuanto fue posible, pues muchos de ellos, contra lo que era dado esperar, resultaron broncos.
     Como era natural, sus poseedores anhelaban la llegada del mes de Enero para ver confirmadas sus ilusiones, por más que los inteligentes comenzaban á abrigar algunas dudas en vista de las pruebas pocos halagüeñas que iban dando, toda vez que no parecían mostrar ni la valentía, ni la sangre, ni mucho menos la nobleza de sus progenitores.
     Resultado final: que de los seis machos y siete hembras, sólo una de éstas fue regular, los demás nulos, 6 poco menos, y eso que se les conservó hasta el tercer celo, con la esperanza siempre de que acaso despertaran de la especie de letargo en que yacían, reivindicando su noble abolengo.
    Aquí pues, y esta vez al menos, faltó lo que los zootécnicos denominan herencia individual de la sangre de los progenitores en sus descendientes. Claro es que para derogar esta ley zootécnica, por lo que hace a los reclamos de perdiz, no basta, ni mucho menos, con el resultado de un solo experimento, y opinamos que deben repetirse, pues es dudoso que aquellos procedimientos que en todas las especies zoológicas dan buenos resultados, fallen tratándose de las perdices enjauladas. En caso favorable podrían fundarse centros dedicados a la cría de pollitos para reclamos, proporcionando solaz y entretenimiento, a la par que ganancias seguras.
    Por lo demás, cabe sospechar si la domesticidad en que fueron engendrados y criados pudo contribuir a amenguar  aquellas energías naturales que bajo un régimen de libertad e independencia absoluta, habría, acaso, prevalecido. Nosotros nos inclinamos a admitir esta explicación a falta de otra mejor”.

    El siguiente capítulo, titulado "Influencia del medio ambiente" puede leerse pinchando aquí.


(Entrada relacionada: CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO)

23 marzo 2014

CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO



    Los orígenes de la caza de la perdiz deben de remontarse a los tiempos de la prehistoria. Los Iberos ya las cazaban con reclamos, utilizando para atraparlas una especie de lazo denominado “zalagarda”. Su técnica consistía en atraer a las perdices al lugar donde se instalaban los lazos con un reclamo amarrado a una estaca.

    Los pueblos que colonizaron Iberia, fenicios, cartagineses, griegos y romanos, también la practicaron. Existe constancia de mosaicos romanos con perdices enjauladas, aunque, tal vez, la representación iconográfica más remota en nuestro suelo sea la del “Cazador de perdices” perteneciente al conjunto escultórico del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén) de los siglos VI-V antes de Jc, que aparece en la cabecera


     Sin ser aficionado a ningún tipo de caza, a lo largo de mi vida he sido testigo de la incontrolada pasión que despierta esta afición entre algunas personas.
     Recuerdo con cariño las machaconas alusiones al perdigón de un peculiar personaje con el que compartí trabajo en un molino aceitero de Porcuna durante bastantes temporadas. Homónimo de un famoso cantaor de portentosa voz timbrada, la mayor ilusión de este buen hombre, la mayoría de las veces frustrada por necesidades de la empresa (transportista de orujo), era la de poder librar un día para entregarse al cuco en cuerpo y alma.
    Ya en otro ámbito laboral, conocí a un profesor interino que se vanagloriaba de haber dejado a la novia porque le ponía demasiadas cortapisas durante la temporada del celo de la perdiz. Este mismo hombre llegó a enamorarse del canto de un pájaro que vivía plácidamente encerrado en un soleado voladero confeccionado en los patios del instituto viejo de Porcuna. Después de los pertinentes tiras y aflojas con el dueño del plumífero, terminaría adquiriéndolo por una cantidad superior al sueldo medio mensual de un trabajador. Quiero recordar, que en lote iba incluida una vieja y decorativa escopeta de cartuchos. Automáticamente, durante el tiempo que permaneció a nuestro lado, quedó bautizado como “El Cuquillero”.
     En mis habituales paseos por las hemerotecas digitales me he topado con un curioso e ingenioso trabajo, firmado por un anónimo inspector veterinario del pequeño municipio granadino de Polopos, dado a la prensa a principios de la segunda década del siglo XX.
     El artículo tiene su gracia y desparpajo, y hasta resulta útil para hacernos una idea del arraigo e impacto que podía llegar a causar esta extendida afición en el medio rural andaluz. Curiosísima la exhaustiva relación de cantos y sonidos, de extraño nombre para los profanos, que concatena.

LA CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO


     La segunda quincena de enero pone en vigor el antiguo adagio de “Por San Antón caza el perdigón”, y en cada año es el toque de atención y llamada; y, con puntualidad militar, los jauleros forman grupo aparte dejando mancas las partidas de tresillo, billar, dominó, etc., sin tener, para los que hasta allí fueron compañeros y contertulios, una atenta excusa o un razonable pretexto. Truenan los desairados, exponen justas y persuasivas demandas, hasta que convencidos de que son estériles sus fundados argumentos para atraerles a la inutilizada reunión, y ofendidos por su proceder, les llaman maulas, embusteros, maletas y hasta traicioneros y asesinos. Todo inútil: para mí que no oyen lo que les dicen.




    Encelados, casi como los reclamos que ridículamente portean a la espalda, mañana y tarde, sólo atienden como refiere el afortunado que cobró alguna pieza, las peripecias del día; siendo y sirviendo a la charla de una y otra velada.
    El canto por alto o reclamo de cañón; el cuchicheo o dar al pie; la embuchada de recibo o canto e dormitorio; el piñoneo o besos; el grifeo de recibo o desafío; el titeo o invitación a comer; el enfado o regaño de silencio; el claqueo o acción fecundante; el maullido o suspiro; el pioleo, chirrido o levantar el campo; el ajeo, berreo o voceo; el guteo o placer de comer y tomar tierra; el indicar o sentir el campo, y por último, lo desesperante de aguilar y carraguear, rinrear o serrar con los saltos y mudanzas del tío Roque el bailaor. Refieren también, con toda minuciosidad, la parte concerniente de acercarse al campo, y se habla de las vueltas, de ahuecarse, escudos, adornos y las mil y mas filigranas que , tanto la perdiz del campo como la del tanganillo ponen en ejecución, bien que se troven cariñosamente o bien retándose a desafío o riña.
     Y este, como todo deporte, despierta el amor propio de manera notabilísima, dando lugar a polémicas, que degeneran algunas (pocas veces) en altercados, disputas y hasta que no pueda disimilarse la pícara envidia o perjudicial soberbia, en los consentidos y poco afortunados.
    Por fortuna, marzo se encarga de poner punto final a estas controversias, porque termina el celo; los adminículos de caza se abandonan en el último rincón de la casa; los pobres pájaros siguen prisioneros en su reducida celda, y al cuidado, en unos, de sirvientes o criadas; en otros, de cazadores de más modesta posición, que se imponen esta obligación a cambio de que les cedan después algún reclamo, y por último, se entregan a la barbería o a cualquier compadre.
     De una u otra forma, la higiene y alimentación son muy defectuosas para los desgraciados prisioneros, y así vemos que al llegar el mes de octubre, aquellos animalitos tienen la pluma sucia o rizada, y ojos y pico, enseñan el blanco pardo, señal inequívoca de su raquitismo y desmedro, siendo esta la causa de que al siguiente no respondan a la confianza y esperanzas que en ellos teníamos puestas.



     El autor, que aparentemente se nos muestra como detractor de este tipo de caza, remata con una serie de recomendaciones “producto de la atenta observación y larga práctica en el ejercicio veterinario”, que lo delatan como un experimentado y entusiasta puestero-criador:

    1ª  Los pollos para educarlos, se deben adquirir cogidos en el campo desde la primera quincena de agosto a la segunda de septiembre. Antes y después de esta época son, por lo general, defectuosos. Los domesticados desde que nacen en casa, salen muchos buenos, nunca superiores, y la mayoría son cantores en casa, propios para oficios de canario o jilguero, pero no para el campo. Durante el primero y segundo celo, únicamente se cazarán  desde el 30 de enero a 20 de febrero; después e esta época sacan resabios. Se tendrán separados de los reclamos maestros y con una hembra o pájara vieja.

    2ª  Los pájaros maestros no se cazarán en los bandos hasta que pasen de los siete celos, empleando los de poca música y buen recibo. El que tenga recibo defectuoso, se le darán sueltas en la noche y tierra húmeda, y si esto no sirve, se pondrá aparte con una hembra. Del mismo modo al que carece de salida y es flojo, se le pone separado con la pájara, pero no se le da tierra ni sueltas.

    3ª  Durante la muda, se les dará tierra cada tres días, con una mezcla de 20 partes de arena que no sea del mar, 75 de tierra y el resto de ceniza de vegetales, renovándola cada veinte días; se les dará agua de doce a dos, durante la canícula, y verde en todo tiempo, adicionándole un poco de alpiste o cañamones, prefiriendo el primero. No se entregarán al cuidado de nadie, a excepción de que sean muy peritos.

    Si cumplís estos requisitos, observareis sus ventajas, tendréis una economía de algunos cienos de pesetas, que los buenos aficionados gastáis todos los años, para ser engañados la mayoría de las veces, y sobre todo, no soportéis los desesperantes solos, gazpachos y esbozos de capote, que tanto os habrán  irritado y hecho sufrir a los que sois buenos aficionados. 
                            
                                                                                                                      A.J. R.

          Polopos Marzo de 1911.

     Sirva esta entrada ilustrativa como introducción para una nueva en la que nos detendremos en otro documento, de fecha cercana, que tiene por protagonista las tierras y habitantes del corazón de la campiña cordobesa, donde nos consta se halla bastante extendida la pasión por el pájaro perdiz.

          Nueva entrada: Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).

22 marzo 2014

De re bellica et artística Obulconensis: “Imprecisiones propagandísticas de un guerrero”.




   “En una Iglesia de piedra labrada y bóvedas de mármol blanco y negro, queda todavía, en el ábside, una obra del pintor cordobés Julio Romero de Torres. La Virgen, sobre una nube de nácar, se eleva majestuosa hacia el cielo envuelta en un revoloteo de alas angelicales y miradas de despedida. En el suelo quedan mujeres cubiertas con largas túnicas y mantos de color celeste y con semblantes de recogimiento interior, como si sus labios rezaran una oración. Todo sobre un fondo de graves tonos de amanecer que completa la sublimidad del cuadro". 

     De esta somera y angelical manera explicaba el alférez provisional Segismundo Díaz Bertrana la composición iconográfica de la pintura mural de la Asunción de María ejecutada por Julio Romero de Torres en el ábside del presbiterio de la Iglesia Parroquial de Porcuna (Jaén) entre los años 1903 y 1905. 
     Este joven militar había llegado hasta la localidad enrolado en una Bandera de la Falange Canaria a la que, junto a otras unidades, se le confió la misión de guarnecer la plaza una vez tomada por las tropas insurgentes el primero de enero del año 1937.
     Aparece inserta dentro del típico artículo de propaganda en el que se arremete contra la manida furia iconoclasta desplegada por los rojos “empeñados en la destrucción de todo lo que signifique un atisbo de religiosidad, de arte o de historia” (injusta y trasnochada generalización que anida todavía en muchas cabezas).


      Dejemos que el falangista canario nos siga ilustrando sobre los tesoros artísticos afectados:

     “La iglesia parroquial de este pueblo, una iglesia de sobrio estilo románico, su planta en forma de cruz de Calatrava con sus brazas de Norte a Sur, tenía obras de arte—pintura y escultura—de verdadero valor nacional.
     Había una estatua de Jesús hecha por Mena. La imagen era la de más valor y mejor que adornaba la Santa Iglesia. Su cara mostrando el sagrado ungimiento de todo rostro divino, a la vez humildad y misericordia. El cuerpo, en proporción justa y medida, daba la contextura exacta del Redentor. Era todo una obra maestra. Un producto de la ardiente imaginación de Mena. En él puso, quizá, su mejor inspiración y su más fiel empeño de imaginero.
    Era esta imagen de Nuestro Padre Jesús, como la llamaban estas viejecitas y gentes del pueblo todas con profundo respeto, una obra de gran estima para el Arte Español.
    El afán de destrucción siempre vivo en los rojos, hizo que esta imagen fuera echada a una hoguera con todos los santos de la Iglesia y allí, en llamaradas y humo que subían al cielo, quedaron sus cenizas”.

Jesús Nazareno desaparecido en 1936 (atribuido por tradición a Martínez Montañés)
    Se advierte que el articulista, en tareas de corresponsal para la prensa de su región, no debió de ser demasiado riguroso ni meticuloso a la hora de documentarse sobre el patrimonio histórico artístico que albergaba el templo parroquial de Porcuna, convertido en Casa del Pueblo durante el periodo revolucionario, incluso, hasta pudiera darse el caso, de que tal cúmulo de imprecisiones, errores y falsedades sean premeditadas con el único fin de de dotar a su discurso de la necesaria grandilocuencia y justificación.


     Habida cuenta de que la inauguración del nuevo templo parroquial era relativamente reciente en el tiempo (1910), la mayoría de las imágenes religiosas, que tuvieron la suerte de ser pasto de las llamas y rodar por las escalerillas de la iglesia durante aquellos primeros días de inflamada ira contra el poder terrenal de aquella Iglesia reaccionaria tradicionalmente aliada con los poderosos, carecían aún de la suficiente solera artística.
     Para el cronista D. Eugenio Molina en su libro “La ciudad de Porcuna” publicado en 1925, el merito artístico de las imágenes que encerraban los templos de Porcuna antes de la guerra era más bien escaso, “exceptuando una notable escultura de Cristo en el Sepulcro, que hay en la Iglesia de San Benito, y otra no menos notable y hermosa de Jesús Nazareno que se venera en el Santuario de su nombre, y que es objeto de ferviente adoración por los hijos de este pueblo. Ambas esculturas son dos antiguas y acabadas obras de arte, de tamaño natural, atribuidas al famoso escultor Martínez Montañés”.
    Sorprende la falsa atribución del Nazareno de Porcuna al imaginero barroco granadino Pedro de Mena, máxime cuando, con casi absoluta seguridad, el reportero tuvo que tener entre sus manos el libro de Don Eugenio Molina, que también utilizó a la hora de redactar otro artículo relacionado con la historia local (Aires de Historia: Porcuna bajo las Banderas de la Falange isleña).
    Creemos que el nombre de Mena le viene como anillo al dedo a la hora de magnificar el estropicio entre los destinatarios de sus artículos, sus paisanos, los lectores del diario Falange de Las Palmas. Además le sirve para conectar con otros atentados cometidos contra el patrimonio religioso años atrás. El nombre de Mena adquiere especial difusión fuera de los ámbitos culturales y académicos a partir de la destrucción del famoso Cristo de la Buena Muerte de Málaga acaecida durante los disturbios anticlericales de mayo de 1931, recién proclamada la II Republica.
     Mentiras piadosas dirigidas a los de su comunión de ideas, que precisan de la pertinente aclararación.



     Recurre a similar artificio a la hora de ocuparse de los daños sufridos por las pinturas murales del por entonces ya desaparecido pintor cordobés Julio Romero de Torres:

     “El ensañamiento de los rojos con todo lo que signifique religiosidad no paró en echar todos los santos en la hoguera. Había en esta misma Iglesia, en las Capillas del Sagrario y la Purísima, en la primera una Santa Cena y en la segunda la Sagrada Familia, ambas pinturas de Julio Remero de Torres. A los rojos parece que les molestaba que estas pinturas, representantes de varios aspectos de la vida de Jesucristo, estuvieran en aquellos muros. Para que no vieran más cogieron un bote de mala pintura y aguarrás embadurnando y chapoteando estos decorados en los que la paleta de Romero de Torres había esmerado su trabajo, hecho gratuitamente como recuerdo a la ciudad de Porcuna”.


    Desconocemos si durante los aproximadamente cinco o seis meses que el ilustrado falangista permaneció destinado en el frente de Porcuna sería capaz de recabar informaciones veraces sobre quienes fueron, con anterioridad a “la barbarie roja”, los primeros a quienes empezó a resultar molesta e incómoda la presencia de aquellas pinturas murales de Romero de Torres dentro de la casa de Dios.




    Prejuicios morales, prácticamente desde la inauguración del templo en 1910, motivaron una sostenida polémica entre los elementos liberales, amigos del pintor y promotores del encargo, y las fuerzas más conservadoras, que pronto encontraron en el rostro de la Virgen de la Sagrada Familia el reflejo de una nativa de dudosa moralidad, que por lo visto le había servido de modelo. Con respecto al semblante de rostro de Jesucristo, que aparece presidiendo el mural de la Santa Cena, también circularon toda clase de comentarios y comparaciones. 



   La progresiva fama de “pecador e inmoral” que arrastrará el pintor, creemos que terminaría siendo decisiva en la resolución final del conflicto.
   El  señor cura párroco, Don Ramón Anguita Carrillo, con el más que presumible visto bueno de las autoridades eclesiásticas provinciales, terminaría cediendo a las pretensiones y deseos de aquellos sectores más retrógrados de la sociedad local.
     Unos retablos de madera, de escasa calidad en cuanto a material y factura, terminarían ocultando ambos murales. Tuvieron que practicarse algunas perforaciones sobre los mismos con el fin de anclar los retablos.
    Se viene barajando el año 1917 como fecha de su colocación, aunque si damos crédito a la que aparece en la ficha del manuscrito original del Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén (1913-1915), habría que retrotraerla, cuanto menos, al año 1915. A Enrique Romero de Torres no le pasa desapercibido el desaguisado cometido contra las pinturas de su hermano Julio:

     “La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción es moderna. Fue consagrada hace pocos años y es un magnífico edificio de cantería costeado por todos los vecinos de la villa.
     Está decorada con gusto y la cúpula del presbiterio así como las dos capillas laterales pintadas al temple por el ilustre artista Sr. Romero de Torres (Don Julio) en el año de 190. Hace poco, dentro de estas capillas, han tenido la mala idea de colocar dos altares de madera de mal gusto, los cuales no dejan ver las pinturas que representan  respectivamente La Cena y la Sagrada Familia”.

   A los años 1914 o 1915 pertenece precisamente la fotografía de la cabecera. Se trata de un detalle de la original realizada por un anónimo fotógrafo contratado por  la Casa Editorial Alberto Martín de Barcelona para que le proporcionara material gráfico con el que componer sus famosas series de Porfolios Fotográficos. La que mostramos a continuación no sería finalmente incluida en el cuadernillo correspondiente. De haber estado despejados los murales de los ábsides laterales, y pese a la falta de luz natural de las capillas, el objetivo de este profesional pudiera habernos transmitido muestras de su factura original.



    Después de esta obligada alusión a los primeros avatares históricos de la estas pinturas religiosas producida por Romero de Torres, retomaremos la falsedad propagandista en torno a los desastres de la guerra.

    Noticias aisladas y precipitadamente inexactas sobre los daños ocasionados a las pinturas aparecieron publicadas en la prensa nacionalista a los pocos días de entrar en la ciudad la columna mandada por el Tte. Coronel Redondo:

ABC de Sevilla (6 de enero de 1937)

     La machaconería se convierte en una eficaz arma al servicio de la propaganda. En el mes de marzo de 1937, noticias suministradas desde Burgos por los servicios oficiales de prensa y propaganda del Cuartel General del Caudillo eran reproducidas en la mayoría de las cabeceras de prensa de la España Nacional:

    “Ayer se ha descubierto que los frescos de la iglesia de Porcuna, debidos al pincel del glorioso pintor cordobés Julio Romero de Torres, fueron estropeados por los rojos horas antes de la llegada de nuestras tropas a dicho pueblo.
     Los salvajes marxistas, para dar una prueba de su amor a la cultura y al arte, embadurnaron las pinturas con cal.
     Los vecinos de Porcuna han protestado indignados del salvaje atentado y pedido a las autoridades que se imponga un castigo ejemplar a sus autores en el caso de que fuesen capturados”.
(Diario de Córdoba 14 de marzo de 1937)

     Castigos de desigual naturaleza les esperaban a los hijos de Porcuna situados entre los defensores de la legalidad republicana. Entre ellos se encontraba un joven socialista llamado Andrés Cabeza Millán, pintor y decorador de formación autodidacta, responsable último de los “presuntos daños” sufridos por las pinturas tan reiteradamente aireados.
     Su trabajo le tuvo que costar a este buen hombre convencer al aparato represivo del nuevo régimen de que su valiente intervención había sido preservadora. Sus méritos han sido recientemente reconocidos oficialmente al otorgársele la Medalla de Plata de la ciudad de Porcuna, a título póstumo (recomendable el visionado del video del acto de entrega de distinciones en el que el historiador y arqueólogo Pablo Casado Millán traza un documentado esbozo del homenajeado).

     Los pormenores de su actuación en defensa del patrimonio los conocemos gracias a Don Manuel Bueno Carpio, que en su tesis de licenciatura en Bellas Artes publicada bajo el título de “La Parroquia de Porcuna y los murales de Julio Romero de Torres” en el año 1992, incluye una entrevista con Andrés:

    "En el mes de agosto de 1936 fueron destruidos y quemados todos los retablos de la iglesia y convertido el edificio en “Casa del Pueblo”. Entonces aparecieron en toda su belleza las pinturas murales y los daños ocasionados por los boquetes abiertos para la colocación de los retablos. Ahora estaban realmente expuestas a desaparecer.
    En conversación mantenida el día 13 de abril de 1984, Andrés nos decía, que habiéndose dado la orden de picar los murales, convencí a los dirigentes del Frente Popular de que las obras de arte debían ser respetadas para futuras generaciones. Me comprometí personalmente a taparlas sin que sufrieran deterioro. Los amenacé de escribir una carta al Ministerio de Instrucción Pública, si así no se hacía. Finalmente conseguí permiso para taparlas y lo hice con pigmentos y agua cola. Pinté en la parte central de los murales el antiguo escudo del partido socialista y en la parte exterior una mano señalando el siguiente texto: aquí hay un cuadro de la Santa Cena pintado por Don Julio Romero de Torres. Lo mismo hice en el otro mural. Pasada la contienda tuve que demostrar que las pinturas no habían sido dañadas".


    Esta imagen, tomada del exhaustivo y documentado trabajo monográfico publicado por de Don Manuel Bueno, se corresponde con el momento en que fueron retirados unos segundos retablos colocados a finales de la década de los cuarenta, justo al emprenderse su restauración en el año 1974, enmarcada ésta dentro de la conmemoración del centenario del nacimiento del pintor cordobés. Se aprecia algo borroso el primitivo emblema del P.S.O.E. (yunque, libro, pluma y tintero) que pintara Andrés Cabeza.


     En esta segunda fotografía, de igual procedencia, se puede apreciar la magnitud de los daños (numerosos boquetes) ocasionados durante las sucesivas operaciones de instalación de altares y retablos.
     Sólo podemos poner algo de incertidumbre o reparo personal al testimonio de Andrés Cabeza. Si damos crédito al cien por cien a sus consideraciones, resultaría que los elementos dirigentes del Frente Popular de Porcuna estaban desprovistos por completo de sensibilidad artística, se mostraron condescendientes con la famosa furia iconoclasta o fueron incapaces de sujetar la ira anticlerical durante aquel complicado contexto político-social posterior al golpe de estado del 18 de julio de 1936, con el que arrancaba la guerra civil española.

     Las generalizaciones suelen pecar de injustas. Por ejemplo, no creemos que dentro del saco sucio estuviese el veterano republicano Rafael Juárez Quero, que debía de gozar de cierta ascendencia en el seno del comité local del Frente Popular. Estamos ante un personaje, que como bien dicen Todos los Nombres de Porcuna en una de sus entradas de blog, se hace acreedor a la reparación de su dignidad, por su incuestionable condición de “luchador incansable, de buen orador, mejor escritor, denostado y olvidado por la historiografía local de ayer y hoy”.
     Con independencia de que sus postulados ideológicos estuviesen impregnados por el ateísmo y el librepensamiento, ya desde su primera etapa como concejal apostaría por una salida racional con la que subsanar aquel enojoso y mojigato olvido al que parecían estar condenadas estas pinturas murales de Romero de Torres.

Alférez José Gallo Martinez (1900-1921)

     En la primavera del año 1922, el pintor cordobés permaneció unos días en Porcuna alojado en casa de su amigo José Julián Gallo, que hacía poco había perdido al mayor de sus hijos (Alférez José Gallo) en la guerra de África. Aprovecharía la estancia para sacar de su perrera un cachorro de galgo negro, que a la postre terminaría convirtiéndose en su inseparable compañero (Pacheco), así como para entrevistarse con el señor cura párroco en pro de un posible apaño.
     Pese a que el pintor se mostró dispuesto a realizar nuevos bocetos de la Virgen y a restaurar los daños causados al instalar los retablos, todo siguió conforme estaba.
     En agosto de ese mismo año 1922,  llegaría hasta el Ayuntamiento de Porcuna un oficio remitido por la Delegación Provincial de Bellas Artes solicitando informes al respecto. Oficio, más que probable, fruto de una denuncia previa presentada por el concejal republicano Rafael Juárez.
     Proclamada la II Republica, en una de las primeras sesiones (7 de mayo de 1931) de la nueva corporación municipal, presidida por Manuel Alcalá Ramos del PRR (Partido Republicano Radical) y compuesta por otros 6 concejales de su misma filiación, 7 socialistas, 3 conservadores y 2 liberales, a propuesta de los concejales de la mayoría republicana, señores Rafael Juárez Quero y Antonio Quero Aguilera, se solicita sea elevado escrito a la Dirección General de Bellas Artes.
    Heredia Espinosa, desde sus posicionamientos ideológicos, en su Historia de Porcuna, califica como de artera la maniobra de estos concejales anticlericales, y de insidias contra el cura párroco sus denuncias, al parecer, desestimadas por las comisiones investigadoras llegadas al efecto.

Don Ramón Anguita Carrillo
    A nuestro entender, creemos que a las autoridades republicanas en este, y otros muchos asuntos, les paso lo mismo que a esa otra inmortal pareja protagonista de El Quijote: “Amigo Sancho con la Iglesia hemos topado”.
    Se da la paradójica circunstancia de que el concejal lerrouxista Antonio Quero Aguilera, que llegará a ser alcalde durante buena parte del denominado Bienio Negro, a la par que su partido, fue evolucionando hacia los posicionamientos de la derecha. De hecho su nombre figura entre las víctimas causadas por la izquierda
   Rafael Juárez Quero tenemos entendido que abandono pronto las filas del PRR para ingresar en el Partido Republicano Radical Socialista, liderado a nivel nacional por Marcelino Domingo. Desconocemos si llegó a reingresar como concejal en el ayuntamiento constituido tras las elecciones ganadas por el Frente Popular en febrero de 1936,  y de qué manera le pudo haber afectado la represión franquista. Animo a los amigos de Todos los Nombres de Porcuna, a quienes creemos suficientemente documentados al respecto, a que nos despejen la incógnita.